Reseña: Miradas de Irán – Historia y cultura (2021)

Fernando Camacho Padilla, Fernando Escribano Martín, Nadereh Farzamnia Hajardovom, José Luis Neila Hernández (coords.), Miradas de Irán: Historia y cultura, Catarata, 2021, 284 pp.

ISBN 978-84-1352-233-3

La iranología (o iranística) española es un campo de estudios modesto pero que está creciendo mucho en los últimos años. Miradas de Irán – Historia y Cultura (Catarata, 2021), una colección de ensayos editada por Fernando Camacho Padilla, Fernando Escribano Martín, Nadereh Farzamnia Hajardvodom y José Luis Neila Hernández, es una muestra muy amplia de la diversidad de estudios sobre la historia y la cultura iraníes que se están realizando en lengua castellana . La mayoría de los contribuidores están ligados de algún modo u otro a la Universidad Autónoma de Madrid, uno de los centros que más ha apostado por la investigación sobre Irán y la colaboración con instituciones académicas persas, como la Universidad Allameh Tabataba’i. El libro, en general, es una magnífica aportación a la literatura académica en español y una gran adquisición para cualquier lector cuyo interés en Irán vaya más allá de la historia política.

Portada del libro "Miradas de Irán. Historia y cultura", publicado por la editorial Catarata.

La obra se divide en tres bloques: estudios históricos, estudios literarios y estudios visuales. Si bien más allá de Irán no hay un hilo conductor claro entre los distintos capítulos, la obra está bien estructuada y, sobre todo, cubre temas prácticamente inéditos en castellano. Esta es sin duda la mayor virtud del libro: acercar a los lectores hispanohablantes aspectos muy diversos sobre la historia y la literatura persas que hasta ahora no habían tenido presencia en nuestro idioma, además de mostrar que la iranología española, inaugurada por el gran Joaquín Rodríguez, cuenta con una gran «cantera» de jóvenes investigadores. También hay contribuciones muy interesantes de investigadores procedentes de Irán que trabajan en universidades españolas. De algún modo, tengo la sensación de que el encuentro Imagen e Imaginario España-Irán, celebrado en la UAM en 2016 y al que tuve la suerte de asistir como espectador, sentó las bases de lo que después sería este libro. En la introducción, Fernando Camacho y Fernando Escribano hacen un breve repaso a la historia de la iranología española, una lectura indispensable para quien quiera conocer este modesto campo de estudios que, como decía, parece tener un gran futuro.

La sección de estudios históricos cuenta con cuatro capítulos que abarcan periodos y fenómenos muy diversos. En el primero, Fernando Escribano recorre cuatro siglos de relaciones diplomáticas hispanoiraníes deteniéndose en ciertas obras literarias que dejaron testimonio de distintas expediciones y embajadas. La primera de ellas es la Embajada a Tamerlán de Ruy González de Clavijo, uno de los primeros libros de viaje de la literatura europea y un testimonio interesantísimo de la diplomacia castellana medieval (la embajada tuvo lugar entre 1403 y 1406). A continuación, recorre las embajadas del siglo XVII, en especial la de García de Silva y Figueroa (1613). Como curiosidad, el fotógrafo Manolo Espaliú publicó una obra preciosa en la que sigue los pasos del embajador a través de Irán. Finalmente, Escribano se detiene en la crónica publicada por Adolfo Rivadeneyra, un aventurero al que la Primera República encargó una misión diplomática a Irán que se vio afectada por los acontecimientos políticos en España.

En el segundo capítulo, Fernando Camacho analiza la relación entre Irán e Hispanoamérica durante el siglo XX centrándose en la diáspora cristiana tras la Primera Guerra Mundial. El genocidio armenio y sus ramificaciones crearon un gran éxodo humano que también afectó a las comunidades cristianas presentes en Irán. Muchos cristianos orientales (armenios, asirios…) buscaron refugio en países hispanoamericanos y sentaron las bases de una diáspora que tendría presencia durante gran parte del siglo, especialmente en Argentina.

En el tercer artículo permanecemos en el siglo XX, si bien de vuelta en Irán. Javier Gil Guerrero recorre un proceso fundamental para entender la Revolución Islámica al que la literatura en castellano no ha prestado mucha atención: la resignificación de los rituales de Muharram que llevaron a cabo Jomeini y otros actores como Shariati o Taleqani. Javier Gil enfoca su análisis en Jomeini, que consiguió darle un carácter reivindicativo y activista al mito de Kerbala. Para quienes no estén familiarizado con el chiísmo, bastará saber que Kerbala hace referencia a una batalla que tuvo lugar en el año 680 [10 de Muharram del año de la Hégira 61] durante la segunda fitna o guerra civil en el califato islámico y que acabó con el martirio de Hussein, nieto de Ali, a manos de los omeya. En 1963 y 1978, Jomeini fue capaz de utilizar el mito de Kerbala para incitar protestas contra el régimen de los Pahlavi, a quienes asoció a los omeyas.

El siguiente capítulo está escrito por Laura Castro Royo, conocida en las redes sociales por su proyecto Las Plumas de Simurgh. Su texto nos lleva de vuelta al periodo antiguo y es una introducción muy detallada al zoroastrismo, la religión que existía en Irán antes de la conquista islámica. El capítulo es puramente divulgativo, y merece especial reconocimiento por la capacidad que tiene la autora de sintetizar y explicar conceptos complejos sin caer en simplificaciones (por ejemplo, rechaza usar términos como ángel, demonio, cielo o infierno, que otros divulgadores suelen usar pero que sin embargo ofuscan más que aclaran). El capítulo es muy recomendable para lectores con poco conocimiento sobre la religión mazdeísta que quieran acercarse a una introducción intelectualmente.

La sección sobre estudios literarios consta de cinco capítulos. En el primero de ellos, Samaneh Milani Tabrizi analiza el papel de las mujeres en una de las obras más importantes de la literatura persa, el Shahnamé o Libro de los Reyes, un poema épico escrito por Ferdosí alrededor del año 1000 de la era cristiana. Si bien la presencia femenina en la obra es discreta (al fin y al cabo, se trata de una épica medieval dominada por historias de batallas y heroismo), la autora es capaz de extraer conclusiones interesantes. Las mujeres en la obra, aunque tengan un papel secundario, no son meros sujetos pasivos y en muchas ocasiones sus actos son esenciales para el trascurso de la historia. Los personajes femeninos más importantes suelen pertenecer a la élite y, aunque en reducidas ocasiones adopten el papel de villanas, la autora concluye que en general las mujeres son presentadas de forma positiva.

El siguiente texto, de Fatemeh Hosseingholi Noori, está dedicado a Sirin, símbolo de la perfección femenina en la obra uno de los personajes de la obra La Leyenda de Cosroes y Sirín, del poeta Nezamí Ganyaví (siglo XIII de la era cristiana). Antes del análisis, la autora nos ofrece una breve esquematización de cómo las mujeres han aparecido retratadas en la literatura persa tradicional: bien de forma estética, centrándose en su belleza; bien de forma negativa, haciendo incapié en la supuesta inferioridad femenina; o bien de forma idealizada, presentando a los personajes femeninos como una síntesis de virtudes humanas. Según Fatemeh Hosseingholi, la Sirin representada por Ganyaví pertenece a la tercera categoría, y se trataría incluso de la protagonista principal de la obra por encima de Cosroes. Sirin es un personaje cargado de virtudes y con capacidad de acción, que contrasta con Cosroes, muy apegado a las pasiones y que comete acciones cuestionables o con Farhad, el tercer protagonista del triágulo amoroso que se limita a amar a Sirin de forma platónica. Si bien no puedo opinar sobre el análisis del capítulo, pues no he leido la obra de Ganyaví, la autora me ha hecho quedarme con muchas ganas de hacerlo.

Lámina de Cosroes descubriendo a Sirín bañándose en el río.
Cosroes y Sirin

El próximo capítulo nos lleva de vuelta a las embajadas del siglo XVII, si bien en este caso se trata de un viaje en dirección contraria. Baharak Akradlu escribe sobre las Relaciones de don Juan de Persia, una obra interesantísima. Juan de Persia es el nombre que adoptó Uruch Bech, uno de los representantes de la corte safávida en la embajada enviada a Europa entre 1599 y 1602. Los safávidas trataron infructuosamente de asegurar una alianza anti-otomana con el papado y algunos reinos cristianos occidentales. Uruch Bech acabó quedándose en España, convirtiéndose al cristianismo y, con la ayuda de su amigo Alfonso Remón, publicó un excepcional libro de viajes. Tal y como explica Baharak Akradlu, la obra cumple con todas las características de la literatura de viajes, pero además presenta características totalmente únicas e innovadoras. El protagonista de la obra, al fin y al cabo, no es un europeo que parte de viaje a Oriente y cuenta sus experiencias, sino un iraní que ha viajado a Europa y se ha convertido al cristianismo. La obra escrita con los lectores europeos en mente, de modo que los autores adaptan su discurso al público, pero al mismo tiempo la relación con el Otro es mucho más rica y compleja que en los textos habituales. Al fin y al cabo, Juan de Persia conocía la cultura que describe. Lo exótico y lo maravilloso, en definitiva, se presentan aquí de una forma muy original.

Del siglo XVII pasamos a finales del XIX y principios del XX de la mano de Javier Hernández Díaz. Su capítulo, el más extenso del libro, es un análisis de la poesía iraní del periodo de la revolución constitucional (1906). La revolución no solo cambió la política iraní sino que afectó profundamente al panorama literario, que se renovó por completo. La poesía, el género literario que tradicionalmente ha predominado en la lengau persa, estaba un tanto anquilosada durante el periodo de la dinastía Qajar. Sus formas eran excesivamente rígidas, y su contenido solía ser una celebración acrítica y exagerada de las virtudes de la élite gobernante (los poetas, al fin y al cabo, tienen que comr). Sin embargo, el terremoto político de la revolución de 1906 tuvo su contrapartida poética. Muchos poetas experimentaron con nuevas formas y, lo que es más importante, adoptaron un tono crítico y comprometido que no había existido anteriormente. La patria y el dolor por su decadencia se convirtieron en temas privilegiados. Para ilustrar esto, Javier Hernández nos ofrece varias traducciones inéditas y anotadas de poemas del periodo, una contribución excepcional y una fuente primaria muy valiosa para estudiantes de historia que quieran entender el contexto intelectual de la revolución de 1906.

El último capítulo de la sección se complementa perfectamente con el de Javier Hernández y además sirve de broche cronológico a los estudios literarios. Najmeh Shobeiri realiza un recorrido introductorio aunque detallado de la literatura iraní a lo largo del siglo XX. La autora contextualiza rápidamente las características de la producción literaria durante la época Qajar, durante el periodo constitucional (reseñado por Javier Hernández en el capítulo anterior), y los reinados de Reza Pahlavi y su hijo Muhammad Reza. La mayor parte del capítulo, no obstante, está dedicada a la literatura de la época que sigue a la revolución de 1979. La autora recorre los géneros más populares y significativos y ofrece breves traducciones de algunos versos. En general, tras la revolución y pasado un periodo de exaltación (tanto por parte de defensores como detractores del nuevo régimen) la literatura adquirió un carácter más social, mientras que paralelamente iban surgiendo otros géneros alejados de la tradición.

La última sección del libro está dedicada a los estudios visuales, fundamentalmente al cine, aunque también hay un capítulo dedicado a la novela gráfica. En el primer capítulo, Nadereh Farzamnia Hajardovom repasa la historia de la censura en el cine iraní. El capítulo comienza con un breve recorrido a través de la historia cinematográfica persa y de la censura durante la época de los Pahlavi, para a continuación centrarse en el periodo posrevolucionario. La llegada de los jomeinistas al poder provocó una «islamización» del cine y un mayor control estatal sobre la producción audiovisual. Esto no solo implicó una censura de los contenidos moralmente dudosos desde el punto de vista del régimen, sino un control de clos temas y mensajes transmitidos por los films. El «Nuevo Cine» iraní contaba con un carácter moralizante y criticaba duramente al régimen anterior. Los reglamentos estatales fueron especialmente estrictos (y en muchas ocasiones incoherentes) hasta la muerte de Jomeini en 1989, si bien todavía se mantienen. Una de las consecuencias de la censura y de estos reglamentos es que los directores y guionistas iraníes han desarrollado un lenguaje muy creativo para esquivar la censura, como evidencia el éxito de creadores como Abbas Kiarostami.

Farshad Zaedi analiza el cine iraní creado por mujeres, deteniéndose en particular en las películas Dos Mujeres , de Tahmineh Milani (Do Zan, 1999) y La prisión de las mujeres, de Manijeh Hekmat (Zendan-e zanan, 2002). El capítulo también repasa la visión de las cineastas en el exilio, y de las visión de las mujeres de algunos directores de género masculino que han dirigido películas centradas en personajes femeninos. En el siguiente capítulo, Elena Pérez Elena se centra en la obra de la novelista gráfica Marjane Satrapi, muy conocida por su obra Persépolis, que fue adaptada en un film. Persépolis es, de hecho, la obra que ocupa la mayor parte del análisis. Elena Péreza repasa cómo la novela gráfica aborda distintos periodos de la historia de Irán y cómo Satrapi es capaz de enlazarlos con su autobiografía y su historia familiar, consiguiendo además acercar la historia reciente iraní al público occidental no familiarizado de uan forma mucho más cercana y personal que cualquier documental o manual de historia.

El penúltimo capítulo se centra en varias películas que no he visto, de modo que no puedo ofrecer un comentario con sustancia. Majid Sarsangi y Hamed Soleimanzadh analizan la representación de la realidad en el cine de Kiarostami, particularmente en las películas Close-up y en la trilogía de Koker. Por último, Maryam Haghroosta y Elaheh Nourigholamizadeh realizan un análisis crítico del discurso de la película Nader y Simin, del director Asghar Farhadi, la primera película iraní en ganar un Óscar. Las autoras introducen el marco teórico haciendo énfasis en dos conceptos: la identidad nacional (como «el más alto nivel de entre las identidades de una persona» y el que «disfruta de más estabilidad y firmeza») y el cine nacional, entendido como aquel que participa de la cultura colectiva del país. Tras el análisis del film, las autoras concluyen que este refleja las transformaciones en la identidad nacional iraní desde la revolución y que muestra en parte las diferencias entre la forma de sentirse iraníes de las clases media y baja.


Miradas de Irán es, en definitiva, una colección muy interesante y variada de capítulos sobre la historia y la cultura iraníes. El libro no solamente recorre distintos periodos y medios, sino que además sirve de muestra de los temas y enfoques que la iranología española está adoptando en los últimos años. Si bien se echa de menos un capítulo que hilvane los distintos temas tratados en la obra, el libro es una contribución necesaria y mas que bienvenida al panorama académico español. Por otra parte, la mayoría de los capítulos cuenta con un estilo muy ameno y accesible para un público no especializado, de modo que cualqueir lector interesado en el mundo iranio podrá disfrutar de su lectura.

El Gobierno del Jurista (Velayat-e faqih)

Nota: este texto está extraido y adaptado de mi artículo sobre la Revolución Islámica de Irán. He decidido publicarlo como artículo independiente para tener una referencia enlazable a mano, ya que el artículo de la Wikipedia en español sobre el tema es una traducción automática bastante mala.

El velayat-e faqih es un concepto específicamente chií; si no estáis familiarizado con la jerarquía del chiísmo os recomiendo leer mi texto sobre los ayatolás.

Velayat e-faqih podría traducirse más o menos como tutela o gobierno del jurista islámico o del alfaquí. El concepto no lo inventó Jomeini, aunque él es sin duda su máximo exponente.

Jomeini escribió “Gobierno Islámico” en 1971. El modelo que propone está parcialmente inspirado en la “República” de Platón. Jomeini, como Platón, concibe una sociedad donde los filósofos, austeros, eruditos, y desprovistos de ambiciones materiales, son los gobernantes. En su versión, los filósofos son los intérpretes de la ley islámica. Esta ley, otorgada por Dios, deberá aplicarse hasta el final de los tiempos. Aunque a lo largo de la historia los clérigos chiíes jamás detentaron ningún poder, esta idea basa su legitimidad en el legado del califa Alí y sus sucesores. Tras la “ocultación” del duodécimo Imán, los clérigos y jueces chiíes se convirtieron en sus teóricos representantes en la tierra.

