Afganistán I: 1ª y 2ª guerras anglo-afganas (1838-1880)

A pesar de que la de Arabia Saudí esté aún a medias, voy a comenzar hoy con la publicación de una serie de artículos sobre la historia de Afganistán. Los que cubran el periodo de 150 años entre la Primera Guerra Anglo-Afgana (1839) y la retirada soviética (1989)  serán la traducción libre de de los artículos relativos a la historia de Afganistán en el blog Two Legs Bad, obra de Gerard Farrell. El autor me ha dado permiso para ello, y salvo que venga indicado entre corchetes [como estos] lo que leeréis a partir de ahora serán sus palabras. Cuando lleguemos a 1989, volveré a ser yo el que retome la narración. Mi primer artículo accadémico jamás publicado trata precisamente del periodo Taliban (1991-96).

Farrell es historiador, aunque su especialidad es la Irlanda de los siglos XVII y XVIII. Su blog, que tiene un enfoque similar al mío, ofrece una narrativa histórica accesible y condensada para todos aquellos que quieran saber más sobre la historia de Oriente Medio. Según cuenta el autor, Two Legs Bad es es una especie de proyecto alternativo, un hobby con el que se distrae de sus labores académicas. Para los historiadores, eso implica escribir artículos en un tono más relajado y sin notas a pie de página o bibliografía. Me gusta su estilo y la forma en la que ha contado los eventos, y aunque no indique las referencias y, por desgracia, no cita el origen de las imágenes, creo que sus artículos está bien documentados. Mis únicos añadidos, aparte de los que vengan entre corchetes y de la castellanización de la fonética de los nombres, serán los títulos de los apartados y subapartados, que Farrell no incluyó en sus artículos originales. Vamos allá.

La primera guerra y segunda guerras Anglo-Afganas (1838-1880), por Gerard Farrell

Introducción

[El artículo, cuyo original podéis encontrar aquí, comienza con una reflexión sobre lo mucho que le cuesta al autor ser breve sin perder el nivel de detalle. Aprovecho para mencionar, ya que Farrell lo olvida, que Afganistán es un país muy difícil de definir geográficamente, ya que se encuentra en el límite entre la meseta irania, el Hindu Kush, las estepas de Asia Central y las estribaciones del valle del Indo. Se trata, por tanto, de una zona fronteriza, agreste, y poco cohesionada, con un interior abrupto y montañoso, lo que da pie a una gran riqueza étnica, lingüística y cultural. La región ha estado habitualmente sometida a otros imperios salvo cuando ha producido dinastías guerreras como los Hotaki.]

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Vamos a ver el trasfondo de la invasion soviética de Afganistán remontándonos al siglo XVIII. Fue entonces cuando la primera entidad política que se puede considerar antecesora de Afganistán fue fundada por un soldado pastún, Ahmad Shah Durrani, que se convirtió en emir en 1747, tras la muerte del shah persa al que había servido. El imperio trazado por Durrani y sus seguidores llegaría a extenderse sobre un área que cubría no solo el Afganistán actual, sino también partes del noroeste de Irán, el este de Turkmenistán y gran parte de Pakistán y el noroeste de la India.

Aquí tenéis un mapa de la región, con las fronteras tal y como estaban en  2016. Tened en cuenta que en 1979 todos los países en rosa al norte de Afganistán eran parte de la Unión Soviética, y si nos remontamos al siglo XIX, el Imperio ruso. Los afganos no solo tenían este imperio al norte, sino que la India británica estaba al sur, en lo que hoy día es Pakistán. Con Persia en el oeste y China en el este, Afganistán nunca careció de vecinos poderosos e invasores potenciales.

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La primera guerra anglo-afgana (1838-1842)

En el siglo XIX, los británicos (un poco absurdamente para una pequeña isla al otro lado del mundo) sentían que sus “intereses” estaban siendo amenazados por el poder ascendente de la Rusia zarista. Si los rusos conseguían imponer algún tipo de dominio sobre Afganistán, pensaban, tendrían un estado vasallo en la frontera norte de la India, la “joya de la corona”, y clave de la vitalidad del imperio británico y de su estatus de super-potencia. [He hablado brevemente de este «Gran Juego» en Irán I]. Con esto en mente, los británicos trataron de sustituir al emir Afgano, Dost Mohammed, al que creían susceptible a la influencia rusa, con un gobernante títere de su elección.

Los británicos invadieron el país en 1838, y para otoño del siguiente año ya habían tomado Kabul y entronizado a su títere, Shuya Shah, que era descendiente del ya mencionado Ahmad Shah Durrani, cuya dinastía había sido reemplazada por los Barkazi, a quienes pertenecía Dost Mohammed. Aunque los británicos no tuvieron muchos problemas para ocupar y conquistar Afganistán, sí que tuvieron más problemas para controlar efectivamente el país (no serían los últimos con esta dificultad).

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Dost Mohamed

Los afganos no aceptaron a Shuya Shah como gobernante legítimo, ya que le veían como una marioneta en manos de los ocupantes extranjeros. Mientras los británicos retiraban algunas de sus tropas, sus soldados estacionados en Kabul trajeron consigo a sus familias, dando la impresión de que se asentaban para una ocupación permanente. No solo eso, sino que demás muchos de los soldados veían la campaña como unas vacaciones contra un enemigo por el que no tenían ningún respeto desde el punto de vista militar. Hay historias de soldados llegando con caravanas de camellos cargadas de comida, vino y cuberterías de plata, además de zorros para cazar.

La recepción de los afganos fue bastante hostil y les despertó de este ensueño. Dost Mohammed lideró una campaña insurgente contra los ocupantes, y cuando fue capturado y exiliado en la India en 1840, su hijo Wazir Akbar Jan continuó con la lucha. Para finales de 1841, las posiciones británicas en Kabul eran prácticamente indefendibles, y se pusieron a buscar una salida negociada que no sacrificase las ganancias de su conquista inicial. Estos esfuerzos fueron en vano, ya que los negociadores fueron asesinados por Akbar Jan y la moral se desplomó entre los soldados y oficiales de la guarnición británica.

El general Elphinstone consiguió finalmente asegurar un acuerdo en el que los afganos permitirían a los británicos evacuar Kabul y desplazarse hasta Jalalabad, unos 100km al este. La retirada fue un desastre. Las 16.500 tropas lucharon por abrirse camino a duras penas entre pasos montañosos cubiertos de nieve, para  ser después masacrados por los guerreros pastunes. Solo un superviviente llegó con vida a Jalalabad.

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La primera Guerra Anglo-Afgana es principalmente recordada en las fuentes en inglés por esta debacle. Es a menudo presentada en el folclore imperial como una tragedia humanitaria donde los ingleses fueron las víctimas de un enemigo cruel y bárbaro. El hecho de que los británicos fueran los invasores de un país al otro lado del mundo y que fueran, por definición, los agresores en este conflicto, es ignorado en la mayoría de las versiones. Esta rivalidad regional entre los británicos y los rusos fue conocida como el “Gran Juego”, aunque para los afganos atrapados en medio no fuera un juego en absoluto.

No hay apenas menciones de las bajas afganas. Si se busca la estadística, solamente se encuentran discusiones y debates sobre el número de británicos fallecidos, nunca sobre los guerreros afganos o la población civil. Parece que, como para el general Tommy Franks en 2001, en los 1840s los afganos tampoco eran dignos de figurar en la lista de bajas. [Tommy Franks era un general del ejército americano que dijo sobre las guerras de Iraq y Afganistán que ellos no se ponían a contar bajas enemigas, civiles o militares].

Me parece que esta narración de la guerra, donde los británicos son mostrados como las víctimas pasivas, “defendiendo” “su” India, de una agresión afgana, es un ejemplo perfecto de la historia como adoctrinamiento (¡por eso la historia es importante!), de la elaboración de una narrativa a posteriori donde los eventos presentes y futuros pueden ser encajados a conveniencia. De esta forma, el intento de conquistar, o al menos de someter a vasallaje a una nación empobrecida al otro lado del mundo, es representado como una acción defensiva. ¿Nos resulta familiar?

Una consecuencia desafortunada de este tipo de distorsiones es que no aprendemos de la historia. Afganistán es el lugar donde los imperios occidentales no aprenden la lección.  Los victorianos en Afganistán las aprendieron en un primer momento, aunque no lo parezca por las repercusiones inmediatas de la guerra. A pesar de que los británicos mandaron sus tropas de vuelta a Afganistán para ejecutar la venganza (es imposible saber a cuántos mataron) y retomaron Kabul en 1842, en seguida se dieron cuenta de que la ocupación del país era más complicada de lo que merecía, así que acordaron la vuelta al trono de Dost Mohammed, esta vez como aliado en vez de enemigo.

Estado tapón y segunda guerra anglo-afgana (1843-1880)

Los británicos consiguieron así su estado tapón. En efecto, esta política sería exitosa en las siguientes décadas. El emir afgano no intervino en 1857 , a pesar de las llamadas de auxilio de los indios. cuando estos se rebelaron contra los británicos [hablo del Motín de 1857 en este artículo]. La lección, en todo caso, fue olvidada rápidamente, y a finales de la década de los 70 los británicos se metieron en otro embrollo.

In 1878 el hijo de Dost Mohammed, Sher Ali Jan (abajo a la izquierda), aceptó reluctantemente una misión diplomática rusa (no tuvo elección, simplemente se presentaron allí). Cuando los británicos insistieron en enviar su propia misión, el emir les pidió que no lo hicieran, y les advirtió que serían expulsados a la fuerza si intentaban entrar al país sin permiso.

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Los británicos ignoraron su aviso y, una vez más, invadieron el país, haciéndose con extensas porciones de territorio sin excesivos problemas. Cuando el emir murió al año siguiente, su hijo, Mohammad Yaqub Jan (arriba a la derecha) intentó negociar un acuerdo que permitiese la presencia británica en el país, concesiones territoriales, y el control británico de las relaciones diplomáticas afganas.

