Colonialismo y genocidio en Israel y Palestina (I)

Colonialismo y genocidio en Israel y Palestina (I)

Introducción

Este texto está dirigido a todas aquellas personas que no tengan una visión clara sobre el conflicto palestino-israelí. No es estrictamente un artículo de historia ni un análisis de la situación actual, sino más bien una reflexión sobre lo que ha pasado en los últimos meses y sobre la necesidad (o no) de tomar partido. La idea viene motivada por un breve post en redes sociales de mi amigo Anónimo García en el que reflexionaba, entre otras cosas, sobre el escepticismo que le provocaban las informaciones periodísticas y las consignas ideológicas al respecto del conflicto palestino-israelí, la confusión que experimenta cualquier persona que no pueda estar informada sobre el tema, y la necesidad contemporánea de expresar nuestras opiniones o posicionamientos sobre casi cualquier cosa. Anónimo planteaba una serie de preguntas retóricas sobre la cuestión de publicar (o no) un posicionamiento al respecto:

¿A quién voy a acercar o alejar con esta posición? ¿Para qué hablar de lo que solo sé por terceros? ¿Por qué opinar sobre temas de actualidad, que son los árboles que impiden ver el bosque? ¿Qué importa mi posición en un conflicto tan lejano, sobre el que no tengo ningún tipo de influencia, si no es para mostrar admisibilidad moral ante mis contactos?

Queramos o no, la actualidad nos rodea y nos afecta. Uno de los privilegios de vivir en la comodidad clasemediana occidental es poder creer la ficción de que las cosas que suceden a kilómetros de distancia no nos afectan, de que esto no va con nosotros, y de que de todos modos no tenemos nada que hacer al respecto. Esta sensación de impotencia y la apatía que a menudo la acompañan son una de las herramientas más eficaces de los poderosos para poder seguir haciendo lo que quieran sin rendir cuentas a nadie. Sentirse abrumado por la actualidad internacional es totalmente comprensible, que bastante tentemos con el día a día cotidiano. No obstante, posicionarse en un tema aparentemente lejano y complejo como el conflicto palestino-israelí no es un mero ejercicio de postureo moral. Es un acto de responsabilidad civil, aunque “no sirva para nada.” Esta es una de tantas formas de reivindicar nuestro papel en la sociedad como ciudadanos políticos y no como meros consumidores pasivos. Parte del dinero de nuestros impuestos acaba siendo parte del conflicto de forma indirecta, así que no está de más interesarnos sobre lo qué está pasando y nuestro papel en todo esto. Por otro lado, nunca viene de más hacer un ejercicio de análisis crítico, especialmente ante un conflicto que pone en tela de juicio todo el orden internacional surgido de la Segunda Guerra Mundial y los valores liberales teóricamente abanderados por el bloque occidental.

Además, posicionarse no es malo, especialmente si estamos convencidos de ello. Sin ir más lejos, al citar a Anónimo y llamarle amigo mío en este artículo ya me estoy significando y posicionando activamente respecto a su conocido caso, que le ha complicado muchísimo la vida. No gano nada con ello, y de hecho incluso puede que me gane detractores, pero es lo que considero justo. Pues, con Palestina e Israel es lo mismo, pero a una escala muchísimo mayor.

Estas reflexiones me ha llevado a escribir este artículo, dividido en varias partes para que su lectura sea más cómoda. Aunque en los últimos cuatro años años he ido dejando la divulgación en un segundo plano para centrarme en la investigación (que es lo que me da de comer al fin y al cabo), llevo un tiempo queriendo expresarme públicamente sobre la guerra abierta entre Hamás e Israel iniciada el 7 de octubre de 2023. Si bien yo no soy nadie ni una especial autoridad para hablar de este tema, soy consciente de que tengo cierto público (por pequeño que sea) y tal vez una responsabilidad de resumir e interpretar los eventos para quienes puedan tener interés en ello pero no tengan tiempo o capacidad para informarse y analizar la abrumadora cantidad de informaciones que nos llegan sobre el tema. Este texto es pues el resultado de meses de presenciar horrores indescriptibles en tiempo real, y de la necesidad imperiosa de tomar partido en un momento histórico que creo que será crucial para los años venideros. Espero que esto pueda servir de ayuda a alguien.

