Arabia Saudí III: Conquista y dominio (1919-1926)

En el artículo de hoy narraré cómo Ibn Saud completó la conquista de Arabia Saudí durante los años 20, y cómo consolidó su dominio en sus nuevos territorios gracias a la coacción religiosa de los clérigos wahabíes y a unas tropas tribales leales y terroríficas.

Historia de Arabia Saudí
1 – Geografía y primer emirato saudí (1744-1818)
2 – El siglo XIX (1818-1919)
3 – Conquista y dominio (1919-1926)
4 – El reino antes del petróleo (1926-1938)
5 – Petróleo con sabor americano (1938-1953)
6 – El breve reinado de Saud (1953-1964)
7 – El despotismo ilustrado de Faisal (1964-1975)


1919. Termina la Primera Guerra Mundial. Oriente Medio se enfrenta a terribles cambios que afectarían (y aún afectan) toda su historia posterior. El Imperio otomano desaparece y es sustituido por las potencias coloniales europeas, Francia y Gran Bretaña, que se dividen el Levante y Mesopotamia (lo conté aquí). El sistema de Mandatos de la Sociedad de Naciones da alas y esperanza al incipiente nacionalismo árabe, un movimiento restringido a los círculos burgueses e ilustrados de las ciudades mediterráneas.

La península arábiga permanecía ajena a todos estos cambios. Los tres emiratos, saudíes, rashidíes y hachemíes, seguían disputándose el territorio (hablamos de ellos en la entrega anterior). La desaparición de los otomanos supuso un duro golpe para los rashidíes, que se quedaron sin su principal apoyo exterior. Los saudíes, por su parte, habían sido reforzados por los británicos con armas, munición y capital, lo que durante los años 20 les permitió organizar exitosas campañas contra los rashidíes y posteriormente los hachemíes.

Ibn Saud completa su reino: La conquista del Najd y del Hiyaz

Sin el apoyo otomano, los emires de Hail solo podían aspirar a mantener sus territorios y defenderlos del acoso saudí. Los rashidíes intentaron entablar alianza con los hachemíes del Hiyaz y la familia Sabah de Kuwait, aunque esto no se materializó en campañas conjuntas contra los saudíes. Ibn Saud, por su parte, comenzó el asalto definitivo sin grandes movimientos militares: prohibió a la tribu shammar (recordemos, la confederación tribal en la que se apoyaban los rashidíes) el acceso a los mercados de Hasa, debilitando la base económica de los rashidíes y sembrando el descontento. Como explicaba en la entrega anterior, la población sedentaria de Hail apoyaba a los rashidíes por la seguridad económica y comercial que proporcionaban. Sin ella, sus días estaban contados. En agosto de 1921, Ibn Saud puso sitio a la capital rashidí con 10.000 soldados (¡En 1902, Ibn Saud solo contaba con 60 guerreros!). Tres meses más tarde la ciudad se rindió, e Ibn Saud extendía sus dominios al norte del Najd.

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Mientras tanto, los hijos del sharif Hussein, el emir de La Meca que había organizado la revuelta contra los otomanos, recibían de los británicos nuevos emiratos que jamás hubieran conquistado por la fuerza de las armas. Los tejemanejes de los hachemíes podrían ocuparnos páginas, pero los resumiré brevemente. Faisal, el mayor de los hijos de Hussein, se autoproclamó rey de Siria en 1920, cargo que ocupó durante menos de medio año antes de ser expulsado por los franceses, que habían sido nombrados potencia mandataria de Siria por la Sociedad de Naciones y estaban deseosos de administrar sus nuevos dominios. Antes de eso, Faisal había tenido tiempo de decepcionar a los nacionalistas árabes firmando un acuerdo con Chaim Weizmann, el presidente de la organización Sionista internacional, en el que reconocía la legitimidad de las aspiraciones sionistas sobre Palestina. Tras huir de Siria y refugiarse en el reino unido, fue nombrado rey del nuevo mandato británico de Irak, como pago a los servicios prestados. Su hermano Abdulá fue también nombrado emir por los británicos, en su caso del mandato de Transjordania, hoy día Jordania. Sus herederos siguen gobernando el país. Tanto Faisal como Abdulá eran extranjeros y no conocían las costumbres de sus nuevas posesiones, ni hablaban el dialecto, ni disponían de contactos e influencia, por lo que era de esperar que gobernasen dócilmente de acuerdo a las directrices británicas. Hussein, por su parte, se autoproclamó rey de todos los árabes y del Hiyaz, pero su reticencia a firmar el Tratado de Versalles y un pacto de amistad con los británicos le hicieron vulnerable a las ambiciones saudíes. Quizá confió demasiado en sus propias fuerzas y las de sus hijos.