Esto mantuvo a los ingleses satisfechos, pero un levantamiento popular en Kabul hizo precisa la vuelta del ejército una vez más, y tras una serie de batallas muy destructivas, los británicos y el emir llegaron a un acuerdo similar al anterior. La misión diplomática se retiró de Kabul, y aunque perdió el control de la política externa, Afganistán permaneció más o menos independiente durante 40 años más. [La segunda guerra anglo-afgana, como podemos ver, fue más favorable para los británicos, que se aseguraron un estado tapón vasallo].

Pasarían cuatro décadas entre el final de esta Guerra y la tecera Guerra anglo-afgana en 1919, cuando los afganos aprovecharon la debilidad inglesa tras la primera guerra mundial para recuperar el control de las relaciones internacionales. Una concesión que los británicos ganaron, no obstante, fue la aceptación de la línea Durand como frontera entre Afganistán y la India Británica. [Recordad esta línea. Hablaremos de ella en más detalle el próximo día. La línea Durand ha sido uno de los principales problemas históricos de Oriente Medio, ya que se trata de una frontera artificial que dividió al pueblo pastún en dos].

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[Línea Durand y distribución de los pastunes. Fuente: Khaama Press]

Continuará…

Arabia Saudí III: Conquista y dominio (1919-1926)

En el artículo de hoy narraré cómo Ibn Saud completó la conquista de Arabia Saudí durante los años 20, y cómo consolidó su dominio en sus nuevos territorios gracias a la coacción religiosa de los clérigos wahabíes y a unas tropas tribales leales y terroríficas.

Historia de Arabia Saudí
1 – Geografía y primer emirato saudí (1744-1818)
2 – El siglo XIX (1818-1919)
3 – Conquista y dominio (1919-1926)
4 – El reino antes del petróleo (1926-1938)
5 – Petróleo con sabor americano (1938-1953)
6 – El breve reinado de Saud (1953-1964)
7 – El despotismo ilustrado de Faisal (1964-1975)


1919. Termina la Primera Guerra Mundial. Oriente Medio se enfrenta a terribles cambios que afectarían (y aún afectan) toda su historia posterior. El Imperio otomano desaparece y es sustituido por las potencias coloniales europeas, Francia y Gran Bretaña, que se dividen el Levante y Mesopotamia (lo conté aquí). El sistema de Mandatos de la Sociedad de Naciones da alas y esperanza al incipiente nacionalismo árabe, un movimiento restringido a los círculos burgueses e ilustrados de las ciudades mediterráneas.

La península arábiga permanecía ajena a todos estos cambios. Los tres emiratos, saudíes, rashidíes y hachemíes, seguían disputándose el territorio (hablamos de ellos en la entrega anterior). La desaparición de los otomanos supuso un duro golpe para los rashidíes, que se quedaron sin su principal apoyo exterior. Los saudíes, por su parte, habían sido reforzados por los británicos con armas, munición y capital, lo que durante los años 20 les permitió organizar exitosas campañas contra los rashidíes y posteriormente los hachemíes.

Ibn Saud completa su reino: La conquista del Najd y del Hiyaz

Sin el apoyo otomano, los emires de Hail solo podían aspirar a mantener sus territorios y defenderlos del acoso saudí. Los rashidíes intentaron entablar alianza con los hachemíes del Hiyaz y la familia Sabah de Kuwait, aunque esto no se materializó en campañas conjuntas contra los saudíes. Ibn Saud, por su parte, comenzó el asalto definitivo sin grandes movimientos militares: prohibió a la tribu shammar (recordemos, la confederación tribal en la que se apoyaban los rashidíes) el acceso a los mercados de Hasa, debilitando la base económica de los rashidíes y sembrando el descontento. Como explicaba en la entrega anterior, la población sedentaria de Hail apoyaba a los rashidíes por la seguridad económica y comercial que proporcionaban. Sin ella, sus días estaban contados. En agosto de 1921, Ibn Saud puso sitio a la capital rashidí con 10.000 soldados (¡En 1902, Ibn Saud solo contaba con 60 guerreros!). Tres meses más tarde la ciudad se rindió, e Ibn Saud extendía sus dominios al norte del Najd.

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Mientras tanto, los hijos del sharif Hussein, el emir de La Meca que había organizado la revuelta contra los otomanos, recibían de los británicos nuevos emiratos que jamás hubieran conquistado por la fuerza de las armas. Los tejemanejes de los hachemíes podrían ocuparnos páginas, pero los resumiré brevemente. Faisal, el mayor de los hijos de Hussein, se autoproclamó rey de Siria en 1920, cargo que ocupó durante menos de medio año antes de ser expulsado por los franceses, que habían sido nombrados potencia mandataria de Siria por la Sociedad de Naciones y estaban deseosos de administrar sus nuevos dominios. Antes de eso, Faisal había tenido tiempo de decepcionar a los nacionalistas árabes firmando un acuerdo con Chaim Weizmann, el presidente de la organización Sionista internacional, en el que reconocía la legitimidad de las aspiraciones sionistas sobre Palestina. Tras huir de Siria y refugiarse en el reino unido, fue nombrado rey del nuevo mandato británico de Irak, como pago a los servicios prestados. Su hermano Abdulá fue también nombrado emir por los británicos, en su caso del mandato de Transjordania, hoy día Jordania. Sus herederos siguen gobernando el país. Tanto Faisal como Abdulá eran extranjeros y no conocían las costumbres de sus nuevas posesiones, ni hablaban el dialecto, ni disponían de contactos e influencia, por lo que era de esperar que gobernasen dócilmente de acuerdo a las directrices británicas. Hussein, por su parte, se autoproclamó rey de todos los árabes y del Hiyaz, pero su reticencia a firmar el Tratado de Versalles y un pacto de amistad con los británicos le hicieron vulnerable a las ambiciones saudíes. Quizá confió demasiado en sus propias fuerzas y las de sus hijos.

weizmann_and_feisal_1918Faisal y Weizmann en 1918 (Fuente: de.academic.com)

A Ibn Saud no le hacía ninguna gracia que los hijos de Hussein hubieran adquirido reinos sin luchar. Sobre todo teniendo en cuenta que él los había derrotado militarmente en 1919, en la disputa por una aldea fronteriza. Saudíes y Hachemíes firmaron ese mismo año una tregua de cuatro años, gracias a la mediación de Gran Bretaña. Ibn Saud aprovechó el alto el fuego para completar la conquista del Najd y más tarde para adentrarse en Asir, que como mencioné brevemente en la primera entrega, se encontraba dominada por los descendientes de Ibn Idris, un maestro sufí marroquí. En 1922 Ibn Saud anexionó Asir a sus dominios.

Dos años más tarde, en 1924, Ibn Saud dejó de cobrar su subsidio mensual de los británicos. Esto le ponía en un aprieto, ya que el rudimentario aparato estatal que estaba empezando a desarrollar (hablaremos de ello ahora) y la compra de voluntades precisaban de un flujo de capital constante. La conquista del Hiyaz, una región rica que extraía sustanciosos ingresos de los peregrinos a La Meca, se convertía en una necesidad. Además, ese mismo año Hussein, el emir sharifano de La Meca, se había proclamado califa después de que la asamblea nacional turca aboliese la institución (un poco de contexto sobre la época aquí). A Ibn Saud, que ya no percibía ingresos por parte de los británicos, le importaba poco que estos pudieran enfadarse por atacar a sus protegidos. Los hachemíes ya tenían sus nuevos reinos en Iraq y Jordania, y él también quería parte del pastel.

En septiembre de 1924 las tropas de Ibn Saud saquearon Taif, un pueblo cercano a La Meca. Superado por la situación y presionado por los notables hiyazíes, Hussein abdicó en su hijo Alí y partió al exilio. Esto animó a Ibn Saud a marchar sobre la ciudad santa, en la que entró triunfalmente en diciembre de ese mismo año. Medina se rindió también a los saudíes. El sharif Alí se refugió en Yeddah, que fue asediada por el ejército saudí durante un año. Los británicos no quisieron inmiscuirse en el conflicto y abandonaron a su suerte a sus antiguos aliados hachemíes, no sin antes asegurarse de que Ibn Saud respetara los mandatos de Iraq y Transjordania. Los acuerdos firmados fijaron las fronteras y redujeron notablemente la autonomía de las tribus nómadas, además tenían la particularidad de que no eran acuerdos firmados entre el Imperio británico y un Estado, sino entre el Imperio y un hombre, Ibn Saud (es decir, a su muerte perderían su vigencia).

Finalmente, en enero de 1926 los notables hiyazíes proclamaron a Ibn Saud como rey del Hiyaz y sultán del Najd. Tres meses después, Gran Bretaña, Francia, Holanda y la URSS reconocieron a Ibn Saud como rey de Arabia. Por primera vez desde el primer emirato saudí, la mayor parte de la península arábiga era dominada por un mismo soberano.

ibn_saudIbn Saud. Fuente: Hetek

No obstante, esta narración que acabo de hacer pasa por alto varios aspectos esenciales para comprender el cómo y el porqué de la expansión saudí. Más que obra de un gran genio individual, la conquista y consolidación del reino saudí fue una empresa colectiva. Ibn Saud no luchaba solo, ni su sola presencia convencía a sus súbditos de adoptar la doctrina wahabí. Veamos ahora algunos de los principales apoyos de Ibn Saud, los ijwán (tropas tribales) y los clérigos wahabíes, los mutawa.

Hombres de religión: los mutawain

En el primer artículo de esta serie, afirmaba que la historia de Arabia Saudí es la historia del dominio de una de sus regiones, el Najd, sobre el resto. La homogeneización que acompaña todo proceso de modernización y construcción estatal se hizo a través de la identidad najdí, que era la menos cosmopolita, y a través de la doctrina wahabí, un movimiento reformista surgido a mediados del siglo XVIII que renegaba de las tradiciones beduinas. Más allá del patrocinio saudí, los principales agentes de este proceso de homogeneización fueron los hombres de religión najdíes, conocidos como mutawa (مطوع), que se esforzaron por imponer el dogma wahabí. (Aviso: si no estáis familiarizados con la terminología religiosa, recomiendo tener a mano el Glosario de términos islámicos).

