Reseña «Imagen e imaginario España-Irán» (2 de 2)

En este artículo resumo la segunda mitad de las ponencias del encuentro Imagen e Imaginario España-Irán: miradas y representaciones celebrado en la Universidad Autónoma de Madrid el 10 de octubre de 2016. Puedes encontrar la primera mitad en este otro artículo. Aquí termina mi crónica de las conferencias, pues no pude asistir a la segunda jornada, que tuvo lugar el martes 11 de octubre.

Irán en los medios de comunicación españoles

 Tras la pausita para café volvimos a la sala de vídeo donde tenía lugar el encuentro. Este segundo bloque de ponencias, moderado por José Lus Neila, se centraría en la imagen de Irán que los medios españoles transmitido desde los años 70. Hubiera sido interesante alguna reflexión sobre la visión opuesta (España en los medios iraníes), pero en general estuvo muy bien.

img_20161010_1403411De izquierda a derecha: Fernando Camacho, Nadareh Farzamnia, Jose Luís Neila y Misael Arturo López Zapico

La imagen de Irán en la Televisión Española. Del régimen del Sha a Rohaní.

Fernando Camacho, especialista en Historia Global (y en particular historia chilena), nos ofreció en su ponencia un breve análisis de los documentales y especiales emitidos por TVE desde los años 70 hasta la actualidad. Todos ellos son visualizables a través del archivo digital de Televisión Española y los he enlazado abajo, para el que tenga curiosidad. Tomando como referencia estos archivos, Camacho se preguntó, ¿cuántos programas sobre Irán se han emitido desde los 70? ¿Cuándo se han emitido? ¿Quiénes los han realizado? ¿Dónde?

En los años 70 surgieron los primeros especiales dedicados al país persa. Sin embargo, dada la situación política en España y la cercanía diplomática entre Franco y el Shah, la información era apologética y se centraba en la figura del shah como gran estadista modernizador y como monarca con un estilo de vida lujoso. No se mencionaba la represión del SAVAK ni la agitación política, no fueran a dar malas ideas. Por supuesto no se mencionaba nada del golpe de Estado de 1953 que dio el poder al shah. La información era por tanto oficialista y laudatoria, poco crítica.

shariati-jomeiniCarteles de Jomeini y Shariati durante la revolución.

Con la revolución de 1979 las cosas empezaron a cambiar. TVE fue el único canal español en informar in situ sobre Irán, pero además fue de los últimos en abandonar el país dada la escasa hostilidad que España generaba en los revolucionarios. Informe Semanal emitió un exhaustivo especial, y en los telediarios se informaba de los acontecimientos. Camacho mencionó un libro, Episodios Persas, escrito por el embajador español en Irán durante el periodo revolucionario al que espero poder echar un vistazo pronto. Por lo visto, Sierra Nava actuó de enlace entre los secuestradores de la embajada estadounidense y la dipomacia americana.

Después de la revolución se sucedieron tres décadas sin apenas información sobre Irán, con la excepción de un documental turístico emitido en el 99. El interés por el país persa resurgió en 2009 como consecuencia del Movimiento Verde, una oleada de protestas por (entre otras cosas) la supuesta manipulación de los comicios presidenciales que dieron a Ahmadineyad su segundo mandato. Ese año se emitieron 3 programas sobre Irán, seguidos dos años más tarde por la célebre entrevista de Ana Pastor a Ahmadineyad y otro documental en 2012. Curiosamente, los presentadores de los programas y documentales emitidos desde 2009 han sido casi exclusivamente mujeres.

La lista completa de documentales es:

  1. El despertar de Ciro (1974)
  2. Los reyes de España en Irán e Iraq (1978)
  3. Jomeini, Alma de Dios (1979)
  4. Irán por dentro (1981)
  5. Irán detrás del velo (1999)
  6. Irán, juventud a escondidas (2009)
  7. Irán, 30 años después de los rehenes (2009)
  8. Las fronteras de la revolución (2009)
  9. Entrevista a Ahmadineyad
  10. Irán, la guerra secreta (2012)

La revolución de Irán contemplada desde España

En la segunda ponencia, Misael Arturo López analizó el tratamiento dado a la revolución iraní por dos de los principales diarios españoles, ABC y El País, el primero representando posiciones más conservadoras y el segundo algo más «joven» y progresista, al menos por aquel entonces. López está muy interesado en investigar la función de la prensa y los medios de comunicación como agentes en la política internacional, afectando a las percepciones de la opinión pública y la diplomacia.

Antes de la revolución, Irán solo aparecía en la prensa rosa y las noticias del corazón, en medios como ¡Hola!. La imagen mostrada era de frivolidad, lujo y modernización, y se centraba exclusivamente en la familia de Muhammad Reza Pahlavi, el flamante shah de Persia. Esto cambió radicalmente durante los meses de enero y febrero de 1979, los momentos más críticos de la revolución.