weizmann_and_feisal_1918Faisal y Weizmann en 1918 (Fuente: de.academic.com)

A Ibn Saud no le hacía ninguna gracia que los hijos de Hussein hubieran adquirido reinos sin luchar. Sobre todo teniendo en cuenta que él los había derrotado militarmente en 1919, en la disputa por una aldea fronteriza. Saudíes y Hachemíes firmaron ese mismo año una tregua de cuatro años, gracias a la mediación de Gran Bretaña. Ibn Saud aprovechó el alto el fuego para completar la conquista del Najd y más tarde para adentrarse en Asir, que como mencioné brevemente en la primera entrega, se encontraba dominada por los descendientes de Ibn Idris, un maestro sufí marroquí. En 1922 Ibn Saud anexionó Asir a sus dominios.

Dos años más tarde, en 1924, Ibn Saud dejó de cobrar su subsidio mensual de los británicos. Esto le ponía en un aprieto, ya que el rudimentario aparato estatal que estaba empezando a desarrollar (hablaremos de ello ahora) y la compra de voluntades precisaban de un flujo de capital constante. La conquista del Hiyaz, una región rica que extraía sustanciosos ingresos de los peregrinos a La Meca, se convertía en una necesidad. Además, ese mismo año Hussein, el emir sharifano de La Meca, se había proclamado califa después de que la asamblea nacional turca aboliese la institución (un poco de contexto sobre la época aquí). A Ibn Saud, que ya no percibía ingresos por parte de los británicos, le importaba poco que estos pudieran enfadarse por atacar a sus protegidos. Los hachemíes ya tenían sus nuevos reinos en Iraq y Jordania, y él también quería parte del pastel.

En septiembre de 1924 las tropas de Ibn Saud saquearon Taif, un pueblo cercano a La Meca. Superado por la situación y presionado por los notables hiyazíes, Hussein abdicó en su hijo Alí y partió al exilio. Esto animó a Ibn Saud a marchar sobre la ciudad santa, en la que entró triunfalmente en diciembre de ese mismo año. Medina se rindió también a los saudíes. El sharif Alí se refugió en Yeddah, que fue asediada por el ejército saudí durante un año. Los británicos no quisieron inmiscuirse en el conflicto y abandonaron a su suerte a sus antiguos aliados hachemíes, no sin antes asegurarse de que Ibn Saud respetara los mandatos de Iraq y Transjordania. Los acuerdos firmados fijaron las fronteras y redujeron notablemente la autonomía de las tribus nómadas, además tenían la particularidad de que no eran acuerdos firmados entre el Imperio británico y un Estado, sino entre el Imperio y un hombre, Ibn Saud (es decir, a su muerte perderían su vigencia).

Finalmente, en enero de 1926 los notables hiyazíes proclamaron a Ibn Saud como rey del Hiyaz y sultán del Najd. Tres meses después, Gran Bretaña, Francia, Holanda y la URSS reconocieron a Ibn Saud como rey de Arabia. Por primera vez desde el primer emirato saudí, la mayor parte de la península arábiga era dominada por un mismo soberano.

ibn_saudIbn Saud. Fuente: Hetek

No obstante, esta narración que acabo de hacer pasa por alto varios aspectos esenciales para comprender el cómo y el porqué de la expansión saudí. Más que obra de un gran genio individual, la conquista y consolidación del reino saudí fue una empresa colectiva. Ibn Saud no luchaba solo, ni su sola presencia convencía a sus súbditos de adoptar la doctrina wahabí. Veamos ahora algunos de los principales apoyos de Ibn Saud, los ijwán (tropas tribales) y los clérigos wahabíes, los mutawa.

