Arabia Saudí II: El siglo XIX (1818-1919)

Seguimos en Arabia. La entrega anterior finalizaba en 1818, con el ejército egipcio tomando Diriyah y capturando y decapitando a Abdulá, el líder de los Saud. Hoy veremos lo que sucedió entre esa fecha y el final de la Primera Guerra Mundial. Repasaremos brevemente la historia del segundo emirato saudí, mucho más reducido territorialmente que el primero y caracterizado por las luchas internas por el poder. También veremos las otras entidades políticas que ocupaban las distintas regiones de Arabia (exceptuando Yemen, Omán y los emiratos del Golfo, que no han sido nunca sometidos por los saudíes). Finalmente, analizaremos el ascenso de Abd al-Aziz ibn Saud, el primer monarca “oficial” de Arabia Saudí, y sus acciones hasta 1919.

Historia de Arabia Saudí
1 –
Geografía y primer emirato saudí (1744-1818)
2 – El siglo XIX (1818-1919)
3 – Conquista y dominio (1919-1926)
4 – El reino antes del petróleo (1926-1938)
5 – Petróleo con sabor americano (1938-1953)
6 – El breve reinado de Saud (1953-1964)
7 – El despotismo ilustrado de Faisal (1964-1975)


El segundo emirato saudí (1824-1891)

El primer emirato saudí se había descompuesto. Además de capturar al emir saudí, los egipcios también ejecutaron o exiliaron a El Cairo a la mayoría de ulema wahabíes que encontraron. Tras unos cuantos años de ocupación, los egipcios se replegaron hacia el Hiyaz, ya que era costoso mantener un ejército en el Najd, una tierra poco productiva y con una población hostil. (Recordad que las regiones de Arabia Saudí fueron descritas en el primer artículo de la serie).

A pesar de la derrota sufrida, aún quedaban miembros de la familia de Saud. En 1824, el hijo de Abdulá, Turki, junto con un pequeño destacamento reclutado en los oasis del Najd, tomó Riad, un oasis al sur de Diriyah, que se convertiría en la sede oficial de los Saud, y que hoy en día sigue siendo la capital del reino. De ahí, el nuevo emir consiguió expandir su autoridad por el centro y el sur del Najd, llegando en 1830 hasta Hasa. Desde allí los saudíes intentaron expandirse hacia Qatar y Bahrain. Sin embargo, Turki evitó entrar en conflicto con los egipcios, que aún se encontraban en el Hiyaz.

Un buen elemento para medir la estabilidad de las dinastías (u oligarquías) y su grado de cohesión interna son los conflictos sucesorios y los magnicidios. Los Austrias españoles, por ejemplo, serían un buen ejemplo de dinastía asentada, ya que ninguno de ellos fue asesinado y las sucesiones se producían sin problemas. Los visigodos, por el contrario, serían una élite inestable, ya que no dejaban de conspirar, matarse entre ellos y luchar por el poder. Los saudíes, como iremos viendo, son un caso interesante, ya que no establecieron unas reglas de sucesión claras. La mayor amenaza para los gobernantes saudíes ha residido tradicionalmente en el seno de su propia familia. Si bien durante el primer emirato las sucesiones fueron ordenadas y pacíficas, durante el segundo abundarían los asesinatos y rebeliones en el seno del clan de los Saud.

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En 1834, aprovechando que el grueso del ejército saudí estaba luchando en Bahrain, Turki fue asesinado por orden de su primo Mishari, que se proclamó emir. Faisal, el hijo de Turki, regresó rápidamente desde Hasa. Ayudado por el emir rashidí de Hail (región norte del Najd), derrotó a Mishari y se proclamó imán. Tres años después, los egipcios enviaron una expedición de represalia contra Faisal, al haberse negado éste a pagar el tributo correspondiente. Fue capturado y llevado a El Cairo. En su lugar, los egipcios establecieron a Yalid, tío del fallecido Turki. Contra él se rebeló Abdulá, sobrino de Muhammad (el primer emir saudí).. Finalmente, en 1843 Faisal escapó de El Cairó y regresó a Riad. Mató a Abdulá y se proclamó de nuevo emir, cargo que ostentaría hasta su muerte en 1865. Tanto baile de primos y tíos puede resultar lioso, pero en el árbol genealógico de la imagen queda bien ilustrado. Los nombres acompañados de número son los emires en orden cronológico, también figura la duración de su reinado. Fijaos en el contraste entre los primeros cinco emires, cuyo reinado fue relativamente largo, y el caos posterior.

Tras la muerte de Faisal, sus hijos Abdulá, Saud, Muhammad y Abd-al Rahmán se pelearon entre sí por el poder. No me detendré en los detalles, pues son parecidos a los descritos en el anterior párrafo. Saud murió en 1875, pero sus hijos continuaron batallando contra sus tíos. La consecuencia directa fue que el dominio de los Saud se debilitó. Con sus fuerzas ocupadas en rencillas internas, numerosas tribus y oasis aprovecharon para librarse del yugo de los Saud. En 1881, Abdulá, como hizo su padre medio siglo antes, pidió ayuda al emir de Hail, Muhammad ibn Rashid. Los rashidíes aprovecharon para ocupar Riad y establecer a uno de los suyos como gobernador. Mataron a la mayoría de los Saud que encontraron allí, a excepción de Abdulá y Abd al-Rahmán. Abdulá murió en 1889 y su hermano gobernó como vasallo de los rashidíes hasta su muerte dos años después.

Los otros emiratos

Durante todo este periodo, el resto de la actual Arabia Saudí se encontraba dividida entre varias entidades políticas, además de tribus beduinas independientes.  Vamos a ver las más importantes: el emirato rashidí de Hail y el emirato hachemí del Hiyaz. Antes de ello preciso mencionar la zona de Hasa, que si bien no contaba con ningún poder local fuerte y solía ser ocupada por diversos emires foráneos, era una región próspera y fértil con una importante población sedentaria chií y prósperos contactos comerciales con los emiratos del golfo Pérsico (Kuwait, Bahrain, Qatar, Omán), los otomanos y los británicos, que comenzaban a hacer acto de presencia por la zona. En 1870 Hasa fue anexionada por los otomanos.

Los rashidíes de Hail

Los rashidíes, que consiguieron someter a los saudíes a finales del XIX, eran una familia que dominaba Hail, la región norte del Najd. Su gobierno, a diferencia del de los Saud, se basaba en el predominio de una tribu beduina, los Shammar. Esta tribu se había unido bajo la égida de los rashidíes a mediados del siglo XIX como respuesta a la presencia egipcio-otomana en el Hiyaz y las crecientes ambiciones de los saudíes. Esta alianza defensiva consiguió frenar la presencia extranjera y permitió a las tribus beduinas mantener sus costumbres, atacadas y denostadas por los wahabíes. A medida que el emirato rashidí se consolidaba, las fuerzas tribales fueron complementadas por tropas reclutadas en los oasis y contingentes de esclavos. A ellos se unieron otras confederaciones tribales atraídas por las perspectivas de botín. Durante el reinado de Muhammad ibn Rashid, la época de mayor esplendor del emirato de Hail, su dominio se extendía desde las cercanías de Alepo y Damasco hasta Basora, Omán y Asir. Más allá del dominio militar, el emirato rashidí se mantenía gracias al apoyo tácito de los otomanos, la recaudación de tributos y su redistribución mediante subsidios a las élites locales leales. El núcleo del poder rashidí estaba en los oasis del norte del Hiyaz. Si bien los rashidíes eran de origen beduino, los comerciantes y artesanos de los oasis les apoyaban, ya que dotaron de cierta estabilidad al territorio y permitieron el tránsito de las rutas comerciales. El control del desierto del Najd era fundamental para la pervivencia del emirato, pues es la región que transitaban las caravanas.  Contra ellas se dirigieron las expediciones saudíes de principios del siglo XX. Al perder el control del desierto, la autoridad rashidí se desvaneció. La Wikipedia en castellano tiene un artículo sobre este emirato.

arabia-1918Mapa italiano mostrando las corrientes islámicas en la Arabia de 1918. En amarillo los wahabíes. Fuente, World Digital Library (recortado)

Los hachemíes del Hiyaz

En el Hiyaz, una región mucho más heterogénea que el Najd, el liderazgo era ejercido desde el siglo XVI por varias familias sharifanas. Un sharif (plural ashraf) es un miembro del linaje de Mahoma, al igual que un sayyid. (La diferencia está en el nieto de Mahoma del que provengan, Hasan o Hussain. Véase el artículo de la Wikipedia en castellano para más detalles). En el Hiyaz el poder era compartido por los representantes otomanos y los emires sharifanos de la Meca. Los primeros se encargaban de las relaciones exteriores y los asuntos comerciales, y los segundos se ocupaban de lidiar con las tribus beduinas y de la seguridad de los Santos Lugares. La relación entre ambos poderes era de interdependencia. Los emires ashraf eran nombrados por los otomanos y dependían de ellos para su sustento económico, a la vez que los otomanos necesitaban a los emires de la Meca para mantener el orden fuera de las ciudades y asegurar las rutas comerciales y de peregrinaje. Estos emires ashraf solían haber sido educados en Estambul, siguiendo la costumbre de adoptar hijos como “rehenes”, de modo que no contaban con una base de poder local que les permitiera rebelarse contra los otomanos. Durante el siglo XIX y hasta la conquista por parte de los saudíes un linaje sharifano, los hachemíes, habían ostentado el poder en la Meca. Probablemente os suene el término “hachemí”. En efecto, se trata de la familia que hoy día reina en Jordania, descendientes del famoso Hussein al que los británicos prometieron “un reino árabe unificado” para ganarse su apoyo contra los otomanos en la Primera Guerra Mundial. Pero no adelantemos acontecimientos.

Recordemos que los egipcios habían ocupado el Hiyaz en 1811 por petición del sultán otomano para controlar a los saudí-wahabíes, que habían causado estragos en las ciudades sagradas, destruyendo monumentos como la tumba del Profeta y acosando a los peregrinos que no se ajustaban a la doctrina wahabí. Una vez las tropas egipcias se retiraron de la región en 1840, los otomanos volvieron a estar a cargo del Hiyaz, y confirmaron a los hachemíes en el poder. A mediados de la década de 1850, el emir de la Meca organizó una expedición contra los saudíes, y consiguió obtener de ellos un cuantioso tributo anual. También sometieron temporalmente otras regiones, como Asir. Con esos tributos y los generosos subsidios que recibían de los otomanos, los hachemíes compraban la lealtad de las tribus beduinas y evitaban que asaltasen a los peregrinos. Al igual que sucedía con los saudíes, los hachemíes tenían la costumbre de conspirar y luchar entre sí por el poder, al no haber reglas claras de sucesión. Sin embargo, su emirato se diferenciaba del saudí en tres elementos importantísimos: el carácter cosmopolita y heterogéneo de la región, con una importante dualidad entre campo y ciudad (en el Najd no había ciudades propiamente dichas); el carácter sagrado del linaje hachemí, reconocido hasta por los chiíes (había incluso quien decía que los emires hachemíes eran en realidad chiíes encubiertos), y por último el apoyo firme y decidido de los otomanos.

El inicio de la reconquista saudí: las campañas de Ibn Saud (1902-1919)

A principios del siglo XX, el antiguo emirato saudí se encontraba sometido por los rashidíes. Abd al-Rahmán, el último emir saudí, había huido a Kuwait, donde vivía en la corte de los Sabah, la familia gobernante local. En 1899, esta familia había firmado una alianza con Gran Bretaña. Los Sabah recelaban de los rashidíes, que además contaban con la protección otomana, de modo que alentaron a Abd al-Aziz, el hijo de Abd al-Rahmán, a que organizase una incursión con el objetivo de recuperar el antiguo territorio de su familia.

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En enero de 1902, acompañado por medio centenar de hombres, Abd al-Aziz ibn Abd al-Rahmán Al Saud (a partir de ahora Ibn Saud) partió rumbo a Riad. En un ataque nocturno con sorpresa, consiguió matar al gobernador local rashidí y conquistar el oasis. Riad volvía así al control saudí, y la familia exiliada volvió a su viejo hogar. El padre de Ibn Saud le confirmó como gobernador de la ciudad. Rápidamente los saudíes se lanzaron a la reconquista de su antiguo dominio, y comenzaron una larga campaña contra los rashidíes en la región central del Najd. Los otomanos, que ya conocían el peligro que suponían los saudíes, apoyaron a sus aliados rashidíes con armas, tropas y munición. Ibn Saud, por su parte, estableció una alianza con los kuwaitíes, con el beneplácito de Gran Bretaña que aprovechaba la ocasión para desestabilizar un poquito más al Imperio Otomano. Comenzaba el tercer emirato saudí.

En 1906, Ibn Saud había logrado una serie de importantes victorias contra los rashidíes, llegando a matar a Abd Al-Aziz ibn Rashid, el emir de Hail. Los otomanos retiraron sus tropas de apoyo a Iraq y apoyaron la división del Najd entre los rashidíes y los saudíes. De allí la acción se desplazó a Hasa, que era territorio otomano. En 1913, Ibn Saud atacó y ocupó la región, y obtuvo de los otomanos el reconocimiento formal como emir del Najd, además de imponer a uno de sus familiares como gobernador de Hasa. Al parecer, Ibn Saud había llegado a un entendimiento con los ulema chiíes de la región: a cambio de su apoyo contra los otomanos, les garantizaba la libertad religiosa una vez estuvieran bajo su mando. Papel mojado, pues bajo la doctrina wahabí los chiíes eran herejes, y como tal fueron tratados (y siguen siendo tratados hoy en día). Los británicos, mientras tanto, consideraron a Ibn Saud un vasallo otomano, de modo que no firmaron con él ningún tratado, pese a sus pretensiones. El estallido de la Primera Guerra Mundial cambiaría las cosas.

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Abd al-Aziz ibn Saud (nacido en 1880) en 1910. Fuente, Riyadhvision.

Los otomanos, atrapados entre numerosos frentes, trataron de reconciliar a rashidíes y saudíes para evitar un foco de inestabilidad en la frontera sur de su imperio, con escaso éxito. A finales de 1915, británicos y saudíes firmaron el Tratado Anglo-Saudí, en el que los británicos prometían protección a Ibn Saud si era agredido y le hacían entrega de mil fusiles y 20.000 libras, además de un subsidio mensual de 5.000 libras (que Ibn Saud cobró hasta 1924) y el envío regular de fusiles, ametralladoras y munición. A cambio, Ibn Saud se comprometía a no entablar relaciones con ninguna otra potencia y respetar los protectorados británicos de Kuwait, Bahrain, Qatar y Omán. Ibn Rashid, por su parte, estrechó sus relaciones con los otomanos y recibió 300 soldados y 25 oficiales-asesores alemanes y turcos. Los británicos animaron a Ibn Saud a atacar a los rashidíes, y éste aprovechó para pedir más dinero y más armas, aunque no logró victorias significativas durante el transcurso de la Gran Guerra.

Mientras tanto, en el Hiyaz, los británicos convencían a los hachemíes de organizar una rebelión general contra los otomanos. La historia es bien conocida y nos ha dejado románticas historias como la de Lawrence de Arabia. En resumen, los británicos prometieron vagamente al sharif de La Meca que, una vez expulsados los otomanos de las tierras árabes, la familia hachemí se convertiría en la soberana de un hipotético reino árabe unificado. Si bien el sharif Hussein cumplió con su promesa y puso en graves apuros a los otomanos (que hasta entonces habían apoyado a su familia y financiado importantes obras de infraestructura en el Hiyaz, como el ferrocarril a La Meca), los británicos se desentendieron del tema al final de la guerra, pues habían adquirido otros compromisos contradictorios (el famoso acuerdo Sykes-Picot y la Declaración Balfour). De esta tema ya hablé en otro artículo. Los hachemíes, no obstante, no se quedaron con las manos vacías, ya que los hijos de Hussein recibirían varios reinos en forma de Mandatos de la Sociedad de Naciones.

La Gran Guerra no alteró sustancialmente el equilibrio de poder en Arabia, aunque introdujo la influencia y el armamento británicos. Los rashidíes serían los principales perjudicados, pues los otomanos desaparecieron del mapa. Hachemíes y saudíes, por el contrario, contaban con el apoyo financiero de Gran Bretaña. Durante los años 20, Ibn Saud completaría la conquista del territorio de sus antepasados, ocupando sucesivamente los territorios rashidíes y los hachemíes, ante la pasividad de los británicos.


Eso es todo por hoy. En la próxima entrega, veremos cómo ibn Saud conquistó finalmente Hail y el Hiyaz durante los años 20, estableciendo finalmente su reino en 1932. También nos detendremos con más detalle en los grupos en los que Ibn Saud se apoyó para consolidar su dominio: el clero wahabí y los ijwán, tropas de origen nómada altamente ideologizadas que imponían el orden y la ley en los nuevos territorios de al Saud.

Arabia Saudí I: Geografía y primer emirato (1744-1818)

Hoy comienzo una serie de artículos sobre la historia de un país al que hasta ahora no hemos mencionado en exceso. Se trata de un caso especial: no fue colonizado en su totalidad ni por el Imperio Otomano ni por las potencias occidentales, pero al mismo tiempo, y a diferencia de países como Irán o Egipto, es un estado relativamente nuevo (en términos históricos). Me refiero, en efecto, a Arabia Saudí.

Historia de Arabia Saudí
1 – Geografía y primer emirato saudí (1744-1818)

2 – El siglo XIX (1818-1919)
3 – Conquista y dominio (1919-1926)
4 – El reino antes del petróleo (1926-1938)
5 – Petróleo con sabor americano (1938-1953)
6 – El breve reinado de Saud (1953-1964)
7 – El despotismo ilustrado de Faisal (1964-1975)


Si bien es cierto que la primera entidad política saudí se formó a mediados del siglo XVIII, la consagración definitiva del reino no llegaría hasta 1926, cuando Abdelaziz ibn Saud sometió y unificó las distintas regiones y se proclamó rey. En esta primera entrega veremos brevemente la geografía del reino y la historia del primer emirato (1740-1814), que la casa de Saud utiliza hoy día de forma mitificada para justificar su soberanía sobre el país.

Aunque muchas veces la monarquía de los Saud se asocie a formas “tradicionales” de gobierno árabe, lo cierto es que se trata de una formación política relativamente reciente, si lo comparamos con otros países de su entorno. Y, aunque suela tomarse como ejemplo de “monarquía tribal”, los orígenes de la casa de Saud no están relacionados con el mundo beduino, como veremos a continuación.

