Movimientos de reforma (III)

Con este artículo finalizamos los movimientos de reforma. El de hoy es un artículo extenso (3.500 palabras, unas 7 páginas), de modo que de nuevo te aconsejo que lo leas con calma. Está dividido en varias secciones para facilitar la lectura por partes.

El modernimo islámico

Recordemos el dilema que planteábamos en Movimientos de Reforma I. Mediados del siglo XIX. Época de la expansión europea. ¿Qué debían hacer los musulmanes ante la creciente superioridad occidental? Una de las respuestas, como vimos, fue ignorar el problema y tratar de volver a las raíces, en algunos casos (salafistas) desechando siglos de tradición teológica, jurídica y metafísica. La segunda respuesta consitía relegar la fe religiosa al plano privado y tratar de adoptar los modelos políticos imperantes en Occidente, liberalismo, constitucionalismo o socialismo, según la moda.

diagrama

La tercera respuesta a los problemas planteados por la superioridad occidental fue lo que el mundo académico ha denominado modernismo islámico. Sus promotores, que eran por lo general intelectuales, activistas y ulema disidentes, pensaban que los valores y principios modernos que habían hecho triunfar a los europeos estaban ya implícitos en el islam, y que el problema no era que los musulmanes hubieran abandonado la “edad de oro” (como creían los tradicionalistas), o que el islam no estuviera adaptado a la modernidad (como defendían los laicos), sino que los musulmanes no habían entendido el potencial emancipador de su propia religión. La mayoría de estos intelectuales no pertenecían al mundo clerical, y de hacerlo solían ocupar posiciones marginales (aunque hay excepciones, claro).

El modernismo islámico no es una ideología coherente y unificada, sino más bien una colección dispersa de interpretaciones del islam. Los intelectuales modernistas pretendían incorporar lo que ellos consideraban como innovaciones positivas de Occidente (fundamentalmente el avance científico, que consideraban patrimonio universal), a la vez que se esforzaban por mantener las señas de identidad culturales de la civilización islámica. Más allá de eso, sus interpretaciones del islam solían diverger: (¿defensa de la tradición escolástica o anticlericalismo? ¿activismo político o quietismo? ¿reforma o revolución? ¿economía estatista o libre mercado? ¿libre albedrío o imposición de la ley religiosa?)

Gran parte del pensamiento modernista islámico tenía (y tiene) un marcado componente político. Los islamistas, en su mayoría, pertenecen a esta corriente. Pese a la diversidad de ideas y opiniones en el modernismo islámico, destacan varios puntos comunes: En primer lugar, los modernistas disputan a los clérigos el monopolio de la interpretación de los textos sagrados. En segundo lugar, suelen apelar a la comunidad islámica internacional (la umma), por encima de divisiones étnicas, lingüísticas o sectarias. Por último, los modernistas no son hostiles a los avances técnicos y científicos, ni a los sistemas políticos importados de Occidente. Al contrario, los modernistas hacen énfasis en los aspectos culturales e identitarios de la religión, y rechazan sobre todo la imitación acrítica de los modelos occidentales por parte de las élites, ya que esto solo sirve, según ellos, para que los países islámicos queden relegados a la periferia colonial.

En este artículo no voy a dar una serie de características ideológicas comunes, ya que no las hay más allá de lo ya mencionado.  Lo que voy a hacer es mencionar diversos pensadores modernistas, para dar fe de la diversidad de ideas, así como un par de temas clave. Empezaré hablando de uno de los pioneros del modernismo islámico, Jamaluddin al-Afghani. Seguiré con un par de discípulos suyos, y a continuación me referiré a la aparición de los Hermanos Musulmanes, quizá el grupo modernista islámico más famoso. Finalmente, tocaré dos de los temas más relevantes para explicar la islamización de los años 70-80: el antioccidentalismo y las políticas de género. Me dejo en el tintero muchísimos pensadores y autores, y tampoco toco la relación de los modernistas con el estamento religioso, que varía según los casos, aunque por lo general no solía ser buena. Los ulema, que reivindican su monopolio sobre la interpretación del islam,  ven en los modernistas una competencia desleal, ignorante y movida por intereses políticos y materiales, más que espirituales.

Crítico, agitador y rebelde

Jamaluddin Al-Afghani  (1838-1897) fue uno de los intelectuales y activistas más activos en Oriente Medio de la segunda mitad del XIX. Escribía y hablaba fluidamente persa, árabe, urdu y francés. Su procedencia es desconocida. Afganos e iraníes lo reclaman como suyo, y el debate historiográfico al respecto es encarnizado. Al-Afghani promovió numerosos movimientos anticoloniales (especialmente anti-británicos) por todo el mundo islámico y fue un precursor del que después se llamaría pensamiento del Tercer Mundo. (Aimé Césaire, Frantz Fanon, Edward Said, etcétera)

 al-afghaniJamaluddin al-Afghani. Fuente: Powell History

Al Afghani quedó muy impresionado por la represión que instigaron los británicos contra los musulmanes indios tras el Motín de 1857. Reflexionó sobre la gloria perdida de la civilización islámica y cómo los colonizadores habían conseguido dividir y fragmentar a la umma. Comenzó su actividad intelectual en Afganistán como tutor del hijo del rey; más tarde pasó a Estambul, donde se convirtió en un famoso orador en la universidad, siendo expulsado por sus discursos en contra de los ulema y en favor de la iytihad [ver el glosario de términos]; después se asentó en el Egipto, donde reivindicó la humildad y la modestia entre los gobernantes, la pureza de los primeros tiempos del islam y reclamó el establecimiento de una democracia islámica basada en la shura (asamblea) y la ijma (consenso). Posteriormente se trasladaría a la India, donde publicaría una de sus escasas obras, Refutación de los materialistas, que ataca duramente a nuestro amigo Sayyid Ahmad Khan y sus ideas modernistas laicas.

