Los otomanos no-musulmanes y su fin III: nacionalismo turco

Por Carlos García Muñoz

En las entradas anteriores (parte I y parte II) hablamos de cómo se configuraba la sociedad otomana en la Edad Moderna y de cómo se adaptó a los vertiginosos cambios del siglo XIX. Hicimos especial hincapié en la institucionalización tardía de los millet y otros cambios para la población no-musulmana que trajeron consigo las Tanzimat; también se destacó el fuerte impacto social que tuvo la pérdida de territorios ─las sucesivas oleadas de desplazados musulmanes y su reasentamiento en las restantes provincias del Imperio─ , así como el papel jugado por las potencias europeas ─a través de la troika y el derecho internacional de la época, sus legaciones y consulados─ para dar forma al universo levantino como último canto de cisne del exuberante ─pero también desigual─ cosmopolitismo otomano. Por último traramos la revolución de los Jóvenes Turcos, la guerra ítalo-otomana ─con la expulsión de la colonia italiana─ y las guerras balcánicas ─con las consiguientes crisis de refugiados─ como preludio o ensayo general de la Gran Guerra.

Esta tercera entrada aborda la voladura de la sociedad otomana y el trato dispensado por las nuevas autoridades republicanas de la Turquía kemalista a las minorías no-musulmanas durante el periodo de partido único.

La aniquilación del mundo otomano

El 29 de octubre de 1914 el Imperio otomano entró en la Primera Guerra Mundial del lado de Alemania y Austria-Hungría. Pocos meses después las autoridades otomanas decretaban la expulsión de Siria y Palestina de los judíos y cristianos protegidos por países enemigos, así como la «evacuación» de las poblaciones ortodoxas griegas de las provincias costeras y fronterizas del Imperio; el exterminio del pueblo armenio arrancó en la primavera de 1915, y la rebelión árabe en el verano de 1916. La sociedad otomana se desvanecía.

No entraré en la espinosa cuestión de si el exterminio del pueblo armenio debe calificarse o no como genocidio. A ese respecto, me limitaré a reproducir estas sabias palabras de Francisco Veiga, historiador especializado en los Balcanes y Turquía:

«[E]l genocidio armenio ¿lo es?, ¿no lo es? Hay una guerra de terminología. Es evidente que muere mucha gente, civiles; el argumento turco insiste en la desorganización y no en la planificación genocida. Bueno, en parte se puede aceptar, en parte no, pero da lo mismo. Porque realmente muere mucha gente víctima de una operación de contrainsurgencia. A comienzos de la Gran Guerra los rusos habían apoyado un levantamiento guerrillero armenio en la retaguardia otomana. La respuesta consistió en deportar a la población civil armenia para que no apoyara a los insurgentes. Algo así hizo el general Weyler en Cuba “reconcentrando” a unos cuatrocientos mil civiles en 1896; o los británicos con la población civil bóer, en África del Sur, a comienzos del siglo XX. Esas muertes por inanición y por hambre, el traslado forzoso de poblaciones, la guerra de exterminio en definitiva, es la típica estrategia de guerra colonial. Así se hacía en el Magreb, en el África negra, en Asia.

Ocurre lo mismo con los armenios. Hay una insurrección armenia, deciden llevárselos a otra parte, que es Siria. Hace mucho calor, hay muchos ancianos, no hay camiones, van a pie, van a morir y ya sabes cómo es la mentalidad militar en tiempos de guerra: les da exactamente igual. También se les deja en manos de paramilitares y los kurdos tienen un papel muy importante en el exterminio, tienen a sus espaldas un porcentaje altísimo de muertos armenios. Entonces ordenas datos, ¿y qué hay detrás? Para empezar, dos comunidades armenias. Una, en el exterior, la diáspora, en Estados Unidos o Francia, que tienen un concepto más negativo de su república y es la que mantiene más viva la llama del genocidio. Quieren que el Gobierno turco pida perdón, pero entonces se pondrían en marcha una serie de reclamaciones legales a gran escala, por vía de Estado, sobre las propiedades, qué ha pasado con la finca o el negocio del bisabuelo; y eso lo complicaría mucho todo porque no solo está el Gobierno turco, sino también los kurdos, que son los que viven hoy en día en buena parte de la región donde estaban antes los armenios. Por el contrario, a los armenios de la república les pesa el recuerdo del genocidio, claro, pero también quieren sobrevivir hoy. Ir a buscar trabajo a Turquía. No llevan bien que en la diáspora insistan tanto porque ellos lo que quieren es normalizar relaciones con Turquía, que es lo que les conviene».

Entrevista de Álvaro Corazón Rural a Francisco Veiga en Jotdown, junio de 2015.

Cuatro años y un día después de que el Imperio otomano hubiera declarado la guerra a las potencias de la Entente, representantes otomanos y británicos se reunieron en el puerto de Mudros ─en la isla de Lemnos─ para poner fin a la participación otomana en la Gran Guerra. En virtud del Armisticio de Mudros, los otomanos debían evacuar sus últimas tropas de las provincias árabes y abrir los Dardanelos y el Bósforo a los barcos de guerra de la Entente. Pronto los Aliados ocuparon Estambul y amplias zonas del oeste y sur de Anatolia.

Territorios ocupados tras el Armisticio de Mudros de 30/10/1918. Fuente: Volkan’s Adventures.

Casi dos años después, en agosto de 1920, los representantes otomanos firmaron el Tratado de Sèvres, más extenso y detallado que el Armisticio de Mudros. Aquel tratado preveía el control internacional de los Dardanelos, el Bósforo y el Mármara ─la «Zona de los Estrechos»─; la constitución de un estado armenio y de un territorio autónomo para los kurdos en el este de Anatolia; la cesión de la región de Esmirna y de casi toda Tracia oriental a Grecia, así como la división de la Anatolia meridional en zonas de influencia francesa e italiana. El territorio turco libre ─ya no tenía sentido hablar de «otomano»─ se limitaría a la parte septentrional central de la península anatolia.

Reparto de los restos del Imperio otomano entre las potencias de la Entente según el Tratado de Sèvres de 1920. Fuente: Wikipedia.

Ahora bien, el Tratado de Sèvres nunca fue ratificado. En paralelo a las negociaciones que debían conducir a él, el parlamento otomano de Estambul, recién renovado, celebró entre enero y febrero de 1920 unas sesiones de enorme trascendencia por cuanto dieron lugar al Misak-ı Millî o Juramento de la Nación, esto es, a la definición de las fronteras mínimas de la nación turca por las que se debería luchar a toda costa en oposición a las particiones que planeaban los Aliados. Pero estos mismos Aliados pusieron fin a esa actividad parlamentaria pocas semanas después.

El cierre del parlamento otomano en Estambul dio más legitimidad al movimiento nacionalista turco de Mustafa Kemal, un antiguo oficial que llevaba oponiéndose a la ocupación aliada desde 1919 y que había conseguido reorganizar los restos del ejército otomano desde Anatolia central. Así, el 23 de abril de 1920 se constituyó en Ankara la Gran Asamblea Nacional y poco después un gobierno provisional en oposición al del sultán en Estambul. En los dos años y medio siguientes las fuerzas nacionalistas turcas buscaron acuerdos separados con la Unión Soviética ─Tratados de Moscú y Kars (16 de marzo y 23 de octubre de 1921 ) ─, Italia ─que se retiró de Antalya en junio de 1921─ y Francia ─Tratado de Ankara del 20 de octubre de 1921─ para fijar las fronteras en el este y el sur, obtener armamento por vía de estas potencias y concentrar después todo el esfuerzo bélico en el oeste. Así, el 9 de septiembre de 1922 los nacionalistas turcos entraron en Esmirna ─la incendiaron de hecho─ y pocas semanas después las partes contendientes acordaron un alto el fuego y la negociación de la paz. Se alcanzó así el Armisticio de Mudanya (11 de octubre de 1922), si bien los griegos no se adhirieron a él hasta dos días más tarde. Con este armisticio los nacionalistas turcos pudieron hacerse con Tracia oriental, toda vez que los Aliados seguirían ocupando Estambul y los Estrechos hasta la firma de un tratado definitivo.

El 1 de noviembre de 1922 la Gran Asamblea Nacional de Ankara abolió el sultanato. El día 17, Mehmed VI, medio hermano de Abdülhamid II, abandonó Estambul y puso así término a una dinastía, la Casa de Osmán, que había dado nombre y seis siglos de continuidad a un imperio. Cuatro días después de la partida del último sultán otomano una conferencia internacional comenzó a negociar la paz definitiva entre los nacionalistas turcos y los Aliados. En el marco de estas negociaciones, el 30 de enero de 1923 los Gobiernos de Ankara y Atenas firmaron un convenio para el intercambio de poblaciones. En virtud de este acuerdo, alrededor de 250.000 grecortodoxos anatolios ─muchos de los cuales hablaban turco y no griego─ fueron llevados a Grecia; del mismo modo, cerca de 380.000 musulmanes de Grecia ─mucho de los cuales no hablaban turco─ fueron trasladados a Turquía. Los ortodoxos griegos de Estambul y los de las islas de Imbros y Ténedos ─hoy Gökçeada y Bozcaada─ no fueron incluidos en estos intercambios, así como tampoco los musulmanes de Tracia occidental.

Con todo, la mayoría de los griegos pónticos ─los de la ribera sur del Mar Negro─ y de los del resto de Anatolia ─en especial los de la costa egea─ habían huido a Grecia en los años anteriores, sobre todo en 1922. A ellos se sumaron decenas de miles de griegos procedentes de otros puntos de los Balcanes, en especial de Bulgaria y de la Macedonia serbia. En total, una Grecia de apenas 4,5 millones de habitantes hubo de reasentar en su territorio a más de 1,3 millones de refugiados. El Gobierno heleno los reubicó principalmente en las regiones de Macedonia y Tracia ─territorios que habían pasado a manos griegas en la última década─, a costa de echar de allí a minorías musulmanas, eslavas y valacas, los últimos vestigios del pluralismo étnico otomano.

El 24 de julio de 1923 se firmó el Tratado de Lausana y el 29 de octubre Mustafa Kemal proclamó la República de Turquía ─Türkiye Cumhuriyeti en turco─. Comenzaba una nueva era.

Türk es un etnónimo endónimo, es decir, el vocablo con que el pueblo étnico turco se ha designado siempre a sí mismo. No ocurre lo mismo con Türkiye, «Turquía». Fue un cronista europeo de la tercera cruzada quien dio el nombre de Turchia al Asia Menor selyúcida; los autores musulmanes de esa época, por el contrario, siguieron refiriéndose a la península anatolia como «el país de Rum». Así, durante el Bajo Medievo, la Edad Moderna y la Edad Contemporánea fue habitual que los europeos emplearan la palabra TurchiaTurquie o Turquía en sus mapas, mas los turcos nunca se identificaron con ella en el periodo otomano.

El maltrato a las minorías en la Turquía kemalista (1923-1946)

En marzo de 1922, todavía en el curso de la guerra, Mustafa Kemal declaró que el Imperio otomano había sido incapaz de proteger su economía frente a los europeos por culpa de los reformadores de las Tanzimat; que como resultado los europeos habían reducido la Sublime Puerta a la mera posición de gendarme del capital internacional, y que el Imperio otomano se había convertido así en una colonia de extranjeros. Pese a que los artículos 37 a 45 del Tratado de Lausana obligaban al nuevo estado turco a respetar y no discriminar a sus minorías no musulmanas, la élite nacionalista turca que dirigió la nueva república durante el periodo de partido único ─esto va de 1923 a 1946─ se fijó como objetivo acabar con el poder económico y social de las comunidades judías y cristianas que todavía vivían en la nueva Turquía, así como fomentar su emigración a otros países para aminorar su número.

Las reformas impulsadas por Mustafa Kemal ─adopción de códigos basados en el derecho europeo y del alfabeto latino para la escritura turca, supresión del califato y de la enseñanza coránica, reconocimiento de la igualdad jurídica entre hombres y mujeres, sufragio femenino a partir de las elecciones municipales de 1934, etcétera─ estaban dirigidas a modernizar y europeizar la sociedad turca, sí, pero sin contar con las minorías no musulmanas, que antes habían sido la parte más occidentalizada de la sociedad otomana. Además, se pretendió que tales minorías se turquificaran y acabaran diluyéndose entre el resto de la población. Pero antes de analizar las medidas adoptadas por las autoridades para la consecución de estos objetivos, conviene detenerse en analizar qué era un turco, Türk, antes y después del advenimiento de la República de Turquía.

¿Quién es turco?

En la época otomana la palabra Türk tenía un significado exclusivamente étnico. Podía traducirse indistintamente por «turco» o «túrquico» y aludía a la población otomana de origen túrquico, que mayoritariamente profesaba la fe islámica y hablaba la lengua turca ─aunque no siempre era así─. En una acepción más amplia, llamémosla pantúrquica, Türk podía agrupar también a los demás pueblos túrquicos: los azeríes, los turcomanos, los uzbekos, los kazajos, etc. En cualquier caso, un armenio o un sefardí de finales del siglo XIX no se consideraba un turco, sino sólo un ciudadano otomano.

Bajo el régimen de Mustafa Kemal el término Türk adopta también una acepción cívica que se superpone a la étnica pero sin reemplazarla. Así, el artículo 88 de la Constitución turca de 1924 establecía que, desde el punto de vista de la nacionalidad, las personas de Turquía se consideraban turcas al margen de cualquier diferencia de religión o raza [«Türkiye ahalisine din ve ırk farkı olmaksızın vatandaşlık itibariyle (Türk) ıtlak olunur»]. Cabía interpretar en este precepto dos categorías distintas de personas: los turcos de verdad, en un sentido étnico, y los que sólo eran turcos desde el punto de vista de la nacionalidad  ─ciudadanos turcos pero no auténticos turcos─. Así fue en la práctica, y a veces también en el plano formal.

No se pierda de vista que hasta hace menos de un lustro el kimlik o carné de identidad turco señalaba la confesión religiosa de su portador (lo mismo hacía Grecia hasta el año 2000).

Por otro lado, entrado el siglo XXI se llegó a proponer el término Türkiyeli, ─«turquiano»─ como gentilicio de los ciudadanos de Turquía, limitando Türk a la acepción étnica. Esta propuesta no ha tenido éxito.

A esto se sumaba otra realidad. Un número significativo de cristianos y judíos, otrora protegidos de los consulados europeos, pasaron a tener un status jurídico indeterminado con la abolición del régimen de capitulaciones. Unos consiguieron la nacionalidad de los países que los habían protegido y otros optaron por la ciudadanía turca; pero hubo quienes devinieron apátridas y aun así pudieron seguir simulando ser extranjeros ante las autoridades turcas, como fue el caso de los protegidos levantinos del Consulado General de España en Estambul.


Tratados estos aspectos, veamos ahora algunas de las medidas gubernamentales dirigidas a los extranjeros y los ciudadanos turcos no-musulmanes en los primeros años del régimen republicano:

  • En 1923 el 90% de los puestos directivos y administrativos de las empresas extranjeras establecidas en Turquía los ocupaban no-musulmanes, por lo que el nuevo gobierno turco comenzó a presionarlas para que despidieran a esos trabajadores y emplearan en su lugar a turcos musulmanes. Así, Feyzi Bey, ministro de obras públicas, declaró en octubre de ese mismo año que las empresas extranjeras debían contratar únicamente a empleados turcos musulmanes, y las amenazó con no seguir permitiendo su actividad en Turquía si no despedían pronto a sus empleados grecortodoxos, armenios y judíos. Y en 1926 el gobierno movilizó a las autoridades municipales y la policía para exigir a las empresas extranjeras que al menos el 75% de sus empleados fueran turcos musulmanes. Asimismo, todas las empresas contratistas de la nueva administración turca debían despedir igualmente a sus empleados no-musulmanes, medida que acabaría imponiéndose también a los bancos, hoteles y cafés, so pena de cierre.

Con todo, no cabe perder de vista que muchos griegos, armenios y judíos ni siquiera hablaban turco, por la sencilla razón de que antes no les había hecho falta para desenvolverse y prosperar en los circuitos económicos y financieros del Imperio, vedados para la amplia mayoría de turcos musulmanes. Prueba de ello es que en 1924 las autoridades impusieran la enseñanza en turco para todos los centros; que en abril de 1926 obligaran a las empresas a emplear el turco en sus comunicaciones, o que en 1928 patrocinaran la campaña Vatandaş türkçe konuş! ─«¡Ciudadano, hable turco!»─ con arrestos y multas a quienes no hablaban turco.

