Fuente primaria: un español en la toma de La Meca (1807)

Domingo Badía, también conocido como Alí Bey, fue un viajero y espía español que recorrió parte de Oriente Medio bajo las órdenes de Godoy fingiendo ser un príncipe abasí. Fue el primer español no musulmán en visitar los lugares sagrados del islam. Además, fue testigo de la toma de La Meca por los saudíes en 1807.

Su relato es un interesantísimo retrato de la Arabia del emirato de Diriya, el primer estado saudí al que me referí en el primer artículo sobre Arabia Saudí. Obviamente, hay que tener en cuenta que esta escrito a principios del XIX como una crónica de viajes, y que el autor sigue las convenciones estilísticas de la época, con descripciones que hoy nos parecerían racistas o esencialistas, pero que estaban de moda por entonces.

Alí Bey llega a la Meca en enero de 1807. Se reúne con el jerife Ghalib ibn Musaid y describe la ciudad. Me voy a centrar tan solo en los pasajes relativos a la llegada de los wahabis y la situación política de la ciudad. Dos elementos llaman la atención: la descripción que hace de la religiosidad de los wahabis y el temor que suscitan, y la escasa popularidad del jerife de La Meca entre sus súbditos.  Para el contexto histórico, podéis consultar Historia de Arabia Saudí I

He adaptado el texto a las convenciones gramaticales modernas para que su lectura sea más sencilla, añadiendo acentos y tildes y sustituyendo formas arcaicas de ciertas palabras por su versión moderna. He respetado la transliteración árabe que utiliza el autor (influida por las convenciones francesas), aunque no sea el estándar que usamos en la actualidad.

Si queréis el texto original, se puede encontrar fácilmente por Internet en Google Books, pero también me podéis enviar un email y os facilito un PDF.


Capítulo XIV. Llegada de los saudíes a la Meca.

[…] Aquel mismo día [3 de febrero de 1807] entró en la Meca un cuerpo de ejército de los wehhabis, para cumplir el deber de la peregrinación, y tomar posesión de la santa ciudad. Vílos entrar por una casualidad. Hallábame a las nueve de la mañana en la calle principal, cuando me veo venir una multitud de hombres…. Figúrese cualquiera un tropel de individuos apretados unos contra otros, no llevando mas vestido que una pequeña faja al rededor de la cintura, y algunos una toalla sobre el hombro izquierdo y bajo el brazo derecho; y en lo demás enteramente desnudos y armados de fusiles de mecha con un khanjear o gran cuchillo corvo a la cintura.

A la vista de aquel torrente de hombres desnudos y armados, todo el mundo echó a correr para dejar expédita la calle, que llenaban enteramente. Yo me obstiné en permanecer en mi sitio, y subí a un montón de escombros, para observarlos mejor. Ví desfilar una columna que me pareció compuesta de cinco a seis mil hombres, tan apiñados en todo lo ancho de la calle, que les fuera imposible mover la mano. La columna, precedida de dos jinetes armados con una lanza de dos pies de largo, terminaba en otros quince o veinte montados en caballos, camellos o dromedarios, con una lanza en la mano como los primeros; mas no llevaban banderas, ni tambores, ni algún instrumento o trofeo militar. Durante la marcha, los unos daban gritos de santa alegría, otros rezaban confusamente oraciones en alta voz, cada cual a su modo.

En el orden referido subieron hasta la parte superior de la ciudad, donde comenzaron a desfilar en pelotones para entrar en el templo por la puerta Beb-es-Selén. Crecido número de muchachos de la ciudad, que sirven ordinariamente de guías a los extranjeros, salieron a su encuentro, y se presentaron sucesivamente a los diversos grupos, para servir de guías en las ceremonias sagradas. Noté que entre aquellos conductores benévolos no había un solo hombre formado. Ya los primeros pelotones, para comenzar las vueltas de la Kaaba, se apresuraban a besar la piedra negra, cuando otros, impacientes sin duda de aguardar, se adelantan en tumulto, se mezclan con los primeros, y bien pronto, llegando a su colmo la confusión, no deja oír la voz de los jóvenes conductores.

A la confusión sucede el tumulto. Todos quieren besar la piedra negra, y se precipitan; muchos se abren paso con palo en mano: en vano uno de sus jefes sube al zócalo, junto a la piedra sagrada, para restituir el orden; sus gritos y ademanes son inútiles, porqué el santo celo de la casa de Dios que los devora no les permite escuchar la razón ni la voz de su jefe. Auméntase el movimiento en círculo por la impulsion mutua. Finalmente se les ve, como un enjambre de abejas que vuelan confusamente en torno de la colmena, circular sin orden al rededor de la Kaaba, y en su tumultuoso entusiasmo hacen pedazos con los fusiles que llevaban al hombro, todas las lámparas de vidrio que rodeaban la casa de Dios.

[…]

Los wehhabis de Draaíya, lugar principal de la reforma, tienen color de cobre. Son por lo general bien hechos, y muy bien proporcionados, pero de talla pequeña, y he notado principalmente entre ellos algunas cabezas bastante hermosas para ser comparadas a las del Apolo, del Antinoo, o del Gladiator. Tienen los ojos vivísimos,la nariz y boca regularmente diseñadas, hermosos dientes, y fisonomía muy expresiva…

Represéntese cualquiera una multitud de hombres desnudos y armados, sin casi idea alguna de civilización, y hablando una lengua bárbara: semejante cuadro a primera vista espanta la imaginación, y parece horroroso; mas si uno se sobrepone a esta primera impresión, halla en ellos cualidades recomendables: jamas roban ni a fuerza, ni con engaño, excepto cuando creen que el objeto pertenece a un enemigo o a un infiel. Todo cuanto compran, y cualquier servicio que se les hace,lo pagan en su moneda. Ciegamente sumisos a sus jefes, sufren en silencio toda clase de fatigas, y se dejarían conducir al cabo del mundo. En fin, se ve en ellos los hombres mas dispuestos a la civilización, si se les supiese dar la dirección conveniente.

Vuelto a casa supe que no cesaban de ir llegando cuerpos de wehhabis a cumplir el deber de la peregrinación. ¿Qué hacia entre tanto el sultán scherif?… En la imposibilidad de resistirá tales fuerzas, se mantenía encerrado u oculto por mejor decir, temiendo algún ataque; las fortalezas se hallaban abastecidas y preparadas a la defensa; los soldados árabes, los turcos y mogrebinos se mantenían en sus puestos: vi guardias y centinelas en los fuertes; tabicáronse muchas puertas; en una palabra, todo se hallaba pronto para el caso de agresión. Mas la moderación de los wehhabis, y las negociaciones del scherif hicieron inútiles semejantes precauciones.

Capítulo XV. Temor a los wahabis

Debo confesar en verdad que hallé mucha racionalidad y moderación en todos los wehhabis a quienes dirigí la palabra. De ellos mismos es de quienes saqué la mayor parte de las noticias quedaré sobre su secta. Sin embargo, a pesar de esta moderación, ni los naturales del país, ni los peregrinos pueden oír pronunciar su nombre sin estremecerse, y aun entre ellos mismos no lo pronuncian sino en voz baja. Así es que huyen de ellos, y evitan en lo posible el hablarles; y siempre que yo quería hablar con ellos, tenia que superar la mas obstinada oposición de parte de los que me rodeaban.

Capítulo XIX. Impopularidad del jerife. Toma definitiva de la Meca por los saudíes.

Los wehhabis, prohibiendo el uso del rosario como una superstición, han privado a los habitantes de la Meca de un ramo de comercio muy lucrativo: mas continúan fabricándolos ocultamente para los peregrinos, con diversas maderas de la India y del Yemen, y con madera de sándalo que es muy odorífera.

[…]

El actual sultán scherif de la Meca se llama Ghaleb. Es hijo del scherif Msaat, su predecesor en el trono. Hace años que su familia ha obtenido la soberanía del Beled el Haram y del Hedjaz; mas la ordinaria costumbre, cuando muere un sultán scherif, es disputar el trono con las armas en la mano, como se practica en Marruecos, hasta que el vencedor da la ley a la nación; pues no se halla establecido el derecho de sucesión. El scherif Ghaleb es hombre de genio astuto, político y valeroso; mas enteramente falto de instrucción, y entregado a sus pasiones, se trasforma en un vil egoísta para satisfacerlas; no hay vejación que no ejerza con los habitantes y con extranjeros o peregrinos; es tal su inclinación a la rapiña, que no perdona aun a sus amigos,ni a sus mas fieles servidores, cuando cree poderles arrancar alguna cantidad. Durante mi corta residencia en sus estados, fui testigo de una de estas fechorías, que costó mas de cien mil francos a un negociante de Djedda, uno de sus principales favoritos. Los impuestos sobre el comercio y sobre los habitantes son enteramente arbitrarios; van creciendo diariamente, pues inventa nuevos medios de aumentar sus rentas; en una palabra, se halla el pueblo reducido a tal extremidad, que en toda la tierra santa no he hallado uno solo que me hablase bien del scherif, excepto el negociante de quien hablé arriba.

[…]

No obstante los defectos del scherif, y la especie de nulidad a que diariamente lo reducían los wehhabis, conserva aun bastante influencia en los puertos de Arabia, y en Cosseir, por sus relaciones con los mamelucos y los habitantes del Saaid o alto Egipto, como también en Sauakeny Messua, que posee en las costas de la Abisinia, en nombre del sultán de Turquía. También advertí con sorpresa en dicho príncipe, que no tenia ninguna de las preocupaciones de su nación.

La situación política del país era muy singular a mi llegada. Era el sultán scherif su natural e inmediato soberano; y sin embargo se reconocía cono monarca supremo al sultán de Constantinopla, haciéndose mención de él como a tal en el sermón de los viernes, cuando Saaud, que domina el país con sus wehhabis, prohibió el viernes ántes de pascua, hacer mención del sultán de Constantinopla.

Bien enviaba la Puerta otomana un bajá a Djedda; pero éste pasaba el tiempo en la Meca comiendo a expensas del scherif, sin ejercer acto alguno de autoridad, de modo que casi se ignoraba su existencia. El sultán enviaba asimismo cada año a la Meca, Djedda y Medina, kadis para ejercer el poder judicial; mas no podían mezclarse en nada de lo concerniente a la parte administrativa; pues esta quedaba enteramente en manos del scherif,que gobernaba como sultán independiente por medio de sus gobernadores. Llevaban éstos el título de uisir o visires, y todos eran esclavos negros del scherif.

El sultán Saaud, cuya autoridad estribaba solo en la fuerza, se hacia obedecer allí; mas aun no se había enteramente alzado con el mando; tampoco exigía contribuciones, y aun parece respetaba el poder del scherif. Gozando éste de las atribuciones de sultán independiente, era dueño absoluto de la vida y bienes de sus súbditos; hacia según su voluntad la paz o la guerra; y mantenía sobre tres mil hombres de tropa entre turcos, negros y mogrebinos.

Sin embargo de tales ventajas, no bastando sus medios para oponerse a las empresas de los wehhabis, se veía obligado a respetar sus órdenes, recibir las leyes que le imponían, y dejarlos obrar con libertad; mas no dejaba de mantener sus fortalezas cerradas y en estado de defensa, a fin de conservar siempre una actitud imponente. De semejante conflicto de poderes, resultaba que la ciudad de la Meca no sabia quién era su verdadero dueño; la autoridad, dividida en tantos jefes, perjudicaba a la administración de justicia,comprometía la propiedad y la libertad individual, y de consiguiente apresuraba a largos pasos la ruina de la pública felicidad.