Los mutawain (plural de mutawa) son un fenómeno najdí, surgidos entre la población sedentaria de los oasis que no tenía un linaje prestigioso. Se diferenciaban de los ulema de otras partes del mundo islámico en que, para ellos, los únicos elementos de la religión dignos de ser estudiados eran el fiqh (jurisprudencia) de la escuela hanbalí y el ibada (aspectos rituales, forma correcta de realizar las abluciones, cómo llevar la barba, etcétera). La gramática árabe, la filosofía, la alta teología, la mística y las demás ramas del saber islámico que los ulema propiamente dichos dominaban eran considerados lujos intelectuales intrascendentes. Los mutawain no hacían sino responder a las necesidades religiosas de los habitantes del Najd: Cómo adorar a Dios de forma correcta y como resolver disputas legales. Al fin y al cabo, el Najd era una región desértica salpicada de pequeñas aldeas situadas en oasis, nada que ver con el cosmopolita, sofisticado y bullicioso entorno de ciudades como Estambul, Bagdad, el Cairo o La Meca. El wahabismo tuvo gran acogida entre los mutawain, que se convirtieron en sus principales agentes. A principios del siglo XX, la mayoría de los mutawain no se dedicaban en exclusiva a la religión, sino que lo compaginaban con la agricultura, la artesanía o el comercio. Su vocación religiosa era por tanto más voluntaria que profesional, y cuando se pasaban de estrictos y enfadaban a la población local tenían que huir. El ejemplo clásico es lo que le sucedió en el siglo XVIII a Muhammad ibn Wahhab, pero hay muchos otros, como Salim Salem al-Banyan, un mutawa de Hail que fue expulsado del emirato rashidí a principios del siglo XX por proponer la expulsión de los chiíes.

Los mutawain habían sido un movimiento en decadencia durante el siglo XIX, tras haber sido diezmados y dispersados por los invasores egipcios. Su fortuna cambiaría con el resurgimiento saudí. Cuando Ibn Saud entró en Riad en 1902, los mutawain locales no lo proclamaron emir ni saij, sino Imán (líder religioso). Al hacerlo evocaban la época dorada (para los wahabíes) del primer emirato saudí, y legitimaban religiosamente a Ibn Saud, esperando así tener importancia en el nuevo gobierno. No era solamente un movimiento interesado: Durante su infancia, Ibn Saud había sido educado en la doctrina wahabí bajo los auspicios de destacados mutawain y tenía nociones en fiqh e ibada. Abd al-Aziz Ibn Saud y los mutawa reprodujeron la división de tareas que se había establecido en 1744 entre Muhammad Ibn Saud e Ibn Wahhab: Ibn Saud lideraría la comunidad y se ocuparía de la guerra y la economía, mientras que los mutawain se encargarían de legislar (desde el punto de vista religioso) y de que la población siguiese los preceptos wahabíes. Los wahabíes fueron siempre pragmáticos con respecto al poder. Los medios por los que el poder político se alcanzase eran irrelevantes, siempre que el gobernante respetase la ley divina. Recaudar el zakat (impuesto religioso) y hacer la yihad contra los infieles eran las principales funciones del líder político en la rudimentaria concepción wahabí del Estado. Mientras Ibn Saud defendiese la causa de los mutawain y se comprometiese a aplicar sus leyes, este contaría con legitimidad religiosa.

82299026d377c2e44e16d7eec2031c23Caravana de peregrinos a La Meca, 1910. Fuente: Pinterest

Durante la expansión saudí, los mutawain llegaban antes que los ejércitos y comenzaban a predicar a la población local, haciendo énfasis en cuestiones rituales (enterrar a los muertos en tumbas sin nombre, rezar de forma correcta…) y subrayando la necesidad de unidad política de la comunidad musulmana y de la conveniencia de seguir a un líder justo y bueno, es decir, Ibn Saud. Una vez los territorios se encontraban bajo el dominio de Ibn Saud, los mutawain se encargaban de asegurarse la obediencia de la población e imponer castigos físicos a los que se desviasen de la doctrina oficial. Los mutawain solían recorrer las calles con un palo y azotaban públicamente a los díscolos, a los que tenían la barba muy larga o muy corta, a los que no acudían a la mezquita, y en general a los que innovaban de forma peligrosa. Al Rasheed narra un su libro algunas anécdotas significativas, como la de un niño de una familia noble najdí que acudió a su madrasa con un reloj de pulsera que le habían regalado sus padres. El maestro religioso local le quitó el reloj y lo destrozó a palos, pues era una innovación satánica (lo correcto era llevar el reloj en el bolsillo, al parecer). Esto sucedía en la capital, Riad, en 1940, a un hijo de buena familia. Podemos imaginar lo que les sucedía a principios de siglo a los habitantes humildes de las regiones periféricas. Ángeles Espinosa cuenta en su libro una historia parecida con una bicicleta como protagonista.

Hoy en día los mutawain todavía existen, aunque el reino saudí se ha dotado de figuras religiosas con mayor conocimiento y autoridad, ulema propiamente dichos. Aún así, la función punitiva y disciplinaria de los mutawa sigue siendo necesaria en el reino saudí, y para ello se creó en 1940 una institución oficial, el Comité para la Promoción de la Virtud y la Prevención del Vicio, que aglutina a los mutawain. Hasta 2007, los mutawain iban armados con su tradicional palo.

Tras la conquista del Hiyaz en 1926, los mutawain y los ulema se centraron en profundos debates sobre la compatibilidad entre progreso técnico y religión. ¿Era correcto usar el telegrama? ¿Había que destruir los monumentos a Mahoma y sus compañeros? ¿Eran permisibles las biciletas? ¿Qué hacer con los peregrinos no wahabíes, que cantaban y danzaban? En general, acabaron aprobando lo que permitía reforzar el control estatal y rechazando todo lo demás (así, por ejemplo, prohibieron fumar en público). También sancionaron que Ibn Saud se proclamase sultán: si bien el título no tenía mucho significado en Arabia (los mutawain le consideraban imam, la población le veía simplemente como un emir que se las había apañado para imponerse sobre los demás), la palabra sultán producía un efecto muy positivo en las delegaciones extranjeras, especialmente en la británica.

Los mutawain, en definitiva, fueron un colectivo fundamental en la consolidación del emergente estado saudí. No solo legitimaron religiosamente al gobierno de Ibn Saud, sino que “domesticaron” a la población local, instaurando una especie de policía moral que dura hasta nuestros días. Así, acabaron con muchas pintorescas costumbres locales e impusieron unos valores y normas de conducta homogéneos. Aún hoy siguen determinando la moralidad en las calles, gritando a las mujeres que no llevan el velo de forma correcta. Su mayor éxito fue el sometimiento de las tribus nómadas a las estrictas normas del islam wahabí. Sin los mutawain, Ibn Saud no hubiera podido crear su poderosa fuerza militar tribal, los ijwán.

Hombres de guerra: los ijwán

Hasta los albores de la Gran Guerra, Ibn Saud se había apoyado en tropas reclutadas entre los oasis, como habían hecho sus antepasados. Sin embargo, una rebelión fallida de una rama de su familia, que había contado con el apoyo de tropas beduinas, le había hecho darse cuenta de que las confederaciones tribales podían desestabilizar sus territorios con suma facilidad. Ibn Saud necesitaba unas tropas tan fieles y leales como las de los oasis, pero con la movilidad y las habilidades guerreras de los beduinos. Era necesario destruir la autonomía y las costumbres de estas tribus y ponerlas al servicio de la causa saudí, algo que los anteriores emiratos saudíes no habían logrado. Los mutawain fueron los principales agentes de esta operación.

En un principio, Ibn Saud enviaba a los mutawain a que se mezclasen con las tribus y predicaran las enseñanzas del islam wahabí. Más tarde consiguió convencer a varias de estas tribus de la necesidad de establecerse en asentamientos sedentarios, para poder vivir en una comunidad similar a la del profeta. Allí, los mutawain podían ejercer como jueces y sacerdotes, y la población beduina podía ser reclutada y controlada con mayor facilidad. También se les incitó a practicar la agricultura. Por supuesto, la agricultura era poco productiva y nada rentable en el Najd, de modo que estas comunidades recibían generosas subvenciones (derivadas al principio de los subsidios británicos que percibía Ibn Saud) y se les prometía una parte del botín en tiempos de guerra. Muchas tribus huyeron a Iraq, pero los beduinos que aceptaron sedentarizarse y ponerse bajo las enseñanzas de los mutawain pasaron a ser conocidos como los ijwán (إخوان), la Hermandad. (No tienen nada que ver con los Hermanos Musulmanes egipcios) Los ijwán aprendieron a obedecer al imam legítimo y responder a sus llamadas a la yihad. En la wikipedia en catalán hay un artículo sobre ellos. El primero de los asentamientos permanentes para los ijwán fue construido en 1912 en el Najd central y contaba con unos 1.500 habitantes. Para 1926, 150.000 beduinos habían sido sedentarizados, bien voluntariamente o por la fuerza tras ser derrotados por las fuerzas de Ibn Saud.

ikhwanLos ijwán en acción. Fuente: Wikimedia

Los ijwán fueron la principal fuerza militar tras la conquista de Hail, Asir y el Hiyaz. Eran una fuerza poderosa que transmitía miedo y terror a los habitantes de dichas regiones. Los ijwán rechazaban saludar o tratar con deferencia a los que ellos consideraban herejes y paganos, es decir, la mayoría de la población fuera del Najd: los chiíes de Hasa y los suníes del Hiyaz que no seguían la doctrina wahabí. También vestían de una manera particular: vestidos cortos completamente blancos, para mostrar que solo servían a Dios. Por encima de todo, mataban, saqueaban e imponían la doctrina wahabí sin ningún tipo de restricción y con la complacencia de los mutawain. Sus peores hazañas tuvieron lugar en 1913 Hasa (una región, recordemos, con una mayoría de chiíes) y en 1924 en Taif, en el Hiyaz. Su fama las precedía, y el terror que infundían entre los locales que aún no habían sido sometidos por Ibn Saud era tanto o más efectivo que las prédicas de los mutawain. Sin embargo, se tomaron la doctrina wahabí demasiado en serio, y comenzaron a recelar de la sinceridad religiosa de los Saud.