Para ir con las cartas descubiertas y que no se me acuse de nada, voy a dejar mi posición clara desde el principio: en este texto quiero explicar por qué creo que Israel es un Estado colonial que aplica un régimen del apartheid en los territorios que ocupa de 1967, y por qué todas las evidencias apuntan cada vez más claramente al hecho de que Israel está cometiendo un genocidio en Gaza. Estas son palabras graves; quienes me seguís desde hace tiempo sabéis que suelo ser bastante parco en adjetivos calificativos, y que trato de evitar interpretaciones tremendistas o maniqueas. En este caso, no obstante, creo que es necesario decirlo con claridad: Israel es un Estado colonial que está cometiendo (por acción y por omisión) un Genocidio en Gaza. Las pruebas son, a día de hoy, incontestables. Este texto es una pues un intento personal de explicar cómo he llegado a esta conclusión, y un intento de convencer a quienes no lo tienen tan claro (o quienes no saben nada) de que este es el caso (y que es necesario expresarnos abiertamente al respecto).

En este primer artículo voy a dar argumentos a favor de aplicar el adjetivo «colonial» para referirnos tanto al proyecto sionista como a Israel. Esta no es, ni mucho menos, una tesis valiente o novedosa. Muchos antes que yo lo han usado y razonado de una forma mucho más elocuente y elegante. Antes de eso, no obstante, voy a ofrecer un breve resumen de lo sucedido desde octubre hasta ahora, aunque omitiendo muchísimos detalles.

Checkpoint de Qalandiyah (entre Jerusalén y Ramala), junio de 2016. Foto de Ahmad Al-Bazz/GroundTruth

La Guerra en Gaza y el debate público

Los detalles de la última escalada de violencia en Gaza son de sobra conocidos, pero he aquí una breve recapitulación de los hechos de la forma más aséptica e imparcial posible.  El 7 de octubre de 2023, Hamás una organización armada no-estatal (una forma más precisa de definirlos que el término “terroristas”, aunque sin duda Hamás emplea tácticas terroristas) que controla el enclave de Gaza, realizó una incursión sin precedentes en territorio israelí acompañada del lanzamiento de miles de cohetes. Además de atacar objetivos militares, los de Hamás asaltaron un festival de música y varios kibbutz, asesinando a numerosos civiles y capturando cientos de rehenes en una acción terrorista sin precedentes en la historia de Israel. El ataque, parece ser, pilló totalmente por sorpresa al ejército israelí. El total de bajas israelíes superó el millar. En las horas que siguieron, el ejército israelí recuperó el control de las zonas residenciales; algunos civiles murieron en el fuego cruzado. Como represalia, Israel lanzó una operación a gran escala contra la franja de Gaza con el objetivo declarado de liberar a los rehenes y acabar con Hamás. Los intensos bombardeos fueron acompañados de intervenciones terrestres y de un bloqueo de suministros por parte de Israel.