Si queréis saber más, os recomiendo mirar su Gobierno Islámico,  en especial la tercera sección del libro, “la forma de gobierno islámico”. El texto completo en español puede encontrarse en este enlace. La palabra clave del texto es “ley”. Sustituid faqih (interpreté de la ley islámica, juez) y fuqaha (jueces) por sus equivalentes en español, y todo tendrá muchísimo más sentido. La ley y el orden están de moda en todas partes y en todas épocas. La cuestión siempre es qué ley, y quién puede interpretar esa ley.

Es necesario recordar que los velayatis o jomeinistas no representaban a todos los clérigos en 1979, y de hecho la suya era una posición minoritaria. Por un lado, había una sección conservadora y quietista que consideraba que la religión no debía mezclarse con la política, encabezada por el marya (escalafón superior del chiísmo) Shariatmadari. De igual modo, existían ayatolás progresistas como Taleqani o en menor medida Mutahhari que defendían un orden democrático y parlamentario sin la tutela de un grupo de juristas islámicos.

En la actualidad el velayat-e faqih es la doctrina oficial de la República Islámica de Irán. No obstante, el gran ayatolá Sistani, el más influyente marya en la actualidad, no parece simpatizar con la idea. En otras palabras: el chiísmo no establece que la sociedad deba ser regida por un líder supremo con credenciales religiosas; se trata de una interpretación moderna instrumentalizada por Jomeini y sus seguidores.

Reseña «Imagen e imaginario España-Irán» (2 de 2)

En este artículo resumo la segunda mitad de las ponencias del encuentro Imagen e Imaginario España-Irán: miradas y representaciones celebrado en la Universidad Autónoma de Madrid el 10 de octubre de 2016. Puedes encontrar la primera mitad en este otro artículo. Aquí termina mi crónica de las conferencias, pues no pude asistir a la segunda jornada, que tuvo lugar el martes 11 de octubre.

Irán en los medios de comunicación españoles

 Tras la pausita para café volvimos a la sala de vídeo donde tenía lugar el encuentro. Este segundo bloque de ponencias, moderado por José Lus Neila, se centraría en la imagen de Irán que los medios españoles transmitido desde los años 70. Hubiera sido interesante alguna reflexión sobre la visión opuesta (España en los medios iraníes), pero en general estuvo muy bien.

img_20161010_1403411De izquierda a derecha: Fernando Camacho, Nadareh Farzamnia, Jose Luís Neila y Misael Arturo López Zapico

La imagen de Irán en la Televisión Española. Del régimen del Sha a Rohaní.

Fernando Camacho, especialista en Historia Global (y en particular historia chilena), nos ofreció en su ponencia un breve análisis de los documentales y especiales emitidos por TVE desde los años 70 hasta la actualidad. Todos ellos son visualizables a través del archivo digital de Televisión Española y los he enlazado abajo, para el que tenga curiosidad. Tomando como referencia estos archivos, Camacho se preguntó, ¿cuántos programas sobre Irán se han emitido desde los 70? ¿Cuándo se han emitido? ¿Quiénes los han realizado? ¿Dónde?

En los años 70 surgieron los primeros especiales dedicados al país persa. Sin embargo, dada la situación política en España y la cercanía diplomática entre Franco y el Shah, la información era apologética y se centraba en la figura del shah como gran estadista modernizador y como monarca con un estilo de vida lujoso. No se mencionaba la represión del SAVAK ni la agitación política, no fueran a dar malas ideas. Por supuesto no se mencionaba nada del golpe de Estado de 1953 que dio el poder al shah. La información era por tanto oficialista y laudatoria, poco crítica.

shariati-jomeiniCarteles de Jomeini y Shariati durante la revolución.

Con la revolución de 1979 las cosas empezaron a cambiar. TVE fue el único canal español en informar in situ sobre Irán, pero además fue de los últimos en abandonar el país dada la escasa hostilidad que España generaba en los revolucionarios. Informe Semanal emitió un exhaustivo especial, y en los telediarios se informaba de los acontecimientos. Camacho mencionó un libro, Episodios Persas, escrito por el embajador español en Irán durante el periodo revolucionario al que espero poder echar un vistazo pronto. Por lo visto, Sierra Nava actuó de enlace entre los secuestradores de la embajada estadounidense y la dipomacia americana.

Después de la revolución se sucedieron tres décadas sin apenas información sobre Irán, con la excepción de un documental turístico emitido en el 99. El interés por el país persa resurgió en 2009 como consecuencia del Movimiento Verde, una oleada de protestas por (entre otras cosas) la supuesta manipulación de los comicios presidenciales que dieron a Ahmadineyad su segundo mandato. Ese año se emitieron 3 programas sobre Irán, seguidos dos años más tarde por la célebre entrevista de Ana Pastor a Ahmadineyad y otro documental en 2012. Curiosamente, los presentadores de los programas y documentales emitidos desde 2009 han sido casi exclusivamente mujeres.

La lista completa de documentales es:

  1. El despertar de Ciro (1974)
  2. Los reyes de España en Irán e Iraq (1978)
  3. Jomeini, Alma de Dios (1979)
  4. Irán por dentro (1981)
  5. Irán detrás del velo (1999)
  6. Irán, juventud a escondidas (2009)
  7. Irán, 30 años después de los rehenes (2009)
  8. Las fronteras de la revolución (2009)
  9. Entrevista a Ahmadineyad
  10. Irán, la guerra secreta (2012)

La revolución de Irán contemplada desde España

En la segunda ponencia, Misael Arturo López analizó el tratamiento dado a la revolución iraní por dos de los principales diarios españoles, ABC y El País, el primero representando posiciones más conservadoras y el segundo algo más «joven» y progresista, al menos por aquel entonces. López está muy interesado en investigar la función de la prensa y los medios de comunicación como agentes en la política internacional, afectando a las percepciones de la opinión pública y la diplomacia.

Antes de la revolución, Irán solo aparecía en la prensa rosa y las noticias del corazón, en medios como ¡Hola!. La imagen mostrada era de frivolidad, lujo y modernización, y se centraba exclusivamente en la familia de Muhammad Reza Pahlavi, el flamante shah de Persia. Esto cambió radicalmente durante los meses de enero y febrero de 1979, los momentos más críticos de la revolución.

En enero de 1979, Irán apareció en 7 portadas de El País, tres de ellas con imagen. En ABC apareció tan solo en dos ocasiones, ambas con foto. El mes siguiente, El País dedicó a la revolución 5 portadas, todas salvo una con foto; mientras que el ABC contaba con 4 noticias sobre Irán en primera plana, todas con imagen. Las notas de prensa no eran especialmente innovadoras o rompedoras: la mayoría de ellas provenían de agencias o de corresponsales en París (donde se encontraba Jomeini) y EEUU, nunca desde Irán. Los temas tratados solían ser las declaraciones del Shah, especulaciones sobre su fortuna (con posibles errores de traducción, pues las cifras variaban según el medio) y opiniones de expertos en EEUU, así como la suerte de los 1500 «expatriados» (esa eufemismo para no decir «inmigrante), de los cuales solo quedaron 400 al final de la revolución .

jomeini paris, rohaniJomeini en París

A medida que se desarrollaron los acontecimientos, ambos medios trataron de responder a los interrogantes sobre la nueva forma de gobierno de Irán, la República Islámica. Para el ABC era algo natural pues «al contrario que en la Iglesia Católica, la política no está separada del islam.» Afirmación curiosa teniendo en cuenta que España salía de 40 años de dictadura nacionalcatólica donde los protestantes (entre otros) habían sido perseguidos, y un buen ejemplo de cómo los medios siempre aprovechan para lanzar mensajes referidos a la política local. ABC también expresaba su preocupación por el precio del petróleo y las inversiones españolas en el país persa. El País, por su parte, calificaba a Jomeini como «la encarnación de la oposición popular al shah» el 3 de enero del 79, y al día siguiente criticaron duramente al shah en su editorial. El concepto de república islámica se analizó a partir de unas declaraciones del ayatolá Montazeri.

No obstante, El País informaba sobre la revolución con tonos claramente orientalistas y literarios, casi líricos, poco adecuados para noticias de actualidad. Zapico citó numerosos ejemplos de esta retórica, aunque solo pude copiar varios de la entrevista realizada por El País a Jomeini en París; una entrevista con escasa discusión política pero con frases descriptivas como «la cerilla coránica», «severidad serena y cataclismal», etcétera. Más allá de eso, El País percibía cuatro fuerzas en el Irán revolucionario: el ejército, el «populismo», la socialdemocracia y el chiísmo. Un análisis bastante cutre, todo hay que decirlo, aunque claro, es fácil criticar desde la distancia. Se salvan, en opinión de Zapico, los artículos de Félix Bayon que ofrecían una lectura geoestratégica acertada.

ABC, mientras tanto, definía a Jomeini como «la suma de Gandhi y la violencia», o lo comparaba con Sabino Arana. También aprovechaban paracriticar a la UCD, pues desde 1977 Irán era el principal proveedor de petróleo de España (Irán y Arabia Saudí sumaban casi el 60% de las importaciones), y algo tendrían que haber hecho, pues la economía española no se podía permitir un alza en los precios del combustible. También se metían con la blandeza del presidente Jimmy Carter, que había permitido que un país tan estratégico (por su ubicación geográfica y sus reservas de petróleo) abandonase el «mundo libre.»

En conclusión: la cobertura de la prensa española no fue muy extensiva, y por lo general se abusaba de los tópicos y los elementos pintorescos y exóticos al hablar de un país lejano y desconocido. ABC, como buen medio conservador, era más crítico con la revolución y se preocupaba especialmente de la situación económica. El País, más joven y progresista, parecía más favorable a la caída del shah aunque era crítico con la evolución teocrática de los acontecimientos.

La imagen de Irán en España: de Ahmadinejad a Rohani

Nadereh Farzamnia, iraní, profesora de Historia de Oriente Medio en la UAM y autora de De la revolución islámica a la revolución nuclear, dedicó la última ponencia del día a analizar el tratamiento de Irán en los medios de comunicación españoles durante la última década. Fue la ponencia más larga, aunque también la más expresiva y viva, llena de anécdotas interesantes. Me gustó el patriotismo indignado de la doctora iraní, que a pesar de no comulgar con el régimen teocrático, ha intentado defender a su país de las difamaciones de los medios de desinformación. Su principal crítica es que los medios han asociado la imagen del país a sus políticos, generalizando alegremente sobre los iraníes a partir de sus líderes.

La cobertura de los gobiernos de Ahmadineyad (2005-2013) ocupó la mayor parte de la ponencia, algo lógico dada su extensión y el controvertido carácter del presidente. Polémico desde que llegó (una vez que los comicios presidenciales pasaron a una segunda vuelta), Ahmadineyad se convirtió en el niño rebelde predilecto de la prensa occidental. Su política se basaba en tres pilares: volver a los principios de la revolución, luchar por la justicia social y contra la corrupción, y exportar la revolución islámica. Este último punto, que en sus discursos se materializaba en un tono desafiante y acusador frente al «Occidente imperialista y opresor», permitió a la prensa despacharse agusto contra el presidente.

Así, en 2006, el diario El Mundo publicó en su sección de deportes (!) un artículo en el que de algún modo conseguían conectar las declaraciones del presidente iraní con una imagen negativa de la selección nacional de fútbol persa que podía perjudicar el rendimiento del equipo. Farzamnia continuó citando ejemplos absurdos, en el que se destacan las arengas de Federico Jiménez Losantos equiparando Irán con los Talibán, o un programa de telecisión en el que entrevistaron a Farzamnia y pidieron su opinión sobre el burka… a pesar de que el burka es afgano y no iraní.La ponente también criticó artículos de periodistas supuestamente más informados, como Ángeles Espinosa.

Los discursos del presidente iraní eran analizados y comentados hasta el más ínfimo detalle, no solo los pronunciados ante organismos internacionales sino también los que estaban destinados a consumo interno. La imagen transmitida por los medios era la de un Irán beligerante con sed de guerra. Nada más lejos de la realidad, pues los iraníes tenían aún fresca en su memoria la guerra contra Iraq y no deseaban embarcarse en un nuevo conflicto, mucho menos contra una superpotencia como los EEUU.

La reciente invasión estadounidense del país mesopotámico y la agresividad de George Bush hicieron saltar las alarmas. En 2007, el líder supremo Alí Jamenei dio un toque de atención a Ahmadineyad para que moderase el tono, pues no era deseable causar problemas diplomáticos. Un alto cargo del gobierno americano había afirmado que no se descartaba una intervención militar contra Irán. La prensa internacional había desarollado una narrativa que justificaba la invasión: Irán es una amenaza mundial, Irán tiene la bomba. Farzamnia aseguraba entre risas que «desde hace 15 años, Irán estará listo para tener la bomba en menos de 6 meses».

gran satanManifestación anti-americana en Irán.

La prensa española tuvo su parte en la divulgación de esta visión negativa de Irán, asociado perpetuamente a la crisis nuclear. La mayoría de las veces tan solo tenían como referencia a agencias de comunicación británicas y estadounidenses, muchas de ellas conectadas a lobbies sionistas. Otras veces, se limitaban a traducir artículos aparecidos en la prensa israelí. Así, en julio de 2007 El País afirmaba que Irán tenía la Bomba, y El Mundo aseguraba que Israel preparaba un ataque nuclear preventivo contra el país persa. Todo esto, aseguraba Farzamnia, a pesar de que el gobierno iraní colaboraba abiertamente con las agencias internacionales contra la proliferación atómica y permitía la visita de supervisores.

Dada la escasez de tiempo, la ponente tuvo que saltar a 2011, mencionando de pasada el movimiento de protesta de 2009. En 2011, Irán seguía sintiendo las sacudidas de dichas manifestaciones. Sin embargo, la prensa española lo incluyó erróneamente en sus análisis como parte de la Primavera Árabe, sin tener en cuenta que los iraníes no son árabes y que el movimiento se había originado dos años antes, a raíz de los dudosos resultados de las elecciones presidenciales.

Un año después, en 2012, Irán seguía siendo caracterizado como un país conflictivo y peligroso, merecedor de sanciones. La crisis nuclear seguía siendo el centro de atención de las noticias sobre el país, además de esporádicas menciones a la brillantez de sus cineastas. Situación que cambió radicalmente tras la elección de Rohaní, el principio de lo que un editorial de El País calificaba como «un gobierno de prudencia y esperanza» cuya misión era resolver la crisis diplomática y devolver Irán a la comunidad internacional.

Nadereh Farzamnia no pudo analizar exhaustivamente el tratamiento dado por la prensa a Rohaní, ya que se quedó sin tiempo. Yo también estaba cansado y dejé de tomar notas. En todo caso, fue una charla muy agradable y entretenida, que a pesar de su extensión no se hizo tediosa. El debate de la tarde no fue todo lo animado que podía haber sido, y de él no tomé apuntes así que no lo puedo plasmar aquí.


Me hubiera encantado estar en las ponencias del día siguiente, pero tenía que trabajar la tarde del martes y, como buen profesor, debía preparar mis clases por la mañana, así que me quedé en Toledo. Si alguno de mis lectores estuvo en la sesión del martes y puede comentar algunas impresiones, le estaría muy agradecido. Al mismo tiempo, si alguno de los ponentes de aquel día quiere matizar o corregir la información que he dado, que no dude en escribirme a desvelandooriente@yandex.com

Este blog no deja de ser un proyecto amateur, y como buen aficionado, el que escribe puede cometer errores o haber tomado mal las notas.

Reseña «Imagen e Imaginario España-Irán» (1 de 2)

Los pasados días lunes 10 de octubre y martes 11 se celebró un interesante encuentro internacional en la Universidad Autónoma de Madrid. Su título era Imagen e imaginario España – Irán: miradas y representaciones, y consistía en una serie de ponencias y debates centradas en la visión de Irán en España y viceversa, a cargo de diversos académicos de la UAM y de la Universidad Allameh Tabataba’i de Tehrán.