Hombres de religión: los mutawain

En el primer artículo de esta serie, afirmaba que la historia de Arabia Saudí es la historia del dominio de una de sus regiones, el Najd, sobre el resto. La homogeneización que acompaña todo proceso de modernización y construcción estatal se hizo a través de la identidad najdí, que era la menos cosmopolita, y a través de la doctrina wahabí, un movimiento reformista surgido a mediados del siglo XVIII que renegaba de las tradiciones beduinas. Más allá del patrocinio saudí, los principales agentes de este proceso de homogeneización fueron los hombres de religión najdíes, conocidos como mutawa (مطوع), que se esforzaron por imponer el dogma wahabí. (Aviso: si no estáis familiarizados con la terminología religiosa, recomiendo tener a mano el Glosario de términos islámicos).

Los mutawain (plural de mutawa) son un fenómeno najdí, surgidos entre la población sedentaria de los oasis que no tenía un linaje prestigioso. Se diferenciaban de los ulema de otras partes del mundo islámico en que, para ellos, los únicos elementos de la religión dignos de ser estudiados eran el fiqh (jurisprudencia) de la escuela hanbalí y el ibada (aspectos rituales, forma correcta de realizar las abluciones, cómo llevar la barba, etcétera). La gramática árabe, la filosofía, la alta teología, la mística y las demás ramas del saber islámico que los ulema propiamente dichos dominaban eran considerados lujos intelectuales intrascendentes. Los mutawain no hacían sino responder a las necesidades religiosas de los habitantes del Najd: Cómo adorar a Dios de forma correcta y como resolver disputas legales. Al fin y al cabo, el Najd era una región desértica salpicada de pequeñas aldeas situadas en oasis, nada que ver con el cosmopolita, sofisticado y bullicioso entorno de ciudades como Estambul, Bagdad, el Cairo o La Meca. El wahabismo tuvo gran acogida entre los mutawain, que se convirtieron en sus principales agentes. A principios del siglo XX, la mayoría de los mutawain no se dedicaban en exclusiva a la religión, sino que lo compaginaban con la agricultura, la artesanía o el comercio. Su vocación religiosa era por tanto más voluntaria que profesional, y cuando se pasaban de estrictos y enfadaban a la población local tenían que huir. El ejemplo clásico es lo que le sucedió en el siglo XVIII a Muhammad ibn Wahhab, pero hay muchos otros, como Salim Salem al-Banyan, un mutawa de Hail que fue expulsado del emirato rashidí a principios del siglo XX por proponer la expulsión de los chiíes.

Los mutawain habían sido un movimiento en decadencia durante el siglo XIX, tras haber sido diezmados y dispersados por los invasores egipcios. Su fortuna cambiaría con el resurgimiento saudí. Cuando Ibn Saud entró en Riad en 1902, los mutawain locales no lo proclamaron emir ni saij, sino Imán (líder religioso). Al hacerlo evocaban la época dorada (para los wahabíes) del primer emirato saudí, y legitimaban religiosamente a Ibn Saud, esperando así tener importancia en el nuevo gobierno. No era solamente un movimiento interesado: Durante su infancia, Ibn Saud había sido educado en la doctrina wahabí bajo los auspicios de destacados mutawain y tenía nociones en fiqh e ibada. Abd al-Aziz Ibn Saud y los mutawa reprodujeron la división de tareas que se había establecido en 1744 entre Muhammad Ibn Saud e Ibn Wahhab: Ibn Saud lideraría la comunidad y se ocuparía de la guerra y la economía, mientras que los mutawain se encargarían de legislar (desde el punto de vista religioso) y de que la población siguiese los preceptos wahabíes. Los wahabíes fueron siempre pragmáticos con respecto al poder. Los medios por los que el poder político se alcanzase eran irrelevantes, siempre que el gobernante respetase la ley divina. Recaudar el zakat (impuesto religioso) y hacer la yihad contra los infieles eran las principales funciones del líder político en la rudimentaria concepción wahabí del Estado. Mientras Ibn Saud defendiese la causa de los mutawain y se comprometiese a aplicar sus leyes, este contaría con legitimidad religiosa.