Fuera del sultán de los turcos, no tenia el scherif relaciones políticas con soberano alguno; ni había en el país cónsul o agente de una nación extranjera. Los ingleses son los únicos que de tiempo en tiempo se presentan en el puerto de Djedda, donde son favorecidos de los habitantes, porqué hacen con ellos el comercio de la India. Ya dijimos que el scherif es el principal actor de este comercio; sus buques navegan de Djedda a Mokha, y de allí a Mascate y a Surate. Tal era la situación del país, cuando el 26 de febrero de 1807, el sultán Saaud mandó anunciar en todas las plazas y parajes públicos, que el día siguiente por la tarde debían salir de la Meca todos los soldados turcos y mogrebinos del scherif, y dirigirse fuera de la Arabia, como también el bajá turco de Djedda, y los antiguos y nuevos kadis de la Meca, Medina y otros lugares: el scherif fue desarmado, destruida su autoridad, y el poder judicial pasó a manos de los wehhabis. Díjose que el sultán Saaud acompañaría la retaguardia de la tropa y peregrinos hasta las fronteras de Siria, y que en seguida iría a establecer su residencia en la Meca, o cuando menos daría a alguno de sus hijos el gobierno del país:en tal caso la nueva monarquía árabe de los wehhabis hubiera tomado un vuelo semejante al del antiguo califato.

La noche del 26 al 27 de febrero se retiraron a Djedda todos los soldados turcos. Una pequeña caravana de Trípoli que había en la Meca, levantó el campo a medio día, y partió con tan poca precaución, que se temió por su seguridad. Todavía quedaban el bajá, los kadis y los peregrinos turcos, y aun no sabían qué partido tomar en tal estado de desorden, porqué todos obraban de mala fe. La noche siguiente se pasaron al servicio de Saaud doscientos cincuenta soldados negros del scherif. Los restantes partieron el 28 de febrero. El sultán Saaud se dirigió sobre Medina con sus tropas, después de haber instalado sus kadis, dejando según dijeron, veinticinco mil francos de limosna para los empleados del templo y pobres de la ciudad. Así terminó sin efusión de sangre esta revolución política.


Alí Bey no consiguió reunirse con Saud, al que solo describe desde la distancia. Aunque hay muchos otros pasajes interesantes al respecto en el texto original, termino aquí la transcripción para no aburrir al lector.

Arabia Saudí VII: Faisal y su despotismo ilustrado 1964-1975

Historia de Arabia Saudí
1Geografía y primer emirato saudí (1744-1818)
2 – El siglo XIX (1818-1919)
3 – Conquista y dominio (1919-1926)
4 – El reino antes del petróleo (1926-1938)
5 – Petróleo con sabor americano (1938-1953)
6 – El breve reinado de Saud (1953-1964)
7 – El despotismo ilustrado de Faisal (1964-1975)

Introducción

En la anterior entrega contaba como el rey Saud había sido obligado a abdicar, siendo sustituido por su hermano Faisal, también hijo del patriarca y fundador del reino, Ibn Saud. Si el reinado de Saud se caracterizó por el caos económico y el malestar en el seno de la familia saudí, el de Faisal lo haría por los motivos contrarios.

Faisal invirtió las ganancias del petróleo en la consolidación del Estado, cuya estructura expandió enormemente, en la creación de infraestructuras y en el desarrollo de servicios públicos básicos, especialmente educación. Paralelamente, maniobró para que el monarca tuviera un control mucho más firme sobre las riendas del Estado que durante el periodo en el que Saud estuvo al mando. Por estos motivos me gusta denominar a Faisal como un déspota ilustrado: todo para el pueblo, pero por supuesto sin el pueblo.

Faisal pone orden en casa

Los primeros pasos del reinado de Faisal consistieron en evitar el tipo de errores que había cometido Saud. Es decir, mantener el orden interno en la extensísima familia saudí para evitar envidias y conspiraciones palaciegas. El principio fundamental que siguió Faisal fue el de repartir el poder entre sus hermanos y medio hermanos, que serían la generación que hasta 2017 estaría en control de los asuntos del reino. En lugar de tratar de colocar a sus hijos en posiciones de poder como había hecho Saud, Faisal designó a algunos de sus hermanos de mayor edad (Nayef o Sultan, por ejemplo) para los puestos estratégicos, como el ministerio de Interior o el de Industria, a la vez que mantuvo a los príncipes veteranos que ya disfrutaban de posiciones de responsabilidad (Fahd) . Jálid, 7 años menor que Faisal, fue designado príncipe heredero y de hecho se convertiría en rey tras la muerte de Faisal.

Paralelamente, la figura del defenestrado rey Saud se fue eliminando poco a poco de la memoria pública. Su retrato se quitó de edificios públicos a la vez que las instituciones que llevaban su nombre (como la actual Universidad de Riad) eran rebautizadas. No me quiero extender con el culebrón interno de la familia saudí, pero quiero que una idea quede clara: Faisal sentó las bases del sistema de sucesión saudí que se ha respetado hasta la nominación de Mohammed bin Salman este año. El trono y los puestos de poder no se transmitirían de padres a hijos, sino entre los hijos mayores de Ibn Saud.

saudi treeÁrbol genealógico resumido de los Saud. El aún rey Salman (que llegó al trono en 2015) es uno de los hermanos menores de Faisal. Nació en 1935, y desde 1963 hasta 2011 fue gobernador de Riad. Houseofsaud.com

Una vez tranquilizados los hermanos de Faisal y marginados los hijos y nietos de Saud que aún conservaban algún poder, Faisal y su equipo se encargaron de que el díscolo Talal y sus príncipes libres continuaran en el exilio y no supusieran ninguna amenaza. Su propuesta de convertir Arabia Saudí en una monarquía constitucional no tenía partidarios entre los miembros más destacados de la dinastía, y los príncipes libres no contaban con una base social nativa que compartiera sus reivindicaciones, de modo que su movimiento se fue desinflando. Faisal, de hecho, concentró aún más poderes en la figura del monarca, eliminando cargos y duplicidades que podían amenazar su dominio del Estado saudí.

Desarrollo y modernización

Uno de los primeros objetivos de Faisal, sus hermanos mayores y sus asesores fue arreglar las maltrechas finanzas saudíes. Para ello, eliminaron gastos fastuosos innecesarios y elaboraron el primero de una serie de planes quinquenales. Los Saud eran anti-comunistas, eso seguro, pero eso no significa que no creyeran en la economía planificada. Los planes dieron sus frutos: el PIB de Arabia Saudí se multiplicó por 15 entre 1964 y 1975. Factores como el aumento de los precios del petróleo a raíz de la crisis de 1973 ayudan a explicar este desarrollo espectacular (en 1975 el petróleo suponía tres cuartos de los ingresos estatales), pero no hay que negar la gestión por parte de Faisal y los suyos.

Los planes de desarrollo seguían el modelo de modernización en boga en los años 60 y 70. El Estado saudí financió la construcción de infraestructuras (carreteras y otras conexiones de transporte, alumbrado, agua corriente), a la vez que desarrollaba un sistema de educación pública gratuita. El gran problema de Arabia Saudí en los años 50 y 60 es que había tenido que importar mano de obra cualificada de otros países árabes para la industria petrolera y la creciente burocracia. Esto planteaba problemas sociales ademas de económicos, pues los inmigrantes traían consigo nuevas costumbres e ideas peligrosas y revolucionarias.

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Proximidades de la Meca, década de 1970. Fuente: Aramcoexpats

El gobierno de Faisal estableció numerosas escuelas públicas y varias universidades técnicas y religiosas, e incluso promovió la educación femenina. Esto último preocupó seriamente al clero, al que se tranquilizó otorgándole el control sobre las escuelas para chicas. En general, Faisal consiguió reducir paulatinamente la dependencia de la mano de obra extranjera, proporcionando empleos cualificados a muchos de sus súbditos, que además no pagaban impuestos.

Arabia Saudí, al fin y al cabo, es uno de los ejemplos clásicos de Estado rentista, y el modelo se consolidó durante el reinado de Faisal. El desarrollo económico, especialmente, posibilitó la expansión del Estado y la creación de una burocracia sólida, superandose así los modelos rudimentarios e informales implantados por Ibn Saud. Cada vez más súbditos estaban a sueldo del Estado como funcionarios o soldados a la vez que más servicios públicos estaban al alcance de los saudíes.

Los monarcas saudíes siempre habían sido vistos como proveedores y redistribuidores de riqueza. En la cuarta entrega explicaba cómo antes del descubrimiento del petróleo Ibn Saud mostraba su poder organizando banquetes para sus súbditos y concediéndoles regalos. Durante el reinado de Faisal, esta generosidad real se traducía en sanidad y educación públicas y de calidad, vivienda pública, parques y jardines, becas para estudiar en Estados Unidos y un sinfín de «obsequios». La sociedad de consumo se implantó poco a poco entre los saudíes, no sin reservas de los círculos más conservadores.

Si los súbditos de a pie disfrutaban de nuevos servicios, las ramas colaterales de los Saud y las élites tribales de la periferia del Estado no se quedaron atrás. Cada príncipe saudí se rodeó de un círculo particular de cortesanos pelotas (líderes tribales en decadencia, primos sin poder y sin sueldo estatal) a los que llevaban de viaje por Europa y daban donativos regulares. Los miembros menores de la familia Saud, que no necesitaban la limosna de algún príncipe más importante pero que no esperaban ocupar ningún cargo político, se dedicaron al mundo de los negocios aprovechando sus lazos familiares para obtener suculentos contratos públicos y acuerdos comerciales ventajosos.

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Sello conmemorativo de la inauguración de la primera desaladora en 1971 (1391 de la era islámica). Me encantan los sellos como fuente histórica, pues muestran la «ideología oficial» que el Estado trata de transmitir.

Arabia Saudí, en fin, entraba en el mundo desarrollado y consumista. Esto, sin embargo, generó grandes tensiones. Hace tiempo que no hablamos de ellos, pero no viene mal recordar que el reino saudí era el fruto de un acuerdo entre la familia Saud y el estamento clerical wahabí. Y los wahabíes, recordemos, no eran muy amigos de las innovaciones.

Religión y Estado durante el reinado de Faisal

En 1965, una multitud enfurecía chocaba con las fuerzas de seguridad saudíes en Riad. El líder de la protesta, un sobrino lejano del rey llamado Jalid bin Musaid, era abatido por la policía. El motivo de los disturbios, por llamativo que parezca, era la inauguración de la primera cadena de televisión en Arabia Saudí.

Buena parte de los saudíes no veían con buenos ojos las nuevas tecnologías. En su libro, Ángeles Espinosa cuenta como una simple bicicleta era calificada como «el caballo del diablo» a mediados de siglo XX. La doctrina wahabí era una de las causas de esta reticencia al progreso tecnológico .Para continuar con sus planes de desarrollo, Faisal necesitaba tranquilizar a los hombres de religión e incorporarles a la estructura del Estado saudí, a la vez que debía marginar y silenciar a los clérigos intransigentes que no estaban dispuestos a cooperar.