  • Entre 1922 y 1923 la prensa nacionalista turca lanzó una campaña contra los judíos, a quienes acusó de enriquecerse a costa de los turcos y de colaborar con los armenios y los griegos durante la guerra. ¿La razón? El hueco que habían dejado los comerciantes grecortodoxos y armenios en las principales ciudades de Turquía no estaba siendo ocupado por ninguna incipiente clase empresarial musulmana, como esperaban las élites nacionalistas turcas, sino por los judíos.
  • En 1924 la mayoría de los abogados no-musulmanes de Estambul perdieron su colegiación, principalmente por «razones morales» ─los musulmanes expulsados, en cambio, lo fueron por incompatibilidad, al ser también funcionarios─, y no pudieron seguir ejerciendo como tales. Dos años después la legislación pasó a exigir una pasantía de al menos dos años para permitir la colegiación como abogado, pero en la práctica nadie empleaba como pasantes a los no-musulmanes.
  • En 1923 las autoridades turcas limitaron la libertad de circulación de las minorías, así como su derecho a la compraventa de bienes inmuebles y a cambiar su lugar de residencia dentro del país. En este sentido, los miembros de las minorías debían obtener la correspondiente autorización administrativa para poder realizar tales acciones. Este régimen se mantuvo para los judíos hasta 1928, para los grecortodoxos hasta 1930 y para los armenios hasta 1932.
  • La ley de funcionarios civiles de marzo de 1926 exigió el requisito de la nacionalidad turca para acceder a la función pública, al tiempo que impuso el registro de la afiliación etnorreligiosa de los empleados públicos. Aquí quizá sea ilustrativa la intervención de Ali Şuuri Bey durante la tramitación parlamentaria del proyecto de ley. Este diputado afirmó que la palabra «turco» significa «turco», y que los turcos se mezclan con armenios y griegos («Türk kelimesi Türk […]. Ermeni ile, Rum ile kanşık olan Türktür»; Türkiye Büyük Millet Meclisi Gizli Zabıt Ceridesi, 15/03/1926, pp. 186187). En la práctica, hasta los años sesenta no fue común que las minorías accedieran a la función pública.
  • Con la promulgación de la Ley turca n.º 2007, de 16 de junio de 1928, se prohibió a los extranjeros ejercer un amplio número de oficios y empleos.

Pero el tiro de gracia vino en 1942. Mientras media humanidad sucumbía a la conflagración mundial, la Gran Asamblea Nacional de Turquía aprobó el Varlık Vergisi, un controvertido impuesto sobre el patrimonio que arrancó de Estambul todo el tejido financiero y comercial de las minorías no musulmanas, para siempre. Veamos cómo fue.

Mustafa Kemal Atatürk había fallecido en 1938, por lo que en 1942 el jefe del estado era İsmet İnönü, su mano derecha y más leal amigo. El 7 de julio de ese mismo año murió el primer ministro İbrahim Refik Saydam y lo sucedió inmediatamente Mehmet Şükrü Saracoğlu, que hasta entonces había ocupado la cartera de Exteriores. Por aquel entonces muchos gobiernos estaban aumentando la presión fiscal sobre los recursos de sus respectivos países, ya fueran éstos beligerantes o neutrales. Turquía no sería una excepción, si bien el novedoso impuesto sobre el patrimonio que iba a diseñar el ejecutivo de Saracoğlu sería mucho más gravoso para las minorías cristianas y judías que para los musulmanes.

La Ley sobre el Varlık Vergisi, promulgada el 11/11/1942, fijaba un impuesto de un único pago sobre la riqueza de grandes agricultores, propietarios, empresarios, corporaciones y otras personas que ya estaban sujetas al impuesto sobre la renta. Formalmente la ley no establecía procedimientos ni criterio objetivo alguno para determinar la obligación tributaria de cada individuo. Bien al contrario, delegaba su cálculo en comisiones de funcionarios, quienes tendrían en cuenta los ingresos obtenidos por el contribuyente en el ejercicio anterior. A la hora de aplicar la norma, las directrices del ejecutivo y las sugerencias de Mehmet İzmen ─quien dirigía algo así como la Delegación de Economía y Hacienda en la provincia de Estambul, dependiente del Ministerio de Hacienda─ llevaron a dividir los obligados tributarios en dos categorías: M para los musulmanes y G para los gayrimüslim ─no-musulmanes─; más tarde se añadió una categoría E para los ecnebi ─extranjeros─ y otra categoría D para los dönme ─los convertidos al islam de origen judío, descendientes de los seguidores de la secta de Sabatay Sevi en el siglo XVII─. Los no-musulmanes y los extranjeros pagarían cuatro veces más que los musulmanes, y los dönme algo menos que los gayrimüslim . Debido a las presiones de los consulados extranjeros, finalmente las autoridades aceptaron someter a los extranjeros a los mismos gravámenes que a los musulmanes.

Los cálculos de los funcionarios para estimar la riqueza de los contribuyentes y determinar cuánto debían pagar fueron pura invención, una arbitrariedad con la que se persiguió desposeer a las minorías de sus bienes y negocios. Además, las decisiones de estos funcionarios eran firmes y no podían ser recurridas ante ningún órgano administrativo o judicial.

Una vez se notificada al interesado la cantidad a satisfacer, éste debía realizar el pago en metálico en los quince días siguientes. Transcurrido este plazo, se le concedía otro igual pero sumando intereses. Dadas las elevadas cuantías a pagar con tanta inmediatez, muchos no-musulmanes se vieron obligados a vender sus bienes por debajo del precio de mercado. De no conseguir reunir la cuantía requerida, las autoridades confiscaban sus bienes y los de sus convivientes para seguidamente subastarlos. Si aun así tampoco se cubría toda la suma, los deudores tributarios eran internados a la espera de ser deportados a un campo de trabajo. Angeletopoulos, Ağır y Artunç citan únicamente el campo de trabajo de Aşkale, ubicado en Erzurum, una región montañosa al este de Anatolia. Tischler, por su parte, habla de campos de internamiento en Yozgat, Çorum y Kirşehir.

Obligados tributarios del Varlık Vergisi por grupos, número y monto a recaudar de cada grupo. Fuente: Angeletopoulos, 2008, p. 360.

La tabla anterior provee los datos de los obligados tributarios de Estambul, no-musulmanes en su inmensa mayoría. A ellos hay que sumar los «agraciados» procedentes del resto de Turquía. En total se alcanzó la cifra de 62.575 obligados tributarios y 349.989.922 liras. De estas personas 2.057 fueron internadas y 1.400 deportadas ─1.869 de las personas internadas y 1.229 de las deportadas procedían de Estambul─. El trato dispensado a los deportados parece que no fue tan malo; pasaron más tiempo aburridos y jugando a las cartas que no sometidos a trabajos forzados, pero 21 de ellos perecieron.

En 1944 el parlamento derogó la Ley sobre el Varlık Vergisi, perdonando con ello las deudas tributarias pendientes y permitiendo la progresiva liberación de los deportados. Con todo, la ley había conseguido su principal objetivo, que no era otro que transferir la riqueza de las comunidades no musulmanas a las arcas públicas y a una incipiente clase empresarial musulmana. Por el contrario, más de 30.000 judíos y 20.000 grecortodoxos abandonaron Turquía después del Varlık Vergisi.

Imagen 5. Descripción: Número de griegos en Estambul entre 1844 y 1997 y porcentaje sobre el total de la población de la ciudad. Obsérvese la paulatina extinción de esta comunidad a lo largo del siglo XX. Fuente: Wikipedia.

Conclusiones

Finalizada la Segunda Guerra Mundial, el sistema político turco abandonó el régimen de partido único y adoptó el multipartidismo. Esta apertura política y económica parecía prometedora para las minorías no musulmanas que todavía vivían en Turquía. Sin embargo, las sucesivas crisis políticas en torno a la cuestión chipriota sirvieron de pretexto para el pogromo de Estambul de 1955 ─la Σεπτεμβριανά o Septembrianá─ y la expulsión de unos 40.000 grecortodoxos con nacionalidad griega en 1964; ni que decir tiene que para comienzos de los años cincuenta la mayoría de los judíos turcos ya habían emigrado a Israel. Finiquitadas las minorías cristianas y judía, en las décadas siguientes los alevíes ─otrora pilar social del régimen kemalista─ y los kurdos las reemplazarían como nuevas minorías principales y tomarían el testigo del odio interétnico.

Matanzas, incendios, guerras, atentados, intercambios de población, expulsiones masivas, oleadas de refugiados, pogromos… Esta violencia ha sido el precio a pagar en medio planeta por el «progreso», el salto a la «modernidad», el imperialismo, el nacionalismo, la política de masas y la adopción de los patrones del estado-nación.

A comienzos del siglo XX Estambul y Esmirna eran urbes de mayoría cristiana, mientras que en Salónica y Sarajevo se hablaba el judeoespañol. Era el universo otomano, con sus injusticias y su exuberante pluralidad. ¿Qué nos queda de él? Poco más que los diarios nostálgicos a los que Andrés Mourenza dedica este artículo, texto donde leí acerca delVarlık Vergisi por primera vez y origen de mi motivación para escribir estas tres entradas.

Vale, hoy Estambul sigue siendo una ciudad muy cosmopolita. Sí, uno ve en sus aeropuertos a grupos de peregrinos que se dirigen a La Meca enfundando sus albornoces; a familias magrebíes cargadas de compras para la circuncisión del niño; a mujeres de Asia Central portando unos vestidos de lo más coloridos; a turistas del Golfo Pérsico… Pero es otro cosmopolitismo.


Bibliografía

Seven AĞIR y Cihan ARTUNÇ, «The Wealth Tax of 1942 and the Disappearance of Non-Muslim Enterprises in Turkey», en The Journal of Economic History, vol. 79, núm. 1, 2019, pp. 201-243.

Feroz AHMAD, The Making of Modern Turkey, New York, Routledge, 1993, 252 pp.

George ANGELETOPOULOS, «The Turkish Capital Tax (Varlık Vergisi): an Evaluation», en Bulletin of the Centre for Asia Minor Studies, vol. 15, 2008, pp. 355-372.

Derya BAYIR, Minorities and nationalism in Turkish Law, Farnham, Taylor & Francis Ltd., 2013, 320 pp.

Edward C. CLARK, «The Turkish Varlık Vergisi Reconsidered», en Middle Eastern Studies, vol. 8, núm. 2, 1972, pp. 205-216.

Alfred DE ZAYAS, «The Istanbul Pogrom of 6-7 September 1955 in the Light of International Law», en Genocide Studies and Prevention: An International Journal, vol. 2, núm. 2, 2007, pp. 137-154.

Banu ELİGÜR, «Ethnocultural nationalism and Turkey’s non-Muslim minorities during the early republican period», en British Journal of Middle Eastern Studies, 2017, pp. 1-21.

Carlos GARCÍA MUÑOZ, «El fin del derecho de protección en Turquía y su repercusión en los protegidos católicos del Consulado General de España en Estambul (1924-1965)», en Anuario de Historia del Derecho Español, vol. LXXXVIII (2018) y LXXXIX (2019), Madrid, 2019, pp. 445-493.

Ioannis N. GRIGORIADIS, «Türk or Türkiyeli? The Reform of Turkey’s Minority Legislation and the Rediscovery of Ottomanism», en Middle Eastern Studies, vol. 43, núm. 3, 2007, pp. 423-438.

Ulrike TISCHLER, «Communautés ethno-confessionnelles et levantines à Istanbul au XXe siècle: coexistence, réseaux de sociabilité et relations intercommunautaires au quartier de Péra», en Bulletin of the Centre for Asia Minor Studies, vol. 15, 2008, pp. 265-290.

Los otomanos no-musulmanes y su fin II: imperialismo europeo

Los otomanos no-musulmanes y su fin II: imperialismo europeo

El ascenso social de los no-musulmanes

Cuando el sultán Mahmud II aplastó a los jenízaros en 1826 ─el «benéfico evento» que ya se mencionó en el artículo anterior─, mandó también desterrar de Estambul a miles de artesanos y jornaleros musulmanes ─étnicamente turcos y kurdos─ al este de Anatolia y reemplazarlos por armenios de esa misma región (reténgase este antecedente para cuando se mencionen los muhacir y las masacres hamidianas más abajo). Además, la desaparición de los jenízaros erosionó el poder de los ulemas. Se puso así punto y final al antiguo orden otomano, en el que la alianza estratégica entre jenízaros y ulemas había entronizado y hecho caer a un sinfín de sultanes en el pasado.

En adelante la Sublime Puerta, moldeada por las Tanzimat como la cúspide de una nueva administración otomana basada en ministerios, fue ensanchando su burocracia para asumir las funciones propias de un estado moderno. Abolida la discriminación por razón de credo en la vestimenta y en muchos otros aspectos de la vida civil que hasta entonces habían privilegiado a los musulmanes, muchos puestos de esa creciente burocracia otomana fueron ocupados por cristianos y judíos.

La modernización del estado otomano, sin embargo, no impedía su debilitamiento militar y económico frente a las pujantes potencias europeas. Tildado «el hombre enfermo de Europa», el derrumbe del Imperio suponía tal riesgo sistémico para el equilibrio geopolítico de la época que las potencias europeas procuraron sostenerlo y apuntalarlo, o sea, que su voladura fuera controlada, gradual y pactada. Lo socorrieron militarmente cuando las tropas egipcias de Mehmet Alí alcanzaron el sudeste de Anatolia en 1839; o cuando los rusos ocuparon Moldavia y Valaquia en 1853.

También lo asistieron financieramente. La deuda pública otomana creció tanto a raíz de esta ayuda, que en 1881 la troika internacional de entonces estableció en Constantinopla una Administración de la Deuda Pública Otomana. Se trataba de un organismo paralelo a la burocracia otomana al que se encomendó la recaudación directa de varios tributos ─que suponían entre un tercio y una cuarta parte de los ingresos del Imperio─ para el pago de la deuda soberana. También se encargaba de canalizar la inversión extranjera para financiar proyectos industriales y la construcción de ferrocarriles, obedeciendo siempre a intereses foráneos. De sus miles de empleados la inmensa mayoría fueron extranjeros residentes en el Imperio y súbditos otomanos no musulmanes.

Ni que decir tiene que los inversores extranjeros priorizaron el contacto con los comerciantes cristianos y judíos del Imperio para entablar negocios y adentrarse en la economía otomana. Muchos mercaderes mejoraron así su posición social y buscaron maneras de distinguirse de sus compatriotas musulmanes. Una práctica recurrente fue la de hacerse con un pasaporte europeo para eludir las exacciones fiscales y la jurisdicción de las autoridades otomanas. Esto no implicaba un cambio de nacionalidad en absoluto, sino la obtención previa de una patente de protección de un consulado europeo interesado en extender así su influencia entre personas relevantes.

Con una patente de protección y un pasaporte europeo el sujeto en cuestión, aunque fuera otomano en origen, gozaba de ciertas inmunidades ─extraterritorialidad se prefería decir por entonces─ frente a las autoridades locales y podía someter sus pleitos comerciales a la jurisdicción de un cónsul europeo, evitar el pago de los impuestos que recaudaba la administración otomana por sus actividades mercantiles, acogerse a las mismas ventajas aduaneras que los extranjeros para importar productos, o eximir a sus hijos de prestar el servicio militar. En definitiva, quedaba asimilado a un extranjero.

Cuando el Gobierno otomano limitó esta práctica por medio del Reglamento sobre los Consulados Extranjeros de 1863, muchos cónsules europeos optaron por fingir que sus protegidos otomanos eran auténticos connacionales. Los agentes consulares españoles, por ejemplo, les siguieron proveyendo de pasaportes así como de patentes de protección bajo la falsa apariencia de certificados de nacionalidad española.

En este contexto debe enmarcarse la edad dorada de cosmopolitismo ─y desigualdad social─ que vivieron ciudades portuarias como Salónica, Estambul y Esmirna a finales del siglo XIX y comienzos del XX, donde los comerciantes judíos y cristianos se habían erigido en la élite económica de la sociedad otomana. Fue un último canto de cisne de la civilización otomana, el universo levantino del que hablé en esta otra nota.