En enero de 1979, Irán apareció en 7 portadas de El País, tres de ellas con imagen. En ABC apareció tan solo en dos ocasiones, ambas con foto. El mes siguiente, El País dedicó a la revolución 5 portadas, todas salvo una con foto; mientras que el ABC contaba con 4 noticias sobre Irán en primera plana, todas con imagen. Las notas de prensa no eran especialmente innovadoras o rompedoras: la mayoría de ellas provenían de agencias o de corresponsales en París (donde se encontraba Jomeini) y EEUU, nunca desde Irán. Los temas tratados solían ser las declaraciones del Shah, especulaciones sobre su fortuna (con posibles errores de traducción, pues las cifras variaban según el medio) y opiniones de expertos en EEUU, así como la suerte de los 1500 «expatriados» (esa eufemismo para no decir «inmigrante), de los cuales solo quedaron 400 al final de la revolución .

jomeini paris, rohaniJomeini en París

A medida que se desarrollaron los acontecimientos, ambos medios trataron de responder a los interrogantes sobre la nueva forma de gobierno de Irán, la República Islámica. Para el ABC era algo natural pues «al contrario que en la Iglesia Católica, la política no está separada del islam.» Afirmación curiosa teniendo en cuenta que España salía de 40 años de dictadura nacionalcatólica donde los protestantes (entre otros) habían sido perseguidos, y un buen ejemplo de cómo los medios siempre aprovechan para lanzar mensajes referidos a la política local. ABC también expresaba su preocupación por el precio del petróleo y las inversiones españolas en el país persa. El País, por su parte, calificaba a Jomeini como «la encarnación de la oposición popular al shah» el 3 de enero del 79, y al día siguiente criticaron duramente al shah en su editorial. El concepto de república islámica se analizó a partir de unas declaraciones del ayatolá Montazeri.

No obstante, El País informaba sobre la revolución con tonos claramente orientalistas y literarios, casi líricos, poco adecuados para noticias de actualidad. Zapico citó numerosos ejemplos de esta retórica, aunque solo pude copiar varios de la entrevista realizada por El País a Jomeini en París; una entrevista con escasa discusión política pero con frases descriptivas como «la cerilla coránica», «severidad serena y cataclismal», etcétera. Más allá de eso, El País percibía cuatro fuerzas en el Irán revolucionario: el ejército, el «populismo», la socialdemocracia y el chiísmo. Un análisis bastante cutre, todo hay que decirlo, aunque claro, es fácil criticar desde la distancia. Se salvan, en opinión de Zapico, los artículos de Félix Bayon que ofrecían una lectura geoestratégica acertada.

ABC, mientras tanto, definía a Jomeini como «la suma de Gandhi y la violencia», o lo comparaba con Sabino Arana. También aprovechaban paracriticar a la UCD, pues desde 1977 Irán era el principal proveedor de petróleo de España (Irán y Arabia Saudí sumaban casi el 60% de las importaciones), y algo tendrían que haber hecho, pues la economía española no se podía permitir un alza en los precios del combustible. También se metían con la blandeza del presidente Jimmy Carter, que había permitido que un país tan estratégico (por su ubicación geográfica y sus reservas de petróleo) abandonase el «mundo libre.»

En conclusión: la cobertura de la prensa española no fue muy extensiva, y por lo general se abusaba de los tópicos y los elementos pintorescos y exóticos al hablar de un país lejano y desconocido. ABC, como buen medio conservador, era más crítico con la revolución y se preocupaba especialmente de la situación económica. El País, más joven y progresista, parecía más favorable a la caída del shah aunque era crítico con la evolución teocrática de los acontecimientos.

La imagen de Irán en España: de Ahmadinejad a Rohani

Nadereh Farzamnia, iraní, profesora de Historia de Oriente Medio en la UAM y autora de De la revolución islámica a la revolución nuclear, dedicó la última ponencia del día a analizar el tratamiento de Irán en los medios de comunicación españoles durante la última década. Fue la ponencia más larga, aunque también la más expresiva y viva, llena de anécdotas interesantes. Me gustó el patriotismo indignado de la doctora iraní, que a pesar de no comulgar con el régimen teocrático, ha intentado defender a su país de las difamaciones de los medios de desinformación. Su principal crítica es que los medios han asociado la imagen del país a sus políticos, generalizando alegremente sobre los iraníes a partir de sus líderes.

La cobertura de los gobiernos de Ahmadineyad (2005-2013) ocupó la mayor parte de la ponencia, algo lógico dada su extensión y el controvertido carácter del presidente. Polémico desde que llegó (una vez que los comicios presidenciales pasaron a una segunda vuelta), Ahmadineyad se convirtió en el niño rebelde predilecto de la prensa occidental. Su política se basaba en tres pilares: volver a los principios de la revolución, luchar por la justicia social y contra la corrupción, y exportar la revolución islámica. Este último punto, que en sus discursos se materializaba en un tono desafiante y acusador frente al «Occidente imperialista y opresor», permitió a la prensa despacharse agusto contra el presidente.

Así, en 2006, el diario El Mundo publicó en su sección de deportes (!) un artículo en el que de algún modo conseguían conectar las declaraciones del presidente iraní con una imagen negativa de la selección nacional de fútbol persa que podía perjudicar el rendimiento del equipo. Farzamnia continuó citando ejemplos absurdos, en el que se destacan las arengas de Federico Jiménez Losantos equiparando Irán con los Talibán, o un programa de telecisión en el que entrevistaron a Farzamnia y pidieron su opinión sobre el burka… a pesar de que el burka es afgano y no iraní.La ponente también criticó artículos de periodistas supuestamente más informados, como Ángeles Espinosa.

Los discursos del presidente iraní eran analizados y comentados hasta el más ínfimo detalle, no solo los pronunciados ante organismos internacionales sino también los que estaban destinados a consumo interno. La imagen transmitida por los medios era la de un Irán beligerante con sed de guerra. Nada más lejos de la realidad, pues los iraníes tenían aún fresca en su memoria la guerra contra Iraq y no deseaban embarcarse en un nuevo conflicto, mucho menos contra una superpotencia como los EEUU.

La reciente invasión estadounidense del país mesopotámico y la agresividad de George Bush hicieron saltar las alarmas. En 2007, el líder supremo Alí Jamenei dio un toque de atención a Ahmadineyad para que moderase el tono, pues no era deseable causar problemas diplomáticos. Un alto cargo del gobierno americano había afirmado que no se descartaba una intervención militar contra Irán. La prensa internacional había desarollado una narrativa que justificaba la invasión: Irán es una amenaza mundial, Irán tiene la bomba. Farzamnia aseguraba entre risas que «desde hace 15 años, Irán estará listo para tener la bomba en menos de 6 meses».

gran satanManifestación anti-americana en Irán.