Siete meses después, la operación israelí en Gaza continúa. Decenas de miles de palestinos, una tercera parte de ellos niños, han muerto como resultado. Muchos más han quedado mutilados y traumatizados de por vida. Cientos de miles de personas se han visto forzadas a desplazarse. La infraestructura civil de Gaza (instituciones educativas y sanitarias, administración pública, saneamiento y electricidad) ha quedado reducida a escombro y cenizas, al igual que buena parte de los edificios residenciales y comerciales. La hambruna y las enfermedades merman a la población, que subsiste en muchos casos hacinada en condiciones dificilísimas. La escala de la destrucción es tal que Sudáfrica ha acusado a Israel de genocidio ante la Corte Internacional de Justicia. El mismo tribunal ha dictaminado que Israel debe detener su ofensiva en Rafah por el gran peligro en el que pone a la población civil. El Tribunal Penal Internacional, por su parte, ha comenzado los procedimientos para arrestar a los líderes de Hamás y del gobierno israelí. Fuera de las fronteras de Palestina e Israel, Yemen lleva meses atacando buques mercantes que cruzan el mar Rojo con destino a Israel, lo que ha llevado a una respuesta occidental. Mientras tanto,  Israel está interviniendo en el norte del Líbano, intercambiando fuego con Hezbolá (un partido político y organización paramilitar libanesa, un verdadero Estado dentro del Estado). También se ha producido una escalada entre Israel e Irán después de que Israel atacase con misiles de precisión el consulado iraní en Damasco, a lo que Irán respondió con un ataque aéreo con drones y proyectiles varios.

Las ruinas de Gaza. Fotógrado: Eyad Baba (trabaja para AFP, esta foto está extraída de su Facebook)

En Occidente, el asunto se vive desde la comodidad que da la distancia. Los Estados e instituciones parecen haberse situado del lado israelí, especialmente Alemania (alegando su responsabilidad Histórica por el Holocausto) y EEUU. Entre la opinión pública, hay quienes eligen posicionarse a favor o en contra de la operación israelí y quienes optan por no tomar partido, ya sea por desinterés o por abrumadora variedad de informaciones contradictorias que podemos leer y oír. A la ingente cantidad de imágenes y vídeos que han aparecido se suman no pocas fotos y vídeos errónea y malintencionadamente atribuidos (por ejemplo, escenas de la guerra civil Siria), además de numerosas imágenes generadas por IA. En los medios de comunicación y en las redes sociales el debate se plantea sin claroscuros, reducido a menudo a una caricatura, aunque también hay discusiones con más matices que quedan sepultadas bajo el ruido.  

Los partidarios de Israel más moderados justifican la operación aludiendo al derecho de autodefensa y a la necesidad imperiosa de acabar con Hamás para salvaguardar la seguridad del Estado israelí. Hamás, al fin y al cabo, busca la destrucción de Israel y la eliminación de los judíos tal y como hicieron los nazis. Sobre las bajas civiles (eufemísticamente denominadas “daños colaterales”) aseguran que son el resultado inevitable de la estrategia de Hamás de mimetizarse entre la población civil a quienes usan como escudos humanos. Además, dicen, el ejército israelí es extremadamente cuidadoso en sus procedimientos y trata de evitar víctimas civiles, a pesar de que muchos gazatíes simpaticen con Hamás. La extrema violencia de los ataques de Hamás, y su retórica abiertamente antisemita y genocida (ya que aspiran a la aniquilación del Estado de Israel y varias veces han manifestado su deseo de acabar con los judíos), es una causa más que justificada, dicen, para una intervención militar en la Franja. La densidad de población de la Franja hace que sea imposible evitar “daños colaterales”.

Por otro lado, quienes critican la operación israelí y piden un alto el fuego, sin que ello quiera decir necesariamente que apoyen a Hamás o siquiera a Palestina, señalan la desmesurada cantidad de víctimas civiles, el elevado grado de destrucción, y la situación de emergencia humanitaria que afronta la población gazatí. Las cada día más numerosas voces que sostienen que Israel está cometiendo un genocidio señalan el discurso deshumanizador del gobierno y los medios israelíes, los numerosos crímenes de guerra cometidos por miembros del ejército israelí, una política supuestamente deliberada de privación y debilitamiento de la población civil mediante la inanición, la destrucción sistemática de infraestructura civil, y los constantes desplazamientos forzosos de la población. La situación amenaza con socavar los principios del “orden liberal internacional basado en reglas” que surgió tras la segunda Guerra Mundial. El propio Josep Borrell, alto representante de la UE para exteriores, ha admitido que habrá que acabar eligiendo entre la legalidad internacional y el apoyo a Israel.