Población del Imperio otomano en 1893, desagregada por provincias y grupos confesionales (nótese que por Catholics se alude a los miembros de Iglesias uniatas de ritos orientales ─armenios católicos, maronitas y melkitas─, y por Latins a los cristianos católicos de rito latino o romano). La capital contaba con cerca de 130.000 «extranjeros» sobre un total de 872.000 estambulitas.
Fuente: Kemal H. Karpat, «Ottoman Population Records and the Census of 1881/82-1893», en International Journal of Middle East Studies, vol. 9, núm. 3, 1978, p. 274.

De los muhacir a las masacres hamidianas

Mientras muchos cristianos y judíos otomanos prosperaban y codiciaban los pasaportes europeos, cientos de miles de refugiados musulmanes ─muhacir─ se reasentaban en un Imperio otomano cada vez más reducido. En la década de 1860, alrededor de 200.000 tártaros se vieron obligados a abandonar la península de Crimea acusados de traición por parte de las nuevas autoridades rusas. Simultáneamente, la anexión de los janatos caucásicos al Imperio ruso forzó el éxodo de buena parte de la población musulmana de la región del Cáucaso ─más de un millón de circasianos y abjasios según el mapa de abajo─. Del mismo modo, la constitución de nuevos estados balcánicos al término de la guerra ruso-turca de 1877-1878 abocó a centenares de miles de musulmanes a buscar refugio en las tierras remanentes del Imperio otomano. Así, por ejemplo, muchos musulmanes huyeron de los territorios incorporados al Reino de Serbia; a su vez, muchos serbios abandonaron la todavía provincia otomana de Kosovo por la presión ejercida por esos mismos refugiados musulmanes.

¿Y qué soldados otomanos luchaban en los campos de batalla contra las potencias europeas? Básicamente los de confesión musulmana. Pese a los logros de las Tanzimat ─la igualdad formal ante la ley sin distinciones por razón de credo─, hasta 1909 los varones cristianos y judíos lo tuvieron mucho más fácil que los musulmanes para eludir un servicio militar que podía durar hasta cinco años. Así, en la segunda mitad del siglo XIX las comunidades no musulmanas pagaban colectivamente la exención del servicio militar de sus jóvenes, una tasa llamada bedel-i askerî que si se calcula por cabeza era bastante pequeña. Nada que ver con la exención de un musulmán ─bedel-i nakdî─, que era individual y costaba 5.000 kuruş o 50 liras de oro, una suma muy considerable.

En definitiva, en la segunda mitad del siglo XIX el Imperio otomano perdió el grueso de sus territorios balcánicos, y con ellos la población cristiana que los habitaba; al mismo tiempo, en ese mismo periodo recibió más de cinco millones de refugiados musulmanes. El reasentamiento en Anatolia de muchos de estos muhacir generó fuertes tensiones con las comunidades armenias, cuyos dirigentes nacionalistas exigían más autonomía. Aupadas quizá por el creciente intervencionismo de las potencias europeas, en especial la Rusia zarista, muchas organizaciones armenias se rebelaron contra las autoridades. La actividad represiva del sultán Abdülhamid II supuso la muerte de decenas de miles de armenios otomanos en lo que la historiografía conoce como las masacres hamidianas de 1894-1896.

Una anécdota

El 21/07/1905 una organización armenia, la Federación Revolucionaria Armenia, intentó hacer volar por los aires al sultán Abdülhamid II. La bomba mató a 26 individuos e hirió a otros 58, pero el sultán salió ileso. En dicho complot había participado un joven anarquista, Edward Joris, que fue arrestado pocos días después. Fue condenado a muerte junto con otras personas ese mismo año, pero las autoridades otomanas no lo ejecutaron y dos años después lo dejaron libre. ¿Por qué? Por aquel entonces las potencias europeas imponían al Imperio otomano una aberrante desigualdad de trato, en virtud de la cual todos los extranjeros europeos residentes en el Imperio ─protegidos incluidos─ gozaban de una serie de privilegios e inmunidades frente a las autoridades otomanas. Uno de esos privilegios era el de no poder ser condenado por un juez otomano si no estaba presente un dragomán del consulado correspondiente.

Los dragomanes o truchimanes eran empleados de las legaciones y oficinas consulares establecidas en el Imperio otomano. Hacían las veces de intérpretes, consejeros e intermediarios en las relaciones de la legación o del consulado con las autoridades otomanas. Su nombre en turco era tercüman.

Edward Joris era ciudadano belga, y en el último momento el gobierno de su país dejó de colaborar con las autoridades otomanas, de modo que la sentencia contra Joris fue dictada sin la presencia del dragomán del consulado belga y no era válida a ojos del derecho internacional de la época. El Affair Joris A recibió toda la atención de la academia iusinternacionalista de su tiempo, y Joris acabó siendo puesto en libertad dos años después y regresó a su país; se fue de rositas.

Viñeta satírica en la que Leopoldo II de Bélgica, preocupado por sus masacres en el Congo, conversa con Abdülhamid II. El sultán le dice que no se preocupe, que a él no lo han «tocado» por sus masacres armenias. La viñeta fue publicada el 31/05/1905, menos de dos meses antes del atentado de la Federación Revolucionaria Armenia y el belga Edward Joris contra Abdülhamid. Fuente: Country House Essays.

La antesala de la Gran Guerra (1908-1913)

El Tratado de Berlín de 1878 no sólo había reconocido la independencia de Montenegro, Rumanía y Serbia; también estableció un principado búlgaro semindependiente y cedió al Imperio austrohúngaro la administración de la provincia de Bosnia y de la región de Sancak, territorios que sólo nominalmente siguieron siendo otomanos. Este statu quo se mantuvo hasta la revolución de los Jóvenes Turcos en julio de 1908, que precipitó la independencia búlgara y la anexión formal de Bosnia por los austrohúngaros, si bien éstos devolvieron el Sancak a los otomanos.

La revolución antedicha de los Jóvenes Turcos, liderada por varios oficiales del ejército otomano, estalló en Macedonia ─el núcleo de las posesiones otomanas en Europa─ y su triunfo supuso la restauración de la Constitución otomana de 1876, la convocatoria de elecciones en diciembre de 1908 ─que ganó el Comité de Unión y Progreso─ y que Abdülhamid II fuera depuesto por su hermano Mehmet V al año siguiente ─no sin que antes Abdülhamid intentara un contragolpe para hacerse de nuevo con las riendas del poder absoluto─. Ese nuevo régimen constitucional, que enseguida integró a los no-musulmanes en las filas del ejército, fue percibido por muchos como la prueba de que el Imperio otomano todavía podía recuperarse y modernizarse.

Sin embargo, el imperialismo europeo seguía ejerciendo su fuerza en el Mediterráneo y el norte de África. Alemania e Italia, potencias con menos de medio siglo de existencia por entonces, habían llegado tarde al reparto colonial del orbe y ansiaban nuevos territorios. Alemania ambicionaba Marruecos y esto la enfrentó a Francia en las crisis marroquíes de 1905 y 1911. Por su parte, Italia se lanzó a una agresiva campaña contra el Imperio otomano. Así, entre 1911 y 1912 tuvo lugar la guerra ítalo-otomana, que supuso la pérdida de los territorios otomanos del Dodecaneso, Tripolitania y Cirenaica ─hoy Libia─ a favor de los italianos. En el transcurso de este conflicto las autoridades otomanas decretaron la expulsión de la colonia italiana, esto es, de todos aquellos individuos con pasaporte italiano, ya fueran realmente ciudadanos de Italia o meros protegidos de ese país. Esto incluía no sólo a los inmigrantes italianos más recientes y a sus descendientes, sino también a católicos grecizados y judíos cuyos antepasados habían llegado al Imperio varios siglos antes. Muchos de estos individuos hubieron de optar por la nacionalidad otomana o por abandonar sus hogares.

Los estados balcánicos, temerosos de que las reformas del Comité de Unión y Progreso pudieran fortalecer el Imperio otomano, emularon la política italiana de agresión y hechos consumados para atacar el Imperio otomano cuanto antes y repartirse sus últimas posesiones en Europa: el Sancak, Kosovo, Macedonia, Tracia, Ióanina y Scutari. Fueron las guerras balcánicas de 1912-1913, que a punto estuvieron de enfrentar a Rusia con Austria-Hungría, desembocaron en la creación de Albania y generaron de nuevo la huida de refugiados musulmanes a Tracia oriental y Anatolia. En medio de este caos, los consulados europeos otorgaron patentes de protección a numerosa población no musulmana.

Un buen ejemplo es lo acaecido en Salónica: tras la llegada de las tropas helenas a esta ciudad otomana ─que albergaba a más de 80.000 judíos sefardíes─ en octubre de 1912, y hasta su anexión oficial por Grecia en agosto de 1913, en virtud del Tratado de Bucarest, los consulados austrohúngaro, español y portugués inscribieron en sus registros de protegidos a centenares de familias sefardíes.

En conclusión, muchos cristianos y judíos otomanos se congraciaron con las potencias extranjeras y prosperaron en un Imperio donde los musulmanes soportaban el grueso de las cargas fiscales y sacrificaban buena parte de su juventud para servir en los frentes. Esto, sumado a la continua pérdidas de territorios y a las sucesivas oleadas de refugiados musulmanes, cuyo reasentamiento en Anatolia provocó conflictos con las comunidades locales no musulmanas, que a su vez dieron lugar a rebeliones y matanzas. He aquí el inicio de un círculo vicioso de odio y resentimiento, que probablemente llevó a que muchos turcos musulmanes abrazaran la política panislamista de Abdülhamid II primero, y la ideología de los Jóvenes Turcos y del Comité de Unión y Progreso después. Los dirigentes de esta organización,  acuciados por la agresividad de las potencias europeas, acabarían por ejecutar el gran barrido del pluralismo étnico y religioso en la sociedad otomana. Pero eso ya forma parte de la siguiente entrada.

Bibliografía

  • Carlos García Muñoz, «El fin del derecho de protección en Turquía y su repercusión en los protegidos católicos del Consulado General de España en Estambul (1924-1965)», en Anuario de Historia del Derecho Español, vol. LXXXVIII (2018) y LXXXIX (2019), Madrid, 2019, pp. 445-493.
  • Will Hanley, «Extraterritorial Prosecution, the Late Capitulations, and the New International Lawyers», en Houssin ALLOUL et alia, To Kill a Sultan: A Transnational History of the Attempt on Abdülhamid II (1905), London, Palgrave Macmillan, 2017, pp. 163-192.
  • Tim Judah, The Serbs, New Haven and London, Yale University Press, 2009, 414 pp.
  • Kemal H. Karpat, «Ottoman Population Records and the Census of 1881/82-1893», en International Journal of Middle East Studies, vol. 9, núm. 3, 1978, pp. 237-274.
  • Oliver Jens Schmitt, Les levantins. Cadres de vie et identités d’un groupe ethno-confessionnel de l’Empire ottoman au «long» 19e siècle, İstanbul, ISIS, 2007, 576 pp.
  • Heather J. Sharkey, A History of Muslims, Christians and Jews in the Middle East, New York, Cambridge University Press, 2017, 394 pp.
  • Sarah Abrevaya Stein, Extraterritorial Dreams: European Citizenship, Sephardi Jews, and the Ottoman Twentieth Century, Chicago, The University of Chicago Press, 2016. 240 pp.
  • Francisco Veiga, La trampa balcánica, Barcelona, Grijalbo, 2002, 674 pp.
  • Erik Jan Zürcher, «The Ottoman Conscription System, 1844-1914», en International Review of Social History, núm. 43 (3), 1998, pp. 437-449.

Los otomanos no musulmanes y su fin (I): millet y Tanzimat

Los otomanos no musulmanes y su fin (I): millet y Tanzimat

Un texto de Carlos García Muñoz

Introducción

Desde que comenzara a interesarme por el mundo túrquico y la historia (pos)otomana, hará ya cerca de una década y media, poco a poco he ido haciéndome con el relato oficial en torno a la fundación de la República de Turquía por Mustafa Kemal y las medidas emprendidas bajo su régimen de partido único: la supresión del califato y de la enseñanza coránica en 1924, la abolición de la sharia en 1925, la adopción del alfabeto latino en 1928 ─en esta nota explico cómo se hizo─ o el reconocimiento del voto femenino en 1934, entre otras muchas reformas de calado; la frase de Atatürk «paz en casa, paz en el mundo» devino durante décadas el eslogan de la diplomacia turca.

Ya era mucho que un estudiante de derecho se molestara en distinguir lo túrquico de lo arábigo y lo pérsico; hacer ver a sus allegados cuán laica era Turquía. Recuerdo que en una presentación de derecho constitucional comparado, una asignatura de la carrera, expuse que el Tribunal Constitucional turco a punto había estado en 2008 de ilegalizar al partido en el gobierno y de inhabilitar al entonces sólo primer ministro, Tayyip Erdoğan, por su agenda islamista.

Años más tarde, cuando vivía en Turquía, conocí la película Turkish Passport, que explica como varios diplomáticos turcos lograron salvar la vida de muchos judíos durante la Segunda Guerra Mundial. También supe que Albert Einstein llegó a solicitar al Gobierno turco asilo para cuarenta profesores y doctores judíos alemanes. El primer ministro, İsmet İnönü ─Mustafa Kemal era el jefe del Estado─, le respondió que no podía atender su petición, pero que su ejecutivo ya había contratado a muchos más doctores y profesores judíos alemanes para las universidades turcas por medio de la Notgemeinschaft Deutscher Wissenschaftler im Ausland (una asociación que ayudaba a estos académicos alemanes desde el extranjero).

Carta de Albert Einstein al primer ministro turco, de 17/09/1933. Redescubierta en el siglo XXI, se publicó por primera vez en el diario Hürriyet el 29/10/2006, y en un artículo académico de Arnold Reisman en 2007. No menciona expresamente la condición de judíos de los profesores y doctores, pero Einstein indica que no pueden seguir con su labor en Alemania debido a las leyes que rigen en dicho país.

Tiempo después también aprendí que Angelo Giuseppe Roncalli, delegado de la Santa Sede en Turquía y administrador del Vicariato apostólico de Estambul entre 1934 y 1944, ayudó desde esa ciudad a miles de judíos huidos de la Europa nazi; un hecho destacado fue que consiguiera evitar la deportación de un contingente de niños judíos alemanes que había llegado a Estambul en barco, salvando así sus vidas. Para todo ello contó con la colaboración de Franz von Papen ─antiguo dirigente del católico Zentrumspartei alemán y ex canciller del Reich, que había sido nombrado embajador de Alemania ante la República de Turquía en 1939─. O eso al menos le contó Roncalli al Tribunal Militar Internacional de Núremberg, que acabó absolviendo a Von Papen en 1946. Doce años después Roncalli pasaría a ser el papa Juan XXIII.

Con todo esto da la impresión de que la Turquía de Mustafa Kemal y de su inmediato sucesor, İsmet İnönü, hubo de ser modélica: una república laica, un régimen modernizador y un pueblo acogedor; el refugio ideal para aquellos judíos que huían del nazismo, ¿no? Nada más lejos de la realidad: mientras el Reich alemán gaseaba a millones de judíos y gitanos, Turquía expropiaba los bienes de sus minorías no musulmanas y las confinaba en campos de trabajo.

Pero vayamos por partes. Finaliza aquí el tono autobiográfico y da inicio otro que pretende ser más académico, sin abandonar por ello el fin divulgativo de este texto, el primero de una serie de artículos que versarán sobre las poblaciones cristianas y judías del Imperio otomano; no así de grupos ambivalentes o «heréticos» a los ojos del islam suní como los dönme, istavri, alevíes, yazidíes, alauíes y drusos. Los vocablos turcos utilizados aparecerán en cursiva, en su forma singular y sin transcripción fonética al castellano.

Los no musulmanes del Imperio otomano hasta el siglo XIX

El Imperio otomano ─«Estado otomano» prefieren llamarlo los turcos─ lo componía una amplia amalgaba de pueblos y credos. Su estructura socioeconómica hasta el siglo XIX había distinguido grosso modo los siguientes grupos:

  • los askeri, esto es, el ejército y, por extensión, todo aquel que cobrara una renta del estado (ulemas, oficiales y otros funcionarios);
  • los reaya, que eran quienes pagaban tributos, o sea, el grueso de la población; y
  • los kul, esclavos.