La prensa española tuvo su parte en la divulgación de esta visión negativa de Irán, asociado perpetuamente a la crisis nuclear. La mayoría de las veces tan solo tenían como referencia a agencias de comunicación británicas y estadounidenses, muchas de ellas conectadas a lobbies sionistas. Otras veces, se limitaban a traducir artículos aparecidos en la prensa israelí. Así, en julio de 2007 El País afirmaba que Irán tenía la Bomba, y El Mundo aseguraba que Israel preparaba un ataque nuclear preventivo contra el país persa. Todo esto, aseguraba Farzamnia, a pesar de que el gobierno iraní colaboraba abiertamente con las agencias internacionales contra la proliferación atómica y permitía la visita de supervisores.

Dada la escasez de tiempo, la ponente tuvo que saltar a 2011, mencionando de pasada el movimiento de protesta de 2009. En 2011, Irán seguía sintiendo las sacudidas de dichas manifestaciones. Sin embargo, la prensa española lo incluyó erróneamente en sus análisis como parte de la Primavera Árabe, sin tener en cuenta que los iraníes no son árabes y que el movimiento se había originado dos años antes, a raíz de los dudosos resultados de las elecciones presidenciales.

Un año después, en 2012, Irán seguía siendo caracterizado como un país conflictivo y peligroso, merecedor de sanciones. La crisis nuclear seguía siendo el centro de atención de las noticias sobre el país, además de esporádicas menciones a la brillantez de sus cineastas. Situación que cambió radicalmente tras la elección de Rohaní, el principio de lo que un editorial de El País calificaba como «un gobierno de prudencia y esperanza» cuya misión era resolver la crisis diplomática y devolver Irán a la comunidad internacional.

Nadereh Farzamnia no pudo analizar exhaustivamente el tratamiento dado por la prensa a Rohaní, ya que se quedó sin tiempo. Yo también estaba cansado y dejé de tomar notas. En todo caso, fue una charla muy agradable y entretenida, que a pesar de su extensión no se hizo tediosa. El debate de la tarde no fue todo lo animado que podía haber sido, y de él no tomé apuntes así que no lo puedo plasmar aquí.


Me hubiera encantado estar en las ponencias del día siguiente, pero tenía que trabajar la tarde del martes y, como buen profesor, debía preparar mis clases por la mañana, así que me quedé en Toledo. Si alguno de mis lectores estuvo en la sesión del martes y puede comentar algunas impresiones, le estaría muy agradecido. Al mismo tiempo, si alguno de los ponentes de aquel día quiere matizar o corregir la información que he dado, que no dude en escribirme a desvelandooriente@yandex.com

Este blog no deja de ser un proyecto amateur, y como buen aficionado, el que escribe puede cometer errores o haber tomado mal las notas.

Reseña «Imagen e Imaginario España-Irán» (1 de 2)

Los pasados días lunes 10 de octubre y martes 11 se celebró un interesante encuentro internacional en la Universidad Autónoma de Madrid. Su título era Imagen e imaginario España – Irán: miradas y representaciones, y consistía en una serie de ponencias y debates centradas en la visión de Irán en España y viceversa, a cargo de diversos académicos de la UAM y de la Universidad Allameh Tabataba’i de Tehrán.

Por desgracia, el encuentro no fue muy publicitado, más allá de carteles dispersos por la facultad de letras de la UAM. Si no me llega a avisar una amiga, no me hubiera enterado. La web de la UAM ofrece una descripción muy escueta, y la web del proyecto IPESP en el que se enmarcaba el encuentro lleva medio año sin ser actualizada. Najmeh Sobeiri, una de las ponentes, se quejaba con razón de que este tipo de iniciativas no suelen superar los muros de la famosa “torre de marfil” académica y trascender a la prensa. Para remediar esto os voy a ofrecer este breve resumen basado en las notas que tomé ese día (de modo que puede haber errores y omisiones). La difusión de este blog es muy modesta, pero mejor algo que nada. Por motivos laborales solo pude asistir a la primera jornada, de modo que me voy a centrar en las ponencias del lunes. El público era reducido, pero el ambiente muy agradable.

Embajadas y misiones diplomáticas en los siglos XV-XIX

El primer bloque de exposiciones, moderado por Fernando Camacho, se centraba en la historia diplomática de la época moderna. No tenía título, pero el que le he dado se ajusta bien, yo creo. La principal fuente primaria para el estudio de estos periodos, además de los documentos oficiales, son los libros de viajes. La primera ponencia fue un interesante resumen introductorio, y las dos siguientes se centraban en personajes concretos.

El país de Irán a través de la diplomacia española. Una larga historia

En la primera ponencia, Fernando Escribano Martín nos presentó las distintas misiones diplomáticas entre España y Persia desde la Edad Media hasta finales del siglo XIX. El periodo más intenso de contacto fueron los siglos XVI y XVII, ya que la monarquía hispánica y la dinastía safávida de Irán tenían un formidable enemigo común: los turcos otomanos. El antecedente, sin embargo, es la célebre Embajada a Tamerlán de Ruy González de Clavijo. Esta misión diplomática, que tuvo lugar entre 1403 y 1406, fue ideada por Enrique III de Castilla para estudiar las posibilidades de una alianza contra los turcos entre su reino y la poderosa dinastía Timúrida (de origen mongol) que dominaba la meseta irania y Asia central por aquel entonces. Si bien la alianza no se concretó, el resultado fue uno de los primeros libros de viajes europeos y el primero en lengua castellana.

