El País publica hoy un editorial sobre Irán bastante malo. Es cierto que la sección internacional de dicho diario lleva tiempo de capa caída, pero hoy se han superado con un texto que muestra que ni siquiera cuentan con un comité de expertos que revise los textos publicados.
Hay quien pensará que me paso de puntilloso, que al fin y al cabo Irán es un país lejano, y que lo mismo da escribir Consejo Guardián que Consejo de Expertos. Probablemente sean los mismos que se enfadan cada vez que las películas extranjeras o la prensa internacional difunden tópicos superficiales y simplistas sobre nuestro país. Lo que me indigna especialmente es que algún periodista ha cobrado por escribir el pésimo editorial del periódico, que alguien que ni siquiera se ha molestado en informarse puede ver su artículo de ínfima calidad publicado en papel en un diario de tirada nacional, mientras que yo escribo este blog sin obtener ningún beneficio económico y (en mi modesta opinión) ofreciendo contenidos con algo más de veracidad y calidad.
Comencemos a destripar el texto: En primer lugar, el autor confunde el Consejo Guardián con la Asamblea de Expertos, y los mezcla inventándose un inexistente “Consejo de Expertos”. No, señores de El País, lo que se eligió el pasado viernes fue la Asamblea de Expertos, que se encarga, como bien decís, de designar al Líder Supremo. El Consejo Guardián, por el contrario, no se designa mediante elecciones democráticas, sino que la mitad de sus miembros son elegidos por el Paralamento y la otra mitad por el Líder Supremo. El Consejo Guardián no se ocupa de elegir al Líder Supremo, sino que tiene poder de veto sobre la legislación que pase el Parlamento y además puede anular candidaturas a las elecciones parlamentarias, presidenciales, y a la Asamblea de expertos. Un simple vistazo a la Wikipedia en lengua inglesa hubiera bastado para informar correctamente, pero El País por lo visto está por encima de naderías como el rigor periodístico.
En segundo lugar, Rohaní no es el primer presidente “aperturista” que tiene Irán. Se olvida de mencionar a Jatami o incluso a Rafsanyani. Hubiera sido mucho más interesante para el lector hacer un breve balance del gobierno de Jatami, que también parecía muy prometedor de cara a la democratización y occidentalización del país persa y, sin embargo, dio paso a la presidencia de Ahmadineyad. Es decir, que algo similar a lo que se está viviendo hoy día sucedió hace una década, y que por tanto no hay que hacerse muchas ilusiones con Rohaní. De igual modo, no todos los ayatollahs son parte del régimen, e incluso muchos de ellos son muy críticos con las instituciones, arriesgándose a ser silenciados o arrestados a domicilio.
En tercer lugar, el editorial habla de “aquellos que ocupan el poder desde 1979”, pero no menciona que la candidatura del mismísimo nieto de Jomeini ha sido anulada por el Consejo Guardián. Es decir, que no todo es tan sencillo. Irán, es cierto, está gobernado por un régimen cerrado sobre sí mismo, pero no es un régimen monolítico y uniforme, sino que los distintos actores rivalizan y compiten entre sí. Jamenei y la vieja guardia del Partido de la República Islámica (hoy disuelto) siguen tirando de la mayoría de los hilos, pero están divididos en facciones distintas con intereses opuestos. La apertura de Irán es perjudicial para un sector de la industria y el comercio locales, por ejemplo, mientras que beneficia a otros sectores de la economía.
En el último artículo que publiqué en este blog hablaba de como los términos “moderado” y “reformista” generan automáticamente buenas sensaciones, aunque no signifiquen gran cosa. El País nos brinda hoy un brillante ejemplo de lo que dije con un artículo en el que aseguran que “La alianza de moderados y reformistas copa los escaños de Teherán.” Por si fuera poco, un diario de supuesto prestigio internacional se permite el lujo de utilizar términos como “ultra” y “rancio”, en un artículo que teóricamente no es de opinión sino de información. A mí no me importa utilizar esas palabras, pero al fin y al cabo yo soy un desconocido que publica un blog con poca difusión. Si, por el contrario, cobrase por escribir, trataría de ser más elegante y correcto, pues al fin y al cabo, aunque el periodista pueda tener sus simpatías personales, su trabajo consiste (o eso dicen) en informar, no en generar corrientes de opinión.
No todo van a ser críticas furibundas. Por ejemplo, el sábado el mismo diario publicó un artículo de Ángeles Espinosa bastante más acertado. En él se explican correctamente las funciones de la Asamblea de Expertos y el Consejo Guardián, y se informa sobre los resultados. De nuevo vuelven a colarse los términos “ultra” y los amables “reformista”, “moderado” y “pragmático”, que no explican gran cosa pero muestran al lector casual quiénes son “los buenos” y quienes “los malos” en todo este asunto. Únicamente hay una generalización desafortunada: “el islam no considera a las mujeres capacitadas para interpretar la ley” . El islam, como toda religión o ideología, está siempre sujeto a interpretación, y por tanto no es dogmático (los que pueden ser dogmáticos son los humanos que lo interpretan). Debería decir, en su lugar, “las instituciones de la República Islámica no consideran a las mujeres capacitadas para interpretar la ley”, y hubiera sido un gran detalle que mencionase a la corriente denominada “Feminismo Islámico” que está luchando por hacerse un hueco en el sistema legal iraní. Aun así, no es del todo un mal artículo.
Los periodistas no suelen tener en cuenta la historia, pues están mucho más preocupados por el presente. Sin embargo, no les vendría mal a algunos de los “expertos” en Irán de la prensa española leer de vez en cuando, o demostrar que conocen el contexto del país sobre el que escriben.