82299026d377c2e44e16d7eec2031c23Caravana de peregrinos a La Meca, 1910. Fuente: Pinterest

Durante la expansión saudí, los mutawain llegaban antes que los ejércitos y comenzaban a predicar a la población local, haciendo énfasis en cuestiones rituales (enterrar a los muertos en tumbas sin nombre, rezar de forma correcta…) y subrayando la necesidad de unidad política de la comunidad musulmana y de la conveniencia de seguir a un líder justo y bueno, es decir, Ibn Saud. Una vez los territorios se encontraban bajo el dominio de Ibn Saud, los mutawain se encargaban de asegurarse la obediencia de la población e imponer castigos físicos a los que se desviasen de la doctrina oficial. Los mutawain solían recorrer las calles con un palo y azotaban públicamente a los díscolos, a los que tenían la barba muy larga o muy corta, a los que no acudían a la mezquita, y en general a los que innovaban de forma peligrosa. Al Rasheed narra un su libro algunas anécdotas significativas, como la de un niño de una familia noble najdí que acudió a su madrasa con un reloj de pulsera que le habían regalado sus padres. El maestro religioso local le quitó el reloj y lo destrozó a palos, pues era una innovación satánica (lo correcto era llevar el reloj en el bolsillo, al parecer). Esto sucedía en la capital, Riad, en 1940, a un hijo de buena familia. Podemos imaginar lo que les sucedía a principios de siglo a los habitantes humildes de las regiones periféricas. Ángeles Espinosa cuenta en su libro una historia parecida con una bicicleta como protagonista.

Hoy en día los mutawain todavía existen, aunque el reino saudí se ha dotado de figuras religiosas con mayor conocimiento y autoridad, ulema propiamente dichos. Aún así, la función punitiva y disciplinaria de los mutawa sigue siendo necesaria en el reino saudí, y para ello se creó en 1940 una institución oficial, el Comité para la Promoción de la Virtud y la Prevención del Vicio, que aglutina a los mutawain. Hasta 2007, los mutawain iban armados con su tradicional palo.

Tras la conquista del Hiyaz en 1926, los mutawain y los ulema se centraron en profundos debates sobre la compatibilidad entre progreso técnico y religión. ¿Era correcto usar el telegrama? ¿Había que destruir los monumentos a Mahoma y sus compañeros? ¿Eran permisibles las biciletas? ¿Qué hacer con los peregrinos no wahabíes, que cantaban y danzaban? En general, acabaron aprobando lo que permitía reforzar el control estatal y rechazando todo lo demás (así, por ejemplo, prohibieron fumar en público). También sancionaron que Ibn Saud se proclamase sultán: si bien el título no tenía mucho significado en Arabia (los mutawain le consideraban imam, la población le veía simplemente como un emir que se las había apañado para imponerse sobre los demás), la palabra sultán producía un efecto muy positivo en las delegaciones extranjeras, especialmente en la británica.

Los mutawain, en definitiva, fueron un colectivo fundamental en la consolidación del emergente estado saudí. No solo legitimaron religiosamente al gobierno de Ibn Saud, sino que “domesticaron” a la población local, instaurando una especie de policía moral que dura hasta nuestros días. Así, acabaron con muchas pintorescas costumbres locales e impusieron unos valores y normas de conducta homogéneos. Aún hoy siguen determinando la moralidad en las calles, gritando a las mujeres que no llevan el velo de forma correcta. Su mayor éxito fue el sometimiento de las tribus nómadas a las estrictas normas del islam wahabí. Sin los mutawain, Ibn Saud no hubiera podido crear su poderosa fuerza militar tribal, los ijwán.