Los safávidas ascendieron al poder en Irán en 1501, y su dinastía coincide temporalmente con la de los Austrias en los reinos españoles. El interés mutuo entre ambas monarquías, sin embargo, no cristalizaría hasta el siglo XVII, que nos dejó múltiples informes y dos libros de viajes, el de García de Silva y Figueroa (el primer europeo en identificar el cuneiforme como un sistema de escritura, hecho que se suele atribuir a Pietro de la Valle) y las Relaciones de Juan de Persia (un embajador de los safávidas que se convirtió al catolicismo y se quedó en Castilla). Ambos serían tratados en las ponencias posteriores.

Aprendí cosas muy interesantes en la exposición de Fernando Escribano, como que los famosos hermanos Shirley (los primeros occidentales en llegar a Irán e instalarse como asesores y consejeros en la corte safávida) no eran leales agentes de la corona británica (como se suele asumir), sino aventureros, comerciantes y buscavidas católicos (en un momento en el que ser católico en Inglaterra era bastante peligroso), que de hecho trabajaron para diversos reinos.

El último viajero en el que se centró Escribano fue Adolfo Rivadeneyra. Hijo de un famoso editor, uno de los gobiernos de la Primera República le encomendó viajar a Persia para estudiar las posibilidades comerciales con los Qayar, con la promesa de que costearían la publicación de un libro con sus impresiones. A su vuelta, la República había sido derrocada, y los gobiernos de la Restauración se desentendieron de Rivadeneyra, que por suerte disponía de los medios económicos para publicar su obra. Podéis encontrar un detallado artículo sobre Rivadeneyra escrito por el propio Escribano Martín en este enlace. Como ejemplo de la desidia de la administración española, nos enseñó un cuadro de corte orientalista inspirado en las impresiones de Rivadeneyra en Irán… erróneamente titulado «Escena de Marruecos» y situado en la secretaría del Ministerio de Administraciones Públicas.

asirio_trad08gAdolfo Rivadeneyra en Dizful. Grabado realizado sobre un cuadro de J. L Pellicer. Fuente: Asiriología UAM.

Las crónicas de Don García de Silva y Figueroa, embajador de Felipe III en la corte de los Safávidas de Persia.

La segunda ponencia estuvo a cargo de Najmeh Shobeiri, doctora en Literatura por la UCM y directora del departamento de Filología Hispánica de la universidad Alameh Tabataba’i. Shobeiri amplió con mucho detalle la introducción que nos había hecho Fernando Escribano sobre García de Silva tratando de responder un interrogante: ¿fue un viaje inútil?

El viaje se produjo entre 1614 y 1619. El contexto de la época es importante: los safávidas estaban en guerra por los otomanos. Recordando el susto que los turcos habían dado a los cristianos (el siglo anterior habían llegado a las puertas de Viena), el Shah Abbas I mandó una carta al Papa y a los principales reyes europeos proponiendo una alianza para estrangular a los turcos en dos frentes. Para explorar las posibilidades de esta alianza, así como reanudar las relaciones iranio-portuguesas y controlar las ambiciones inglesas, Felipe III mandó a Persia a García de Silva, un militar y diplomático de su confianza, acompañado de un impresionante séquito cargado de regalos. Además de la misión diplomática, García de Silva tenía otro objetivo en mente: conocer la cultura y las costumbres de los persas y explorar sus ruinas y reliquias del pasado.

A diferencia de la mayoría de aventureros y viajeros que llegaban a Irán en esa época, de Silva era un hombre culto e ilustrado, con intereses no puramente comerciales. Su estilo literario, afirmaba Shobeiri, es refinado y de calidad. El diplomático describe en su libro las semejanzas entre España e Irán, desde  los paisajes hasta la arquitectura, pasando por la hospitalidad (¡tan diferente en nuestra tierra en comparación a otros países europeos!), que atribuía al pasado islámico de España. El libro de de Silva y Figueroa es especial porque habla de cosas que ningún otro europeo menciona, como los juegos y deportes practicados por los persas, la vida en la corte, la vestimenta, la gastronomía, el carácter de la gente, etcétera. Mientras que los hermanos Shirley y demás se centran en los recursos, productos y las posibilidades militares y comerciales, de Silva se centra en aspectos sociológicos. Era un humanista y Abbas I, uno de los pocos monarcas inteligentes y decentes que ha habido en la historia de Irán (según Najmeh Shobeiri) supo reconocer su calidad humana.

A continación nos narró una anécdota fascinante: El shah Abbas y de Silva y Figueroa estaban un buen día  hablando de festivales y tradiciones en sus respectivos países. Abbas contó a D. García en qué consistía la Ashura (que de hecho ha sido esta semana), y el embajador español la comparó con la Semana Santa católica, también un periodo de lamento y penitencia. La descripción de los rituales católicos, de las procesiones con velas y de los costaleros, entusiasmó al shah, que decidió incorporar algunos de esos elementos a la Ashura chií. El resultado es una tradición sincrética, incorporando elementos ajenos a la cultura irania que resultan sorprendentemente similares a la Semana Santa. Shobeiri demostró su argumento con fotografías de los rituales español e iraní, apuntando que las velas no son tradicionales en los rituales chiíes. El parecido es innegable.

mourning_of_muharram_in_cities_and_villages_of_iran-342_16_66La «Semana Santa» iraní, con costaleros y todo. Fuente: Wikimedia

Esta revelación fue lo mejor de todo el día, al menos para mí. Najmeh Shobeiri continuó su exposición explicando que el siglo XVII fue el primer periodo de contacto intenso entre las culturas persa y europea, el «puente». Abbas I, afortunadamente, fue un monarca bastante tolerante a la vez que piadoso. Bajo sus órdenes se contruyó la catedral cristiana de Isfahán (es preciosa, buscad fotos). El shah fue el primero en «inaugurar» la iglesia, participando en el ritual y bebiendo el vino consagrado. Como penitencia por beber alcohol, fue andando descalzo hasta Mashad (que está bastante lejos).