Geografía

Antes de entrar en materia, merece la pena detenerse brevemente en la geografía del país. Al igual que muchos estados surgidos en el siglo XX, Arabia Saudí engloba regiones y poblaciones muy heterogéneas, con poca historia común salvo la sumisión a la casa de Saud. En este dos mapa podemos ver delimitadas las principales regiones:

saudi_arabia-regionsRegiones de Arabia Saudí. Fuente: Looklex

En el Hiyaz se ubican las ciudades sagradas de Meca y Medina. La región se encuentra dividida entre la llanura costera y el interior de arena volcánica por una cadena de montañas. Ha sido tradicionalmente una zona de paso caravanero y de contacto con el exterior, y el carácter de sus habitantes era más cosmopolita y refinado que el de los beduinos del Najd. Dada su importancia estratégica y religiosa, la zona fue ocupada y gobernada de forma indirecta por los sultanes otomanos (a menudo mediante alianzas con emires locales), que trataban de garantizar la seguridad de los peregrinos musulmanes, siendo ocasionalmente conquistada por los egipcios durante el siglo XIX.

Hasa es una zona fértil, donde ha habitado históricamente un gran núcleo de población sedentaria, principalmente agricultores chiíes. Su cercanía al Golfo Pérsico ha hecho que sea una zona con mucho contacto con el exterior. A partir de los años 50 se convirtió en la sede de la industria petrolera del país.

Asir es una región montañosa, escarpada y fértil. Allí se da la mayor cantidad de precipitaciones, y también se encuentran los picos más altos. Tradicionalmente funcionó como una zona de frontera entre el Hiyaz, el Najd y el Yemen. Antes de la conquista de los Saud, fue un emirato independiente gobernado por los descendientes de un célebre sufí marroquí.  La zona marcada como “Tihama” en el mapa es la llanura costera de la región de Asir.

El Najd (o Nechd) es un extenso desierto salpicado de oasis. En el desierto vivían los beduinos, las tribus nómadas de pastores, guerreros y comerciantes. Los oasis eran dominados por las tribus beduinas y, en algunos casos, por familias sedentarias sin lazos tribales fuertes, como era el caso de los Saud. El Najd es el corazón del reino saudí y del wahabismo, de su identidad política, religiosa y cultura, que se han impuesto sobre las más cosmopolitas regiones periféricas.

Finalmente, el Rub al-Jali es un inhóspito desierto de arena prácticamente deshabitado, donde ni siquiera los beduinos se atrevían a adentrarse. Hoy día es la principal región petrolera del país y del mundo.

La historia de Arabia Saudí es la historia del sometimiento de las tribus y de la conquista del Najd por una familia, los Saud; de la difusión de una ideología religiosa, el wahabismo; y de la expansión gradual del dominio de los Saud y los wahabíes hacia las demás regiones. La cultura y las tradiciones del Najd han acabado imponiéndose sobre el resto de las regiones del país, en un equilibrio frágil y tenso. Véamos como se sembraron las semillas de este proceso.

El primer emirato saudí (1744-1818)

En Movimientos de Reforma I contábamos como un clérigo reformista hanbalí llamado ibn Wahhab y Mohammed ibn Saud, el jefe de Diriyah, una aldea del Najd, establecieron una alianza político-religiosa a mediados del siglo XVIII. Diriyah era un pequeño asentamiento poblado por granjeros, comerciantes, artesanos, ulemas menores y esclavos. Probablemente los Saud habían sido el clan fundador del pueblo, según la historiadora Madawi al-Rasheed. Los Saud eran un clan de pequeños comerciantes y terratenientes, sin lazos fuertes con las tribus beduinas. Ejercían de emires de Diriyah, defendiéndola de las incursiones de las tribus beduinas hostiles, pero su autoridad no se extendía más allá del perímetro de la aldea. En ese sentido no se diferenciaban mucho de otros pequeños emiratos sedentarios, como por ejemplo los Banu Jalid de Hasa.

Ibn Wahhab, por su parte, era también miembro de una tribu sedentaria del Najd. Su familia se había dedicado tradicionalmente a la religión, pero no había amasado una gran fortuna a causa de ello. Como conté en su día, ibn Wahhab viajó a Medina, Hasa y Basora (Iraq) a proseguir su formación religiosa. Regresó a Uyaynah, el pueblo donde su padre ejercía de juez, y comenzó a predicar contra las innovaciones peligrosas (bidaa), como el culto a santos, y a insistir en la necesidad de rezar de forma comunitaria y pagar el impuesto religioso. Su excesivo celo en la aplicación de su versión de la sharía le hizo ser expulsado de su aldea. Pronto se asentó en Diriyah, que estaba a unos 60 km de distancia. Al parecer su fama ya había llegado hasta el oasis de los Saud, que vieron en el clérigo una buena oportunidad de afianzar su poder y ganar legitimidad. Recordemos que los Saud no tenían conexiones con el mundo beduino, y tampoco disponían de excesivos fondos para sostener un ejército y una administración.

Allí, en 1744, ibn Saud e ibn Wahhab establecieron su famosa alianza, en la que se repartieron las tareas: ibn Saud sería el líder de la comunidad, mientras que ibn Wahhab estaría a cargo de las labores religiosas. Se construyó una mezquita especial para el predicador y se obligó a hombres y niños a asistir a clases: los que no acudieran deberían pagar una multa y afeitarse la barba (la barba, recordemos, es uno de los atributos de los musulmanes píos). El cumplimiento de los preceptos wahabitas, al menos en los aspectos rituales y externos, cohesionó el emirato y le dotó de cierta identidad.

800px-first_saudi_state_bigLa expansión del primer emirato saudí. Fuente: Wikimedia

 Desde aquel momento, los Saud comenzaron un programa de expansión. La difusión de la doctrina wahabí les dotaría de legitimidad y proveería una importante fuente de ingresos gracias al zakat (impuesto religioso). Sin la doctrina wahabí, es difícil que los Saud hubieran logrado ampliar sus dominios de forma tan exitosa. Al fin y al cabo, existían numerosos emiratos mucho más ricos y poderosos, y con buenas conexiones con las tribus beduinas. El programa de los Saud e ibn Wahhab consistió en tratar de eliminar las antiguas solidaridades tribales y de clan, a favor de la adscripción a una doctrina religiosa rigorista que reportaba pingües beneficios, además de “purificar” Arabia de formas de religiosidad heterodoxas e imponer un estricto código de normas sociales.

Poco a poco, el mensaje wahabí y el poder de los Saud se fueron expandiendo. Primero fueron incorporados los hombres de los oasis cercanos a Diriyah, atraídos por el revigorizado discurso religioso y las promesas de paz y unidad; o tal vez asustados por las amenazas de incursiones de represalia. En todo caso, aumentó el poder recaudatorio de los Saud y con ello su capacidad de reclutar y sostener ejércitos. Ello le permitió someter algunas tribus nómadas, que a su vez se unieron de buen grado al emirato gracias a las perspectivas de botín en las incursiones contra los “pecadores” y las tribus y aldeas “desobedientes”.

El hijo de Muhammad ibn Saud, Abd al-Aziz, expandió el dominio de su familia hacia Riad, Qasim y Jarch. Los emires locales fueron incorporados, siempre que se comprometiesen a pagar el impuesto religioso a los Saud. Los predicadores wahabíes (llamados mutawain) se establecieron en los asentamientos sedentarios y continuaron difundiendo el mensaje religioso, que también había conseguido calar hondo en las tribus. Según algunos historiadores, el wahabismo había conseguido conectar a los habitantes nómadas y sedentarios del Najd de una forma inédita. Más tarde, los saudíes abandonaron los confines del Najd y se dirigieron a Hasa, poblada mayoritariamente por chiíes. Una vez dominada la zona, exigieron tributo a los emires de Qatar y Bahrain, que aceptaron asustados por las posibles represalias. Posteriormente, los saudíes decidieron adentrarse en el Hiyaz, conquistando Meca y Medina y destruyendo las tumbas del profeta y sus compañeros y numerosos santuarios, para prevenir a los musulmanes de caer en la idolatría y adorar a humanos en lugar de a Dios. Finalmente, consiguieron dominar Asir y se lanzaron a la conquista del Yemen, sin mucho éxito. Por el norte, se adentraron en la llanura mesopotámica y saquearon Kerbala (Iraq), ciudad santa del chiísmo. La consecuencia fue el asesinato de Abd al-Aziz en 1803 por un seguidor chií.

El éxito de la expansión saudí se debe, según al-Rasheed, a cuatro factores: La desunión y rivalidad entre los emires del Najd, que hizo que pudieran ser derrotados uno por uno. En segundo lugar, el descontento prevalente en algunos osasis, que permitió a los Saud incorporar a opositores y disidentes como “agentes”, acelerando la descomposición interna. En tercer lugar, la emigración o huida de algunas tribus nómadas a Siria e Iraq, ya fuera por temor a los Saud o por sequías que les hicieron buscar tierras más fértiles. Por último, y no menos importante, la popularidad del mensaje wahabí, que creó una base popular favorable a la conquista saudí antes de que esta se produjera.

SaudcasaLa casa de Saud. Los emires hoy mencionados son los que están señalados con los números del 1 al 4.

Sin embargo, las incursiones periódicas de los Saud sobre algunos territorios (para renovar la lealtad), acabaron alienando a la población local, harta del saqueo. La destrucción de las tumbas del profeta y sus compañeros, y el peligro que entrañaba que una secta disidente (porque eso era el wahabismo en principio) dominase los santos lugares, poniendo en peligro la seguridad de los peregrinos a La Meca y los ingresos derivados de ello, hicieron que en 1811 el sultán otomano enviase a Muhammad Ali (el pachá de Egipto) a someter a los saudíes y devolver el Hiyaz al control imperial. Varias tribus, descontentas con el afán recaudatorio de los Saud, cambiaron de bando y juraron lealtad a las tropas otomano-egipcias. En 1814 Abdula, hijo de Saud ibn Abd-al Aziz, y bisnieto de ibn Saud, quiedó a cargo del emirato saudí.

Ibrahim, el hijo de Muhammad Ali, dirigió la expedición contra Diriyah. El 11 de septiembre de 1818 los saudíes se rindieron, tras haber quedado su capital completamente destruida. Abdula fue mandado a Estambul, donde fue decapitada. Numerosos ulemas wahabíes fueron ejecutados. Terminaba así el que se ha conocido como «primer emirato saudí.»

Poco después, los descendientes de los Saud comenzarían una nueva aventura y restaurarían parcialmente los dominios de su familia.

Continuará…


Bibliografía básica recomendada

Madawi al-Rasheed, Historia de Arabia Saudí, Cambridge, 2003:
Una buena introducción a la historia del reino, por un historiador crítico y riguroso que no acepta la historiografía oficial saudí. Ameno y fácil de leer. Disponible en bibliotecas públicas. Tengo la versión en lengua inglesa en PDF, mandadme un mail en caso de que necesitéis leerla y no podáis haceros con un ejemplar.

Ángeles Espinosa, El Reino del Desierto, Aguilar, 2006:
Crónica de las impresiones de la periodista española en sus sucesivos viajes a Arabia Saudí. Se centra más en la actualidad que en la historia del reino, pero es una muy buena fuente para conocer lo que se cuece hoy día por Arabia Saudí a través de las impresiones de sus habitantes. Disponible en bibliotecas públicas..

Las relaciones no tan secretas entre EEUU y Jomeini

Especial «Acuerdo nuclear»
I – Relaciones Irán-Occidente, 1800-1953
II – Relaciones Irán-Occidente, 1953-1979
III – La Revolución Islámica, 1979-1989
IV – Irán después de Jomeini, 1989-1997
V – Los gobiernos de Jatami, 1997-2005
Bonus: Las relaciones no tan secretas entre EEUU y Jomeini


Quizá uno de los indicadores del delicado momento por el que pasa la sección internacional de muchos periódicos españoles es que algunos medios hayan decidido dedicarse a traducir artículos de otros sin producir contenido propio. Es el caso de eldiario.es, que adapta al castellano algunos de los artículos publicados por el diario británico The Guardian. Si bien The Guardian es un diario de cierta calidad, también incurre en errores y omisiones.

Ayer eldiario.es publicaba una traducción de un artículo titulado Las relaciones secretas entre EEUU y el ayatolá Jomeini. El texto es interesante, aunque olvida muchos detalles y presenta como un hallazgo sensacional cosas que los historiadores veníamos un tiempo sabiendo o sospechando. Por supuesto que el ayatollah contactó a la embajada americana: el poder del shah dependía enormemente del apoyo militar y financiero estadounidense,  todo intento de sustituir al régimen necesitaba tener en cuenta este factor. No haber contactado a las autoridades americanas hubiera sido estúpido. No sé hasta qué punto el intercambio de mensajes puede ser considerado “una estrecha relación”, como escriben en el artículo. Al artículo le falta contexto, mucho contexto. Para remediarlo, he escrito este breve texto.

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Manifestación conmemorando el aniversario de la Revolución Islámica (Tehrán, 11 de febrero de 2002). Fuente: Global Post

La importancia de 1963

Se afirma en el artículo de eldiario.es que “los primeros intentos de Jomeini de comunicarse con EEUU datan de 1963, 16 años antes de la revolución”, pero no se explica por qué esto es significante. En 1963, como explicamos en la segunda parte del Especial sobre Irán, tuvo lugar una oleada de protestas en las que se destacó un clérigo llamado Ruhollah Jomeini. Las versiones sobre qué pudo ocasionar las respuestas varían, pero hay cierto consenso al respecto de que las reformas de la llamada “Revolución Blanca” y los decepcionantemente manipulados comicios de ese año tuvieron algo que ver. Jomeini tuvo que exiliarse en Irak ese mismo año, desde donde continúo su labor opositora al régimen predicando contra el shah. En noviembre, momento en el que contacta a EEUU, ya estaba en el exilio. Estos intentos de contacto deben entenderse como un esfuerzo por influir en uno de los elementos esenciales de la política interna iraní: el apoyo estadounidense.

Parafraseando a eldiario.es, en ese mensaje Jomeini explicaba «que no estaba en contra de los intereses de EEUU en Irán» y que «por el contrario, pensaba que la presencia de ese país era necesaria para contrarrestar la influencia soviética y, posiblemente, la británica». No parece una afirmación muy descabellada, pues los persas eran muy conscientes de lo perjudicial que había sido tener rusos y británicos como vecinos (fueron invadidos por ellos en las dos guerras mundiales). Jomeini intentaba mostrar que a pesar del apoyo americano al golpe de Estado del 53, la oposición iraní no sentía rencor contra los americanos, que en el contexto de la guerra fría erna vistos como un buen garante de la independencia del país.

El ayatollah astuto

Jomeini, como ya he explicado alguna vez, era un tipo muy listo. Si a los autores del artículo original les sorprende que sea “más astuto” y “menos heroico” de lo que parecía, es que no se han documentado lo suficiente. Jomeini no era necesariamente anti-americano, pero se apropió del discurso predominante para conseguir sus objetivos políticos. Contaba aquí  cómo en los años 60 empezó a surgir un fuerte sentimiento de anti-occidentalismo entre los intelectuales iraníes; lo único que hizo el ayatollah fue aprovecharse de ese sentimiento para impulsar su propia agenda. Los periodistas no son los únicos en no entender a Jomeini; éste ya fue sobreestimado por el resto de la oposición en 1979: los distintos grupos que disputaban el poder creyeron que podían utilizar al anciano clérigo para lograr sus objetivos y al final fue él el que se aprovechó de todos para implantar su modelo de Estado. El ayatollah no era un inocente y bienintencionado clérigo, sino que desde principios de los 70 había diseñado un programa político, un modelo teocrático conocido como el “velayat e-faqih”, el gobierno del jurista. Hablamos de ello aquí (buscar «el gobierno del jurista»). El objetivo de Jomeini era implantar este modelo, con o sin los americanos.

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Jomeini en París. El segundo por la izquierda es el actual presidente de Irán, Hasan Rohaní. Fuente, Reddit

Obviamente, de las palabras a los hechos hay una enorme distancia. Tuve la ocasión de estudiar las relaciones diplomáticas entre EEUU y los primeros gobiernos de la república islámica. Ni los iraníes querían cortar todos los lazos con el gobierno americano, ni los yanquis querían perder años de inversión y esfuerzo. A pesar de la retórica anti-americana en las calles, los políticos iraníes que intentaban controlar la situación eran conscientes de que era preciso mantener una relación cordial con los estadunidenses, que llevaban 25 años invirtiendo e influyendo en el país.

Jimmy Carter había empezado a presionar al shah en 1977 para que respetase los derechos humanos y poco a poco abriese el sistema político iraní. Recordemos que, en 1975, el shah había impuesto un partido único. Al mismo tiempo, el shah se moría de cáncer y esperaba preparar una transición a la española. Los contactos entre el rey Juan Carlos y el shah de los que se han hecho eco algunos medios republicanos se inscriben en ese contexto.  Jomeini era visto por los diplomáticos occidentales como una figura crucial para una transición pacífica, especialmente desde que abandonó el exilio en Nayaf por las afueras de París.

La crisis diplomática, al servicio de la política interna

Jomeini no hablaba ni papa de inglés. En París fue asesorado por un grupo de estudiantes y profesionales iraníes con experiencia exterior y conocimientos en francés, inglés y alemán, que se comunicaban con la prensa y los diplomáticos extranjeros. La mayoría de ellos, como Ebrahim Yazdi, al que se menciona en el artículo de eldiario.es, eran militantes del Movimiento de Liberación de Mehdi Bazargán. Este partido, sobre el que escribí mi tesina de máster, era una amalgama de intelectuales de clase media-alta, islamista pero anti-clerical,  dividido entre un sector socialista-revolucionario y otro liberal-reformista. Jomeini supo percibir estas contradicciones y explotarlas en su propio beneficio, nombrando a Bazargán como presidente provisional y esperando pacientemente a que el partido se descompusiera.

La relación con EEUU fue un factor más en la lucha por el poder dentro de la incipiente revolución islámica. Los pragmáticos liberales del Movimiento de Liberación del presidente Bazargán fueron desahuciados del poder gracias a la ocupación de la embajada estadounidense, a la que el artículo de eldiario apenas hace una breve mención. La toma de la embajada fue un intento muy exitoso de desestabilizar al gobierno provisional, incapaz de controlar a los manifestantes, las fuerzas de seguridad y las nuevas instituciones revolucionarias que iban surgiendo.