Intercambio de proyectiles en Gaza, abril de 2024. Foto: Eyad Baba

Israel, ¿un Estado colonial?

Demos un salto atrás en el tiempo. Como historiador implicado en la divulgación e inicialmente especializado en historia contemporánea de Oriente Medio —luego la vida me ha llevado por otros derroteros—, he leído bastante y he escrito varios artículos al respecto del conflicto palestino israelí. En general, me baso en la obra de autores israelíes como Benny Morris (sionista moderado), Ilian Pappe (antisionista) y de palestinos como Rashed Khalidi (sí, admito que faltan voces femeninas entre mis referencias). En este artículo, La Nakba, el éxodo árabe para crear el Estado de Israel doy un breve repaso a los antecedentes del conflicto y argumento que en 1948 Israel realiza un intento de limpieza étnica en la Palestina histórica. Esta limpieza étnica no fue una consecuencia desafortunada de la guerra, sino un plan premeditado e ideado por las altas esferas del nuevo Estado israelí. La Nakba creó numerosos refugiados palestinos y propició la creación de organizaciones como la UNRWA. En El incierto futuro de los refugiados palestinos en la diáspora hablo de la situación especial de los refugiados palestinos y sus descendientes en varios países árabes.

Por supuesto, la historia es siempre compleja. No quiero decir que Israel sean “los malos” y Palestina “los buenos”; del mismo modo, no quisiera equiparar los Estados o proyectos de Estado con los pueblos que dicen representar. Los judíos no llegan a Palestina en 1948: algunas familias habían residido en la región durante siglos, mientras que muchos otros llegaron principalmente desde Europa en diversas oleadas migratorias, muchas de ellas militantes (es decir, organizadas por grupos y asociaciones políticas) e irregulares (o lo que es lo mismo, contra la legislación vigente en la época y los designios de los británicos, que desde 1920 hasta 1948 controlaron formalmente Palestina). Las relaciones entre los inmigrantes judíos y los habitantes nativos de la región tuvieron distintas fases, y no siempre se caracterizaron por la violencia. No obstante, durante la década de 1940 la tensión era altísima, y había habido varios ataques y masacres de árabes a judíos, y viceversa.

Puedo argumentar sin problemas que el proyecto sionista es un proyecto colonial. Eso no quiere decir que todas las personas que emigraron a Palestina fueran colonos o tuvieran intenciones hostiles, pero sin duda, muchos grupos de la época tenían una perspectiva colonial en mente. ¿Por qué es colonial el sionismo? Muy sencillo. La idea de que los judíos merecen vivir y construir un Estado en los territorios que ocupaba el reino de Israel en el primer milenio antes de Cristo (o de la Era Común, como decimos los historiadores últimamente) se basa en una pretendida legitimidad histórica que ignora a las personas que vivían en esa tierra, y las vicisitudes ocurridas en los dos milenios y medio pasados entre la destrucción del Templo y la llegada de los primeros inmigrantes sionistas. Es un proyecto colonial porque no busca integrarse en una comunidad existente o mezclarse con la población, sino que plantea la fundación de un nuevo Estado en el que un grupo dominante (los judíos) se impondría sobre los nativos o directamente los expulsaría. Esto no me lo estoy inventando. Basta con leerse textos del Beitar (una organización sionista de los años 20-30 que aspiraba a la creación de un Gran Israel) para ver que la retórica de la limpieza étnica no es nueva. Uno de los lemas fundacionales de Israel, “una tierra sin pueblo para un pueblo sin tierra”, también refleja la ideología colonial, mostrando Palestina como una tierra prometida, deshabitada y lista para ser colonizada.