Por desgracia, el encuentro no fue muy publicitado, más allá de carteles dispersos por la facultad de letras de la UAM. Si no me llega a avisar una amiga, no me hubiera enterado. La web de la UAM ofrece una descripción muy escueta, y la web del proyecto IPESP en el que se enmarcaba el encuentro lleva medio año sin ser actualizada. Najmeh Sobeiri, una de las ponentes, se quejaba con razón de que este tipo de iniciativas no suelen superar los muros de la famosa “torre de marfil” académica y trascender a la prensa. Para remediar esto os voy a ofrecer este breve resumen basado en las notas que tomé ese día (de modo que puede haber errores y omisiones). La difusión de este blog es muy modesta, pero mejor algo que nada. Por motivos laborales solo pude asistir a la primera jornada, de modo que me voy a centrar en las ponencias del lunes. El público era reducido, pero el ambiente muy agradable.

Embajadas y misiones diplomáticas en los siglos XV-XIX

El primer bloque de exposiciones, moderado por Fernando Camacho, se centraba en la historia diplomática de la época moderna. No tenía título, pero el que le he dado se ajusta bien, yo creo. La principal fuente primaria para el estudio de estos periodos, además de los documentos oficiales, son los libros de viajes. La primera ponencia fue un interesante resumen introductorio, y las dos siguientes se centraban en personajes concretos.

El país de Irán a través de la diplomacia española. Una larga historia

En la primera ponencia, Fernando Escribano Martín nos presentó las distintas misiones diplomáticas entre España y Persia desde la Edad Media hasta finales del siglo XIX. El periodo más intenso de contacto fueron los siglos XVI y XVII, ya que la monarquía hispánica y la dinastía safávida de Irán tenían un formidable enemigo común: los turcos otomanos. El antecedente, sin embargo, es la célebre Embajada a Tamerlán de Ruy González de Clavijo. Esta misión diplomática, que tuvo lugar entre 1403 y 1406, fue ideada por Enrique III de Castilla para estudiar las posibilidades de una alianza contra los turcos entre su reino y la poderosa dinastía Timúrida (de origen mongol) que dominaba la meseta irania y Asia central por aquel entonces. Si bien la alianza no se concretó, el resultado fue uno de los primeros libros de viajes europeos y el primero en lengua castellana.

Los safávidas ascendieron al poder en Irán en 1501, y su dinastía coincide temporalmente con la de los Austrias en los reinos españoles. El interés mutuo entre ambas monarquías, sin embargo, no cristalizaría hasta el siglo XVII, que nos dejó múltiples informes y dos libros de viajes, el de García de Silva y Figueroa (el primer europeo en identificar el cuneiforme como un sistema de escritura, hecho que se suele atribuir a Pietro de la Valle) y las Relaciones de Juan de Persia (un embajador de los safávidas que se convirtió al catolicismo y se quedó en Castilla). Ambos serían tratados en las ponencias posteriores.

Aprendí cosas muy interesantes en la exposición de Fernando Escribano, como que los famosos hermanos Shirley (los primeros occidentales en llegar a Irán e instalarse como asesores y consejeros en la corte safávida) no eran leales agentes de la corona británica (como se suele asumir), sino aventureros, comerciantes y buscavidas católicos (en un momento en el que ser católico en Inglaterra era bastante peligroso), que de hecho trabajaron para diversos reinos.

El último viajero en el que se centró Escribano fue Adolfo Rivadeneyra. Hijo de un famoso editor, uno de los gobiernos de la Primera República le encomendó viajar a Persia para estudiar las posibilidades comerciales con los Qayar, con la promesa de que costearían la publicación de un libro con sus impresiones. A su vuelta, la República había sido derrocada, y los gobiernos de la Restauración se desentendieron de Rivadeneyra, que por suerte disponía de los medios económicos para publicar su obra. Podéis encontrar un detallado artículo sobre Rivadeneyra escrito por el propio Escribano Martín en este enlace. Como ejemplo de la desidia de la administración española, nos enseñó un cuadro de corte orientalista inspirado en las impresiones de Rivadeneyra en Irán… erróneamente titulado «Escena de Marruecos» y situado en la secretaría del Ministerio de Administraciones Públicas.

asirio_trad08gAdolfo Rivadeneyra en Dizful. Grabado realizado sobre un cuadro de J. L Pellicer. Fuente: Asiriología UAM.

Las crónicas de Don García de Silva y Figueroa, embajador de Felipe III en la corte de los Safávidas de Persia.

La segunda ponencia estuvo a cargo de Najmeh Shobeiri, doctora en Literatura por la UCM y directora del departamento de Filología Hispánica de la universidad Alameh Tabataba’i. Shobeiri amplió con mucho detalle la introducción que nos había hecho Fernando Escribano sobre García de Silva tratando de responder un interrogante: ¿fue un viaje inútil?

El viaje se produjo entre 1614 y 1619. El contexto de la época es importante: los safávidas estaban en guerra por los otomanos. Recordando el susto que los turcos habían dado a los cristianos (el siglo anterior habían llegado a las puertas de Viena), el Shah Abbas I mandó una carta al Papa y a los principales reyes europeos proponiendo una alianza para estrangular a los turcos en dos frentes. Para explorar las posibilidades de esta alianza, así como reanudar las relaciones iranio-portuguesas y controlar las ambiciones inglesas, Felipe III mandó a Persia a García de Silva, un militar y diplomático de su confianza, acompañado de un impresionante séquito cargado de regalos. Además de la misión diplomática, García de Silva tenía otro objetivo en mente: conocer la cultura y las costumbres de los persas y explorar sus ruinas y reliquias del pasado.

A diferencia de la mayoría de aventureros y viajeros que llegaban a Irán en esa época, de Silva era un hombre culto e ilustrado, con intereses no puramente comerciales. Su estilo literario, afirmaba Shobeiri, es refinado y de calidad. El diplomático describe en su libro las semejanzas entre España e Irán, desde  los paisajes hasta la arquitectura, pasando por la hospitalidad (¡tan diferente en nuestra tierra en comparación a otros países europeos!), que atribuía al pasado islámico de España. El libro de de Silva y Figueroa es especial porque habla de cosas que ningún otro europeo menciona, como los juegos y deportes practicados por los persas, la vida en la corte, la vestimenta, la gastronomía, el carácter de la gente, etcétera. Mientras que los hermanos Shirley y demás se centran en los recursos, productos y las posibilidades militares y comerciales, de Silva se centra en aspectos sociológicos. Era un humanista y Abbas I, uno de los pocos monarcas inteligentes y decentes que ha habido en la historia de Irán (según Najmeh Shobeiri) supo reconocer su calidad humana.

A continación nos narró una anécdota fascinante: El shah Abbas y de Silva y Figueroa estaban un buen día  hablando de festivales y tradiciones en sus respectivos países. Abbas contó a D. García en qué consistía la Ashura (que de hecho ha sido esta semana), y el embajador español la comparó con la Semana Santa católica, también un periodo de lamento y penitencia. La descripción de los rituales católicos, de las procesiones con velas y de los costaleros, entusiasmó al shah, que decidió incorporar algunos de esos elementos a la Ashura chií. El resultado es una tradición sincrética, incorporando elementos ajenos a la cultura irania que resultan sorprendentemente similares a la Semana Santa. Shobeiri demostró su argumento con fotografías de los rituales español e iraní, apuntando que las velas no son tradicionales en los rituales chiíes. El parecido es innegable.

mourning_of_muharram_in_cities_and_villages_of_iran-342_16_66La «Semana Santa» iraní, con costaleros y todo. Fuente: Wikimedia

Esta revelación fue lo mejor de todo el día, al menos para mí. Najmeh Shobeiri continuó su exposición explicando que el siglo XVII fue el primer periodo de contacto intenso entre las culturas persa y europea, el «puente». Abbas I, afortunadamente, fue un monarca bastante tolerante a la vez que piadoso. Bajo sus órdenes se contruyó la catedral cristiana de Isfahán (es preciosa, buscad fotos). El shah fue el primero en «inaugurar» la iglesia, participando en el ritual y bebiendo el vino consagrado. Como penitencia por beber alcohol, fue andando descalzo hasta Mashad (que está bastante lejos).

La embajada de de Silva y Figueroa, en definitiva, fue muy provechosa, no tanto desde un punto de vista político y comercial, sino en otros aspectos más intangibles, principalmente culturales y literarios. La ponencia fue interesantísima y estuvo muy bien estructurada, me encantaría poder leer la tesis doctoral de Najmeh Shobeiri algún día. Su español era impecable, y además era muy simpática.

Relaciones de Don Juan de Persia: Representación de la cultura persa en la narración y descripción en el género libro de viaje.

Baharak Akradlu nos ofreció la última ponencia de este bloque, centrada en la obra del enigmático Juan de Persia, un contemporáneo de García de Silva. Por desgracia, se me había pasado el efecto del café de la mañana, así que mis notas sobre este tema son más escasas. Uruch Beg, nombre original de Juan de Persia, era un noble iraní, sobrino del primer embajador Safávida a Europa, que se quedó a vivir en Valladolid. No se sabe por qué decidió quedarse en España, ni por qué se convirtió del chiísmo al catolicismo, ni siquiera se sabe si si fue él el que llegó a escribir el libro, aunque Akradlu cree que sí. Llegó en 1601 y el libro fue publicado en 1604.

Las Relaciones están dividias en tres partes. En la primera parte se detallan brevemente las motivaciones del autor (dar a conocer la tierra de Persia al rey Felipe III) y se da información sobre la geografía y la política de Irán, así como la religión, los recursos, la cultura, la tecnología, etcétera. En la segunda parte se narran las guerras de persia contra los otomanos que, recordemos, eran el principal motivo por el que europeos y safávidas intercambiaban embajadores. La tercera parte se centra en el viaje de Don Juan, su vida y los dos compañeros que decidieron quedarse con él, que también se convertirían y se bautizarían como Don Felipe y Don Diego de Persia.

Uno de los elementos más interesantes de la obra es el «yo». Don Juan escribe como si fuera español, constantemente contraponiendo un «nosotros» hispano frente al «otro» persa. Esto puede deberse a que la obra estuviera escrita para el rey, o que Don Juan quisiese reafirmar su españolidad. Uruch Beg era de Isfahan, y «los de Isfahán son muy listos«, concluyó Akradlu, de forma que puedes esperarte cualquier cosa de ellos.

La verdad es que este tema era quizá el más enigmático e interesante (¿cómo y por qué un noble persa decidió dejar a su familia en Irán y quedarse en Valadolid adoptando el catolicismo?), pero como contaba, empezaba a estar cansado y dejé de tomar notas. En todo caso, para el que sienta curiosidad por la obra, la Junta de Castilla y León la ha subido a internet muy amablemente una edición de 1946 que se puede encontrar aquí en PDF.


Después de esta ponencia hubo una pausita para café, seguida de otro bloque de ponencias. Las resumiré en el próximo artículo.

Las relaciones no tan secretas entre EEUU y Jomeini

Especial «Acuerdo nuclear»
I – Relaciones Irán-Occidente, 1800-1953
II – Relaciones Irán-Occidente, 1953-1979
III – La Revolución Islámica, 1979-1989
IV – Irán después de Jomeini, 1989-1997
V – Los gobiernos de Jatami, 1997-2005
Bonus: Las relaciones no tan secretas entre EEUU y Jomeini


Quizá uno de los indicadores del delicado momento por el que pasa la sección internacional de muchos periódicos españoles es que algunos medios hayan decidido dedicarse a traducir artículos de otros sin producir contenido propio. Es el caso de eldiario.es, que adapta al castellano algunos de los artículos publicados por el diario británico The Guardian. Si bien The Guardian es un diario de cierta calidad, también incurre en errores y omisiones.

Ayer eldiario.es publicaba una traducción de un artículo titulado Las relaciones secretas entre EEUU y el ayatolá Jomeini. El texto es interesante, aunque olvida muchos detalles y presenta como un hallazgo sensacional cosas que los historiadores veníamos un tiempo sabiendo o sospechando. Por supuesto que el ayatollah contactó a la embajada americana: el poder del shah dependía enormemente del apoyo militar y financiero estadounidense,  todo intento de sustituir al régimen necesitaba tener en cuenta este factor. No haber contactado a las autoridades americanas hubiera sido estúpido. No sé hasta qué punto el intercambio de mensajes puede ser considerado “una estrecha relación”, como escriben en el artículo. Al artículo le falta contexto, mucho contexto. Para remediarlo, he escrito este breve texto.

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Manifestación conmemorando el aniversario de la Revolución Islámica (Tehrán, 11 de febrero de 2002). Fuente: Global Post

La importancia de 1963

Se afirma en el artículo de eldiario.es que “los primeros intentos de Jomeini de comunicarse con EEUU datan de 1963, 16 años antes de la revolución”, pero no se explica por qué esto es significante. En 1963, como explicamos en la segunda parte del Especial sobre Irán, tuvo lugar una oleada de protestas en las que se destacó un clérigo llamado Ruhollah Jomeini. Las versiones sobre qué pudo ocasionar las respuestas varían, pero hay cierto consenso al respecto de que las reformas de la llamada “Revolución Blanca” y los decepcionantemente manipulados comicios de ese año tuvieron algo que ver. Jomeini tuvo que exiliarse en Irak ese mismo año, desde donde continúo su labor opositora al régimen predicando contra el shah. En noviembre, momento en el que contacta a EEUU, ya estaba en el exilio. Estos intentos de contacto deben entenderse como un esfuerzo por influir en uno de los elementos esenciales de la política interna iraní: el apoyo estadounidense.

Parafraseando a eldiario.es, en ese mensaje Jomeini explicaba «que no estaba en contra de los intereses de EEUU en Irán» y que «por el contrario, pensaba que la presencia de ese país era necesaria para contrarrestar la influencia soviética y, posiblemente, la británica». No parece una afirmación muy descabellada, pues los persas eran muy conscientes de lo perjudicial que había sido tener rusos y británicos como vecinos (fueron invadidos por ellos en las dos guerras mundiales). Jomeini intentaba mostrar que a pesar del apoyo americano al golpe de Estado del 53, la oposición iraní no sentía rencor contra los americanos, que en el contexto de la guerra fría erna vistos como un buen garante de la independencia del país.

El ayatollah astuto

Jomeini, como ya he explicado alguna vez, era un tipo muy listo. Si a los autores del artículo original les sorprende que sea “más astuto” y “menos heroico” de lo que parecía, es que no se han documentado lo suficiente. Jomeini no era necesariamente anti-americano, pero se apropió del discurso predominante para conseguir sus objetivos políticos. Contaba aquí  cómo en los años 60 empezó a surgir un fuerte sentimiento de anti-occidentalismo entre los intelectuales iraníes; lo único que hizo el ayatollah fue aprovecharse de ese sentimiento para impulsar su propia agenda. Los periodistas no son los únicos en no entender a Jomeini; éste ya fue sobreestimado por el resto de la oposición en 1979: los distintos grupos que disputaban el poder creyeron que podían utilizar al anciano clérigo para lograr sus objetivos y al final fue él el que se aprovechó de todos para implantar su modelo de Estado. El ayatollah no era un inocente y bienintencionado clérigo, sino que desde principios de los 70 había diseñado un programa político, un modelo teocrático conocido como el “velayat e-faqih”, el gobierno del jurista. Hablamos de ello aquí (buscar «el gobierno del jurista»). El objetivo de Jomeini era implantar este modelo, con o sin los americanos.

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Jomeini en París. El segundo por la izquierda es el actual presidente de Irán, Hasan Rohaní. Fuente, Reddit

Obviamente, de las palabras a los hechos hay una enorme distancia. Tuve la ocasión de estudiar las relaciones diplomáticas entre EEUU y los primeros gobiernos de la república islámica. Ni los iraníes querían cortar todos los lazos con el gobierno americano, ni los yanquis querían perder años de inversión y esfuerzo. A pesar de la retórica anti-americana en las calles, los políticos iraníes que intentaban controlar la situación eran conscientes de que era preciso mantener una relación cordial con los estadunidenses, que llevaban 25 años invirtiendo e influyendo en el país.

Jimmy Carter había empezado a presionar al shah en 1977 para que respetase los derechos humanos y poco a poco abriese el sistema político iraní. Recordemos que, en 1975, el shah había impuesto un partido único. Al mismo tiempo, el shah se moría de cáncer y esperaba preparar una transición a la española. Los contactos entre el rey Juan Carlos y el shah de los que se han hecho eco algunos medios republicanos se inscriben en ese contexto.  Jomeini era visto por los diplomáticos occidentales como una figura crucial para una transición pacífica, especialmente desde que abandonó el exilio en Nayaf por las afueras de París.