¿Os acordáis de los mutawain? Hablé de ellos en la tercera entrega. Los mutawain eran clérigos no profesionales que se encargaban de difundir la doctrina wahabí y pegar con un palo a los que no la respetasen, y fueron un factor fundamental en la consolidación del reino de Ibn Saud. Desde entonces, habían disfrutado de privilegios y ejercían como policía religiosa. Faisal dió un paso más en el desarrollo de los lazos entre el Estado y el estamento religioso. Escogió a los más «educados» de entre ellos y los puso al frente de las recién creadas universidades religiosas, a expensas de los ulema más consolidados de regiones como Hiyaz. Los ulema hiyazíes pertenecen por lo general a la escuela malikí, mientras que los Saud siguen la doctrina wahabí, que a su vez pertenece a la escuela hanbalí. Si todo esto os suena a chino, quedaos con que los Saud fomentaron su propia visión del islam suní por encima de la que es tradicional en otras regiones del país.

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El rey Faisal rezando. Getty Images.

La doctrina wahabí, que hasta entonces había sido transmitida informalmente en las madrasas cercanas a la mezquita, se desplazó a las recien establecidas universidades religiosas, donde adquirió una estructura formal y estandarizada. Muchos mutawain se convirtieron así en ulema propiamente dichos.  Mientras tanto, el número de mutawain encargados de velar por la moral pública aumentaba. Como he mencionado arriba, el clero wahabí se hacía además con el control de la recién establecida educación femenina, lo que aumentaba aún más su influencia en la sociedad saudí. Los clérigos que rechazaban realizar concesiones al desarrollismo de Faisal eran excluidos del funcionariado y de las escuelas y universidades religiosas.

Estado y wahabismo, una vez más, se fundían en una provechosa alianza. Salvo en asuntos puntuales, el clero saudí apoyó y sancionó religiosamentecasi todas las decisiones del monarca.

La diplomacia de Faisal: Arabia Saudí se convierte en potencia regional

En el plano diplomático, el reinado de Faisal puede considerase un éxito. La política errática de Saud fue sustituida por una estrategia planificada a la vez que oportunista que consiguió convertir a Arabia Saudí en la principal potencia árabe.

Las principales amenazas exteriores para los Saud eran las nuevas ideologías del baazismo y el nacionalismo árabe. Para contrarrestarlas y obtener apoyo frente a las repúblicas árabes, Faisal adoptó una retórica panislamista que hizo las delicias del clero saudí a la vez que proyectaba a Arabia Saudí más allá del mundo árabe, estrechando sus relaciones con países como Pakistán o Irán. La Liga Mundial Islámica (1962) y la Organización para la Cooperación Islámica (1969) surgieron gracias a la iniciativa de Faisal, que las dio sede y financiación. Los saudíes también comenzaron a financiar la construcción de mezquitas y madrasas a lo largo del globo, y gracias a su generosidad, consiguieron que su rol de «Guardianes de los Santos Lugares» adquiriese un carácter político.

Faisal subió al trono durante la intervención saudí en Yemen, en lo que era una suerte de guerra fría entre Egipto y Arabia Saudí. Comenté el asunto al final de la entrega anterior. En 1965, Nasser y Faisal llegaron a un acuerdo por el cual Egipto retiraría sus tropas al final del año siguiente y Arabia Saudí dejaría de apoyar a los realistas. Nasser tenía objetivos más ambiciosos en Palestina y le venía bien liberar algunas de sus tropas.

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Faisal, Gadafi, Iryani (presidente de Yemen) y Nasser. BBC

La guerra de los Seis Días de 1967, un ataque preventivo del ejército israelí contra sus vecinos, fue un tremendo desastre para los nacionalistas árabes liderados por Nasser. En menos de una semana, Egipto perdió el control de Gaza y el Sinaí, Siria los altos del Golán, y Jordania se quedó sin Jerusalén y Cisjordania. Libia, Kuwait y Arabia Saudí (productores de petróleo) anunciaron que ayudarían económicamente a los países de la «línea de frente». Con Nasser neutralizado por su incapacidad para defender su país, Faisal tenía vía libre para seguir con su proyecto de convertir a Arabia Saudí en potencia regional a golpe de talonario. Cuando Nasser fue sustituido por Sadat en 1972, Egipto, necesitado de ayuda financiera, pasó a entrar en la esfera de influencia saudí.

Gracias al apoyo económico saudí los egipcios restauraron su maltrecho ejército y en 1973 sorprendieron a los israelíes en la guerra de Yom Kipur. Sadat tenía el apoyo logístico y moral de Faisal, que había suscrito los tres principios acordados por los mandatarios árabes en 1967: no al reconocimiento del estado de Israel, ni a las negociaciones con ellos, ni a la paz. Sin embargo, su apoyo a los palestinos y la OLP no estaba justificado desde un punto de vista nacionalista árabe, sino religioso, dada la importancia de Jerusalén como lugar sagrado islámico. Los saudíes consiguieron que otros estados musulmanes apoyasen la campaña contra Israel, y además financiaron a la OLP y a sus campos de entrenamiento en varios países árabes.

Arabia Saudí y otros países árabes productores de petróleo acordaron subir los precios del crudo en 1973 como consecuencia del apoyo a Israel por parte de los EEUU y Europa. Esto causó una crisis económica mundial sin precedentes, a la vez que aumentaba enormemente los ingresos de los saudíes. Faisal se convertía en el líder simbólico de la nación árabe, un monarca capaz de desafiar a los americanos. No obstante, la historiadora Madawi al-Rasheed afirma que Arabia Saudí no quería recurrir al embargo y solo se unió a él cuando no podía rechazarlo por miedo a perder su recién obtenido liderazgo en el mundo árabe.

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Faisal en la portada de Time, Noviembre de 1973.

Faisal estaba entre la espada y la pared. Por un lado, debía hacer honor a su condición de nuevo líder de los árabes y mantener el pulso a los americanos y los israelíes, tal y como demandaban los líderes nacionalistas árabes de sus países vecinos (Siria, Iraq, Yemen). Por otro, necesitaba no alienar demasiado a los americanos, de quienes dependía para la explotación y exportación de petróleo y para su protección militar frente a los regímenes panarabistas. Al final, Faisal logró sus objetivos forzando a la OPEC a mantener una política de precios moderados y aumentando la producción de crudo a los pocos meses de ser iniciado el embargo, lo que fue premiado cpn una serie de acuerdos para la formación del ejército saudí y la adquisición de armamento pesado americano.

En julio de 1968 los baazistas iraquíes se hacían con el control del gobierno de su país con un golpe de Estado. Bagdad sustituía a El Cairo como capital simbólica del nacionalismo árabe, y allí se daban cita los escasos disidentes y opositores izquierdistas saudíes, así como algunos círculos chiíes. Esta oposición era muy reducida y apenas tenía influencia, aunque se mantuvo activa durante un tiempo y consiguió publicar revistas y panfletos en los que se criticaba a la monarquía.

El asesinato del rey Faisal

Todo parecía atado y bien atado en Arabia Saudí. La familia real estaba en orden, la población parecía contenta con la bonanza económica, la ausencia de impuestos y los servicios públicos de calidad. Egipto, el gran rival ideológico y militar de los saudíes había fracasado en su guerra contra Israel y se había convertido en un satélite de los saudíes. Faisal gozaba de prestigio internacional y el reino saudí se consolidaba como referente en el mundo islámico. Y, sin embargo, Faisal murió asesinado.

El regicida, sin embargo, no era un opositor izquierdista o un espía internacional. Como suele suceder en Arabia Saudí, se trataba de un asunto doméstico de la familia Saud. He mencionado antes la manifestación contra la televisión pública en 1965 en la su líder, un joven príncipe llamado Jálid ibn Musaid, había muerto a manos de la policía. Diez años después, el hermano de este Jálid, que también se llamaba Faisal, decidió asesinar al monarca durante una de las tradicionales reuniones en las que el rey recibía a dignatarios extranjeros y miembros de su familia.

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Meme conspiranoico en el que se afirma que Faisal fue ejecutado por la CIA a causa de la crisis del petróleo.

¿Los motivos? Hay quien dice que fue una venganza por la muerte de su hermano; otros afirman que la venganza era por la deposición del rey Saud, ya que el joven Faisal se iba a casar con la hija del antiguo rey; otras versiones dicen que fue un asunto de drogas o incluso un complot de la CIA. Lo único cierto es que el rey Faisal estaba muerto y el 25 de marzo de 1975 su hermano Jálid ibn Abdulaziz se convertía en el nuevo sultán de Arabia Saudí.

Jálid reinaría hasta 1982, y su mandato coincidiría con la revolución iraní. Hablaremos de ello en la siguiente entrega.

Arabia Saudí VI: el breve reinado de Saud (1953-1964)

Historia de Arabia Saudí
1 –
Geografía y primer emirato saudí (1744-1818)
2 – El siglo XIX (1818-1919)
3 – Conquista y dominio (1919-1926)
4 – El reino antes del petróleo (1926-1938)
5 – Petróleo con sabor americano (1938-1953)
6 – El breve reinado de Saud (1953-1964)
7 – El despotismo ilustrado de Faisal (1964-1975)

 

Introducción

Noviembre de 1953. Abdelaziz Ibn Saud, conquistador y pacificador de los territorios que hoy día forman Arabia Saudí, acaba de morir. El reino es más próspero que nunca gracias a las riquezas del petróleo, aunque también más vulnerable. Las rivalidades familiares y la incertidumbre del momento histórico, en el que se sucedían los golpes que derrocaban a las monarquías vecinas, hicieron que los primeros años tras la muerte de Ibn Saud fueran turbulentos.

La primera década tras la muerte del gran patriarca sería un periodo de lucha interna entre los dos hijos mayores de Ibn saud, Faisal y Saud, pero también una etapa en la que el estado saudí tendría que hacer frente a las amenazas ideológicas que llegaban desde el exterior. El momento histórico, sin duda, era emocionante para los árabes. El partido Baaz era fundado en Siria y se expandía por otros países árabes, llegando a ser una fuerza significativa en algunos parlamentos. En Egipto, Nasser se hacía con el control y plantaba cara a las antiguas potencias coloniales con la nacionalización del canal de Suez. La Nakba palestina hacía emerger un sentimiento de solidaridad y de impotencia entre los árabes. Demasiados desafíos externos para un reino que se enfrentaba a su primera sucesión.

Saud el olvidado (1953-1964)

El heredero al trono, como contaba en la entrega anterior, era el príncipe Saud, que fue coronado a los pocos días de la muerte de su padre, mientras que Faisal era proclamado heredero al trono. Faisal estaba mucho más versado en las labores de gobierno que su hermano, y pronto el nuevo rey y su heredero comenzaron a mostrar sus diferencias. Saud sería depuesto por su propia familia en 1964, un acontecimiento insólito en la historia reciente del reino. ¿Cómo se llegó a esa situación?

El primer motivo fueron los problemas económicos. A pesar de que los ingresos por el petróleo no dejaban de aumentar, Saud disparó el flujo de gasto sin ningún tipo de control, y las deudas que había heredado de su padre se multiplicaron. Aunque el nuevo rey canceló los pocos proyectos de obras públicas que había comenzado, no disminuyó el gasto destinado a los demás príncipes de su familia, y los lujos de la enorme familia Saud consumieron las finanzas del estado.