La embajada de de Silva y Figueroa, en definitiva, fue muy provechosa, no tanto desde un punto de vista político y comercial, sino en otros aspectos más intangibles, principalmente culturales y literarios. La ponencia fue interesantísima y estuvo muy bien estructurada, me encantaría poder leer la tesis doctoral de Najmeh Shobeiri algún día. Su español era impecable, y además era muy simpática.

Relaciones de Don Juan de Persia: Representación de la cultura persa en la narración y descripción en el género libro de viaje.

Baharak Akradlu nos ofreció la última ponencia de este bloque, centrada en la obra del enigmático Juan de Persia, un contemporáneo de García de Silva. Por desgracia, se me había pasado el efecto del café de la mañana, así que mis notas sobre este tema son más escasas. Uruch Beg, nombre original de Juan de Persia, era un noble iraní, sobrino del primer embajador Safávida a Europa, que se quedó a vivir en Valladolid. No se sabe por qué decidió quedarse en España, ni por qué se convirtió del chiísmo al catolicismo, ni siquiera se sabe si si fue él el que llegó a escribir el libro, aunque Akradlu cree que sí. Llegó en 1601 y el libro fue publicado en 1604.

Las Relaciones están dividias en tres partes. En la primera parte se detallan brevemente las motivaciones del autor (dar a conocer la tierra de Persia al rey Felipe III) y se da información sobre la geografía y la política de Irán, así como la religión, los recursos, la cultura, la tecnología, etcétera. En la segunda parte se narran las guerras de persia contra los otomanos que, recordemos, eran el principal motivo por el que europeos y safávidas intercambiaban embajadores. La tercera parte se centra en el viaje de Don Juan, su vida y los dos compañeros que decidieron quedarse con él, que también se convertirían y se bautizarían como Don Felipe y Don Diego de Persia.

Uno de los elementos más interesantes de la obra es el «yo». Don Juan escribe como si fuera español, constantemente contraponiendo un «nosotros» hispano frente al «otro» persa. Esto puede deberse a que la obra estuviera escrita para el rey, o que Don Juan quisiese reafirmar su españolidad. Uruch Beg era de Isfahan, y «los de Isfahán son muy listos«, concluyó Akradlu, de forma que puedes esperarte cualquier cosa de ellos.

La verdad es que este tema era quizá el más enigmático e interesante (¿cómo y por qué un noble persa decidió dejar a su familia en Irán y quedarse en Valadolid adoptando el catolicismo?), pero como contaba, empezaba a estar cansado y dejé de tomar notas. En todo caso, para el que sienta curiosidad por la obra, la Junta de Castilla y León la ha subido a internet muy amablemente una edición de 1946 que se puede encontrar aquí en PDF.


Después de esta ponencia hubo una pausita para café, seguida de otro bloque de ponencias. Las resumiré en el próximo artículo.

Arabia Saudí IV: El reino antes del petróleo (1926-1938)

Continuamos con la historia de Arabia Saudí. Nos habíamos quedado en 1926, cuando Ibn Saud completa la conquista del territorio. Los agentes de la conquista habían sido, por un lado, los mutawain, el bajo clero del desierto najdí; y los ijwan, una hermandad de guerreros tribales al servicio del wahabismo (véase la entrega anterior). Paralelamente, habían comenzado a surgir ulema wahabíes propiamente dichos, es decir, expertos religiosos en la doctrina hanbalí que dominaban todos los aspectos de las ciencias islámicas, algo que sería muy importante posteriormente.

Historia de Arabia Saudí
1 –
Geografía y primer emirato saudí (1744-1818)
2 – El siglo XIX (1818-1919)
3 – Conquista y dominio (1919-1926)
4 – El reino antes del petróleo (1926-1938)
5 – Petróleo con sabor americano (1938-1953)
6 – El breve reinado de Saud (1953-1964)
7 – El despotismo ilustrado de Faisal (1964-1975)


La rebelión de los Ijwan (1927-1930)

Una vez completada la conquista, comenzaron a aflorar las tensiones con respecto a la forma de entender el gobierno y el liderazgo. Ibn Saud veía la anexión de el Hiyaz como la restauración del dominio de sus antepasados y la ampliación de su patrimonio personal. Los mutawain y los ijwan, por el contrario, la percibían como una ampliación de la umma (comunidad islámica) y una oportunidad para expandir la fe y continuar la yihad. Los ijwan se veían como iguales de Ibn Saud, no súbditos. Muchos de ellos, pese a estar convertidos a la causa wahabí, recordaban su linaje tribal y aspiraban a ejercer posiciones de liderazgo en los recién conquistados territorios. El más famoso de ellos era Faisal al-Duwaish, un jeque de una tribu beduina del Najd sedentarizada.

Tras la conquista del Hiyaz, los líderes ijwan organizaron una asamblea o conferencia en al-Artauiya, la aldea de Faisal al-Duwaish y uno de los asentamientos que Ibn Saud había creado para los ijwan. Allí, los guerreros wahabíes discutieron varios asuntos, como las características del buen liderazgo religioso, la legitimidad islámica de los impuestos establecidos por Ibn Saud, el estilo de vida lujurioso y relajado del sultán del Najd y rey del Hiyaz, sus numerosos matriminios y, no menos importante su relación con los ingleses. También se habló de la necesidad de “islamizar” a los chiíes de Hasa, de los límites de la yihad y del problema que suponían los peregrinos de otras partes del mundo islámico, con su música y sus cantos.