Una vez completada la conquista del reino hacia 1926, la santa alianza entre Ibn Saud, los mutawain y los ijwán empezaría a quebrarse y un sector de los últimos se rebelaría. Lo veremos en la próxima entrega. Tambén hablaremos de la proclamación oficial del reino saudí, del descubrimiento de petróleo en 1933 y de lo que sucedió hasta la muerte de Ibn Saud en 1953. Hasta entonces.

Arabia Saudí II: El siglo XIX (1818-1919)

Seguimos en Arabia. La entrega anterior finalizaba en 1818, con el ejército egipcio tomando Diriyah y capturando y decapitando a Abdulá, el líder de los Saud. Hoy veremos lo que sucedió entre esa fecha y el final de la Primera Guerra Mundial. Repasaremos brevemente la historia del segundo emirato saudí, mucho más reducido territorialmente que el primero y caracterizado por las luchas internas por el poder. También veremos las otras entidades políticas que ocupaban las distintas regiones de Arabia (exceptuando Yemen, Omán y los emiratos del Golfo, que no han sido nunca sometidos por los saudíes). Finalmente, analizaremos el ascenso de Abd al-Aziz ibn Saud, el primer monarca “oficial” de Arabia Saudí, y sus acciones hasta 1919.

Historia de Arabia Saudí
1 –
Geografía y primer emirato saudí (1744-1818)
2 – El siglo XIX (1818-1919)
3 – Conquista y dominio (1919-1926)
4 – El reino antes del petróleo (1926-1938)
5 – Petróleo con sabor americano (1938-1953)
6 – El breve reinado de Saud (1953-1964)
7 – El despotismo ilustrado de Faisal (1964-1975)


El segundo emirato saudí (1824-1891)

El primer emirato saudí se había descompuesto. Además de capturar al emir saudí, los egipcios también ejecutaron o exiliaron a El Cairo a la mayoría de ulema wahabíes que encontraron. Tras unos cuantos años de ocupación, los egipcios se replegaron hacia el Hiyaz, ya que era costoso mantener un ejército en el Najd, una tierra poco productiva y con una población hostil. (Recordad que las regiones de Arabia Saudí fueron descritas en el primer artículo de la serie).

A pesar de la derrota sufrida, aún quedaban miembros de la familia de Saud. En 1824, el hijo de Abdulá, Turki, junto con un pequeño destacamento reclutado en los oasis del Najd, tomó Riad, un oasis al sur de Diriyah, que se convertiría en la sede oficial de los Saud, y que hoy en día sigue siendo la capital del reino. De ahí, el nuevo emir consiguió expandir su autoridad por el centro y el sur del Najd, llegando en 1830 hasta Hasa. Desde allí los saudíes intentaron expandirse hacia Qatar y Bahrain. Sin embargo, Turki evitó entrar en conflicto con los egipcios, que aún se encontraban en el Hiyaz.

Un buen elemento para medir la estabilidad de las dinastías (u oligarquías) y su grado de cohesión interna son los conflictos sucesorios y los magnicidios. Los Austrias españoles, por ejemplo, serían un buen ejemplo de dinastía asentada, ya que ninguno de ellos fue asesinado y las sucesiones se producían sin problemas. Los visigodos, por el contrario, serían una élite inestable, ya que no dejaban de conspirar, matarse entre ellos y luchar por el poder. Los saudíes, como iremos viendo, son un caso interesante, ya que no establecieron unas reglas de sucesión claras. La mayor amenaza para los gobernantes saudíes ha residido tradicionalmente en el seno de su propia familia. Si bien durante el primer emirato las sucesiones fueron ordenadas y pacíficas, durante el segundo abundarían los asesinatos y rebeliones en el seno del clan de los Saud.

Saudcasa

En 1834, aprovechando que el grueso del ejército saudí estaba luchando en Bahrain, Turki fue asesinado por orden de su primo Mishari, que se proclamó emir. Faisal, el hijo de Turki, regresó rápidamente desde Hasa. Ayudado por el emir rashidí de Hail (región norte del Najd), derrotó a Mishari y se proclamó imán. Tres años después, los egipcios enviaron una expedición de represalia contra Faisal, al haberse negado éste a pagar el tributo correspondiente. Fue capturado y llevado a El Cairo. En su lugar, los egipcios establecieron a Yalid, tío del fallecido Turki. Contra él se rebeló Abdulá, sobrino de Muhammad (el primer emir saudí).. Finalmente, en 1843 Faisal escapó de El Cairó y regresó a Riad. Mató a Abdulá y se proclamó de nuevo emir, cargo que ostentaría hasta su muerte en 1865. Tanto baile de primos y tíos puede resultar lioso, pero en el árbol genealógico de la imagen queda bien ilustrado. Los nombres acompañados de número son los emires en orden cronológico, también figura la duración de su reinado. Fijaos en el contraste entre los primeros cinco emires, cuyo reinado fue relativamente largo, y el caos posterior.

Tras la muerte de Faisal, sus hijos Abdulá, Saud, Muhammad y Abd-al Rahmán se pelearon entre sí por el poder. No me detendré en los detalles, pues son parecidos a los descritos en el anterior párrafo. Saud murió en 1875, pero sus hijos continuaron batallando contra sus tíos. La consecuencia directa fue que el dominio de los Saud se debilitó. Con sus fuerzas ocupadas en rencillas internas, numerosas tribus y oasis aprovecharon para librarse del yugo de los Saud. En 1881, Abdulá, como hizo su padre medio siglo antes, pidió ayuda al emir de Hail, Muhammad ibn Rashid. Los rashidíes aprovecharon para ocupar Riad y establecer a uno de los suyos como gobernador. Mataron a la mayoría de los Saud que encontraron allí, a excepción de Abdulá y Abd al-Rahmán. Abdulá murió en 1889 y su hermano gobernó como vasallo de los rashidíes hasta su muerte dos años después.

Los otros emiratos

Durante todo este periodo, el resto de la actual Arabia Saudí se encontraba dividida entre varias entidades políticas, además de tribus beduinas independientes.  Vamos a ver las más importantes: el emirato rashidí de Hail y el emirato hachemí del Hiyaz. Antes de ello preciso mencionar la zona de Hasa, que si bien no contaba con ningún poder local fuerte y solía ser ocupada por diversos emires foráneos, era una región próspera y fértil con una importante población sedentaria chií y prósperos contactos comerciales con los emiratos del golfo Pérsico (Kuwait, Bahrain, Qatar, Omán), los otomanos y los británicos, que comenzaban a hacer acto de presencia por la zona. En 1870 Hasa fue anexionada por los otomanos.

Los rashidíes de Hail

Los rashidíes, que consiguieron someter a los saudíes a finales del XIX, eran una familia que dominaba Hail, la región norte del Najd. Su gobierno, a diferencia del de los Saud, se basaba en el predominio de una tribu beduina, los Shammar. Esta tribu se había unido bajo la égida de los rashidíes a mediados del siglo XIX como respuesta a la presencia egipcio-otomana en el Hiyaz y las crecientes ambiciones de los saudíes. Esta alianza defensiva consiguió frenar la presencia extranjera y permitió a las tribus beduinas mantener sus costumbres, atacadas y denostadas por los wahabíes. A medida que el emirato rashidí se consolidaba, las fuerzas tribales fueron complementadas por tropas reclutadas en los oasis y contingentes de esclavos. A ellos se unieron otras confederaciones tribales atraídas por las perspectivas de botín. Durante el reinado de Muhammad ibn Rashid, la época de mayor esplendor del emirato de Hail, su dominio se extendía desde las cercanías de Alepo y Damasco hasta Basora, Omán y Asir. Más allá del dominio militar, el emirato rashidí se mantenía gracias al apoyo tácito de los otomanos, la recaudación de tributos y su redistribución mediante subsidios a las élites locales leales. El núcleo del poder rashidí estaba en los oasis del norte del Hiyaz. Si bien los rashidíes eran de origen beduino, los comerciantes y artesanos de los oasis les apoyaban, ya que dotaron de cierta estabilidad al territorio y permitieron el tránsito de las rutas comerciales. El control del desierto del Najd era fundamental para la pervivencia del emirato, pues es la región que transitaban las caravanas.  Contra ellas se dirigieron las expediciones saudíes de principios del siglo XX. Al perder el control del desierto, la autoridad rashidí se desvaneció. La Wikipedia en castellano tiene un artículo sobre este emirato.

arabia-1918Mapa italiano mostrando las corrientes islámicas en la Arabia de 1918. En amarillo los wahabíes. Fuente, World Digital Library (recortado)

Los hachemíes del Hiyaz

En el Hiyaz, una región mucho más heterogénea que el Najd, el liderazgo era ejercido desde el siglo XVI por varias familias sharifanas. Un sharif (plural ashraf) es un miembro del linaje de Mahoma, al igual que un sayyid. (La diferencia está en el nieto de Mahoma del que provengan, Hasan o Hussain. Véase el artículo de la Wikipedia en castellano para más detalles). En el Hiyaz el poder era compartido por los representantes otomanos y los emires sharifanos de la Meca. Los primeros se encargaban de las relaciones exteriores y los asuntos comerciales, y los segundos se ocupaban de lidiar con las tribus beduinas y de la seguridad de los Santos Lugares. La relación entre ambos poderes era de interdependencia. Los emires ashraf eran nombrados por los otomanos y dependían de ellos para su sustento económico, a la vez que los otomanos necesitaban a los emires de la Meca para mantener el orden fuera de las ciudades y asegurar las rutas comerciales y de peregrinaje. Estos emires ashraf solían haber sido educados en Estambul, siguiendo la costumbre de adoptar hijos como “rehenes”, de modo que no contaban con una base de poder local que les permitiera rebelarse contra los otomanos. Durante el siglo XIX y hasta la conquista por parte de los saudíes un linaje sharifano, los hachemíes, habían ostentado el poder en la Meca. Probablemente os suene el término “hachemí”. En efecto, se trata de la familia que hoy día reina en Jordania, descendientes del famoso Hussein al que los británicos prometieron “un reino árabe unificado” para ganarse su apoyo contra los otomanos en la Primera Guerra Mundial. Pero no adelantemos acontecimientos.