La crisis diplomática, al servicio de la política interna

Jomeini no hablaba ni papa de inglés. En París fue asesorado por un grupo de estudiantes y profesionales iraníes con experiencia exterior y conocimientos en francés, inglés y alemán, que se comunicaban con la prensa y los diplomáticos extranjeros. La mayoría de ellos, como Ebrahim Yazdi, al que se menciona en el artículo de eldiario.es, eran militantes del Movimiento de Liberación de Mehdi Bazargán. Este partido, sobre el que escribí mi tesina de máster, era una amalgama de intelectuales de clase media-alta, islamista pero anti-clerical,  dividido entre un sector socialista-revolucionario y otro liberal-reformista. Jomeini supo percibir estas contradicciones y explotarlas en su propio beneficio, nombrando a Bazargán como presidente provisional y esperando pacientemente a que el partido se descompusiera.

La relación con EEUU fue un factor más en la lucha por el poder dentro de la incipiente revolución islámica. Los pragmáticos liberales del Movimiento de Liberación del presidente Bazargán fueron desahuciados del poder gracias a la ocupación de la embajada estadounidense, a la que el artículo de eldiario apenas hace una breve mención. La toma de la embajada fue un intento muy exitoso de desestabilizar al gobierno provisional, incapaz de controlar a los manifestantes, las fuerzas de seguridad y las nuevas instituciones revolucionarias que iban surgiendo.

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Bani-Sadr (izquierda), Bazargán (centro) y Jomeini. Fuente, Fouman.com

Paralelamente, según cuenta en sus memorias el expresidente Abolhassan Bani-Sadr, miembros del Partido de la República Islámica como Raja’i iniciaban contactos con representantes de Ronald Reagan. Bani-Sadr, el primer presidente de la República Islámica elegido democráticamente, fue destituido por Jomeini en 1981. En sus memorias (que tengo en PDF si a alguien le interesa) se aprecia mucho resentimiento contra el ayatollah y sus partidarios. A pesar de eso, y aunque sus acusaciones no estén sustanciadas con pruebas, la teoría de Bani-Sadr es interesante: según él, la crisis de los rehenes fue aprovechada tanto por el PRI como por los republicanos, y hubo un acuerdo entre ellos para que el secuestro durara hasta después de las elecciones. La incapacidad de liberar la embajada fue presentada como un fracaso de la política conciliadora de Carter, y permitió la elección de Reagan. A cambio, (siempre según Bani-Sadr) el PRI recibió fondos y armamento para luchar contra los iraquíes, que habían invadido Irán en 1980.

Desde entonces, las relaciones entre EEUU e Irán han sido elementos importantes en la política interna de ambos países, especialmente de Irán. Estas relaciones tocaron fondo durante la década de los 80, en la que EEUU apoyó a Iraq en su guerra contra Irán y derribó un avión de pasajeros civil; mientras que Irán apoyó a organizaciones terroristas y milicias armadas como Hezbollah. Desde 1989 ha habido sucesivos intentos por ambas partes de mejorar la relación, con mayor o menor éxito. El acuerdo alcanzado este año es el último hito de esta tortuosa relación.

 Para más información sobre la revolución y las décadas posteriores, recomiendo leer tres artículos de este blog, La Revolución Islámica,  Irán después de Jomeini y Los gobiernos de Jatami.

Movimientos de Reforma (II)

En este artículo veremos lo que pasó en los países no colonizados durante el siglo XIX y la primera mitad del XX. Nos centramos en el surgimiento de una nueva corriente política, el modernismo laico.

El modernismo laico (1798-1952)

Siglo XIX. Época de la colonización europea.  Los habitantes de Oriente Medio, en su mayoría musulmanes, se preguntaban qué podían hacer ante la superioridad técnica y militar de los occidentales. Una de las respuestas, como vimos en la entrega anterior  fue ignorar a los extranjeros e intentar volver a un pasado dorado idealizado, reinventando la religión islámica y eliminando sus aspectos más heterodoxos, como por ejemplo las cofradías sufíes. Esta actitud, sin embargo, solo servía para territorios relativamente aislados y alejados de los europeos (Arabia), o para aquellas clases y sectores sociales de los pueblos sometidos que no necesitaban interactuar con los administradores coloniales y se podían permitir ignorarlos (los Deobandis en el Industán). Las  élites políticas y económicas, por el contrario, veían mermar su influencia y su poder ante el empuje de los europeos, y se pusieron a buscar soluciones. Una de ellas, la más extendida y exitosa, fue lo que los historiadores han denominado “el modernismo laico”.

 El modernismo laico no es una ideología cohesionada y coherente, pero tiene patrones comunes. Grosso modo, aboga por separar la religión del gobierno, y suele inspirarse en modelos políticos y económicos europeos. Los pensadores modernistas laicos, por lo general, aspiraban a que sus pueblos se independizasen de las potencias coloniales, pero al mismo tiempo admiraban a los europeos y pensaban que sus sistemas constitucionales y parlamentarios eran la mejor garantía para la libertad, la independencia y el autogobierno. Estos intelectuales eran, la gran mayoría de las veces, hijos de la nueva clase media-alta de militares y burócratas que había emergido durante el siglo XIX. Trataron de elaborar teorías y símbolos nacionalistas en regiones donde esta tradición política no había llegado a desarrollarse. Paradójicamente, muchos acabaron tan asimilados a la cultura europea que se desconectaron de la realidad de sus países de origen.

Las transformaciones políticas en Oriente Medio durante el último cuarto del siglo XIX y la primera mitad del siglo XX fueron lideradas por los modernistas laicos. Por ello, en este artículo no analizo en profundidad las ideas modernistas laicas, sino que me centro en el surgimiento de una nueva clase media-alta “modernizante” que poco a poco se impuso, para ser sustituida más tarde por una clase media-baja de militares y burócratas. Para no extenderme hasta el aburrimiento he decidido centrarme en los cuatro países más importantes donde el modernismo laico se hizo con el poder: Turquía, Irán, Egipto e Indostán.

No obstante, este artículo es largo (casi 5.000 palabras), de modo que te aconsejo que respires y te lo tomes con calma. Para facilitar la lecura y permitir retomarla con facilidad he dividido el texto en muchos apartados.

 1908-mesrutiyetPostal celebrando la revolución constitucional de los Jóvenes Turcos (1908). Wikimedia

 

Modernización y constitucionalismo (1800-1919)

 A principios del siglo XIX, los gobernantes de Oriente Medio veían cómo iban perdiendo terreno frente a las potencias europeos. ¿Cuál era el secreto de su éxito? Parecía necesario fijarse en Europa, sobre todo en su organización militar y burocrática. Durante las primeras décadas del XIX, los reyes y sultanes de la región recibían asesores militares occidentales, y a su vez enviaban a sus jóvenes burócratas a Europa, a intentar descubrir el motivo de su superioridad militar y económica. A medida que Oriente Medio y los países árabes iban siendo colonizados, surgía en los gobernantes de las zonas que quedaban independientes la necesidad de equipararse técnicamente a los europeos, emprendiendo lo que los historiadores denominan modernización defensiva, o mucho más eufemísticamente, “reforma”. [1] Esta modernización defensiva se centró inicialmente en el ejército, aunque en algunos casos se llegó a extender a la burocracia, el sistema educativo y la economía.

 La intervención francesa en Egipto en 1798 hizo saltar todas las alarmas. Los ejércitos tradicionales, los jenízaros otomanos y los mamelucos egipcios, habían sido incapaces de hacer frente a los europeos. Ambos cuerpos militares, que habían ejercido enorme influencia en la política interna de sus países, funcionaban de forma parecida: estaban integrados por “esclavos” reclutados desde niños, que solo eran leales al sultán y, sobre todo, a sus camaradas. Durante el siglo XIX el imperio Otomano y Egipto fueron sustituyendo este sistema por un ejército nacional de reclutas nativos, al estilo europeo.  Paralelamente, trataron de ampliar la estructura del estado, impulsando el centralismo frente a las tradicionales élites regionales.

 Muchos de los jóvenes oficiales y burócratas, hijos de la clase alta, que viajaron a Europa (sobre todo a París y Londres) quedaron fascinados por lo que vieron y, a su vuelta, defendieron activamente la necesidad de emular y aprender de los europeos, sobre todo en lo que a organización política y militar se refería. En los países no colonizados, como Irán y Turquía, los intelectuales burgueses soñaban con limitar el poder de las monarquías estableciendo sistemas parlamentarios y constituciones liberales que permitiesen a sus países salir del atraso secular en el que, según ellos, se encontraban.

 Mientras tanto, los reyes y sultanes de Oriente Medio, abandonaban los símbolos tradicionales de sus monarquías y copiaban las modas europeas, en un intento infructuosos de mostrarse como iguales a sus homólogos occidentales. Ávidos de capital para poder llevar a cabo sus programas de modernización defensiva, concedían capitulaciones y abrían sus mercados a los productos europeos, lo que causaba la ruina de la industria y artesanía locales. Los terratenientes, a su vez, reconducían la producción agrícola hacia el monocultivo destinado la exportación (mucho más rentable a corto plazo), lo que a su vez aumentaba la dependencia y la relación desigual entre los países de Oriente Medio y las potencias coloniales, y en ocasiones facilitaba la conquista militar. He narrado el proceso con mayor detalle en La colonización europea de Oriente Medio.

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Evolución de la estética de los shahs de Persia entre 1798 y 1881. Véase Especial Irán (1).

 

 Imperio Otomano

El primer lugar donde el reformado ejército trató de imponer sus ideales constitucionales fue el imperio Otomano, donde formaron una organización secreta conocida como Nuevos Otomanos, el antecedente de los jóvenes turcos. En 1876, organizaron un pronunciamiento que obligó al sultán a aprobar la Primera constitución Otomana, para la indignación de los ulema y los conservadores, aunque dos años después sería suspendida por el sultán y sus promotores encarcelados o exiliados.

 Uno de los principales ideólogos de los Nuevos Otomanos fue Namik Kemal (1840-88) Este autor, muy influido por la filosofía francesa, tradujo al turco a Montesquieu y Voltaire y admiraba profundamente a los revolucionarios italianos Garibaldi y Mazzini. Junto con muchos otros intelectuales otomanos, Namik Kemal pasó largas temporadas en el exilio, donde publicó duras críticas contra el gobierno del sultán. A pesar de su admiración por las ideas europeas, Kemal se declaraba musulmán y consideraba que un islam revitalizado debía formar la base de la sociedad y el gobierno, y trató de expresar las ideas de la Ilustración a través de términos islámicos. El islam, para él y otros de su generación era, una especie de “ideología de autenticidad nacional, más que la observancia disciplinaria de una serie de ritos; una especie de nacionalismo cultural que aún hoy pervive”.[2]

 En 1908, un grupo de oficiales y burócratas herederos ideológicos de los Nuevos Otomanos, los Jóvenes Turcos (oficialmente llamados Comité de Unión y Progreso, CUP, no confundir con el partido catalán), lideraron un movimiento revolucionario con la intención de restaurar la Constitución de 1876. Uno de sus objetivos era acabar con las capitulaciones que convertían al imperio en una semi-colonia, recuperando así el respeto de las potencias europeas y convertiéndose en “el Japón del Próximo Oriente”. Entre 1908 y el inicio de la Primera Guerra Mundial se sucedieron las intrigas militares, golpes y contragolpes, acusaciones de fraude electoral y, especialmente, las crisis en las fronteras occidentales del imperio otomano, las famosas Guerras Balcánicas  que antecedieron la Primera Guerra Mundial.

 800px-greek_lithograph_celebrating_the_ottoman_constitutionPostal griega de 1895 conmemorando la constitución de 1876. A la izquierda, el pueblo y las banderas de los distintos millets (regiones): los verdes son árabes, los rojos turcos y los azules, cristianos de Rumelia. El ángel porta un cartel con el eslogan “libertad, igualdad y fraternidad”. Namik Kemal es el personaje del centro a la derecha, el único que no lleva el fez (gorro rojo). Wikimedia

Egipto

Quizá el ejemplo perfecto de la progresión modernización defensiva-dependencia-invasión colonial sea Egipto: Mehmet Ali (que hacia 1811 había desmantelado el sistema mameluco) y sus sucesores decidieron industrializar el país rápido y a lo bruto, creando fábricas estatales -y a menudo deficitarias- de textil y otros productos, construyendo infraestructuras (ferrocarril, telégrafos), pidiendo préstamos a bancos occidentales, y cambiando la agricultura al monocultivo de algodón para pagarlos.  Al igual que en Irán, el apoyo de las potencias europeas (en este caso Francia y Gran Bretaña) se convirtió en uno de los pilares de la dinastía.

En 1875 el estado egipcio entró en bancarrota, y los acreedores europeos, con la connivencia del rey, impusieron una “troika” que gestionaba las cuentas, limitaba el gasto, y se apropiaba de buena parte del presupuesto. El ejército modernizado y la nueva burguesía terrateniente conspiraron para recuperar el control del país, en la llamada Revuelta de Urabi (1882).  Aunque, como aseguraba el cónsul alemán de la época, Urabi y sus aliados no tenían intención de romper con las potencias europeas (dado que se beneficiaban del comercio con ellos), Gran Bretaña invadió el país con la excusa de restaurar el orden, asegurar el pago de la deuda y controlar el Canal de Suez. Se quedaron allí hasta 1954, aunque hubo constantes revueltas anti-coloniales, como la «revolución» de 1919.

Irán

En Irán, el modernismo fue civil y burocrático, más que militar. Recordando el éxito del boicot al tabaco de 1896, que obligó al shah a cancelar unas concesiones que había hecho a los británicos, los modernistas persas, entre los que destacaba Ahmad Kasraví, organizaron una revuelta constitucional en 1905, aliados con un sector del clero. Sus fuentes de inspiración, además de los ilustrados europeos, eran dos acontecimientos recientes: la victoria japonesa ante Rusia, la primera vez que una potencia occiental era derrotada por un país asiático; y la revolución de la Duma rusa que forzó al zar a adoptar un sistema parlamentario. Sin embargo, el bando constitucionalista pronto se dividiría en facciones y perdería el apoyo de los ulema, temerosos de la deriva ilustrada y europeizante de sus antiguos aliados. Rusia y Gran Bretaña aprovecharon el desgobierno para invadir el país durante la Primera Guerra Mundial y dividírselo en esferas de influencia. Trato la época con más detalle en la segunda mitad de este artículo.

Indostán

En los territorios colonizados, los modernistas laicos como Sayyid Ahmad Khan, al que he dedicado un artículo en exclusiva, adoptaron el discurso de los europeos y trataron de mostrarse como únicos representantes legítimos de los musulmanes, a la vez que trataban de limitar el poder de los ulema y restringir la religión a un ámbito privado. La principal preocupación de las élites musulmanas de los territorios colonizados fue defender sus intereses frente a la estrategia de “dividir y gobernar” que seguían las potencias coloniales. Británicos y franceses solían privilegiar a minorías étnicas y religiosas como los asirios, los drusos o los judíos, que estaban sobrerrepresentados en la administración colonial nativa frente a los musulmanes, la comunidad mayoritaria. En el Industán, donde eran minoría, trataron de demostrar su superioridad militar e intelectual frente a los hindúes, que estaban siendo favorecidos.

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 De imperios a naciones: el modernismo nacionalista (1919-1955)

Las cuatro décadas que siguieron al fin de la primera Guerra Mundial estuvieron dominadas por el modernismo laico. El antiguo liberalismo pro-occidental de la aristocracia fue sustituido por el nacionalismo.Turquía e Irán se libraron de la colonización directa. Como hemos visto, ambos países experimentaron revoluciones constitucionalistas en la primera década del siglo XX. Ambos participaron en la Primera Guerra Mundial; Turquía como contendiente e Irán como simple teatro de operaciones. Durante los años 20, tanto en Irán como en Turquía se producirían cambios de régimen: las monarquías y la nobleza «occidentalizante» serían sustituidos por gobiernos modernistas y nacionalistas. Las nuevas élites no provendrían de la clase media-alta ligada a la realeza, sino de la media-baja. En Egipto, un proceso similar tuvo lugar durante los años 50; y en Indostán.

