El Gobierno del Jurista (Velayat-e faqih)

Nota: este texto está extraido y adaptado de mi artículo sobre la Revolución Islámica de Irán. He decidido publicarlo como artículo independiente para tener una referencia enlazable a mano, ya que el artículo de la Wikipedia en español sobre el tema es una traducción automática bastante mala.

El velayat-e faqih es un concepto específicamente chií; si no estáis familiarizado con la jerarquía del chiísmo os recomiendo leer mi texto sobre los ayatolás.

Velayat e-faqih podría traducirse más o menos como tutela o gobierno del jurista islámico o del alfaquí. El concepto no lo inventó Jomeini, aunque él es sin duda su máximo exponente.

Jomeini escribió “Gobierno Islámico” en 1971. El modelo que propone está parcialmente inspirado en la “República” de Platón. Jomeini, como Platón, concibe una sociedad donde los filósofos, austeros, eruditos, y desprovistos de ambiciones materiales, son los gobernantes. En su versión, los filósofos son los intérpretes de la ley islámica. Esta ley, otorgada por Dios, deberá aplicarse hasta el final de los tiempos. Aunque a lo largo de la historia los clérigos chiíes jamás detentaron ningún poder, esta idea basa su legitimidad en el legado del califa Alí y sus sucesores. Tras la “ocultación” del duodécimo Imán, los clérigos y jueces chiíes se convirtieron en sus teóricos representantes en la tierra.

Si queréis saber más, os recomiendo mirar su Gobierno Islámico,  en especial la tercera sección del libro, “la forma de gobierno islámico”. El texto completo en español puede encontrarse en este enlace. La palabra clave del texto es “ley”. Sustituid faqih (interpreté de la ley islámica, juez) y fuqaha (jueces) por sus equivalentes en español, y todo tendrá muchísimo más sentido. La ley y el orden están de moda en todas partes y en todas épocas. La cuestión siempre es qué ley, y quién puede interpretar esa ley.

Es necesario recordar que los velayatis o jomeinistas no representaban a todos los clérigos en 1979, y de hecho la suya era una posición minoritaria. Por un lado, había una sección conservadora y quietista que consideraba que la religión no debía mezclarse con la política, encabezada por el marya (escalafón superior del chiísmo) Shariatmadari. De igual modo, existían ayatolás progresistas como Taleqani o en menor medida Mutahhari que defendían un orden democrático y parlamentario sin la tutela de un grupo de juristas islámicos.

En la actualidad el velayat-e faqih es la doctrina oficial de la República Islámica de Irán. No obstante, el gran ayatolá Sistani, el más influyente marya en la actualidad, no parece simpatizar con la idea. En otras palabras: el chiísmo no establece que la sociedad deba ser regida por un líder supremo con credenciales religiosas; se trata de una interpretación moderna instrumentalizada por Jomeini y sus seguidores.

Las relaciones no tan secretas entre EEUU y Jomeini

Especial «Acuerdo nuclear»
I – Relaciones Irán-Occidente, 1800-1953
II – Relaciones Irán-Occidente, 1953-1979
III – La Revolución Islámica, 1979-1989
IV – Irán después de Jomeini, 1989-1997
V – Los gobiernos de Jatami, 1997-2005
Bonus: Las relaciones no tan secretas entre EEUU y Jomeini


Quizá uno de los indicadores del delicado momento por el que pasa la sección internacional de muchos periódicos españoles es que algunos medios hayan decidido dedicarse a traducir artículos de otros sin producir contenido propio. Es el caso de eldiario.es, que adapta al castellano algunos de los artículos publicados por el diario británico The Guardian. Si bien The Guardian es un diario de cierta calidad, también incurre en errores y omisiones.

Ayer eldiario.es publicaba una traducción de un artículo titulado Las relaciones secretas entre EEUU y el ayatolá Jomeini. El texto es interesante, aunque olvida muchos detalles y presenta como un hallazgo sensacional cosas que los historiadores veníamos un tiempo sabiendo o sospechando. Por supuesto que el ayatollah contactó a la embajada americana: el poder del shah dependía enormemente del apoyo militar y financiero estadounidense,  todo intento de sustituir al régimen necesitaba tener en cuenta este factor. No haber contactado a las autoridades americanas hubiera sido estúpido. No sé hasta qué punto el intercambio de mensajes puede ser considerado “una estrecha relación”, como escriben en el artículo. Al artículo le falta contexto, mucho contexto. Para remediarlo, he escrito este breve texto.