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Bani-Sadr (izquierda), Bazargán (centro) y Jomeini. Fuente, Fouman.com

Paralelamente, según cuenta en sus memorias el expresidente Abolhassan Bani-Sadr, miembros del Partido de la República Islámica como Raja’i iniciaban contactos con representantes de Ronald Reagan. Bani-Sadr, el primer presidente de la República Islámica elegido democráticamente, fue destituido por Jomeini en 1981. En sus memorias (que tengo en PDF si a alguien le interesa) se aprecia mucho resentimiento contra el ayatollah y sus partidarios. A pesar de eso, y aunque sus acusaciones no estén sustanciadas con pruebas, la teoría de Bani-Sadr es interesante: según él, la crisis de los rehenes fue aprovechada tanto por el PRI como por los republicanos, y hubo un acuerdo entre ellos para que el secuestro durara hasta después de las elecciones. La incapacidad de liberar la embajada fue presentada como un fracaso de la política conciliadora de Carter, y permitió la elección de Reagan. A cambio, (siempre según Bani-Sadr) el PRI recibió fondos y armamento para luchar contra los iraquíes, que habían invadido Irán en 1980.

Desde entonces, las relaciones entre EEUU e Irán han sido elementos importantes en la política interna de ambos países, especialmente de Irán. Estas relaciones tocaron fondo durante la década de los 80, en la que EEUU apoyó a Iraq en su guerra contra Irán y derribó un avión de pasajeros civil; mientras que Irán apoyó a organizaciones terroristas y milicias armadas como Hezbollah. Desde 1989 ha habido sucesivos intentos por ambas partes de mejorar la relación, con mayor o menor éxito. El acuerdo alcanzado este año es el último hito de esta tortuosa relación.

 Para más información sobre la revolución y las décadas posteriores, recomiendo leer tres artículos de este blog, La Revolución Islámica,  Irán después de Jomeini y Los gobiernos de Jatami.

Movimientos de Reforma (II)

En este artículo veremos lo que pasó en los países no colonizados durante el siglo XIX y la primera mitad del XX. Nos centramos en el surgimiento de una nueva corriente política, el modernismo laico.

El modernismo laico (1798-1952)

Siglo XIX. Época de la colonización europea.  Los habitantes de Oriente Medio, en su mayoría musulmanes, se preguntaban qué podían hacer ante la superioridad técnica y militar de los occidentales. Una de las respuestas, como vimos en la entrega anterior  fue ignorar a los extranjeros e intentar volver a un pasado dorado idealizado, reinventando la religión islámica y eliminando sus aspectos más heterodoxos, como por ejemplo las cofradías sufíes. Esta actitud, sin embargo, solo servía para territorios relativamente aislados y alejados de los europeos (Arabia), o para aquellas clases y sectores sociales de los pueblos sometidos que no necesitaban interactuar con los administradores coloniales y se podían permitir ignorarlos (los Deobandis en el Industán). Las  élites políticas y económicas, por el contrario, veían mermar su influencia y su poder ante el empuje de los europeos, y se pusieron a buscar soluciones. Una de ellas, la más extendida y exitosa, fue lo que los historiadores han denominado “el modernismo laico”.

 El modernismo laico no es una ideología cohesionada y coherente, pero tiene patrones comunes. Grosso modo, aboga por separar la religión del gobierno, y suele inspirarse en modelos políticos y económicos europeos. Los pensadores modernistas laicos, por lo general, aspiraban a que sus pueblos se independizasen de las potencias coloniales, pero al mismo tiempo admiraban a los europeos y pensaban que sus sistemas constitucionales y parlamentarios eran la mejor garantía para la libertad, la independencia y el autogobierno. Estos intelectuales eran, la gran mayoría de las veces, hijos de la nueva clase media-alta de militares y burócratas que había emergido durante el siglo XIX. Trataron de elaborar teorías y símbolos nacionalistas en regiones donde esta tradición política no había llegado a desarrollarse. Paradójicamente, muchos acabaron tan asimilados a la cultura europea que se desconectaron de la realidad de sus países de origen.

Las transformaciones políticas en Oriente Medio durante el último cuarto del siglo XIX y la primera mitad del siglo XX fueron lideradas por los modernistas laicos. Por ello, en este artículo no analizo en profundidad las ideas modernistas laicas, sino que me centro en el surgimiento de una nueva clase media-alta “modernizante” que poco a poco se impuso, para ser sustituida más tarde por una clase media-baja de militares y burócratas. Para no extenderme hasta el aburrimiento he decidido centrarme en los cuatro países más importantes donde el modernismo laico se hizo con el poder: Turquía, Irán, Egipto e Indostán.

No obstante, este artículo es largo (casi 5.000 palabras), de modo que te aconsejo que respires y te lo tomes con calma. Para facilitar la lecura y permitir retomarla con facilidad he dividido el texto en muchos apartados.

 1908-mesrutiyetPostal celebrando la revolución constitucional de los Jóvenes Turcos (1908). Wikimedia

 

Modernización y constitucionalismo (1800-1919)

 A principios del siglo XIX, los gobernantes de Oriente Medio veían cómo iban perdiendo terreno frente a las potencias europeos. ¿Cuál era el secreto de su éxito? Parecía necesario fijarse en Europa, sobre todo en su organización militar y burocrática. Durante las primeras décadas del XIX, los reyes y sultanes de la región recibían asesores militares occidentales, y a su vez enviaban a sus jóvenes burócratas a Europa, a intentar descubrir el motivo de su superioridad militar y económica. A medida que Oriente Medio y los países árabes iban siendo colonizados, surgía en los gobernantes de las zonas que quedaban independientes la necesidad de equipararse técnicamente a los europeos, emprendiendo lo que los historiadores denominan modernización defensiva, o mucho más eufemísticamente, “reforma”. [1] Esta modernización defensiva se centró inicialmente en el ejército, aunque en algunos casos se llegó a extender a la burocracia, el sistema educativo y la economía.

 La intervención francesa en Egipto en 1798 hizo saltar todas las alarmas. Los ejércitos tradicionales, los jenízaros otomanos y los mamelucos egipcios, habían sido incapaces de hacer frente a los europeos. Ambos cuerpos militares, que habían ejercido enorme influencia en la política interna de sus países, funcionaban de forma parecida: estaban integrados por “esclavos” reclutados desde niños, que solo eran leales al sultán y, sobre todo, a sus camaradas. Durante el siglo XIX el imperio Otomano y Egipto fueron sustituyendo este sistema por un ejército nacional de reclutas nativos, al estilo europeo.  Paralelamente, trataron de ampliar la estructura del estado, impulsando el centralismo frente a las tradicionales élites regionales.

 Muchos de los jóvenes oficiales y burócratas, hijos de la clase alta, que viajaron a Europa (sobre todo a París y Londres) quedaron fascinados por lo que vieron y, a su vuelta, defendieron activamente la necesidad de emular y aprender de los europeos, sobre todo en lo que a organización política y militar se refería. En los países no colonizados, como Irán y Turquía, los intelectuales burgueses soñaban con limitar el poder de las monarquías estableciendo sistemas parlamentarios y constituciones liberales que permitiesen a sus países salir del atraso secular en el que, según ellos, se encontraban.

 Mientras tanto, los reyes y sultanes de Oriente Medio, abandonaban los símbolos tradicionales de sus monarquías y copiaban las modas europeas, en un intento infructuosos de mostrarse como iguales a sus homólogos occidentales. Ávidos de capital para poder llevar a cabo sus programas de modernización defensiva, concedían capitulaciones y abrían sus mercados a los productos europeos, lo que causaba la ruina de la industria y artesanía locales. Los terratenientes, a su vez, reconducían la producción agrícola hacia el monocultivo destinado la exportación (mucho más rentable a corto plazo), lo que a su vez aumentaba la dependencia y la relación desigual entre los países de Oriente Medio y las potencias coloniales, y en ocasiones facilitaba la conquista militar. He narrado el proceso con mayor detalle en La colonización europea de Oriente Medio.

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Evolución de la estética de los shahs de Persia entre 1798 y 1881. Véase Especial Irán (1).

 

 Imperio Otomano

El primer lugar donde el reformado ejército trató de imponer sus ideales constitucionales fue el imperio Otomano, donde formaron una organización secreta conocida como Nuevos Otomanos, el antecedente de los jóvenes turcos. En 1876, organizaron un pronunciamiento que obligó al sultán a aprobar la Primera constitución Otomana, para la indignación de los ulema y los conservadores, aunque dos años después sería suspendida por el sultán y sus promotores encarcelados o exiliados.

 Uno de los principales ideólogos de los Nuevos Otomanos fue Namik Kemal (1840-88) Este autor, muy influido por la filosofía francesa, tradujo al turco a Montesquieu y Voltaire y admiraba profundamente a los revolucionarios italianos Garibaldi y Mazzini. Junto con muchos otros intelectuales otomanos, Namik Kemal pasó largas temporadas en el exilio, donde publicó duras críticas contra el gobierno del sultán. A pesar de su admiración por las ideas europeas, Kemal se declaraba musulmán y consideraba que un islam revitalizado debía formar la base de la sociedad y el gobierno, y trató de expresar las ideas de la Ilustración a través de términos islámicos. El islam, para él y otros de su generación era, una especie de “ideología de autenticidad nacional, más que la observancia disciplinaria de una serie de ritos; una especie de nacionalismo cultural que aún hoy pervive”.[2]

 En 1908, un grupo de oficiales y burócratas herederos ideológicos de los Nuevos Otomanos, los Jóvenes Turcos (oficialmente llamados Comité de Unión y Progreso, CUP, no confundir con el partido catalán), lideraron un movimiento revolucionario con la intención de restaurar la Constitución de 1876. Uno de sus objetivos era acabar con las capitulaciones que convertían al imperio en una semi-colonia, recuperando así el respeto de las potencias europeas y convertiéndose en “el Japón del Próximo Oriente”. Entre 1908 y el inicio de la Primera Guerra Mundial se sucedieron las intrigas militares, golpes y contragolpes, acusaciones de fraude electoral y, especialmente, las crisis en las fronteras occidentales del imperio otomano, las famosas Guerras Balcánicas  que antecedieron la Primera Guerra Mundial.

 800px-greek_lithograph_celebrating_the_ottoman_constitutionPostal griega de 1895 conmemorando la constitución de 1876. A la izquierda, el pueblo y las banderas de los distintos millets (regiones): los verdes son árabes, los rojos turcos y los azules, cristianos de Rumelia. El ángel porta un cartel con el eslogan “libertad, igualdad y fraternidad”. Namik Kemal es el personaje del centro a la derecha, el único que no lleva el fez (gorro rojo). Wikimedia

Egipto

Quizá el ejemplo perfecto de la progresión modernización defensiva-dependencia-invasión colonial sea Egipto: Mehmet Ali (que hacia 1811 había desmantelado el sistema mameluco) y sus sucesores decidieron industrializar el país rápido y a lo bruto, creando fábricas estatales -y a menudo deficitarias- de textil y otros productos, construyendo infraestructuras (ferrocarril, telégrafos), pidiendo préstamos a bancos occidentales, y cambiando la agricultura al monocultivo de algodón para pagarlos.  Al igual que en Irán, el apoyo de las potencias europeas (en este caso Francia y Gran Bretaña) se convirtió en uno de los pilares de la dinastía.

En 1875 el estado egipcio entró en bancarrota, y los acreedores europeos, con la connivencia del rey, impusieron una “troika” que gestionaba las cuentas, limitaba el gasto, y se apropiaba de buena parte del presupuesto. El ejército modernizado y la nueva burguesía terrateniente conspiraron para recuperar el control del país, en la llamada Revuelta de Urabi (1882).  Aunque, como aseguraba el cónsul alemán de la época, Urabi y sus aliados no tenían intención de romper con las potencias europeas (dado que se beneficiaban del comercio con ellos), Gran Bretaña invadió el país con la excusa de restaurar el orden, asegurar el pago de la deuda y controlar el Canal de Suez. Se quedaron allí hasta 1954, aunque hubo constantes revueltas anti-coloniales, como la «revolución» de 1919.

Irán

En Irán, el modernismo fue civil y burocrático, más que militar. Recordando el éxito del boicot al tabaco de 1896, que obligó al shah a cancelar unas concesiones que había hecho a los británicos, los modernistas persas, entre los que destacaba Ahmad Kasraví, organizaron una revuelta constitucional en 1905, aliados con un sector del clero. Sus fuentes de inspiración, además de los ilustrados europeos, eran dos acontecimientos recientes: la victoria japonesa ante Rusia, la primera vez que una potencia occiental era derrotada por un país asiático; y la revolución de la Duma rusa que forzó al zar a adoptar un sistema parlamentario. Sin embargo, el bando constitucionalista pronto se dividiría en facciones y perdería el apoyo de los ulema, temerosos de la deriva ilustrada y europeizante de sus antiguos aliados. Rusia y Gran Bretaña aprovecharon el desgobierno para invadir el país durante la Primera Guerra Mundial y dividírselo en esferas de influencia. Trato la época con más detalle en la segunda mitad de este artículo.

Indostán

En los territorios colonizados, los modernistas laicos como Sayyid Ahmad Khan, al que he dedicado un artículo en exclusiva, adoptaron el discurso de los europeos y trataron de mostrarse como únicos representantes legítimos de los musulmanes, a la vez que trataban de limitar el poder de los ulema y restringir la religión a un ámbito privado. La principal preocupación de las élites musulmanas de los territorios colonizados fue defender sus intereses frente a la estrategia de “dividir y gobernar” que seguían las potencias coloniales. Británicos y franceses solían privilegiar a minorías étnicas y religiosas como los asirios, los drusos o los judíos, que estaban sobrerrepresentados en la administración colonial nativa frente a los musulmanes, la comunidad mayoritaria. En el Industán, donde eran minoría, trataron de demostrar su superioridad militar e intelectual frente a los hindúes, que estaban siendo favorecidos.

diagrama

 De imperios a naciones: el modernismo nacionalista (1919-1955)

Las cuatro décadas que siguieron al fin de la primera Guerra Mundial estuvieron dominadas por el modernismo laico. El antiguo liberalismo pro-occidental de la aristocracia fue sustituido por el nacionalismo.Turquía e Irán se libraron de la colonización directa. Como hemos visto, ambos países experimentaron revoluciones constitucionalistas en la primera década del siglo XX. Ambos participaron en la Primera Guerra Mundial; Turquía como contendiente e Irán como simple teatro de operaciones. Durante los años 20, tanto en Irán como en Turquía se producirían cambios de régimen: las monarquías y la nobleza «occidentalizante» serían sustituidos por gobiernos modernistas y nacionalistas. Las nuevas élites no provendrían de la clase media-alta ligada a la realeza, sino de la media-baja. En Egipto, un proceso similar tuvo lugar durante los años 50; y en Indostán.

 Turquía

Durante la primera Guerra Mundial, el imperio Otomano perdió los países árabes (el Levante Mediterráneo e Irak). Sin embargo, Anatolia no fue conquistada por los Aliados. Los Aliados ocuparon Estambul en 1918, forzando al sultán a firmar un tratado de capitulación. Los Jóvenes Turcos y otros grupos organizaron un movimiento parlamentario de resistencia con sede en Ankara. Durante cinco años, lucharon contra los Aliados y los griegos (la llamada Guerra de la Independencia Turca), y en 1923 los jóvenes turcos les forzaron a firmar el Tratado de Lausana, que entre otras cosas supuso la deportación forzosa de millares de turcos y griegos para alcanzar una hipotética (y falsa) pureza étnica territorial, una de las consecuencias del principio de autodeterminación nacional defendido por el presidente americano Woodrow Wilson.

 Los detalles y las vicisitudes específicas las dejamos para un artículo futuro sobre la historia de Turquía. Quedémonos con lo básico: En la defensa del corazón del imperio se destacó un oficial de los Jóvenes Turcos llamado Mustafá Kemal, al que más tarde se conocería como Atatürk. Atatürk y sus seguidores decidieron abolir la monarquía otomana, el Califato, y expulsar a la antigua élite del país. En 1924 Mustafá Kemal se convertiría en el primer presidente de la República de Turquía


Canción en ladino (dialecto sefardí) sobre la defensa de los Dardanelos, agradeciendo a Mustafá Kemal la victoria frente a los Aliados. Se entiende perfectamente si eres castellanoparlante.

Atatürk fundó un partido, el CHP (en castellano: Partido Republicano del Pueblo)  desarrollaron una ideología, el Kemalismo, centrada en la modernización y “turquificación” del país y la superación del pasado imperial. Los seis principios kemalistas, definidos en el tercer congreso del partido en abril de 1931, eran Republicanismo, Nacionalismo, Populismo, Estatismo, Laicismo y Revolucionismo/reformismo.  La constitución de 1924 fue reformada en 1937 para incluir estas seis máximas.Los kemalistas, procedentes de los sectores medios de la burocracia y el ejército, emprendieron una intensa reforma de la administración y trataron de sustituir la difusa identidad “otomana” por un nacionalismo turco. Aparte de prohibir el velo y el fez (gorro típico), sustituyeron el alfabeto arábigo por una adaptación del latino y depuraron el lenguaje de “arabismos”, “persianismos” y otras “impurezas”.

El nuevo régimen no trató especialmente bien a las minorías étnico-religiosas que no encajaban en su definición de “turquedad”, como los kurdos o los armenios. A pesar del proclamado laicismo de la nueva República de Turquía, el estamento religioso, los ulema sunníes, fueron discretamente incorporados en la administración estatal y fueron un importante actor en el proceso de homogeneización étnica, lingüística y cultural que pretendían los kemalistas. Al inicio de la segunda guerra mundial, Turquía era una república presidencialista laica, cuyos habitantes se vestían a la occidental y utilizaban caracteres latinos.

cumhuriyet_halk_partisiLogo del CHP con las 6 flechas representando los principios del Kemalismo.