Proseguimos con el especial sobre Irán tras una larga interrupción de 17 días. Como ya comenté, mi nueva situación laboral me hace difícil publicar con regularidad. Esta será la penúltima o antepenúltima entrega. Después de ella quedarían los gobiernos de Ahmadineyad, y el actual gobierno de Jatami, acompañado sobre una reflexión sobre la situación actual y las perspectivas diplomáticas.
Como decíamos en la entrega anterior, las elecciones de 1997 se prevían interesantes. Por supuesto, la mayoría de las candidaturas a la presidencia fueron anuladas por el Consejo Guardián. De los 200 candidatos que se inscribieron, 9 de ellos mujeres, solo 4 pudieron presentarse finalmente.
De entre ellos sobresalían Ali-Akbar Nateq Nuri, el candidato oficial, apoyado por Jamenei, los Pasdarán y la “vieja guardia” revolucionaria, un veterano clérigo, colaborador de los jomeinistas desde 1963, y miembro de varios parlamentos de la República Islámica; y Mohammad Jatami, un intelectual religioso que había sido director del Centro Islámico de Hamburgo, Ministro de Cultura entre 1983 y 1992, editor del periódico Kayhan, director de la Biblioteca Nacional, y tenía muy buenas relaciones con la industria cinematográfica iraní.
Durante su campaña, Jatami prometió que defendería los derechos de las mujeres y las minorías religiosas y que Irán avanzaría bajo su mandato hacia una verdadera “democracia islámica”. También prometió relajar la censura sobre la prensa, y ampliar la “sociedad civil” apoyando organizaciones no gubernamentales y movimientos populares.
Igualmente, proponía mejorar las relaciones internacionales de Irán para eliminar la imagen exterior de la República Islámica como un régimen caótico, agresivo e imprevisible. Dado que su dimisión en 1992 se produjo a consecuencia de su defensa de un periodista acusado por el Tribunal Especial del Clero, parecía que Jatami estaba comprometido realmente con su discurso. Por el lado contrario, Nuri defendía la ley, el orden, el status quo, y el legado de la Revolución.
Mohammed Jatami. Fuente, AFP.
Jatami contaba con el apoyo de la izquierda islámica que operaba dentro del sistema, así como de grupos opositores reprimidos y censurados por el Consejo Guardián, y de gran parte del mundo de la cultura. Las clases sociales que apoyaban a Jatami eran fundamentalmente clases medias y medias-bajas urbanas, sobre todo estudiantes y activistas.
Nuri, por el contrario, estaba respaldado por parte de las instituciones del régimen y los veteranos de la revolución, así como la parte del clero afín a Jamenei y los sectores rurales e industriales. Los “pragmáticos”, nombre con el que se denominaba a los seguidores de Rafsanyani, decidieron finalmente brindar su apoyo a Jatami, dado que temían que una victoria conservadora acabase con el legado reformista y liberalizador del gobierno anterior. Es decir, que se forjó una inusual alianza de liberales, socialdemócratas, izquierdistas y opositores a la República Islámica para evitar la victoria del candidato oficial, al que todas las encuestas daban como seguro ganador.
Los resultados de las elecciones fueron apabullantes. La participación fue muy elevada, un 88% del electorado acudió a las urnas. 30 millones de iraníes (69% de los votantes) dieron su apoyo a Jatami. Solo 7 millones optaron por Nuri, y su derrota fue, para muchos, un puñetazo en la cara de Jamenei y los suyos.
Una nueva era, parecía, empezaba para Irán. La victoria del amable, conciliador y sonriente Jatami era vista por muchos como una prueba del descontento de la población con el Líder Supremo, el Consejo Guardián, los Guardias Revolucionarios y la judicatura.
Primer gobierno de Jatami
Como ya explicamos en la tercera entrega, el sistema constitucional de la República Islámica consiste en un complejo entramado de instituciones que compiten entre sí y limitan la capacidad de acción de las demás. El Presidente nombra gobierno, pero este debe ser autorizado por el Parlamento; y todas las leyes y medidas que se aprueben deben ser sancionadas por el Consejo Guardián, una especie de Tribunal Constitucional integrado por juristas religiosos (ayatollahs) elegido a partes iguales por el Líder Supremo y el Parlamento. El CG también dictamina quién puede presentarse a las elecciones, y a su vez el CJ es elegido por el Parlamento.
Aunque Jatami tenía el apoyo del electorado, su poder real era bastante reducido. La coalición que le había llevado al poder no tenía aún presencia en el Parlamento, puesto que no habría elecciones hasta el 2000, y en el 96 la Asociación de Clérigos Combatientes, ACC (el partido de Jamenei y Nuri) había obtenido mayoría.
El nuevo gobierno contaba con muchas caras nuevas, como Masoumeh Ebtekar, la que fuera portavoz de los estudiantes que tomaron la embajada de EEUU, y que se convirtió en la primera mujer vice-presidente de Irán, cargo que hoy día sigue ejerciendo en el gobierno de Rohaní. Sin embargo, la ACC se aseguró el control de los ministerios importantes (Inteligencia, Defensa) de forma que las fuerzas de seguridad continuasen siendo afines a Jamenei.
Masoumeh Ebtekar en 1979, cuando tenía 19 años y, en perfecto inglés, actuaba como portavoz de los estudiantes iraníes que secuestraron la embajada americana. Captura de pantalla de un vídeo de Thames Tv. Fuente, Shelf3d
En todo caso, los “Jatamistas” estaban al frente del ministerio de Cultura, y relajaron ampliamente la censura. La prensa tuvo un auge inédito desde los días de la Revolución, y se multiplicaron los debates sobre la tolerancia religiosa, sociedad civil, el papel de la mujer, las relaciones con Occidente e incluso la idoneidad del velayat e-faqih (el Gobierno del Jurista, la ideología en la que se inspira la República Islámica).