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Fuga en un oleoducto en 1958. Aramcoexpats.

Si anteriormente la familia estaba sujeta a la magnanimidad del patriarca Ibn Saud, que concedía regalos y prebendas a su voluntad, Saud fijó un sueldo anual muy generoso para los improductivos miembros de la familia (32.000$ al año).

En 1958, la deuda saudí alcanzaba los 480 millones de dólares, y los bancos internacionales, así como ARAMCO, el consorcio petrolero que operaba en el país, se negaron a conceder más créditos. El valor del rial se devaluó a la mitad de su precio anterior.

El colapso económico, no obstante, no explica la caída de Saud. El principal motivo de su abdicación forzosa se debió a la lucha que mantuvo con su hermano Faisal por el poder. La historiografía saudí ha presentado el enfrentamiento como el choque entre dos formas de entender el gobierno: una, la de Saud, tribal , medieval y despótica; y la otra, la de Faisal, modernizadora, eficiente y cabal. Sin embargo, las cosas distan de ser tan idealistas. En la práctica, el enfrentamiento tuvo que ver con las ramas de la familia que controlaban los órganos de gobierno.

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Saud en 1952. Wikimedia

Como contaba en la entrega anterior, Abdelaziz Ibn Saud se retiró del gobierno durante sus últimos años, dividiendo las responsabilidades entre Saud y Faisal. Ibn Saud había creado una serie de instituciones de gobierno y ministerios para facilitar su gobierno. Aún así, estaba claro que el poder absoluto estaba en sus manos, pues al fin y al cabo él había sido el conquistador y arquitecto del reino. El problema estuvo, tras su muerte, en el papel que estas nuevas instituciones tendrían en el nuevo gobierno. La última instución que fue creada por Ibn Saud, un mes antes de su muerte, fue el Consejo de Ministros.

Este consejo fue pensado como rama ejecutiva del gobierno. Podía aprobar decretos, pero sus decisiones precisaban de la aprobación del rey. El primer ministro, director del consejo, ejercería como líder del ejecutivo. Y aquí es donde comenzaron los problemas. Faisal, que era ministro de asuntos exteriores, fue designado como primer Primer Ministro (valga la redundancia) del reinado de Saud. Saud, que desconfiaba de su hermano, decidió liquidar el puesto y ejercer él mismo como primer ministro de facto, pues para algo era el rey.

Además, Saud decidió situar a sus hijos y descendientes en los altos cargos de la burocracia en expansión: Los nuevos ministerios de Educación, Comunicación y Agua y Agricultura fueron establecidos durante el primer año de reinado de Saud. El rey decidió además situar a los suyos en los puestos estratégicos. En 1957, Saud nombró a su hijo Fahd ministro de Defensa, y colocó a sus vástagos Sa’ad, Musa’id y Jalid al frente de la Guardia Especial, la Guardia Real y la Guardia Nacional, respectivamente.

Aparte de sus hijos, Saud colocó a personas de su confianza, no ligadas a la familia real, o pertenecientes a ramas menores y colaterales de la descendencia de su padre, a la cabeza de la mayoría de ministerios. Esto enfadó muchísimo a sus hermanos de mayor edad, especialmente a Faisal, que veía como Saud repetía las tácticas con las que su padre se encargó de marginar a sus hermanos a principios de siglo. Uno de los medio-hermanos menores que Saud colocó en el gobierno, Talal, daría mucho que hablar años más tarde.

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Talal. Wikimedia

Los miembros de la familia Saud y sus clientes se acabaron dividiendo en tres bandos informales. En primer lugar, los partidarios del rey Saud, especialmente sus hijos y descendientes directos. En segundo lugar, Faisal, sus tíos, y algunos de sus hermanos, que posteriormente serían llamados los Siete Sudairis. Por último, Talal y sus príncipes libres. ¿Cómo? ¿Príncipes libres?

Así es. Mientras en otros países árabes, las monarquías caían y los regímenes se transformaban gracias a la sociedad civil y grupos de «oficiales libres» (como el de Nasser en Eigpto), en Arabia Saudí este papel lo intentaron desempeñar los hijos menores de Ibn Saud, que reclamaban «reformas» y un gobierno más plural.

Talal había sido parte del gobierno hasta 1961, cuando fue cesado por su ambición y sus roces con Saud y Faisal. Ese año se exilió en Beirut, y allí formó su grupo de oposición, al-umara’ al-ahrar, los príncipes libres, que fue seguido de cerca por la prensa egipcia y libanesa. Entre otras cosas, los príncipes reclamaban una monarquía constitucional y más derechos y libertades, todo ello revestido de retórica inspirada en el panarabismo y el nasserismo.

La sociedad saudí no era especialmente activa en cuestiones políticas, salvo unos pocos afortunados que habían podido estudiar en el extranjero. Los trabajadores de la industria petrolera, gracias a la influencia de los inmigrantes de otros países árabes, fueron capaces de organizar varias huelgas exitosas para reivindicar mejores condiciones laborales. Más allá de eso, la política era un asunto familiar y dinástico, y solamente los Saud y sus protegidos se interesaban por el tema.

El rey Saud, no obstante, desconfiaba del ejército y de sus hermanos y se temía un golpe de Estado. Hay varias anécdotas graciosas al respecto, que incluyen al rey escondiéndose tras haber entendido mal a sus sirvientes. El temido golpe acabó llegando de la forma más inesperada. En 1964, cuando Saud estaba en el extranjero recibiendo tratamiento médico, Faisal formó un nuevo gobierno que excluía a los hijos de Saud e incluía a Fahd, Sultan y otros de los mencionados «Siete Sudairis». Prometieron una serie de reformas básicas, así como la abolición de la esclavitud y la redacción de unas leyes básicas.

A la vuelta, el rey rechazó las medidas y amenazó con movilizar a la Guardia Real contra Faisal. Faisal respondió convocando a la Guardia Nacional. Finalmente los ulema y los miembros de la familia más ancianos intervinieron y forzaron un compromiso. Saud se iría al exilio en Grecia, donde moriría 5 años más tarde, y Faisal se convertiría en nuevo rey. Un golpe intrafamiliar y sin sangre.

Diplomacia saudí en la era de la independencia

Otro de los grandes problemas de Saud fue su diplomacia errática. Su reinado (1953-1964) coincidió con un periodo muy interesante en la política de los demás países árabes. Podéis encontrar un poco más de contexto en este artículo.  Dos tendencias destacan en esta década. En primer lugar, la sustitución de las monarquías liberales resultantes de la descolonización por repúblicas de corte socialista, a menudo gobernadas por los militares (Egipto en 1952 era el caso más reciente). En segundo lugar, la lucha entre EEUU y la URSS por la influencia en la región.

monarquias republicas 1950

monarquias republicas 2016Monarquías en 1950 y monarquías en la actualidad. Hay un error, y es que Siria ya era una república en 1950.

Sin embargo, los principales enemigos de los saudíes seguían siendo los hachemitas, que gobernaban en Jordania e Iraq (para más información, véanse Arabia Saudí II, III, y La colonozación de Oriente Medio). Saud intentó apaciguar a Nasser, que había tomado el poder en Egipto, a la vez que firmaba con él un tratado de defensa mutua en 1955, pensado para contrastar la creciente influencia de los hachemitas y el Pacto de Bagdad.

Siguiendo el ejemplo del líder egipcio, Saud intentó adoptar la retórica del nacionalismo árabe y buscó acuerdos con los países de la órbita soviética. También intentó eliminar algunos de los monopolios de los que la empresa ARAMCO disfrutaba en su país, como los derechos sobre el transporte del crudo, algo que no sentó muy bien en la empresa y en EEUU.

Saud apoyó a Nasser cuando decidió nacional izar el Canal de Suez, y cortó las relaciones diplomáticas con Gran Bretaña. Las cosas ya se habían puesto tensas entre el reino saudí y el decadente Imperio británico en los últimos años de Ibn Saud, ya que Arabia Saudí había intervenido en las disputas internas de varios emiratos del Golfo (Omán, Abu Dhabi) que estaban bajo la protección británica.

CENTO
El Pacto de Bagdad

No obstante, la relación entre Nasser y Saud no llegó a cuajar. El presidente egipcio visitó Arabia Saudí en 1956, disfrutando de una cálida recepción popular. Esto preocupó mucho a la familia Saud, que no deseaban un levantamiento popular anti-monárquico. Además, Nasser estaba en pleno enfrentamiento contra los Hermanos Musulmanes, un grupo que contaba con las simpatías de los saudíes. Nasser propuso la unión de Egipto, Siria y Arabia Saudí en un único estado, algo que tampoco hizo mucha gracia a los Saud, que veían el país como su propiedad y su cortijo privado.

Cuando Egipto y Siria se unieron en 1958, Saud decidió conspirar para asesinar a Nasser. La trama fue descubierta por la prensa libanesa, llenando a la familia saudí de vergüenza. Faisal y sus hermanos mayores se enfadaron con el rey, al que acusaban de una diplomacia inconsistente y de minar la reputación del reino. Probablemente las semillas de la abdicación forzosa de Saud se sembraron aquí. El año anterior, Saud había visitado al rey hachemita de Iraq, el antaño archienemigo de su familia, para intentar forjar una alianza contra Nasser. El entendimiento no duró mucho, ya que en julio del 1958 el rey de Iraq fue depuesto por los militares, apoyados por el partido Baath y los nasseristas.

Esta Guerra Fría entre Saud y Naser se desplazó entonces a Yemen, donde en 1962 Abdulá al Salal, un oficial apoyado por los egipcios, depuso al monarca yemení e instauró una república, la primera república en la península arábiga, y una amenaza vital para la supervivencia del reino saudí. Se inició así un conflicto entre Egipto y Arabia Saudí con Yemen como campo de batalla. Saud apoyó a los realistas, mientras que Nasser aportó tropas y financiación a los partidarios del nuevo presidente . Cuando Saud fue depuesto, el conflicto civil en Yemen no había terminado. Arabia Saudí interviniendo en Yemen… nos suena terriblemente actual, ¿verdad?

Esta intervención fue apoyada por los EEUU, gracias especialmente a la mediación del futuro rey, Faisal. EEUU acordó establecer un sistema de defensa aérea en la fontera con Yemen y realizó maniobras conjuntas con los saudíes, así como ejercicios de intimidación contra los egipcios. La cosa no llegó a más, pues Kennedy no quería tensar las relaciones con Egipto, y además entendía que su responsabilidad se limitaba a proteger los yacimientos petrolíferos y el suministro de crudo.

EEUU y Arabia Saudí no se entendieron bien durante la primera mitad de los 60. Faisal, que se encargaba de los asuntos exteriores, trató de mejorar las relaciones con Gran Bretaña a raíz del conflicto en Yemen. Sin embargo, los británicos no disponían de los medios ni de la sganas para apoyar la campaña saudí en Yemen. Además, Faisal entendió bien que en el nuevo mundo bipolar los británicos jugaban un papel secundario. El futuro pertenecía a EEUU y la URSS, y dado que los saudíes eran fervientemente anti-comunistas (al fin y al cabo, la suya era una monarquía despótica apoyada en la religión), decidieron que su supervivencia pasaba por llevarse bien con los americanos, que además tenían importantes intereses económicos en el país.

