La construcción del Estado postcolonial

Continuamos con la tercera parte de la Breve Historia de Oriente Medio. Ayer resumimos brevemente el periodo de las independencias y las relaciones de EEUU con los países de Oriente Medio durante la Guerra Fría. Hoy hablaremos de los cambios políticos, económicos y sociales que experimentaron las sociedades de la región durante las primeras décadas de la independencia (1940-1970), centrándonos en las revoluciones políticas y las “reformas” emprendidas por los distintos gobiernos.

Revolución y modernización

Como vimos, tras la descolonización muchos países de Oriente Medio como Irak o Egipto se convirtieron en monarquías. Estos reyes, colocados por las potencias occidentales, a menudo no eran más que gobernantes títere, que además no redistribuían la riqueza ni satisfacían las exigencias de libertad y participación política de sus súbditos. La mayoría de estos regímenes cayeron en revoluciones populares, casi siempre dirigidas o supervisadas por el ejército.

monarquias republicas 1950

monarquias republicas 2016

Los protagonistas de las revueltas eran jóvenes oficiales de rango medio del ejército, pertenecientes a la clase media-baja. Estaban inspirados por las ideologías que habían permeado sus países desde finales del siglo XIX: palabras como nacionalismo, modernización, secularización e industrialización adornaban sus discursos y proclamas. Sus modelos, aunque no lo reconociesen necesariamente, eran Atatürk y en menor medida, Reza Khan (LINK), dos líderes que habían surgido del ejército, habían derrocado a las monarquías y habían asegurado la independencia de su países frente a Rusia y Occidente. Quizá el ejemplo más famoso de este tipo de oficiales revolucionarios sea el egipcio Gamal Abdel Nasser, pero las primeras rebeliones y golpes de Estado militares tuvieron lugar en Irak ya en 1936.

En Egipto, Nasser y otros militares formaron una organización secreta conocida como los Oficiales Libres. Descontentos con la monarquía y la ocupación británica, en 1952 organizaron un golpe de Estado que derrocó al rey Faruq, y forzaron la evacuación británica del país. Aunque en un principio fueron apoyados por organizaciones izquierdistas y los Hermanos Musulmanes, pronto Nasser y los suyos eliminaron a toda oposición, estableciéndose un régimen militar nominalmente laico y pan-árabe. Poco a poco, las monarquías fueron cayendo en Oriente Medio. A Egipto le siguieron Túnez (1956), Irak (1958), Yemen (1962), Libia (1969), y finalmente Irán (1979). De las 15 monarquías que había en Oriente Medio y el Norte de África en 1945 solo quedan 8 hoy día: Marruecos, Arabia Saudí, Jordania, Omán, los Emiratos Árabes Unidos, Qatar, Bahrain y Kuwait. Salvo Marruecos y Jordania, todas están en el golfo Pérsico y forman el CCEAG.

El socialismo panárabe y el partido Baath se merecen un artículo aparte. De momento, quedémonos con la idea de que los nuevos regímenes revolucionarios enarbolaron el pan-arabismo (es decir, la idea de que todos los estados árabes deberían unirse y formar una sola nación). Algunos de ellos incluso llegaron a eintentar ponerlo en práctica, siendo el ejemplo más notable la fallida República Árabe Unida que abarcaba Egipto y Siria entre 1958 y 1961. En general, todos los gobernantes, incluyendo a los monarcas del Golfo y las élites nacionalistas de Irán y Turquía, abrazaron una idea conocida como el “modernismo”: Esta teoría postulaba que la industrialización y el “progreso” harían que la población abandonase sus hábitos “tradicionales” y se fueran secularizando cada vez más, a la vez que permitirían a las naciones descolonizadas abandonar el estatus de países económicamente dependientes. Quizá el mayor exponente académico de dicha teoría sea el norteamericano Daniel Lerner.