Poster del Beitar mostrando a Jabotinsky. Fuente: Beitar Australia

Los proyectos coloniales cuentan siempre con actores en el terreno que lo hacen avanzar, aunque ellos individualmente no tengan intenciones de colonizar la tierra o someter a la población nativa. Es un caso que estudio en mi tesis doctoral, en la que me centro en los españoles que habían emigrado a la Argelia colonial francesa a finales del XIX, algunos de los cuales serían llamados “Pied Noirs” décadas después. Estos inmigrantes eran personas humildes que buscaban mejorar su situación personal, y que no tenían nada que ver con los designios imperiales de las autoridades francesas. No obstante, fueron instrumentales en la frontera colonial, y sin su sudor y su sangre, la Argelia francesa no hubiera sido productiva. De algún modo, muchos de los inmigrantes judíos llegados a Palestina/Israel en los años 20, 30 y 40 me recuerdan a ellos. Pero estoy saliéndome un poco del tema. Lo que quiero decir es que, si bien creo que se puede hablar claramente del proyecto sionista como un proyecto colonial que busca crear un nuevo Estado a expensas del grupo que ocupaba esas tierras precedentemente, no sería acertado decir que los inmigrantes que hicieron posible tal proyecto sean todos colonialistas. La crítica es a la ideología y a las instituciones surgidas para defenderla, no a las distintas comunidades judías que participaron y participan en ello.

El colonialismo es compatible con la retórica democrática. Tanto en la Argelia francesa como en la India británica se celebraban elecciones.  El Estado de Israel es sin duda democrático, con una sociedad civil activa. Los árabes tienen representación democrática y en teoría los mismos derechos que los ciudadanos israelíes, aunque también sufren discriminación. Entre la propia población judía de Israel existe discriminación y racismo. Quizá el caso más paradigmático sea el de los Beta Israel, una ancestral comunidad de judíos negros de origen etíope. El Estado de Israel encierra muchas contradicciones; la más importante es la tensión entre los valores democráticos y liberales en los que supuestamente se fundó, la situación con la población palestina tanto en Israel como en los territorios ocupados, y el ascenso de un ideario que pasa por transformar Israel en un etnoestado teocrático, algo que queda reflejado en la Ley del Estado-nación Judío de 2018. En los últimos años, los gobiernos de Netanyahu han puesta también en tela de juicio la estabilidad institucional de Israel. La polémica reforma judicial de 2023 provocó una oleada de protestas que casi hace caer el gobierno, aunque el inicio de la guerra pospuso la resolución de la crisis.

Israel es también un Estado que ocupa unos territorios que no son propios, tanto Gaza como Cisjordania. Es cierto que estas ocupaciones se produjeron en contextos de guerras defensivas, aunque también podría decirse que, desde la perspectiva árabe, esas guerras también eran defensivas y buscaban recuperar los territorios perdidos en 1948). La historia de Palestina desde 1948, por otro lado, es la de un proyecto de Estado que no logró consolidarse, en parte por la presión Israelí, en parte por el expansionismo de los Estados árabes de Egipto y Jordania, y en parte por una serie de malas decisiones de sus distintos líderes. En general, las organizaciones palestinas, desde las comunistas hasta las islamistas pasando por los distintos grupos laicos y liberales, optaron por no reconocer las fronteras israelíes y no renunciar ni al derecho al retorno de los refugiados (no olvidemos que la guerra del 1948 se saldó con una enorme crisis de refugiados) ni a la lucha armada para recuperar unos territorios que ellos consideraban ilegítimamente ocupados. No entraré en detalles para no hacer el texto eterno. Aún a riesgo de minimizar la agencia de los palestinos, se puede decir sin temor a dudas que desde la derrota árabe en la guerra de los Seis Días (1967), Israel mantiene una ocupación efectiva y casi permanente de Cisjordania, acompañada por un movimiento de colonos sionistas que han construido una serie de asentamientos ilegales bajo el derecho internacional.