Recordemos que los egipcios habían ocupado el Hiyaz en 1811 por petición del sultán otomano para controlar a los saudí-wahabíes, que habían causado estragos en las ciudades sagradas, destruyendo monumentos como la tumba del Profeta y acosando a los peregrinos que no se ajustaban a la doctrina wahabí. Una vez las tropas egipcias se retiraron de la región en 1840, los otomanos volvieron a estar a cargo del Hiyaz, y confirmaron a los hachemíes en el poder. A mediados de la década de 1850, el emir de la Meca organizó una expedición contra los saudíes, y consiguió obtener de ellos un cuantioso tributo anual. También sometieron temporalmente otras regiones, como Asir. Con esos tributos y los generosos subsidios que recibían de los otomanos, los hachemíes compraban la lealtad de las tribus beduinas y evitaban que asaltasen a los peregrinos. Al igual que sucedía con los saudíes, los hachemíes tenían la costumbre de conspirar y luchar entre sí por el poder, al no haber reglas claras de sucesión. Sin embargo, su emirato se diferenciaba del saudí en tres elementos importantísimos: el carácter cosmopolita y heterogéneo de la región, con una importante dualidad entre campo y ciudad (en el Najd no había ciudades propiamente dichas); el carácter sagrado del linaje hachemí, reconocido hasta por los chiíes (había incluso quien decía que los emires hachemíes eran en realidad chiíes encubiertos), y por último el apoyo firme y decidido de los otomanos.

El inicio de la reconquista saudí: las campañas de Ibn Saud (1902-1919)

A principios del siglo XX, el antiguo emirato saudí se encontraba sometido por los rashidíes. Abd al-Rahmán, el último emir saudí, había huido a Kuwait, donde vivía en la corte de los Sabah, la familia gobernante local. En 1899, esta familia había firmado una alianza con Gran Bretaña. Los Sabah recelaban de los rashidíes, que además contaban con la protección otomana, de modo que alentaron a Abd al-Aziz, el hijo de Abd al-Rahmán, a que organizase una incursión con el objetivo de recuperar el antiguo territorio de su familia.

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En enero de 1902, acompañado por medio centenar de hombres, Abd al-Aziz ibn Abd al-Rahmán Al Saud (a partir de ahora Ibn Saud) partió rumbo a Riad. En un ataque nocturno con sorpresa, consiguió matar al gobernador local rashidí y conquistar el oasis. Riad volvía así al control saudí, y la familia exiliada volvió a su viejo hogar. El padre de Ibn Saud le confirmó como gobernador de la ciudad. Rápidamente los saudíes se lanzaron a la reconquista de su antiguo dominio, y comenzaron una larga campaña contra los rashidíes en la región central del Najd. Los otomanos, que ya conocían el peligro que suponían los saudíes, apoyaron a sus aliados rashidíes con armas, tropas y munición. Ibn Saud, por su parte, estableció una alianza con los kuwaitíes, con el beneplácito de Gran Bretaña que aprovechaba la ocasión para desestabilizar un poquito más al Imperio Otomano. Comenzaba el tercer emirato saudí.

En 1906, Ibn Saud había logrado una serie de importantes victorias contra los rashidíes, llegando a matar a Abd Al-Aziz ibn Rashid, el emir de Hail. Los otomanos retiraron sus tropas de apoyo a Iraq y apoyaron la división del Najd entre los rashidíes y los saudíes. De allí la acción se desplazó a Hasa, que era territorio otomano. En 1913, Ibn Saud atacó y ocupó la región, y obtuvo de los otomanos el reconocimiento formal como emir del Najd, además de imponer a uno de sus familiares como gobernador de Hasa. Al parecer, Ibn Saud había llegado a un entendimiento con los ulema chiíes de la región: a cambio de su apoyo contra los otomanos, les garantizaba la libertad religiosa una vez estuvieran bajo su mando. Papel mojado, pues bajo la doctrina wahabí los chiíes eran herejes, y como tal fueron tratados (y siguen siendo tratados hoy en día). Los británicos, mientras tanto, consideraron a Ibn Saud un vasallo otomano, de modo que no firmaron con él ningún tratado, pese a sus pretensiones. El estallido de la Primera Guerra Mundial cambiaría las cosas.

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Abd al-Aziz ibn Saud (nacido en 1880) en 1910. Fuente, Riyadhvision.

Los otomanos, atrapados entre numerosos frentes, trataron de reconciliar a rashidíes y saudíes para evitar un foco de inestabilidad en la frontera sur de su imperio, con escaso éxito. A finales de 1915, británicos y saudíes firmaron el Tratado Anglo-Saudí, en el que los británicos prometían protección a Ibn Saud si era agredido y le hacían entrega de mil fusiles y 20.000 libras, además de un subsidio mensual de 5.000 libras (que Ibn Saud cobró hasta 1924) y el envío regular de fusiles, ametralladoras y munición. A cambio, Ibn Saud se comprometía a no entablar relaciones con ninguna otra potencia y respetar los protectorados británicos de Kuwait, Bahrain, Qatar y Omán. Ibn Rashid, por su parte, estrechó sus relaciones con los otomanos y recibió 300 soldados y 25 oficiales-asesores alemanes y turcos. Los británicos animaron a Ibn Saud a atacar a los rashidíes, y éste aprovechó para pedir más dinero y más armas, aunque no logró victorias significativas durante el transcurso de la Gran Guerra.

Mientras tanto, en el Hiyaz, los británicos convencían a los hachemíes de organizar una rebelión general contra los otomanos. La historia es bien conocida y nos ha dejado románticas historias como la de Lawrence de Arabia. En resumen, los británicos prometieron vagamente al sharif de La Meca que, una vez expulsados los otomanos de las tierras árabes, la familia hachemí se convertiría en la soberana de un hipotético reino árabe unificado. Si bien el sharif Hussein cumplió con su promesa y puso en graves apuros a los otomanos (que hasta entonces habían apoyado a su familia y financiado importantes obras de infraestructura en el Hiyaz, como el ferrocarril a La Meca), los británicos se desentendieron del tema al final de la guerra, pues habían adquirido otros compromisos contradictorios (el famoso acuerdo Sykes-Picot y la Declaración Balfour). De esta tema ya hablé en otro artículo. Los hachemíes, no obstante, no se quedaron con las manos vacías, ya que los hijos de Hussein recibirían varios reinos en forma de Mandatos de la Sociedad de Naciones.

La Gran Guerra no alteró sustancialmente el equilibrio de poder en Arabia, aunque introdujo la influencia y el armamento británicos. Los rashidíes serían los principales perjudicados, pues los otomanos desaparecieron del mapa. Hachemíes y saudíes, por el contrario, contaban con el apoyo financiero de Gran Bretaña. Durante los años 20, Ibn Saud completaría la conquista del territorio de sus antepasados, ocupando sucesivamente los territorios rashidíes y los hachemíes, ante la pasividad de los británicos.


Eso es todo por hoy. En la próxima entrega, veremos cómo ibn Saud conquistó finalmente Hail y el Hiyaz durante los años 20, estableciendo finalmente su reino en 1932. También nos detendremos con más detalle en los grupos en los que Ibn Saud se apoyó para consolidar su dominio: el clero wahabí y los ijwán, tropas de origen nómada altamente ideologizadas que imponían el orden y la ley en los nuevos territorios de al Saud.

Independencia y Guerra Fría

Continuamos con la síntesis histórica de la evolución de Oriente Medio en los últimos 75 años. Ya hemos visto el colonialismo y sus efectos. Veamos ahora qué pasó cuando los distintos países alcanzaron su independencia. En esta Breve Historia de Oriente Medio nos vamos a centrar de ahora en adelante en  el establecimiento de los Estados postcoloniales.

Las simplificaciones y omisiones son inevitables para que fluya la narrativa, por lo que esto ha de considerarse una contextualización introductoria. Hoy hablaremos de la independencia y la influencia occidental durante la Guerra Fría. En los siguientes artículos hablaremos de las revoluciones y golpes de Estado militares, el proceso de construcción del Estado, el auge de la política y la militarización y el giro autoritario de los nuevos regímenes.

Los procesos de independencia

La descolonización se produjo en tres grandes olas o periodos: En primer lugar, se independizaron los países del Oriente árabe, el Mashreq, la mayoría de los cuales habían sido incluidos en los mandatos de la Sociedad de Naciones que repartían las antiguas posesiones otomanas entre Francia y Gran Bretaña. Así, a partir de 1932 los británicos fueron disminuyendo su presencia en Irak, a la vez que intentaban asegurar la estabilidad del gobierno “títere” que dejaron, para marcharse definitivamente en 1948. En Egipto la retirada británica fue lenta, comenzando en el 36 y no consumándose hasta el 54. En 1943 Líbano, controlada por la Francia de Vichy, proclamó su independencia. 3 años después, forzada por la recién formada ONU, y no sin antes bombardear las ciudades más importantes, Francia abandonó Siria. Ese mismo año, 1946, el mandato de Transjordania se transformó en el reino de Jordania bajo la monarquía Hachemí, la familia de Hussein, el jerife de la Meca, al que los británicos convencieron para sublevarse contra los otomanos en la Primera Guerra Mundial. Abdallah, hijo de Hussein, fue designado rey de Jordania por los británicos; y su hermano Faisal de Irak. Jordania sigue hoy día bajo la misma casa real. Por último, Israel fue creado en 1948 de forma algo improvisada, y en Libia, antigua colonia italiana, se instauró una monarquía descaradamente pro-británica.

descolonizacion

La segunda oleada tuvo lugar en el Magreb. Marruecos y Túnez obtuvieron la independencia de los franceses en 1956, y en 1962, tras una intensa y violenta lucha genialmente plasmada en el film La Batalla de Argel, los argelinos consiguieron expulsar a los colonizadores franceses. La tercera y última racha de independencias se extendió durante los años 60 y afectó a las antiguas posesiones y protectorados británicos en la península Arábiga y el golfo Pérsico: Adén (hoy día Yemen), Omán y los distintos Emiratos que salpican la costa noreste de Arabia (Los Emiratos Árabes Unidos, Qatar, Kuwait, etc).