La reacción desde la judicatura y los grupos armados revolucionarios no se hizo esperar, y los políticos, periodistas y clérigos que cruzaron la línea roja y criticaron abiertamente a Jamenei y el velayat-e faqih sufrieron arrestos domiciliarios, detenciones y juicios. El gran ayatollah Montazeri fue condenado por criticar al régimen, y el alcalde “reformista” de Tehrán, Gholam Karbaschi, fue inhabilitado por corrupción, lo que ocasionó una oleada de protestas estudiantiles duramente reprimidas.
En el verano de 1998 la judicatura comenzó a cerrar periódicos pro-Jatami y arrestar a periodistas, a la vez que los grupos paramilitares revolucionarios (Pasdarán, Basij), hostigaban y acosaban a activistas estudiantiles, periodistas y escritores y personalidades del mundo de la cultura. Durante los primeros 18 meses de Jatami en el poder, al menos nueve activistas fueron asesinados o desaparecieron en extrañas circunstancias.
En materia económica, Jatami tuvo que hacer frente a una dependencia del petróleo arrastrada desde los años del shah (en 1997 el petróleo representaba un 50% de los ingresos del Estado), un creciente desempleo (entre el 15% y el 30%) y la resistencia de los “bazaaris” (comerciantes minoristas) a la apertura a la inversión extranjera. Dado que el 60% de la economía de Irán está planificada por el Estado (y otro 20% depende de las “fundaciones religiosas” ligadas a Jamenei y sus afines), parecía necesario continuar el programa de privatizaciones de Rafsanyani, lo que suscitó tensiones internas en la alianza que sostenía a Jatami.
La necesidad de apoyos sociales, hizo que el presidente reculara y optara por el contrario por detener el plan de privatizaciones y, en su lugar, subir los sueldos públicos, medida muy apreciada ya que el sueldo de los maestros, por ejemplo, estaba por debajo de la línea de la pobreza. En todo caso, las resistencias internas y la divergencia de opiniones entre los aliados de Jatami hicieron que éste no ahondara en las reformas económicas, poniendo sus esperanzas en mejorar las relaciones internacionales con el objetivo de mejorar la inversión extranjera. A pesar de sus divergencias en política interna, tanto Jamenei como Jatami coincidían en que este punto era vital para los intereses de la República Islámica.
Diálogo de civilizaciones, choque de civilizaciones
En 1998, Jatami acuñó la expresión “Diálogo de Civilizaciones” o “Alianza de Civilizaciones”, como contrapeso al Choque de Civilizaciones propuesto por el académico de Harvard Samuel Huntington (¡el mismo que le propuso al último shah crear un partido único!).
Choque de Civilizaciones, para los que no estén familiarizados con la obra, puede resumirse en que las relaciones internacionales se mueven según la afinidad cultural entre los distintos actores, que las diferencias son irreconciliables y que en el futuro no habrá conflictos geopolíticos sino grandes luchas entre civilizaciones, siendo China y el Islam las más problemáticas para Occidente.
El libro es interesante pero sus posiciones no se sostienen, y ha sido ampliamente criticado y defenestrado por parte de la comunidad académica. No es mi objetivo analizar en este artículo la obra de Huntington, pero en mi opinión la teoría hace aguas por todas partes y abusa de las generalizaciones simplistas, aunque para mérito del autor, supo prever el actual conflicto en Ucrania.
Jatami, Erdogán y ZP posando para las cámaras. Fuente, Getty Images.
Volviendo al tema, la Alianza de Civilizaciones, que luego retomaría o plagiaría el ex-presidente Zapatero, surgía como una llamada al diálogo amistoso entre los distintos países del mundo. Proponía abandonar la necesidad de establecer una ideología mundial (“democracia occidental, capitalismo, derechos humanos”, sin mencionarlos explícitamente) y ahondar en los puntos en común en lugar de las diferencias.
A la vez que proclamaba su admiración por las tradiciones políticas estadounidenses, Jatami daba por concluido el caso Rushdie (recordemos que Jomeini había emitido una fatua pidiendo su ejecución por su obra Los Versos Satánicos) y trataba de liderar a los países musulmanes organizando la asamblea Conferencia Islámica Internacional. Al igual que Rohaní las últimas semanas, Jatami dio una gira triunfal por Europa, siendo el primer presidente iraní en visitar Roma, París y otras capitales.
Aunque no consiguió mejorar las relaciones entre Irán y EUU (a pesar de que se levantó el embargo sobre los pistachos y las alfombras persas), el primer mandato de Jatami sirvió para relajar la tensión entre su país y Arabia Saudí, y sobre todo para mejorar la relación de Irán con uno de sus principales vecinos y enemigos históricos, Rusia y las exrepúblicas soviéticas de Asia Central.
El 11S y la intervención estadounidense en Afganistán no alteraron significativamente, al menos en principio, la posición de Irán respecto al régimen Talibán. Desde el acceso de los Talibán al poder en 1996 la República Islámica había estado apoyando a la coalición rival en la guerra civil que asola Afganistán desde hace más de 20 años, la Liga Norte. La ayuda de EEUU a esta alianza de señores de la guerra parecía asegurar una mejora en el entendimiento entre Irán y EEUU, dado que compartían aliados y enemigos en el país afgano. Nada más lejos de la realidad.