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Manifestación conmemorando el aniversario de la Revolución Islámica (Tehrán, 11 de febrero de 2002). Fuente: Global Post

La importancia de 1963

Se afirma en el artículo de eldiario.es que “los primeros intentos de Jomeini de comunicarse con EEUU datan de 1963, 16 años antes de la revolución”, pero no se explica por qué esto es significante. En 1963, como explicamos en la segunda parte del Especial sobre Irán, tuvo lugar una oleada de protestas en las que se destacó un clérigo llamado Ruhollah Jomeini. Las versiones sobre qué pudo ocasionar las respuestas varían, pero hay cierto consenso al respecto de que las reformas de la llamada “Revolución Blanca” y los decepcionantemente manipulados comicios de ese año tuvieron algo que ver. Jomeini tuvo que exiliarse en Irak ese mismo año, desde donde continúo su labor opositora al régimen predicando contra el shah. En noviembre, momento en el que contacta a EEUU, ya estaba en el exilio. Estos intentos de contacto deben entenderse como un esfuerzo por influir en uno de los elementos esenciales de la política interna iraní: el apoyo estadounidense.

Parafraseando a eldiario.es, en ese mensaje Jomeini explicaba «que no estaba en contra de los intereses de EEUU en Irán» y que «por el contrario, pensaba que la presencia de ese país era necesaria para contrarrestar la influencia soviética y, posiblemente, la británica». No parece una afirmación muy descabellada, pues los persas eran muy conscientes de lo perjudicial que había sido tener rusos y británicos como vecinos (fueron invadidos por ellos en las dos guerras mundiales). Jomeini intentaba mostrar que a pesar del apoyo americano al golpe de Estado del 53, la oposición iraní no sentía rencor contra los americanos, que en el contexto de la guerra fría erna vistos como un buen garante de la independencia del país.

El ayatollah astuto

Jomeini, como ya he explicado alguna vez, era un tipo muy listo. Si a los autores del artículo original les sorprende que sea “más astuto” y “menos heroico” de lo que parecía, es que no se han documentado lo suficiente. Jomeini no era necesariamente anti-americano, pero se apropió del discurso predominante para conseguir sus objetivos políticos. Contaba aquí  cómo en los años 60 empezó a surgir un fuerte sentimiento de anti-occidentalismo entre los intelectuales iraníes; lo único que hizo el ayatollah fue aprovecharse de ese sentimiento para impulsar su propia agenda. Los periodistas no son los únicos en no entender a Jomeini; éste ya fue sobreestimado por el resto de la oposición en 1979: los distintos grupos que disputaban el poder creyeron que podían utilizar al anciano clérigo para lograr sus objetivos y al final fue él el que se aprovechó de todos para implantar su modelo de Estado. El ayatollah no era un inocente y bienintencionado clérigo, sino que desde principios de los 70 había diseñado un programa político, un modelo teocrático conocido como el “velayat e-faqih”, el gobierno del jurista. Hablamos de ello aquí (buscar «el gobierno del jurista»). El objetivo de Jomeini era implantar este modelo, con o sin los americanos.

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Jomeini en París. El segundo por la izquierda es el actual presidente de Irán, Hasan Rohaní. Fuente, Reddit

Obviamente, de las palabras a los hechos hay una enorme distancia. Tuve la ocasión de estudiar las relaciones diplomáticas entre EEUU y los primeros gobiernos de la república islámica. Ni los iraníes querían cortar todos los lazos con el gobierno americano, ni los yanquis querían perder años de inversión y esfuerzo. A pesar de la retórica anti-americana en las calles, los políticos iraníes que intentaban controlar la situación eran conscientes de que era preciso mantener una relación cordial con los estadunidenses, que llevaban 25 años invirtiendo e influyendo en el país.

Jimmy Carter había empezado a presionar al shah en 1977 para que respetase los derechos humanos y poco a poco abriese el sistema político iraní. Recordemos que, en 1975, el shah había impuesto un partido único. Al mismo tiempo, el shah se moría de cáncer y esperaba preparar una transición a la española. Los contactos entre el rey Juan Carlos y el shah de los que se han hecho eco algunos medios republicanos se inscriben en ese contexto.  Jomeini era visto por los diplomáticos occidentales como una figura crucial para una transición pacífica, especialmente desde que abandonó el exilio en Nayaf por las afueras de París.