En 1882 se estableció en París, donde mantuvo un célebre debate con el filósofo Ernest Renan. También fundó, con la ayuda de su discípulo Mohammed Abduh, la revista al-Urwat al-Wuthqa («El lazo más fuerte»), en la que se establecieron las bases del pan-islamismo moderno y se analizaban por primera vez las conquistas coloniales en la dinámica de “Occidente contra el islam”. De allí se movió a Londres, Estados Unidos, Uzbekistán (donde realizó una importante labor de proselitismo y difusión del islam) e Irán. En este país criticó la política del rey (a pesar de ejercer como su consejero) y llamó al boicot contra el tabaco, cuyo monopolio estaba en manos de los ingleses. (Te lo contamos aquí)

Al-Afghani no era ni mucho menos un musulmán ortodoxo, aunque los ulema que hoy se consideran sus herederos hayan tratado de disimularlo. Perteneció a distintas logias masónicas (al igual que su discípulo Abduh) y era aficionado al cognac. Algunos académicos afirman que era casi ateo, y que su adscripción religiosa se debía a intereses políticos.[1] Sea como fuere, Jamaluddin defendía la unidad de la comunidad islámica, la importancia de los lazos culturales y religiosos por encima de las barreras étnicas y lingüísticas, y la necesidad de expulsar a los colonizadores de las tierras del islam. Respecto a las otras religiones y minorías, se mostraba bastante tolerante. Aunque al-Afghani no dejó casi nada escrito (él era un hombre de acción), hoy día se le considera como uno de los personajes más relevantes en la historia del pensamiento islámico contemporáneo.[2] El artículo de la Wikipedia en castellano  y el de la Enciclopedia de Oriente Medio (en inglés) cubren la vida y aventuras de al-Afghani bastante bien.

Los discípulos árabes de al-Afghani

 Mohammed Abduh (1849-1905) fue rector de la Universidad de al-Azhar en El Cairo, y una de las voces religiosas más influyentes de su país, llegando a ejercer como Gran Muftí de Egipto. Trató de renovar la universidad y emitió fatuas que permitían el préstamo con interés, lo que para algunos autores constituyó uno de las principales rupturas de la modernidad con la tradición islámica.[3] Abduh era también un gran defensor de la iytihad: (“El camino de la razón es el camino del conocimiento de Dios; el islam, en sus primeras llamadas hacia la creencia en Dios y su unidad no se basaba en más que en la razón”).[4] Abduh fue el mentor de otra de las figuras fundamentales del pensamiento islámico contemporáneo, el sirio Rashid Rida.

 Hay quien considera a Rida (1865-1935) como uno de los padres intelectuales del salafismo, aunque tal vez muchas de sus creencias serían demasiado heterodoxas para los salafistas actuales. Rida, que estaba muy influido por Ibn Taimiyyah, se planteó cómo hacer que el islam sirviera como base para un Estado moderno.[5] Desde el diario al-Manar, llegó a todos los rincones del mundo islámico con sus teorías sobre el califato. Breve biografía (en inglés) aquí.

Dos maestros egipcios

Hassan al-Bana (1906-1949) era un maestro de escuela descontento con los efectos de la occidentalización  en Egipto. En 1928 fundó los Hermanos Musulmanes (HHMM), en origen era una asociación juvenil surgida en los suburbios pobres de la zona de Suez, donde los jóvenes musulmanes podían practicar deporte y adquirir nociones sobre su cultura y tradición. Algo así como la YMCA. A los pocos años, el éxito de la organización hizo que muchos padres o hermanos mayores acabasen uniéndose. De forma similar a al-Afghani, los HHMM “predicaban la modernización panislámica sin necesidad de occidentalizarse”,[6] y para 1935 la Hermandad se había convertido en una organización fraternal, para después convertirse en un movimiento político que “declaraba al islam laico y la élite occidentalizada los mayores enemigos del país”, llamando a los musulmanes a resucitar la umma internacional y establecer un nuevo califato. Casi nada.

muslim_brotherhood_emblem
Emblema de los Hermanos Musulmanes. Fuente: Wikimedia

El nuevo gobierno de Nasser veía en los Hermanos Musulmanes un peligroso rival político. Es posible que los militares egipcios estuvieran tras el asesinato de al-Banna, aunque no está claro. Tras la muerte de al-Banna, Sayyid Qutb (1906-1966) se convirtió en la principal figura de la organización. Qutb, “el mayor innovador en el pensamiento islámico” de la primera mitad del siglo XX,[7] es un tipo muy interesante, al que he dedicado un artículo en este blog. Sobre su opinión en temas de genero he escrito también un breve texto académico (en inglés). Qutb intentó superar la exégesis de Rida (limitada a establecer la armonía entre el islam, la razón y la ciencia) y encontrar una justificación coránica a la lucha contra la tiranía, algo parecido a lo que haría décadas más tarde Ali Shariati.