 Turquía

Durante la primera Guerra Mundial, el imperio Otomano perdió los países árabes (el Levante Mediterráneo e Irak). Sin embargo, Anatolia no fue conquistada por los Aliados. Los Aliados ocuparon Estambul en 1918, forzando al sultán a firmar un tratado de capitulación. Los Jóvenes Turcos y otros grupos organizaron un movimiento parlamentario de resistencia con sede en Ankara. Durante cinco años, lucharon contra los Aliados y los griegos (la llamada Guerra de la Independencia Turca), y en 1923 los jóvenes turcos les forzaron a firmar el Tratado de Lausana, que entre otras cosas supuso la deportación forzosa de millares de turcos y griegos para alcanzar una hipotética (y falsa) pureza étnica territorial, una de las consecuencias del principio de autodeterminación nacional defendido por el presidente americano Woodrow Wilson.

 Los detalles y las vicisitudes específicas las dejamos para un artículo futuro sobre la historia de Turquía. Quedémonos con lo básico: En la defensa del corazón del imperio se destacó un oficial de los Jóvenes Turcos llamado Mustafá Kemal, al que más tarde se conocería como Atatürk. Atatürk y sus seguidores decidieron abolir la monarquía otomana, el Califato, y expulsar a la antigua élite del país. En 1924 Mustafá Kemal se convertiría en el primer presidente de la República de Turquía


Canción en ladino (dialecto sefardí) sobre la defensa de los Dardanelos, agradeciendo a Mustafá Kemal la victoria frente a los Aliados. Se entiende perfectamente si eres castellanoparlante.

Atatürk fundó un partido, el CHP (en castellano: Partido Republicano del Pueblo)  desarrollaron una ideología, el Kemalismo, centrada en la modernización y “turquificación” del país y la superación del pasado imperial. Los seis principios kemalistas, definidos en el tercer congreso del partido en abril de 1931, eran Republicanismo, Nacionalismo, Populismo, Estatismo, Laicismo y Revolucionismo/reformismo.  La constitución de 1924 fue reformada en 1937 para incluir estas seis máximas.Los kemalistas, procedentes de los sectores medios de la burocracia y el ejército, emprendieron una intensa reforma de la administración y trataron de sustituir la difusa identidad “otomana” por un nacionalismo turco. Aparte de prohibir el velo y el fez (gorro típico), sustituyeron el alfabeto arábigo por una adaptación del latino y depuraron el lenguaje de “arabismos”, “persianismos” y otras “impurezas”.

El nuevo régimen no trató especialmente bien a las minorías étnico-religiosas que no encajaban en su definición de “turquedad”, como los kurdos o los armenios. A pesar del proclamado laicismo de la nueva República de Turquía, el estamento religioso, los ulema sunníes, fueron discretamente incorporados en la administración estatal y fueron un importante actor en el proceso de homogeneización étnica, lingüística y cultural que pretendían los kemalistas. Al inicio de la segunda guerra mundial, Turquía era una república presidencialista laica, cuyos habitantes se vestían a la occidental y utilizaban caracteres latinos.

cumhuriyet_halk_partisiLogo del CHP con las 6 flechas representando los principios del Kemalismo.

Irán

En Irán, la dinastía Kayar fue sustituída por la de los Pahlaví, cuyo fundador fue un militar, Reza Jan. Jan admiraba cómo Atatürk había conseguido asegurar la independencia de su país, así que trató de hacer algo similar. Para tranquilizar a los sectores tradicionales, no proclamó una república tras deponer al último shah Kayar, sino que él mismo se entronizó. Al igual que Atatürk, Jan trató de difundir una ideología centrada en el nacionalismo por encima de la identidad religiosa. El propio nombre que dio a su dinastía evoca la época pre-islámica. Reza Jan se empleó a fondo en ampliar la estructura del Estado, mejorar su capacidad recaudadora y eliminar competidores; fundamentalmente las tribus nómadas y los clérigos chiíes, los ulama.

Los nómadas fueron obligados a sedentarizarse; y los ulama pasaron a ser supervisados por el Estado: solo aquellos clérigos que pasasen un examen y cumpliesen una serie de regulaciones podían llevar turbante y ejercer su profesión. Además, inició una campaña de “persianización”, tratando de eliminar los dialectos túrquicos que hablaba el 40% de la población. Y por supuesto, prohibió el velo, lo que irónicamente hizo que muchas mujeres tradicionales no volviesen a salir de su hogar.

El objetivo de Reza Jan era crear un Estado fuerte e independiente, pero sus coqueteos con los alemanes en la segunda Guerra Mundial hicieron que el país fuera invadido por los británicos y los rusos, que depusieron a Reza Jan y coronaron a su hijo, menor de edad. La constitución de 1906, suspendida por Reza Khan, volvió a entrar en vigor, hasta que en 1953 el nuevo monarca, apoyado por un sector del ejército, la CIA y el MI6, organizara un golpe de Estado para deponer al presidente Mosadeg, que había osado nacionalizar el petróleo iraní. Lo cuento con algo más de detalle al final de este artículo y el principio de este).

 Egipto

En 1922, en línea con el espíritu de la Sociedad de Naciones, los británicos abolieron el protectorado y concedieron a Egipto una independencia muy limitada, donde la defensa y el control de los recursos seguían en mano de los invasores. Los nacionalistas egipcios, que habían sido encarcelados y exiliados por su oposición a la presencia inglesa, volvieron al país y se prepararon para redactar una constitución. Los años 20 estuvieron dominados por Zaghlul y el partido Wafd, una unión de burgueses y terratenientes de ideología modernista laica. Las mujeres del Wafd, como Huda Sharawi, fueron pioneras del feminismo árabe, las primeras mujeres de clase alta en quitarse el velo en  (las campesinas y obreras no solían ir veladas) y participar en manifestaciones. El «experimento liberal», como lo califica la historiadora egipcia Afaf Lufti, duró tres décadas. Durante esos años, continúo la transición al monocultivo y la integración de Egipto en la economía mundial. La resolución de los problemas sociales (superpoblación) se postpuso hasta que se consiguiese firmar un tratado satisfactorio con los ingleses. Las clases dirigentes, por muy nacionalistas que fuesen, se vieron atrapadas en la contradicción de depender económicamente de los británicos y de haber asimilado los gustos occidentales. Las tensiones entre el Wafd, la monarquía, los británicos y los demás partidos de la oposición marcarían el periodo. Durante la Segunda Guerra Mundial se incrementaría la presencia de tropas británicas, con el consiguiente malestar que ello generó en la población.

En 1948, el Egipto liberal del rey Faruq, junto a los demás países árabes, declaró la guerra al recién creado Estado de Israel. La operación fue un rotundo desastre, con escándalos de corrupción incluídos. Al mismo tiempo, sirvió de campo de entrenamiento para los jóvenes oficiales del ejército egipcio, y para unidades para-militares no afiliadas al gobierno que tras la guerra de Palestina organizarían una guerrilla anti-británica en Suez (algunas de estas milicias eran organizaciones islamistas, cercanas a los Hermanos Musulmanes; otras eran nacionalistas).

Los jóvenes oficiales del ejército egipcio, al igual que sus homólogos otomanos medio siglo antes, se organizaron en una sociedad secreta, el Movimiento de Oficiales Libres, en el que destacaban Nasser y Sadat.  La mayoría de miembros de esta organización provenían de las clases medias-bajas, y su bienestar económico no dependía del comercio colonial, sino de los presupuestos del Estado, de modo que eran abiertamente anti-británicos.Ante el descrédito de la monarquía y el Wafd, y en un clima muy tenso tras el incendio del Cairo de 1952, decidieron dar un golpe de Estado y derrocar a la monarquía. El nuevo régimen sería nacionalista y laico, para descontento de los pan-islamistas Hermanos Musulmanes. Sin embargo, el gobierno de Nasser no adaptaría las tesis liberales de principios de siglo, sino que trataría de aumentar el peso del Estado en la economía nacional, tomando como modelo los países socialistas. Como buena autocracia de la postguerra, Egipto llevaría a cabo programas de seguridad social, educación pública, industrialización y demás medidas modernizadoras, que he explicado en La construcción del Estado postcolonial.


Especial informativo británico sobre el incendio de El Cairo en 1952

Indostán

Durante los años 20 y 30, los sucesores de Sayyid Ahmad Khan educados en la academia de Aligarh abandonaron la política conciliatoria de sus mayores y decidieron enfrentarse decididamente al gobierno colonial.  Hace unos años, en 2013, escribí en Facebook un resumen de la vida de un activista de la época. Rescato el texto, pues resulta interesante y me evita tener que volver a narrarlo todo. Disculpad el tono distendido y las expresiones coloquiales:

<<Muhammad Ali Jouhar,
sobre el que no hay nada de información disponible en internet en español, fue uno de los más simpáticos agitadores de todos los tiempos. Estudió de jovencito en la madrasa de Deoband y en Aligarh College (dos de las más prestigiosas instituciones educativas de la comunidad musulmana de la India) y obtuvo un BA en Historia Moderna en la Universidad de Oxford (en su etapa universitaria era un fiestas «occidentalizado», aunque nunca renegó de su religión). De vuelta al subcontinente trabajó brevemente para el gobierno colonial y en 1911 fundó un periódico en inglés (The Comrade) y otro en Urdu (Hamdard), desde donde se dedicó a poner a caldo a los británicos (él solito escribía todo el contenido de ambas publicaciones). Fundó la Jamia Millia (universidad nacional Urdu) y colaboró en la mejora del Aligarh College.

Estuvo involucrado en movimientos políticos desde edad temprana, y aparte de ser uno de los miembros fundadores de la Liga Musulmana de la India, fue uno de los no muy numerosos musulmanes del Congreso Nacional Indio. Cuando finalizó la Primera Guerra Mundial empezó una campaña muy activa en sus periódicos para que los británicos respetaran la institución del Califato, que tanto significaba para los musulmanes del mundo por ser el último reducto de poder temporal islámico (ya se sabe, los Otomanos perdieron la primera guerra mundial). No le hicieron ni caso, así que decidió pasar a la acción y con su hermano y otros colegas decidieron pasar a la acción. Es el comienzo del «movimiento del califato» o «Khilafat Movement».

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Muhammad Ali Jouhar.


Durante cuatro años, los musulmanes y los hindúes de la India se unieron para desafiar al poder colonial de forma «no-violenta» (es un decir, porque hubo violencia, pero la idea era esa); los hindúes reclamando independencia política, los musulmanes exigiendo respeto al islam y el fin de los mandatos franco-británicos en Siria, Palestina y Mesopotamia. Gandhi y Muhammad Ali eran amigos muy cercanos, y juntos trabajaron para que el entendimiento interconfesional fuera próspero y provechoso. Ali y su hermano estuvieron numerosas veces en la cárcel (¡muchas más que Gandhi!) y eran considerados individuos muuuy peligrosos por el régimen colonial.

Las cosas iban bien hasta que un tal Atatürk decidió cargarse la institución del Califato por su cuenta, sin escuchar las desesperadas peticiones de los musulmanes indios. Años de esfuerzo fueron en vano, y la comunidad islámica se sumió en gran confusión. Los enfrentamientos comunales se reanudaron y todo volvió a ser un asco. Pero al menos durante cuatro años los indios adquirieron conciencia «nacional», olvidaron las disputas religiosas y colaboraron entre sí, poniendo en jaque al gobierno colonial británico. Fue bonito mientras duró.

Ali y Gandhi siguieron siendo buenísimos amigos, a pesar de todos los malos rollos entre hindúes y musulmanes. Hasta el final de sus días intentaron luchar por la convivencia, el entendimiento y la cordura, aunque con menos fuerza a medida que iban envejeciendo y la situación se iba complicando. Ali Jouhar me cae especialmente bien porque era un señor que no tenía pelos en la lengua. Puede que no siempre tuviera razón, pero hablaba sin cortarse un cacho y siendo siempre sincero. Y sin hipocresía, y con realismo. Además, tenía bastante sentido del humor, no era en absoluto un fanático y era cabezón como él solo. Todo el mundo habla de Gandhi, pero este tío fue tan importante en la política India como el bueno de Mahatma, y de hecho no podría entenderse el pensamiento y la vida de Gandhi si no fuera por Ali.>>

Durante los años 40, las tensiones comunales entre musulmanes, sijs e hindúes, hábilmente explotadas por los británicos, fueron en aumento. La Liga Musulmana y el Congreso Nacional Indio se mostraron muy intransigentes a la hora de negociar la independencia. Los modernistas laicos musulmanes demandaron la creación de un estado propio para los musulmanes del Indostán, y los británicos, que tenían prisa por irse, dividieron el país y dejaron a sus habitantes las labores de construcción estatal y movimientos de población. El resultado fue una de las mayores crisis de refugiados de la historia de la humanidad, con millones de desplazados y muertos.

¿Por qué los musulmanes laicos decidieron apoyar la partición, mientras que los tradicionalistas no? El asunto es muy complejo y tiene muchos matices, pero la interpretación que más me convence es la que expuse brevemente aquí: la Liga Musulmana no quería perder sus privilegios, y temía que una India independiente con mayoría de hindúes les relegase a un plano secundario. El sistema electoral establecido por los británicos, que dependía de la adscripción religiosa, favorecía a los musulmanes. Un sufragio universal indpendiente de la religión en un hipotético Indostán unificado independiente perjudicaba seriamente a la Liga Musulmana. Por eso, pese a que sus ideales fuesen laicos, defendieron la creación de Pakistán, un hogar nacional para los musulmanes del Indostán donde, según su primera constitución, no se discriminaría a nadie en función de su religión.

Tras la independencia de Pakistán, la Liga Musulmana entró en declive. Muchos de sus líderes habían decidido quedarse en la India y no emigrar. Los que se desplazaron a Pakistán perdieron el contacto con su clientela tradicional y su influencia se desvaneció. Pronto, el ejército tomaría las riendas del país. Y poco a poco, los ulema, los islamistas de nuevo cuño y todo tipo de organizaciones islámicas irían ganando importancia en la política pakistaní.

Resumen y conclusión

Durante el siglo XIX, los reinos e imperios de Oriente Medio trataron de resistir el impulso de los europeos aplicando lo que se ha llamado «modernización defensiva». Esta modernización consistía en reformar el ejército y la burocracia de forma que se asemejasen a los modelos occidentales. Los jóvenes de clase alta de Oriente Medio que iban a estudiar a Europa adoptaron y asimilaron la ideología predominante entre las élites europeas: el liberalismo y el constitucionalismo. Entre 1876 y 1908 tuvieron lugar una serie de movimientos protagonizados por esta aristocracia europeizada, algunos de ellos fueron exitosos y países como Irán o Turquía adoptaron monarquías constitucionales.

Tras la primera guerra mundial, surgió una nueva clase media en los países que habían llevado a cabo «reformas» a la europea. Se trataba de las capas medias de los nuevos ejércitos nacionales y del creciente sistema burocrático. Estos sectores no se beneficiaban directamente del contacto con Occidente o de la dominación colonial (como sí lo hacía la aristocracia), de modo que trataron de restringir la influencia extranjera. Creían que para expulsar a los europeos había que ser, paradójicamente, como los europeos, y desprenderse de toda la tradición y elementos superfluos del pasado imperial. Para ello, decidieron abolir o transformar las monarquías, lo que hacía preciso una ideología potente que las sustituyese. Esa ideología fue un nacionalismo europeizante que trataba de atenuar la influencia islámica, percibida como medieval y atrasada, e integraba elementos nuevos importados de Occidente (códigos civiles, burocracias centralizadas, educación reglada obligatoria).

En Irán y Turquía, el nacionalismo laico se hizo con el poder durante las primeras décadas del siglo XX. En Egipto y otros países árabes sucedió un fenómeno parecido tras la descolonización. No obstante, tras la derrota del fascismo en la Segunda Guerra Mundial, los nacionalismos autocráticos ya no estaban tan de moda. En este caso, la ideología dominante fue el socialismo panárabe. Los líderes de los años 60, ya fueran afiliados al partido Baath (Siria e Irak) o independientes (Gadafi en Libia y Nasser en Egipto) apelaban a la unidad de todos los árabes y a la superación de las diferencias comunales y sectarias. Aunque los líderes árabes se enmarcaban en el Tercer Mundo y el grupo de países no-alineados, también intentaron modernizar y occidentalizar sus sociedades. Y de paso, barrer políticamente a unos de sus competidores más importantes: los islamistas de los Hermanos Musulmanes.