Saud no solo había llevado acabo una política interna errática y económicamente desastrosa, sino que sus esfuerzos diplomáticos fueron en vano y a menudo contraproducentes.

Durante el reinado de Faisal, Arabia Saudí abandonó su posición marginal en la región y se consolidó como potencia. Lo veremos en la siguiente entrega.

Arabia Saudí V: Petróleo con sabor americano (1938-1953)

En la entrega anterior vimos como Ibn Saud pacificó a los Ijwan, aseguró su sucesión y organizó un rudimentario estado. Hoy hablaremos de lo que pasó desde que el petróleo fue descubierto en 1938 hasta su muerte. La prosperidad aumentó el poder de los Saud, pero hizo surgir nuevos problemas sociales. Al mismo tiempo, Ibn Saud cerró una alianza con los EEUU que dura hasta hoy.

Historia de Arabia Saudí
1Geografía y primer emirato saudí (1744-1818)
2 – El siglo XIX (1818-1919)
3 – Conquista y dominio (1919-1926)
4 – El reino antes del petróleo (1926-1938)
5 – Petróleo con sabor americano (1938-1953)
6 – El breve reinado de Saud (1953-1964)
7 – El despotismo ilustrado de Faisal (1964-1975)


La llegada del petróleo

Un año después de proclamar oficialmente el reino de Arabia Saudí, Ibn Saud tenía una deuda de más de 300,000 libras esterlinas de la época, según cuenta la historiadora Al Rasheed. Como decía en la entrega anterior, hasta entonces la mayor fuente de ingresos eran las caravanas de peregrinos hacia La Meca. La crisis global de 1929, no obstante, había hecho descender dramáticamente el número de peregrinos, con fatídicas repercusiones para el tesoro Saudí, que no rebajó el nivel de gastos.

Por este motivo, en 1933 el monarca firmó un acuerdo con la Standard Oil de California (SOCAL) para realizar prospecciones petrolíferas en su territorio. El oro negro había sido descubierto en el vecino emirato de Bahrein, y podía resultar una fuente de ingresos estable y segura. La Anglo-Persian Oil Company (posteriormente BP), que tenía prácticamente el monopolio de la explotación en el cercano Irán, ofrecía condiciones mucho menos competitivas. Para cubrirse las espaldas teológicamente, Ibn Saud recurrió a la sura 109 del Corán:

Di: ¡oh infieles!
No adoraré lo que vosotros adoráis
Vosotros no adoráis lo que yo adoro
Yo no adoro lo que vosotros adoráis
Vosotros no adoráis lo que yo adoro
Vosotros tenéis vuestra religión y yo tengo la mía

Y es que en los siguientes años, con la presencia de ingenieros, trabajadores y empresarios americanos, británicos y holandeses, se iba a multiplicar el número de infieles occidentales en el reino, que hasta entonces solo habían sido unos pocos consejeros británicos. Philby, uno de estos consejeros que se había convertido al islam, actuó como representante saudí ante los americanos. Ibn Saud le debía dinero al propio Philby, que obtuvo el mejor acuerdo posible para el rey saudí además de una sustanciosa comisión. El arabista británico perjudicó los intereses de su imperio permitiendo la entrada de capital e influencia estadounidenses, pero de todos es sabido que el dinero no tiene patria.

Durante cinco años se realizaron labores de prospección por los distintos territorios del reino, hasta que en 1938 empezó a fluir oro negro de la tierra cerca de Dammam. En mayo de 1939 partió el primer petrolero hacia Estados Unidos. La producción diaria superaba los 1.500 barriles de petróleo, mucho más de lo que producían los pozos en suelo americano. Antes de eso, Ibn Saud ya había gastado los pagos iniciales para saldar sus deudas y construir lujosos palacios para su familia y los invitados.

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Soldado saudí en los años 40. Fuente, Aramco expats

En 1944 se formó ARAMCO, la Arabian American Oil Company, como subsidiaria de la SOCAL. La producción, sin embargo, no despegó hasta el fin de la Segunda Guerra Mundial, cuando se reestableció plenamente el comercio mundial. En 1943 Roosevelt declaró que Arabia Saudí era “vital para la defensa de los Estados Unidos”, y el reino saudí se pudo beneficiar de generosos préstamos, a la vez que declaraba la guerra al Eje. ARAMCO, además de extraer el petróleo, se convirtió en la empresa constructora y proveedora de servicios públicos para el reino. Una especie de enorme subcontrata que construía carreteras, hospitales, tuberías y demás infraestructuras.

Riad se convirtió en el epicentro del sector de la construcción, aumentando su población de (aproximadamente) 45.000 personas en 1940 a 80.000 en 1950. Números modestos todavía en comparación con los estándares actuales, pero brutales si tenemos en cuenta que medio siglo atrás Riad era poco menos que un pueblo. La ciudad no solo crecía en tamaño sino también en infraestructuras. Comenzaron a instalarse bombas de agua que llevaban el agua corriente de los pozos subterráneos a fuentes y viviendas particulares. Aumentaba el número de coches (que pertenecían casi exclusivamente al clan de los Saud) y aviones en las fuerzas aéreas, y en 1951 se finalizó la primera línea de ferrocarril del reino (aparte del proyecto Estambul- La Meca que fue destruido en la primera Guerra Mundial).

Transformaciones sociales

La llegada de la industria petrolífera alteró para siempre la estructura social de Arabia Saudí. Esto no se debía a una influencia benigna de los trabajadores occidentales de ARAMCO, ni mucho menos. Los estadounidenses, un tercio de los 20.000 empleados de la compañía, vivían en una comunidad privada rodeada de alambre de espino y dotada de todo tipo de servicios, una especie de ciudad americana en medio del desierto saudí, similar a los campamentos militares del ejército estadounidense a lo largo del globo. Apenas se mezclaban o integraban con la población local, por xenofobia y en parte por exigencias de Ibn Saud, que invocaba la sura de los infieles. Esta tendencia continúa en la actualidad, como describe Ángeles Espinosa en su libro.

Sin embargo, ARAMCO precisaba también de mano de obra nativa no cualificada, y comenzó a reclutar trabajadores saudíes para sus cuatro pozos petrolíferos y sus proyectos de infraestructuras. La mayoría de estos trabajadores, en torno a dos tercios, provenían de la región chií de Hasa, donde se situaba la mayor parte de la industria petrolera, aunque también había población sedentaria del Najd y algunos beduinos del desierto. Casi todos provenían de familias rurales empobrecidas, atraídos por la promesa de pago en metálico (una práctica poco común por aquel entonces).

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Trabajador saudí de ARAMCO en los años 40. Fuente: Aramcoexpats

Los trabajadores saudíes vivían en barracas sin ningún tipo de servicio público, y la experiencia compartida hizo que por primera vez comenzaran a desarrollar una identidad saudí, por encima de las distinciones de tribu y aldea. El número de trabajadores saudíes de ARAMCO no superaba los 13.500 de una población total de 2,5 millones, pero su influencia se extendería a toda la sociedad. También había una pequeña comunidad de trabajadores provenientes de países árabes y africanos que difundieron entre los obreros saudíes nuevas noticias e ideas.

Algunos de aquellos trabajadores libaneses o palestinos trajeron consigo radios que se escuchaban en común. Estas radios hablaban de eventos desconocidos para los saudíes, que empezaron a entender el momento histórico global que estaban viviendo. La preocupación por la situación de Palestina, el pan-arabismo, el nasserismo y las ideas comunistas y socialistas entraron así en Arabi Saudí, que por primera vez se convertía en un país receptor de inmigrantes. Los trabajadores de ARAMCO se organizaron para exigir mejoras en su salario y en sus condiciones de trabajo, organizando huelgas y disturbios.

Si bien Ibn Saud no llegaría a presenciar la influencia de estos cambios, sus sucesores sí que lo harían. Los problemas del reino dejaban de ser tribales y tradicionales, y comenzaban a estar relacionados con las desigualdades económicas y la situación general del mundo árabe. Si los principales desafíos de Ibn Saud habían sido los típicos a los que se enfrentaban los emires de la Arabia pre-moderna (la conquista, pacificación, e integración de las distintas tribus), sus sucesores tendrían que hacer frente a problemas sociales, a huelgas, disturbios políticos, agitación comunista y pan-árabe…

El amigo americano

Ibn Saud había conseguido unificar y pacificar los territorios que hoy conforman Arabia Saudí. En 1930 se había anexionado la región de Asir, aunque había permitido la continuidad de los gobernantes locales, los Idrisi. Éstos, en connivencia con algunas familias notables del Hiyaz descontentas con el dominio de Ibn Saud, se rebelaron en 1932. La rebelión fue abortada rápidamente, aunque el Imam de Yemen intervino para ayudar a los Idrisi. Ibn Saud pidió armas y apoyo a los británicos, pero estos se desentendieron, pues percibían el conflicto como una disputa fronteriza que no afectaba a sus intereses. Arabia Saudí y Yemen hicieron las paces rápidamente, ya que carecían de los fondos y el armamento para llevar a cabo una guerra de desgaste. Al Rasheed especula que esta fue una de las razones por las que Ibn Saud decidió firmar la concesión petrolífera con los estadounidenses en vez de con los británicos: se sentía decepcionado por la falta de apoyo a sus conflictos bélicos. Además, los británicos eran el principal sostén de los reinos hachemitas de Iraq y Transjordania. Los hachemitas, recordemos, eran la familia que había regido tradicionalmente sobre el Hiyaz, y ahora ocupaban el trono de dos ex-mandatos británicos.

1Ibn Saud y Roosevelt, 1945. Rob L. Wagner

El gobierno de Estados Unidos, por el contrario, parecía lo suficientemente lejano como para tener intereses imperiales en el área. Además, como dije antes, durante la segunda Guerra Mundial habían concedido ventajas (dinero y armas) al entender que el suministro de petróleo era vital para su defensa. En 1945, Ibn Saud y el presidente Roosevelt se reunieron en un crucero cerca de Suez. Acordaron que los americanos construirían una base aérea en el reino, y que sus barcos podrían usar los puertos saudíes. A cambio, Ibn Saud confirmaba el acuerdo con ARAMCO y daba permiso para construir un oleoducto entre la región petrolera de Hasa y el Mediterráneo. Ibn Saud encontró así un poderoso aliado internacional, y los EEUU consiguieron nuevas bases aéreas, rutas marítimas y petróleo a buen precio.

El principal damnificado era el Imperio Británico, que veía como Arabia Saudí escapaba de su esfera de influencia. Por primera vez, EEUU sustituía a Gran Bretaña como aliado de un país remoto. Además, EEUU obtenía su primer socio en Oriente Medio. Los británicos, por su parte, entraban en un periodo de retroceso que culminaría con su abandono de la India en 1947. Se iniciaba así una relación muy fructífera para Estados Unidos y Arabia Saudí que ya mencioné en Independencia y Guerra Fría. Petróleo a buen precio a cambio de protección y la no interferencia en política interna.