Es habitual que la historiografía emplee el término reaya como sinónimo de zimmi o gayrimüslim ─sujeto otomano no musulmán─. Ahora bien, esta acepción no surge sino a mediados del siglo XVIII y convive con la que indiqué arriba hasta que las primeras reformas del siglo XIX ─las Tanzimat─ abolieron los privilegios de los askeri. En consecuencia, obligados tributarios o reaya hasta las Tanzimat podían serlo tanto musulmanes como cristianos o judíos. Del mismo modo, seguir la fe de Mahoma no era requisito indispensable para alcanzar el estatus de askeri.

Por otro lado, el derecho otomano reconocía diferentes grados de autonomía normativa ─derecho de familia, sucesiones─, jurisdiccional ─jueces propios para dirimir asuntos internos de la comunidad─ y administrativa ─religión, recaudación de tributos, instrucción, beneficencia─ a numerosas comunidades no musulmanas en función de su adscripción etnorreligiosa o millet. Es común leer que antes del siglo XIX sólo existían el millet de Rum ─que habría agrupado a todos los cristianos ortodoxos─, el millet armenio ─que habría englobado tanto a los armenios apostólicos como a los armenios católicos─ y el millet judío; que cada uno de ellos tenía en su respectivo patriarca o rabino mayor su máxima autoridad tras el sultán. Pero este esquema es demasiado simplón y no se ajusta a la realidad. Sirvan algunos ejemplos:

  • En el siglo XVII el patriarca ortodoxo de Constantinopla no pintaba gran cosa en la vida de los cristianos del Patriarcado de Peć ─la Iglesia ortodoxa serbia─.
  • Los otomanos católicos de las Cícladas, Naxos y Quíos ya tenían autonomía propia a finales del siglo XVI.
  • La Magnifica Comunità di Pera del siglo XVI y la Cancillería latina otomana del siglo XIX tampoco pueden adscribirse a ninguno de los tres millet de la historiografía clásica.
Jurisdicción del Patriarcado de Peć hacia 1660. Nótese que ratione personae dicha jurisdicción se limitaba a los cristianos ortodoxos, mientras que por razón del territorio se solapaba con las jurisdicciones de otras comunidades etnoconfesionales autónomas. Fuente: Niš i Vizantija.

En definitiva, los estatutos jurídicos y privilegios de estas comunidades no musulmanas del Imperio otomano debieron de ser tan asistemáticos y variados de una localización a otra como los privilegios de población contenidos en las cartas pueblas y fueros municipales de la España medieval, pues en ambos casos los privilegios se fueron otorgando a medida que avanzaba la respectiva toma de territorios.

A medida que los reinos cristianos peninsulares tomaban nuevas poblaciones, solían permitir que las comunidades musulmanas, los moros, siguieran rigiéndose por su religión, sus leyes y sus propios jueces. Este grado de autonomía o conjunto de «privilegios», como se decía entonces, lo reconocía el conquistador de turno en las correspondientes capitulaciones o cartas pueblas. Así, Alfonso el Batallador concedió cierta «autonomía» a los moros de Tudela tras la toma de la ciudad en 1115, de la misma manera que Mehmet Fatih se la otorgó a los genoveses de Gálata poco después de hacerse con Constantinopla en 1453.

Aunque no guarde relación con esta nota, añadiré aquí que el derecho de los mudéjares españoles bajo la dominación cristiana llegó a recogerse en códices escritos en las lenguas romances, y que algunos de ellos han sobrevivido hasta nuestros días. Es el caso de Las Leyes de Moros, del siglo XIV, o del Llibre de la Çuna e Xara («libro de la suna y sharia»), escrito en valenciano en el siglo XV.

Toda esta autonomía no quita que los reaya no musulmanes pudieran sentirse inferiores a los musulmanes: el derecho islámico los gravaba con un tributo de capitación ─cizye─ y otro sobre la tierra ─haraç─; además, se sometían a códigos de vestimenta y debían vivir en vecindarios separados de los musulmanes, toda vez que no formaban parte del ejército ni podían alcanzar altos cargos en la administración si no mediaba antes su conversión a la fe islámica. Así, la comunidad musulmana podía percibirse como dominante numéricamente y como grupo dirigente. En ese doble sentido podemos hablar de minorías etnorreligiosas para referirnos a las comunidades no musulmanas del Imperio otomano (nótese no obstante que emplear el concepto de «minoría» para el contexto otomano anterior al siglo XX puede resultar anacrónico).

Ahora bien, la población musulmana no era mayoritaria en amplias regiones del Imperio. Puede que los dos planos de distinción mencionados, el socioeconómico ─askeri frente a reaya─ y el etnorreligioso ─musulmanes y gayrimüslim─, lograran converger en tales regiones y la minoría musulmana se percibiera en ellas como grupo confesional privilegiado. Quizá eso explique, por ejemplo, que hacia 1814 ciertos reaya de los alrededores de Sarajevo se negaran a pagar impuestos alegando su condición de musulmanes precisamente.

En 1878 el Imperio austrohúngaro ocupó la provincia otomana de Bosnia, y en 1907 se la anexó formalmente. Aun así, en 1910 el 91% de los propietarios de la tierra en Bosnia eran musulmanes, mientras que los tenedores (quienes ocupaban y trabajaban la tierra, pero no eran propietarios) eran cristianos ortodoxos ─un 74%─ y católicos ─el 21,5%─ principalmente. Con todo, los musulmanes en su mayoría eran propietarios de pequeñas extensiones de tierra.

Las Tanzimat (1826/1839-1876/1878)

El siglo XIX engendró un torbellino de ideologías que, unido a los avances técnicos, transformó las estructuras políticas, económicas y sociales de la mayor parte del planeta, comenzando por el continente europeo: la soberanía fue abstraída ─colectivizada─ a golpe de guillotina, el liberalismo barrió el Ancien Régime y la tierra se privatizó a costa de desahuciar y desposeer a una infinidad de labriegos; el estado se batió en duelo con el púlpito, las élites burguesas fabricaron tradiciones a raudales y la religión cedió su puesto al nacionalismo como principal segregador de identidades; la revolución industrial dio paso a la movilización de capitales, de depauperados y también de ejércitos para sojuzgar medio mundo, asegurarse materias primas y afianzar las economías nacionales ─el imperialismo colonial─; los nuevos sistemas de comunicaciones y de transportes, por su parte, estimularon el comercio, las migraciones y las ideas; y todo esto unido cambió el rostro de las urbes, generó el problema social y suplantó la política de notables por los grandes movimientos de masas.

El Imperio otomano no escapó a estas transformaciones. Yo intuyo que la sociedad otomana y la sociedad hispánica de la Edad Moderna, por ejemplo, no eran tan dispares en lo esencial. Dejando de lado el dato de la homogeneidad religiosa de la Monarquía española, ¿qué tan diferente podía ser la tenencia de la tierra bajo el régimen señorial de las Españas o el sistema çiftlik de los turcos? ¿No era tan privilegiada la clase de los askeri como la nobleza castellana? Para colmo, el ius commune europeo requería diez años de residencia para adquirir la vecindad y naturaleza del reino, los mismos que estipulaban las primeras capitulaciones otorgadas por los turcos a Francia para que los franceses que vivían en tierras otomanas se tornaran súbditos del sultán.

Teniendo en cuenta esas dos realidades no tan dispares, la Sublime Puerta no fue rezagada tantas décadas en la adopción de las reformas requeridas para asemejar sus leyes y estructuras político-institucionales al nuevo modelo liberal de las potencias occidentales, paso necesario para que éstas reconocieran al Imperio otomano como uno más de entre sus iguales. De hecho esa voluntad de renovación tuvo respuesta en el Tratado de Paz de París de 1856, que puso fin a la Guerra de Crimea y recogió la invitación de los poderes europeos para que el Imperio otomano participara «aux avantages du droit public et du concert européens», esto es, para que entrara en el sistema europeo de estados (artículo 7 de dicho tratado).

Las profundas reformas modernizadoras de la administración otomana, conocidas como Tanzimat, vinieron precedidas por el «Benéfico Evento» de 1826 ─la aniquilación de los jenízaros─. Solemnemente anunciadas en los jardines de Gülhane por el Decreto Imperial de 3 de noviembre de 1839 ─también conocido como Edicto de Gülhane─, las Tanzimat llegaron a su culmen con la promulgación de la Constitución otomana de 1876 ─que sólo duró dos años─. En este contexto deben enmarcarse el Decreto Imperial de 18 de febrero de 1856 ─que reconoció la igualdad de derechos de todos los súbditos otomanos con independencia de su credo─, la primera ley de nacionalidad otomana de 1869 y la codificación de las distintas ramas del derecho, así como innumerables reformas administrativas, financieras y militares.

El Edicto de Gülhane de 1839 leído en los exteriores del Palacio de Topkapı por el principal artífice de las Tanzimat, Koca Mustafa Reşid Paşa. Fuente: Dünya Bülteni.

Entre las codificaciones destacan el Kanunname-i Ticaret o Código de Comercio de 1850, el Código de la Tierra de 1858 y el Código Penal de 1860. También la Mecelle o codificación de parte de la materia civil de la sharia en 1876, que pasó a aplicarse a todos los ciudadanos otomanos, fuesen o no musulmanes (piense el lector que España y Alemania no codificaron su derecho civil hasta 1889 y 1896/1900 respectivamente).

Aun cuando se parta de normas religiosas, positivizar ─dictar por escrito─ y codificar el derecho constituye un avance decisivo, el primer paso hacia su secularización, pues el poder civil reemplaza así la legitimidad divina; la ley se escinde de la religión y puede aplicarse a individuos de otro credo. Eso mismo comenzó a ocurrirle al derecho romano después de que los mores del Ius civile más arcaico se hubieran recogido en la Ley de las XII Tablas en el siglo V a.C. Y también al derecho de familia tunecino con el Decreto beilical de 13/08/1956, relativo al Código de Estatuto Personal, y la Ley nº 40 de 27/12/1957, dos normas que positivizaron y actualizaron el derecho islámico para acto seguido imponerlo a todos los tunecinos, fuesen o no musulmanes.

Por paradójico que parezca, el derecho otomano comenzó a secularizarse a la vez que el auge del nacionalismo resignificaba los millet ─las comunidades etnoconfesionales que mencioné antes─ como naciones internas que demandaban estructuras organizativas más acordes con los nuevos tiempos. Así, en 1863 la Sublime Puerta adoptó para el millet armenio un nuevo ordenamiento interno ─un nizâmnâme o reglamento en turco otomano, pero una auténtica constitución para los armenios─ que restringía los poderes del patriarca armenio e instituía una asamblea nacional armenia para administrar los asuntos seculares de esa comunidad. Duró poco, hasta la promulgación de la primera constitución otomana en 1876, pero ejemplifica de qué modo la secularización afectaba a cada una de las comunidades religiosas y no sólo al conjunto del Imperio.

Normas equivalentes fueron aprobadas para el millet de Rum ─1862─ y para regular la figura del Haham Başı o rabino jefe de la comunidad judía ─1865─. Mas no acaba ahí la cosa. El nacionalismo alentó a numerosas minorías a enfrentarse entre sí por el dominio de su respectivo millet o a persuadir a las autoridades otomanas para que las instituyeran como millet diferenciados. Así, los católicos armenios se «independizaron» del millet armenio en 1828. Esto a su vez empujó a los católicos latinos a separarse de ellos en demanda de un millet propio, lo que lograron con la institución de una cancillería latina en 1836 para las cuestiones seculares. Para los armenios protestantes la Sublime Puerta constituyó un millet en 1846, y para los católicos melkitas otro en 1848. Por su parte, los otomanos rumanos de Dobruja y los otomanos búlgaros se desgajaron del millet de Rum, dominado por los otomanos griegos, en 1864 y 1870 respectivamente. Incluso los valacos o aromunes, enemistados con los otomanos griegos, obtuvieron un millet propio en 1905.

En definitiva, hasta principios del siglo XIX el término millet se había usado para referirse vagamente a las diferentes comunidades no musulmanas, sin que ello supusiera necesariamente la existencia de ninguna estructura orgánica a nivel imperial que reuniera a todos los miembros de cada confesión en su seno. Fue precisamente la institucionalización y regulación de este tipo de estructuras organizativas lo que desató el conflicto entre numerosas minorías religiosas y la aparición de nuevos millet.

En el seno del mundo ortodoxo el reconocimiento de millet segregados implicaba la aparición de nuevas iglesias nacionales, cuya autocefalía o independencia no era inicialmente reconocida por el Patriarcado Ecuménico de Constantinopla ─es el fenómeno del etnofiletismo, la adopción del principio de las nacionalidades en la organización eclesiástica, que trato en esta nota─.

En suma, este primer artículo no ha pretendido describir la composición multiétnica del Imperio otomano. Por el contrario, el propósito perseguido ha sido mucho más modesto: dar unas pinceladas limitadas pero capitales de la noción de millet. Así, se ha derribado el mito de los tres millet originarios ─el ortodoxo, el armenio y el judío─ y se han dado ejemplos de que en la Edad Moderna la autonomía organizativa de los millet era más bien local y de ningún modo abarcaba a todos los miembros de la respectiva confesión en el Imperio. Ya en el siglo XIX se ha mostrado como las reformas liberales de las Tanzimat pretendieron institucionalizar los millet, y que esta necesidad de «dibujarse» o «definirse» generó nuevas conciencias identitarias entre los otomanos no musulmanes y atomizó todavía más sus comunidades confesionales.

En cualquier caso, las Tanzimat permitieron a los no musulmanes elevar su estatus social y, para finales del siglo XIX, alcanzar puestos claves de la administración y dominar la banca, las redes comerciales y el tejido empresarial del Imperio. Contaron para ello con el mimo del capital extranjero y de la diplomacia de las potencias occidentales, que se servían de ellos para extender sus áreas de influencia cultural y económica en la región. Tratar de ilustrar este vertiginoso cambio será el objeto del siguiente artículo.


Bibliografía

  • Roderic H. Davison, «Turkish Attitudes Concerning Christian-Muslim Equality in the Nineteenth Century», en The American Historical Review, vol. 59, núm. 4, 1954, pp. 844-864.
  • Alexander H. De Groot, «The Historical Development of the Capitulatory Regime in the Ottoman Middle East from the Fifteenth to the Nineteenth Centuries», en Oriente Moderno, 22 (83), núm. 3, 2003, pp. 575–604.
  • Aleksandar Fotić, «Tracing the Origin of a New Meaning of the Term Re‘āyā in the Eighteenth-Century Ottoman Balkans», en Balcanica, núm. XLVIII, 2017, pp. 55-66.
  • Tamar Herzog, Defining Nations. Immigrants and Citizens in Early Modern Spain and Spanish America, New Haven and London, Yale University Press, 2003, 325 pp.
  • Tamar Herzog, Una breve historia del derecho europeo. Los últimos 2500 años, Madrid, Alianza Editorial, 2019, 373 pp.
  • Tim Judah, The Serbs, New Haven and London, Yale University Press, 2009, 414 pp.
  • Vjeran Kursar, «Non-Muslim Communal Divisions and Identities in the Early Modern Ottoman Balkans and the Millet System Theory», en Maria BARAMOVA et alia, Power and Influence in South-Eastern Europe, 16-19th century, Berlin, LIT Verlag, 2013, pp. 97-108.
  • Kalthoum Meziou, «Le droit international privé tunisien en matière de statut personnel», en Jean-Yves CARLIER et alia, Le statut personnel des musulmans: droit comparé et droit international privé, Bruselas, Bruyland, 1992, pp. 275-309.
  • Francis Rey, La protection diplomatique et consulaire dans les Échelles du Levant et
    de Barbarie, Paris, Librairie de la Société Générale des Lois et des Arrêts, 1899, 552 pp.
  • Armand Trannoy, «La «nation latine» de Constantinople», en Échos d’Orient, vol. 15, núm. 94, 1912, pp. 246-256.
  • Francisco Veiga, El turco: diez siglos a las puertas de Europa, 3ª ed., Barcelona, Debate, 2011, 667 pp.

Nacionalismo árabe I: toma de conciencia (1840-1880)

Introducción

El mundo árabe no es y no ha sido nunca una unidad cerrada y homogénea. El concepto de nación árabe, de hecho, es relativamente reciente en el tiempo. Aunque la identidad árabe estaba más o menos definida a nivel cultural durante el primer tercio del siglo XX (el arabismo), esto no implicaba necesariamente que hubiera un programa político que pudiéramos llamar nacionalismo árabe.  La identidad nacional árabe, superior a la tribu o el clan o a la confesión religiosa, se solapaba a principios del siglo pasado con muchas otras realidades y visiones basadas en el origen o la ubicación geográfica, la religión, o la clase política y social de cada uno. Desde la universalista e «inclusiva» (para los musulmanes) identidad panislámica hasta las perspectivas localistas como el egiptismo, el «despertar de la conciencia árabe» tuvo que competir con muchas otras identidades.