Segundo gobierno de Jatami
En 2001, Jatami fue reelegido presidente. La victoria de sus partidarios y aliados en las elecciones parlamentarias de 2000 (71% de los escaños) garantizaban que el presidente pudiera continuar con su programa, ahora sin la oposición parlamentaria de los conservadores. Las elecciones locales de 1999, las primeras de la historia de la república Islámica, habían sido anunciadas como un gran éxito de Jatami y sus reformistas. Dado que el Consejo Guardián no tenía poder de veto sobre las candidaturas locales, la campaña fue festiva e intensa. Numerosas mujeres fueron elegidas para posiciones de poder, y los partidarios de Jatami se apuntaron importantísimas victorias en grandes y pequeñas ciudades.
“Reforma”, “reformismo” y “reformista” son palabras ambiguas y amables, cuyo significado no queda muy claro. Los académicos y periodistas anglosajones las emplean con muchísima frecuencia, al igual que están comenzando a hacer los medios en habla hispana. El término “reforma” no es más que un sinónimo de “cambio”. Es decir, un reformista no sería sino alguien que quiere hacer cambios (cualquier tipo de cambios) en el orden político, económico y social. Estos cambios no se plantean de forma brusca, sino gradual y progresiva, de modo que a los reformistas también se les denomina “moderados”.
Si decimos de alguien que es un “reformista moderado”, sentiremos por él una oleada de simpatía, aunque realmente no conozcamos su ideología y sus intenciones. El efecto contrario es producido por las palabras “fundamentalista” y “ultraconservador” y que evocan imágenes violentas, lapidaciones y juicios sumarios. Es decir, que cuando no conocemos nada de un país, los “reformistas” generan confianza mientras que los “fundamentalistas” inspiran miedo.
Estoy intentando no utilizar la palabra “reformista” para referirme a Jatami, a pesar de que es la más empleada en los medios de comunicación anglosajones y la literatura académica. Esta omisión deliberada se debe a la confusión semántica que el término puede generar, como he explicado en el párrafo anterior. Creo que, por lo general, los expertos occidentales en Irán experimentaban una gran simpatía por Jatami, y de ahí el empleo continuado de la palabra “reformista”, que también se aplicó a Rafsanyani (aunque ideológicamente estuviera lejos de Jatami) o al hoy presidente Rohaní.
En el sentido estricto del término, un reformista moderado sería todo aquel que propone cambios graduales al sistema en el que vive, definición que haría que la mayoría de personas entráramos en esta ideología difusa. En el caso español, tanto Rajoy como Pablo Iglesias, por citar dos ejemplos opuestos, podrían ser considerados reformistas, ya que ambos plantean “reformar” el sistema y las instituciones. En Irán, ya hemos visto que una amalgama de grupos e individuos con ideologías no necesariamente compatibles daba su apoyo a Jatami. Esa heterogénea alianza de liberales, socialdemócratas, izquierdistas, centristas, laicos y religiosos, dentro y fuera del sistema político, es a lo que se denomina “reformistas”.
Manifestación conmemorando el aniversario de la Revolución Islámica (Tehrán, 11 de febrero de 2002) y recordando quién es el «Gran Satán». Fuente: Global Post
Lo que Jatami planteaba, según sus defensores, era democratizar las instituciones de la República Islámica desde dentro, reduciendo el poder de los órganos no-electos y ampliando las competencias del presidente y su gobierno. Los representantes de dichos órganos no-electos, por el contrario, percibían en Jatami una persona con ansias de poder y determinado a alterar el delicado equilibrio institucional que mantenía el correcto funcionamiento la República Islámica. Por tanto, y a pesar del batacazo electoral, tanto el poder judicial como el Consejo Guardián, el Líder Supremo, y las fuerzas de seguridad se dedicaron a boicotear en la medida de los posible el gobierno de Jatami, que no solo amenazaba sus intereses políticos y económicos sino también, se decían, el espíritu anti-imperialista e islámico de la Revolución.
Desde la primavera de 2000 se produjo un incremento en las detenciones de activistas, estudiantes, intelectuales y demás voces críticas con el régimen. Veteranos políticos de la revolución como Ezzatollah Sahabi y Ebhrahim Yazdi (del Movimiento de Liberación, prohibido pero tolerado) fueron condenados y encarcelados, periodistas de investigación como Akbar Ganji fueron silenciados y metidos entre rejas, y Hasem Aghajari, un profesor universitario de Historia, fue condenado a muerte por criticar la doctrina de la emulación (véase ¿Qué es un ayatollah?). Afortunadamente para él, su caso fue revisado dada la oleada de indignación popular que suscitó.
Otros menos conocidos, sobre todo líderes estudiantiles, desaparecieron sin dejar rastro. También se produjeron asaltos y ataques no ordenados directamente por la judicatura. Periódicos críticos con el Consejo Guardián fueron asaltados, y manifestaciones estudiantiles fueron dispersadas por bandas paramilitares sin identificar. Incluso altos cargos del partido de Jatami sufrieron acoso y asaltos, como Said Hajjarian, atacado con arma de fuego.
Aunque Jatami no era responsable directo de las detenciones y las violaciones de los Derechos Humanos que cometían las fuerzas de seguridad, muchos iraníes empezaron a dudar de la capacidad del líder reformista para crear un cambio significativo. Su tibieza a la hora de criticar estos abusos, a la vez que su actitud conciliadora, hicieron que algunos planteasen que el cambio desde las instituciones del régimen era imposible. A pesar de los éxitos del gobierno de Jatami (políticas sociales, incremento del PIB, mejora de las relaciones internacionales, incremento de las libertades políticas hasta cierto punto y un poco menos de censura en la prensa), la desilusión y el descontento cundió entre sus partidarios, que empezaban a fragmentarse entre diversas corrientes políticas.