Hombres de guerra: los ijwán

Hasta los albores de la Gran Guerra, Ibn Saud se había apoyado en tropas reclutadas entre los oasis, como habían hecho sus antepasados. Sin embargo, una rebelión fallida de una rama de su familia, que había contado con el apoyo de tropas beduinas, le había hecho darse cuenta de que las confederaciones tribales podían desestabilizar sus territorios con suma facilidad. Ibn Saud necesitaba unas tropas tan fieles y leales como las de los oasis, pero con la movilidad y las habilidades guerreras de los beduinos. Era necesario destruir la autonomía y las costumbres de estas tribus y ponerlas al servicio de la causa saudí, algo que los anteriores emiratos saudíes no habían logrado. Los mutawain fueron los principales agentes de esta operación.

En un principio, Ibn Saud enviaba a los mutawain a que se mezclasen con las tribus y predicaran las enseñanzas del islam wahabí. Más tarde consiguió convencer a varias de estas tribus de la necesidad de establecerse en asentamientos sedentarios, para poder vivir en una comunidad similar a la del profeta. Allí, los mutawain podían ejercer como jueces y sacerdotes, y la población beduina podía ser reclutada y controlada con mayor facilidad. También se les incitó a practicar la agricultura. Por supuesto, la agricultura era poco productiva y nada rentable en el Najd, de modo que estas comunidades recibían generosas subvenciones (derivadas al principio de los subsidios británicos que percibía Ibn Saud) y se les prometía una parte del botín en tiempos de guerra. Muchas tribus huyeron a Iraq, pero los beduinos que aceptaron sedentarizarse y ponerse bajo las enseñanzas de los mutawain pasaron a ser conocidos como los ijwán (إخوان), la Hermandad. (No tienen nada que ver con los Hermanos Musulmanes egipcios) Los ijwán aprendieron a obedecer al imam legítimo y responder a sus llamadas a la yihad. En la wikipedia en catalán hay un artículo sobre ellos. El primero de los asentamientos permanentes para los ijwán fue construido en 1912 en el Najd central y contaba con unos 1.500 habitantes. Para 1926, 150.000 beduinos habían sido sedentarizados, bien voluntariamente o por la fuerza tras ser derrotados por las fuerzas de Ibn Saud.

ikhwanLos ijwán en acción. Fuente: Wikimedia

Los ijwán fueron la principal fuerza militar tras la conquista de Hail, Asir y el Hiyaz. Eran una fuerza poderosa que transmitía miedo y terror a los habitantes de dichas regiones. Los ijwán rechazaban saludar o tratar con deferencia a los que ellos consideraban herejes y paganos, es decir, la mayoría de la población fuera del Najd: los chiíes de Hasa y los suníes del Hiyaz que no seguían la doctrina wahabí. También vestían de una manera particular: vestidos cortos completamente blancos, para mostrar que solo servían a Dios. Por encima de todo, mataban, saqueaban e imponían la doctrina wahabí sin ningún tipo de restricción y con la complacencia de los mutawain. Sus peores hazañas tuvieron lugar en 1913 Hasa (una región, recordemos, con una mayoría de chiíes) y en 1924 en Taif, en el Hiyaz. Su fama las precedía, y el terror que infundían entre los locales que aún no habían sido sometidos por Ibn Saud era tanto o más efectivo que las prédicas de los mutawain. Sin embargo, se tomaron la doctrina wahabí demasiado en serio, y comenzaron a recelar de la sinceridad religiosa de los Saud.


Una vez completada la conquista del reino hacia 1926, la santa alianza entre Ibn Saud, los mutawain y los ijwán empezaría a quebrarse y un sector de los últimos se rebelaría. Lo veremos en la próxima entrega. Tambén hablaremos de la proclamación oficial del reino saudí, del descubrimiento de petróleo en 1933 y de lo que sucedió hasta la muerte de Ibn Saud en 1953. Hasta entonces.

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