1024px-arabic_dialects-svg

Dialectos del árabe. Wikimedia

En este artículo voy a empezar a contar los orígenes remotos del nacionalismo árabe. Hoy nos centraremos en el siglo XIX, caracterizado por la aparición del arabismo, la noción de que existía una identidad cultural común a los árabes. Este renovado interés por lo árabe y el orgullo que ciertos intelectuales sintieron por la lengua y la cultura comunes estuvo inicialmente restringido a los sectores urbanos acomodados, y no tuvo el carácter político que poseía el panarabismo de mediados del siglo XX. Me voy a quedar en los países árabes del Mashreq o de lo que hoy día llamamos Oriente Medio, es decir, Egipto, la península Arábiga, el Levante y Mesopotamia.

Para empezar, voy a describir brevemente el mosaico de identidades solapadas e identidades disputadas que es el mundo árabe en el primer tercio del siglo XX. Después, haré un breve repaso al periodo del «renacimiento» (an-Nahda) en Egipto y el Levante, donde comenzó a surgir la idea de una identidad y cultura común a los árabes. Para entender el contexto histórico y político en el que nos situamos, recomiendo a los lectores que no lo hayan hecho ya leer La colonización europea de Oriente Medio y Movimientos de reforma II: el modernismo laico.

Identidades solapadas

En Oriente Medio y en la mayoría de regiones del mundo, los individuos podían -y pueden- definirse a sí mismos en términos muy diversos: Afiliación religiosa, origen geográfico, etnia, comunidad lingüística, clase social, tribu o familia extensa, si se es nómada o sedentario, rural o urbano… Dependiendo del contexto una persona puede dar prominencia a cualquiera de estas identidades sobre las demás. Es decir, la identidad es algo mutable y en constante cambio. La mayoría de árabes hablan árabe (verbigracia) y profesan el islam suní, aunque hay árabes no-musulmanes (como por ejemplo los maronitas) y musulmanes no árabes viviendo en países de mayoría árabe, como los kurdos.

Desde la época de la conquista islámica existían importantes minorías cristianas en Egipto, el Levante y Mesopotamia. Estos cristianos mantuvieron su religión, que incluso en época bizantina había sido un símbolo y un motivo de orgullo regional,1 pero con el tiempo adoptaron el árabe. Con excepciones, la relación entre ellos y las comunidades suníes era buena. Durante la época otomana, los árabes estaban fragmentados en una serie de comunidades religiosas que, aunque compartían un idioma común, tenían instituciones, líderes y costumbres muy distintas. Hasta mediados del siglo XIX, estuvieron organizadas siguiendo el sistema de los millets, en el que las distintas comunidades tenían un gran grado de autogobierno (incluyendo sus propios tribunales) siempre y cuando se mantuvieran leales al sultán. El decreto de ciudadanía universal de 1856 que establecía la igualdad entre todos los súbditos otomanos es el principio del fin de este sistema. No obstante, esta no creó un sentimiento extendido de «otomanismo», ya que los europeos trataron de debilitar al imperio otomano aprovechándose de sus minorías religiosas.

18638803955_e8cab9e2f7_h

Mapa Otomano de 1804. Fuente: Afternoon map

Las tensiones entre comunidades eran anteriores a la penetración occidental, aunque normalmente fueron agravadas por la injerencia europea. En 1860, por ejemplo, hubo una dura guerra civil entre drusos y maronitas en el Líbano que finalizó con una intervención militar francesa. Los motivos no eran religiosos sino más bien socio-económicos, pero la prensa europea lo trató como un tema confesional.

Hacia 1914 la mayoría de los árabes levantinos permanecían leales al imperio Otomano. Aunque había cierta sensación de superioridad cultural sobre los turcos y algunos pensadores reclamaban una mayor autonomía dentro del Estado otomano, solo unos pocos cristianos que se veían discriminados en un imperio confesional pedían la independencia política para los árabes, aunque esto solo eran gritos ahogados sin un plan de fondo o una base social en la que se apoyasen. Es decir, que antes de la primera guerra mundial la arabidad era solo una de las muchas capas que formaban parte de la identidad de los árabes. Esta identidad árabe no entraba en contradicción con la lealtad al imperio otomano, algo que a lo largo de la guerra cambiaría. Los asirios, por ejemplo, sufrieron una dura represión y un intento de limpieza étnica que dejó medio millón de muertos por su colaboración con las potencias europeas.

1280px-french_expeditionary_corps_landing_in_beyrouth_16_august_1860

Cuadro de la tradición orientalista representando la entrada triunfal de los franceses en Beirut en agosto de 1860. Fuente: Wikimedia

Tras el colapso otomano y la conquista del levante árabe por Francia y Gran Bretaña durante la primera guerra Mundial, las minorías cristianas fueron empleadas como agentes y funcionarios de las nuevas administraciones. Muchos de ellos fueron leales a los occidentales, pero otros fueron activos en la resistencia anti-colonial y más tarde en las acciones anti-sionistas organizadas por los nacionalistas laicos.

Las diferencias entre musulmanes suníes y chiíes no parecen haber tenido importancia en el seno del movimiento nacionalista, pues a principios del siglo XX los chiíes no eran muy prominentes políticamente. Durante la época de los mandatos (1919-1948) la mayoría de chiíes eran campesinos empobrecidos en áreas aisladas y subdesarrolladas, como el valle de la Bekaa en Líbano, aunque ciudades como Bagdad presenciaron un cierto florecimiento del chiísmo gracias al éxodo rural. Con la excepción de Yemen, no había ni un solo gobierno árabe liderado por los chiíes. Más allá de cierta agitación en Iraq, no había ni rastro de las tensiones sectarias que supuestamente hoy recorren la región. No obstante, antes de adelantar acontecimientos e irnos a los años 30, veamos brevemente el surgimiento del nacionalismo cultural.


1 Por ejemplo, los coptos son los sucesores de los cristianos monofisitas que habitaban Egipto y que siempre habían luchado contra el centralismo de Constantinopla. Colaboraron con los conquistadores árabes, que necesitaban una clase administrativa para recaudar impuestos, pues ellos eran principalmente guerreros. A cambio, mantuvieron sus costumbres y su idioma, aunque poco a poco se fueron arabizando.

An-Nahda: El renacimiento cultural árabe

Durante el siglo XIX surgió en algunas ciudades árabes un difuso nacionalismo cultural, muy relacionado con el modernismo laico que comenzaba a surgir en Oriente Medio. El movimiento fue bautizado a posteriori como Al-Nahda [pronunciado an-nahda] ( النهضة), el renacimiento o despertar árabe. Sus epicentros fueron El Cairo y Alejandría y, en menor medida, Damasco y Beirut.

Egipto era el lugar perfecto para el resurgir de la autoestima árabe: como cuento brevemente en Movimientos de Reforma II, Mehmet (o Mohamed) Alí consiguió expulsar a los mamelucos en 1811 y convirtió a Egipto en una provincia prácticamente independiente de los otomanos, mientras que el resto de los árabes del Mashreq seguían bajo la tutela turca. Mehmet Alí decidió enviar varios agentes a Europa para investigar la organización y estilo de vida occidentales, una tendencia que también se dió en lugares como Irán.

bulaq09

Rifa’a al-Tahtawi, 1801-1873. Fuente: Biblioteca de Alejandría

Uno de estos agentes fue Rifa’a Tahtawia (o Rifa’a al Tahtawi), al que se considera como padre de la Nahda. Rifa’a llegó a París en 1826, una década después de las primeras misiones egipcias. Su tarea inicial era servir de imán para algunos egipcios que entrenaban en la academia militar de París, aunque pronto comenzó a traducir al árabe numerosas obras científicas y políticas del periodo de la Ilustración. De vuelta a Egipto, fue el director de la gaceta oficial Al-Waqa’i al-Misiriya (Asuntos Egipcios, una especie de BOE de la época). También estableció una escuela de traductores y comenzó la difusión de algunas de las ideas que había elaborado en París, entroncando así la tradición egipcia con las ideas liberales europeas. Este artículo (en inglés) es muy interesante y refuta algunos de los mitos sobre Tahtawia (se suele decir que volvió fascinado de Francia y totalmente occidentalizado; en realidad su visión era bastante más crítica).

Otra figura que suele aparecer citada como uno de los fundadores de la corriente arabista es Mohamed Abduh (1849-1905), al que ya mencioné brevemente en el artículo sobre el modernismo islámico. Su obra, muy marcada por el racionalismo, tiene un carácter más religioso que centrado en lo árabe o egipcio, así que no me voy a detener mucho en él.

Mucho más relevante para el tema que hoy tratamos es el levantino Butrus al-Bustani (1819-1883), al que se suele considerar como el primer nacionalista árabe. De origen cristiano maronita, se convirtió al protestantismo y en la década de 1840 comenzó a colaborar con misioneros británicos y estadounidenses que operaban en Líbano. Sin embargo, poco a poco se empezó a desencantar con ellos y a adoptar posturas favorables a los otomanos, especialmente tras el decrreto de ciudadanía universal de 1856. Al-Bustani se convirtió en un duro crítico de la educación misionera, que se realizaba en idiomas extranjeros (inglés o francés) y en la que los niños solo aprendían historia y filosofía europeas, sin espacio para el legado árabe u otomano, causando división y pérdida de indentidad.

Al-Bustani comenzó así un ambicioso programa en el que trataría de reivindicar el árabe como lengua para la educación y la literatura, escribiendo artículos, dando charlas, recopilando un diccionario. Él árabe era para él una forma de dar cierta unidad a una Siria fragmentada en multitud de comunidades religiosas. «Siria no debe convertirse en una Babel de lenguas, pues ya lo es de religiones y sectas», escribía en 1861. La actividad de al-Bustani era frenética: estableció una escuela, una sociedad científica, varios periódicos y publicó siete volúmenes de una enciclopedia universal en árabe.

butrus_bustani

Butrus al-Bustani. Wikimedia

El proyecto final de al-Bustani era favorecer la integración de las comunidades religiosas sirias en una sola identidad, con la lengua árabe como base. Sin embargo, ni al-Bustani ni sus seguidores llegaron a plantear la cuestión de independizarse del imperio otomano. De hecho, su relación con las autoridades era bastante buena. Los proyectos de al-Bustani recibieron financiación del gobierno durante la década de 1860, y él no dejó de expresar su creencia de que la presencia otomana en Siria era deseable a la injerencia extranjera. No muchos intelectuales cristianos compartían esta opinión. Las críticas de al-Bustani al gobierno autoritario le valieron ciertos periodos de censura en la década de 1870, pero aun así su posición sobre la necesidad de permanecer en el imperio no se vio alterada. [Si os interesa saber más sobre la vida y obra de al-Bustani, os recomiendo este artículo. Si necesitáis el PDF, pedídmelo]

Por supuesto, hay muchísimas más figuras relevantes en el periodo, pero a veces hay que elegir tan solo unos pocos ejemplos. En general, el movimiento del Renacimiento Árabe fue exclusivamente cultural en sus inicios y restringido a las clases altas y medias de las ciudades del Levante. Sin embargo, fue el principio de una toma de conciencia que continuaría en las siguientes décadas. El auge del nacionalismo turco en la primera década del siglo XX haria que muchos arabistas pidieran una mayor autonomía para los países árabes, aunque muy pocos osaron reivindicar una independencia formal. La primera guerra Mundial lo cambiaría todo, pero eso lo veremos el próximo día. Hasta entonces.


Como siempre, si queréis más información o bibliografía, no dudéis en contactarme por email o a través de las redes sociales. Muchísimas gracias a todos los que me habéis escrito hasta ahora: me hacéis sentirme útil y me dais energía para continuar con este proyecto.

Movimientos de Reforma (II)

En este artículo veremos lo que pasó en los países no colonizados durante el siglo XIX y la primera mitad del XX. Nos centramos en el surgimiento de una nueva corriente política, el modernismo laico.

El modernismo laico (1798-1952)

Siglo XIX. Época de la colonización europea.  Los habitantes de Oriente Medio, en su mayoría musulmanes, se preguntaban qué podían hacer ante la superioridad técnica y militar de los occidentales. Una de las respuestas, como vimos en la entrega anterior  fue ignorar a los extranjeros e intentar volver a un pasado dorado idealizado, reinventando la religión islámica y eliminando sus aspectos más heterodoxos, como por ejemplo las cofradías sufíes. Esta actitud, sin embargo, solo servía para territorios relativamente aislados y alejados de los europeos (Arabia), o para aquellas clases y sectores sociales de los pueblos sometidos que no necesitaban interactuar con los administradores coloniales y se podían permitir ignorarlos (los Deobandis en el Industán). Las  élites políticas y económicas, por el contrario, veían mermar su influencia y su poder ante el empuje de los europeos, y se pusieron a buscar soluciones. Una de ellas, la más extendida y exitosa, fue lo que los historiadores han denominado “el modernismo laico”.

 El modernismo laico no es una ideología cohesionada y coherente, pero tiene patrones comunes. Grosso modo, aboga por separar la religión del gobierno, y suele inspirarse en modelos políticos y económicos europeos. Los pensadores modernistas laicos, por lo general, aspiraban a que sus pueblos se independizasen de las potencias coloniales, pero al mismo tiempo admiraban a los europeos y pensaban que sus sistemas constitucionales y parlamentarios eran la mejor garantía para la libertad, la independencia y el autogobierno. Estos intelectuales eran, la gran mayoría de las veces, hijos de la nueva clase media-alta de militares y burócratas que había emergido durante el siglo XIX. Trataron de elaborar teorías y símbolos nacionalistas en regiones donde esta tradición política no había llegado a desarrollarse. Paradójicamente, muchos acabaron tan asimilados a la cultura europea que se desconectaron de la realidad de sus países de origen.

Las transformaciones políticas en Oriente Medio durante el último cuarto del siglo XIX y la primera mitad del siglo XX fueron lideradas por los modernistas laicos. Por ello, en este artículo no analizo en profundidad las ideas modernistas laicas, sino que me centro en el surgimiento de una nueva clase media-alta “modernizante” que poco a poco se impuso, para ser sustituida más tarde por una clase media-baja de militares y burócratas. Para no extenderme hasta el aburrimiento he decidido centrarme en los cuatro países más importantes donde el modernismo laico se hizo con el poder: Turquía, Irán, Egipto e Indostán.

No obstante, este artículo es largo (casi 5.000 palabras), de modo que te aconsejo que respires y te lo tomes con calma. Para facilitar la lecura y permitir retomarla con facilidad he dividido el texto en muchos apartados.

 1908-mesrutiyetPostal celebrando la revolución constitucional de los Jóvenes Turcos (1908). Wikimedia

 

Modernización y constitucionalismo (1800-1919)

 A principios del siglo XIX, los gobernantes de Oriente Medio veían cómo iban perdiendo terreno frente a las potencias europeos. ¿Cuál era el secreto de su éxito? Parecía necesario fijarse en Europa, sobre todo en su organización militar y burocrática. Durante las primeras décadas del XIX, los reyes y sultanes de la región recibían asesores militares occidentales, y a su vez enviaban a sus jóvenes burócratas a Europa, a intentar descubrir el motivo de su superioridad militar y económica. A medida que Oriente Medio y los países árabes iban siendo colonizados, surgía en los gobernantes de las zonas que quedaban independientes la necesidad de equipararse técnicamente a los europeos, emprendiendo lo que los historiadores denominan modernización defensiva, o mucho más eufemísticamente, “reforma”. [1] Esta modernización defensiva se centró inicialmente en el ejército, aunque en algunos casos se llegó a extender a la burocracia, el sistema educativo y la economía.

 La intervención francesa en Egipto en 1798 hizo saltar todas las alarmas. Los ejércitos tradicionales, los jenízaros otomanos y los mamelucos egipcios, habían sido incapaces de hacer frente a los europeos. Ambos cuerpos militares, que habían ejercido enorme influencia en la política interna de sus países, funcionaban de forma parecida: estaban integrados por “esclavos” reclutados desde niños, que solo eran leales al sultán y, sobre todo, a sus camaradas. Durante el siglo XIX el imperio Otomano y Egipto fueron sustituyendo este sistema por un ejército nacional de reclutas nativos, al estilo europeo.  Paralelamente, trataron de ampliar la estructura del estado, impulsando el centralismo frente a las tradicionales élites regionales.