Qutb era un tipo sesudo. Escribió un tafsir, es decir, un comentario exhaustivo de cada una de las azoras del Corán, que no es moco de pavo. Su principal aportación fue el concepto de sociedad yahili. Yahiliya (ignorancia) era el término árabe para designar la época pre-islánica, pero Qutb lo convirtió en sinónimo de todo lo que él consideraba anti-islámico (Occidente, la totalidad de los gobiernos árabes, la mayoría de los musulmanes y prácticamente todo aquel que no siguiera sus ideas). Su principal argumento era que no se podía sustituir la ley de Dios por la del hombre. De este modo,  cualquier estado regido por la ley humana en lugar de la divina era una autoridad ilegítima e infiel, aunque pudiera adscribirse nominalmente al islam.[9]

Las ideas de Qutb habían surgido después de una experiencia educativa en EEUU, donde el materialismo y el “libertinaje” predominantes le habían parecido fuerzas satánicas. Fue encarcelado por Nasser, escribiendo durante su confinamiento su principal obra, Hitos. En el año 66 fue ejecudado, acusado de conspirar para asesinar al presidente egipcio. Las ideas más radicales de Qutb (legitimación de la violencia y el terrorismo) fueron rechazadas por la militancia de los HHMM, pero influyeron en numerosos grupos islamistas. El hermano de Sayyid Qutb, Muhammad, fue mentor de Bin Laden. Dada la relevancia de Sayyid, en el futuro publicaré una entrada centrada en su figura.

Alienación cultural y anti-occidentalismo.

Contaba al final de Movimientos de Reforma II como a mediados del siglo XX comenzaba a surgir lo que muchos autores llamaron sociedad-dual, con las élites y las clases medias modernas (asalariadas y dependientes del Estado) embarcadas en el proyecto de occidentalización, y el resto de la población al margen. La sociedad dual, sin embargo, no era tal, o al menos sus límites no eran tan rígidos como algunos autores parecen creer. Aunque tuvieran gustos e intereses distintos, las clases medias moderna y tradicional (comerciantes y ulema) seguían compartiendo espacios públicos y estaban unidos por lazos familiares y de amistad. Podría equipararse la situación a la de nuestro país, donde católicos y ateos compartimos restaurantes, estadios de fútbol o ceremonias familiares sin que haya problemas graves de convivencia.

La occidentalización parecía imparable, pero tenía un serio problema: era algo promovido por las altas instituciones del Estado. La mayoría de los regímenes de Oriente Medio no permitían la participación política, algo fundamental para mantener contentas a las clases medias y bajas. Poco a poco, la clase media moderna (profesores, médicos, funcionarios…), uno de los principales pilares de los sistemas políticos, comenzó a desconfiar de las élites. No era suficiente tener supermercados y poder llevar vaqueros y escuchar música americana, también querían voz y voto en los asuntos nacionales. La connivencia de las potencias occidentales y la URSS, centradas en su Guerra Fría, con los abusos de los distintos regímenes de Oriente Medio dañaron mucho su imagen. La moda y la cultura occidentales, asociadas a la clase dirigente, se convirtieron en un símbolo de la dictadura.

QutbSayyid Qutb, entre rejas.

Por si fuera poco, los intelectuales y artistas de algunos países de Oriente Medio empezaron a sufrir en una grave crisis de identidad. Uno de los pioneros en expresarlo fue el iraní Yalal Al-e Ahmad (1923-1969) . En su polémico ensayo Gharbzadeghi (algo así como «Occidentosis»), al-e Ahmad afirmaba que Oriente (lo que hoy dominaríamos el Sur Global, incluyendo Latinoamérica, África y la mayor parte de Asia) estaba afectado por una grave enfermedad. Esta enfermedad era la imperiosa necesidad de consumir máquinas y bienes importados de Occidente, que los habitantes de Oriente eran incapaces de producir. No solo eso, sino que además la “vanguardia” intelectual de los países orientales se había entregado a Occidente, tratando de copiarles y produciendo meras imitaciones de dudosa calidad. Oriente, según Al-e Ahmad, no era más que “un burro llevando una piel de león.” La solución era preservar la literatura, la música, la cultura y la religión de la sociedad de cada uno, para evitar así ser alienados. En el caso de Oriente Medio, era preciso recuperar el islam y convertirlo en un arma de movilización política. (Véase Irán parte 2)

La occidentalización impuesta desde arriba, en cuanto se comprobó que no iba acompañada de mayores libertades políticas, generó un intenso sentimiento de rechazo. La islamización de la vida política que comienza en los años 70 surge, entre otros motivos, por el afán de reivindicar la cultura y los valores locales y superar la “occidentalización”, real o imaginaria, de las sociedades de Oriente Medio. El nacionalismo laico de Nasser, Sadam Hussein, Gadafi o el Shah desembocó en dictaduras militares terriblemente represoras, de modo que muchos se plantearon “volver” a las raíces, aunque ese retorno fuera imposible. Quizá el más brillante intelectual islamista y anti-occidental fue el iraní Alí Shariati (1933-1977), al que le voy a dedicar un artículo en exclusiva en las próximas semanas.