Irán

En Irán, la dinastía Kayar fue sustituída por la de los Pahlaví, cuyo fundador fue un militar, Reza Jan. Jan admiraba cómo Atatürk había conseguido asegurar la independencia de su país, así que trató de hacer algo similar. Para tranquilizar a los sectores tradicionales, no proclamó una república tras deponer al último shah Kayar, sino que él mismo se entronizó. Al igual que Atatürk, Jan trató de difundir una ideología centrada en el nacionalismo por encima de la identidad religiosa. El propio nombre que dio a su dinastía evoca la época pre-islámica. Reza Jan se empleó a fondo en ampliar la estructura del Estado, mejorar su capacidad recaudadora y eliminar competidores; fundamentalmente las tribus nómadas y los clérigos chiíes, los ulama.

Los nómadas fueron obligados a sedentarizarse; y los ulama pasaron a ser supervisados por el Estado: solo aquellos clérigos que pasasen un examen y cumpliesen una serie de regulaciones podían llevar turbante y ejercer su profesión. Además, inició una campaña de “persianización”, tratando de eliminar los dialectos túrquicos que hablaba el 40% de la población. Y por supuesto, prohibió el velo, lo que irónicamente hizo que muchas mujeres tradicionales no volviesen a salir de su hogar.

El objetivo de Reza Jan era crear un Estado fuerte e independiente, pero sus coqueteos con los alemanes en la segunda Guerra Mundial hicieron que el país fuera invadido por los británicos y los rusos, que depusieron a Reza Jan y coronaron a su hijo, menor de edad. La constitución de 1906, suspendida por Reza Khan, volvió a entrar en vigor, hasta que en 1953 el nuevo monarca, apoyado por un sector del ejército, la CIA y el MI6, organizara un golpe de Estado para deponer al presidente Mosadeg, que había osado nacionalizar el petróleo iraní. Lo cuento con algo más de detalle al final de este artículo y el principio de este).

 Egipto

En 1922, en línea con el espíritu de la Sociedad de Naciones, los británicos abolieron el protectorado y concedieron a Egipto una independencia muy limitada, donde la defensa y el control de los recursos seguían en mano de los invasores. Los nacionalistas egipcios, que habían sido encarcelados y exiliados por su oposición a la presencia inglesa, volvieron al país y se prepararon para redactar una constitución. Los años 20 estuvieron dominados por Zaghlul y el partido Wafd, una unión de burgueses y terratenientes de ideología modernista laica. Las mujeres del Wafd, como Huda Sharawi, fueron pioneras del feminismo árabe, las primeras mujeres de clase alta en quitarse el velo en  (las campesinas y obreras no solían ir veladas) y participar en manifestaciones. El «experimento liberal», como lo califica la historiadora egipcia Afaf Lufti, duró tres décadas. Durante esos años, continúo la transición al monocultivo y la integración de Egipto en la economía mundial. La resolución de los problemas sociales (superpoblación) se postpuso hasta que se consiguiese firmar un tratado satisfactorio con los ingleses. Las clases dirigentes, por muy nacionalistas que fuesen, se vieron atrapadas en la contradicción de depender económicamente de los británicos y de haber asimilado los gustos occidentales. Las tensiones entre el Wafd, la monarquía, los británicos y los demás partidos de la oposición marcarían el periodo. Durante la Segunda Guerra Mundial se incrementaría la presencia de tropas británicas, con el consiguiente malestar que ello generó en la población.

En 1948, el Egipto liberal del rey Faruq, junto a los demás países árabes, declaró la guerra al recién creado Estado de Israel. La operación fue un rotundo desastre, con escándalos de corrupción incluídos. Al mismo tiempo, sirvió de campo de entrenamiento para los jóvenes oficiales del ejército egipcio, y para unidades para-militares no afiliadas al gobierno que tras la guerra de Palestina organizarían una guerrilla anti-británica en Suez (algunas de estas milicias eran organizaciones islamistas, cercanas a los Hermanos Musulmanes; otras eran nacionalistas).

Los jóvenes oficiales del ejército egipcio, al igual que sus homólogos otomanos medio siglo antes, se organizaron en una sociedad secreta, el Movimiento de Oficiales Libres, en el que destacaban Nasser y Sadat.  La mayoría de miembros de esta organización provenían de las clases medias-bajas, y su bienestar económico no dependía del comercio colonial, sino de los presupuestos del Estado, de modo que eran abiertamente anti-británicos.Ante el descrédito de la monarquía y el Wafd, y en un clima muy tenso tras el incendio del Cairo de 1952, decidieron dar un golpe de Estado y derrocar a la monarquía. El nuevo régimen sería nacionalista y laico, para descontento de los pan-islamistas Hermanos Musulmanes. Sin embargo, el gobierno de Nasser no adaptaría las tesis liberales de principios de siglo, sino que trataría de aumentar el peso del Estado en la economía nacional, tomando como modelo los países socialistas. Como buena autocracia de la postguerra, Egipto llevaría a cabo programas de seguridad social, educación pública, industrialización y demás medidas modernizadoras, que he explicado en La construcción del Estado postcolonial.


Especial informativo británico sobre el incendio de El Cairo en 1952

Indostán

Durante los años 20 y 30, los sucesores de Sayyid Ahmad Khan educados en la academia de Aligarh abandonaron la política conciliatoria de sus mayores y decidieron enfrentarse decididamente al gobierno colonial.  Hace unos años, en 2013, escribí en Facebook un resumen de la vida de un activista de la época. Rescato el texto, pues resulta interesante y me evita tener que volver a narrarlo todo. Disculpad el tono distendido y las expresiones coloquiales:

<<Muhammad Ali Jouhar,
sobre el que no hay nada de información disponible en internet en español, fue uno de los más simpáticos agitadores de todos los tiempos. Estudió de jovencito en la madrasa de Deoband y en Aligarh College (dos de las más prestigiosas instituciones educativas de la comunidad musulmana de la India) y obtuvo un BA en Historia Moderna en la Universidad de Oxford (en su etapa universitaria era un fiestas «occidentalizado», aunque nunca renegó de su religión). De vuelta al subcontinente trabajó brevemente para el gobierno colonial y en 1911 fundó un periódico en inglés (The Comrade) y otro en Urdu (Hamdard), desde donde se dedicó a poner a caldo a los británicos (él solito escribía todo el contenido de ambas publicaciones). Fundó la Jamia Millia (universidad nacional Urdu) y colaboró en la mejora del Aligarh College.

Estuvo involucrado en movimientos políticos desde edad temprana, y aparte de ser uno de los miembros fundadores de la Liga Musulmana de la India, fue uno de los no muy numerosos musulmanes del Congreso Nacional Indio. Cuando finalizó la Primera Guerra Mundial empezó una campaña muy activa en sus periódicos para que los británicos respetaran la institución del Califato, que tanto significaba para los musulmanes del mundo por ser el último reducto de poder temporal islámico (ya se sabe, los Otomanos perdieron la primera guerra mundial). No le hicieron ni caso, así que decidió pasar a la acción y con su hermano y otros colegas decidieron pasar a la acción. Es el comienzo del «movimiento del califato» o «Khilafat Movement».

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Muhammad Ali Jouhar.


Durante cuatro años, los musulmanes y los hindúes de la India se unieron para desafiar al poder colonial de forma «no-violenta» (es un decir, porque hubo violencia, pero la idea era esa); los hindúes reclamando independencia política, los musulmanes exigiendo respeto al islam y el fin de los mandatos franco-británicos en Siria, Palestina y Mesopotamia. Gandhi y Muhammad Ali eran amigos muy cercanos, y juntos trabajaron para que el entendimiento interconfesional fuera próspero y provechoso. Ali y su hermano estuvieron numerosas veces en la cárcel (¡muchas más que Gandhi!) y eran considerados individuos muuuy peligrosos por el régimen colonial.

Las cosas iban bien hasta que un tal Atatürk decidió cargarse la institución del Califato por su cuenta, sin escuchar las desesperadas peticiones de los musulmanes indios. Años de esfuerzo fueron en vano, y la comunidad islámica se sumió en gran confusión. Los enfrentamientos comunales se reanudaron y todo volvió a ser un asco. Pero al menos durante cuatro años los indios adquirieron conciencia «nacional», olvidaron las disputas religiosas y colaboraron entre sí, poniendo en jaque al gobierno colonial británico. Fue bonito mientras duró.

Ali y Gandhi siguieron siendo buenísimos amigos, a pesar de todos los malos rollos entre hindúes y musulmanes. Hasta el final de sus días intentaron luchar por la convivencia, el entendimiento y la cordura, aunque con menos fuerza a medida que iban envejeciendo y la situación se iba complicando. Ali Jouhar me cae especialmente bien porque era un señor que no tenía pelos en la lengua. Puede que no siempre tuviera razón, pero hablaba sin cortarse un cacho y siendo siempre sincero. Y sin hipocresía, y con realismo. Además, tenía bastante sentido del humor, no era en absoluto un fanático y era cabezón como él solo. Todo el mundo habla de Gandhi, pero este tío fue tan importante en la política India como el bueno de Mahatma, y de hecho no podría entenderse el pensamiento y la vida de Gandhi si no fuera por Ali.>>

Durante los años 40, las tensiones comunales entre musulmanes, sijs e hindúes, hábilmente explotadas por los británicos, fueron en aumento. La Liga Musulmana y el Congreso Nacional Indio se mostraron muy intransigentes a la hora de negociar la independencia. Los modernistas laicos musulmanes demandaron la creación de un estado propio para los musulmanes del Indostán, y los británicos, que tenían prisa por irse, dividieron el país y dejaron a sus habitantes las labores de construcción estatal y movimientos de población. El resultado fue una de las mayores crisis de refugiados de la historia de la humanidad, con millones de desplazados y muertos.

¿Por qué los musulmanes laicos decidieron apoyar la partición, mientras que los tradicionalistas no? El asunto es muy complejo y tiene muchos matices, pero la interpretación que más me convence es la que expuse brevemente aquí: la Liga Musulmana no quería perder sus privilegios, y temía que una India independiente con mayoría de hindúes les relegase a un plano secundario. El sistema electoral establecido por los británicos, que dependía de la adscripción religiosa, favorecía a los musulmanes. Un sufragio universal indpendiente de la religión en un hipotético Indostán unificado independiente perjudicaba seriamente a la Liga Musulmana. Por eso, pese a que sus ideales fuesen laicos, defendieron la creación de Pakistán, un hogar nacional para los musulmanes del Indostán donde, según su primera constitución, no se discriminaría a nadie en función de su religión.

Tras la independencia de Pakistán, la Liga Musulmana entró en declive. Muchos de sus líderes habían decidido quedarse en la India y no emigrar. Los que se desplazaron a Pakistán perdieron el contacto con su clientela tradicional y su influencia se desvaneció. Pronto, el ejército tomaría las riendas del país. Y poco a poco, los ulema, los islamistas de nuevo cuño y todo tipo de organizaciones islámicas irían ganando importancia en la política pakistaní.

Resumen y conclusión

Durante el siglo XIX, los reinos e imperios de Oriente Medio trataron de resistir el impulso de los europeos aplicando lo que se ha llamado «modernización defensiva». Esta modernización consistía en reformar el ejército y la burocracia de forma que se asemejasen a los modelos occidentales. Los jóvenes de clase alta de Oriente Medio que iban a estudiar a Europa adoptaron y asimilaron la ideología predominante entre las élites europeas: el liberalismo y el constitucionalismo. Entre 1876 y 1908 tuvieron lugar una serie de movimientos protagonizados por esta aristocracia europeizada, algunos de ellos fueron exitosos y países como Irán o Turquía adoptaron monarquías constitucionales.

Tras la primera guerra mundial, surgió una nueva clase media en los países que habían llevado a cabo «reformas» a la europea. Se trataba de las capas medias de los nuevos ejércitos nacionales y del creciente sistema burocrático. Estos sectores no se beneficiaban directamente del contacto con Occidente o de la dominación colonial (como sí lo hacía la aristocracia), de modo que trataron de restringir la influencia extranjera. Creían que para expulsar a los europeos había que ser, paradójicamente, como los europeos, y desprenderse de toda la tradición y elementos superfluos del pasado imperial. Para ello, decidieron abolir o transformar las monarquías, lo que hacía preciso una ideología potente que las sustituyese. Esa ideología fue un nacionalismo europeizante que trataba de atenuar la influencia islámica, percibida como medieval y atrasada, e integraba elementos nuevos importados de Occidente (códigos civiles, burocracias centralizadas, educación reglada obligatoria).

En Irán y Turquía, el nacionalismo laico se hizo con el poder durante las primeras décadas del siglo XX. En Egipto y otros países árabes sucedió un fenómeno parecido tras la descolonización. No obstante, tras la derrota del fascismo en la Segunda Guerra Mundial, los nacionalismos autocráticos ya no estaban tan de moda. En este caso, la ideología dominante fue el socialismo panárabe. Los líderes de los años 60, ya fueran afiliados al partido Baath (Siria e Irak) o independientes (Gadafi en Libia y Nasser en Egipto) apelaban a la unidad de todos los árabes y a la superación de las diferencias comunales y sectarias. Aunque los líderes árabes se enmarcaban en el Tercer Mundo y el grupo de países no-alineados, también intentaron modernizar y occidentalizar sus sociedades. Y de paso, barrer políticamente a unos de sus competidores más importantes: los islamistas de los Hermanos Musulmanes.

Los programas de modernización-occidentalización impulsados por las instituciones del Estado acabó creando, poco a poco, lo que algunos autores (Houchang Chehabi, Tamim Ansary) han denominado una “sociedad dual”. Las élites y las nuevas clases medias (asalariados del Estado como funcionarios o profesores; empresarios que se beneficiaban del comercio con Occidente) adoptaron las formas culturales occidentales con entusiasmo. Las familias pudientes enviaban a sus hijos a estudiar al extranjero (especialmente a París); y a la vuelta los estudiantes traían influencias artísticas y literarias que trataron de adoptar a sus países de origen. Lo occidental tenía era considerado sofisticado, refinado y avanzado. Las formas artísticas y culturales tradicional eran consideradas arcaicas, anquilosadas e incapaces de ajustarse a los tiempos modernos.

Los que quedaban fuera de este proceso de modernización, el campesinado y las clases medias tradicionales (los comerciantes del bazar y los ulema), simplemente siguieron con sus vidas, inmunes a las influencias extranjeras. Algo similar sucedía en las ciudades del norte de África ocupadas por los occidentales, donde se distinguía entre la villa colonial, donde vivían los oficiales, diplomáticos y comerciantes occidentales y las élites locales occidentalizadas, y la Qasbah o Medina (el casco histórico), donde habitaban todos los demás.


Para saber más: Buena bibliografía introductoria.

Egipto:
· Afaf Lufti al-Sayyid Marsot, Historia de Egipto: de la conquista árabe al presente, Akal, 2008.

Turquía:
· Feroz Ahmad, The Making of Modern Turkey, Routledge, 2000. (Tengo copia en PDF si la necesitáis)

Irán:
· Ervand Abrahamian, A History of Modern Iran, Cambridge UP, 2008 (También tengo PDF)
· Niki Keddie, Modern Iran: Roots and results of Revolution, Yale UP, 2006. Hay edición en español, que se puede encontrar en bibliotecas públicas: Keddie, Raíces del Irán Moderno, Belacqua, 2006.

Oriente Medio en general
· Tamim Ansary, Un destino desbaratado, RBA, 2011.


Referencias

[1] Sobre el ambiguo concepto de “reforma” y “reformismo”, véase Especial Irán parte 5

[2] Sami Zubaida, Beyond Islam, pp. 134-135.

Sayyid Ahmad Khan

Comenzamos una nueva sección, “Pensadores”. Estará formada por artículos no muy largos centrados en el pensamiento de distintos autores que hayan sido influyentes para la historia ideológica y política de Oriente Medio. Me limitaré a escribir sobre ideólogos con cuya vida y obra esté familiarizado (si no, estaría siendo deshonesto). Empezaremos la serie con Sayyid Ahmad Khan, pronunciado Ahmad Jan.


Sayyid Ahmad Khan (1817-1898) fue un personaje polifacético y controvertido, al que se cita habitualmente como el primer exponente del modernismo laico. También fue una de las figuras más importantes de la política india de la segunda mitad del siglo XIX, y se le considera uno de los “padres de Pakistán”. El artículo dedicado a él en la Wikipedia en castellano es bastante escueto y no he encontrado otras referencias en internet, así que (creo), este es uno de los primeros textos dedicados a él en nuestra lengua que se pueden encontrar en la web.

Sayyid Ahmad Khan nació en una familia ashraf vinculada a la corte mogola de la India. Los ashraf son supuestos descendientes del profeta Mahoma, y han ocupado tradicionalmente un rol de liderazgo entre las comunidades de musulmanes, desde la India hasta Marruecos. Ahmad Khan recibió una buena educación, estudiando árabe, persa, matemáticas y nociones de medicina. Las dificultades económicas que experimentó su familia tras la muerte de su padre llevaron al joven Ahmad Khan, que contaba con 21 años por aquel entonces, a buscar trabajo en la Compañía Británica de las Indias Orientales, que por aquel entonces administraba buena parte del territorio indio, y comenzó una carrera como juez en distintos destinos.

Tras el motín de 1857 (del que hablamos aquí), Ahmad Khan trató de reconciliar a los musulmanes con el gobierno colonial, desmintiendo las teorías conspiratorias sobre una yihad anti-cristiana que habían elaborado los analistas británicos. Además de publicar infinidad de obras y sentar las bases de lo que después se convertiría en la Liga Musulmana de la India (partido que uniría a la mayoría de las élites musulmanas del subcontinente indio durante la primera mitad del siglo XX), fundó una academia en Aligarh, una ciudad de Uttar Pradesh. El «Anglo-Muslim college» de Aligarh estableció un modelo educativo innovador que combinaba las disciplinas occidentales con los principios rudimentarios del islam. La lealtad a la corona británica de Ahmad Khan permitió que su academia recibiese el apoyo de los administradores coloniales. Esta institución reunió a gran parte de la élite ashraf de su generación y formó a los líderes de las décadas siguientes, como Muhammad Alí Jinnah, primer presidente de Pakistán. No obstante, la tendencia política de las jóvenes generaciones de Aligarh fue distinta a las de sus fundadores, especialmente durante la década de 1920, en la que se enfrentaron al gobierno colonial.