724px-flag_of_ikhwan-svgLa bandera negra de la hermandad Ijwan. Fuente: Wikipedia

Ibn Saud reaccionó convocando otra conferencia en la que él personalmente consultaría a los ulema wahabíes. Los ulema respondieron a cada uno de los puntos planteados por los ijwan: sin duda, era necesario islamizar a los chiíes, y desde luego había que impedir a los peregrinos cantar y tocar música. También recomendaron destruir las tumbas y monumentos de santos. Sobre la yihad, los ulema recordaron que proclamar la yihad ofensiva correspondía únicamente al líder de la comunidad, al Imam, es decir, a Ibn Saud. También rechazaron las alegaciones de que su estilo de vida fuera anti-islámico. ¡Cómo iba a ser Ibn Saud un hombre impío si se gastaba un dineral en construir mezquitas y madrasas y en dar de comer a los ulema y mutawain!

Los ijwan rechazaron las explicaciones de los ulema de Riad e insistieron en su desafío. Esta rebelión, en un principio, no se dirigió contra Ibn Saud. Los ijwan simplemente se negaban a ser desmovilizados y continuaron haciendo la yihad, atacando Jordania y Kuwait, para horror de los emires locales y de los británicos, que recurrieron a la fuerza aérea para defender a sus aliados. El uso de aviación contra grupos insurgentes en el desierto, como podéis ver, no es algo especialmente reciente.

En 1928, Ibn Saud mandó cartas a todos los rincones del reino anunciando su abdicación y convocó a sus seguidores en Riad. Ulema, mutawain, jefes locales, la aristocracia comercial y, en definitiva, las “fuerzas vivas” del reino acudieron a la llamada. En la capital, Ibn Saud pronunció un discurso recordando su épica conquista de la ciudad con medio centenar de hombres, la necesidad religiosa de seguir a un líder, el progreso económico, y el grado de islamización que habían alcanzado. A continuación, pidió a los notables allí presentes que, si no estaban contentos con su liderazgo, eligieran a otro miembro de su familia para gobernar. Esto último es importante, pues nos muestra la imagen patrimonial que Ibn Saud tenía de sus dominios. Ibn Saud no podía concebir que otra familia salvo la suya ejerciese el poder. Y es que, como cuenta Ángeles Espinosa en su libro, los Saud ven Arabia Saudí como su finca particular.

No se propuso a ningún candidato alternativo, de modo que Ibn Saud continuó al mando. Además, los ulema decretaron que los ijwan estaban actuando sin el consenso de la comunidad religiosa, que su yihad no eran más que ataques bárbaros, y que Faisal al-Duwaish era un usurpador que debía ser destruido. Aparte de eso, llegaron a la conclusión de que el telégrafo no era un artefacto diabólico, y que su uso estaba religiosamente permitido. De este modo,  Ibn Saud y sus seguidores se prepararon para aplastar la rebelión ijwan.

arabia-unified-xGuerrero Ijwan hacia 1923. Fuente: ctesiphon.com

Ibn Saud salió muy reforzado de la “conferencia” en Riad. Su relación con los ulema de Riad se había estrechado. La división de tareas que se inició durante el primer emirato saudí se consolidó: Ibn Saudí se encargaría de gobernar y dirigir los ejércitos, y los ulema de emitir fatuas sancionando las acciones del monarca y controlar a sus discípulos, los mutawain. La religión estaba supeditada a la política, no al revés. La legitimidad de Ibn Saud dependía de los clérigos, es cierto, pero estos necesitaban los subsidios y la protección de Ibn Saud.

En 1929, Ibn Saud reunió un gran ejército reclutado de entre la base tradicional de los ejércitos saudíes, la población sedentaria del Najd. La batalla de Sabila fue su primer gran enfrentamiento: a los ijwan montados en camellos se enfrentaron las tropas saudíes a caballo con apoyo de ametralladoras. Tras esta aplastante victoria saudí, los ijwan trataron de refugiarse en Kuwait, donde les esperaba la fuerza aérea británica. Finalmente, en 1930 los ijwan se rindieron a los británicos en Kuwait. Tras asegurarse que la vida de los prisioneros sería respetada y que no habría ejecuciones masivas, los ijwan cautivos fueron traspasados a Riad.

La rebelión fue aplastada, y la importancia del mundo tribal en el emergente estado saudí fue disminuyendo cada vez más. Los ijwan habían sido útiles en la expansión territorial, pero después se convirtieron en una amenaza para el dominio de Ibn Saud. El rey saudí no estaba dispuesto a compartir el poder con ellos ni permitirles conservar su influencia. Desconfiaba de los beduinos, y la rebelión fue la ocasión perfecta para eliminarles de la estructura de poder. Los ulema, en cambio, se habían mostrado cruciales a la hora de garantizar la estabilidad en tiempos de crisis, y su importancia en el estado aumentaría con el tiempo. Los clérigos tenían la última palabra sobre las nuevas tecnologías, que se multiplicarían durante las siguientes décadas.

Abortada la insurrección ijwan y pacificado el territorio, Ibn Saud se vio con confianza como para unificar política y administrativamente los reinos del Najd y el Hiyaz y proclamarse a sí mismo rey de un nuevo país llamado Arabia Saudí. Corría el año 1932. El reino, todo hay que decirlo, era uno de los más pobres y subdesarrollados del mundo, pero al menos era independiente y no estaba sujeto a ninguna potencia colonial, como sucedía con el resto de países árabes. Aún no se había descubierto el petróleo, y la economía saudí se limitaba a la agricultura, el pastoreo, el comercio interno y los ingresos derivados del peregrinaje anual a La Meca.