George Bush se encargó de dar la puntilla a Jatami. Para perplejidad del gobierno iraní, que llevaba desde 2001 suministrando a los EEUU informes de inteligencia sobre las actividades de los Talibán, Bush declaró en 2002 que Irán integraba, junto con Iraq y Corea del Norte, el celebérrimo “Eje del Mal”. Esto hizo saltar las alarmas en Irán, que se preparaba para una invasión inminente como la que experimentaría Iraq en 2003.
No sé si era el objetivo de Bush, pero la inclusión de Irán en el Eje del Mal terminó de dinamitar el proyecto reformista y facilitó el retorno de los velayatis al poder. La estrategia conciliadora de Jatami, la prometedora Alianza de Civilizaciones, había resultado ser un verdadero fracaso. Las palabras amables del presidente, sus llamadas al diálogo y el entendimiento, habían caído en saco roto, y eran percibidas por los conservadores como una humillación y una perversión del mensaje anti-imperialista de la Revolución.
Quién mató al ayatolá Kanuni, editado en castellano por Alianza.
El ambiente enrarecido de los últimos años del mandato de Jatami está genialmente plasmado en la novela Quién mató al ayatollá Kanuni, de Naïri Nahapétian. La obra, disponible en español (yo la tomé prestada de la Biblioteca de Castilla La Mancha), trata un caso ficticio con nombres inventados, aunque la protagonista parece estar en A’zam Taleqani, hija del ayatollah Taleqani, una de las grandes figuras del Movimiento de Liberación y de la Revolución, muerto en 1979. La novela refleja de forma muy amena y sin tantas complicaciones como mis textos las intrigas y luchas internas entre los altos cargos de la República Islámica, a la vez que la ficción permite a la autora ciertas licencias artísticas.
Jatami, en fin, parecía haber fracasado. Ninguno de los tres grandes puntos de su programa (aumento de las libertades civiles, mejora de la economía y cambio en las relaciones internacionales) había cumplido las expectativas levantadas. El descontento y el desánimo cundieron entre los iraníes.
La participación en las elecciones presidenciales de 2003 sería baja, dado que muchos de los antiguos partidarios de Jatami decidieron abstenerse como forma de restarle legitimidad al régimen. De entre los que decidieron participar en el sistema, no surgió ningún candidato capaz de aglutinar los intereses e ideologías contrapuestos y de despertar el entusiasmo de los votantes. Terminaba el momento político de las clases medias urbanas. Los sectores más desfavorecidos de la sociedad, aquellos que no estaban interesados en las libertades civiles sino en salir de la pobreza, serían los grandes protagonistas de las elecciones de 2005. De ellos hablaremos el próximo día.
Tras una pausa de una semana, continuamos con el especial “Acuerdo nuclear”. En esta cuarta entrega, hablaremos del periodo que va desde la muerte de Jomeini hasta 1997, incluyendo referencias a las relaciones entre Irán y EEUU. Como he encontrado trabajo hace poco, no tengo tiempo para escribir y editar artículos extensos, de modo que las actualizaciones serán más intermitentes en lo sucesivo. Disculpad las molestias.
13 de Jordad de 1368 (3 de Junio de 1989). El Líder Supremo de la República Islámica, el Imam de la revolución y marya-e taqlid, Ruhollah Jomeini, ha muerto. La guerra con Irak terminó el año anterior. Empieza una nueva etapa en la vida política de Irán. Como siempre que fallece un líder poderoso y carismático, se respira cierta incertidumbre en el ambiente. No obstante, Jomeini y los velayatis (partidarios del velayat-e faqih, ver sección «El Gobierno del Jurista» en parte 3) han dejado todo atado y bien atado.
En su lecho de muerte, Jomeini nombró una comisión de juristas y clérigos expertos para que designasen a su sucesor, modificando ciertos aspectos del código legal y la Constitución para adaptarlos a la nueva situación. Como dice el refrán, “allá van leyes do quieren reyes”, y la República Islámica no es una excepción.
Aunque en principio el líder supremo, el faqih, debía ser un erudito del Islam de probado prestigio, un sabio emérito que no solo dominase la doctrina islámica sino también la gramática, la filosofía y las artes gubernamentales, un marya e-taqlid en definitiva (véase ¿Qué es un ayatollah?), al final los requisitos se relajaron bastante. Ali Jamenei, un clérigo de rango modesto (hoyatoleslam, menos importante que ayatollah), fue designado Líder Supremo de Irán.
Jamenei quizá no tenía las publicaciones ni el prestigio necesario para ser considerado una eminencia religiosa, pero era una figura política muy importante. Era muy leal a Jomeini y había participado en la revolución y la República Islámica desde sus inicios. Fue el líder del Partido de la República Islámica (PRI, hablamos de ellos en la anterior entrega) hasta su disolución en 1987, y además presidente electo de Irán durante 8 años, el tecero después del depuesto Bani-Sadr y el asesinado Raja’i.
Es decir, que el criterio para designarlo no fue su trayectoria religiosa, sino la política. Un asunto que podría haber sido problemático dada la autoproclamada confesionalidad del régimen, pero que fue asumido sin mayor dificultad por las instituciones de la República Islámica. Al fin y al cabo, cuando la religión y la política se mezclan, el poder y la lealtad suelen ser más importantes que la piedad y las credenciales religiosas.