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La actual Universidad Musulmana de Aligarh, en lo que fue el Anglo-Muslim College fundado por Sayyid Ahmad Khan. Fuente: Trishaghosh

Los escritos y discursos de Syed Ahmad Khan tras 1857 reflejan su visión pragmática del dominio colonial. Aseguraba que ningún musulmán podía negar que la “paz y seguridad” que ofrecía la India Británica no se podía encontrar en ningún otro país islámico.[1] Para reforzar el entendimiento con las autoridades británicas y lograr así una mejor defensa de los intereses de la aristocracia musulmana, trató de proyectar una concepción de la “musulmanidad” (muslimness) basada en la epistemología colonial del comunitarismo,[2] es decir, considerar la religión como la principal base de la identidad de una persona por encima de la posición económica o las solidaridades locales, De esta forma la élite ashraf, cuya lengua principal era el urdu, se convertiría en representante de toda la comunidad musulmana de la India de cara a las autoridades coloniales.

 Anteriormente, Sayyid Ahmad Khan había usado expresiones empleadas en los panfletos de la revuelta de 1857, como “pueblo del Indostán”, y había advertido sobre los riesgos de que este pueblo se fragmentara en comunidades religiosas enfrentadas.[3] Sin embargo, tras el fallido motín y la represión que le siguió, Ahmad Khan adoptó el lenguaje presente en las fuentes historiográficas británicas de principios del siglo XIX como James Mill. Estos textos pseudohistoriográficos dividían a la India en dos comunidades religiosas históricamente enfrentadas, siendo los musulmanes la “raza guerra superior”[4]. Ahmad Khan utilizó este discurso no solo en sus escritos dirigidos al gobierno colonial[5] sino también en sus discursos para el público musulmán,[6] sobre todo desde la fundación del Congreso Nacional Indio en 1885, que desató el pánico entre los ashraf, que veían peligrar sus intereses.

 Con este cambio de discurso, Ahmad Khan alcanzó dos objetivos. En primer lugar, pudo entenderse con las autoridades británicas con mayor facilidad, pues adoptó sus categorías, de forma que pudo obtener ventajas para su clase, fundamentalmente una representación política más amplia en los gobiernos locales. Por otro lado, pudo ajustar a sus intereses la noción de comunidad islámica (qom o umma) de forma que pudo asociar a todos los musulmanes del subcontinente con la élite de habla urdu de Uttar Pradesh. Así, Ahmad Khan defendió un nacionalismo comunitario basado en la religión, al mismo tiempo que rechazaba el pan-islamismo anticolonial de personajes como Al Afghani (del que hablamos brevemente aquí).

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Sello indio de 1998 representando a Ahmad Khan.
Fuente: Indiapicks

Más allá de estos objetivos políticos, el pensamiento de Ahmad Khan puede sintetizarse en una profunda admiración por los logros técnicos y sociales de los británicos (su viaje a Inglaterra en la década de 1870 le impresionó profundamente), a la vez que un fuerte sentimiento identitario como musulmán. Para reconciliar estos dos extremos, decidió formular una visión del islam renovada, muy crítica con los ulemas y las autoridades religiosas tradicionales. Consideraba que “el islam era la última de las religiones reveladas porque era el principio de la edad de las religiones basadas en la razón”, de forma que si “los musulmanes no hubieran interpretado erróneamente el sentido de las revelaciones coránicas (…), el islam habría liberado a la Humanidad de la obediencia ciega, la superstición y el dogma”.[7]

 Sayyid Ahmad Khan gozó de prestigio y popularidad entre la nobleza de su época. Los británicos, más que satisfechos con él, le concedieron numerosos títulos y distinciones, entre otras el título de “sir” y un doctorado Honoris Causa por la Universidad de Edimburgo. Publicó numerosas obras, entre las que se encuentra un comentario del Corán. Sus dos últimas décadas las pasó en Aligarh, involucrado en la vida educativa de su academia, y tratando de promover la educación anglosajona entre los miembros de la Liga Musulmana. A su muerte fue reverenciado, y décadas más tarde se le consideró el padre honorífico de la nueva patria pakistaní (establecida en 1947) por su contribución a la teoría de las dos naciones, esto es, por sus esfuerzos en dividir a las comunidades musulmana e hindú de la India.

 De cualquier modo, y a pesar de su influencia posterior, Ahmad Khan es un personaje de su tiempo. Su forma de hacer política era aristocrática, y estaba reducida a organizaciones de notables.  El artículo de Ayesa Jalal que aparece citado en las referencias ilustra con sencillez y un profundo nivel de detalle las distintas líneas de pensamiento y personajes dentro del Modernismo laico indio y la Liga Musulmana, que se integrarían durante las siguientes décadas en la política de masas (tengo copia en PDF si os interesa saber más).

Salvo un interludio pan-islámico durante el periodo 1919-24, el “separatismo” y la teoría de las dos naciones fueron las dos líneas principales de los modernistas laicos del Indostán.[8] Que la corriente modernista laica apoyase la división de la India y los tradicionalistas Deobandis (hablamos de ellos aquí) se opusieran es un hecho paradójico, pero tiene su explicación. Los modernistas laicos eran, fundamentalmente, la élite ashraf que había disfrutado de privilegios bajo el dominio británico.  Temían perder su poder ante una eventual independencia de un Indostán unificado, de modo que adoptaron posturas intransigentes con la intención de conservar su influencia y autoridad. Pakistán, cuya creación se justificó como “patria de todos los musulmanes del subcontinente”, fue fundado sobre principios estrictamente seculares y no sería hasta las reformas constitucionales de 1962 y 1973 cuando se convertiría en un Estado islámico.

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Partición de la India en 1947, medio siglo después de la muerte de Ahmad Khan

Referencias

[1]     Ayesha  Jalal, “Negotiating Colonial Modernity and cultural difference: Indian Muslim conceptions of Community and Nation 1878-1914” en L. Tarazi Fawaz and C. A. Baily (eds.), Modernity and Culture. From the Mediterranean to the Indian Ocean, Nueva York, Columbia University Press.

[2]      Íbid., p. 241

[3]     Sayyid Ahmad Khan “On Hindu-Muslim relations”, 1883, en Shan Mohammad, (ed.), Writings and speeches of Sir Syed Ahmad Khan, Bombay, Nachiketa Publications, 2006.

[4]     History of British India, una monumental obra en seis volúmenes, fue considerada una de las obras canónicas de su tiempo, a pesar de que el propio James Mill reconoció que jamás había pisado la India.

[5]     Sayyid Ahmad Khan, “The Central Province local self-government bill”, 1883, en Shan Mohammad, op. cit.

[6]     Sayyid Ahmad Khan, “On the Indian National Congress”, 1888, en Shan Mohammad, op. cit.

[7]     Tamim Ansary, Un Destino Desbaratado, p. 300.

[8]     Mushirul Hasan, “The Partition of India in Retrospect”en India’s Partition: Process, Strategy and Mobilization, Nueva Delhi, Oxford University Press, 2001, pp. 1-23.

La construcción del Estado postcolonial

Continuamos con la tercera parte de la Breve Historia de Oriente Medio. Ayer resumimos brevemente el periodo de las independencias y las relaciones de EEUU con los países de Oriente Medio durante la Guerra Fría. Hoy hablaremos de los cambios políticos, económicos y sociales que experimentaron las sociedades de la región durante las primeras décadas de la independencia (1940-1970), centrándonos en las revoluciones políticas y las “reformas” emprendidas por los distintos gobiernos.

Revolución y modernización

Como vimos, tras la descolonización muchos países de Oriente Medio como Irak o Egipto se convirtieron en monarquías. Estos reyes, colocados por las potencias occidentales, a menudo no eran más que gobernantes títere, que además no redistribuían la riqueza ni satisfacían las exigencias de libertad y participación política de sus súbditos. La mayoría de estos regímenes cayeron en revoluciones populares, casi siempre dirigidas o supervisadas por el ejército.

monarquias republicas 1950

monarquias republicas 2016

Los protagonistas de las revueltas eran jóvenes oficiales de rango medio del ejército, pertenecientes a la clase media-baja. Estaban inspirados por las ideologías que habían permeado sus países desde finales del siglo XIX: palabras como nacionalismo, modernización, secularización e industrialización adornaban sus discursos y proclamas. Sus modelos, aunque no lo reconociesen necesariamente, eran Atatürk y en menor medida, Reza Khan (LINK), dos líderes que habían surgido del ejército, habían derrocado a las monarquías y habían asegurado la independencia de su países frente a Rusia y Occidente. Quizá el ejemplo más famoso de este tipo de oficiales revolucionarios sea el egipcio Gamal Abdel Nasser, pero las primeras rebeliones y golpes de Estado militares tuvieron lugar en Irak ya en 1936.

En Egipto, Nasser y otros militares formaron una organización secreta conocida como los Oficiales Libres. Descontentos con la monarquía y la ocupación británica, en 1952 organizaron un golpe de Estado que derrocó al rey Faruq, y forzaron la evacuación británica del país. Aunque en un principio fueron apoyados por organizaciones izquierdistas y los Hermanos Musulmanes, pronto Nasser y los suyos eliminaron a toda oposición, estableciéndose un régimen militar nominalmente laico y pan-árabe. Poco a poco, las monarquías fueron cayendo en Oriente Medio. A Egipto le siguieron Túnez (1956), Irak (1958), Yemen (1962), Libia (1969), y finalmente Irán (1979). De las 15 monarquías que había en Oriente Medio y el Norte de África en 1945 solo quedan 8 hoy día: Marruecos, Arabia Saudí, Jordania, Omán, los Emiratos Árabes Unidos, Qatar, Bahrain y Kuwait. Salvo Marruecos y Jordania, todas están en el golfo Pérsico y forman el CCEAG.

El socialismo panárabe y el partido Baath se merecen un artículo aparte. De momento, quedémonos con la idea de que los nuevos regímenes revolucionarios enarbolaron el pan-arabismo (es decir, la idea de que todos los estados árabes deberían unirse y formar una sola nación). Algunos de ellos incluso llegaron a eintentar ponerlo en práctica, siendo el ejemplo más notable la fallida República Árabe Unida que abarcaba Egipto y Siria entre 1958 y 1961. En general, todos los gobernantes, incluyendo a los monarcas del Golfo y las élites nacionalistas de Irán y Turquía, abrazaron una idea conocida como el “modernismo”: Esta teoría postulaba que la industrialización y el “progreso” harían que la población abandonase sus hábitos “tradicionales” y se fueran secularizando cada vez más, a la vez que permitirían a las naciones descolonizadas abandonar el estatus de países económicamente dependientes. Quizá el mayor exponente académico de dicha teoría sea el norteamericano Daniel Lerner.

Economía y construcción estatal

Los países árabes donde las monarquías fueron derrocadas eran, con la excepción de Libia, bastante parcos en recursos naturales. Es decir, no disponían de amplias reservas de petróleo, lo que hacía que los Estados no dispusieran de un flujo constante de ingresos, como sí lo hacían las monarquías del Golfo o Irán. A pesar de esta dificultad, muchos de los nuevos regímenes (Egipto, Siria, Irak, Yemen del Sur, Libia) se autodenominaron “socialistas” y trataron de redistribuir la riqueza para contentar a la población y contrarrestar la falta de libertades políticas. De este modo, iniciaron un programa de nacionalizaciones de éxito dispar, e invirtieron en nuevas industrias de propiedad estatal, formándose así un amplio sector secundario nacionalizado. En algunos casos, esto sirvió para generar ingresos, y por lo general estas medidas aliviaron el desempleo y crearon un sector del proletariado afín a los gobiernos militares.

Además de nacionalizar los recursos e industrializar, los nuevos gobiernos revolucionarios se embarcaron en un proceso de construcción y consolidación de Estado. La idea aquí era “alcanzar” a Occidente, consiguiendo estados poderosos y eficientes que pudieran garantizar la independencia y la estabilidad. El desafío y la dificultad residían en que esto debía de hacerse en un plazo de tiempo corto, en apenas un par de décadas, mientras que Europa había tenido siglos para modernizar y establecer sus eficaces burocracias. Por tanto, la modernización del país debía ser dirigida por las élites, que intervendrían en la economía con reformas agrarias y las ya mencionadas nacionalizaciones e industrialización. Adicionalmente, la estructura de los estados y el tamaño de la burocracia se ampliaron notablemente, y se establecieron universidades y escuelas estatales, además de un importante sector militar. También se llevaron a cabo faraónicas obras públicas, como la presa de Assuan en Egipto. Estas medidas no son exclusivas de Oriente Medio; en Argentina tenemos el ejemplo de la industrialización dirigida por Perón y en España las medidas de Franco durante la época de la autarquía.

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El Mogamma, un enorme edificio administrativo de los años 40 en la plaza Tahrir de El Cairo. Fuente: Scott Nelson

Demográficamente, se iniciaba un periodo de elevada natalidad, a la vez que se reducía la mortalidad. La población aumentaba, lo que hacía mucho más necesario que se llevaran a cabo “reformas”. Los países que disfrutaban de rentas petroleras pudieron manejar la situación con mayor libertad. En algunos casos, como en Arabia Saudí, el dinero del petróleo se repartió entre los centenares de príncipes que conformaban la dinastía, lo que les permitió una vida de lujo y confort. En otros, como Irán, el petróleo sirvió para pagar caro armamento de última generación y para financiar la revolución blanca. En general, los gobiernos que disponían de petróleo acabaron convirtiéndose en dependientes del oro negro para financiar sus crecientes burocracias y ejércitos, lo que acaba determinando su política exterior. La economía dependía del Estado, que a su vez dependía del petróleo, cuyo precio variaba según la época. No se formaban burguesías o clases medias económicamente independientes del Estado que pudieran poner en entredicho la legitimidad del régimen. Esta idea, el “Estado rentista” , es la principal (si no la única) contribución teórica del campo académico de los Estudios Orientales en los últimos 50 años.

 En algunos países estas reformas tuvieron éxito y la población apoyó a los regímenes. En otros, por el contrario, la situación se descontroló y, ante el posible descontento popular, el Estado decidió armarse para machacar a la disidencia, dando pie a los denominados “Estados búnker”, como la Libia de Gadafi. Reprimida la oposición interna, a veces no quedaba más remedio que rentabilizar la inversión en armamento atacando países vecinos, como hizo Sadam Hussein con Irán (1980) y Kuwait (1990). En la mayoría de naciones, no obstante, se produjo un equilibrio entre ambas tendencias, acompañándose la ampliación de las fuerzas de seguridad con un incremento del aparato del Estado y del empleo público.

Nasser_Idris_INasser y el rey Idris de Libia. Wikimedia

La segunda mitad del siglo XX presenciaría el auge de la política de masas, como sucedió en el sur de Europa hacia los años 20 y 30. Lo veremos en el siguiente artículo.

La colonización europea de Oriente Medio

 La historia es esencial para comprender el origen de muchos de los conflictos que hoy día parecen «eternos», como la disputa por Cachemira entre India y Pakistán o las «divisiones sectarias» entre los árabes del Levante Mediterráneo.  Este artículo es un resumen de la historia colonial de Oriente Medio (1757-1948), centrada en la evolución de la «percepción» europea sobre la región, la penetración comercial y la colonización del Indostán y los países árabes. Este no es un texto académico sino más bien divulgativo, con el objetivo de contextualizar futuros artículos. De nuevo, es una revisión actualizada y mejorada de una sección de mi Trabajo de Fin de Grado (2014), con añadidos y omisiones para hacer la lectura más agradable. Para conocer lo que sucede en el XIX en los países no colonizados, recomiendo leer Movimientos de Reforma II

Existe una versión en vídeo (resumida) de este artículo. Pincha aquí para acceder a ella.

Introducción

1650-1950Evolución política de Oriente Medio 1650-1950. Elaboración propia a través de los mapas de Geacron

            Durante los siglos XVIII y XIX, época de esplendor de los llamados “imperios de la pólvora” de Oriente Medio (con sus tres grandes dinastías, los Otomanos, los Safávidas y los Mogoles), el Occidente europeo empezaba a despuntar económicamente, siendo desplazados los países del sur de Europa por los del centro y norte. Holanda, Francia y Gran Bretaña superaban a España y Portugal y redoblaron su búsqueda de nuevos mercados y tierras que conquistar.

            Paralelamente, el imaginario europeo se transformaba y la misión civilizadora sustituiría al cristianismo evangelizador como motor y justificación de la expansión colonial.[1] La “diferencia imperial” que antes separaba a la cristiandad europea de los países islámicos se convirtió en “diferencia colonial.” Es decir, durante los siglos XV-XVII, la época de los Austrias y la lucha contra los turcos en el Mediterráneo, se percibía a los habitantes del norte de África y Oriente Medio como un “otro” igualmente poderoso, aunque los cristianos pensasen que eran superiores moral y religiosamente. Sin embargo, a partir de siglo XVIII se empezó a ver a los países e imperios de Oriente Medio como sociedades despóticas, débiles, necesitadas de buen gobierno y por tanto colonizables. La colonización al fin y al cabo se suele justificar como una especie de tutela paternalista, un servicio humanitario. Si durante la Edad Media y el Renacimiento los musulmanes eran caracterizados como sujetos pérfidos, viles y condenados al infierno por infieles, pero capaces de raciocinio y entendimiento, a partir del siglo XVIII empiezan a ser percibidos como seres atrasados, primitivos, salvajes, que aún no habían alcanzado su madurez.

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Los imperios de la pólvora hacia el 1600. Rojo-Otomanos. Violeta-Safávidas. Verde-Mogoles. Fuente: Ballandalus

            Todo esto pasaba bastante desapercibido para los habitantes y gobernantes de los distintos imperios de Oriente Medio, que no percibían ninguna señal de decadencia o atraso. Es más, seguían convencidos de ser el centro del mundo, países ricos donde la ciencia y la técnica brillaban, protagonistas de un “renacimiento”, una nueva época de esplendor que sepultaba el recuerdo de los invasores mongoles que arrasaron los campos y ciudades de la región. Aunque muchas de las dinastías gobernantes surgidas tras la desintegración del imperio de los janes (inglés: khan) eran de origen turco-mongol, acabaron asimilándose a las culturas locales, aun manteniendo las distancias. Quizá el ejemplo paradigmático sean los mogoles de la India, descendientes de un heredero de Gengis Jan en Asia Central, dinastía que se integró perfectamente en las tradiciones y la cultura del Indostán, manteniendo cierta armonía entre hindúes y musulmanes y patrocinando la construcción de maravillas como el Taj Mahal.