Los últimos años de Ibn Saud

Ibn Saud murió en 1953. Sus últimos años los pasó en calma y tranquilidad, rodeado de lujos y de sus seres queridos. Sus dos hijos mayores, de los que hablamos en la entrega anterior, el príncipe heredero Saud, y Faisal, llevaban ya unos años haciéndose cargo de las regiones de Najd y Hiyaz. El imperio de ARAMCO, mientras tanto, crecía y prosperaba en Hasa.  Satisfecho con sus logros, Ibn Saud se fue retirando poco a poco de la vida pública y centrándose en educar a sus últimos hijos, los nacidos en los años 30 y 40, que no eran fruto de uniones políticas sino de las concubinas favoritas del harem del rey saudí. Una de estas concubinas era la armenia Munaiyir, que las fuentes británicas y americanas describen como la favorita del monarca por su inteligencia y belleza. Con ella tuvo un hijo, Talal, que se convirtió en uno de los más queridos de Ibn Saud. A pesar de ser su vigésimo hijo, el rey promovió su carrera a costa de sus otros hermanos, lo que le hizo ser objeto de celos y envidia. Talal, que fue llamado “el príncipe rojo”,  se convertiría después en un personaje de importancia, el díscolo líder de los “Príncipes libres” que durante los 60 criticaron al régimen. Pero eso lo dejamos para una futura entrega.

Como curiosidad con sabor español, en abril de 1952, año y medio antes de su muerte, Ibn Saud y sus hijos Saud y Faisal recibían condecoraciones militares por orden de Franco. Ibn Saud recibía la “Gran Cruz de la Orden del Mérito Militar con Distintivo Blanco” por sus relevantes méritos y su amor a España. A Saud se le otorgaba la “Gran Cruz de la Orden Imperial del Yugo y las Flechas” como muestra de aprecio personal por parte del dictador español. Y Faisal era condecorado con la “Gran Cruz de la Orden del Mérito Civil”, también como muestra de aprecio. Franco cultivó las relaciones de España con los países árabes a través de la concesión de medallas y honores a sus líderes. También condecoraría a Sadam Hussein décadas más tarde.

boe-1952Hoja del BOE del 22 de abril de 1952 con las condecoraciones a los Saud

Abdulaziz ibn Abdul Rahman ibn Faisal ibn Turki ibn Abdullah ibn Muhammad Al Saud murió en la cama el 9 de noviembre de 1953 con su hijo Faisal a su lado. Arabia Saudí había sido su creación y su obra. ¿Sobreviviría el reino a su muerte? El petróleo había traído riquezas y estabilidad, pero al mismo tiempo había planteado problemas para los que la rudimentaria administración no tenía soluciones.

Con el fallecimiento del gran patriarca comenzaba una nueva era para el reino. En la próxima entrega veremos qué pasó durante los primeros años de esa nueva era.

Reseña: Ángeles Espinosa, El Reino del Desierto

Ángeles Espinosa, El Reino del Desierto: Arabia Saudí frente a sus contradicciones, Aguilar, 2006. 257 pp.
ISBN: 84-03-09684-4.

La reseña de hoy trata sobre un libro que apareció hace diez años, pero que sigue siendo actual y relevante. Se trata de El Reino del Desierto de Ángeles Espinosa, un ensayo sobre la Arabia Saudí actual. La obra recorre diversos aspectos de la vida cotidiana en el reino saudí a través de las impresiones de la autora en sus viajes y de sus entrevistas y conversaciones con saudíes y expatriados (inmigrantes de países ricos). El capítulo sobre las mujeres es especialmente bueno. No obstante, no se trata de un libro de historia, y carece del necesario contexto histórico para entender los cambios que ha experimentado el reino en el último siglo. Esto es compensado con la viveza de los testimonios y la diversidad de temas tratados y, sobre todo, por la actitud de la autora, para nada paternalista o condescendiente.  Ángeles Espinosa justifica la escasez de referencias a la historia saudí con una cita del controvertido Amir Taheri, que afirma que un libro realmente útil sobre Arabia Saudí apenas debe dedicar una quinta parte de su contenido a la historia, pues el país está cambiando a un ritmo excepcionalmente rápido. Por el contrario, debe basarse en observaciones personales y entrevistas con saudíes de toda clase social para mostrar las tensiones internas del país. La autora ha logrado sin duda lo propuesto por Taheri, pero como historiador debo estar en desacuerdo: no es posible entender el presente sin comprender el pasado, y Arabia Saudí no es una excepción.

angelesespinosaÁngeles Espinosa. Periodista Digital

La obra está dividida en nueve capítulos. El primero es una presentación de Arabia Saudí, con menciones a su historia y organización política. En las primeras páginas Espinosa nos presenta sus primeras impresiones al llegar al reino, lleno de contrastes entre el desierto y la ciudad, la riqueza y la pobreza, las innovaciones técnicas y el tradicionalismo wahabí. Historias como la del “caballo del diablo” (una bicicleta en los años 40) ilustran la resistencia de los saudíes rurales y el estamento religioso ante las innovaciones, aunque la profusión de móviles y antenas parabólicas parece mostrar que no todos los saudíes se oponen al progreso técnico. La historia del emirato y reino desde 1744 hasta la proclamación del reino en 1902 se despacha en poco más de una página. Hay algún error conceptual, como describir a Muhammad ibn Saud como un líder tribal (En Arabia Saudí I expliqué por qué los Saud no son una dinastía tribal). Por otro lado, el equilibrio de fuerzas entre los Saud, el estamento religioso y el pueblo es contextualizado correctamente. También se explican de forma satisfactoria las desigualdades regionales y el dominio del Najd (y la doctrina wahabí) sobre las demás regiones.

El segundo capítulo, “Fantasmas negros”, habla sobre las mujeres. Este es el capítulo más brillante de la obra por la ausencia de prejuicios de la autora y la variedad de ejemplos y testimonios que ofrece. Ángeles Espinosa nos cuenta las regulaciones y normas sociales sobre la abaya (el velo saudí) y sus experiencias con diversas mujeres y familias saudíes. Su primer encuentro con una familia de saudíes, que le invitaron a ella y su marido a cenar, fue muy revelador. Cuestionadas por el velo, las saudíes (de clase alta y formación occidental) explicaron más o menos que es el precio a pagar por unas condiciones de vida inalcanzables para otras mujeres árabes. Vacaciones a Europa, compras en las mejores boutiques londinenses, servicio doméstico y tiempo libre infinito. A cambio, segregación estricta, obligatoriedad (no legal sino social) de la abaya, e imposibilidad de viajar o hacer negocios sin la autorización previa del marido o el familiar responsable. Unas cadenas doradas, de las que estas ricas mujeres saudíes no parecían necesitar ser “liberadas”. Tampoco necesitan ser “educadas”, pues el acceso de las saudíes a los estudios superiores está bastante extendido, si bien es difícil que apliquen sus conocimientos a la vida laboral. La estricta separación de sexos en el espacio público, salvo por las “salas familiares” en algunos establecimientos, son un gasto y una complicación quizá innecesarios, como ilustra el caso de los hospitales. La policía religiosa, los mutawain (hablé de ellos en Arabia Saudí III), se encargan de velar por el cumplimiento de las costumbres religiosas en las calles y cafés. Por supuesto, no todas las saudíes están de acuerdo con su condición de súbditas de segunda clase, y Espinosa nos ofrece diversos ejemplos de ello, desde empresarias hasta aspirantes a gimnastas o pilotos de avión. Un capítulo muy interesante, de obligada lectura para todos los que pontifican sobre las mujeres saudíes sin conocimiento de causa.

El tercer capítulo es igualmente bueno. Se centra en las limitaciones al ocio, la diversión y el tiempo libre, y por supuesto en los agentes de tales restricciones, los temibles mutawain. Espinosa narra una desagradable experiencia que tuvo en un café, y otras hazañas de la policía religiosa, como la vez que dejaron morir a quince niñas en un incendio en un colegio, impidiendo salir a las alumnas (que no llevaban la abaya) del edificio en llamas y no permitiendo la entrada de los bomberos. Fue en marzo de 2002.  Hay otras anécdotas interesantes, como la prohibición de importar muñecas, las fiestas desfasadas de algunos príncipes saudíes (algunas incluso con carácter homosexual), las técnicas de ligoteo en centros comerciales, las raves clandestinas en el desierto y las dificultades de los saudíes para mantener relaciones sanas y estables después del matrimonio. El hecho de que muchas parejas solo se conozcan después de casarse ha hecho que Arabia Saudí sea uno de los países musulmanes con mayor tasa de divorcios.

El capítulo cuarto trata aspectos económicos. Espinosa habla aquí de la progresiva incorporación de los saudíes al mercado laboral motivada por las dificultades económicas (anteriormente los saudíes rechazaban trabajar de recepcionistas, taxistas o cajeros), los locos horarios de trabajo, la proverbial improductividad de los saudíes, y el doble carácter de la inmigración: los ricos expats, trabajadores cualificados de origen occidental que viven en urbanizaciones aisladas y exclusivas rodeadas de medidas de seguridad, y los pobres inmigrantes procedentes del sur y el sureste asiático (Pakistán, India, Bangladesh, Filipinas) o países árabes menos prósperos (Egipto, Líbano, Palestina), totalmente desprovistos de derechos laborales y sometidos a una explotación semiesclavista. Las dos últimas secciones del capítulo recogen las actividades clandestinas entre los expats: fiestas y ceremonias religiosas (en Arabia Saudí están prohibidas las iglesias y las misas de otras religiones que no sean el islam wahabí).

El quinto capítulo habla sobre la versión wahabí de la sharía y su aplicación, o lo que es lo mismo, el terrible y deficiente récord de Arabia Saudí en lo que a Derechos Humanos se refiere. Entre otras cosas, la autora nos describe las sangrientas penas (amputación de miembros), la arbitrariedad del sistema legal (en el que no son necesarios los abogados defensores y la tortura es norma), las ejecuciones como espectáculo público, la censura y supresión de la disidencia, y las particulares justificaciones que dan las autoridades saudíes  de todo esto.

Las minorías islámicas, chiíes y suníes no wahabíes, son las protagonistas del sexto capítulo, más corto (unas diez páginas). Espinosa nos cuenta aquí distintas anécdotas que ilustran la discriminación que sufren y el odio hacia las minorías que se inculca a los saudíes en la escuela. También nos habla de la región de Hasa y Qatif (“Provincia Oriental” según la denominación oficial), y de cómo los saudíes impulsaron el crecimiento de la ciudad de Dammam para limitar la influencia de las ciudades mayoritariamente chiíes.

El séptimo capítulo tiene dos protagonistas, la familia de los Saud y los EEUU. En la primera parte, Espinosa describe la excentricidad y generosidad del rey Fahd y su séquito en sus viajes a Marbella, así como la amplitud de la familia saudí, con casi 40.000 miembros. El Estado y la Familia se confunden, nos explica Espinosa, de modo que es difícil estimar el porcentaje de los ingresos del Estado que se destinan a los sueldos y caprichos de los príncipes. Al fin y al cabo, el país se llama Arabia Saudí, que es algo así como si España se llamase Borbonia, puntualiza la autora. Aun así, la familia real es popular, o al menos no hay una oposición republicana visible. No obstante, los Saud mantienen sus asuntos en secreto, muy celosos de su privacidad (no hay prensa rosa como el ¡Hola! en la que se enseñen las casas o se analice la vida privada de los príncipes). A mediados del capítulo, Espinosa hace un inciso en el que vuelve a hablar de la historia fundacional del reino. De nuevo, comete algún error: Ibn Saud no se alió con los Ijwan (he hablado de ellos al final de Arabia Saudí III) para conquistar el Hiyaz, sino que estos fueron una creación suya, una forma de desestructurar las tribus beduinas y crear un ejército leal y adepto. Debo insistir en que los Saud no son una monarquía tribal, algo que la autora afirma varias veces a lo largo de la obra.