Poco después de acabar la guerra del 67, el Consejo de Seguridad de la ONU aprobó por unanimidad la famosa resolución 242. En plena Guerra Fría, EEUU y la Unión Soviética (y otros miembros permanentes y no permanentes del Consejo, como Francia, Japón, Etiopía, la India o Bulgaria), se pusieron de acuerdo para trazar un plan de paz que partía de la retirada de las tropas israelíes de los territorios que habían ocupado en la última guerra (que incluían, aparte de Cisjordania y Gaza, la península de Sinaí en Egipto y los Altos del Golán en Siria) a cambio del reconocimiento por parte de los estados árabes de la legitimidad del Estado de Israel y de sus fronteras. El acuerdo fue cumplido solo parcialmente: ni Israel se retiró completamente de sus zonas conquistadas (aunque sí de algunas), ni las organizaciones palestinas (que operaban desde países vecinos, como Líbano o Jordanía) o los países árabes circundantes reconocieron inequívocamente a Israel. La “solución de los dos Estados” no fue aceptada por los países árabes y por la organización palestina dominante, la OLP, hasta finales de los 80. Israel tampoco la adoptó de forma decidida pues a la vez que cumplían algunos de los acuerdos, ignoraba sistemáticamente otros.

Los asentamientos israelíes en Cisjordania (los de Gaza fueron desmantelados en los 90) no han dejado de crecer. En la actualidad, la población de colonos israelíes en Cisjordania supera el medio millón de personas. Y no viven en poblados informales; en muchos casos son auténticas urbanizaciones y comunidades valladas, protegidas por el ejército israelí y con acceso privilegiado a los recursos y accesos. En este mapa y en este otro se puede apreciar cómo Cisjordania es en la actualidad un queso gruyere en el que las comunidades palestinas están aisladas entre sí, con movilidad restringida y con una buena parte del territorio inaccesible para ellos, aunque sí para los israelíes y turistas extranjeros. El ejemplo más evidente para los occidentales sería el Mar Muerto: todos hemos visto fotos de turistas en el Mar Muerto, que mucha gente cree que está en Israel. Sin embargo, se encuentra en los territorios considerados palestinos en la actualidad, aunque la realidad práctica es que los palestinos tienen prohibido el acceso por la ocupación israelí. Desde los años 90, y especialmente tras la instalación de checkpoints permanentes, la instalación de un muro de separación física, la situación ha llegado a un punto en el que organizaciones como Amnistía Internacional o Human Rights Watch utilizan el término apartheid para referirse al sistema discriminatorio establecido por la ocupación israelí y a las constantes violaciones de derechos fundamentales que experimentan los árabes en Israel y los Territorios Ocupados. El mismo término es empleado por organizaciones de la sociedad civil israelí como B’Tselem, que en 2022 publicaba un informe demoledor sobre el estado de la democracia en Israel y los Territorios Ocupados. En este enlace se puede acceder a un informe de 11 páginas publicado en castellano por la misma organización en el que desarrollan sus argumentos.

Asentamiento israelí en Cisjordania. Fuente: Palestine Portal

En resumen, creo que es lícito usar el término «colonial» para definir tanto al proyecto sionista como al Estado de Israel. Al fin y al cabo, el sionismo plantea crear un Estado propio para los judíos ex-novo, en unos territorios que contaban ya con una población previa. El plan sionista pasaba por fomentar la inmigración voluntaria de judíos a la Palestina histórica. Durante el Mandato Británico, las organizaciones militantes (y terroristas) sionistas, como el Irgún, atentaron tanto contra objetivos británicos como contra la población árabe. Tras la independencia, Israel llevó a cabo una limpieza étnica que no llegó a término gracias a que algunos miembros del ejército israelí se opusieron a llevar a término las órdenes de «evacuación» (es decir, expulsión) de la población civil palestina. El ejemplo más conocido es Ben Dunkelman, que se negó a echar a la población árabe de Nazaret de sus casas, dado que la ciudad se había rendido pacíficamente. Una buena parte de las organizaciones sionistas, como el Beitar, aspiraban a crear un Gran Israel que abarcase ambas orillas del Jordán y llegase hasta el Mediterráneo. El Estado judío que aspiraban a crear contaría con una mayoría de población hebrea. Los árabes y habitantes nativos que no pudieran ser «reubicados» tendrían un estatus subalterno.