¿Mujeres islamistas?

Una de las formas en las que se articuló  el rechazo a la occidentalización fue el retorno a la religiosidad, a los valores tradicionales. El uso del velo por parte de las mujeres fue un modo de mostrar desapego hacia las élites y de denunciar el sistema de valores occidental, que consideraba a las mujeres un simple objeto sexual.

Muchas veces, los periodistas desinformados suelen argumentar que las mujeres musulmanas se hayan sistemáticamente oprimidas. El velo es el más claro ejemplo de esta «subyugación» de las musulmanas. Una muestra de este tipo de retórica es este artículo de Giulio Meotti, en el que habla del auge del velo en las sociedades de Oriente Medio. Meotti considera en su texto que esto fue algo repentino y de algún modo impuesto por los hombres, sin darse cuenta de que en muchos casos no fue sino una forma de lanzar un claro mensaje político. (Nótese que, en su texto, la mayoría de ejemplos que da de mujeres rechazando el velo están protagonizados por miembros de la clase dirigente).

qahera 1Qahera, la superheroína con velo. Un webcomic egipcio publicado en árabe e inglés. Esta viñeta está extraída de esta entrega, en la que se habla sobre el velo.

Meotti no puede reconocer que las mujeres musulmanas tengan capacidad de acción porque eso sería aceptar que puede haber mujeres islamistas. El argumento central de su texto es que debemos proteger a las mujeres del islamismo; si un sector del islamismo estuviera compuesto por mujeres este argumento perdería sentido. No pretendo decir que la mayoría de las mujeres sean islamistas (no tengo datos para hacer esa afirmación y no creo que sea así), pero sí es importante tener en cuenta que las mujeres en Oriente Medio sienten, piensan, tienen capacidad de acción y pueden decidir implicarse en causas políticas. El velo, que no es obligatorio en Egipto, se utiliza como una forma de denunciar la cosificación de la mujer por parte de la cultura Occidental. Esto parece una obviedad, pero a muchos juntaletras se les escapa.

Un ejemplo paradigmático de mujer islamista es la egipcia Zaynab al-Ghazali (1917-2005). Al-Ghazali militó en organizaciones políticas desde su adolescencia: a los 16 años formaba parte de la Unión Feminista Egipcia de Huda Sharawi; y dos años más tarde, descontenta con la concepción de “liberación femenina” que  enarbolaba la agrupación laica, decidió fundar la Asociación de Mujeres Musulmanas. Aunque la AMM no estaba formalmente asociada a los Hermanos Musulmanes de Hassan al-Banna, ambos movimientos colaboraron y se prestaron apoyo, y al-Ghazali era amiga personal de muchos de sus líderes y miembros, como Sayyid Qutb. Cuando los Hermanos Musulmanes fueron reprimidos y encarcelados por Nasser, ella y otras mujeres islamistas sirvieron de enlace entre los prisioneros y tomaron las riendas de la oposición islamista, proveyendo comida y suministros a familias pobres, organizando cursos y seminarios y divulgando la obra de Qutb. En 1965 la AMM fue disuelta for Nasser, y al-Ghazzali y varias de sus compañeras encarceladas y torturadas. La propia activista cuenta sus experiencias en un libro que se puede obtener en este enlace.

531833_4400627137470_937161482_nZainab al-Ghazali en los 90.

La concepción que Al-Ghazali tenía del papel de la mujer en la sociedad era, de hecho, muy similar a la de Qutb. En el Estado Islámico ideal de al-Ghazzali, las mujeres podrían trabajar, implicarse en la política y hacer todo lo que quisieran hacer, siempre que no desatendieran su principal ocupación y esfera de influencia, el mundo doméstico. Ella misma estuvo casada en dos ocasiones: se divorció de su primer marido porque este no aprobaba su militancia, y no tuvo hijos porque estaba demasiado comprometida con intentar conseguir un verdadero y genuino estado islámico.

Según al-Ghazali, “el islam ha provisto todo para hombres y mujeres. Dio a las mujeres todo: libertad, derechos económicos, derechos políticos, derechos sociales, derechos públicos y privados. El islam dio a las mujeres derechos en la familia no concedidos por ninguna otra sociedad. Las mujeres pueden hablar de liberación en las sociedades cristianas, judías o paganas, pero en una sociedad islámica es un grave error hablar de la liberación de la mujer. La mujer musulmana debe estudiar el islam, y así sabrá que es el islam el que le ha dado todos sus derechos”. (Fuente: Jannah.org. La traducción es mía.)