Jamenei fue designado Líder Supremo fundamentalmente porque no había ningún otro clérigo de alto rango que reuniese las características necesarias, es decir, lealtad y compromiso con el proyecto político de Jomeini y sus seguidores. El que era considerado como principal candidato al puesto, el ayatollah Montazeri, cometió el error de criticar públicamente ciertas medidas de la República Islámica (persecución de minorías, lapidaciones, ejecución de opositores, la fatua de Jomeini contra Salman Rushdie…) que, en su opinión, no eran propias de un Estado Islámico legítimo. Esto le costó un arresto domiciliario y el apartamiento de la vida pública y política, y por supuesto, que no fuera elegido sucesor de Jomeini. Montazeri era un marya, y por tanto un caso notable, pero son numerosos los clérigos que han perdido sus privilegios y empleos por criticar el régimen.
En todo caso, la llegada de Jamenei no alteró en exceso las relaciones entre Irán y EEUU. Justo once meses antes de la muerte de Jomeini, cuando la guerra entre Irán e Irak no había terminado aún, un avión de pasajeros iraní fue destruido por misiles americanos, el famoso vuelo 655 de Iran Air. Irán, por su parte, seguía con la retórica anti-imperialista y revolucionaria de la época de Jomeini. La fatua sobre Rushdie no estaba vigente (pues en el chiísmo las fatuas se extinguen al morir su emisor), pero Irán siguió intentando exportar la revolución apoyando a Hezbollah, que organizó ataques terroristas como el coche bomba en un centro judío en Buenos Aires o el ataque a la embajada israelí en la misma ciudad.
Atentado en la embajada israelí en Argentina, 17 de marzo de 1992. Fuente: Vos Iz Neias.
La República Islámica, que había excluido toda oposición, se empezó a dividir internamente en facciones y partidos, no solamente a nivel parlamentario. La República Islámica contaba con numerosas instituciones: La judicatura, el ejército, los Guardas Revolucionarios, el estamento religioso, las fundaciones benéficas, la administración estatal… todas ellas con sus propios intereses, cooperando y compitiendo a la vez.
Como árbitro y guardián, el Líder Supremo. El complejo sistema constitucional parecía garantizar el equilibrio entre todos los que estaban dentro del sistema. Rafsanyani, un comerciante de pistachos con una larga trayectoria en el Partido de la República Islámica, fue elegido Presidente en 1989. El parlamento estaba dominado por lo que Nikki Keddie denomina la “Izquierda islámica”, que por lo general se oponía a Rafsanyani, un hombre de negocios liberal. Por suerte, el presidente contaba con el apoyo de su predecesor, Jamenei, ahora convertido en líder supremo. El problema era reconstruir el país y mantener contentos a los ciudadanos, muy cansados después de 8 años de guerra y escasez.
Las presidencias de Rafsanyani
El programa de Rafsanyani y Jamenei consistía en liberalizar la economía iraní y abrirla al exterior, moderando el tono agresivo de la diplomacia oficial (por ejemplo, manteniéndose neutrales en la Guerra del Golfo). Entre 1989 y 1995 se intentó privatizar un millar de empresas públicas, pero los intereses de las instituciones que las gestionaban y los casos de corrupción en la adjudicación de los contratos hicieron que el ambicioso plan inicial se paralizase.
La orientación de la producción hacia el mercado exterior tecnificó la agricultura y permitió cierto desarrollo industrial, aunque los beneficios se invirtieron en una burbuja del sector inmobiliario. Además, Irán tuvo que hacer frente en enero de 1995 a una crisis de deuda externa a corto plazo, agravada por las sanciones que Clinton aplicó en mayo de ese mismo año. Las privaciones y el descontento causaron disturbios que fueron brutal y eficientemente reprimidos en 1992, 1994 y 1995.
Las elecciones parlamentarias que se llevaron a cabo en 1992 contaron con 1.000 candidaturas anuladas por el Consejo Guardián, de un total de 3.000. Muchos de los descalificados eran parte de la “izquierda islámica” y de la Asamblea de Clérigos Combatientes, veteranos de la revolución, algunos incluso presentes en el asalto a la embajada estadounidense. Es decir, que los que controlaban los hilos del régimen (Consejo Guardián, Jamenei) decidieron limitar la participación política ante el riesgo de desorden.
Aun así, no podían encarcelar o exiliar a todos los descontentos, algunos con un impecable credencial revolucionario, y a pesar de la censura cada vez empezó a hablarse más de temas como derechos humanos, libertades democráticas, justicia económica y social, relaciones amistosas con el exterior, etc. Muchos de los rechazados en la política se reconvirtieron en periodistas, cineastas, escritores, académicos y artistas. A menudo el rechazo al régimen se manifestó en una elevada abstención. En 1993 Rafsanyani volvió a ganar las elecciones a la presidencia, con una participación del 63%.
Sello commemorativo del 16 aniversario de la Revolución, 1995. Fuente: IranStamp
En cuanto a las relaciones con EEUU, Rafsanyani no fue capaz de mejorarlas. El apoyo a Hezbollah, la oposición a Israel en la ONU y el programa nuclear iraní fueron los pretextos de los embargos de Clinton, que dañaron bastante la ya de por sí maltrecha economía iraní. Desde antes de la revolución la administración iraní había intentado llevar a cabo un programa nuclear, no para desarrollar armas atómicas sino para construir centrales eléctricas que permitieran al país producir energía de forma alternativa al petróleo, para poder exportar lo que no se gastase.