De todos modos, las independencias no implicaban necesariamente el fin de la influencia occidental en la región. Los más hábiles en mantener el “poder suave” (soft power) o el dominio indirecto sobre sus excolonias fueron los británicos, que aún hoy día mantienen fuertes vínculos con los emiratos del Golfo. La Liga Árabe fue inicialmente una idea inglesa, una forma de agrupar a los territorios árabes amistosos y animarles a batallar contra el Eje durante la Segunda Guerra Mundial. Fue formada en 1945 por Egipto, Líbano, Arabia Saudí, Jordania y Yemen del Norte, a los que progresivamente se fueron uniendo más estados. Desafortunadamente para los británicos, no pudieron influir en la Liga todo lo que desearían y no pudieron impedir en 1948 la ofensiva contra el recién creado Israel. De igual modo, los británicos no pudieron evitar la revolución de Nasser en Egipto, y fracasaron estrepitosamente en su campaña conjunta con los franceses para mantener el control del canal de Suez, que había sido nacionalizado. El éxito egipcio no fue militar, sino diplomático. Francia y Gran Bretaña ya no eran las grandes potencias de antaño, y las presiones de EEUU y la URSS permitieron que los egipcios se saliesen con la suya y nacionalizasen el canal, una enorme victoria política para Nasser. Una nueva lógica geopolítica se imponía: en la época de la Guerra Fría, los recién independizados estados podían apoyarse en uno de los bandos o intentar arrancar concesiones y pactos favorables jugando a dos bandas.


La Batalla de Argel, film completo en Youtube.

La influencia occidental durante la Guerra Fría

Aunque EEUU fuera la nueva potencia emergente, carecía de algo muy importante: contactos, inteligencia y conocimiento del terreno. La colaboración con los británicos era esencial en estos primeros momentos (aunque posteriormente, como veremos, EEUU tratase de desplazar al Reino Unido en la región y “copiar” su imperio). En 1955 se establece el Pacto de Bagdad o Tratado Central (CENTO en inglés), una alianza militar al estilo de la OTAN entre el Reino Unido, Irán, Irak, Pakistán y Turquía, a los que se uniría 3 años después EEUU. El objetivo de la alianza era contener la influencia soviética, para lo que EEUU y GB proveerían con armas, financiación y equipamiento a sus aliados. Francia, por su parte, consiguió mantener buenas relaciones con Marruecos y Túnez (no así con Argelia), y los líderes de ambos países árabes obtuvieron apoyo francés para consolidar sus regímenes.

Tras la Segunda Guerra Mundial, EEUU, como decimos, abandonaba su tradicional aislamiento internacional y asumía su papel de superpotencia paranoica, tratando de limitar en todo momento la influencia de su gran competidor militar e ideológico, la Unión Soviética. Oriente Medio es una región estratégica (situada entre Europa, Asia y África y plagada de recursos naturales), de modo que gradualmente los americanos empezaron a planificar una estrategia para la región. Dado que hacia 1945, EEUU carecía de “expertos” en Oriente Medio, programas universitarios destinados al estudio de la región, o empleados capaces de desenvolverse en árabe, persa, turco o urdu, decidieron sustituir poco a poco al decadente imperio británico a la vez que intentaban importar académicos y eruditos para sus recién creados centros de estudios orientales.

CENTO
Los miembros originales del Tratado Central (CENTO). Fuente: Wikimedia

En 1945, el presidente Roosevelt se reunía con el rey Abdalazid Al-Saud, comenzando así la “relación especial” que EEUU y Arabia Saudí mantienen hasta hoy día. Esta relación se basa en la no-interferencia de Estados Unidos en los asuntos internos del reino saudí a cambio de petróleo a buen precio y apoyo diplomático y militar a los intereses geoestratégicos americanos. Resulta un tanto extraño que un país que iba a enarbolar la bandera de los recién proclamados Derechos Humanos, el libre comercio y la democracia liberal como justificación de su intervención en diversas partes del globo se aliase con una monarquía despótica y rígida, pero el anticomunismo crea extraños compañeros de cama. Y los saudíes eran (y son) fervientemente anticomunistas.

El segundo paso en su estrategia fue la “Doctrina Eisenhower”. En 1957 el presidente americano anunció que EEUU asistiría militar o económicamente a cualquier país de la región que fuera amenazado por el comunismo internacional. Dicho y hecho, en 1958 los EEUU intervinieron en Líbano para ayudar al presidente Chamoun, asustado por las presiones de los nacionalistas árabes, que en el vecino Irak acababan de derrocar al rey Faisal. Y es que el panarabismo socialista, del que tendremos tiempo para hablar en detalle, era una importante amenaza para el orden internacional surgido de las dos guerras mundiales. Y por si fuera poco, se inclinaba ligeramente hacia el bando soviético.

El tercer pilar de la presencia norteamericana en Oriente Medio sería el recién creado estado de Israel. El acercamiento a este nuevo estado era fácil, pues al fin y al cabo un sector importante de la importante minoría judía estadounidense simpatizaba y apoyaba la ideología sionista. Tras el fracaso franco-británico en Suez y la amenaza que supuso la guerra de 1967, Israel se convirtió en el principal aliado americano en el Mediterráneo. Hasta hoy, es el estado que más ayuda militar y diplomática recibe de los Estados Unidos, y ha sido capaz de crear un influyente lobby en Washington (aunque con la administración Obama su importancia ha disminuido).

Sin embargo, el que fue en mi opinión el mayor éxito de la diplomacia americana fue la incorporación de Egipto a la esfera de influencia norteamericana. Tras el fracaso de la Guerra de los Seis Días y la muerte de Nasser, el nuevo presidente de Egipto, el general Sadat, trató de acercarse a EEUU expulsando a los más de 10.000 asesores soviéticos que había en su país, con la esperanza de que EEUU presionase a Israel para abandonar la península del Sinaí. No satisfechos con las tímidas promesas americanas, los egipcios decidieron pasar a la acción y se aliaron de nuevo con Siria para atacar Israel por sorpresa durante la festividad del Yom Kippur de 1973. El nuevo fracaso militar, sin embargo, tuvo una consecuencia inédita: el acuerdo de Camp David entre Israel y Egipto en 1975, con la mediación de los EEUU. Esto fue visto como una traición por parte de la mayoría de los países árabes y el bloque soviético, aunque por otra parte el presidente egipcio y el israelí fueron galardonados con el Nobel de la paz en 1978. Sadat no solo alienó a los demás líderes árabes y sus antiguos amigos de la URSS, sino que además se ganó el odio eterno de los islamistas. A cambio, Egipto se convirtió en el segundo país que más ayuda militar y económica percibía de EEUU, permitiendo así al ejército continuar con su monopolio de la gestión del país hasta la actualidad.

Israel, Egipto, Líbano, los países del CENTO salvo Irak (Irán, Pakistán y Turquía) y Arabia Saudí se convirtieron en los ejes de la política estadounidense en Oriente Medio en los años 70. La revolución de 1979 contra el Shah acabaría con uno de los principales aliados estadounidenses. La invasión soviética de Afganistán, de igual modo, daría paso a una nueva estrategia, apoyar o permitir la acción de grupos armados no-estatales para desetabilizar al contrario, tal y como ocurre hoy en Siria. Finalmente, la disolución de la Unión Soviética y el fin de la Guerra Fría alterarían la importancia estratégica de la región, aunque en lo fundamental los americanos mantienen sus aliados, con la excepción de Irán. El problema hoy día para la estrategia americana es que sus aliados persiguen agendas no necesariamente coincidentes y rivalizan en cierto modo por la hegemonía regional. Y, por supuesto, que las invasiones de Irak y Afganistán han dado como fruto dos estados muy precarios incapaces de contrarrestar y combatir eficazmente a los grupos armados que se les oponen.


Hemos visto en este artículo cómo la influencia occidental se ha mantenido hasta cierto punto en Oriente Medio. En el próximo artículo veremos los desafíos a esta influencia: las revoluciones lideradas por las fuerzas armadas, la sustitución de monarquías por repúblicas y los intentos de disminuir la dependencia económica con respecto a Occidente.

La colonización europea de Oriente Medio

 La historia es esencial para comprender el origen de muchos de los conflictos que hoy día parecen «eternos», como la disputa por Cachemira entre India y Pakistán o las «divisiones sectarias» entre los árabes del Levante Mediterráneo.  Este artículo es un resumen de la historia colonial de Oriente Medio (1757-1948), centrada en la evolución de la «percepción» europea sobre la región, la penetración comercial y la colonización del Indostán y los países árabes. Este no es un texto académico sino más bien divulgativo, con el objetivo de contextualizar futuros artículos. De nuevo, es una revisión actualizada y mejorada de una sección de mi Trabajo de Fin de Grado (2014), con añadidos y omisiones para hacer la lectura más agradable. Para conocer lo que sucede en el XIX en los países no colonizados, recomiendo leer Movimientos de Reforma II

Existe una versión en vídeo (resumida) de este artículo. Pincha aquí para acceder a ella.

Introducción

1650-1950Evolución política de Oriente Medio 1650-1950. Elaboración propia a través de los mapas de Geacron

            Durante los siglos XVIII y XIX, época de esplendor de los llamados “imperios de la pólvora” de Oriente Medio (con sus tres grandes dinastías, los Otomanos, los Safávidas y los Mogoles), el Occidente europeo empezaba a despuntar económicamente, siendo desplazados los países del sur de Europa por los del centro y norte. Holanda, Francia y Gran Bretaña superaban a España y Portugal y redoblaron su búsqueda de nuevos mercados y tierras que conquistar.