Al-Ghazali fue la primera, pero no la única. También en Egipto, ha surgido desde los años 70 un importante movimiento de mujeres en las mezquitas. Estas mujeres se reúnen para enseñarse conceptos religiosos, leer el Corán y debatir distintas interpretaciones, sin necesidad de intercesión masculina (lo cual constituye una innovación sin precedentes). El movimiento ha sido estudiado por Saba Mahmood, cuyo artículo al respecto puede encontrarse en castellano en el libro Descolonizando el Feminismo.  (Dispongo de una copia en PDF que puedo enviar por email)

Según las organizadoras, el movimiento de las mezquitas nació como respuesta a la percepción de que el conocimiento religioso, como forma de organizar la vida cotidiana, está siendo cada vez más marginado bajo las estructuras modernas del gobierno secular. […] Se entiende que esta tendencia, a la que se suelen referir como la secularización (‘almana) o la occidentalización (taghrib) de la sociedad egipcia, ha reducido al conocimiento islámico (como forma de conducta y como conjunto de principios) al estatus de “costumbre y folklore” (ada wa fukloriyya). El movimiento de las mujeres de la mezquita busca, por tanto, educar a los musulmanes legos en estas virtudes, capacidades éticas y formas de razonamiento que, en la percepción de las participantes, se han vuelto remotas o irrelevantes (…)

No todos los países de Oriente Medio son dictaduras opresivas, ni en todos las mujeres se encuentran brutalmente subyugadas. Y aún así, incluso en países como Arabia Saudí, las mujeres nunca dejan de tener capacidad de pensar y actuar dentro de los límites que establezcan sus sociedades. Existen numerosas organizaciones femeninas y feministas, como Musawah, que trata de elaborar una nueva lectura del islam más igualitaria. La mayoría de las organizaciones que conocemos en Occidente son de corte laico, como RAWA (de Afganistán), pero también hay círculos de mujeres islamistas e incluso salafistas. . Como explican la autora del cómic de Qahera y Saba Mahmood, las mujeres musulmanas no necesitan ser salvadas ni recibir lecciones de moral de las feministas occidentales.

Resumen y conclusiones

Las zonas rurales y las clases medias tradicionales se refugiaron en el tradicionalismo. Las élites y las clases medias dependientes de ellas adoptaron el modernismo laico. Los intelectuales, activistas y disidentes que trataban de cambiar sus sociedades y expulsar a los colonizadores iniciaron una nueva corriente, lo que se ha denominado modernismo islámico.

Este modernismo islámico no es sino un mosaico de ideas, interpretaciones y mensajes políticos que solo tienen en común el rechazo a la influencia europea y el orgullo de pertenecer a una civilización milenaria. A nivel teológico, se caracteriza por cierto rechazo a la jurisprudencia tradicional, un elogio de la interpretación personal de los textos (iytihad) y , a veces, cierta fascinación por las tradiciones sufíes. Más allá de eso, los autores y organizaciones modernistas se mueven desde la heterodoxia y el anti-clericalismo  hasta la interpretación literal de las escrituras y un mal entendido rigorismo. El salafismo, de algún modo, podría enmarcarse dentro de los movimientos modernistas, dado que rechaza gran parte de la tradición intelectual islámica, aunque el quetismo político predominante entre los salafis y su obsesión con el pasado me hace dudar.

Y es que el modernismo islámico tiene, desde sus orígenes, una marcada vertiente política. La mayoría de partidos y organizaciones islamistas, en efecto, surgen de esta corriente de pensamiento. El más conocido grupo modernista, los Hermanos Musulmanes, son claramente un producto moderno.  No solo por sus estrategias de movilización de masas, que han llevado a autores como Sami Naïr a considerarlo una forma de fascismo,[10] sino porque sus figuras fundadoras fueron maestros no ligados al clero, y sus planteamientos intelectuales y teóricos son fruto de los siglos XIX y XX.

La «re-islamización» de los 70-80 estuvo protagonizada por autores, partidos y movimientos modernistas islámicos de todo tipo. La mayoría eran muy conservadores, otros fueron demócratas y liberales (como el Movimiento de Liberación de Irán), y unos pocos incluso llegaron a autodenominarse «marxistas islámicos» (como los Muyahidines de Irán). El auge del velo debe entenderse en ese contexto, y no necesariamente en el de una sociedad retrasada anclada en la Edad Media, como muchos periodistas y medios sugieren. El velo, de hecho, era algo propio de las élites cuyas mujeres no necesitaban trabajar (las campesinas del siglo XVII, por ejemplo, no llevaban velo).

– – –

En resumen, ¿qué es el modernismo islámico? Se trata de una corriente alternativa, a medio camino entre el tradicionalismo apolítico y el laicismo occidentalizante de las élites. Sus promotores no suelen pertenecer al estamento religioso, sino que son a menudo profesores, ingenieros, y asalariados de clase media, aunque pueden tener lazos familiares con los ulema o haber recibido una educación religiosa. Sus temas y posiciones son muy diversos, pero por lo general los modernistas apelan a la comunidad islámica internacional, rechazan el quietismo de los ulema y la occidentalización de las élites, y tratan de convertir el islam en una ideología política anti-imperialista. Anti-imperialista quiere decir opuesto a los EEUU y y la «occidentalización» y, en su momento, a la URSS.