Los programas de modernización-occidentalización impulsados por las instituciones del Estado acabó creando, poco a poco, lo que algunos autores (Houchang Chehabi, Tamim Ansary) han denominado una “sociedad dual”. Las élites y las nuevas clases medias (asalariados del Estado como funcionarios o profesores; empresarios que se beneficiaban del comercio con Occidente) adoptaron las formas culturales occidentales con entusiasmo. Las familias pudientes enviaban a sus hijos a estudiar al extranjero (especialmente a París); y a la vuelta los estudiantes traían influencias artísticas y literarias que trataron de adoptar a sus países de origen. Lo occidental tenía era considerado sofisticado, refinado y avanzado. Las formas artísticas y culturales tradicional eran consideradas arcaicas, anquilosadas e incapaces de ajustarse a los tiempos modernos.

Los que quedaban fuera de este proceso de modernización, el campesinado y las clases medias tradicionales (los comerciantes del bazar y los ulema), simplemente siguieron con sus vidas, inmunes a las influencias extranjeras. Algo similar sucedía en las ciudades del norte de África ocupadas por los occidentales, donde se distinguía entre la villa colonial, donde vivían los oficiales, diplomáticos y comerciantes occidentales y las élites locales occidentalizadas, y la Qasbah o Medina (el casco histórico), donde habitaban todos los demás.


Para saber más: Buena bibliografía introductoria.

Egipto:
· Afaf Lufti al-Sayyid Marsot, Historia de Egipto: de la conquista árabe al presente, Akal, 2008.

Turquía:
· Feroz Ahmad, The Making of Modern Turkey, Routledge, 2000. (Tengo copia en PDF si la necesitáis)

Irán:
· Ervand Abrahamian, A History of Modern Iran, Cambridge UP, 2008 (También tengo PDF)
· Niki Keddie, Modern Iran: Roots and results of Revolution, Yale UP, 2006. Hay edición en español, que se puede encontrar en bibliotecas públicas: Keddie, Raíces del Irán Moderno, Belacqua, 2006.

Oriente Medio en general
· Tamim Ansary, Un destino desbaratado, RBA, 2011.


Referencias

[1] Sobre el ambiguo concepto de “reforma” y “reformismo”, véase Especial Irán parte 5

[2] Sami Zubaida, Beyond Islam, pp. 134-135.

Análisis de Dabiq, revista del Daesh (II)

Seguimos con el análisis de los números 12 y 13 de la revista del Daesh, cuya primera parte puedes encontrar aquí.

Después de un nuevo anuncio de vídeos desagradables, continua el número 12 de la revista. El siguiente artículo es una pieza breve originalmente publicada en Sawt-al-jihad, la que fuera revista de Al Qaeda en la península Arábiga hace una década: (más información sobre la revista en este enlace) El artículo en sí no dice gran cosa salvo que es fundamental para los objetivos de toda organización militar el obedecer las órdenes del líder y respetar la jerarquía, que es esencial una disciplina fuerte y demás consignas. Sin embargo, lo que llama muchísimo la atención es la foto escogida para encabezar este artículo. Muestra a un grupo de jóvenes multiculturales sonrientes, felices y en alegre camaradería mientras agitan fusiles. Si obviamos las armas y los uniformes, parece sacada de la web de alguna universidad u organización juvenil occidental.

Dabiq 12 p 9
Felices y multiculturales militantes de Daesh, encabezando un artículo en el que se enfatiza la necesidad de acatar órdenes sin protestar. Fuente: Dabiq 12, p.9.

Continúa el número 12 con otro artículo dedicado al mayor enemigo del Daesh, Al Qaeda, aunque en este caso se centra en sus aliados en Siria, el llamado “Ejército Sirio Libre” y otros. Es la última entrega de un amplio reportaje dedicado a criticar a los distintos aliados de Al-Nusra en la guerra civil siria. Aparte de las habituales críticas (apóstatas, nacionalistas, pecadores, etc), reproducen una extensa declaración del ELS y otras facciones, la mayoría de ellas islamistas (“Harakat Nūr ad-Dīn Zinkī,” el frente Shāmiyyah,” “Faylaq ash-Shām,” “Jaysh al-Mujāhidīn,” “Al-Ittihād al-Islāmī li Ajnād ash-Shām,” y “Ahrār ash-Shām”), publicada el 18 de septiembre de 2015 y titulada “Los cinco principios de la revolución siria”. En ella, hablan de transición política y constituciones,  se acogen a los principios de la convención de Génova, reclaman democracia, parlamentarismo y  el cumplimiento resoluciones de la ONU, lo cual para Daesh es un ejemplo suficiente de que el ELS está lleno de traidores, apóstatas y gente que no es de fiar. Les indigna especialmente que la declaración se preocupe por los chiíes de Siria, ya que estos chiíes no son “compatriotas”, como sí lo son “antiguos cristianos americanos que se han convertido a la verdadera religión y han venido a luchar a Siria”. También les indigna que se reclame un juicio para Al Assad cuando para Daesh la necesidad de matarle es tan imperiosa (por socialista pan-árabe, por chií y por sus “crímenes”) que la sola idea de un juicio resulta ofensiva.

Prosiguen citando documentos y declaraciones de los “enemigos” (resulta interesante que citen las fuentes primarias), rechazan las teorías conspirativas que culpan a Al Assad de la creación de Daesh, y una vez más, aseguran que solo en las tierras del Daesh se cumple la Sharía, y que pobre de aquel musulmán que ose luchar contra ellos y sustituir “las leyes de Dios” por “las leyes del hombre”. Este argumento no es muy original, pues el tema de la diferencia entre leyes de Dios y leyes humanas es central en toda la teoría sobre el Estado Islámico que se desarrolló en el siglo XX, desde Mawdudi hasta Jomeini, pero ya hablaremos de ello con más detalle en otro momento.  El artículo finaliza llamando a todos los guerreros e integrantes de las otras facciones salafistas a abandonar su coalición de apóstatas, o al menos a negarse a combatir a Daesh y centrarse en el verdadero enemigo, el régimen de Al Assad, el nacionalismo, la falsa democracia, etcétera.

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Daesh no ve con mucha simpatía a la República Islámica de Irán ni a su líder supremo, el ayatollah Jamenei. Fuente: Dabiq 13, p. 10.

El número 13 dedica un extenso artículo a la historia de los chiíes, en concreto a los Safávidas, dinastía que gobernó en lo que hoy es Irán entre 1501 y 1722 de la era cristiana.  Según Daesh, los Safávidas son los culpables de que el chiísmo persista hoy en día y de que la cultura y religión persas hayan continuado vivas. Este tema me resulta particularmente interesante. Creo que tengo un conocimiento más o menos detallado de la historia de dicha dinastía, dado que estudié historia de Irán y el que fuera mi tutor en el Master de Estudios Islámicos, Andrew J. Newman, es uno de los académicos especialistas en los Safávidas más aclamados y respetados (no hay muchos, todo hay que decirlo). Además, en la percepción que los propios iraníes tienen de la historia de su país, los Safávidas son un asunto controvertido. Para muchos representan una época de gloria y esplendor sin precedentes, pero para otros, como Ali Shariati, significaron el principio del fin de la pureza del chiísmo como religión redentora, además de unos sátrapas absolutistas. La cuestión aquí es, ¿por qué Daesh le dedica un artículo? ¿Qué busca demostrar?

El artículo empieza retratando a Ismail, fundador de la dinastía, no solo como un hereje de la peor categoría (Sufí y chií), sino también como un gobernante cruel y sádico que masacró a millares de sunníes, quemando sus libros y textos sagrados y sumiendo a la antaño iluminada Persia en una época de oscuridad y terror. Ismail tuvo que importar clérigos de Líbano, siendo el más famoso Ali Al-Karaki. Aquí he de decir que, soprprendentemente, Daesh ha hecho muy bien sus deberes de documentación histórica, ya que en efecto Ismail llevó a Karaki a Irán para tener un clérigo leal y afecto que emitiese fatwas legitimadoras; también citan la obra de Tomé Pires, embajador portugués a China que pasó por Persia. Posteriormente, se centran en los aspectos más negativos de la época Safávida (desde el punto de vista salafista): la celebración de rituales de lamento y martirio por la muerte de los distintos Imames, y el entendimiento entre los gobernantes persas y las potencias “cruzadas”: Portugal, Gran Bretaña y Francia.

 Una vez más se despachan contra toda la genealogía safávida, a la que llaman alcohólica, adicta al opio, sodomita, débil y sanguinaria, entre otras lindezas. No sin aprovechar para meterse con los otomanos, “adoradores de tumbas”, que alcanzaron un acuerdo con los safávidas para que los chiíes pudiesen peregrinar a la Meca, el mismo tipo de acuerdo respetan los saudíes y que, para Daesh, es otro de los motivos por los que merecen primero la muerte, y después el infierno. Entre los safávidas y el Irán actual, aseguran, existe una continuidad histórica, demostrada por el hecho de que los jomeinistas de hoy día citen a los safávidas como propagadores de la religión y hombres santos, aunque en realidad fueran idólatras y casi adoradores de Satán.

Y aquí está la madre del cordero: Según Daesh, el legado cultural de los safávidas, “podrido y lleno de esputo”, no es otro que un odio atroz hacia la gente de la Sunna, hacia los sunníes. Por eso, concluyen, todos los gobiernos, partidos y organizaciones chiíes, además de ser adoradores de tumbas, profesan un profundo rencor, no hacia los “judíos o los cruzados”, sino hacia los representantes de la verdadera religión, los sunníes. “Al igual que el Imperio romano nunca cayó, sino que adoptó distintos nombres”, finalizan, “los safávidas iraníes, y su objetivo declarado de exterminar a los sunníes, nunca han dejado de existir”.

Guau.

La historia siempre se ha utilizado para justificar planteamientos morales políticos e ideológicos del presente, eso no es nuevo. Aun así, es muy llamativo ver cómo Daesh, que se ha propuesto exterminar a los chiíes de la faz de la tierra, culpa a los propios chiíes de iniciar esa retórica exterminadora, cuando no es ni mucho menos cierto. Los safávidas trataron de instrumentalizar la religión, como han hecho tantos gobernantes, de eso no cabe duda. Pero en ningún momento plantearon genocidar a los sunníes. En la época persistía en el país una importante comunidad de sunníes, al igual que había judíos y armenios. A los que machacaron sin piedad, y se ha seguido machacando hasta la actualidad, es a los Bahais. Volviendo al último siglo, aunque la Revolución Islámica fuera fundamentalmente chií, y sus ganadores perteneciesen al estamento clerical, Jomeini y sus colaboradores soñaron durante un tiempo con extender la revolución y crear una especie de movimiento Islámico mundial. Su retórica no fue la de la confrontación, sino la de tender puentes y el entendimiento… postura lógica dado que los chiíes son apenas un 10% de los musulmanes del mundo, e Irán estaba bastante aislado internacionalmente tras el 79.

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Cúpula de la mezquita de Shah Abbas en Isfahán, mandada construir por el shah homónimo en 1611. Fuente: Fernando Mobu, Panoramio.

¿Qué podemos concluir de los artículos analizados hoy?

En primer lugar, que Daesh se autoproclama único representante legítimo de los musulmanes sunníes. En segundo lugar, que intenta captar nuevos miembros, demostrando que el resto de las facciones islamistas violentas (yihadistas) en Siria son hipócritas y no defienden el “verdadero” mensaje del islam. En tercer lugar, que es un movimiento totalitario, ya que plantea el exterminio de todos los que no se ajusten a su credo, ya sean nacionalistas, demócratas, chiíes o cristianos. En cuarto lugar, que internacionalmente se trata de un movimiento intransigente que rechaza llegar a ningún tipo de entendimiento con sus “enemigos”, que considera a la ONU y demás “instituciones cruzadas” y que plantea una especie de guerra global contra el mal.

Más o menos lo mismo que con los artículos anteriores. Seguiremos informando y contrinuaremos con el análisis de la revista, aun así.

Continuará…

Sobre la profesionalidad de algunos periodistas españoles

El País publica hoy un editorial  sobre Irán bastante malo. Es cierto que la sección internacional de dicho diario lleva tiempo de capa caída, pero hoy se han superado con un texto que muestra que ni siquiera cuentan con un comité de expertos que revise los textos publicados.

Hay quien pensará que me paso de puntilloso, que al fin y al cabo Irán es un país lejano, y que lo mismo da escribir Consejo Guardián que Consejo de Expertos. Probablemente sean los mismos que se enfadan cada vez que las películas extranjeras o la prensa internacional difunden tópicos superficiales y simplistas sobre nuestro país. Lo que me indigna especialmente es que algún periodista ha cobrado por escribir el pésimo editorial del periódico, que alguien que ni siquiera se ha molestado en informarse puede ver su artículo de ínfima calidad publicado en papel en un diario de tirada nacional, mientras que yo escribo este blog sin obtener ningún beneficio económico y (en mi modesta opinión) ofreciendo contenidos con algo más de veracidad y calidad.

Comencemos a destripar el texto: En primer lugar, el autor confunde el Consejo Guardián con la Asamblea de Expertos, y los mezcla inventándose un inexistente “Consejo de Expertos”. No, señores de El País, lo que se eligió el pasado viernes fue la Asamblea de Expertos, que se encarga, como bien decís, de designar al Líder Supremo. El Consejo Guardián, por el contrario, no se designa mediante elecciones democráticas, sino que la mitad de sus miembros son elegidos por el Paralamento y la otra mitad por el Líder Supremo. El Consejo Guardián no se ocupa de elegir al Líder Supremo, sino que tiene poder de veto sobre la legislación que pase el Parlamento y además puede anular candidaturas a las elecciones parlamentarias, presidenciales, y a la Asamblea de expertos. Un simple vistazo a la Wikipedia en lengua inglesa hubiera bastado para informar correctamente, pero El País por lo visto está por encima de naderías como el rigor periodístico.

En segundo lugar, Rohaní no es el primer presidente “aperturista” que tiene Irán. Se olvida de mencionar a Jatami o incluso a Rafsanyani. Hubiera sido mucho más interesante para el lector hacer un breve balance del gobierno de Jatami, que también parecía muy prometedor de cara a la democratización y occidentalización del país persa y, sin embargo, dio paso a la presidencia de Ahmadineyad. Es decir, que algo similar a lo que se está viviendo hoy día sucedió hace una década, y que por tanto no hay que hacerse muchas ilusiones con Rohaní. De igual modo, no todos los ayatollahs son parte del régimen, e incluso muchos de ellos son muy críticos con las instituciones, arriesgándose a ser silenciados o arrestados a domicilio.

En tercer lugar, el editorial habla de “aquellos que ocupan el poder desde 1979”, pero no menciona que la candidatura del mismísimo nieto de Jomeini ha sido anulada por el Consejo Guardián. Es decir, que no todo es tan sencillo. Irán, es cierto, está gobernado por un régimen cerrado sobre sí mismo, pero no es un régimen monolítico y uniforme, sino que los distintos actores rivalizan y compiten entre sí. Jamenei y la vieja guardia del Partido de la República Islámica (hoy disuelto) siguen tirando de la mayoría de los hilos, pero están divididos en facciones distintas con intereses opuestos. La apertura de Irán es perjudicial para un sector de la industria y el comercio locales, por ejemplo, mientras que beneficia a otros sectores de la economía.

En el último artículo que publiqué en este blog hablaba de como los términos “moderado” y “reformista” generan automáticamente buenas sensaciones, aunque no signifiquen gran cosa. El País nos brinda hoy un brillante ejemplo de lo que dije con un artículo en el que aseguran que “La alianza de moderados y reformistas copa los escaños de Teherán.” Por si fuera poco, un diario de supuesto prestigio internacional se permite el lujo de utilizar términos como “ultra” y “rancio”, en un artículo que teóricamente no es de opinión sino de información. A mí no me importa utilizar esas palabras, pero al fin y al cabo yo soy un desconocido que publica un blog con poca difusión. Si, por el contrario, cobrase por escribir, trataría de ser más elegante y correcto, pues al fin y al cabo, aunque el periodista pueda tener sus simpatías personales, su trabajo consiste (o eso dicen) en informar, no en generar corrientes de opinión.