            Paralelamente, el imaginario europeo se transformaba y la misión civilizadora sustituiría al cristianismo evangelizador como motor y justificación de la expansión colonial.[1] La “diferencia imperial” que antes separaba a la cristiandad europea de los países islámicos se convirtió en “diferencia colonial.” Es decir, durante los siglos XV-XVII, la época de los Austrias y la lucha contra los turcos en el Mediterráneo, se percibía a los habitantes del norte de África y Oriente Medio como un “otro” igualmente poderoso, aunque los cristianos pensasen que eran superiores moral y religiosamente. Sin embargo, a partir de siglo XVIII se empezó a ver a los países e imperios de Oriente Medio como sociedades despóticas, débiles, necesitadas de buen gobierno y por tanto colonizables. La colonización al fin y al cabo se suele justificar como una especie de tutela paternalista, un servicio humanitario. Si durante la Edad Media y el Renacimiento los musulmanes eran caracterizados como sujetos pérfidos, viles y condenados al infierno por infieles, pero capaces de raciocinio y entendimiento, a partir del siglo XVIII empiezan a ser percibidos como seres atrasados, primitivos, salvajes, que aún no habían alcanzado su madurez.

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Los imperios de la pólvora hacia el 1600. Rojo-Otomanos. Violeta-Safávidas. Verde-Mogoles. Fuente: Ballandalus

            Todo esto pasaba bastante desapercibido para los habitantes y gobernantes de los distintos imperios de Oriente Medio, que no percibían ninguna señal de decadencia o atraso. Es más, seguían convencidos de ser el centro del mundo, países ricos donde la ciencia y la técnica brillaban, protagonistas de un “renacimiento”, una nueva época de esplendor que sepultaba el recuerdo de los invasores mongoles que arrasaron los campos y ciudades de la región. Aunque muchas de las dinastías gobernantes surgidas tras la desintegración del imperio de los janes (inglés: khan) eran de origen turco-mongol, acabaron asimilándose a las culturas locales, aun manteniendo las distancias. Quizá el ejemplo paradigmático sean los mogoles de la India, descendientes de un heredero de Gengis Jan en Asia Central, dinastía que se integró perfectamente en las tradiciones y la cultura del Indostán, manteniendo cierta armonía entre hindúes y musulmanes y patrocinando la construcción de maravillas como el Taj Mahal.

            No quiero detenerme demasiado en la historia de Oriente Medio durante los siglos XVI-XVIII, pero para sintetizar y resumir, podemos considerar que era una época de estabilidad política, con cierta unidad cultural (islámica), sin grandes guerras, conflictos territoriales o hambrunas severas. No era un mundo ideal, por supuesto, pero los gobernantes de los imperios de la zona tenían bastante confianza en sí mismos y en ningún momento sospecharon de los comerciantes y exploradores europeos que empezaban a asentarse en sus tierras. No esperaban que los barbilampiños e idólatras habitantes de lejanas tierras fueran a alterar de ninguna manera el equilibrio político, económico y social que habían alcanzado.

Corte de Fath Ali ShahLa corte de Fath Ali Shah (~1815). Los representantes británicos, con las obligatorias medias rojas que debían llevar los invitados a la corte de los Qajar, tratan de pasar desapercibidos entre la multitud.

 La colonización económica

            Occidente no entró en Oriente Medio solo mediante la conquista, sino también a través del comercio y la injerencia en la política interna, dinámicas que comenzaron en el siglo XVI. De hecho, a menudo la penetración económica precedió la conquista política, como en el caso de la India. La colonización europea de los países islámicos fue lenta y protagonizada por distintos actores, fundamentalmente Francia, Gran Bretaña y Rusia. No siguió un plan de acción predeterminado, si bien hubo un cierto acuerdo entre las distintas potencias europeas por el reparto de las zonas conquistables y colonizables. También hubo episodios de enfrentamiento y “guerra fría” por las famosas “esferas de influencia”, siendo la más famosa el Gran Juego por el control de Asia Central.

 “Dejemos clara una cosa: la penetración europea en el mundo musulmán nunca supuso un choque de civilizaciones (…) En esta época de colonización, la <<civilización europea=»»>> nunca estuvo en guerra con la <<civilización islámica=»»>>. De hecho, a partir de 1500, los europeos llegaban al mundo islámico principalmente como comerciantes ¿Qué menos amenaza podía haber?”.[2]

            Además de comerciantes, llegaron asesores y técnicos, que influyeron decisivamente en las decisiones de los gobernantes. En 1598 dos británicos, los hermanos Sherley, consiguieron llegar a Persia, y vender a Shah Abbas, el mayor de los monarcas safávidas, cañones y armas de fuego de fabricación occidental, comprometiéndose a asesorarles técnica y estratégicamente. Los persas “veían en las armas y los asesores procedentes de una isla lejana, diminuta e insignificante del oeste de Europa la solución perfecta”. Así empezó la costumbre de otorgar a asesores europeos el mando del ejército persa,[3] tendencia que con los Qajar (1798-1920) continuaría, convirtiéndose el apoyo de las potencias extranjeras en uno de los pilares de la dinastía.

            La forma en la que solían proceder las potencias europeas era intentar asegurar una serie de «concesiones» económicas. Esto es, que el monopolio de la venta de algún producto la tuvieran los agentes comerciales de dicha potencia, o que extuvieran exentos del pago de aduanas y aranceles. Esto solía ser acompañado por el status de extraterritorialidad, es decir, que los naturales de las potencias extranjeras, en el caso de que cometieran algún delito, no fueran juzgados por los tribunales del país donde ocurriese el delito, sino por los de su país de origen. En la práctica esto se tradujo en bastantes abusos y crímenes que quedaron impunes, generando bastante odio entre los locales. La contrapartida a estas concesiones eran pagos únicos o periódicos de importantes sumas de plata u oro. Si algo caracterizaba a los imperios de la pólvora (sobre todo el Otomano y el Safávida) era la escasez de metálico, problema que se agravó con la entrada al mercado europeo de toneladas de metales preciosos procedentes de  América. La construcción de infraestructuras y la modernización de los ejércitos precisaba de mucho capital, y este capital se obtuvo a costa de malvender los recursos locales a las potencias europeas. Esta práctica no es exclusiva de Oriente Medio, de hecho se dio en Latinoamérica durante todo el siglo XIX y también en España (minas de Río Tinto y demás).

            Sin embargo, por “colonización” se suele entender la mera conquista militar. La colonización política de los países musulmanes puede dividirse en tres etapas. En la anterior a 1830 sería dominado el antaño poderoso Imperio mogol y las demás regiones del subcontinente indio; desde 1830 hasta el inicio de la Primera Guerra Mundial los países árabes del norte de África fueron sometidos; tras la Gran Guerra, las antiguas zonas dependientes de los otomanos (el Levante y Mesopotamia) pasaron a ser tuteladas por Francia y Gran Bretaña. En esta clasificación no entran las campañas del Imperio ruso contra los Otomanos, que eran bastante periódicas. Véase por ejemplo la lista de guerras ruso-turcas. A continuación se resumen la colonización de la India y los países árabes, dejando la expansión rusa para otro momento.

Indostán (1757-1947)

            La colonización de la India comenzó con el establecimiento de la Compañía Británica de las Indias Orientales en 1757 y su progresiva toma de control del subcontinente, llegando a reclutar ejércitos (los denominados cipayos) y a controlar la fiscalidad, manejando como títere al sultán mogol y a otros gobernantes menores hasta el motín de 1857.[4]  Posteriormente, los británicos trataron de conquistar el Hindu-Kush (Afganistán) en tres ocasiones con el objetivo de ejercer una mayor influencia sobre Persia, pero fueron rechazados. (Véanse Historia de Afganistán y II ). La dificultad de invadir y mantener el control de Afganistán ha sido experimentada después por los Soviéticos y Americanos.

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Expansión de la colonización británica del Indostán y área del motín de 1857. Fuente: kenyonimperialismproject2009

            Tras el citado motín, en el que hindúes y musulmanes se unieron contra el dominio británico,[5] la administración de la compañía fue sustituida por una directamente dependiente del Estado británico. Las élites musulmanas, encabezadas por Sayyid Ahmad Khan, trataron de reconciliarse con las autoridades coloniales y distanciarse de los hindúes,[6] estrategia que les funcionó hasta la Primera Guerra Mundial. La Gran Guerra causó una fractura en las relaciones entre los musulmanes indios y el Imperio británico, pues se había declarado la guerra al califa nominal del islam (el sultán otomano) y además se estaba enviando a cipayos musulmanes a luchar contra otros musulmanes. En la década de 1919 emergió el Khilafat movement, un amplio movimiento de masas de carácter pan-Islámico y anticolonial que se alió con el  Congreso Nacional Indio encabezado por Ghandi y que puso en jaque a la administración colonial británica durante varios años, perjudicando gravemente la economía imperial con un boicot a los textiles ingleses.[7]

            Sin embargo,  las tensiones entre las comunidades musulmana e hindú, alimentadas por años de estrategias británicas de divide et impera (como por ejemplo la discriminación del idioma urdu en favor del hindi en las oposiciones a la administración pública), resurgirían con fuerza en las siguientes décadas, hasta la retirada de los ingleses en 1947 y la creación de una “patria” para los musulmanes indios (aunque más de la mitad de esos musulmanes quedasen fuera de esta nueva patria). El Plan de Mountbatten (el funcionario británico encargado de la partición) dividía la India en dos estados, uno para los musulmanes y otro para los hindúes y sijs. El nombre de Pakistán significa «tierra de los puros», pero hay quien dice que proviene de las iniciales de los territorios integrados (Punjab, Afganistán, Kachemira, Indo -el río- y Baluchistán)

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Plan de Mountbatten, 1947. Por desgracia no puedo citar la fuente, ya que la desconozco.

             Tanto en la historiografía europea tradicional como en la pakistaní se presenta la partición del Hindustán entre Pakistán y la India como un suceso inevitable,[8] pasando generalmente por alto la enorme tragedia humana que supuso, con 10 millones de desplazados y más de un millón de muertos. No obstante, una nueva corriente revisionista trata de demostrar que la creación de Pakistán no se trata a una necesidad histórica debida a la existencia de dos comunidades irreconciliables, sino que estas solo existían de forma definida en las mentes de los líderes,[9] siendo la partición causada por la prisa de los ingleses y la intransigencia de los representantes del Congreso Nacional Indio y la Liga Musulmana (dos partidos políticos) en las negociaciones para acordar la organización y constitución del nuevo estado indio (de hecho, las regiones que conformarían Pakistán son aproximadamente las mismas en las que la Liga Musulmana había obtenido mayoría).  A pesar de todo, Pakistán nació con una constitución secular; la islamización del país no se produciría hasta más adelante.