Continúa el capítulo con la narración de cómo los Saud y los EEUU unieron sus destinos gracias al descubrimiento del petróleo, y prosigue con la narración de la historia del reino desde 1932. Aún no he publicado la parte de mi historia de Arabia Saudí relativa a los seguidores de Ab al-Aziz ibn Saud, pero más o menos se ajusta a lo que cuenta Espinosa. El fundador del reino fue sucedido por Saud, que fue depuesto por el consejo familiar en menos de una década. Faisal, que reinó desde 1962, fue el verdadero “modernizador” del reino. Nacionalizó la industria petrolera, inició ambiciosos programas de educación y servicios públicos y multiplicó la burocracia (más o menos el proceso que describo en La construcción del Estado postcolonial). Faisal potenció el islamismo como contrapeso a las ideas nasseristas y nacionalistas árabes, y consolidó la dependencia de los ingresos del petróleo al no establecer una política fiscal. Faisal fue asesinado y sucedido por Jaled y posteriormente Fahd, que estrechó su alianza con los EEUU a la vez que aumentaba las concesiones a los ulema, a los que daba el control de la educación y los medios de comunicación. Esto creó las condiciones para el surgimiento de una oposición islamista, los llamados salafistas activistas, que se consolidó a raíz de la presencia estadounidense en el reino durante la Guerra del Golfo.

El penúltimo capítulo, el octavo, se centra en Bin Laden y la simpatía de parte de la población hacia Al Qaeda y el terrorismo islámico. La trayectoria de Bin Laden es de sobra conocida y no me detendré en ella. [Para despistados: Bin Laden pertenece a una rica familia del negocio de la construcción; fue a Afganistán durante la invasión soviética para apoyar a la resistencia afgana y fundó Al Qaeda junto con varios compañeros saudíes; a su vuelta a Arabia Saudí a finales de los 80 ofreció sus servicios y los de su organización a la familia real, que estaba muy preocupada por la invasión de Kuwait por Saddam. Los Saud rechazaron la ayuda de Al Qaeda y acudieron a los americanos para proteger su reino, en ese momento Bin Laden se enfadó mucho y decidió hacer la yihad global con su organización].  Al Qaeda le vino muy bien al régimen saudí, que pudo calificar de terroristas a todas las organizaciones opositoras islamistas (es decir, la mayoría), aunque estas no apoyasen la violencia. Fue el caso del Movimiento para la Reforma Islámica de Arabia, el MIRA, que fue incluido en la lista de organizaciones terroristas de la ONU.

El último capítulo trata de las consecuencias del 11S en la política interna y externa saudí. Comienza narrando la historia de un simpatizante del salafismo radical que se retractó. Posteriormente, Espinosa cuenta los esfuerzos del gobierno saudí de mejorar su imagen ante el exterior (la mayoría de los terroristas del 11S eran saudíes), organizando una conferencia antiterrorista. Los atentados de 2003 dirigidos contra inmigrantes occidentales hicieron que muchos expats abandonasen el país y que los que quedaban se encerrasen aún más en sus urbanizaciones. El problema, explica Espinosa respaldada por varios testimonios saudíes, está en la educación religiosa, memorística y acrítica, que no fomenta la reflexión y el debate. Los que más sufren las consecuencias son los propios saudíes, que ven aumentar sus problemas cuando viajan al extranjero. En el breve epílogo, Ángeles Espinosa expresa sus dudas sobra la capacidad del reino de modernizarse y democratizarse. El tiempo parece haberle dado la razón.

El Reino del Desierto, en definitiva, es un libro muy recomendable. Carece de un análisis histórico que permita explicar y comprender en profundidad las particularidades del reino, pero aparte de eso es una muy buena aproximación a las vicisitudes de la vida cotidiana en Arabia Saudí y los tejemanejes internos de los Saud. Si se me permite una queja puntillosa, no me ha gustado que en ocasiones se utilice el adjetivo “medieval”. Arabia Saudí es una formación política muy reciente en términos históricos. El wahabismo no es una doctrina medieval, sino un movimiento reformista surgido en pleno siglo XVIII, como reacción a las transformaciones que experimentaban los países árabes y a las “perversiones” que sus promotores veían en la jurisprudencia tradicional. Es un movimiento retrógrado y casi totalitario, sin duda, pero nadie ha dicho que las “reformas” tengan que ser necesariamente progresistas. La situación de Arabia Saudí, la discriminación de la mujer, las torturas y ausencias de derechos humanos, el gobierno autoritario de una familia que gestiona el país como si fuera su finca privada, no es el fruto de una herencia medieval, sino de las transformaciones que la península arábiga experimentó entre los siglos XVIII y XX. El Reino del Desierto no lo tiene en cuenta, pero aparte de esto, es una muy buena lectura. Ángeles Espinosa, corresponsal de El País en Oriente Medio (podéis seguirla en Twitter), ha conseguido una imagen muy viva y humana de Arabia Saudí, un libro ameno y sin prejuicios que se lee muy rápidamente, algo que tiene muchísimo mérito.

Arabia Saudí II: El siglo XIX (1818-1919)

Seguimos en Arabia. La entrega anterior finalizaba en 1818, con el ejército egipcio tomando Diriyah y capturando y decapitando a Abdulá, el líder de los Saud. Hoy veremos lo que sucedió entre esa fecha y el final de la Primera Guerra Mundial. Repasaremos brevemente la historia del segundo emirato saudí, mucho más reducido territorialmente que el primero y caracterizado por las luchas internas por el poder. También veremos las otras entidades políticas que ocupaban las distintas regiones de Arabia (exceptuando Yemen, Omán y los emiratos del Golfo, que no han sido nunca sometidos por los saudíes). Finalmente, analizaremos el ascenso de Abd al-Aziz ibn Saud, el primer monarca “oficial” de Arabia Saudí, y sus acciones hasta 1919.

Historia de Arabia Saudí
1 –
Geografía y primer emirato saudí (1744-1818)
2 – El siglo XIX (1818-1919)
3 – Conquista y dominio (1919-1926)
4 – El reino antes del petróleo (1926-1938)
5 – Petróleo con sabor americano (1938-1953)
6 – El breve reinado de Saud (1953-1964)
7 – El despotismo ilustrado de Faisal (1964-1975)


El segundo emirato saudí (1824-1891)

El primer emirato saudí se había descompuesto. Además de capturar al emir saudí, los egipcios también ejecutaron o exiliaron a El Cairo a la mayoría de ulema wahabíes que encontraron. Tras unos cuantos años de ocupación, los egipcios se replegaron hacia el Hiyaz, ya que era costoso mantener un ejército en el Najd, una tierra poco productiva y con una población hostil. (Recordad que las regiones de Arabia Saudí fueron descritas en el primer artículo de la serie).

A pesar de la derrota sufrida, aún quedaban miembros de la familia de Saud. En 1824, el hijo de Abdulá, Turki, junto con un pequeño destacamento reclutado en los oasis del Najd, tomó Riad, un oasis al sur de Diriyah, que se convertiría en la sede oficial de los Saud, y que hoy en día sigue siendo la capital del reino. De ahí, el nuevo emir consiguió expandir su autoridad por el centro y el sur del Najd, llegando en 1830 hasta Hasa. Desde allí los saudíes intentaron expandirse hacia Qatar y Bahrain. Sin embargo, Turki evitó entrar en conflicto con los egipcios, que aún se encontraban en el Hiyaz.

Un buen elemento para medir la estabilidad de las dinastías (u oligarquías) y su grado de cohesión interna son los conflictos sucesorios y los magnicidios. Los Austrias españoles, por ejemplo, serían un buen ejemplo de dinastía asentada, ya que ninguno de ellos fue asesinado y las sucesiones se producían sin problemas. Los visigodos, por el contrario, serían una élite inestable, ya que no dejaban de conspirar, matarse entre ellos y luchar por el poder. Los saudíes, como iremos viendo, son un caso interesante, ya que no establecieron unas reglas de sucesión claras. La mayor amenaza para los gobernantes saudíes ha residido tradicionalmente en el seno de su propia familia. Si bien durante el primer emirato las sucesiones fueron ordenadas y pacíficas, durante el segundo abundarían los asesinatos y rebeliones en el seno del clan de los Saud.

Saudcasa

En 1834, aprovechando que el grueso del ejército saudí estaba luchando en Bahrain, Turki fue asesinado por orden de su primo Mishari, que se proclamó emir. Faisal, el hijo de Turki, regresó rápidamente desde Hasa. Ayudado por el emir rashidí de Hail (región norte del Najd), derrotó a Mishari y se proclamó imán. Tres años después, los egipcios enviaron una expedición de represalia contra Faisal, al haberse negado éste a pagar el tributo correspondiente. Fue capturado y llevado a El Cairo. En su lugar, los egipcios establecieron a Yalid, tío del fallecido Turki. Contra él se rebeló Abdulá, sobrino de Muhammad (el primer emir saudí).. Finalmente, en 1843 Faisal escapó de El Cairó y regresó a Riad. Mató a Abdulá y se proclamó de nuevo emir, cargo que ostentaría hasta su muerte en 1865. Tanto baile de primos y tíos puede resultar lioso, pero en el árbol genealógico de la imagen queda bien ilustrado. Los nombres acompañados de número son los emires en orden cronológico, también figura la duración de su reinado. Fijaos en el contraste entre los primeros cinco emires, cuyo reinado fue relativamente largo, y el caos posterior.

Tras la muerte de Faisal, sus hijos Abdulá, Saud, Muhammad y Abd-al Rahmán se pelearon entre sí por el poder. No me detendré en los detalles, pues son parecidos a los descritos en el anterior párrafo. Saud murió en 1875, pero sus hijos continuaron batallando contra sus tíos. La consecuencia directa fue que el dominio de los Saud se debilitó. Con sus fuerzas ocupadas en rencillas internas, numerosas tribus y oasis aprovecharon para librarse del yugo de los Saud. En 1881, Abdulá, como hizo su padre medio siglo antes, pidió ayuda al emir de Hail, Muhammad ibn Rashid. Los rashidíes aprovecharon para ocupar Riad y establecer a uno de los suyos como gobernador. Mataron a la mayoría de los Saud que encontraron allí, a excepción de Abdulá y Abd al-Rahmán. Abdulá murió en 1889 y su hermano gobernó como vasallo de los rashidíes hasta su muerte dos años después.

Los otros emiratos

Durante todo este periodo, el resto de la actual Arabia Saudí se encontraba dividida entre varias entidades políticas, además de tribus beduinas independientes.  Vamos a ver las más importantes: el emirato rashidí de Hail y el emirato hachemí del Hiyaz. Antes de ello preciso mencionar la zona de Hasa, que si bien no contaba con ningún poder local fuerte y solía ser ocupada por diversos emires foráneos, era una región próspera y fértil con una importante población sedentaria chií y prósperos contactos comerciales con los emiratos del golfo Pérsico (Kuwait, Bahrain, Qatar, Omán), los otomanos y los británicos, que comenzaban a hacer acto de presencia por la zona. En 1870 Hasa fue anexionada por los otomanos.