Economía y construcción estatal

Los países árabes donde las monarquías fueron derrocadas eran, con la excepción de Libia, bastante parcos en recursos naturales. Es decir, no disponían de amplias reservas de petróleo, lo que hacía que los Estados no dispusieran de un flujo constante de ingresos, como sí lo hacían las monarquías del Golfo o Irán. A pesar de esta dificultad, muchos de los nuevos regímenes (Egipto, Siria, Irak, Yemen del Sur, Libia) se autodenominaron “socialistas” y trataron de redistribuir la riqueza para contentar a la población y contrarrestar la falta de libertades políticas. De este modo, iniciaron un programa de nacionalizaciones de éxito dispar, e invirtieron en nuevas industrias de propiedad estatal, formándose así un amplio sector secundario nacionalizado. En algunos casos, esto sirvió para generar ingresos, y por lo general estas medidas aliviaron el desempleo y crearon un sector del proletariado afín a los gobiernos militares.

Además de nacionalizar los recursos e industrializar, los nuevos gobiernos revolucionarios se embarcaron en un proceso de construcción y consolidación de Estado. La idea aquí era “alcanzar” a Occidente, consiguiendo estados poderosos y eficientes que pudieran garantizar la independencia y la estabilidad. El desafío y la dificultad residían en que esto debía de hacerse en un plazo de tiempo corto, en apenas un par de décadas, mientras que Europa había tenido siglos para modernizar y establecer sus eficaces burocracias. Por tanto, la modernización del país debía ser dirigida por las élites, que intervendrían en la economía con reformas agrarias y las ya mencionadas nacionalizaciones e industrialización. Adicionalmente, la estructura de los estados y el tamaño de la burocracia se ampliaron notablemente, y se establecieron universidades y escuelas estatales, además de un importante sector militar. También se llevaron a cabo faraónicas obras públicas, como la presa de Assuan en Egipto. Estas medidas no son exclusivas de Oriente Medio; en Argentina tenemos el ejemplo de la industrialización dirigida por Perón y en España las medidas de Franco durante la época de la autarquía.

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El Mogamma, un enorme edificio administrativo de los años 40 en la plaza Tahrir de El Cairo. Fuente: Scott Nelson

Demográficamente, se iniciaba un periodo de elevada natalidad, a la vez que se reducía la mortalidad. La población aumentaba, lo que hacía mucho más necesario que se llevaran a cabo “reformas”. Los países que disfrutaban de rentas petroleras pudieron manejar la situación con mayor libertad. En algunos casos, como en Arabia Saudí, el dinero del petróleo se repartió entre los centenares de príncipes que conformaban la dinastía, lo que les permitió una vida de lujo y confort. En otros, como Irán, el petróleo sirvió para pagar caro armamento de última generación y para financiar la revolución blanca. En general, los gobiernos que disponían de petróleo acabaron convirtiéndose en dependientes del oro negro para financiar sus crecientes burocracias y ejércitos, lo que acaba determinando su política exterior. La economía dependía del Estado, que a su vez dependía del petróleo, cuyo precio variaba según la época. No se formaban burguesías o clases medias económicamente independientes del Estado que pudieran poner en entredicho la legitimidad del régimen. Esta idea, el “Estado rentista” , es la principal (si no la única) contribución teórica del campo académico de los Estudios Orientales en los últimos 50 años.

 En algunos países estas reformas tuvieron éxito y la población apoyó a los regímenes. En otros, por el contrario, la situación se descontroló y, ante el posible descontento popular, el Estado decidió armarse para machacar a la disidencia, dando pie a los denominados “Estados búnker”, como la Libia de Gadafi. Reprimida la oposición interna, a veces no quedaba más remedio que rentabilizar la inversión en armamento atacando países vecinos, como hizo Sadam Hussein con Irán (1980) y Kuwait (1990). En la mayoría de naciones, no obstante, se produjo un equilibrio entre ambas tendencias, acompañándose la ampliación de las fuerzas de seguridad con un incremento del aparato del Estado y del empleo público.

Nasser_Idris_INasser y el rey Idris de Libia. Wikimedia

La segunda mitad del siglo XX presenciaría el auge de la política de masas, como sucedió en el sur de Europa hacia los años 20 y 30. Lo veremos en el siguiente artículo.

Un comentario sobre “La construcción del Estado postcolonial

  1. Oriente es oriente. Con mis lecturas he ido aprendiendo: en Oriente la tierra es tan vasta, desde la escala del hombre, que la información que tiene que llegar al que la necesite, y además que perdure, lo hace con éxito cuando tiene dentro de sí una parte de cuento o mito.

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