Países Árabes (1830-1948)

             En el siglo XVIII, con la excepción de la península arábiga, la mayoría de los territorios árabes se encontraban bajo el control otomano, al menos de forma nominal, aunque lo cierto es que tanto en la península arábiga como en Egipto el poder de los sultanes otomanos era muy limitado. El primer intento de conquista por parte de las potencias europeas fue organizado por Napoleón en 1798, con su expedición contra Egipto, narrada en primera persona desde el lado musulmán por el historiador al-Jabarti. El proyecto francés continuó después en los países del Magreb tras la conquista francesa de Argelia en 1830 y el establecimiento de un protectorado sobre Túnez en 1881. El protectorado, junto con la apertura forzada a los mercados internacionales, sería la forma habitual de incorporar los países árabes al dominio colonial. La Conferencia de Berlín de 1884 consagró el “derecho” europeo a la colonización de África, trazándose muchas de las fronteras artificiales que hoy dividen el continente.

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Reparto de África entre las potencias europeas. Fuente: Karl Addis’ site

               Dos años antes, en 1882,  Egipto, un país que se había adherido de forma decidida al comercio con Europa y al desarrollo económico inspirado en patrones occidentales, era invadido por Gran Bretaña como reacción a una revuelta dirigida por las élites tradicionales del país, que había expulsado a la troika franco-británica que gestionaba las finanzas egipcias desde la bancarrota declarada en 1875.[10] A pesar de que aparentemente los pagos de la deuda no se habían detenido con el nuevo régimen (según informaban los diplomáticos alemanes), el gobierno de Gladstone, animado por la prensa sensacionalista y temeroso de perder el control de Suez, invadió Egipto y estableció un protectorado. El último soldado británico se retiraría en 1954.[11]

             La consolidación definitiva del dominio colonial sobre los países árabes llegó tras la derrota de los otomanos en la Primera Guerra Mundial y el establecimiento de los mandatos de la Sociedad de Naciones, que repartían las colonias de los derrotados entre las potencias vencedoras. Así, se establecieron los “mandatos de tipo A” sobre el mapa modificado de la administración otomana, creándose las modernas fronteras de Iraq, Palestina y Jordania, otorgadas a los británicos, y Siria y Líbano, obtenidas por los franceses. Estos “mandatos” reflejan fielmente el imaginario occidental, la misión civilizadora que las potencias europeas se arrogaban sobre otras culturas y civilizaciones.[12]  Así, los mandatos de tipo A eran teóricamente una tutela durante varias décadas hasta que “el país pudiera valerse por sí mismo”, aunque en la práctica supuso la división de los países del norte del Mashreq en torno a criterios estratégicos en el juego de potencias y la instauración de regímenes títere, que impidió para muchos autores occidentales y árabes el surgimiento de un Estado árabe fuerte una vez libres del control turco.[13] Los movimientos anti coloniales se sucedieron durante el siglo XX, desde la fallida “revolución” egipcia de 1919 a la rebelión de Palestina de 1936, en la que el nacionalismo árabe y la solidaridad pan-islámica comenzaron a tomar fuerza.

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Mandatos de la Sociedad de Naciones, 1919. Fuente: Wikimedia

             Para explicar el actual caos en Siria y el Levante Mediterráneo se suelen citar otros tres tratados o pactos. El primero es el «Acuerdo Sykes-Picot» entre Francia y Gran Bretaña, en el que se repartían las antiguas tierras otomanas en dos esferas de influencia: el norte para Francia y el sur para los británicos. El segundo es la «Declaración Balfour«, en la que los británicos prometían al movimiento sionista la «creación de un hogar nacional judío en Palestina», significase eso lo que significase. (Hogar nacional no significa Estado). El tercero fue la correspondencia entre Hussein, jerife hachemita de la Meca, y Mac-Mahon, un emisario británico. Se le prometió a Hussein el reconocimiento de un reino árabe independiente a cambio del apoyo contra los otomanos en la Primera Guerra Mundial. El más famoso agente colonial fue Lawrence de Arabia, que sirvió de enlace entre Hussein y los británicos. (Más información sobre la familia hachemita en Arabia Saudí II y III)

             Los británicos, en efecto, tenían tres acuerdos contradictorios. La solución final no satisfizo a árabes y sionistas, pero sí a franceses e ingleses, que aumentaban sus imperios con «mandatos» que debían supervisar. A los descendientes de Hussein los británicos les otorgaron los reinos de Jordania e Irak, tras la desastrosa experiencia de Faisal en el Reino de Siria, ocupado por los franceses. Irak y Jordania obtuvieron su independencia en los años previos a la Segunda Guerra Mundial, tras asegurarse los británicos que los gobiernos que establecieron allí les fueran favorables. Los franceses fueron más reticentes a conceder la independencia a Siria y Líbano (cuyas fronteras fueron dibujadas y reconfiguradas en numerosas ocasiones), y hasta el fin de la guerra no reconocieron a dichos estados. En general, franceses y británicos utilizaron la vieja estrategia del «divide and rule» (dividir y gobernar), en la que privilegiaban a unas minorías étnicas, religiosas o lingüísticas sobre otras con el objetivo de conseguir una administración colonial nativa afecta, y de crear descontento comunal para presentar el dominio colonial como única alternativa al caos y la violencia sectaria.

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Revuelta Palestina de 1936. Fuente: Palnarrative

             En Palestina no se creo un «hogar nacional judío», pero las potencias europeas favorecieron la inmigración y el asentamiento de judíos. El antisemitismo creciente en Europa animó a muchos a buscar tranquilidad en la «tierra prometida», y el movimiento sionista colaboró con distintos gobiernos europeos (incluído el alemán) para aumentar el flujo migratorio. Los migrantes llegaban con capital, y lo que solían hacer era comprar tierras a terratenientes absentistas árabes (habitualmente jeques de Arabia). Estas tierras solían estar ocupadas por campesinos palestinos, pero los colonos judíos querían cultivar las tierras ellos mismos, de modo que se produjo un contínuo éxodo rural de palestinos hacia las ciudades. Por si fuera poco, los británicos privilegiaron a los judíos para trabajar en la administración del mandato. El descontento cristalizó en la revuelta de 1936, que merece un artículo aparte.

             Finalmente, en 1948 los británicos decidieron salir del Levante mediterráneo deprisa y corriendo. Al igual que en la India, tomaron decisiones precipitadas que crearían numerosos problemas, pero se lavaron las manos. Sin embargo, todo lo que sigue (creación del Estado de Israel, conflicto árabe-israelí, consagración del nacionalismo pan-árabe y del pan-islamismo, triunfo del partido Baath, victoria de Nasser contra británicos y franceses por el dominio de Suez, caída de la monarquía de Egipto…) no entra dentro del periodo colonial, de forma que no lo analizaremos en este artículo.

             Este artículo, como he dicho en la introducción, es meramente orientativo y divulgativo, e incurre en generalizaciones y simplificaciones, necesarias para mantener la fluidez del texto. Algunos de los temas tratados aquí se desarrollaran en detalle más adelante. La «colonización económica» de Irán y las turbulentas relaciones del país con Occidente, por ejemplo, está detalladas en otra sección de este blog. Las citas y referencias de este artículo provienen de mi TFG,las partes del texto sin referencias son de nueva creación. Aún así, puedo proporcionar bibliografía al que esté interesado en saber más o ponga en duda la veracidad de lo escrito. Cualquier duda, queja o sugerencia, en los comentarios.


Referencias bibliográficas

[1]     Alex Padamsee, Representations of Indian Muslims in British Colonial Discourse, Nueva York, Palgrave Macmillan, 2005.

[2]     Tamim Ansary, Un destino desbaratado, p. 255.

[3]     Ibídem, p.  257.

[4]     Pati, Biswamoy, “Historians and Historiography: Situating 1857” en Economic and Political Weekly, Vol. 42, No. 19 (12 de mayo de 2007), pp. 1686-1691

[5]     Peter Robb, “On the Rebellion of 1857: A Brief History of an Idea”. en Economic and Political Weekly, Vol. 42, No. 19 (12 de mayo de 2007), pp. 1696-1702.

[6]     Shan  Mohammad, Writings and speeches of Sir Syed Ahmad Khan , Bombay, Nachiketa Publications, 2006.

[7]     K. H. Ansari, “Pan-Islam and the Making of the Early Indian Muslim Socialists” en  Modern Asian Studies, Vol. 20, No. 3 (1986), pp. 509-537.

[8]     Carlos H. Hernández, “La evolución de Asia y África desde 1945 hasta el final del siglo XX” en Javier Paredes (dir.), Historia universal contemporánea, Barcelona, Ariel, 2010. p. 1062.

[9]     Mushirul Hasan, “The Partition of India in Retrospect”en India’s Partition: Process, Strategy and Mobilization, Nueva Delhi, Oxford University Press, 2001, pp. 1-23.

[10]     R. C. Mowat,  “From Liberalism to Imperialism: The Case of Egypt 1875-1887” en  The Historical Journal, Vol. 16, No. 1 (Mar., 1973), Cambridge University Press, pp. 109-124.

[11]     John S. Galbraith y Afaf Lutfi al-Sayyid-Marsot, “The British Occupation of Egypt: Another View” en International Journal of Middle East Studies, Vol. 9, No. 4 (Nov., 1978), pp. 471-488.

[12]     W.M, Roger Louis, “The Era of the Mandates System and the None-European World”, en Hedley Bull yAdam Watson (eds.),  The Expansion of International Society, Oxford, Clarendon Press,  1985, pp. 201-210.

[13]     Un buen estudio del debate académico entre los autores árabes sobre la construcción del Estado-nación es: Youseef Choueiri, Modern Arab Historiography: Historical discourse and the nation-state, Londres, Routledge, 2003.