La estabilización de la dinastía

Ibn Saud, que superaba ya el medio siglo de edad, conocía bien la historia de su familia, y no estaba dispuesto a ver cómo las luchas interfamiliares que habían desgajado el segundo emirato acababan con su legado. De modo que, una vez unificado y estabilizado el reino, se dedicó a controlar a las ramas díscolas de su familia y organizar la sucesión para que sus hijos, y no sus hermanos o primos, fueran los herederos de su reino. Una vez pacificado el reino, quedaba pacificar a la familia.

Las ramas colaterales de los Saud, de hecho, ya le habían ocasionado problemas. Los Araif, sus primos paternos, protagonizaron una rebelión en la región oriental durante 1908. El conflicto se resolvió después de varias batallas y un acuerdo matrimonial: la hermana de Ibn Saud se casaría con su primo, y sus descendientes quedarían bajo la supervisión del patriarca Ibn Saud. La política matrimonial, de hecho, se convertiría en uno de los pilares del régimen de los Saud, cómo veremos más adelante.

arabia-unified-dIbn Saud con algunos de sus hermanos e hijos. Fuente: ebay

Ibn Saud aprendió la lección y evitó amenazas incorporando a diversos miembros de las ramas colaterales del clan Saud en distintos puestos de poder. Los Juluwi, descendientes de Turki (el fundador del segundo emirato saudí), estuvieron junto a Ibn Saud desde el primer momento. Abdullah Ibn Juluwi, amigo y compañero de Ibn Saud, fue recompensado con el gobierno de Qasim en 1908 (el mismo año de la rebelión de los primos díscolos), y cinco años después se le dio el mando de toda la región de Hasa. Sus hijos y hermanos fueron incorporados también a la rudimentaria estructura estatal saudí: siendo “funcionarios” y beneficiarios de las pagas de Ibn Saud, no se opusieron a él.

En mayo de 1933, Ibn Saud nombró príncipe heredero a su hijo Saud, para así prevenir conflictos sucesorios y rencillas familiares. Ibn Saud quería que sus hijos fueran sus sucesores, especialmente los mayores, Saud y Faisal, que habían estado presentes y activos durante las campañas de conquista y pacificación. El trono sería sucesivamente para ellos, y después para los demás hermanos. Los seis reyes que han sucedido a Ibn Saud han sido, en efecto, hijos suyos. Con más de 40 hijos varones, parece que quedan herederos para rato, aunque llegará un momento en el que este modelo de sucesión sea generacionalmente insostenible.

En los primeros años del reino, el principal desafío para una sucesión estable eran los seis medio-hermanos de Ibn Saud, que podían reclamar el trono para ellos o sus descendientes. Saad, su único hermano de madre y padre murió en una de las campañas contra los hachemíes en el Hiyaz. Saud quedó desolado, y aprovechó para casarse con la viuda de su hermano. ¿Cómo lidió Ibn Saud con los rivales en el seno de su propia familia, algunos de los cuales habían sido piezas claves de la conquista del Hiyaz o de la pacificación de los ijwan? Maniobrando hábilmente, dándoles posiciones ceremoniales pero con escaso poder, cooptándoles con dinero y lujos, superándoles numéricamente (Ibn Saud tuvo 43 hijos y más de 50 hijas), o gracias a desafortunados “accidentes.” Se dice que en 1927, Jalid, un sobrino de Ibn Saud, intentó asesinar a Saud, el futuro príncipe heredero. Cuando se estableció el reino, Jalid era uno de los principales candidatos alternativos a la sucesión, aunque por suerte para Ibn Saud y su hijo, murió “misteriosamente” en 1938.

Los matrimonios de Ibn Saud

Incluso para una sociedad polígama como era Arabia, Ibn Saud tenía un harem excesivamente grande. Había llegado a casarse con más de 200 mujeres, divorciándose de muchas ellas. Además de esposas, tenía numerosas concubinas “exóticas”, que abandonarían su posición de esclavas tras dar a luz a un hijo varón. La interpretación “tradicional” del islam en cuanto a poliginia no permite que un hombre tenga más de cuatro esposas, pero ni a Ibn Saud ni a los ulema que le apoyaban parecía importarles.

Jack Philby pensaba que el amplio número de matrimonios de Ibn Saud se debía a una estrategia política deliberada. El monarca, en efecto, se casaba con las hijas y hermanas de sus aliados y subordinados: las élites de los oasis, las familias de tradición religiosa, las familias más nobles y antiguas de las confederaciones tribales. Ibn Saud se casaría también con numerosas hijas y hermanas de sus rivales derrotados, alcanzando así un doble objetivo. En primer lugar, se aseguraba la lealtad y la obediencia de las élites derrotadas, que no intentarían nada contra Ibn Saud para no poner a sus mujeres en peligro. Además, “dominaba” simbólicamente a estas derrotadas élites, arrebatando sus mujeres e incorporándolas a su harem, siempre en expansión.