 Muchos de los jóvenes oficiales y burócratas, hijos de la clase alta, que viajaron a Europa (sobre todo a París y Londres) quedaron fascinados por lo que vieron y, a su vuelta, defendieron activamente la necesidad de emular y aprender de los europeos, sobre todo en lo que a organización política y militar se refería. En los países no colonizados, como Irán y Turquía, los intelectuales burgueses soñaban con limitar el poder de las monarquías estableciendo sistemas parlamentarios y constituciones liberales que permitiesen a sus países salir del atraso secular en el que, según ellos, se encontraban.

 Mientras tanto, los reyes y sultanes de Oriente Medio, abandonaban los símbolos tradicionales de sus monarquías y copiaban las modas europeas, en un intento infructuosos de mostrarse como iguales a sus homólogos occidentales. Ávidos de capital para poder llevar a cabo sus programas de modernización defensiva, concedían capitulaciones y abrían sus mercados a los productos europeos, lo que causaba la ruina de la industria y artesanía locales. Los terratenientes, a su vez, reconducían la producción agrícola hacia el monocultivo destinado la exportación (mucho más rentable a corto plazo), lo que a su vez aumentaba la dependencia y la relación desigual entre los países de Oriente Medio y las potencias coloniales, y en ocasiones facilitaba la conquista militar. He narrado el proceso con mayor detalle en La colonización europea de Oriente Medio.

 3 shahs
Evolución de la estética de los shahs de Persia entre 1798 y 1881. Véase Especial Irán (1).

 

 Imperio Otomano

El primer lugar donde el reformado ejército trató de imponer sus ideales constitucionales fue el imperio Otomano, donde formaron una organización secreta conocida como Nuevos Otomanos, el antecedente de los jóvenes turcos. En 1876, organizaron un pronunciamiento que obligó al sultán a aprobar la Primera constitución Otomana, para la indignación de los ulema y los conservadores, aunque dos años después sería suspendida por el sultán y sus promotores encarcelados o exiliados.

 Uno de los principales ideólogos de los Nuevos Otomanos fue Namik Kemal (1840-88) Este autor, muy influido por la filosofía francesa, tradujo al turco a Montesquieu y Voltaire y admiraba profundamente a los revolucionarios italianos Garibaldi y Mazzini. Junto con muchos otros intelectuales otomanos, Namik Kemal pasó largas temporadas en el exilio, donde publicó duras críticas contra el gobierno del sultán. A pesar de su admiración por las ideas europeas, Kemal se declaraba musulmán y consideraba que un islam revitalizado debía formar la base de la sociedad y el gobierno, y trató de expresar las ideas de la Ilustración a través de términos islámicos. El islam, para él y otros de su generación era, una especie de “ideología de autenticidad nacional, más que la observancia disciplinaria de una serie de ritos; una especie de nacionalismo cultural que aún hoy pervive”.[2]

 En 1908, un grupo de oficiales y burócratas herederos ideológicos de los Nuevos Otomanos, los Jóvenes Turcos (oficialmente llamados Comité de Unión y Progreso, CUP, no confundir con el partido catalán), lideraron un movimiento revolucionario con la intención de restaurar la Constitución de 1876. Uno de sus objetivos era acabar con las capitulaciones que convertían al imperio en una semi-colonia, recuperando así el respeto de las potencias europeas y convertiéndose en “el Japón del Próximo Oriente”. Entre 1908 y el inicio de la Primera Guerra Mundial se sucedieron las intrigas militares, golpes y contragolpes, acusaciones de fraude electoral y, especialmente, las crisis en las fronteras occidentales del imperio otomano, las famosas Guerras Balcánicas  que antecedieron la Primera Guerra Mundial.

 800px-greek_lithograph_celebrating_the_ottoman_constitutionPostal griega de 1895 conmemorando la constitución de 1876. A la izquierda, el pueblo y las banderas de los distintos millets (regiones): los verdes son árabes, los rojos turcos y los azules, cristianos de Rumelia. El ángel porta un cartel con el eslogan “libertad, igualdad y fraternidad”. Namik Kemal es el personaje del centro a la derecha, el único que no lleva el fez (gorro rojo). Wikimedia

Egipto

Quizá el ejemplo perfecto de la progresión modernización defensiva-dependencia-invasión colonial sea Egipto: Mehmet Ali (que hacia 1811 había desmantelado el sistema mameluco) y sus sucesores decidieron industrializar el país rápido y a lo bruto, creando fábricas estatales -y a menudo deficitarias- de textil y otros productos, construyendo infraestructuras (ferrocarril, telégrafos), pidiendo préstamos a bancos occidentales, y cambiando la agricultura al monocultivo de algodón para pagarlos.  Al igual que en Irán, el apoyo de las potencias europeas (en este caso Francia y Gran Bretaña) se convirtió en uno de los pilares de la dinastía.

En 1875 el estado egipcio entró en bancarrota, y los acreedores europeos, con la connivencia del rey, impusieron una “troika” que gestionaba las cuentas, limitaba el gasto, y se apropiaba de buena parte del presupuesto. El ejército modernizado y la nueva burguesía terrateniente conspiraron para recuperar el control del país, en la llamada Revuelta de Urabi (1882).  Aunque, como aseguraba el cónsul alemán de la época, Urabi y sus aliados no tenían intención de romper con las potencias europeas (dado que se beneficiaban del comercio con ellos), Gran Bretaña invadió el país con la excusa de restaurar el orden, asegurar el pago de la deuda y controlar el Canal de Suez. Se quedaron allí hasta 1954, aunque hubo constantes revueltas anti-coloniales, como la «revolución» de 1919.

Irán

En Irán, el modernismo fue civil y burocrático, más que militar. Recordando el éxito del boicot al tabaco de 1896, que obligó al shah a cancelar unas concesiones que había hecho a los británicos, los modernistas persas, entre los que destacaba Ahmad Kasraví, organizaron una revuelta constitucional en 1905, aliados con un sector del clero. Sus fuentes de inspiración, además de los ilustrados europeos, eran dos acontecimientos recientes: la victoria japonesa ante Rusia, la primera vez que una potencia occiental era derrotada por un país asiático; y la revolución de la Duma rusa que forzó al zar a adoptar un sistema parlamentario. Sin embargo, el bando constitucionalista pronto se dividiría en facciones y perdería el apoyo de los ulema, temerosos de la deriva ilustrada y europeizante de sus antiguos aliados. Rusia y Gran Bretaña aprovecharon el desgobierno para invadir el país durante la Primera Guerra Mundial y dividírselo en esferas de influencia. Trato la época con más detalle en la segunda mitad de este artículo.

Indostán

En los territorios colonizados, los modernistas laicos como Sayyid Ahmad Khan, al que he dedicado un artículo en exclusiva, adoptaron el discurso de los europeos y trataron de mostrarse como únicos representantes legítimos de los musulmanes, a la vez que trataban de limitar el poder de los ulema y restringir la religión a un ámbito privado. La principal preocupación de las élites musulmanas de los territorios colonizados fue defender sus intereses frente a la estrategia de “dividir y gobernar” que seguían las potencias coloniales. Británicos y franceses solían privilegiar a minorías étnicas y religiosas como los asirios, los drusos o los judíos, que estaban sobrerrepresentados en la administración colonial nativa frente a los musulmanes, la comunidad mayoritaria. En el Industán, donde eran minoría, trataron de demostrar su superioridad militar e intelectual frente a los hindúes, que estaban siendo favorecidos.

diagrama

 De imperios a naciones: el modernismo nacionalista (1919-1955)

Las cuatro décadas que siguieron al fin de la primera Guerra Mundial estuvieron dominadas por el modernismo laico. El antiguo liberalismo pro-occidental de la aristocracia fue sustituido por el nacionalismo.Turquía e Irán se libraron de la colonización directa. Como hemos visto, ambos países experimentaron revoluciones constitucionalistas en la primera década del siglo XX. Ambos participaron en la Primera Guerra Mundial; Turquía como contendiente e Irán como simple teatro de operaciones. Durante los años 20, tanto en Irán como en Turquía se producirían cambios de régimen: las monarquías y la nobleza «occidentalizante» serían sustituidos por gobiernos modernistas y nacionalistas. Las nuevas élites no provendrían de la clase media-alta ligada a la realeza, sino de la media-baja. En Egipto, un proceso similar tuvo lugar durante los años 50; y en Indostán.

 Turquía

Durante la primera Guerra Mundial, el imperio Otomano perdió los países árabes (el Levante Mediterráneo e Irak). Sin embargo, Anatolia no fue conquistada por los Aliados. Los Aliados ocuparon Estambul en 1918, forzando al sultán a firmar un tratado de capitulación. Los Jóvenes Turcos y otros grupos organizaron un movimiento parlamentario de resistencia con sede en Ankara. Durante cinco años, lucharon contra los Aliados y los griegos (la llamada Guerra de la Independencia Turca), y en 1923 los jóvenes turcos les forzaron a firmar el Tratado de Lausana, que entre otras cosas supuso la deportación forzosa de millares de turcos y griegos para alcanzar una hipotética (y falsa) pureza étnica territorial, una de las consecuencias del principio de autodeterminación nacional defendido por el presidente americano Woodrow Wilson.

 Los detalles y las vicisitudes específicas las dejamos para un artículo futuro sobre la historia de Turquía. Quedémonos con lo básico: En la defensa del corazón del imperio se destacó un oficial de los Jóvenes Turcos llamado Mustafá Kemal, al que más tarde se conocería como Atatürk. Atatürk y sus seguidores decidieron abolir la monarquía otomana, el Califato, y expulsar a la antigua élite del país. En 1924 Mustafá Kemal se convertiría en el primer presidente de la República de Turquía


Canción en ladino (dialecto sefardí) sobre la defensa de los Dardanelos, agradeciendo a Mustafá Kemal la victoria frente a los Aliados. Se entiende perfectamente si eres castellanoparlante.

Atatürk fundó un partido, el CHP (en castellano: Partido Republicano del Pueblo)  desarrollaron una ideología, el Kemalismo, centrada en la modernización y “turquificación” del país y la superación del pasado imperial. Los seis principios kemalistas, definidos en el tercer congreso del partido en abril de 1931, eran Republicanismo, Nacionalismo, Populismo, Estatismo, Laicismo y Revolucionismo/reformismo.  La constitución de 1924 fue reformada en 1937 para incluir estas seis máximas.Los kemalistas, procedentes de los sectores medios de la burocracia y el ejército, emprendieron una intensa reforma de la administración y trataron de sustituir la difusa identidad “otomana” por un nacionalismo turco. Aparte de prohibir el velo y el fez (gorro típico), sustituyeron el alfabeto arábigo por una adaptación del latino y depuraron el lenguaje de “arabismos”, “persianismos” y otras “impurezas”.

El nuevo régimen no trató especialmente bien a las minorías étnico-religiosas que no encajaban en su definición de “turquedad”, como los kurdos o los armenios. A pesar del proclamado laicismo de la nueva República de Turquía, el estamento religioso, los ulema sunníes, fueron discretamente incorporados en la administración estatal y fueron un importante actor en el proceso de homogeneización étnica, lingüística y cultural que pretendían los kemalistas. Al inicio de la segunda guerra mundial, Turquía era una república presidencialista laica, cuyos habitantes se vestían a la occidental y utilizaban caracteres latinos.

cumhuriyet_halk_partisiLogo del CHP con las 6 flechas representando los principios del Kemalismo.

Irán

En Irán, la dinastía Kayar fue sustituída por la de los Pahlaví, cuyo fundador fue un militar, Reza Jan. Jan admiraba cómo Atatürk había conseguido asegurar la independencia de su país, así que trató de hacer algo similar. Para tranquilizar a los sectores tradicionales, no proclamó una república tras deponer al último shah Kayar, sino que él mismo se entronizó. Al igual que Atatürk, Jan trató de difundir una ideología centrada en el nacionalismo por encima de la identidad religiosa. El propio nombre que dio a su dinastía evoca la época pre-islámica. Reza Jan se empleó a fondo en ampliar la estructura del Estado, mejorar su capacidad recaudadora y eliminar competidores; fundamentalmente las tribus nómadas y los clérigos chiíes, los ulama.

Los nómadas fueron obligados a sedentarizarse; y los ulama pasaron a ser supervisados por el Estado: solo aquellos clérigos que pasasen un examen y cumpliesen una serie de regulaciones podían llevar turbante y ejercer su profesión. Además, inició una campaña de “persianización”, tratando de eliminar los dialectos túrquicos que hablaba el 40% de la población. Y por supuesto, prohibió el velo, lo que irónicamente hizo que muchas mujeres tradicionales no volviesen a salir de su hogar.

El objetivo de Reza Jan era crear un Estado fuerte e independiente, pero sus coqueteos con los alemanes en la segunda Guerra Mundial hicieron que el país fuera invadido por los británicos y los rusos, que depusieron a Reza Jan y coronaron a su hijo, menor de edad. La constitución de 1906, suspendida por Reza Khan, volvió a entrar en vigor, hasta que en 1953 el nuevo monarca, apoyado por un sector del ejército, la CIA y el MI6, organizara un golpe de Estado para deponer al presidente Mosadeg, que había osado nacionalizar el petróleo iraní. Lo cuento con algo más de detalle al final de este artículo y el principio de este).

 Egipto

En 1922, en línea con el espíritu de la Sociedad de Naciones, los británicos abolieron el protectorado y concedieron a Egipto una independencia muy limitada, donde la defensa y el control de los recursos seguían en mano de los invasores. Los nacionalistas egipcios, que habían sido encarcelados y exiliados por su oposición a la presencia inglesa, volvieron al país y se prepararon para redactar una constitución. Los años 20 estuvieron dominados por Zaghlul y el partido Wafd, una unión de burgueses y terratenientes de ideología modernista laica. Las mujeres del Wafd, como Huda Sharawi, fueron pioneras del feminismo árabe, las primeras mujeres de clase alta en quitarse el velo en  (las campesinas y obreras no solían ir veladas) y participar en manifestaciones. El «experimento liberal», como lo califica la historiadora egipcia Afaf Lufti, duró tres décadas. Durante esos años, continúo la transición al monocultivo y la integración de Egipto en la economía mundial. La resolución de los problemas sociales (superpoblación) se postpuso hasta que se consiguiese firmar un tratado satisfactorio con los ingleses. Las clases dirigentes, por muy nacionalistas que fuesen, se vieron atrapadas en la contradicción de depender económicamente de los británicos y de haber asimilado los gustos occidentales. Las tensiones entre el Wafd, la monarquía, los británicos y los demás partidos de la oposición marcarían el periodo. Durante la Segunda Guerra Mundial se incrementaría la presencia de tropas británicas, con el consiguiente malestar que ello generó en la población.

En 1948, el Egipto liberal del rey Faruq, junto a los demás países árabes, declaró la guerra al recién creado Estado de Israel. La operación fue un rotundo desastre, con escándalos de corrupción incluídos. Al mismo tiempo, sirvió de campo de entrenamiento para los jóvenes oficiales del ejército egipcio, y para unidades para-militares no afiliadas al gobierno que tras la guerra de Palestina organizarían una guerrilla anti-británica en Suez (algunas de estas milicias eran organizaciones islamistas, cercanas a los Hermanos Musulmanes; otras eran nacionalistas).

Los jóvenes oficiales del ejército egipcio, al igual que sus homólogos otomanos medio siglo antes, se organizaron en una sociedad secreta, el Movimiento de Oficiales Libres, en el que destacaban Nasser y Sadat.  La mayoría de miembros de esta organización provenían de las clases medias-bajas, y su bienestar económico no dependía del comercio colonial, sino de los presupuestos del Estado, de modo que eran abiertamente anti-británicos.Ante el descrédito de la monarquía y el Wafd, y en un clima muy tenso tras el incendio del Cairo de 1952, decidieron dar un golpe de Estado y derrocar a la monarquía. El nuevo régimen sería nacionalista y laico, para descontento de los pan-islamistas Hermanos Musulmanes. Sin embargo, el gobierno de Nasser no adaptaría las tesis liberales de principios de siglo, sino que trataría de aumentar el peso del Estado en la economía nacional, tomando como modelo los países socialistas. Como buena autocracia de la postguerra, Egipto llevaría a cabo programas de seguridad social, educación pública, industrialización y demás medidas modernizadoras, que he explicado en La construcción del Estado postcolonial.