            No quiero detenerme demasiado en la historia de Oriente Medio durante los siglos XVI-XVIII, pero para sintetizar y resumir, podemos considerar que era una época de estabilidad política, con cierta unidad cultural (islámica), sin grandes guerras, conflictos territoriales o hambrunas severas. No era un mundo ideal, por supuesto, pero los gobernantes de los imperios de la zona tenían bastante confianza en sí mismos y en ningún momento sospecharon de los comerciantes y exploradores europeos que empezaban a asentarse en sus tierras. No esperaban que los barbilampiños e idólatras habitantes de lejanas tierras fueran a alterar de ninguna manera el equilibrio político, económico y social que habían alcanzado.

Corte de Fath Ali ShahLa corte de Fath Ali Shah (~1815). Los representantes británicos, con las obligatorias medias rojas que debían llevar los invitados a la corte de los Qajar, tratan de pasar desapercibidos entre la multitud.

 La colonización económica

            Occidente no entró en Oriente Medio solo mediante la conquista, sino también a través del comercio y la injerencia en la política interna, dinámicas que comenzaron en el siglo XVI. De hecho, a menudo la penetración económica precedió la conquista política, como en el caso de la India. La colonización europea de los países islámicos fue lenta y protagonizada por distintos actores, fundamentalmente Francia, Gran Bretaña y Rusia. No siguió un plan de acción predeterminado, si bien hubo un cierto acuerdo entre las distintas potencias europeas por el reparto de las zonas conquistables y colonizables. También hubo episodios de enfrentamiento y “guerra fría” por las famosas “esferas de influencia”, siendo la más famosa el Gran Juego por el control de Asia Central.

 “Dejemos clara una cosa: la penetración europea en el mundo musulmán nunca supuso un choque de civilizaciones (…) En esta época de colonización, la <<civilización europea=»»>> nunca estuvo en guerra con la <<civilización islámica=»»>>. De hecho, a partir de 1500, los europeos llegaban al mundo islámico principalmente como comerciantes ¿Qué menos amenaza podía haber?”.[2]

            Además de comerciantes, llegaron asesores y técnicos, que influyeron decisivamente en las decisiones de los gobernantes. En 1598 dos británicos, los hermanos Sherley, consiguieron llegar a Persia, y vender a Shah Abbas, el mayor de los monarcas safávidas, cañones y armas de fuego de fabricación occidental, comprometiéndose a asesorarles técnica y estratégicamente. Los persas “veían en las armas y los asesores procedentes de una isla lejana, diminuta e insignificante del oeste de Europa la solución perfecta”. Así empezó la costumbre de otorgar a asesores europeos el mando del ejército persa,[3] tendencia que con los Qajar (1798-1920) continuaría, convirtiéndose el apoyo de las potencias extranjeras en uno de los pilares de la dinastía.

            La forma en la que solían proceder las potencias europeas era intentar asegurar una serie de «concesiones» económicas. Esto es, que el monopolio de la venta de algún producto la tuvieran los agentes comerciales de dicha potencia, o que extuvieran exentos del pago de aduanas y aranceles. Esto solía ser acompañado por el status de extraterritorialidad, es decir, que los naturales de las potencias extranjeras, en el caso de que cometieran algún delito, no fueran juzgados por los tribunales del país donde ocurriese el delito, sino por los de su país de origen. En la práctica esto se tradujo en bastantes abusos y crímenes que quedaron impunes, generando bastante odio entre los locales. La contrapartida a estas concesiones eran pagos únicos o periódicos de importantes sumas de plata u oro. Si algo caracterizaba a los imperios de la pólvora (sobre todo el Otomano y el Safávida) era la escasez de metálico, problema que se agravó con la entrada al mercado europeo de toneladas de metales preciosos procedentes de  América. La construcción de infraestructuras y la modernización de los ejércitos precisaba de mucho capital, y este capital se obtuvo a costa de malvender los recursos locales a las potencias europeas. Esta práctica no es exclusiva de Oriente Medio, de hecho se dio en Latinoamérica durante todo el siglo XIX y también en España (minas de Río Tinto y demás).

            Sin embargo, por “colonización” se suele entender la mera conquista militar. La colonización política de los países musulmanes puede dividirse en tres etapas. En la anterior a 1830 sería dominado el antaño poderoso Imperio mogol y las demás regiones del subcontinente indio; desde 1830 hasta el inicio de la Primera Guerra Mundial los países árabes del norte de África fueron sometidos; tras la Gran Guerra, las antiguas zonas dependientes de los otomanos (el Levante y Mesopotamia) pasaron a ser tuteladas por Francia y Gran Bretaña. En esta clasificación no entran las campañas del Imperio ruso contra los Otomanos, que eran bastante periódicas. Véase por ejemplo la lista de guerras ruso-turcas. A continuación se resumen la colonización de la India y los países árabes, dejando la expansión rusa para otro momento.

Indostán (1757-1947)

            La colonización de la India comenzó con el establecimiento de la Compañía Británica de las Indias Orientales en 1757 y su progresiva toma de control del subcontinente, llegando a reclutar ejércitos (los denominados cipayos) y a controlar la fiscalidad, manejando como títere al sultán mogol y a otros gobernantes menores hasta el motín de 1857.[4]  Posteriormente, los británicos trataron de conquistar el Hindu-Kush (Afganistán) en tres ocasiones con el objetivo de ejercer una mayor influencia sobre Persia, pero fueron rechazados. (Véanse Historia de Afganistán y II ). La dificultad de invadir y mantener el control de Afganistán ha sido experimentada después por los Soviéticos y Americanos.

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Expansión de la colonización británica del Indostán y área del motín de 1857. Fuente: kenyonimperialismproject2009

            Tras el citado motín, en el que hindúes y musulmanes se unieron contra el dominio británico,[5] la administración de la compañía fue sustituida por una directamente dependiente del Estado británico. Las élites musulmanas, encabezadas por Sayyid Ahmad Khan, trataron de reconciliarse con las autoridades coloniales y distanciarse de los hindúes,[6] estrategia que les funcionó hasta la Primera Guerra Mundial. La Gran Guerra causó una fractura en las relaciones entre los musulmanes indios y el Imperio británico, pues se había declarado la guerra al califa nominal del islam (el sultán otomano) y además se estaba enviando a cipayos musulmanes a luchar contra otros musulmanes. En la década de 1919 emergió el Khilafat movement, un amplio movimiento de masas de carácter pan-Islámico y anticolonial que se alió con el  Congreso Nacional Indio encabezado por Ghandi y que puso en jaque a la administración colonial británica durante varios años, perjudicando gravemente la economía imperial con un boicot a los textiles ingleses.[7]

            Sin embargo,  las tensiones entre las comunidades musulmana e hindú, alimentadas por años de estrategias británicas de divide et impera (como por ejemplo la discriminación del idioma urdu en favor del hindi en las oposiciones a la administración pública), resurgirían con fuerza en las siguientes décadas, hasta la retirada de los ingleses en 1947 y la creación de una “patria” para los musulmanes indios (aunque más de la mitad de esos musulmanes quedasen fuera de esta nueva patria). El Plan de Mountbatten (el funcionario británico encargado de la partición) dividía la India en dos estados, uno para los musulmanes y otro para los hindúes y sijs. El nombre de Pakistán significa «tierra de los puros», pero hay quien dice que proviene de las iniciales de los territorios integrados (Punjab, Afganistán, Kachemira, Indo -el río- y Baluchistán)

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Plan de Mountbatten, 1947. Por desgracia no puedo citar la fuente, ya que la desconozco.

             Tanto en la historiografía europea tradicional como en la pakistaní se presenta la partición del Hindustán entre Pakistán y la India como un suceso inevitable,[8] pasando generalmente por alto la enorme tragedia humana que supuso, con 10 millones de desplazados y más de un millón de muertos. No obstante, una nueva corriente revisionista trata de demostrar que la creación de Pakistán no se trata a una necesidad histórica debida a la existencia de dos comunidades irreconciliables, sino que estas solo existían de forma definida en las mentes de los líderes,[9] siendo la partición causada por la prisa de los ingleses y la intransigencia de los representantes del Congreso Nacional Indio y la Liga Musulmana (dos partidos políticos) en las negociaciones para acordar la organización y constitución del nuevo estado indio (de hecho, las regiones que conformarían Pakistán son aproximadamente las mismas en las que la Liga Musulmana había obtenido mayoría).  A pesar de todo, Pakistán nació con una constitución secular; la islamización del país no se produciría hasta más adelante.

Países Árabes (1830-1948)

             En el siglo XVIII, con la excepción de la península arábiga, la mayoría de los territorios árabes se encontraban bajo el control otomano, al menos de forma nominal, aunque lo cierto es que tanto en la península arábiga como en Egipto el poder de los sultanes otomanos era muy limitado. El primer intento de conquista por parte de las potencias europeas fue organizado por Napoleón en 1798, con su expedición contra Egipto, narrada en primera persona desde el lado musulmán por el historiador al-Jabarti. El proyecto francés continuó después en los países del Magreb tras la conquista francesa de Argelia en 1830 y el establecimiento de un protectorado sobre Túnez en 1881. El protectorado, junto con la apertura forzada a los mercados internacionales, sería la forma habitual de incorporar los países árabes al dominio colonial. La Conferencia de Berlín de 1884 consagró el “derecho” europeo a la colonización de África, trazándose muchas de las fronteras artificiales que hoy dividen el continente.

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Reparto de África entre las potencias europeas. Fuente: Karl Addis’ site

               Dos años antes, en 1882,  Egipto, un país que se había adherido de forma decidida al comercio con Europa y al desarrollo económico inspirado en patrones occidentales, era invadido por Gran Bretaña como reacción a una revuelta dirigida por las élites tradicionales del país, que había expulsado a la troika franco-británica que gestionaba las finanzas egipcias desde la bancarrota declarada en 1875.[10] A pesar de que aparentemente los pagos de la deuda no se habían detenido con el nuevo régimen (según informaban los diplomáticos alemanes), el gobierno de Gladstone, animado por la prensa sensacionalista y temeroso de perder el control de Suez, invadió Egipto y estableció un protectorado. El último soldado británico se retiraría en 1954.[11]

             La consolidación definitiva del dominio colonial sobre los países árabes llegó tras la derrota de los otomanos en la Primera Guerra Mundial y el establecimiento de los mandatos de la Sociedad de Naciones, que repartían las colonias de los derrotados entre las potencias vencedoras. Así, se establecieron los “mandatos de tipo A” sobre el mapa modificado de la administración otomana, creándose las modernas fronteras de Iraq, Palestina y Jordania, otorgadas a los británicos, y Siria y Líbano, obtenidas por los franceses. Estos “mandatos” reflejan fielmente el imaginario occidental, la misión civilizadora que las potencias europeas se arrogaban sobre otras culturas y civilizaciones.[12]  Así, los mandatos de tipo A eran teóricamente una tutela durante varias décadas hasta que “el país pudiera valerse por sí mismo”, aunque en la práctica supuso la división de los países del norte del Mashreq en torno a criterios estratégicos en el juego de potencias y la instauración de regímenes títere, que impidió para muchos autores occidentales y árabes el surgimiento de un Estado árabe fuerte una vez libres del control turco.[13] Los movimientos anti coloniales se sucedieron durante el siglo XX, desde la fallida “revolución” egipcia de 1919 a la rebelión de Palestina de 1936, en la que el nacionalismo árabe y la solidaridad pan-islámica comenzaron a tomar fuerza.

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Mandatos de la Sociedad de Naciones, 1919. Fuente: Wikimedia

             Para explicar el actual caos en Siria y el Levante Mediterráneo se suelen citar otros tres tratados o pactos. El primero es el «Acuerdo Sykes-Picot» entre Francia y Gran Bretaña, en el que se repartían las antiguas tierras otomanas en dos esferas de influencia: el norte para Francia y el sur para los británicos. El segundo es la «Declaración Balfour«, en la que los británicos prometían al movimiento sionista la «creación de un hogar nacional judío en Palestina», significase eso lo que significase. (Hogar nacional no significa Estado). El tercero fue la correspondencia entre Hussein, jerife hachemita de la Meca, y Mac-Mahon, un emisario británico. Se le prometió a Hussein el reconocimiento de un reino árabe independiente a cambio del apoyo contra los otomanos en la Primera Guerra Mundial. El más famoso agente colonial fue Lawrence de Arabia, que sirvió de enlace entre Hussein y los británicos. (Más información sobre la familia hachemita en Arabia Saudí II y III)

             Los británicos, en efecto, tenían tres acuerdos contradictorios. La solución final no satisfizo a árabes y sionistas, pero sí a franceses e ingleses, que aumentaban sus imperios con «mandatos» que debían supervisar. A los descendientes de Hussein los británicos les otorgaron los reinos de Jordania e Irak, tras la desastrosa experiencia de Faisal en el Reino de Siria, ocupado por los franceses. Irak y Jordania obtuvieron su independencia en los años previos a la Segunda Guerra Mundial, tras asegurarse los británicos que los gobiernos que establecieron allí les fueran favorables. Los franceses fueron más reticentes a conceder la independencia a Siria y Líbano (cuyas fronteras fueron dibujadas y reconfiguradas en numerosas ocasiones), y hasta el fin de la guerra no reconocieron a dichos estados. En general, franceses y británicos utilizaron la vieja estrategia del «divide and rule» (dividir y gobernar), en la que privilegiaban a unas minorías étnicas, religiosas o lingüísticas sobre otras con el objetivo de conseguir una administración colonial nativa afecta, y de crear descontento comunal para presentar el dominio colonial como única alternativa al caos y la violencia sectaria.

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Revuelta Palestina de 1936. Fuente: Palnarrative

             En Palestina no se creo un «hogar nacional judío», pero las potencias europeas favorecieron la inmigración y el asentamiento de judíos. El antisemitismo creciente en Europa animó a muchos a buscar tranquilidad en la «tierra prometida», y el movimiento sionista colaboró con distintos gobiernos europeos (incluído el alemán) para aumentar el flujo migratorio. Los migrantes llegaban con capital, y lo que solían hacer era comprar tierras a terratenientes absentistas árabes (habitualmente jeques de Arabia). Estas tierras solían estar ocupadas por campesinos palestinos, pero los colonos judíos querían cultivar las tierras ellos mismos, de modo que se produjo un contínuo éxodo rural de palestinos hacia las ciudades. Por si fuera poco, los británicos privilegiaron a los judíos para trabajar en la administración del mandato. El descontento cristalizó en la revuelta de 1936, que merece un artículo aparte.

             Finalmente, en 1948 los británicos decidieron salir del Levante mediterráneo deprisa y corriendo. Al igual que en la India, tomaron decisiones precipitadas que crearían numerosos problemas, pero se lavaron las manos. Sin embargo, todo lo que sigue (creación del Estado de Israel, conflicto árabe-israelí, consagración del nacionalismo pan-árabe y del pan-islamismo, triunfo del partido Baath, victoria de Nasser contra británicos y franceses por el dominio de Suez, caída de la monarquía de Egipto…) no entra dentro del periodo colonial, de forma que no lo analizaremos en este artículo.

             Este artículo, como he dicho en la introducción, es meramente orientativo y divulgativo, e incurre en generalizaciones y simplificaciones, necesarias para mantener la fluidez del texto. Algunos de los temas tratados aquí se desarrollaran en detalle más adelante. La «colonización económica» de Irán y las turbulentas relaciones del país con Occidente, por ejemplo, está detalladas en otra sección de este blog. Las citas y referencias de este artículo provienen de mi TFG,las partes del texto sin referencias son de nueva creación. Aún así, puedo proporcionar bibliografía al que esté interesado en saber más o ponga en duda la veracidad de lo escrito. Cualquier duda, queja o sugerencia, en los comentarios.


Referencias bibliográficas

[1]     Alex Padamsee, Representations of Indian Muslims in British Colonial Discourse, Nueva York, Palgrave Macmillan, 2005.

[2]     Tamim Ansary, Un destino desbaratado, p. 255.

[3]     Ibídem, p.  257.

[4]     Pati, Biswamoy, “Historians and Historiography: Situating 1857” en Economic and Political Weekly, Vol. 42, No. 19 (12 de mayo de 2007), pp. 1686-1691

[5]     Peter Robb, “On the Rebellion of 1857: A Brief History of an Idea”. en Economic and Political Weekly, Vol. 42, No. 19 (12 de mayo de 2007), pp. 1696-1702.

[6]     Shan  Mohammad, Writings and speeches of Sir Syed Ahmad Khan , Bombay, Nachiketa Publications, 2006.

[7]     K. H. Ansari, “Pan-Islam and the Making of the Early Indian Muslim Socialists” en  Modern Asian Studies, Vol. 20, No. 3 (1986), pp. 509-537.

[8]     Carlos H. Hernández, “La evolución de Asia y África desde 1945 hasta el final del siglo XX” en Javier Paredes (dir.), Historia universal contemporánea, Barcelona, Ariel, 2010. p. 1062.

[9]     Mushirul Hasan, “The Partition of India in Retrospect”en India’s Partition: Process, Strategy and Mobilization, Nueva Delhi, Oxford University Press, 2001, pp. 1-23.

[10]     R. C. Mowat,  “From Liberalism to Imperialism: The Case of Egypt 1875-1887” en  The Historical Journal, Vol. 16, No. 1 (Mar., 1973), Cambridge University Press, pp. 109-124.

[11]     John S. Galbraith y Afaf Lutfi al-Sayyid-Marsot, “The British Occupation of Egypt: Another View” en International Journal of Middle East Studies, Vol. 9, No. 4 (Nov., 1978), pp. 471-488.

[12]     W.M, Roger Louis, “The Era of the Mandates System and the None-European World”, en Hedley Bull yAdam Watson (eds.),  The Expansion of International Society, Oxford, Clarendon Press,  1985, pp. 201-210.

[13]     Un buen estudio del debate académico entre los autores árabes sobre la construcción del Estado-nación es: Youseef Choueiri, Modern Arab Historiography: Historical discourse and the nation-state, Londres, Routledge, 2003.

¿Qué es un ayatolá?

Aunque ya estaréis al tanto, debo mencionar que este es un blog divulgativo, cuyo objetivo es ser ameno y fácil de leer. Es decir, que lo que váis a leer es un resumen simplificado de un tema bastante complejo, y por tanto puede haber omisiones e incorrecciones. Ni se os ocurra copiarlo y pegarlo para un trabajo de instituto/universidad o un artículo de prensa, porque haríais un sonoro ridículo. En este artículo hay muchas palabras raras, así que tal vez sea conveniente tener a mano el Glosario de términos islámicos.