Historiadores contemporáneos como al-Rashid, por el contrario, afirman que la política de Ibn Saud no puede calificarse estrictamente como de “alianzas matrimoniales”, ya que para que una alianza matrimonial funcione, es preciso que el intercambio de esposos y esposas sea mutuo. Ibn Saud, por el contrario, solo dejaba que sus hijas se casasen dentro del seno de su propia familia. Además, la poligamia y el divorcio no favorecen el desarrollo de alianzas, sino que crean rencillas y rivalidades. Por estos motivos niegan que el rey saudí casase por motivos estratégicos, y achacan su gran número de matrimonios al deseo de Ibn Saud de dejar claro su dominio político y, por qué no, a un apetito sexual aparentemente insaciable.

al-ahsaLa ciudad-oasis de al-Hasa a principios siglo XX. La foto parece ser posterior a la conquista saudí dado el elevado número de abayas. Fuente: Rob L. Wagner

La Arabia Saudí pre-petrolera

En 1933, Ibn Saud firmó una concesión con una compañía americana, en la que autorizaba a esta a buscar petróleo. El hallazgo no se produjo hasta 1938, y trastocó radicalmente la estructura económica del reino. Si bien la monarquía saudí no era una forma «tradicional» de gobierno, en tanto a que no era de origen tribal como los emiratos precedentes, y además se apoyaba en una visión extrema y novedosa del islam (el wahabismo), sí es cierto que la forma de vida en la Arabia Saudí pre-petrolera no era radicalmente distinta a la de cincuenta años atrás, salvo quizá por la presencia de la policía religiosa y una rudimentaria centralización política.

Hasta el descubrimiento del petróleo, el Estado saudí era parco en recursos y apenas estaba estructurado o contaba con burocracia. Ibn Saud, como los emires tradicionales y los jefes de tribu y aldea, recibía cada día en su palacio o en su tienda (si se estaba desplazando) a todos aquellos que tuvieran peticiones que hacerle o asuntos que tratar. En las reuniones estaban presentes, además del rey y su familia, numerosos miembros de las familias derrotadas o «incorporadas» como los rashidíes. Así, el rey mostraba simbólicamente su dominio y generosidad, e ilustraba a sus familiares y rivales con su sabiduría política. El arabista británico Jack Philby estuvo en muchos de esos majlis o reuniones, y dejó escritas sus impresiones al respecto.

Los majlis eran una de las primeras muestras del poder del monarca, antes de la época de esplendor económico. La importancia de Ibn Saud se manifestaba en su indumentraia y en el respetuoso silencio: él era el protagonista y se explayaba en largos monólogos, mientras los demás asistentes asentían con murmullos. A continuación los súbditos en problemas presentaban su caso, el rey meditaba y consultaba con sus consejeros si era necesario, y expresaba su veredicto.  Aparte de estas sesiones de carácter pública, cada día Ibn Saud organizaba dos reuniones de carácter privado en la que delineaba las líneas maestras de su gobierno con sus allegados, y una sesión religiosa con ulema de su confianza.

early-20th-century-jeddahYiddah a principios del siglo XX. Fuente: Rob L. Wagner

Además de estas reuniones, el poder de Ibn Saud se manifestaba en sus excursiones al desierto, en las que conducía su flamante automóvil, acompañado por su séquito a caballo. Los nobles y notables, incluídas los hijos de las familias rivales derrotadas, participaban en carreras de cabellos con suculentos premios en oro. Cuando el rey y su corte viajaban, se llevaban consigo todas sus pertenencias y los escasos documentos reales. En sus paradas en el camino, recibían a las tribus beduinas que presentaban sus respetos. La hospitalidad y generosidad del rey eran proverbiales, y se organizó un estricto protocolo que regulaba los banquetes y raciones que se servirían a los invitados según su procedencia y relevancia social.

Cuando estableció el reino en 1932, Ibn Saud comenzó a desarrollar una administración o burocracia paralela. Contrató asesores extranjeros, tanto occidentales como árabes (egipcios, libaneses), para que le aconsejasen en materias técnicas. También tenía un ministro de finanzas, Ibn Sulayman, que gestionaba el subsidio británico que había estado recibiendo Ibn Saud hasta mediados de los años 20 y, en general,  los ingresos y gastos de la familia/estado. La mayoría de los ingresos se debían a los peregrinos, y adicionalmente a las aduanas en Hasa y al zakat, el impuesto religioso, que en algunos casos era recolectado por los mutawain.

Poco a poco el gobierno de Ibn Saud fue adquiriendo más trabajadores y se fue sofisticando más. Si bien no era capaz de construir  infraestructuras básicas o proveer servicios públicos, el ministerio de finanzas se encargó de redistribuir los ingresos del Estado a base de regalos, banquetes y festivales ceremoniales, no sin antes pagar los sueldos de los empleados públicos y las asignaciones de los hijos y familiares de Ibn Saud. También se organizó un rudimentario ministerio de asuntos exteriores que extendía visados a peregrinos y que entabló relaciones diplomáticas con Gran Bretaña, EEUU, la Unión Soviética (uno de los primeros estados en reconocer el reino saudí), Holanda, Francia y más países. También sirvió de plataforma para que mercaderes de confianza del rey establecieran contactos comerciales con el exterior.

Sin embargo, a mediados de los años 30 Arabia Saudí no dejaba de ser un Estado muy deficiente y escasamente poblado, con ningún tipo de servicio público o de comodidad básica. Los saudíes no disponían de agua corriente, electricidad, sanidad pública, carreteras y otros servicios que los estados considerados «desarrollados» en la época ofrecían a sus ciudadanos. La situación cambiaría radicalmente a partir del descubrimiento del petróleo, que convirtieron a la familia saudí (y por extensión al Estado) en millonarios, posibilitando una modernización económica y social sin precedentes.

Arabia Saudí, como hemos visto, ya había experimentado cambios drásticos, fundamentalmente una unificación política y un proceso de homogeneización cultural y religiosa centrado en la identidad Najdí/wahabí. El petróleo no sacó a los árabes de un letargo medieval, como se suele afirmar. La región llevaba desde el siglo XVIII en constante cambio y transformación. No obstante la velocidad de los cambios y su impacto material y cultural se incrementarían a partir de 1938, una frecha crucial en la historia del país.

Lo veremos en la siguiente entrega. ¡Hasta entonces!