Especial informativo británico sobre el incendio de El Cairo en 1952

Indostán

Durante los años 20 y 30, los sucesores de Sayyid Ahmad Khan educados en la academia de Aligarh abandonaron la política conciliatoria de sus mayores y decidieron enfrentarse decididamente al gobierno colonial.  Hace unos años, en 2013, escribí en Facebook un resumen de la vida de un activista de la época. Rescato el texto, pues resulta interesante y me evita tener que volver a narrarlo todo. Disculpad el tono distendido y las expresiones coloquiales:

<<Muhammad Ali Jouhar,
sobre el que no hay nada de información disponible en internet en español, fue uno de los más simpáticos agitadores de todos los tiempos. Estudió de jovencito en la madrasa de Deoband y en Aligarh College (dos de las más prestigiosas instituciones educativas de la comunidad musulmana de la India) y obtuvo un BA en Historia Moderna en la Universidad de Oxford (en su etapa universitaria era un fiestas «occidentalizado», aunque nunca renegó de su religión). De vuelta al subcontinente trabajó brevemente para el gobierno colonial y en 1911 fundó un periódico en inglés (The Comrade) y otro en Urdu (Hamdard), desde donde se dedicó a poner a caldo a los británicos (él solito escribía todo el contenido de ambas publicaciones). Fundó la Jamia Millia (universidad nacional Urdu) y colaboró en la mejora del Aligarh College.

Estuvo involucrado en movimientos políticos desde edad temprana, y aparte de ser uno de los miembros fundadores de la Liga Musulmana de la India, fue uno de los no muy numerosos musulmanes del Congreso Nacional Indio. Cuando finalizó la Primera Guerra Mundial empezó una campaña muy activa en sus periódicos para que los británicos respetaran la institución del Califato, que tanto significaba para los musulmanes del mundo por ser el último reducto de poder temporal islámico (ya se sabe, los Otomanos perdieron la primera guerra mundial). No le hicieron ni caso, así que decidió pasar a la acción y con su hermano y otros colegas decidieron pasar a la acción. Es el comienzo del «movimiento del califato» o «Khilafat Movement».

946344_562688370442188_1269594684_n.jpg
Muhammad Ali Jouhar.


Durante cuatro años, los musulmanes y los hindúes de la India se unieron para desafiar al poder colonial de forma «no-violenta» (es un decir, porque hubo violencia, pero la idea era esa); los hindúes reclamando independencia política, los musulmanes exigiendo respeto al islam y el fin de los mandatos franco-británicos en Siria, Palestina y Mesopotamia. Gandhi y Muhammad Ali eran amigos muy cercanos, y juntos trabajaron para que el entendimiento interconfesional fuera próspero y provechoso. Ali y su hermano estuvieron numerosas veces en la cárcel (¡muchas más que Gandhi!) y eran considerados individuos muuuy peligrosos por el régimen colonial.

Las cosas iban bien hasta que un tal Atatürk decidió cargarse la institución del Califato por su cuenta, sin escuchar las desesperadas peticiones de los musulmanes indios. Años de esfuerzo fueron en vano, y la comunidad islámica se sumió en gran confusión. Los enfrentamientos comunales se reanudaron y todo volvió a ser un asco. Pero al menos durante cuatro años los indios adquirieron conciencia «nacional», olvidaron las disputas religiosas y colaboraron entre sí, poniendo en jaque al gobierno colonial británico. Fue bonito mientras duró.

Ali y Gandhi siguieron siendo buenísimos amigos, a pesar de todos los malos rollos entre hindúes y musulmanes. Hasta el final de sus días intentaron luchar por la convivencia, el entendimiento y la cordura, aunque con menos fuerza a medida que iban envejeciendo y la situación se iba complicando. Ali Jouhar me cae especialmente bien porque era un señor que no tenía pelos en la lengua. Puede que no siempre tuviera razón, pero hablaba sin cortarse un cacho y siendo siempre sincero. Y sin hipocresía, y con realismo. Además, tenía bastante sentido del humor, no era en absoluto un fanático y era cabezón como él solo. Todo el mundo habla de Gandhi, pero este tío fue tan importante en la política India como el bueno de Mahatma, y de hecho no podría entenderse el pensamiento y la vida de Gandhi si no fuera por Ali.>>

Durante los años 40, las tensiones comunales entre musulmanes, sijs e hindúes, hábilmente explotadas por los británicos, fueron en aumento. La Liga Musulmana y el Congreso Nacional Indio se mostraron muy intransigentes a la hora de negociar la independencia. Los modernistas laicos musulmanes demandaron la creación de un estado propio para los musulmanes del Indostán, y los británicos, que tenían prisa por irse, dividieron el país y dejaron a sus habitantes las labores de construcción estatal y movimientos de población. El resultado fue una de las mayores crisis de refugiados de la historia de la humanidad, con millones de desplazados y muertos.

¿Por qué los musulmanes laicos decidieron apoyar la partición, mientras que los tradicionalistas no? El asunto es muy complejo y tiene muchos matices, pero la interpretación que más me convence es la que expuse brevemente aquí: la Liga Musulmana no quería perder sus privilegios, y temía que una India independiente con mayoría de hindúes les relegase a un plano secundario. El sistema electoral establecido por los británicos, que dependía de la adscripción religiosa, favorecía a los musulmanes. Un sufragio universal indpendiente de la religión en un hipotético Indostán unificado independiente perjudicaba seriamente a la Liga Musulmana. Por eso, pese a que sus ideales fuesen laicos, defendieron la creación de Pakistán, un hogar nacional para los musulmanes del Indostán donde, según su primera constitución, no se discriminaría a nadie en función de su religión.

Tras la independencia de Pakistán, la Liga Musulmana entró en declive. Muchos de sus líderes habían decidido quedarse en la India y no emigrar. Los que se desplazaron a Pakistán perdieron el contacto con su clientela tradicional y su influencia se desvaneció. Pronto, el ejército tomaría las riendas del país. Y poco a poco, los ulema, los islamistas de nuevo cuño y todo tipo de organizaciones islámicas irían ganando importancia en la política pakistaní.

Resumen y conclusión

Durante el siglo XIX, los reinos e imperios de Oriente Medio trataron de resistir el impulso de los europeos aplicando lo que se ha llamado «modernización defensiva». Esta modernización consistía en reformar el ejército y la burocracia de forma que se asemejasen a los modelos occidentales. Los jóvenes de clase alta de Oriente Medio que iban a estudiar a Europa adoptaron y asimilaron la ideología predominante entre las élites europeas: el liberalismo y el constitucionalismo. Entre 1876 y 1908 tuvieron lugar una serie de movimientos protagonizados por esta aristocracia europeizada, algunos de ellos fueron exitosos y países como Irán o Turquía adoptaron monarquías constitucionales.

Tras la primera guerra mundial, surgió una nueva clase media en los países que habían llevado a cabo «reformas» a la europea. Se trataba de las capas medias de los nuevos ejércitos nacionales y del creciente sistema burocrático. Estos sectores no se beneficiaban directamente del contacto con Occidente o de la dominación colonial (como sí lo hacía la aristocracia), de modo que trataron de restringir la influencia extranjera. Creían que para expulsar a los europeos había que ser, paradójicamente, como los europeos, y desprenderse de toda la tradición y elementos superfluos del pasado imperial. Para ello, decidieron abolir o transformar las monarquías, lo que hacía preciso una ideología potente que las sustituyese. Esa ideología fue un nacionalismo europeizante que trataba de atenuar la influencia islámica, percibida como medieval y atrasada, e integraba elementos nuevos importados de Occidente (códigos civiles, burocracias centralizadas, educación reglada obligatoria).

En Irán y Turquía, el nacionalismo laico se hizo con el poder durante las primeras décadas del siglo XX. En Egipto y otros países árabes sucedió un fenómeno parecido tras la descolonización. No obstante, tras la derrota del fascismo en la Segunda Guerra Mundial, los nacionalismos autocráticos ya no estaban tan de moda. En este caso, la ideología dominante fue el socialismo panárabe. Los líderes de los años 60, ya fueran afiliados al partido Baath (Siria e Irak) o independientes (Gadafi en Libia y Nasser en Egipto) apelaban a la unidad de todos los árabes y a la superación de las diferencias comunales y sectarias. Aunque los líderes árabes se enmarcaban en el Tercer Mundo y el grupo de países no-alineados, también intentaron modernizar y occidentalizar sus sociedades. Y de paso, barrer políticamente a unos de sus competidores más importantes: los islamistas de los Hermanos Musulmanes.

Los programas de modernización-occidentalización impulsados por las instituciones del Estado acabó creando, poco a poco, lo que algunos autores (Houchang Chehabi, Tamim Ansary) han denominado una “sociedad dual”. Las élites y las nuevas clases medias (asalariados del Estado como funcionarios o profesores; empresarios que se beneficiaban del comercio con Occidente) adoptaron las formas culturales occidentales con entusiasmo. Las familias pudientes enviaban a sus hijos a estudiar al extranjero (especialmente a París); y a la vuelta los estudiantes traían influencias artísticas y literarias que trataron de adoptar a sus países de origen. Lo occidental tenía era considerado sofisticado, refinado y avanzado. Las formas artísticas y culturales tradicional eran consideradas arcaicas, anquilosadas e incapaces de ajustarse a los tiempos modernos.

Los que quedaban fuera de este proceso de modernización, el campesinado y las clases medias tradicionales (los comerciantes del bazar y los ulema), simplemente siguieron con sus vidas, inmunes a las influencias extranjeras. Algo similar sucedía en las ciudades del norte de África ocupadas por los occidentales, donde se distinguía entre la villa colonial, donde vivían los oficiales, diplomáticos y comerciantes occidentales y las élites locales occidentalizadas, y la Qasbah o Medina (el casco histórico), donde habitaban todos los demás.


Para saber más: Buena bibliografía introductoria.

Egipto:
· Afaf Lufti al-Sayyid Marsot, Historia de Egipto: de la conquista árabe al presente, Akal, 2008.

Turquía:
· Feroz Ahmad, The Making of Modern Turkey, Routledge, 2000. (Tengo copia en PDF si la necesitáis)

Irán:
· Ervand Abrahamian, A History of Modern Iran, Cambridge UP, 2008 (También tengo PDF)
· Niki Keddie, Modern Iran: Roots and results of Revolution, Yale UP, 2006. Hay edición en español, que se puede encontrar en bibliotecas públicas: Keddie, Raíces del Irán Moderno, Belacqua, 2006.

Oriente Medio en general
· Tamim Ansary, Un destino desbaratado, RBA, 2011.


Referencias

[1] Sobre el ambiguo concepto de “reforma” y “reformismo”, véase Especial Irán parte 5

[2] Sami Zubaida, Beyond Islam, pp. 134-135.

La colonización europea de Oriente Medio

 La historia es esencial para comprender el origen de muchos de los conflictos que hoy día parecen «eternos», como la disputa por Cachemira entre India y Pakistán o las «divisiones sectarias» entre los árabes del Levante Mediterráneo.  Este artículo es un resumen de la historia colonial de Oriente Medio (1757-1948), centrada en la evolución de la «percepción» europea sobre la región, la penetración comercial y la colonización del Indostán y los países árabes. Este no es un texto académico sino más bien divulgativo, con el objetivo de contextualizar futuros artículos. De nuevo, es una revisión actualizada y mejorada de una sección de mi Trabajo de Fin de Grado (2014), con añadidos y omisiones para hacer la lectura más agradable. Para conocer lo que sucede en el XIX en los países no colonizados, recomiendo leer Movimientos de Reforma II

Existe una versión en vídeo (resumida) de este artículo. Pincha aquí para acceder a ella.

Introducción

1650-1950Evolución política de Oriente Medio 1650-1950. Elaboración propia a través de los mapas de Geacron

            Durante los siglos XVIII y XIX, época de esplendor de los llamados “imperios de la pólvora” de Oriente Medio (con sus tres grandes dinastías, los Otomanos, los Safávidas y los Mogoles), el Occidente europeo empezaba a despuntar económicamente, siendo desplazados los países del sur de Europa por los del centro y norte. Holanda, Francia y Gran Bretaña superaban a España y Portugal y redoblaron su búsqueda de nuevos mercados y tierras que conquistar.

            Paralelamente, el imaginario europeo se transformaba y la misión civilizadora sustituiría al cristianismo evangelizador como motor y justificación de la expansión colonial.[1] La “diferencia imperial” que antes separaba a la cristiandad europea de los países islámicos se convirtió en “diferencia colonial.” Es decir, durante los siglos XV-XVII, la época de los Austrias y la lucha contra los turcos en el Mediterráneo, se percibía a los habitantes del norte de África y Oriente Medio como un “otro” igualmente poderoso, aunque los cristianos pensasen que eran superiores moral y religiosamente. Sin embargo, a partir de siglo XVIII se empezó a ver a los países e imperios de Oriente Medio como sociedades despóticas, débiles, necesitadas de buen gobierno y por tanto colonizables. La colonización al fin y al cabo se suele justificar como una especie de tutela paternalista, un servicio humanitario. Si durante la Edad Media y el Renacimiento los musulmanes eran caracterizados como sujetos pérfidos, viles y condenados al infierno por infieles, pero capaces de raciocinio y entendimiento, a partir del siglo XVIII empiezan a ser percibidos como seres atrasados, primitivos, salvajes, que aún no habían alcanzado su madurez.

gunpowder-empires
Los imperios de la pólvora hacia el 1600. Rojo-Otomanos. Violeta-Safávidas. Verde-Mogoles. Fuente: Ballandalus

            Todo esto pasaba bastante desapercibido para los habitantes y gobernantes de los distintos imperios de Oriente Medio, que no percibían ninguna señal de decadencia o atraso. Es más, seguían convencidos de ser el centro del mundo, países ricos donde la ciencia y la técnica brillaban, protagonistas de un “renacimiento”, una nueva época de esplendor que sepultaba el recuerdo de los invasores mongoles que arrasaron los campos y ciudades de la región. Aunque muchas de las dinastías gobernantes surgidas tras la desintegración del imperio de los janes (inglés: khan) eran de origen turco-mongol, acabaron asimilándose a las culturas locales, aun manteniendo las distancias. Quizá el ejemplo paradigmático sean los mogoles de la India, descendientes de un heredero de Gengis Jan en Asia Central, dinastía que se integró perfectamente en las tradiciones y la cultura del Indostán, manteniendo cierta armonía entre hindúes y musulmanes y patrocinando la construcción de maravillas como el Taj Mahal.

            No quiero detenerme demasiado en la historia de Oriente Medio durante los siglos XVI-XVIII, pero para sintetizar y resumir, podemos considerar que era una época de estabilidad política, con cierta unidad cultural (islámica), sin grandes guerras, conflictos territoriales o hambrunas severas. No era un mundo ideal, por supuesto, pero los gobernantes de los imperios de la zona tenían bastante confianza en sí mismos y en ningún momento sospecharon de los comerciantes y exploradores europeos que empezaban a asentarse en sus tierras. No esperaban que los barbilampiños e idólatras habitantes de lejanas tierras fueran a alterar de ninguna manera el equilibrio político, económico y social que habían alcanzado.

Corte de Fath Ali ShahLa corte de Fath Ali Shah (~1815). Los representantes británicos, con las obligatorias medias rojas que debían llevar los invitados a la corte de los Qajar, tratan de pasar desapercibidos entre la multitud.

 La colonización económica

            Occidente no entró en Oriente Medio solo mediante la conquista, sino también a través del comercio y la injerencia en la política interna, dinámicas que comenzaron en el siglo XVI. De hecho, a menudo la penetración económica precedió la conquista política, como en el caso de la India. La colonización europea de los países islámicos fue lenta y protagonizada por distintos actores, fundamentalmente Francia, Gran Bretaña y Rusia. No siguió un plan de acción predeterminado, si bien hubo un cierto acuerdo entre las distintas potencias europeas por el reparto de las zonas conquistables y colonizables. También hubo episodios de enfrentamiento y “guerra fría” por las famosas “esferas de influencia”, siendo la más famosa el Gran Juego por el control de Asia Central.