Introducción

En las anteriores entregas hemos estado hablando de Irán y sus ayatolás. Irán es uno de los principales países de mayoría chií, pero no el único. Es muy importante tener en cuenta que, aunque la mayoría de los iraníes sean chiíes (un 95% de la población total del país, unos 70 millones), la mayoría de los chiíes no son iraníes. Repito, hablar de chiísmo no es hablar de Irán, y viceversa. Alrededor de un 10% de los musulmanes son chiíes. De todos ellos, solo un tercio son iraníes.

Además de una diáspora extensa, existen importantes comunidades de chiíes en Líbano, Yemen, Arabia Saudí, Bahrain, el sur de Iraq (en torno a los santuarios de Nayaf y Kerbala), Azerbaiyán, Pakistán y la India. La India es el segundo país del mundo tras Irán en número de chiíes. Allí hay unos 45 millones de chiíes, el 30% de la población musulmana total de la India. El principal núcleo chií de la India es la ciudad de Lucknow, donde hubo un sultanato chií independiente hasta el célebre motín de 1857.

Fundamentos del chiísmo

El chiísmo duodecimano, la rama más extendida, cree que Alí, primo y yerno de Mahoma, y sus descendientes, son los sucesores legítimos del profeta al mando de la comunidad islámica. Aparte de Alí, hay 11 herederos de Mahoma reconocidos, siendo los más famosos Hussein (hijo de Alí que fue martirizado en la ciudad iraquí de Kerbala cuando luchaba contra Muawiya, el primer Omeya) y Yafar.

A estos descendientes de Mahoma se les denomina Imanes o Imames, y se les atribuyen virtudes casi divinas, fundamentalmente la infalibilidad. Además, de casi todos ellos se recopilaron una serie de dichos y opiniones (ahadith) que forman la Sunna chií, es decir, el segundo cuerpo doctrinal tras el Corán. Los sunníes, por el contrario, solo consideran los dichos del profeta Mahoma en su Sunna. Según la creencia chií, todos los imames fueron asesinados salvo el número 12, Muhammad ibn Hasán, el Mahdi, que entró en «Ocultación» alrededor del año 874.

Que entrase en ocultación no significa que el Imam muriese, sino que se retiró del mundo terrenal. Un día, cuando las condiciones sean propicias, volverá, acompañado por Jesucristo (uno de los profetas del Islam, como Moisés o Salomón), a instaurar la justicia, la paz y el Islam universales. Es decir, que la creencia en el Imamato tiene repercusiones escatológicas similares a la creencia cristiana en el Juicio Final, la resurrección de las almas, etc.

Desde un punto de vista político y religioso, dado que la línea de sucesión de Mahoma termina en el duodécimo Imam y este no está muerto sino oculto, no hay un líder establecido de la comunidad de creyentes. Sin embargo, durante la ausencia del Imam los seres humanos siguen precisando de guía temporal y espiritual. De esta forma, los estudiosos de la doctrina islámica se convierten en los representantes del Imam en la Tierra.

Sistani.jpgEl Gran Ayatolá Sistani, uno de los principales marya en la actualidad. Fuente: Wikimedia

Dado que los chiíes han sido por lo general perseguidos, condenados y asesinados a lo largo de la historia y pocas veces han ostentado poder político (salvo en los califatos fatimíes de Egipto y Túnez y en Irán tras 1501), no hay una institución religiosa única que los integre y organice a todos. Por el contrario, el chiísmo duodecimano funciona de forma un tanto informal, al menos si lo comparamos con la Iglesia Católica.

Jerarquía religiosa chií

Según la doctrina Usuli, que fue la que se consolidó en Irán alrededor del siglo XIX, la comunidad religiosa se divide en dos: los clérigos (ulema o muytahid), que pueden interpretar la ley islámica; y los emuladores, que deben seguir los consejos de un sabio islámico de su elección. Solo se pueden seguir las opiniones de un erudito vivo, en cuanto muere sus fatuas (opiniones legales) dejan de tener vigencia. Aún así, este erudito puede tener seguidores que transmiten y adopten su legado doctrinal a los nuevos tiempos. Además, no todos los clérigos son iguales, hay rangos.

  Los principales rangos (aunque hay una infinidad) son hoyatoleslam, ayatolá y marya. Dos elementos determinan el rango de un estudioso del Islam: por un lado, la formación académica y la cantidad y variedad de obras que haya publicado. Por otro, el número de seguidores que tenga, es decir, de fieles que acudan a él para recibir consejo.

Grosso modo, y para que lo entendáis de forma simple, un hoyatoleslam sería el equivalente a un estudiante que ha completado una Licenciatura o un Grado universitario; en este caso alguien que haya estudiado unos cuantos años en un seminario con un maestro destacado y haya dominado la gramática del árabe, la exégesis del Corán y la Sunna, la lógica, la filosofía, la jurisprudencia, y demás disciplinas relevantes.

El siguiente rango en importancia seria ayatolá. Un ayatolá es algo así como un Doctor universitario, es decir, un hoyatoleslam que ha publicado una extensa y voluminosa tesis en un tema de su elección, demostrando su dominio de las ciencias islámicas, y que por tanto se ha ganado el privilegio de interpretar la ley, emitir juicios religiosos de forma legítima y dar clase en seminarios islámicos.

El último y más elevado grado es el de marya-e taqlid, fuente de emulación. Los marayi (pl. de marya) son los clérigos más influyentes y poderosos. Para ser un marya uno ha de ser un ayatolá de prestigio y debe haber publicado al menos una obra sobre cada una de las grandes materias islámicas, desde mística hasta reparto de herencias y divorcios. Aunque el número de marayi se haya disparado en las últimas décadas (hoy día hay más de 40), tradicionalmente había nada más que uno, como mucho dos o tres. En la época de la Revolución Islámica había unos cuatro marya en Irán.

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El Gran Ayatolá Montazeri, uno de los marayi más importantes de los años 80, y primo perdido de Fernando Arrabal. Fuente, The Guardian.

El marya más famoso y poderoso hoy día es Ali Al-Sistani, originario de Irán residente en Irak. Sistani no es partidario de la doctrina del velayat e-faqih (que ya expliqué aquí, ver sección «El gobierno del jurista»), y sus relaciones con la República Islámica no son precisamente buenas. Tiene una página web muy interesante donde podéis consultar en qué consiste su trabajo, principalmente responder dudas de confusos creyentes que se plantean si comprar un coche a plazos está permitido por la ley islámica, o si comer helado con una pequeña cantidad de etanol es pecaminoso. La web está disponible en árabe, persa, urdu, azerí, turco, francés e inglés, toda una muestra de la popularidad de Sistani.

Es necesario puntualizar, como bien nos ha señalado Manuel Llinás en Facebook, que estas categorías son un fenómeno reciente, desarrollado sobre todo a partir de la Revolución. Hace 50 años, el término ayatolá solía emplearse para referirse a un marya o aspirante a marya; hoy día se utiliza para calificar a un muytahid (clérigo capaz de interpretar la ley) establecido, mientras que hoyatoleslam ha pasado a designar a los estudiantes aspirantes a muytahid.

  Mucho se habla en la poco informada prensa española (e internacional) de un supuesto conflicto entre suníes y chiíes. En otro momento he dedicado un artículo a desmontar tal teoría (en mi opinión no es un «conflicto» doctrinal, confesional o sectario, sino estrictamente geopolítico).

Ahora me limitaré a señalar que en los últimos quinientos años de historia islámica no ha habido grandes guerras interconfesionales al estilo de las que sacudieron Europa en tiempos de Lutero. Aunque tengan creencias distintas, los chiíes no tienen la tradición de matar sunníes, y viceversa.

Sí es cierto que en época medieval los chiíes desarrollaron una doctrina muy interesante denominada disimulación, consistente en hacerse pasar por sunníes allá donde gobernasen líderes intolerantes con los chiíes. Por encima del martirio, los chiíes perseguidos buscaban la supervivencia. No obstante, ese tema lo dejamos para otro día. No dudéis en comentar si tenéis dudas u objecciones.


Para saber más. Bibliografía de interés general:

  • Varios autores, Encyclopaedia Iranica (en inglés, libre acceso): http://www.iranicaonline.org/
  • Moojan Momen, An Introduction to Shi’i Islam, Yale University Press, 1985. (Dispongo de versión en pdf si estáis interesados)

Relaciones Irán-Occidente (1953-1979)

Continuamos con el especial sobre Irán. En esta entrega podrás leer un resumen del gobierno del último Shah, con especial énfasis en el surgimiento de un fuerte sentimiento anti-occidental entre los estudiantes, intelectuales y opositores al régimen.

Especial «Acuerdo nuclear»
I – Relaciones Irán-Occidente, 1800-1953
II – Relaciones Irán-Occidente, 1953-1979
III – La Revolución Islámica, 1979-1989
IV – Irán después de Jomeini, 1989-1997
V – Los gobiernos de Jatami, 1997-2005
Bonus: Las relaciones no tan secretas entre EEUU y Jomeini


Relaciones Irán-Occidente, 1953-1979

El shah consolida su poder

En la última entrega nos quedamos en el golpe de Estado de 1953. Este golpe no sólo ligó la monarquía de los Pahlaví al apoyo Occidental, sino que además sirvió para que EEUU sustituyese en el imaginario colectivo persa a Gran Bretaña como la gran potencia malvada que amenazaba la independencia de Irán.

En efecto, la disgregación progresiva del imperio británico (que, entre otras cosas, abandonó la India en 1947, tema del que ya hablaremos otro día) y los problemas económicos del gobierno de Londres hicieron que la diplomacia americana tomase el relevo de la británica. El shah Muhammad Reza Pahlavi se convirtió así en el principal socio americano en Oriente Medio, una pieza fundamental en el tablero de la Guerra Fría.

Si en política exterior el Shah se consideraba parte del “mundo libre y democrático”, dentro de sus fronteras reprimió y encarceló todo atisbo de oposición. Los dos partidos títere que se alternaban en el parlamento (llamados por los iraníes el “Partido del Sí” y “Partido sí señor”) fueron complementados con uno de los servicios secretos más implacables y poderosos del tercer cuarto del siglo XX, el célebre SAVAK, hoy rebautizado como SAVAMA.

Anulada la oposición, el shah se centró en continuar el legado de su padre y fortalecer el poder del Estado. Así, se persiguió a las tribus, se impuso el uso del persa como lengua oficial (gran parte de la sociedad iraní, especialmente en las zonas montañosas y rurales, todavía hablaba dialectos túrquicos), se impulsaron las importaciones de bienes occidentales y se intentó crear una clase media “moderna” (asalariada y dependiente del Estado) que sirviese de base social al régimen. Más o menos lo que se cuenta en la segunda de la Breve Historia de Oriente Medio 3.

En 1963, diez años después del golpe, el shah anunció a bombo y platillo un programa de reformas denominado grandilocuentemente “Revolución Blanca”. El nombre se debe a que el shah pensaba que era la forma más eficiente de prevenir una revolución roja, aunque en opinión de bastantes historiadores no sirvió sino para sembrar las semillas de la revolución islámica.

Las medidas modernizadoras consistían, entre otras cosas, en una reforma agraria y un control más estricto de las instituciones religiosas por parte del Estado. La reforma agraria no fue muy exitosa, acabó con uno de los principales apoyos del régimen, la aristocracia terrateniente, y además favoreció un flujo progresivo de emigrantes rurales que se apiñaron en barrios de chabolas en las principales ciudades.

Las medidas contra el clero provocaron una oleada de protestas que tuvo como epicentro Qom, la principal ciudad religiosa de Irán. En ellas destacó un sexagenario ayatollah (¿Qué es eso?) llamado Ruhollah Jomeini. Si bien Jomeini no era por aquel entonces una de las principales figuras religiosas del país, su actitud combativa y rebelde, en contraste con el quietismo conformista de los líderes chiíes, le hizo ganar numerosos adeptos. Por supuesto, las manifestaciones fueron reprimidas a sangre y fuego, y Jomeini tuvo que exiliarse en Irak, donde permanecería hasta 1978.

Anti-occidentalismo y oposición intelectual

Al mismo tiempo, surgía entre los intelectuales y la clase media un fuerte sentimiento de rechazo hacia todo lo occidental. Su primer exponente fue Yalal Al-e Ahmad, un profesor, periodista y escritor de Teherán. He leído un buen número traducciones de sus obras, y puedo deciros es un escritor fascinante, al igual que sobre su esposa, Simin Daneshvar, que ya mencioné ayer.

En todo caso, en 1962 Al-e Ahmad publicó de forma clandestina un ensayo titulado Gharbzadegi, que puede traducirse como Occidentalitis o Intoxicación Occidental. En esta obra, deliberadamente polémica y emotiva, Al-e Ahmad afirmaba que los intelectuales iraníes se habían alejado de su pueblo y sus raíces, adquiriendo además un sentimiento de inferioridad respecto a Occidente, a la vez que la economía se resentía e Irán se convertía en un mero exportador de materia prima a cambio de productos manufacturados innecesarios (una tesis muy parecida a la Teoría de la Dependencia de Cardoso y Faletto para America Latina, aunque expresada de una forma muchísimo más visceral y literaria).

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Yalal Al-e Ahmad junto a su esposa, la también escritora Simin Daneshvar. Fuente, Not Even Past.

La respuesta, indicaba Al-e Ahmad, debía consistir en recuperar la confianza perdida, volver a las raíces (el islam) y rechazar la dependencia de la tecnología occidental alienante e innecesaria. El panfleto fue todo un éxito, y pese a la censura se convirtió en una de las obras más influyentes entre los intelectuales y estudiantes de aquellos años. Su popularidad hizo que incluso Jomeini alabara la obra y adoptara su retórica anti-occidental.

Al-e Ahmad murió en el 69 en extrañas circunstancias. Muchos iraníes pensaron que se trataba de un asesinato político, aunque su mujer desmintió las acusaciones y afirmó que había sido un ataque al corazón. No obstante, otros recogieron su testigo. Occidentalitis presentaba un diagnóstico, pero no ofrecía soluciones. Éstas fueron brindadas por otros autores y movimientos.

Más allá de la miríada de organizaciones marxistas (estalinistas, maoístas, partidarios de la no-violencia, grupos armados…), que tan solo tenían éxito entre los universitarios y ciertos elementos de la clase media “moderna” (que nunca fue muy numerosa), el teórico político más célebre del momento fue un joven sociólogo llamado Alí Shariatí.

Shariatí es una figura fascinante y muy controvertida, y es injusto despacharle en un par de líneas (ya escribiré algo más adelante). No obstante, para la fluidez del texto me limitaré a indicar que Shariatí hizo del anti-imperialismo una de los principales temas de la juventud. En su visión, oponerse a Occidente era igual que oponerse a la dictadura, y reivindicar el Islam y sus símbolos era una forma de reafirmar la identidad nacional iraní, desprenderse de la alienación provocada por el capitalismo y caminar hacia una sociedad sin clases, verdaderamente democrática y por tanto, islámica.

Por supuesto esta lectura pseudo-marxista de los textos islámicos enfureció al clero, más aún teniendo en cuenta que Shariatí los acusaba abiertamente de embaucar y adormecer a las masas con rituales y regulaciones absurdas, de desviarse del sentido revolucionario original del Islam, y de monopolizar la religión. También enfadó a los comunistas, a los que Shariati calificaba de materialistas y ajenos a la voluntad del pueblo.

Por fortuna para todos ellos, Shariati murió en Inglaterra en 1977, después de haber sido sometido a torturas por el SAVAK y escapar por los pelos del país. Es decir, que el movimiento islámico anti-clerical (sobre el que escribí mi tesina) perdió a su voz más popular un par de años antes de la revolución. “Bad timing”, como dicen los ingleses. El principal defensor de la acción revolucionaria no llego a verla materializada.

shariati-jomeiniPancartas con los rostros de Jomeini y Shariatí durante la Revolución. Fuente, The Iranian.

El shah prepara el camino para la revolución

Mientras tanto, Muhammad Reza Pahlaví seguía confiado en su trono, sintiéndose más fuerte que nunca aunque en realidad se estaba quedando más solo que ningún otro gobernante iraní en la historia. En 1975, siguiendo las recomendaciones de un académico de Harvard llamado Samuel Huntington (el del «Choque de Civilizaciones), el shah decidió liquidar el ficticio sistema parlamentario e instaurar un partido único llamado Rastajiz (Resurgimiento).

Al mismo tiempo, inició una campaña contra la especulación, instaurando precios fijos y poniendo en su contra a los propietarios y tenderos del bazar. Las rentas del petróleo, bastante lucrativas tras 1971 (Irán fue de los pocos países que no firmó el embargo contra los países occidentales), fueron invertidas casi exclusivamente en tanques, aviones y armamento pesado. En palabras de un observador estadounidense, “el shah devoraba los catálogos armamentísticos como si fueran revistas porno”.

 Quizá hubiera sido mejor para la estabilidad de su régimen invertir en programas sociales para aliviar la pobreza y el descontento en los barrios chabolistas del sur de Tehrán, o al menos en material antidisturbios de última generación (es mejor dispersar manifestaciones a porrazos y a manguerazos que a tiros). Pero por el contrario se dedicó a llevar a cabo una ambiciosa política exterior.

Entre otras cosas, el shah armó a los kurdos con la colaboración de Israel para que desgastasen a Sadam Hussein, hasta que le arrancó un pacto favorable a los intereses iraníes (los pobres kurdos suelen ser un mero peón en batallas geopolíticas de mayor calibre). El shah quería dejar de ser visto como una marioneta americana, y de hecho se volvió arrogante e insolente.

Si entendéis inglés, por favor disfrutad del siguiente video, donde Muhammad Reza Pahlaví recomienda a los británicos “trabajar más duro para salir de la crisis”, explica que debe invertir el dinero del petróleo en armas en lugar de educación y sanidad “para no crear inflación”, y afirma que “el rey y su pueblo están tan unidos como un padre y su hijo”.

En retrospectiva es fácil reírse, pero me parece que el shah se creía sus propias palabras. Tal vez sus asesores no le informasen con fidelidad, tal vez hiciese oídos sordos a las señales de alarma. En todo caso, la diplomacia americana también se tragó el cuento, y en 1978 el presidente Carter afirmó con toda solemnidad que Irán era un paraíso de estabilidad en el turbulento Oriente Medio.