No todo van a ser críticas furibundas. Por ejemplo, el sábado el mismo diario publicó un artículo de Ángeles Espinosa bastante más acertado.  En él se explican correctamente las funciones de la Asamblea de Expertos y el Consejo Guardián, y se informa sobre los resultados. De nuevo vuelven a colarse los términos “ultra” y los amables “reformista”, “moderado” y “pragmático”, que no explican gran cosa pero muestran al lector casual quiénes son “los buenos” y quienes “los malos” en todo este asunto. Únicamente hay una generalización desafortunada: “el islam no considera a las mujeres capacitadas para interpretar la ley” . El islam, como toda religión o ideología, está siempre sujeto a interpretación, y por tanto no es dogmático (los que pueden ser dogmáticos son los humanos que lo interpretan). Debería decir, en su lugar, “las instituciones de la República Islámica no consideran a las mujeres capacitadas para interpretar la ley”, y hubiera sido un gran detalle que mencionase a la corriente denominada “Feminismo Islámico” que está luchando por hacerse un hueco en el sistema legal iraní. Aun así, no es del todo un mal artículo.

Los periodistas no suelen tener en cuenta la historia, pues están mucho más preocupados por el presente. Sin embargo, no les vendría mal a algunos de los “expertos” en Irán de la prensa española leer de vez en cuando, o demostrar que conocen el contexto del país sobre el que escriben.

Los gobiernos de Jatami (1997 – 2005)

Proseguimos con el especial sobre Irán tras una larga interrupción de 17 días.  Como ya comenté, mi nueva situación laboral me hace difícil publicar con regularidad. Esta será la penúltima o antepenúltima entrega. Después de ella quedarían los gobiernos de Ahmadineyad, y el actual gobierno de Jatami, acompañado sobre una reflexión sobre la situación actual y las perspectivas diplomáticas.

Especial «Acuerdo nuclear»
I – Relaciones Irán-Occidente, 1800-1953
II – Relaciones Irán-Occidente, 1953-1979
III – La Revolución Islámica, 1979-1989
IV – Irán después de Jomeini, 1989-1997
V – Los gobiernos de Jatami, 1997-2005
Bonus: Las relaciones no tan secretas entre EEUU y Jomeini

Los gobiernos de Jatami

La campaña presidencial de 1997

Como decíamos en la entrega anterior, las elecciones de 1997 se prevían interesantes. Por supuesto, la mayoría de las candidaturas a la presidencia fueron anuladas por el Consejo Guardián. De los 200 candidatos que se inscribieron, 9 de ellos mujeres, solo 4 pudieron presentarse finalmente.

De entre ellos sobresalían Ali-Akbar Nateq Nuri, el candidato oficial, apoyado por Jamenei, los Pasdarán y la “vieja guardia” revolucionaria, un veterano clérigo, colaborador de los jomeinistas desde 1963, y miembro de varios parlamentos de la República Islámica; y Mohammad Jatami, un intelectual religioso que había sido director del Centro Islámico de Hamburgo, Ministro de Cultura entre 1983 y 1992, editor del periódico Kayhan, director de la Biblioteca Nacional, y tenía muy buenas relaciones con la industria cinematográfica iraní.

Durante su campaña, Jatami prometió que defendería los derechos de las mujeres y las minorías religiosas y que Irán avanzaría bajo su mandato hacia una verdadera “democracia islámica”. También prometió relajar la censura sobre la prensa, y ampliar la “sociedad civil” apoyando organizaciones no gubernamentales y movimientos populares.

Igualmente, proponía mejorar las relaciones internacionales de Irán para eliminar la imagen exterior de la República Islámica como un régimen caótico, agresivo e imprevisible. Dado que su dimisión en 1992 se produjo a consecuencia de su defensa de un periodista acusado por el Tribunal Especial del Clero, parecía que Jatami estaba comprometido realmente con su discurso. Por el lado contrario, Nuri defendía la ley, el orden, el status quo, y el legado de la Revolución.

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Mohammed Jatami. Fuente, AFP.

 Jatami contaba con el apoyo de la izquierda islámica que operaba dentro del sistema, así como de grupos opositores reprimidos y censurados por el Consejo Guardián, y de gran parte del mundo de la cultura. Las clases sociales que apoyaban a Jatami eran fundamentalmente clases medias y medias-bajas urbanas, sobre todo estudiantes y activistas.

Nuri, por el contrario, estaba respaldado por parte de las instituciones del régimen y los veteranos de la revolución, así como la parte del clero afín a Jamenei y los sectores rurales e industriales. Los “pragmáticos”, nombre con el que se denominaba a los seguidores de Rafsanyani, decidieron finalmente brindar su apoyo a Jatami, dado que temían que una victoria conservadora acabase con el legado reformista y liberalizador del gobierno anterior. Es decir, que se forjó una inusual alianza de liberales, socialdemócratas, izquierdistas y opositores a la República Islámica para evitar la victoria del candidato oficial, al que todas las encuestas daban como seguro ganador.

Los resultados de las elecciones fueron apabullantes. La participación fue muy elevada, un 88% del electorado acudió a las urnas. 30 millones de iraníes (69% de los votantes) dieron su apoyo a Jatami. Solo 7 millones optaron por Nuri, y su derrota fue, para muchos, un puñetazo en la cara de Jamenei y los suyos.

Una nueva era, parecía, empezaba para Irán. La victoria del amable, conciliador y sonriente Jatami era vista por muchos como una prueba del descontento de la población con el Líder Supremo, el Consejo Guardián, los Guardias Revolucionarios y la judicatura.

Primer gobierno de Jatami

Como ya explicamos en la tercera entrega, el sistema constitucional de la República Islámica consiste en un complejo entramado de instituciones que compiten entre sí y limitan la capacidad de acción de las demás. El Presidente nombra gobierno, pero este debe ser autorizado por el Parlamento; y todas las leyes y medidas que se aprueben deben ser sancionadas por el Consejo Guardián, una especie de Tribunal Constitucional integrado por juristas religiosos (ayatollahs) elegido a partes iguales por el Líder Supremo y el Parlamento. El CG también dictamina quién puede presentarse a las elecciones, y a su vez el CJ es elegido por el Parlamento.

Aunque Jatami tenía el apoyo del electorado, su poder real era bastante reducido. La coalición que le había llevado al poder no tenía aún presencia en el Parlamento, puesto que no habría elecciones hasta el 2000, y en el 96 la Asociación de Clérigos Combatientes, ACC (el partido de Jamenei y Nuri) había obtenido mayoría.

El nuevo gobierno contaba con muchas caras nuevas, como Masoumeh Ebtekar, la que fuera portavoz de los estudiantes que tomaron la embajada de EEUU, y que se convirtió en la primera mujer vice-presidente de Irán, cargo que hoy día sigue ejerciendo en el gobierno de Rohaní. Sin embargo, la ACC se aseguró el control de los ministerios importantes (Inteligencia, Defensa) de forma que las fuerzas de seguridad continuasen siendo afines a Jamenei.

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Masoumeh Ebtekar en 1979, cuando tenía 19 años y, en perfecto inglés, actuaba como portavoz de los estudiantes iraníes que secuestraron la embajada americana. Captura de pantalla de un vídeo de Thames Tv. Fuente, Shelf3d

En todo caso, los “Jatamistas” estaban al frente del ministerio de Cultura, y relajaron ampliamente la censura. La prensa tuvo un auge inédito desde los días de la Revolución, y se multiplicaron los debates sobre la tolerancia religiosa, sociedad civil, el papel de la mujer, las relaciones con Occidente e incluso la idoneidad del velayat e-faqih (el Gobierno del Jurista, la ideología en la que se inspira la República Islámica).

La reacción desde la judicatura y los grupos armados revolucionarios no se hizo esperar, y los políticos, periodistas y clérigos que cruzaron la línea roja y criticaron abiertamente a Jamenei y el velayat-e faqih sufrieron arrestos domiciliarios, detenciones y juicios. El gran ayatollah Montazeri fue condenado por criticar al régimen, y el alcalde “reformista” de Tehrán, Gholam Karbaschi, fue inhabilitado por corrupción, lo que ocasionó una oleada de protestas estudiantiles duramente reprimidas.

En el verano de 1998 la judicatura comenzó a cerrar periódicos pro-Jatami y arrestar a periodistas, a la vez que los grupos paramilitares revolucionarios (Pasdarán, Basij), hostigaban y acosaban a activistas estudiantiles, periodistas y escritores y personalidades del mundo de la cultura. Durante los primeros 18 meses de Jatami en el poder, al menos nueve activistas fueron asesinados o desaparecieron en extrañas circunstancias.

En materia económica, Jatami tuvo que hacer frente a una dependencia del petróleo arrastrada desde los años del shah (en 1997 el petróleo representaba un 50% de los ingresos del Estado), un creciente desempleo (entre el 15% y el 30%) y la resistencia de los “bazaaris” (comerciantes minoristas) a la apertura a la inversión extranjera. Dado que el 60% de la economía de Irán está planificada por el Estado (y otro 20% depende de las “fundaciones religiosas” ligadas a Jamenei y sus afines), parecía necesario continuar el programa de privatizaciones de Rafsanyani, lo que suscitó tensiones internas en la alianza que sostenía a Jatami.

La necesidad de apoyos sociales, hizo que el presidente reculara y optara por el contrario por detener el plan de privatizaciones y, en su lugar, subir los sueldos públicos, medida muy apreciada ya que el sueldo de los maestros, por ejemplo, estaba por debajo de la línea de la pobreza. En todo caso, las resistencias internas y la divergencia de opiniones entre los aliados de Jatami hicieron que éste no ahondara en las reformas económicas, poniendo sus esperanzas en mejorar las relaciones internacionales con el objetivo de mejorar la inversión extranjera. A pesar de sus divergencias en política interna, tanto Jamenei como Jatami coincidían en que este punto era vital para los intereses de la República Islámica.

Diálogo de civilizaciones, choque de civilizaciones

En 1998, Jatami acuñó la expresión “Diálogo de Civilizaciones” o “Alianza de Civilizaciones”, como contrapeso al Choque de Civilizaciones propuesto por el académico de Harvard Samuel Huntington (¡el mismo que le propuso al último shah crear un partido único!).

Choque de Civilizaciones, para los que no estén familiarizados con la obra, puede resumirse en que las relaciones internacionales se mueven según la afinidad cultural entre los distintos actores, que las diferencias son irreconciliables y que en el futuro no habrá conflictos geopolíticos sino grandes luchas entre civilizaciones, siendo China y el Islam las más problemáticas para Occidente.

El libro es interesante pero sus posiciones no se sostienen, y ha sido ampliamente criticado y defenestrado por parte de la comunidad académica. No es mi objetivo analizar en este artículo la obra de Huntington, pero en mi opinión la teoría hace aguas por todas partes y abusa de las generalizaciones simplistas, aunque para mérito del autor, supo prever el actual conflicto en Ucrania.

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Jatami, Erdogán y ZP posando para las cámaras. Fuente, Getty Images.

Volviendo al tema, la Alianza de Civilizaciones, que luego retomaría o plagiaría el ex-presidente Zapatero, surgía como una llamada al diálogo amistoso entre los distintos países del mundo. Proponía abandonar la necesidad de establecer una ideología mundial (“democracia occidental, capitalismo, derechos humanos”, sin mencionarlos explícitamente) y ahondar en los puntos en común en lugar de las diferencias.

A la vez que proclamaba su admiración por las tradiciones políticas estadounidenses, Jatami daba por concluido el caso Rushdie (recordemos que Jomeini había emitido una fatua pidiendo su ejecución por su obra Los Versos Satánicos) y trataba de liderar a los países musulmanes organizando la asamblea Conferencia Islámica Internacional. Al igual que Rohaní las últimas semanas, Jatami dio una gira triunfal por Europa, siendo el primer presidente iraní en visitar Roma, París y otras capitales.

Aunque no consiguió mejorar las relaciones entre Irán y EUU (a pesar de que se levantó el embargo sobre los pistachos y las alfombras persas), el primer mandato de Jatami sirvió para relajar la tensión entre su país y Arabia Saudí, y sobre todo para mejorar la relación de Irán con uno de sus principales vecinos y enemigos históricos, Rusia y las exrepúblicas soviéticas de Asia Central.

El 11S y la intervención estadounidense en Afganistán no alteraron significativamente, al menos en principio, la posición de Irán respecto al régimen Talibán. Desde el acceso de los Talibán al poder en 1996 la República Islámica había estado apoyando a la coalición rival en la guerra civil que asola Afganistán desde hace más de 20 años, la Liga Norte. La ayuda de EEUU a esta alianza de señores de la guerra parecía asegurar una mejora en el entendimiento entre Irán y EEUU, dado que compartían aliados y enemigos en el país afgano. Nada más lejos de la realidad.

Segundo gobierno de Jatami

En 2001, Jatami fue reelegido presidente. La victoria de sus partidarios y aliados en las elecciones parlamentarias de 2000 (71% de los escaños) garantizaban que el presidente pudiera continuar con su programa, ahora sin la oposición parlamentaria de los conservadores. Las elecciones locales de 1999, las primeras de la historia de la república Islámica, habían sido anunciadas como un gran éxito de Jatami y sus reformistas. Dado que el Consejo Guardián no tenía poder de veto sobre las candidaturas locales, la campaña fue festiva e intensa. Numerosas mujeres fueron elegidas para posiciones de poder, y los partidarios de Jatami se apuntaron importantísimas victorias en grandes y pequeñas ciudades.

“Reforma”, “reformismo” y “reformista” son palabras ambiguas y amables, cuyo significado no queda muy claro. Los académicos y periodistas anglosajones las emplean con muchísima frecuencia, al igual que están comenzando a hacer los medios en habla hispana. El término “reforma” no es más que un sinónimo de “cambio”. Es decir, un reformista no sería sino alguien que quiere hacer cambios (cualquier tipo de cambios) en el orden político, económico y social. Estos cambios no se plantean de forma brusca, sino gradual y progresiva, de modo que a los reformistas también se les denomina “moderados”.

Si decimos de alguien que es un “reformista moderado”, sentiremos por él una oleada de simpatía, aunque realmente no conozcamos su ideología y sus intenciones. El efecto contrario es producido por las palabras “fundamentalista” y “ultraconservador” y que evocan imágenes violentas, lapidaciones y juicios sumarios. Es decir, que cuando no conocemos nada de un país, los “reformistas” generan confianza mientras que los “fundamentalistas” inspiran miedo.

 Estoy intentando no utilizar la palabra “reformista” para referirme a Jatami, a pesar de que es la más empleada en los medios de comunicación anglosajones y la literatura académica. Esta omisión deliberada se debe a la confusión semántica que el término puede generar, como he explicado en el párrafo anterior. Creo que, por lo general, los expertos occidentales en Irán experimentaban una gran simpatía por Jatami, y de ahí el empleo continuado de la palabra “reformista”, que también se aplicó a Rafsanyani (aunque ideológicamente estuviera lejos de Jatami) o al hoy presidente Rohaní.

En el sentido estricto del término, un reformista moderado sería todo aquel que propone cambios graduales al sistema en el que vive, definición que haría que la mayoría de personas entráramos en esta ideología difusa. En el caso español, tanto Rajoy como Pablo Iglesias, por citar dos ejemplos opuestos, podrían ser considerados reformistas, ya que ambos plantean “reformar” el sistema y las instituciones. En Irán, ya hemos visto que una amalgama de grupos e individuos con ideologías no necesariamente compatibles daba su apoyo a Jatami. Esa heterogénea alianza de liberales, socialdemócratas, izquierdistas, centristas, laicos y religiosos, dentro y fuera del sistema político, es a lo que se denomina “reformistas”.