3449793502Estudiantes iraníes en la embajada americana de Tehrán, 4 de noviembre de 2011. Reuters.

Se me ha quedado un artículo un poco largo, pero el tema era complejo y hecho lo que he podido. Espero que hayáis disfrutado de la lectura.


Bibliografía divulgativa básica

Abdelkefi, Mohamed:  Los árabes, ¿por qué?, Madrid, Edición al-Kitab, 1991.

Allawi, Ali A.: The crisis of Islamic Civilization, Londres, 2009, Yale University Press.

Ansary, Tamim: Un destino desbaratado. La historia universal vista por el islam, Barcelona, RBA, 2009.

Geertz, Clifford:  Observando el islam: el desarrollo religioso en Marruecos e Indonesia, Barcelona, Paidós, 1994.

Kassir, Samir:  De la desgracia de ser árabe, Córdoba, Ed. Almuzara, 2006.

Lacoste, Yves: El nacimiento del tercer mundo: Ibn Jaldún, Barcelona, Península, 1971.

Mir Hosseini,  Zeba:   Islam and Gender: The Religious Debate in Contemporary Iran, Nueva Jersey, Princeton,  1999.

-: “Islam y feminismo: la apertura de un nuevo diálogo” en Boletín ECOS nº 14 – marzo-mayo 2011, Fundación FUHEM

Naïr, Sami: ¿Por qué se rebelan?, Madrid, Clave Intelectual, 2013.

Said, Edward W.:  Orientalismo, Barcelona, Mondadori Random House, 2002.

Zubaida, Sami: Beyond Islam. A new understanding of the Middle East, Londres, I.B. Tauris, 2011.

Zubaida, Sami:  “Islam, religion and ideology” en Open Democracy, http://www.opendemocracy.net/conflict-terrorism/islam_religion_ideology_4346.jsp


Referencias

 [1]     Sami Zubaida, op. cit., pp. 139-141.

[2]     Mohamed Abdelkefi, op. cit., p. 46.

[3]     Ali A. Allawi, op. cit, p. 220-221.

[4]     Citado en Mohamed Abdelkefi, op. cit., p.49.

[5]     Tamim Ansary, op. cit., p. 309.

[6]     Tamim Ansary, op. cit. p. 351.

[7]     Sami Zubaida, op. cit. p. 197.

[8]     Ali A. Allawi, op. cit., p. 77-79.

[9]     Sami Zubaida, op. cit., p. 107.

[10]   Sami Naïr, op. cit.,

Relaciones Irán-Occidente (1953-1979)

Continuamos con el especial sobre Irán. En esta entrega podrás leer un resumen del gobierno del último Shah, con especial énfasis en el surgimiento de un fuerte sentimiento anti-occidental entre los estudiantes, intelectuales y opositores al régimen.

Especial «Acuerdo nuclear»
I – Relaciones Irán-Occidente, 1800-1953
II – Relaciones Irán-Occidente, 1953-1979
III – La Revolución Islámica, 1979-1989
IV – Irán después de Jomeini, 1989-1997
V – Los gobiernos de Jatami, 1997-2005
Bonus: Las relaciones no tan secretas entre EEUU y Jomeini


Relaciones Irán-Occidente, 1953-1979

El shah consolida su poder

En la última entrega nos quedamos en el golpe de Estado de 1953. Este golpe no sólo ligó la monarquía de los Pahlaví al apoyo Occidental, sino que además sirvió para que EEUU sustituyese en el imaginario colectivo persa a Gran Bretaña como la gran potencia malvada que amenazaba la independencia de Irán.

En efecto, la disgregación progresiva del imperio británico (que, entre otras cosas, abandonó la India en 1947, tema del que ya hablaremos otro día) y los problemas económicos del gobierno de Londres hicieron que la diplomacia americana tomase el relevo de la británica. El shah Muhammad Reza Pahlavi se convirtió así en el principal socio americano en Oriente Medio, una pieza fundamental en el tablero de la Guerra Fría.

Si en política exterior el Shah se consideraba parte del “mundo libre y democrático”, dentro de sus fronteras reprimió y encarceló todo atisbo de oposición. Los dos partidos títere que se alternaban en el parlamento (llamados por los iraníes el “Partido del Sí” y “Partido sí señor”) fueron complementados con uno de los servicios secretos más implacables y poderosos del tercer cuarto del siglo XX, el célebre SAVAK, hoy rebautizado como SAVAMA.

Anulada la oposición, el shah se centró en continuar el legado de su padre y fortalecer el poder del Estado. Así, se persiguió a las tribus, se impuso el uso del persa como lengua oficial (gran parte de la sociedad iraní, especialmente en las zonas montañosas y rurales, todavía hablaba dialectos túrquicos), se impulsaron las importaciones de bienes occidentales y se intentó crear una clase media “moderna” (asalariada y dependiente del Estado) que sirviese de base social al régimen. Más o menos lo que se cuenta en la segunda de la Breve Historia de Oriente Medio 3.