Los rashidíes de Hail

Los rashidíes, que consiguieron someter a los saudíes a finales del XIX, eran una familia que dominaba Hail, la región norte del Najd. Su gobierno, a diferencia del de los Saud, se basaba en el predominio de una tribu beduina, los Shammar. Esta tribu se había unido bajo la égida de los rashidíes a mediados del siglo XIX como respuesta a la presencia egipcio-otomana en el Hiyaz y las crecientes ambiciones de los saudíes. Esta alianza defensiva consiguió frenar la presencia extranjera y permitió a las tribus beduinas mantener sus costumbres, atacadas y denostadas por los wahabíes. A medida que el emirato rashidí se consolidaba, las fuerzas tribales fueron complementadas por tropas reclutadas en los oasis y contingentes de esclavos. A ellos se unieron otras confederaciones tribales atraídas por las perspectivas de botín. Durante el reinado de Muhammad ibn Rashid, la época de mayor esplendor del emirato de Hail, su dominio se extendía desde las cercanías de Alepo y Damasco hasta Basora, Omán y Asir. Más allá del dominio militar, el emirato rashidí se mantenía gracias al apoyo tácito de los otomanos, la recaudación de tributos y su redistribución mediante subsidios a las élites locales leales. El núcleo del poder rashidí estaba en los oasis del norte del Hiyaz. Si bien los rashidíes eran de origen beduino, los comerciantes y artesanos de los oasis les apoyaban, ya que dotaron de cierta estabilidad al territorio y permitieron el tránsito de las rutas comerciales. El control del desierto del Najd era fundamental para la pervivencia del emirato, pues es la región que transitaban las caravanas.  Contra ellas se dirigieron las expediciones saudíes de principios del siglo XX. Al perder el control del desierto, la autoridad rashidí se desvaneció. La Wikipedia en castellano tiene un artículo sobre este emirato.

arabia-1918Mapa italiano mostrando las corrientes islámicas en la Arabia de 1918. En amarillo los wahabíes. Fuente, World Digital Library (recortado)

Los hachemíes del Hiyaz

En el Hiyaz, una región mucho más heterogénea que el Najd, el liderazgo era ejercido desde el siglo XVI por varias familias sharifanas. Un sharif (plural ashraf) es un miembro del linaje de Mahoma, al igual que un sayyid. (La diferencia está en el nieto de Mahoma del que provengan, Hasan o Hussain. Véase el artículo de la Wikipedia en castellano para más detalles). En el Hiyaz el poder era compartido por los representantes otomanos y los emires sharifanos de la Meca. Los primeros se encargaban de las relaciones exteriores y los asuntos comerciales, y los segundos se ocupaban de lidiar con las tribus beduinas y de la seguridad de los Santos Lugares. La relación entre ambos poderes era de interdependencia. Los emires ashraf eran nombrados por los otomanos y dependían de ellos para su sustento económico, a la vez que los otomanos necesitaban a los emires de la Meca para mantener el orden fuera de las ciudades y asegurar las rutas comerciales y de peregrinaje. Estos emires ashraf solían haber sido educados en Estambul, siguiendo la costumbre de adoptar hijos como “rehenes”, de modo que no contaban con una base de poder local que les permitiera rebelarse contra los otomanos. Durante el siglo XIX y hasta la conquista por parte de los saudíes un linaje sharifano, los hachemíes, habían ostentado el poder en la Meca. Probablemente os suene el término “hachemí”. En efecto, se trata de la familia que hoy día reina en Jordania, descendientes del famoso Hussein al que los británicos prometieron “un reino árabe unificado” para ganarse su apoyo contra los otomanos en la Primera Guerra Mundial. Pero no adelantemos acontecimientos.

Recordemos que los egipcios habían ocupado el Hiyaz en 1811 por petición del sultán otomano para controlar a los saudí-wahabíes, que habían causado estragos en las ciudades sagradas, destruyendo monumentos como la tumba del Profeta y acosando a los peregrinos que no se ajustaban a la doctrina wahabí. Una vez las tropas egipcias se retiraron de la región en 1840, los otomanos volvieron a estar a cargo del Hiyaz, y confirmaron a los hachemíes en el poder. A mediados de la década de 1850, el emir de la Meca organizó una expedición contra los saudíes, y consiguió obtener de ellos un cuantioso tributo anual. También sometieron temporalmente otras regiones, como Asir. Con esos tributos y los generosos subsidios que recibían de los otomanos, los hachemíes compraban la lealtad de las tribus beduinas y evitaban que asaltasen a los peregrinos. Al igual que sucedía con los saudíes, los hachemíes tenían la costumbre de conspirar y luchar entre sí por el poder, al no haber reglas claras de sucesión. Sin embargo, su emirato se diferenciaba del saudí en tres elementos importantísimos: el carácter cosmopolita y heterogéneo de la región, con una importante dualidad entre campo y ciudad (en el Najd no había ciudades propiamente dichas); el carácter sagrado del linaje hachemí, reconocido hasta por los chiíes (había incluso quien decía que los emires hachemíes eran en realidad chiíes encubiertos), y por último el apoyo firme y decidido de los otomanos.

El inicio de la reconquista saudí: las campañas de Ibn Saud (1902-1919)

A principios del siglo XX, el antiguo emirato saudí se encontraba sometido por los rashidíes. Abd al-Rahmán, el último emir saudí, había huido a Kuwait, donde vivía en la corte de los Sabah, la familia gobernante local. En 1899, esta familia había firmado una alianza con Gran Bretaña. Los Sabah recelaban de los rashidíes, que además contaban con la protección otomana, de modo que alentaron a Abd al-Aziz, el hijo de Abd al-Rahmán, a que organizase una incursión con el objetivo de recuperar el antiguo territorio de su familia.

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En enero de 1902, acompañado por medio centenar de hombres, Abd al-Aziz ibn Abd al-Rahmán Al Saud (a partir de ahora Ibn Saud) partió rumbo a Riad. En un ataque nocturno con sorpresa, consiguió matar al gobernador local rashidí y conquistar el oasis. Riad volvía así al control saudí, y la familia exiliada volvió a su viejo hogar. El padre de Ibn Saud le confirmó como gobernador de la ciudad. Rápidamente los saudíes se lanzaron a la reconquista de su antiguo dominio, y comenzaron una larga campaña contra los rashidíes en la región central del Najd. Los otomanos, que ya conocían el peligro que suponían los saudíes, apoyaron a sus aliados rashidíes con armas, tropas y munición. Ibn Saud, por su parte, estableció una alianza con los kuwaitíes, con el beneplácito de Gran Bretaña que aprovechaba la ocasión para desestabilizar un poquito más al Imperio Otomano. Comenzaba el tercer emirato saudí.

En 1906, Ibn Saud había logrado una serie de importantes victorias contra los rashidíes, llegando a matar a Abd Al-Aziz ibn Rashid, el emir de Hail. Los otomanos retiraron sus tropas de apoyo a Iraq y apoyaron la división del Najd entre los rashidíes y los saudíes. De allí la acción se desplazó a Hasa, que era territorio otomano. En 1913, Ibn Saud atacó y ocupó la región, y obtuvo de los otomanos el reconocimiento formal como emir del Najd, además de imponer a uno de sus familiares como gobernador de Hasa. Al parecer, Ibn Saud había llegado a un entendimiento con los ulema chiíes de la región: a cambio de su apoyo contra los otomanos, les garantizaba la libertad religiosa una vez estuvieran bajo su mando. Papel mojado, pues bajo la doctrina wahabí los chiíes eran herejes, y como tal fueron tratados (y siguen siendo tratados hoy en día). Los británicos, mientras tanto, consideraron a Ibn Saud un vasallo otomano, de modo que no firmaron con él ningún tratado, pese a sus pretensiones. El estallido de la Primera Guerra Mundial cambiaría las cosas.

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Abd al-Aziz ibn Saud (nacido en 1880) en 1910. Fuente, Riyadhvision.

Los otomanos, atrapados entre numerosos frentes, trataron de reconciliar a rashidíes y saudíes para evitar un foco de inestabilidad en la frontera sur de su imperio, con escaso éxito. A finales de 1915, británicos y saudíes firmaron el Tratado Anglo-Saudí, en el que los británicos prometían protección a Ibn Saud si era agredido y le hacían entrega de mil fusiles y 20.000 libras, además de un subsidio mensual de 5.000 libras (que Ibn Saud cobró hasta 1924) y el envío regular de fusiles, ametralladoras y munición. A cambio, Ibn Saud se comprometía a no entablar relaciones con ninguna otra potencia y respetar los protectorados británicos de Kuwait, Bahrain, Qatar y Omán. Ibn Rashid, por su parte, estrechó sus relaciones con los otomanos y recibió 300 soldados y 25 oficiales-asesores alemanes y turcos. Los británicos animaron a Ibn Saud a atacar a los rashidíes, y éste aprovechó para pedir más dinero y más armas, aunque no logró victorias significativas durante el transcurso de la Gran Guerra.

Mientras tanto, en el Hiyaz, los británicos convencían a los hachemíes de organizar una rebelión general contra los otomanos. La historia es bien conocida y nos ha dejado románticas historias como la de Lawrence de Arabia. En resumen, los británicos prometieron vagamente al sharif de La Meca que, una vez expulsados los otomanos de las tierras árabes, la familia hachemí se convertiría en la soberana de un hipotético reino árabe unificado. Si bien el sharif Hussein cumplió con su promesa y puso en graves apuros a los otomanos (que hasta entonces habían apoyado a su familia y financiado importantes obras de infraestructura en el Hiyaz, como el ferrocarril a La Meca), los británicos se desentendieron del tema al final de la guerra, pues habían adquirido otros compromisos contradictorios (el famoso acuerdo Sykes-Picot y la Declaración Balfour). De esta tema ya hablé en otro artículo. Los hachemíes, no obstante, no se quedaron con las manos vacías, ya que los hijos de Hussein recibirían varios reinos en forma de Mandatos de la Sociedad de Naciones.

La Gran Guerra no alteró sustancialmente el equilibrio de poder en Arabia, aunque introdujo la influencia y el armamento británicos. Los rashidíes serían los principales perjudicados, pues los otomanos desaparecieron del mapa. Hachemíes y saudíes, por el contrario, contaban con el apoyo financiero de Gran Bretaña. Durante los años 20, Ibn Saud completaría la conquista del territorio de sus antepasados, ocupando sucesivamente los territorios rashidíes y los hachemíes, ante la pasividad de los británicos.


Eso es todo por hoy. En la próxima entrega, veremos cómo ibn Saud conquistó finalmente Hail y el Hiyaz durante los años 20, estableciendo finalmente su reino en 1932. También nos detendremos con más detalle en los grupos en los que Ibn Saud se apoyó para consolidar su dominio: el clero wahabí y los ijwán, tropas de origen nómada altamente ideologizadas que imponían el orden y la ley en los nuevos territorios de al Saud.