En los años 90 se reactivó el programa, de nuevo con el pretexto de estar destinado al uso civil. ¿Buscaba Irán la Bomba? Los lobbies pro-israelíes y los analistas americanos más belicistas aseguran que sí, aunque el gobierno iraní siempre haya defendido lo contrario. Dado que 3 de sus vecinos cercanos poseen armas nucleares (India, Pakistán, Israel), no parece descabellado pensar que la República Islámica intentara hacerse con un par de misiles atómicos, por eso de ver quien la tiene más grande, pero en mi opinión eso son tan solo especulaciones.
El gobierno de Irán tenía (y aún tiene) que gastar su dinero en programas de ayuda social para mantener contenta a la población y evitar que se repitiese lo de 1979, de modo que centrar la inversión en adquirir armas nucleares sería cometer el mismo error que el shah cometió. Los dirigentes de la República Islámica conocen la historia de su país.
Los programas de ayuda social eran necesarios, y para mérito de la República Islámica, se llevaron a cabo. Entre 1985 y 1997 la mortalidad materna se redujo de 140 a 37 por 100,000 nacimientos. Se construyeron hospitales en áreas rurales y barrios deprimidos. Los estudiantes de medicina reciben formación gratuita a cambio de cinco años de servicio como médicos de pueblo. El programa de planificación familiar de Irán, que provee de anticonceptivos a las familias, fue incluso alabado por la ONU. La tasa de fertilidad de Irán bajó hasta niveles europeos. Se multiplicó la inversión en educación, y la escolarización segregada hizo que muchas familias rurales llevasen a sus hijas a la escuela, algo que no sucedía antes de 1979. Las mujeres no perdieron el derecho a ejercer un empleo, y la modernización (urbanización y terciarización) continuaron a pesar del tinte islámico del régimen.
Todos estos cambios hicieron que las elecciones presidenciales de 1997 se presumieran interesantes. El descontento creciente con la gestión económica del régimen y el auge de una clase media muy debilitada por los años de la guerra, sumado al hambre de y libertades civiles y democráticas, hicieron que la actividad política se multiplicase en la víspera de las elecciones. Dado que los presidentes en Irán solo pueden gobernar durante 8 años, Rafsanyani no podía presentarse de nuevo, lo que hacía que las elecciones se convirtiesen en un evento muy excitante y estimulante para unos votantes que anhelaban cambio. Pero de eso hablaremos el próximo día.
Bibliografía general:
Nikki Keddie, Modern Iran: Roots and Results of the Revolution, Yale University Press, 2006.
Ervand Abrahamian, A History of Modern Iran, Cambridge University Press, 2008.
Aunque ya estaréis al tanto, debo mencionar que este es un blog divulgativo, cuyo objetivo es ser ameno y fácil de leer. Es decir, que lo que váis a leer es un resumen simplificado de un tema bastante complejo, y por tanto puede haber omisiones e incorrecciones. Ni se os ocurra copiarlo y pegarlo para un trabajo de instituto/universidad o un artículo de prensa, porque haríais un sonoro ridículo. En este artículo hay muchas palabras raras, así que tal vez sea conveniente tener a mano el Glosario de términos islámicos.
Introducción
En las anteriores entregas hemos estado hablando de Irán y sus ayatolás. Irán es uno de los principales países de mayoría chií, pero no el único. Es muy importante tener en cuenta que, aunque la mayoría de los iraníes sean chiíes (un 95% de la población total del país, unos 70 millones), la mayoría de los chiíes no son iraníes. Repito, hablar de chiísmo no es hablar de Irán, y viceversa. Alrededor de un 10% de los musulmanes son chiíes. De todos ellos, solo un tercio son iraníes.
Además de una diáspora extensa, existen importantes comunidades de chiíes en Líbano, Yemen, Arabia Saudí, Bahrain, el sur de Iraq (en torno a los santuarios de Nayaf y Kerbala), Azerbaiyán, Pakistán y la India. La India es el segundo país del mundo tras Irán en número de chiíes. Allí hay unos 45 millones de chiíes, el 30% de la población musulmana total de la India. El principal núcleo chií de la India es la ciudad de Lucknow, donde hubo un sultanato chií independiente hasta el célebre motín de 1857.
Fundamentos del chiísmo
El chiísmo duodecimano, la rama más extendida, cree que Alí, primo y yerno de Mahoma, y sus descendientes, son los sucesores legítimos del profeta al mando de la comunidad islámica. Aparte de Alí, hay 11 herederos de Mahoma reconocidos, siendo los más famosos Hussein (hijo de Alí que fue martirizado en la ciudad iraquí de Kerbala cuando luchaba contra Muawiya, el primer Omeya) y Yafar.
A estos descendientes de Mahoma se les denomina Imanes o Imames, y se les atribuyen virtudes casi divinas, fundamentalmente la infalibilidad. Además, de casi todos ellos se recopilaron una serie de dichos y opiniones (ahadith) que forman la Sunna chií, es decir, el segundo cuerpo doctrinal tras el Corán. Los sunníes, por el contrario, solo consideran los dichos del profeta Mahoma en su Sunna.Según la creencia chií, todos los imames fueron asesinados salvo el número 12, Muhammad ibn Hasán, el Mahdi, que entró en «Ocultación» alrededor del año 874.
Que entrase en ocultación no significa que el Imam muriese, sino que se retiró del mundo terrenal. Un día, cuando las condiciones sean propicias, volverá, acompañado por Jesucristo (uno de los profetas del Islam, como Moisés o Salomón), a instaurar la justicia, la paz y el Islam universales. Es decir, que la creencia en el Imamato tiene repercusiones escatológicas similares a la creencia cristiana en el Juicio Final, la resurrección de las almas, etc.