En 1963, diez años después del golpe, el shah anunció a bombo y platillo un programa de reformas denominado grandilocuentemente “Revolución Blanca”. El nombre se debe a que el shah pensaba que era la forma más eficiente de prevenir una revolución roja, aunque en opinión de bastantes historiadores no sirvió sino para sembrar las semillas de la revolución islámica.

Las medidas modernizadoras consistían, entre otras cosas, en una reforma agraria y un control más estricto de las instituciones religiosas por parte del Estado. La reforma agraria no fue muy exitosa, acabó con uno de los principales apoyos del régimen, la aristocracia terrateniente, y además favoreció un flujo progresivo de emigrantes rurales que se apiñaron en barrios de chabolas en las principales ciudades.

Las medidas contra el clero provocaron una oleada de protestas que tuvo como epicentro Qom, la principal ciudad religiosa de Irán. En ellas destacó un sexagenario ayatollah (¿Qué es eso?) llamado Ruhollah Jomeini. Si bien Jomeini no era por aquel entonces una de las principales figuras religiosas del país, su actitud combativa y rebelde, en contraste con el quietismo conformista de los líderes chiíes, le hizo ganar numerosos adeptos. Por supuesto, las manifestaciones fueron reprimidas a sangre y fuego, y Jomeini tuvo que exiliarse en Irak, donde permanecería hasta 1978.

Anti-occidentalismo y oposición intelectual

Al mismo tiempo, surgía entre los intelectuales y la clase media un fuerte sentimiento de rechazo hacia todo lo occidental. Su primer exponente fue Yalal Al-e Ahmad, un profesor, periodista y escritor de Teherán. He leído un buen número traducciones de sus obras, y puedo deciros es un escritor fascinante, al igual que sobre su esposa, Simin Daneshvar, que ya mencioné ayer.

En todo caso, en 1962 Al-e Ahmad publicó de forma clandestina un ensayo titulado Gharbzadegi, que puede traducirse como Occidentalitis o Intoxicación Occidental. En esta obra, deliberadamente polémica y emotiva, Al-e Ahmad afirmaba que los intelectuales iraníes se habían alejado de su pueblo y sus raíces, adquiriendo además un sentimiento de inferioridad respecto a Occidente, a la vez que la economía se resentía e Irán se convertía en un mero exportador de materia prima a cambio de productos manufacturados innecesarios (una tesis muy parecida a la Teoría de la Dependencia de Cardoso y Faletto para America Latina, aunque expresada de una forma muchísimo más visceral y literaria).

ahmad daneshvar

Yalal Al-e Ahmad junto a su esposa, la también escritora Simin Daneshvar. Fuente, Not Even Past.

La respuesta, indicaba Al-e Ahmad, debía consistir en recuperar la confianza perdida, volver a las raíces (el islam) y rechazar la dependencia de la tecnología occidental alienante e innecesaria. El panfleto fue todo un éxito, y pese a la censura se convirtió en una de las obras más influyentes entre los intelectuales y estudiantes de aquellos años. Su popularidad hizo que incluso Jomeini alabara la obra y adoptara su retórica anti-occidental.

Al-e Ahmad murió en el 69 en extrañas circunstancias. Muchos iraníes pensaron que se trataba de un asesinato político, aunque su mujer desmintió las acusaciones y afirmó que había sido un ataque al corazón. No obstante, otros recogieron su testigo. Occidentalitis presentaba un diagnóstico, pero no ofrecía soluciones. Éstas fueron brindadas por otros autores y movimientos.

Más allá de la miríada de organizaciones marxistas (estalinistas, maoístas, partidarios de la no-violencia, grupos armados…), que tan solo tenían éxito entre los universitarios y ciertos elementos de la clase media “moderna” (que nunca fue muy numerosa), el teórico político más célebre del momento fue un joven sociólogo llamado Alí Shariatí.

Shariatí es una figura fascinante y muy controvertida, y es injusto despacharle en un par de líneas (ya escribiré algo más adelante). No obstante, para la fluidez del texto me limitaré a indicar que Shariatí hizo del anti-imperialismo una de los principales temas de la juventud. En su visión, oponerse a Occidente era igual que oponerse a la dictadura, y reivindicar el Islam y sus símbolos era una forma de reafirmar la identidad nacional iraní, desprenderse de la alienación provocada por el capitalismo y caminar hacia una sociedad sin clases, verdaderamente democrática y por tanto, islámica.

Por supuesto esta lectura pseudo-marxista de los textos islámicos enfureció al clero, más aún teniendo en cuenta que Shariatí los acusaba abiertamente de embaucar y adormecer a las masas con rituales y regulaciones absurdas, de desviarse del sentido revolucionario original del Islam, y de monopolizar la religión. También enfadó a los comunistas, a los que Shariati calificaba de materialistas y ajenos a la voluntad del pueblo.

Por fortuna para todos ellos, Shariati murió en Inglaterra en 1977, después de haber sido sometido a torturas por el SAVAK y escapar por los pelos del país. Es decir, que el movimiento islámico anti-clerical (sobre el que escribí mi tesina) perdió a su voz más popular un par de años antes de la revolución. “Bad timing”, como dicen los ingleses. El principal defensor de la acción revolucionaria no llego a verla materializada.

shariati-jomeiniPancartas con los rostros de Jomeini y Shariatí durante la Revolución. Fuente, The Iranian.