Según un profesor mío que andaba por Irán en los años 70, los americanos fueron incapaces de prever la que se avecinaba porque, entre otras cosas, apenas tenían personal que hablase persa en la embajada, y se limitaban a aceptar los análisis que les ofrecían sus informantes sin contrastarla sobre el terreno. Durante la revolución la cosa no fue muy diferente, y ninguno de los medios estadounidenses se molestó en mandar a ningún especialista de habla persa.

Entre 1977 y 1979, millones de personas colapsaron las calles de las principales ciudades de Irán, en lo que se ha denominado “revolución iraní” o “revolución islámica”. Si bien el carácter islámico del movimiento es discutible (aunque a mí me convence la posición de autores como Mohsen Milani que mantienen que fue, en efecto, islámica), lo que es innegable es su aspecto anti-occidental.

Los principales grupos implicados, tanto los islamistas clericales, como los “modernistas islámicos”, al igual que los diversos comunistas, marxistas y demás, hicieron de la oposición al imperialismo americano su bandera. La dictadura del Shah y Estados Unidos, se creía, era la misma cosa. En el nuevo país que se iba a construir no quedaba lugar, pensaban, para los que durante más de veinticinco años habían sostenido un régimen represor de las libertades que les había malvendido los recursos nacionales. Una vez Irán recuperara su independencia, se decían, se redistribuiría la riqueza y todos podrían disfrutar de los beneficios del petróleo.

 La revolución de 1979 es uno de mis temas predilectos, al que he dedicado meses de lectura e investigación, y sobre el que escribí una tesina de más de 70 páginas. Al igual que con Shariatí, me parece injusto despacharla en pocas líneas, así que le he dedicado todo un artículo. En todo caso, es preciso tener en mente este carácter anti-americano de la revolución, pues el régimen que se construiría sobre ella lo convertiría en una señal de identidad.

El secuestro de la embajada estadounidense a finales de 1979 por parte de un grupo de estudiantes jomeinistas (la famosa crisis de los rehenes) debe ser entendido en esa línea, pero también en clave de política interna. Y es que esta crisis diplomática sirvió para que Mehdi Bazargan, modernista islámico, liberal, pro-occidental y presidente del gobierno provisional, presentase su dimisión al frente del gobierno, facilitando el ascenso del clerical «Partido de la República Islámica». Se iniciaba así un nuevo capítulo en las relaciones Irán-EEUU, un capítulo que tal vez termine con el acuerdo nuclear y el levantamiento de las sanciones.

En la próxima entrega veremos en detalle la revolución del 79. Hasta la próxima.

Relaciones Irán-Occidente (1800-1953)

 Especial «Acuerdo nuclear»
I – Relaciones Irán-Occidente, 1800-1953
II – Relaciones Irán-Occidente, 1953-1979
III – La Revolución Islámica, 1979-1989
IV – Irán después de Jomeini, 1989-1997
V – Los gobiernos de Jatami, 1997-2005
Bonus: Las relaciones no tan secretas entre EEUU y Jomeini


En este primer artículo exclusivo para Desvelando Oriente me gustaría dar cierta perspectiva histórica a un tema de actualidad. En los últimos días la prensa internacional ha celebrado con cierto grado de entusiasmo el acuerdo nuclear entre Irán y Occidente, que se ha empezado a materializar en la forma de intercambio de prisioneros entre EEUU y la República Islámica y el levantamiento de sanciones. Los análisis en la prensa española han sido numerosos, aunque superficiales. Si las elecciones que se avecinan en Irán y EEUU no alteran radicalmente las dinámicas de poder en ambos países, el acuerdo nuclear puede suponer un cambio fundamental en las relaciones internacionales en Oriente Medio. Se cerrarían así casi cuatro décadas de enemistad y tensiones.

Dado que he dedicado el último año de mi vida a estudiar la historia del país persa, he decidido redactar un especial sobre el asunto. En él encontrarás, en primer lugar, una perspectiva histórica condensada de las relaciones entre Irán y Occidente, en particular EEUU (partes 1, 2 ) hasta 1979, año de la Revolución Islámica, que cuento en la parte 3. En ese artículo también encontrarás un breve esquema del funcionamiento interno de la República Islámica, y la guerra intre Irán e Irak . En la parte 4, cuento los primeros ocho años tras la muerte de Jomeini (1989-1997) . Y en la parte 5, la última de momento, resumo las dos legislaturas de Jatamí. Los 8 años de Ahmadineyad y el nuevo gobierno de Rohaní quedan para una futura entrega.

Relaciones Irán-Occidente 1800-1953

Introducción

¿Cuál es el origen de la enemistad entre Irán y EEUU? Los lectores de mi edad recordarán las soflamas del expresidente Ahmadineyad (electo en 2005 y 2009) y la inclusión del país persa en el llamado “Eje del Mal” por parte de George Bush hijo. Los mayores recordarán escenas de la revolución islámica de 1979, la guerra entre Irán e Irak y los discursos del ayatolá Jomeini contra el “Gran Satán” (EEUU). Sin embargo, para tener una perspectiva histórica más coherente de las relaciones de Irán con Occidente hemos de viajar hasta principios del siglo XIX.

A lo largo del siglo XIX y principios del XX gobernó Irán la dinastía de los Kayar o Qayar (Qajar en inglés). Se trataba de una dinastía de origen túrquico, algo que venía siendo habitual en la antigua Persia desde hacía siglos. A pesar de que los viajeros europeos describieran la monarquía irania como un gobierno absoluto en el que el Shah, o rey de reyes, ejercía el poder omnímodo (lo que los sociólogos e historiadores del siglo pasado mal llamaron “despotismo oriental”), lo cierto es que el sistema se basaba en un delicado equilibrio entre la familia gobernante y los distintos sectores de la sociedad iraní.

Estos sectores eran: la administración de habla persa; el ejército integrado por guerreros y terratenientes de origen túrquico; el estamento religioso, económicamente independiente (los iraníes, chiíes en su mayoría, no pagaban el impuesto religioso al Estado sino a los clérigos e instituciones religiosas de su elección); las tribus turcas nómadas de la periferia, y el campesinado. Los shahs ciertamente tenían a su alrededor cortes fastuosas, pero eso no implicaba que su poder alcanzase todos los rincones de su país. De hecho, la estructura del Estado era bastante limitada. Como en tantos otros países, el poder central concedía a particulares la capacidad de recaudar impuestos en determinadas zonas, lo que hacía que estos “intermediarios” locales tuviesen un poder inmenso.

Europa llega a Irán

 Durante la primera mitad del XIX el proyecto expansionista de los Kayar, que aspiraban a recuperar los territorios gobernados por los Safávidas (siglos XVI-XVII), fracasó estrepitosamente. Por el norte, el Imperio Ruso se hizo con el control la zona norte del Cáucaso (actuales Azerbaiyán, Armenia y Georgia), que tradicionalmente había estado bajo la esfera de influencia persa. Por el este, las campañas contra los afganos fueron un desastre rotundo.

Las derrotas militares y los pactos de capitulación con los rusos crearon en los antaño confiados iraníes cierto sentimiento de inferioridad. Los rusos, un pueblo considerado bárbaro y atrasado por los refinados persas, había sido capaz de infligirles derrotas decisivas. Al mismo tiempo, los británicos, habitantes de una isla diminuta e insignificante, habían conseguido sojuzgar el país vecino, la India.

¿Cómo era posible? ¿Cuál era el secreto de los europeos? La élite iraní comenzó a mirar a Occidente con curiosidad y a emprender viajes a Europa para intentar comprender de dónde sacaban los europeos su extraordinaria fuerza. Uno de los motivos, pensaron, estaba en la organización militar. De este modo, la monarquía Kayar comenzó a contratar a expertos estrategas europeos para que reorganizaran su ejército y modernizasen su material.

Esto tuvo dos consecuencias principales. En primer lugar, el apoyo de las potencias occidentales se convirtió en una pieza más de la política interior iraní. Varias revueltas e intentonas golpistas fueron eficazmente reprimidos gracias al armamento superior europeo. Al mismo tiempo, esto comprometió aún más las ya reducidas arcas del Estado.En segundo lugar, Irán se convirtió en parte del tablero en el que las potencias europeas (Francia, Gran Bretaña, Rusia y en menor medida, Alemania) se disputaban el control del mundo. Tras las guerras napoleónicas, Rusia y Gran Bretaña rivalizarían por el control indirecto de Irán en lo que se ha denominado “El Gran Juego”.

Alrededor de 1830 la monarquía iraní intentó integrarse en la “comunidad internacional” adoptando hasta cierto punto la estética y los símbolos de poder occidentales, como se puede apreciar la siguiente imagen, que representa a tres shahs consecutivos, Fath Ali, Muhammad y Nasir al-din.

3 shahs[Nótese la evolución de la estética de la vestimenta de los shahs y el estilo pictórico. Primer cuadro: Mirza Baba, Fath Ali Shah (1798), British Library. Segundo cuadro: Ahmed, Muhammad Shah (1844), vendido por Sotheby’s in 2010. Tercer y último: Fazl-ulla b. Mirza Muhammad, Nasir al-din Shah (1881), Hermitage Museum.]

Las dificultades económicas de los Kayar, incapaces de aumentar los ingresos del Estado a medida que aumentaban sus gastos, les llevaron a otorgar concesiones económicas a gobiernos o particulares occidentales.

Una de ellas, la del tabaco (1891), provocó una reacción religiosa y popular sin precedentes que se materializó en un boicot contra el consumo de tabaco hasta que no se cancelase el monopolio británico sobre la droga. Este movimiento estuvo inspirado por la singular figura de Jamaluddin Al-Afghani (del que hablo en este artículo), y puede considerarse la primera muestra popular de descontento ante la occidentalización de las élites iraníes.

La constitución de 1906

Una década y media más tarde, una rebelión cívico-religiosa forzó a los Kayar a convertirse en una monarquía constitucional. El movimiento constitucional,  que historiadores como Abrahamian califican de “revolución,” vino inspirado por el éxito de los japoneses ante los rusos en la guerra de 1905 que, se pensaba, se debía a la cohesión nacional que la Constitución Meiji (1868) había dado a Japón. El hecho de que ese mismo año se produjese una revolución pro-constitucional en Rusia confirmaría sus sospechas.

 De acuerdo con Ervand Abrahamian, uno de los principales historiadores iraníes, la “revolución constitucional” fue el resultado de una alianza entre clases medias, entre la mezquita y el bazar, que veían perjudicados sus intereses por la creciente penetración occidental. Paradójicamente, muchos de los “ilustrados” que protagonizaron el movimiento (como el jovencito Ahmad Kasraví, que décadas más tarde escribiría la historia de la revolución), estaban muy influidos por las ideas liberales y laicas europeas, lo que les llevaría a chocar con un importante sector del clero.

La constitución resultante proclamó el Islam chií como religión oficial. Solo chiíes podrían ocupar puestos de gobierno, y el ejecutivo tendría la capacidad de censurar y prohibir obras e ideas heréticas y anti-islámicas. Se instauró un Consejo Guardián integrado por clérigos de alto rango para asegurar que la legislación aprobada por el gobierno estuviese de acuerdo con la ley islámica. Sus miembros serían elegidos por la Asamblea Nacional, y en la práctica vendría a ser algo así como el Tribunal Constitucional español (que utiliza la Constitución Española en lugar de la Sharia). La constitución apenas se aplicó un par de años, pero la idea de un Consejo Guardían se retomaría en la constitución del 79.

En todo caso, el movimiento acabó desintegrándose. Por un lado, las tensiones internas fragmentaron a los partidarios de la monarquía democrática. Por otro, Rusia y Gran Bretaña aprovecharon la debilidad del gobierno iraní para repartirse el país en esferas de influencia (la “Convención Anglo-rusa de 1907”). En 1908, el shah inició una campaña de represión con la ayuda de cosacos rusos al servicio del gobierno y tropas leales. Disolvió el parlamento, arrestó a los líderes políticos y religiosos y estableció un duro control de la prensa.

El bando constitucional se reagrupó y multiplicó sus apoyos entre las minorías. La constitución fue cambiada para integrar a armenios, judíos y azerís, y se formaron milicias integradas por voluntarios. Tras dos años de enfrentamientos, los constitucionales se impusieron y a su vez se dividieron en dos facciones, “Moderados” y “Liberales”, que divergían en el papel que la religión debía tener en el nuevo Estado y fueron incapaces de llegar a acuerdos duraderos de gobierno.

El régimen constitucional fue incapaz de impedir la penetración europea. Entre 1909 y 1911 los rusos ocuparon el norte del país (con el pretexto de restaurar el orden) y los británicos tomaron el control de las rutas comerciales del sureste. La Primera Guerra Mundial incrementó la presencia de tropas rusas y británicas, a pesar de que el parlamento se había declarado neutral. El desconocido Willhelm Wassmus, una especie de Lawrence de Arabia alemán, intentó sublevar contra los ocupantes extranjeros a las tribus turcas como los Bajtiaris, a los kurdos y árabes de la zona del Golfo.

Reza Jan (1921-1941)

La derrota alemana y la revolución soviética animaron a los británicos a tratar de hacerse con el control de todo el país sobornando a los diputados para firmar la “Convención Anglo-Irania” de 1919. El acuerdo fue muy impopular, pues se percibía como la venta del país a los británicos y el fin de la independencia. El delicado equilibrio entre los sectores de la población del que hablaba al principio se acabó rompiendo y hacia 1920 el estado iraní se encontraba prácticamente inoperativo, con amplios territorios de la periferia independientes del poder central.

BP truckCamión de la BP a mediados de los 50. Fuente, Reddit.

 Hizo entonces su aparición Reza Jan (en inglés Reza Khan), un oficial de unos 40 años de edad. Provenía de una familia de tradición militar de la zona del Cáucaso y era el comandante de los cosacos en la ciudad de Qazvín. Los cosacos, por cierto, habían pasado a ser financiados y entrenados por los británicos tras la revolución soviética (lo cual no quiere decir que obedecieran ciegamente las órdenes de la diplomacia británica, aunque en la época había quien consideraba a Jan una marioneta al servicio de los intereses británicos).

Con tan solo 3.000 hombres y algunas ametralladoras, Reza Jan se hizo con el control de Teherán el 21 de febrero de 1921. Implantó la ley marcial, se ganó la confianza del resto del ejército, formó gobierno y se convirtió en la máxima autoridad en la sombra, a la vez que convencía a los británicos que no actuaría contra sus intereses y que mantendría al shah en el trono. Cuatro años más tarde depuso al shah y se coronó a sí mismo como rey de reyes, dando a su dinastía el nombre de Pahlaví o Palevi, que es como se conoce al sistema de escritura de la lengua persa durante el periodo pre-islámico.

Dado que este artículo trata sobre historia de las relaciones Irán-Occidente, no quiero explayarme con el reinado de Reza Pahlaví. En todo caso, el nuevo shah supo restaurar el equilibrio social mencionado anteriormente y ganarse la confianza de los distintos grupos sociales, incluidas las potencias europeas (firmó un acuerdo con los bolcheviques). Una vez consolidado su poder, trató de modernizar el país siguiendo el modelo de Atatürk y limitar la influencia de los que le podían hacer frente, especialmente el clero y las tribus.

Digna de mención es la ley de 1936 que prohibió a las mujeres llevar velo en público y obligó a los hombres a vestirse a la manera occidental, salvo que pudieran acreditar que eran estudiosos del islam. Como vemos, la imposición de un código de vestimenta no es algo exclusivo del Irán post-revolucionario. De hecho, es algo que estuvo muy de moda entre los gobiernos que decidieron modernizar-occidentalizar a la fuerza a sus súbditos, como el Japón Meiji o la Turquía de Atatürk.

El interregno nacionalista (1941-1953)

Reza Pahlavi gobernaría con puño de hierro hasta 1941, cuando Irán fue invadido simultáneamente por los británicos y los soviéticos. Al parecer, el shah había estado coqueteando con los alemanes, ofreciéndoles petróleo y otros recursos. Para prevenir la aparición de un nuevo frente, asegurar los suministros de los británicos a los soviéticos y controlar el preciado petróleo, los Aliados decidieron coordinar su intervención.

La excelente novela Savushun de la escritora Simin Daneshvar, disponible en castellano, está ambientada en la época. Tras la invasión Reza Jan huyó, y los Aliados instalaron en el trono a su hijo, Muhammad Reza Pahlaví. El gobierno de Reza Pahlaví no había sido especialmente popular, pero el nuevo y joven shah prometió respetar la Constitución de 1906, y la presencia de tropas extranjeras disuadió a los iraníes de intentar ningún tipo de rebelión anti-monárquica.

 Se inició así el periodo denominado como interregno nacionalista, en el que hubo elecciones más o menos democráticas (calificadas de caciquistas por contemporáneos e historiadores), libertad de prensa y cierto esplendor cultural. También hubo una movilización política sin precedentes y mucha tensión en las calles, incluyendo  sangrientos atentados de los fedayines, uno de los primeros grupos islamistas chiíes. En 1951, en medio de una crisis turbulenta, el parlamento nombró  presidente a un tal Mohammad Mosaddeq, líder de un movimiento nacional-populista que aglutinaba al bazar, las clases medias y parte de los trabajadores no afiliados al Partido Comunista.

Entre otras cosas, Mosaddeq se propuso nacionalizar la Anglo-Persian Oil Company (hoy en día llamada BP), que desde 1913 disfrutaba casi en exclusiva de la explotación de petróleo en Irán. Esto hizo saltar las alarmas en Gran Bretaña y EEUU, y en 1953 los servicios secretos de ambos países organizaron un golpe de Estado junto al monarca y sectores leales del ejército, y ante la pasividad de cierta parte del clero que no veía con buenos ojos la popularidad del líder laico.

El suministro de petróleo y la pertenencia de Irán al mal llamado “Mundo libre” quedó asegurado a corto plazo, pero a la larga provocó lo que mi profesor de Historia de Irán, el Dr. Newman, llama un “blowback”, es decir, un efecto boomerang o un tiro por la culata. Vamos, que el golpe de la CIA y el MI6 asoció irremediablemente la dinastía Pahlavi a EEUU y Gran Bretaña, e hizo que una generación de intelectuales, activistas y líderes religiosos se volviesen decididamente anti-occidentales.

En fin, eso es todo por hoy. En el siguiente artículo os hablaré del gobierno autoritario del último shah, la popularidad del anti-occidentalismo en los años 60 y 70, la Revolución de 1979, y la evolución de las relaciones exteriores de la República Islámica.


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