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Manifestación conmemorando el aniversario de la Revolución Islámica (Tehrán, 11 de febrero de 2002) y recordando quién es el «Gran Satán». Fuente: Global Post

 Lo que Jatami planteaba, según sus defensores, era democratizar las instituciones de la República Islámica desde dentro, reduciendo el poder de los órganos no-electos y ampliando las competencias del presidente y su gobierno. Los representantes de dichos órganos no-electos, por el contrario, percibían en Jatami una persona con ansias de poder y determinado a alterar el delicado equilibrio institucional que mantenía el correcto funcionamiento la República Islámica. Por tanto, y a pesar del batacazo electoral, tanto el poder judicial como el Consejo Guardián, el Líder Supremo, y las fuerzas de seguridad se dedicaron a boicotear en la medida de los posible el gobierno de Jatami, que no solo amenazaba sus intereses políticos y económicos sino también, se decían, el espíritu anti-imperialista e islámico de la Revolución.

  Desde la primavera de 2000 se produjo un incremento en las detenciones de activistas, estudiantes, intelectuales y demás voces críticas con el régimen. Veteranos políticos de la revolución como Ezzatollah Sahabi y Ebhrahim Yazdi (del Movimiento de Liberación, prohibido pero tolerado) fueron condenados y encarcelados, periodistas de investigación como Akbar Ganji fueron silenciados y metidos entre rejas, y Hasem Aghajari, un profesor universitario de Historia, fue condenado a muerte por criticar la doctrina de la emulación (véase ¿Qué es un ayatollah?). Afortunadamente para él, su caso fue revisado dada la oleada de indignación popular que suscitó.

Otros menos conocidos, sobre todo líderes estudiantiles, desaparecieron sin dejar rastro. También se produjeron asaltos y ataques no ordenados directamente por la judicatura. Periódicos críticos con el Consejo Guardián fueron asaltados, y manifestaciones estudiantiles fueron dispersadas por bandas paramilitares sin identificar. Incluso altos cargos del partido de Jatami sufrieron acoso y asaltos, como Said Hajjarian, atacado con arma de fuego.

Aunque Jatami no era responsable directo de las detenciones y las violaciones de los Derechos Humanos que cometían las fuerzas de seguridad, muchos iraníes empezaron a dudar de la capacidad del líder reformista para crear un cambio significativo. Su tibieza a la hora de criticar estos abusos, a la vez que su actitud conciliadora, hicieron que algunos planteasen que el cambio desde las instituciones del régimen era imposible. A pesar de los éxitos del gobierno de Jatami (políticas sociales, incremento del PIB, mejora de las relaciones internacionales, incremento de las libertades políticas hasta cierto punto y un poco menos de censura en la prensa), la desilusión y el descontento cundió entre sus partidarios, que empezaban a fragmentarse entre diversas corrientes políticas.

 George Bush se encargó de dar la puntilla a Jatami. Para perplejidad del gobierno iraní, que llevaba desde 2001 suministrando a los EEUU informes de inteligencia sobre las actividades de los Talibán, Bush declaró en 2002 que Irán integraba, junto con Iraq y Corea del Norte, el celebérrimo “Eje del Mal”. Esto hizo saltar las alarmas en Irán, que se preparaba para una invasión inminente como la que experimentaría Iraq en 2003.

No sé si era el objetivo de Bush, pero la inclusión de Irán en el Eje del Mal terminó de dinamitar el proyecto reformista y facilitó el retorno de los velayatis al poder. La estrategia conciliadora de Jatami, la prometedora Alianza de Civilizaciones, había resultado ser un verdadero fracaso. Las palabras amables del presidente, sus llamadas al diálogo y el entendimiento, habían caído en saco roto, y eran percibidas por los conservadores como una humillación y una perversión del mensaje anti-imperialista de la Revolución.

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Quién mató al ayatolá Kanuni, editado en castellano por Alianza.

El ambiente enrarecido de los últimos años del mandato de Jatami está genialmente plasmado en la novela Quién mató al ayatollá Kanuni, de Naïri Nahapétian. La obra, disponible en español (yo la tomé prestada de la Biblioteca de Castilla La Mancha), trata un caso ficticio con nombres inventados, aunque la protagonista parece estar en A’zam Taleqani, hija del ayatollah Taleqani, una de las grandes figuras del Movimiento de Liberación y de la Revolución, muerto en 1979. La novela refleja de forma muy amena y sin tantas complicaciones como mis textos las intrigas y luchas internas entre los altos cargos de la República Islámica, a la vez que la ficción permite a la autora ciertas licencias artísticas.

Jatami, en fin, parecía haber fracasado. Ninguno de los tres grandes puntos de su programa (aumento de las libertades civiles, mejora de la economía y cambio en las relaciones internacionales) había cumplido las expectativas levantadas. El descontento y el desánimo cundieron entre los iraníes.

La participación en las elecciones presidenciales de 2003 sería baja, dado que muchos de los antiguos partidarios de Jatami decidieron abstenerse como forma de restarle legitimidad al régimen. De entre los que decidieron participar en el sistema, no surgió ningún candidato capaz de aglutinar los intereses e ideologías contrapuestos y de despertar el entusiasmo de los votantes. Terminaba el momento político de las clases medias urbanas. Los sectores más desfavorecidos de la sociedad, aquellos que no estaban interesados en las libertades civiles sino en salir de la pobreza, serían los grandes protagonistas de las elecciones de 2005. De ellos hablaremos el próximo día.

Irán después de Jomeini (1989-1997)

Tras una pausa de una semana, continuamos con el especial “Acuerdo nuclear”. En esta cuarta entrega, hablaremos del periodo que va desde la muerte de Jomeini hasta 1997, incluyendo referencias a las relaciones entre Irán y EEUU. Como he encontrado trabajo hace poco, no tengo tiempo para escribir y editar artículos extensos, de modo que las actualizaciones serán más intermitentes en lo sucesivo. Disculpad las molestias.

Especial «Acuerdo nuclear»
I – Relaciones Irán-Occidente, 1800-1953
II – Relaciones Irán-Occidente, 1953-1979
III – La Revolución Islámica, 1979-1989
IV – Irán después de Jomeini, 1989-1997
V – Los gobiernos de Jatami, 1997-2005
Bonus: Las relaciones no tan secretas entre EEUU y Jomeini

Irán tras la muerte de Jomeini

 Un nuevo líder supremo

13 de Jordad de 1368 (3 de Junio de 1989). El Líder Supremo de la República Islámica, el Imam de la revolución y marya-e taqlid, Ruhollah Jomeini, ha muerto. La guerra con Irak terminó el año anterior. Empieza una nueva etapa en la vida política de Irán. Como siempre que fallece un líder poderoso y carismático, se respira cierta incertidumbre en el ambiente. No obstante, Jomeini y los velayatis (partidarios del velayat-e faqih, ver sección «El Gobierno del Jurista» en parte 3) han dejado todo atado y bien atado.

En su lecho de muerte, Jomeini nombró una comisión de juristas y clérigos expertos para que designasen a su sucesor, modificando ciertos aspectos del código legal y la Constitución para adaptarlos a la nueva situación. Como dice el refrán, “allá van leyes do quieren reyes”, y la República Islámica no es una excepción.

Aunque en principio el líder supremo, el faqih, debía ser un erudito del Islam de probado prestigio, un sabio emérito que no solo dominase la doctrina islámica sino también la gramática, la filosofía y las artes gubernamentales, un marya e-taqlid en definitiva (véase ¿Qué es un ayatollah?), al final los requisitos se relajaron bastante. Ali Jamenei, un clérigo de rango modesto (hoyatoleslam, menos importante que ayatollah), fue designado Líder Supremo de Irán.

 Jamenei quizá no tenía las publicaciones ni el prestigio necesario para ser considerado una eminencia religiosa, pero era una figura política muy importante. Era muy leal a Jomeini y había participado en la revolución y la República Islámica desde sus inicios. Fue el líder del Partido de la República Islámica (PRI, hablamos de ellos en la anterior entrega) hasta su disolución en 1987, y además presidente electo de Irán durante 8 años, el tecero después del depuesto Bani-Sadr y el asesinado Raja’i.

Es decir, que el criterio para designarlo no fue su trayectoria religiosa, sino la política. Un asunto que podría haber sido problemático dada la autoproclamada confesionalidad del régimen, pero que fue asumido sin mayor dificultad por las instituciones de la República Islámica. Al fin y al cabo, cuando la religión y la política se mezclan, el poder y la lealtad suelen ser más importantes que la piedad y las credenciales religiosas.

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Jamenei en 1979. Fuente: Wikimedia

 Jamenei fue designado Líder Supremo fundamentalmente porque no había ningún otro clérigo de alto rango que reuniese las características necesarias, es decir, lealtad y compromiso con el proyecto político de Jomeini y sus seguidores. El que era considerado como principal candidato al puesto, el ayatollah Montazeri, cometió el error de criticar públicamente ciertas medidas de la República Islámica (persecución de minorías, lapidaciones, ejecución de opositores, la fatua de Jomeini contra Salman Rushdie…) que, en su opinión, no eran propias de un Estado Islámico legítimo. Esto le costó un arresto domiciliario y el apartamiento de la vida pública y política, y por supuesto, que no fuera elegido sucesor de Jomeini. Montazeri era un marya, y por tanto un caso notable, pero son numerosos los clérigos que han perdido sus privilegios y empleos por criticar el régimen.

 En todo caso, la llegada de Jamenei no alteró en exceso las relaciones entre Irán y EEUU. Justo once meses antes de la muerte de Jomeini, cuando la guerra entre Irán e Irak no había terminado aún, un avión de pasajeros iraní fue destruido por misiles americanos, el famoso vuelo 655 de Iran Air. Irán, por su parte, seguía con la retórica anti-imperialista y revolucionaria de la época de Jomeini. La fatua sobre Rushdie no estaba vigente (pues en el chiísmo las fatuas se extinguen al morir su emisor), pero Irán siguió intentando exportar la revolución apoyando a Hezbollah, que organizó ataques terroristas como el coche bomba en un centro judío en Buenos Aires o el ataque a la embajada israelí en la misma ciudad.

Atentado 17 marzo 1992 argentina
Atentado en la embajada israelí en Argentina, 17 de marzo de 1992. Fuente: Vos Iz Neias.

La República Islámica, que había excluido toda oposición, se empezó a dividir internamente en facciones y partidos, no solamente a nivel parlamentario. La República Islámica contaba con numerosas instituciones: La judicatura, el ejército, los Guardas Revolucionarios, el estamento religioso, las fundaciones benéficas, la administración estatal… todas ellas con sus propios intereses, cooperando y compitiendo a la vez.

Como árbitro y guardián, el Líder Supremo. El complejo sistema constitucional parecía garantizar el equilibrio entre todos los que estaban dentro del sistema. Rafsanyani, un comerciante de pistachos con una larga trayectoria en el Partido de la República Islámica, fue elegido Presidente en 1989. El parlamento estaba dominado por lo que Nikki Keddie denomina la “Izquierda islámica”, que por lo general se oponía a Rafsanyani, un hombre de negocios liberal. Por suerte, el presidente contaba con el apoyo de su predecesor, Jamenei, ahora convertido en líder supremo. El problema era reconstruir el país y mantener contentos a los ciudadanos, muy cansados después de 8 años de guerra y escasez.

Las presidencias de Rafsanyani

El programa de Rafsanyani y Jamenei consistía en liberalizar la economía iraní y abrirla al exterior, moderando el tono agresivo de la diplomacia oficial (por ejemplo, manteniéndose neutrales en la Guerra del Golfo). Entre 1989 y 1995 se intentó privatizar un millar de empresas públicas, pero los intereses de las instituciones que las gestionaban y los casos de corrupción en la adjudicación de los contratos hicieron que el ambicioso plan inicial se paralizase.

La orientación de la producción hacia el mercado exterior tecnificó la agricultura y permitió cierto desarrollo industrial, aunque los beneficios se invirtieron en una burbuja del sector inmobiliario. Además, Irán tuvo que hacer frente en enero de 1995 a una crisis de deuda externa a corto plazo, agravada por las sanciones que Clinton aplicó en mayo de ese mismo año. Las privaciones y el descontento causaron disturbios que fueron brutal y eficientemente reprimidos en 1992, 1994 y 1995.

Las elecciones parlamentarias que se llevaron a cabo en 1992 contaron con 1.000 candidaturas anuladas por el Consejo Guardián, de un total de 3.000. Muchos de los descalificados eran parte de la “izquierda islámica” y de la Asamblea de Clérigos Combatientes, veteranos de la revolución, algunos incluso presentes en el asalto a la embajada estadounidense. Es decir, que los que controlaban los hilos del régimen (Consejo Guardián, Jamenei) decidieron limitar la participación política ante el riesgo de desorden.

Aun así, no podían encarcelar o exiliar a todos los descontentos, algunos con un impecable credencial revolucionario, y a pesar de la censura cada vez empezó a hablarse más de temas como derechos humanos, libertades democráticas, justicia económica y social, relaciones amistosas con el exterior, etc. Muchos de los rechazados en la política se reconvirtieron en periodistas, cineastas, escritores, académicos y artistas. A menudo el rechazo al régimen se manifestó en una elevada abstención. En 1993 Rafsanyani volvió a ganar las elecciones a la presidencia, con una participación del 63%.

16 aniversario revolución
Sello commemorativo del 16 aniversario de la Revolución, 1995. Fuente: IranStamp

En cuanto a las relaciones con EEUU, Rafsanyani no fue capaz de mejorarlas. El apoyo a Hezbollah, la oposición a Israel en la ONU y el programa nuclear iraní fueron los pretextos de los embargos de Clinton, que dañaron bastante la ya de por sí maltrecha economía iraní. Desde antes de la revolución la administración iraní había intentado llevar a cabo un programa nuclear, no para desarrollar armas atómicas sino para construir centrales eléctricas que permitieran al país producir energía de forma alternativa al petróleo, para poder exportar lo que no se gastase.

En los años 90 se reactivó el programa, de nuevo con el pretexto de estar destinado al uso civil. ¿Buscaba Irán la Bomba? Los lobbies pro-israelíes y los analistas americanos más belicistas aseguran que sí, aunque el gobierno iraní siempre haya defendido lo contrario. Dado que 3 de sus vecinos cercanos poseen armas nucleares (India, Pakistán, Israel), no parece descabellado pensar que la República Islámica intentara hacerse con un par de misiles atómicos, por eso de ver quien la tiene más grande, pero en mi opinión eso son tan solo especulaciones.

El gobierno de Irán tenía (y aún tiene) que gastar su dinero en programas de ayuda social para mantener contenta a la población y evitar que se repitiese lo de 1979, de modo que centrar la inversión en adquirir armas nucleares sería cometer el mismo error que el shah cometió. Los dirigentes de la República Islámica conocen la historia de su país.

 Los programas de ayuda social eran necesarios, y para mérito de la República Islámica, se llevaron a cabo. Entre 1985 y 1997 la mortalidad materna se redujo de 140 a 37 por 100,000 nacimientos. Se construyeron hospitales en áreas rurales y barrios deprimidos. Los estudiantes de medicina reciben formación gratuita a cambio de cinco años de servicio como médicos de pueblo. El programa de planificación familiar de Irán, que provee de anticonceptivos a las familias, fue incluso alabado por la ONU. La tasa de fertilidad de Irán bajó hasta niveles europeos. Se multiplicó la inversión en educación, y la escolarización segregada hizo que muchas familias rurales llevasen a sus hijas a la escuela, algo que no sucedía antes de 1979. Las mujeres no perdieron el derecho a ejercer un empleo, y la modernización (urbanización y terciarización) continuaron a pesar del tinte islámico del régimen.

Todos estos cambios hicieron que las elecciones presidenciales de 1997 se presumieran interesantes. El descontento creciente con la gestión económica del régimen y el auge de una clase media muy debilitada por los años de la guerra, sumado al hambre de y libertades civiles y democráticas, hicieron que la actividad política se multiplicase en la víspera de las elecciones. Dado que los presidentes en Irán solo pueden gobernar durante 8 años, Rafsanyani no podía presentarse de nuevo, lo que hacía que las elecciones se convirtiesen en un evento muy excitante y estimulante para unos votantes que anhelaban cambio. Pero de eso hablaremos el próximo día.


Bibliografía general:

Nikki Keddie, Modern Iran: Roots and Results of the Revolution, Yale University Press, 2006.

Ervand Abrahamian, A History of Modern Iran, Cambridge University Press, 2008.