Desde un punto de vista político y religioso, dado que la línea de sucesión de Mahoma termina en el duodécimo Imam y este no está muerto sino oculto, no hay un líder establecido de la comunidad de creyentes. Sin embargo, durante la ausencia del Imam los seres humanos siguen precisando de guía temporal y espiritual. De esta forma, los estudiosos de la doctrina islámica se convierten en los representantes del Imam en la Tierra.
El Gran Ayatolá Sistani, uno de los principales marya en la actualidad. Fuente: Wikimedia
Dado que los chiíes han sido por lo general perseguidos, condenados y asesinados a lo largo de la historia y pocas veces han ostentado poder político (salvo en los califatos fatimíes de Egipto y Túnez y en Irán tras 1501), no hay una institución religiosa única que los integre y organice a todos. Por el contrario, el chiísmo duodecimano funciona de forma un tanto informal, al menos si lo comparamos con la Iglesia Católica.
Jerarquía religiosa chií
Según la doctrina Usuli, que fue la que se consolidó en Irán alrededor del siglo XIX, la comunidad religiosa se divide en dos: los clérigos (ulema o muytahid), que pueden interpretar la ley islámica; y los emuladores, que deben seguir los consejos de un sabio islámico de su elección. Solo se pueden seguir las opiniones de un erudito vivo, en cuanto muere sus fatuas (opiniones legales) dejan de tener vigencia. Aún así, este erudito puede tener seguidores que transmiten y adopten su legado doctrinal a los nuevos tiempos. Además, no todos los clérigos son iguales, hay rangos.
Los principales rangos (aunque hay una infinidad) son hoyatoleslam, ayatolá y marya. Dos elementos determinan el rango de un estudioso del Islam: por un lado, la formación académica y la cantidad y variedad de obras que haya publicado. Por otro, el número de seguidores que tenga, es decir, de fieles que acudan a él para recibir consejo.
Grosso modo, y para que lo entendáis de forma simple, un hoyatoleslam sería el equivalente a un estudiante que ha completado una Licenciatura o un Grado universitario; en este caso alguien que haya estudiado unos cuantos años en un seminario con un maestro destacado y haya dominado la gramática del árabe, la exégesis del Corán y la Sunna, la lógica, la filosofía, la jurisprudencia, y demás disciplinas relevantes.
El siguiente rango en importancia seria ayatolá. Un ayatolá es algo así como un Doctor universitario, es decir, un hoyatoleslam que ha publicado una extensa y voluminosa tesis en un tema de su elección, demostrando su dominio de las ciencias islámicas, y que por tanto se ha ganado el privilegio de interpretar la ley, emitir juicios religiosos de forma legítima y dar clase en seminarios islámicos.
El último y más elevado grado es el de marya-e taqlid, fuente de emulación. Los marayi (pl. de marya) son los clérigos más influyentes y poderosos. Para ser un marya uno ha de ser un ayatolá de prestigio y debe haber publicado al menos una obra sobre cada una de las grandes materias islámicas, desde mística hasta reparto de herencias y divorcios. Aunque el número de marayi se haya disparado en las últimas décadas (hoy día hay más de 40), tradicionalmente había nada más que uno, como mucho dos o tres. En la época de la Revolución Islámica había unos cuatro marya en Irán.
El Gran Ayatolá Montazeri, uno de los marayi más importantes de los años 80, y primo perdido de Fernando Arrabal. Fuente, The Guardian.
El marya más famoso y poderoso hoy día es Ali Al-Sistani, originario de Irán residente en Irak. Sistani no es partidario de la doctrina del velayat e-faqih (que ya expliqué aquí, ver sección «El gobierno del jurista»), y sus relaciones con la República Islámica no son precisamente buenas. Tiene una página web muy interesante donde podéis consultar en qué consiste su trabajo, principalmente responder dudas de confusos creyentes que se plantean si comprar un coche a plazos está permitido por la ley islámica, o si comer helado con una pequeña cantidad de etanol es pecaminoso. La web está disponible en árabe, persa, urdu, azerí, turco, francés e inglés, toda una muestra de la popularidad de Sistani.
Es necesario puntualizar, como bien nos ha señalado Manuel Llinás en Facebook, que estas categorías son un fenómeno reciente, desarrollado sobre todo a partir de la Revolución. Hace 50 años, el término ayatolá solía emplearse para referirse a un marya o aspirante a marya; hoy día se utiliza para calificar a un muytahid (clérigo capaz de interpretar la ley) establecido, mientras que hoyatoleslam ha pasado a designar a los estudiantes aspirantes a muytahid.
Mucho se habla en la poco informada prensa española (e internacional) de un supuesto conflicto entre suníes y chiíes. En otro momento he dedicado un artículo a desmontar tal teoría (en mi opinión no es un «conflicto» doctrinal, confesional o sectario, sino estrictamente geopolítico).
Ahora me limitaré a señalar que en los últimos quinientos años de historia islámica no ha habido grandes guerras interconfesionales al estilo de las que sacudieron Europa en tiempos de Lutero. Aunque tengan creencias distintas, los chiíes no tienen la tradición de matar sunníes, y viceversa.
Sí es cierto que en época medieval los chiíes desarrollaron una doctrina muy interesante denominada disimulación, consistente en hacerse pasar por sunníes allá donde gobernasen líderes intolerantes con los chiíes. Por encima del martirio, los chiíes perseguidos buscaban la supervivencia. No obstante, ese tema lo dejamos para otro día. No dudéis en comentar si tenéis dudas u objecciones.
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