El shah prepara el camino para la revolución

Mientras tanto, Muhammad Reza Pahlaví seguía confiado en su trono, sintiéndose más fuerte que nunca aunque en realidad se estaba quedando más solo que ningún otro gobernante iraní en la historia. En 1975, siguiendo las recomendaciones de un académico de Harvard llamado Samuel Huntington (el del «Choque de Civilizaciones), el shah decidió liquidar el ficticio sistema parlamentario e instaurar un partido único llamado Rastajiz (Resurgimiento).

Al mismo tiempo, inició una campaña contra la especulación, instaurando precios fijos y poniendo en su contra a los propietarios y tenderos del bazar. Las rentas del petróleo, bastante lucrativas tras 1971 (Irán fue de los pocos países que no firmó el embargo contra los países occidentales), fueron invertidas casi exclusivamente en tanques, aviones y armamento pesado. En palabras de un observador estadounidense, “el shah devoraba los catálogos armamentísticos como si fueran revistas porno”.

 Quizá hubiera sido mejor para la estabilidad de su régimen invertir en programas sociales para aliviar la pobreza y el descontento en los barrios chabolistas del sur de Tehrán, o al menos en material antidisturbios de última generación (es mejor dispersar manifestaciones a porrazos y a manguerazos que a tiros). Pero por el contrario se dedicó a llevar a cabo una ambiciosa política exterior.

Entre otras cosas, el shah armó a los kurdos con la colaboración de Israel para que desgastasen a Sadam Hussein, hasta que le arrancó un pacto favorable a los intereses iraníes (los pobres kurdos suelen ser un mero peón en batallas geopolíticas de mayor calibre). El shah quería dejar de ser visto como una marioneta americana, y de hecho se volvió arrogante e insolente.

Si entendéis inglés, por favor disfrutad del siguiente video, donde Muhammad Reza Pahlaví recomienda a los británicos “trabajar más duro para salir de la crisis”, explica que debe invertir el dinero del petróleo en armas en lugar de educación y sanidad “para no crear inflación”, y afirma que “el rey y su pueblo están tan unidos como un padre y su hijo”.

En retrospectiva es fácil reírse, pero me parece que el shah se creía sus propias palabras. Tal vez sus asesores no le informasen con fidelidad, tal vez hiciese oídos sordos a las señales de alarma. En todo caso, la diplomacia americana también se tragó el cuento, y en 1978 el presidente Carter afirmó con toda solemnidad que Irán era un paraíso de estabilidad en el turbulento Oriente Medio.

Según un profesor mío que andaba por Irán en los años 70, los americanos fueron incapaces de prever la que se avecinaba porque, entre otras cosas, apenas tenían personal que hablase persa en la embajada, y se limitaban a aceptar los análisis que les ofrecían sus informantes sin contrastarla sobre el terreno. Durante la revolución la cosa no fue muy diferente, y ninguno de los medios estadounidenses se molestó en mandar a ningún especialista de habla persa.

Entre 1977 y 1979, millones de personas colapsaron las calles de las principales ciudades de Irán, en lo que se ha denominado “revolución iraní” o “revolución islámica”. Si bien el carácter islámico del movimiento es discutible (aunque a mí me convence la posición de autores como Mohsen Milani que mantienen que fue, en efecto, islámica), lo que es innegable es su aspecto anti-occidental.

Los principales grupos implicados, tanto los islamistas clericales, como los “modernistas islámicos”, al igual que los diversos comunistas, marxistas y demás, hicieron de la oposición al imperialismo americano su bandera. La dictadura del Shah y Estados Unidos, se creía, era la misma cosa. En el nuevo país que se iba a construir no quedaba lugar, pensaban, para los que durante más de veinticinco años habían sostenido un régimen represor de las libertades que les había malvendido los recursos nacionales. Una vez Irán recuperara su independencia, se decían, se redistribuiría la riqueza y todos podrían disfrutar de los beneficios del petróleo.

 La revolución de 1979 es uno de mis temas predilectos, al que he dedicado meses de lectura e investigación, y sobre el que escribí una tesina de más de 70 páginas. Al igual que con Shariatí, me parece injusto despacharla en pocas líneas, así que le he dedicado todo un artículo. En todo caso, es preciso tener en mente este carácter anti-americano de la revolución, pues el régimen que se construiría sobre ella lo convertiría en una señal de identidad.

El secuestro de la embajada estadounidense a finales de 1979 por parte de un grupo de estudiantes jomeinistas (la famosa crisis de los rehenes) debe ser entendido en esa línea, pero también en clave de política interna. Y es que esta crisis diplomática sirvió para que Mehdi Bazargan, modernista islámico, liberal, pro-occidental y presidente del gobierno provisional, presentase su dimisión al frente del gobierno, facilitando el ascenso del clerical «Partido de la República Islámica». Se iniciaba así un nuevo capítulo en las relaciones Irán-EEUU, un capítulo que tal vez termine con el acuerdo nuclear y el levantamiento de las sanciones.

En la próxima entrega veremos en detalle la revolución del 79. Hasta la próxima.