En la actualidad, encontramos un Estado que se autodefine como «el hogar nacional del pueblo judío» donde se niega el derecho de autodeterminación de cualquier otro pueblo. La Tierra de Israel, dice la ley básica de 2018 y una buena parte del establishment intelectual israelí, pertenece al pueblo judío por derecho histórico y bíblico, ya que era donde se ubicaba el reino de Israel (independientemente de que eso fuera hace más de dos milenios y de que incontables pueblos y estructuras políticas hayan pasado por dichas tierras). Las leyes israelíes otorgan un estatus privilegiado a la lengua hebrea y priorizan la inmigración de judíos de todas partes del mundo, a la vez que niegan el derecho de retorno de los expulsados en 1948 y sus descendientes. Una quinta parte de la población de pleno derecho del Estado de Israel es árabe, si bien en la práctica hay una segregación. Las ciudades son por lo general hebreas o árabes, con pocas localidades mixtas. Los árabes tienen prohibido viajar a muchas zonas y a la Palestina ocupada, y están concentrados en apenas un 3% del territorio. Los ciudadanos árabes están exentos de servicio militar y pueden votar en las elecciones, pero hasta la fecha ningún partido árabe ha sido parte de ningún gobierno nacional.

En Cisjordania, la potencia ocupante (Israel) actúa como un auténtico poder colonial. No solo está incentivando y apoyando el asentamiento de cientos de miles de colonos israelíes en tierras pertenecientes a los palestinos, sino que además está haciendo lo posible por separar y segregara la población local. Los múltiples checkpoints ralentizan los desplazamientos durante horas. Los palestinos no pueden acceder libremente a una buena parte del territorio. Los colonos israelíes pueden utilizar carreteras y accesos completamente vedados para los palestinos. El ejército israelí realiza de forma rutinaria registros aleatorios en residencias civiles a altas horas de la madrugada. Cada familia palestina ha sufrido al menos una de estas humillantes experiencias. Muchos ex-soldados israelíes, traumatizados por sus acciones, han dejado sus testimonios en la web de la organización Breaking the Silence (en inglés). Otra organización israelí, B’tselem, lleva años documentando los abusos del Estado israelí y de los colonos y su campaña sistemática de acoso y expropiación de tierras e inmuebles palestinos. En la práctica, la población de Cisjordania no puede moverse libremente por su país, y no puede gozar de una estabilidad y una seguridad básicas. Los colonos israelíes, con el beneplácito del Estado, acosan a los palestinos y les roban sus propiedades en todo el territorio. El objetivo último de esta política es forzar la emigración de los palestinos y allanar el terreno para conseguir una anexión efectiva de un territorio que, en la práctica, está controlado por Israel.

El sionismo es por tanto un proyecto colonial, dado que desde su origen plantea la creación de un Estado exclusivo para judíos (aunque no hubieran nacido originalmente en dichas tierras), un Israel «desde el río hasta el mar». El Estado de Israel ha llevado a cabo unas políticas segregadoras y discriminatorias hacia su población árabe. En Cisjordania, Israel ha actuado como un auténtico ocupante colonial, limitando severamente la movilidad y el acceso a los recursos de la población local, a la vez que favorecía el asentamiento de colonos israelíes.

Un soldado israelí fotografiado mientras durante la quema de la biblioteca de Al Aqsa, en Gaza, primavera de 2024.

En el próximo artículo desarrollaré el argumento sobre el genocidio.