 “Dejemos clara una cosa: la penetración europea en el mundo musulmán nunca supuso un choque de civilizaciones (…) En esta época de colonización, la <<civilización europea=»»>> nunca estuvo en guerra con la <<civilización islámica=»»>>. De hecho, a partir de 1500, los europeos llegaban al mundo islámico principalmente como comerciantes ¿Qué menos amenaza podía haber?”.[2]

            Además de comerciantes, llegaron asesores y técnicos, que influyeron decisivamente en las decisiones de los gobernantes. En 1598 dos británicos, los hermanos Sherley, consiguieron llegar a Persia, y vender a Shah Abbas, el mayor de los monarcas safávidas, cañones y armas de fuego de fabricación occidental, comprometiéndose a asesorarles técnica y estratégicamente. Los persas “veían en las armas y los asesores procedentes de una isla lejana, diminuta e insignificante del oeste de Europa la solución perfecta”. Así empezó la costumbre de otorgar a asesores europeos el mando del ejército persa,[3] tendencia que con los Qajar (1798-1920) continuaría, convirtiéndose el apoyo de las potencias extranjeras en uno de los pilares de la dinastía.

            La forma en la que solían proceder las potencias europeas era intentar asegurar una serie de «concesiones» económicas. Esto es, que el monopolio de la venta de algún producto la tuvieran los agentes comerciales de dicha potencia, o que extuvieran exentos del pago de aduanas y aranceles. Esto solía ser acompañado por el status de extraterritorialidad, es decir, que los naturales de las potencias extranjeras, en el caso de que cometieran algún delito, no fueran juzgados por los tribunales del país donde ocurriese el delito, sino por los de su país de origen. En la práctica esto se tradujo en bastantes abusos y crímenes que quedaron impunes, generando bastante odio entre los locales. La contrapartida a estas concesiones eran pagos únicos o periódicos de importantes sumas de plata u oro. Si algo caracterizaba a los imperios de la pólvora (sobre todo el Otomano y el Safávida) era la escasez de metálico, problema que se agravó con la entrada al mercado europeo de toneladas de metales preciosos procedentes de  América. La construcción de infraestructuras y la modernización de los ejércitos precisaba de mucho capital, y este capital se obtuvo a costa de malvender los recursos locales a las potencias europeas. Esta práctica no es exclusiva de Oriente Medio, de hecho se dio en Latinoamérica durante todo el siglo XIX y también en España (minas de Río Tinto y demás).

            Sin embargo, por “colonización” se suele entender la mera conquista militar. La colonización política de los países musulmanes puede dividirse en tres etapas. En la anterior a 1830 sería dominado el antaño poderoso Imperio mogol y las demás regiones del subcontinente indio; desde 1830 hasta el inicio de la Primera Guerra Mundial los países árabes del norte de África fueron sometidos; tras la Gran Guerra, las antiguas zonas dependientes de los otomanos (el Levante y Mesopotamia) pasaron a ser tuteladas por Francia y Gran Bretaña. En esta clasificación no entran las campañas del Imperio ruso contra los Otomanos, que eran bastante periódicas. Véase por ejemplo la lista de guerras ruso-turcas. A continuación se resumen la colonización de la India y los países árabes, dejando la expansión rusa para otro momento.

Indostán (1757-1947)

            La colonización de la India comenzó con el establecimiento de la Compañía Británica de las Indias Orientales en 1757 y su progresiva toma de control del subcontinente, llegando a reclutar ejércitos (los denominados cipayos) y a controlar la fiscalidad, manejando como títere al sultán mogol y a otros gobernantes menores hasta el motín de 1857.[4]  Posteriormente, los británicos trataron de conquistar el Hindu-Kush (Afganistán) en tres ocasiones con el objetivo de ejercer una mayor influencia sobre Persia, pero fueron rechazados. (Véanse Historia de Afganistán y II ). La dificultad de invadir y mantener el control de Afganistán ha sido experimentada después por los Soviéticos y Americanos.

british raj
Expansión de la colonización británica del Indostán y área del motín de 1857. Fuente: kenyonimperialismproject2009

            Tras el citado motín, en el que hindúes y musulmanes se unieron contra el dominio británico,[5] la administración de la compañía fue sustituida por una directamente dependiente del Estado británico. Las élites musulmanas, encabezadas por Sayyid Ahmad Khan, trataron de reconciliarse con las autoridades coloniales y distanciarse de los hindúes,[6] estrategia que les funcionó hasta la Primera Guerra Mundial. La Gran Guerra causó una fractura en las relaciones entre los musulmanes indios y el Imperio británico, pues se había declarado la guerra al califa nominal del islam (el sultán otomano) y además se estaba enviando a cipayos musulmanes a luchar contra otros musulmanes. En la década de 1919 emergió el Khilafat movement, un amplio movimiento de masas de carácter pan-Islámico y anticolonial que se alió con el  Congreso Nacional Indio encabezado por Ghandi y que puso en jaque a la administración colonial británica durante varios años, perjudicando gravemente la economía imperial con un boicot a los textiles ingleses.[7]

            Sin embargo,  las tensiones entre las comunidades musulmana e hindú, alimentadas por años de estrategias británicas de divide et impera (como por ejemplo la discriminación del idioma urdu en favor del hindi en las oposiciones a la administración pública), resurgirían con fuerza en las siguientes décadas, hasta la retirada de los ingleses en 1947 y la creación de una “patria” para los musulmanes indios (aunque más de la mitad de esos musulmanes quedasen fuera de esta nueva patria). El Plan de Mountbatten (el funcionario británico encargado de la partición) dividía la India en dos estados, uno para los musulmanes y otro para los hindúes y sijs. El nombre de Pakistán significa «tierra de los puros», pero hay quien dice que proviene de las iniciales de los territorios integrados (Punjab, Afganistán, Kachemira, Indo -el río- y Baluchistán)

mountbatten plan
Plan de Mountbatten, 1947. Por desgracia no puedo citar la fuente, ya que la desconozco.

             Tanto en la historiografía europea tradicional como en la pakistaní se presenta la partición del Hindustán entre Pakistán y la India como un suceso inevitable,[8] pasando generalmente por alto la enorme tragedia humana que supuso, con 10 millones de desplazados y más de un millón de muertos. No obstante, una nueva corriente revisionista trata de demostrar que la creación de Pakistán no se trata a una necesidad histórica debida a la existencia de dos comunidades irreconciliables, sino que estas solo existían de forma definida en las mentes de los líderes,[9] siendo la partición causada por la prisa de los ingleses y la intransigencia de los representantes del Congreso Nacional Indio y la Liga Musulmana (dos partidos políticos) en las negociaciones para acordar la organización y constitución del nuevo estado indio (de hecho, las regiones que conformarían Pakistán son aproximadamente las mismas en las que la Liga Musulmana había obtenido mayoría).  A pesar de todo, Pakistán nació con una constitución secular; la islamización del país no se produciría hasta más adelante.

Países Árabes (1830-1948)

             En el siglo XVIII, con la excepción de la península arábiga, la mayoría de los territorios árabes se encontraban bajo el control otomano, al menos de forma nominal, aunque lo cierto es que tanto en la península arábiga como en Egipto el poder de los sultanes otomanos era muy limitado. El primer intento de conquista por parte de las potencias europeas fue organizado por Napoleón en 1798, con su expedición contra Egipto, narrada en primera persona desde el lado musulmán por el historiador al-Jabarti. El proyecto francés continuó después en los países del Magreb tras la conquista francesa de Argelia en 1830 y el establecimiento de un protectorado sobre Túnez en 1881. El protectorado, junto con la apertura forzada a los mercados internacionales, sería la forma habitual de incorporar los países árabes al dominio colonial. La Conferencia de Berlín de 1884 consagró el “derecho” europeo a la colonización de África, trazándose muchas de las fronteras artificiales que hoy dividen el continente.

africa2
Reparto de África entre las potencias europeas. Fuente: Karl Addis’ site

               Dos años antes, en 1882,  Egipto, un país que se había adherido de forma decidida al comercio con Europa y al desarrollo económico inspirado en patrones occidentales, era invadido por Gran Bretaña como reacción a una revuelta dirigida por las élites tradicionales del país, que había expulsado a la troika franco-británica que gestionaba las finanzas egipcias desde la bancarrota declarada en 1875.[10] A pesar de que aparentemente los pagos de la deuda no se habían detenido con el nuevo régimen (según informaban los diplomáticos alemanes), el gobierno de Gladstone, animado por la prensa sensacionalista y temeroso de perder el control de Suez, invadió Egipto y estableció un protectorado. El último soldado británico se retiraría en 1954.[11]

             La consolidación definitiva del dominio colonial sobre los países árabes llegó tras la derrota de los otomanos en la Primera Guerra Mundial y el establecimiento de los mandatos de la Sociedad de Naciones, que repartían las colonias de los derrotados entre las potencias vencedoras. Así, se establecieron los “mandatos de tipo A” sobre el mapa modificado de la administración otomana, creándose las modernas fronteras de Iraq, Palestina y Jordania, otorgadas a los británicos, y Siria y Líbano, obtenidas por los franceses. Estos “mandatos” reflejan fielmente el imaginario occidental, la misión civilizadora que las potencias europeas se arrogaban sobre otras culturas y civilizaciones.[12]  Así, los mandatos de tipo A eran teóricamente una tutela durante varias décadas hasta que “el país pudiera valerse por sí mismo”, aunque en la práctica supuso la división de los países del norte del Mashreq en torno a criterios estratégicos en el juego de potencias y la instauración de regímenes títere, que impidió para muchos autores occidentales y árabes el surgimiento de un Estado árabe fuerte una vez libres del control turco.[13] Los movimientos anti coloniales se sucedieron durante el siglo XX, desde la fallida “revolución” egipcia de 1919 a la rebelión de Palestina de 1936, en la que el nacionalismo árabe y la solidaridad pan-islámica comenzaron a tomar fuerza.

Map_of_league_of_nations_mandate
Mandatos de la Sociedad de Naciones, 1919. Fuente: Wikimedia

             Para explicar el actual caos en Siria y el Levante Mediterráneo se suelen citar otros tres tratados o pactos. El primero es el «Acuerdo Sykes-Picot» entre Francia y Gran Bretaña, en el que se repartían las antiguas tierras otomanas en dos esferas de influencia: el norte para Francia y el sur para los británicos. El segundo es la «Declaración Balfour«, en la que los británicos prometían al movimiento sionista la «creación de un hogar nacional judío en Palestina», significase eso lo que significase. (Hogar nacional no significa Estado). El tercero fue la correspondencia entre Hussein, jerife hachemita de la Meca, y Mac-Mahon, un emisario británico. Se le prometió a Hussein el reconocimiento de un reino árabe independiente a cambio del apoyo contra los otomanos en la Primera Guerra Mundial. El más famoso agente colonial fue Lawrence de Arabia, que sirvió de enlace entre Hussein y los británicos. (Más información sobre la familia hachemita en Arabia Saudí II y III)

             Los británicos, en efecto, tenían tres acuerdos contradictorios. La solución final no satisfizo a árabes y sionistas, pero sí a franceses e ingleses, que aumentaban sus imperios con «mandatos» que debían supervisar. A los descendientes de Hussein los británicos les otorgaron los reinos de Jordania e Irak, tras la desastrosa experiencia de Faisal en el Reino de Siria, ocupado por los franceses. Irak y Jordania obtuvieron su independencia en los años previos a la Segunda Guerra Mundial, tras asegurarse los británicos que los gobiernos que establecieron allí les fueran favorables. Los franceses fueron más reticentes a conceder la independencia a Siria y Líbano (cuyas fronteras fueron dibujadas y reconfiguradas en numerosas ocasiones), y hasta el fin de la guerra no reconocieron a dichos estados. En general, franceses y británicos utilizaron la vieja estrategia del «divide and rule» (dividir y gobernar), en la que privilegiaban a unas minorías étnicas, religiosas o lingüísticas sobre otras con el objetivo de conseguir una administración colonial nativa afecta, y de crear descontento comunal para presentar el dominio colonial como única alternativa al caos y la violencia sectaria.

palestinian revolt
Revuelta Palestina de 1936. Fuente: Palnarrative

             En Palestina no se creo un «hogar nacional judío», pero las potencias europeas favorecieron la inmigración y el asentamiento de judíos. El antisemitismo creciente en Europa animó a muchos a buscar tranquilidad en la «tierra prometida», y el movimiento sionista colaboró con distintos gobiernos europeos (incluído el alemán) para aumentar el flujo migratorio. Los migrantes llegaban con capital, y lo que solían hacer era comprar tierras a terratenientes absentistas árabes (habitualmente jeques de Arabia). Estas tierras solían estar ocupadas por campesinos palestinos, pero los colonos judíos querían cultivar las tierras ellos mismos, de modo que se produjo un contínuo éxodo rural de palestinos hacia las ciudades. Por si fuera poco, los británicos privilegiaron a los judíos para trabajar en la administración del mandato. El descontento cristalizó en la revuelta de 1936, que merece un artículo aparte.

             Finalmente, en 1948 los británicos decidieron salir del Levante mediterráneo deprisa y corriendo. Al igual que en la India, tomaron decisiones precipitadas que crearían numerosos problemas, pero se lavaron las manos. Sin embargo, todo lo que sigue (creación del Estado de Israel, conflicto árabe-israelí, consagración del nacionalismo pan-árabe y del pan-islamismo, triunfo del partido Baath, victoria de Nasser contra británicos y franceses por el dominio de Suez, caída de la monarquía de Egipto…) no entra dentro del periodo colonial, de forma que no lo analizaremos en este artículo.

             Este artículo, como he dicho en la introducción, es meramente orientativo y divulgativo, e incurre en generalizaciones y simplificaciones, necesarias para mantener la fluidez del texto. Algunos de los temas tratados aquí se desarrollaran en detalle más adelante. La «colonización económica» de Irán y las turbulentas relaciones del país con Occidente, por ejemplo, está detalladas en otra sección de este blog. Las citas y referencias de este artículo provienen de mi TFG,las partes del texto sin referencias son de nueva creación. Aún así, puedo proporcionar bibliografía al que esté interesado en saber más o ponga en duda la veracidad de lo escrito. Cualquier duda, queja o sugerencia, en los comentarios.


Referencias bibliográficas

[1]     Alex Padamsee, Representations of Indian Muslims in British Colonial Discourse, Nueva York, Palgrave Macmillan, 2005.

[2]     Tamim Ansary, Un destino desbaratado, p. 255.

[3]     Ibídem, p.  257.

[4]     Pati, Biswamoy, “Historians and Historiography: Situating 1857” en Economic and Political Weekly, Vol. 42, No. 19 (12 de mayo de 2007), pp. 1686-1691

[5]     Peter Robb, “On the Rebellion of 1857: A Brief History of an Idea”. en Economic and Political Weekly, Vol. 42, No. 19 (12 de mayo de 2007), pp. 1696-1702.

[6]     Shan  Mohammad, Writings and speeches of Sir Syed Ahmad Khan , Bombay, Nachiketa Publications, 2006.

[7]     K. H. Ansari, “Pan-Islam and the Making of the Early Indian Muslim Socialists” en  Modern Asian Studies, Vol. 20, No. 3 (1986), pp. 509-537.

[8]     Carlos H. Hernández, “La evolución de Asia y África desde 1945 hasta el final del siglo XX” en Javier Paredes (dir.), Historia universal contemporánea, Barcelona, Ariel, 2010. p. 1062.

[9]     Mushirul Hasan, “The Partition of India in Retrospect”en India’s Partition: Process, Strategy and Mobilization, Nueva Delhi, Oxford University Press, 2001, pp. 1-23.

[10]     R. C. Mowat,  “From Liberalism to Imperialism: The Case of Egypt 1875-1887” en  The Historical Journal, Vol. 16, No. 1 (Mar., 1973), Cambridge University Press, pp. 109-124.

[11]     John S. Galbraith y Afaf Lutfi al-Sayyid-Marsot, “The British Occupation of Egypt: Another View” en International Journal of Middle East Studies, Vol. 9, No. 4 (Nov., 1978), pp. 471-488.

[12]     W.M, Roger Louis, “The Era of the Mandates System and the None-European World”, en Hedley Bull yAdam Watson (eds.),  The Expansion of International Society, Oxford, Clarendon Press,  1985, pp. 201-210.

[13]     Un buen estudio del debate académico entre los autores árabes sobre la construcción del Estado-nación es: Youseef Choueiri, Modern Arab Historiography: Historical discourse and the nation-state, Londres, Routledge, 2003.