La crisis diplomática, al servicio de la política interna

Jomeini no hablaba ni papa de inglés. En París fue asesorado por un grupo de estudiantes y profesionales iraníes con experiencia exterior y conocimientos en francés, inglés y alemán, que se comunicaban con la prensa y los diplomáticos extranjeros. La mayoría de ellos, como Ebrahim Yazdi, al que se menciona en el artículo de eldiario.es, eran militantes del Movimiento de Liberación de Mehdi Bazargán. Este partido, sobre el que escribí mi tesina de máster, era una amalgama de intelectuales de clase media-alta, islamista pero anti-clerical,  dividido entre un sector socialista-revolucionario y otro liberal-reformista. Jomeini supo percibir estas contradicciones y explotarlas en su propio beneficio, nombrando a Bazargán como presidente provisional y esperando pacientemente a que el partido se descompusiera.

La relación con EEUU fue un factor más en la lucha por el poder dentro de la incipiente revolución islámica. Los pragmáticos liberales del Movimiento de Liberación del presidente Bazargán fueron desahuciados del poder gracias a la ocupación de la embajada estadounidense, a la que el artículo de eldiario apenas hace una breve mención. La toma de la embajada fue un intento muy exitoso de desestabilizar al gobierno provisional, incapaz de controlar a los manifestantes, las fuerzas de seguridad y las nuevas instituciones revolucionarias que iban surgiendo.

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Bani-Sadr (izquierda), Bazargán (centro) y Jomeini. Fuente, Fouman.com

Paralelamente, según cuenta en sus memorias el expresidente Abolhassan Bani-Sadr, miembros del Partido de la República Islámica como Raja’i iniciaban contactos con representantes de Ronald Reagan. Bani-Sadr, el primer presidente de la República Islámica elegido democráticamente, fue destituido por Jomeini en 1981. En sus memorias (que tengo en PDF si a alguien le interesa) se aprecia mucho resentimiento contra el ayatollah y sus partidarios. A pesar de eso, y aunque sus acusaciones no estén sustanciadas con pruebas, la teoría de Bani-Sadr es interesante: según él, la crisis de los rehenes fue aprovechada tanto por el PRI como por los republicanos, y hubo un acuerdo entre ellos para que el secuestro durara hasta después de las elecciones. La incapacidad de liberar la embajada fue presentada como un fracaso de la política conciliadora de Carter, y permitió la elección de Reagan. A cambio, (siempre según Bani-Sadr) el PRI recibió fondos y armamento para luchar contra los iraquíes, que habían invadido Irán en 1980.

Desde entonces, las relaciones entre EEUU e Irán han sido elementos importantes en la política interna de ambos países, especialmente de Irán. Estas relaciones tocaron fondo durante la década de los 80, en la que EEUU apoyó a Iraq en su guerra contra Irán y derribó un avión de pasajeros civil; mientras que Irán apoyó a organizaciones terroristas y milicias armadas como Hezbollah. Desde 1989 ha habido sucesivos intentos por ambas partes de mejorar la relación, con mayor o menor éxito. El acuerdo alcanzado este año es el último hito de esta tortuosa relación.

 Para más información sobre la revolución y las décadas posteriores, recomiendo leer tres artículos de este blog, La Revolución Islámica,  Irán después de Jomeini y Los gobiernos de Jatami.

Irán después de Jomeini (1989-1997)

Tras una pausa de una semana, continuamos con el especial “Acuerdo nuclear”. En esta cuarta entrega, hablaremos del periodo que va desde la muerte de Jomeini hasta 1997, incluyendo referencias a las relaciones entre Irán y EEUU. Como he encontrado trabajo hace poco, no tengo tiempo para escribir y editar artículos extensos, de modo que las actualizaciones serán más intermitentes en lo sucesivo. Disculpad las molestias.

Especial «Acuerdo nuclear»
I – Relaciones Irán-Occidente, 1800-1953
II – Relaciones Irán-Occidente, 1953-1979
III – La Revolución Islámica, 1979-1989
IV – Irán después de Jomeini, 1989-1997
V – Los gobiernos de Jatami, 1997-2005
Bonus: Las relaciones no tan secretas entre EEUU y Jomeini

Irán tras la muerte de Jomeini

 Un nuevo líder supremo

13 de Jordad de 1368 (3 de Junio de 1989). El Líder Supremo de la República Islámica, el Imam de la revolución y marya-e taqlid, Ruhollah Jomeini, ha muerto. La guerra con Irak terminó el año anterior. Empieza una nueva etapa en la vida política de Irán. Como siempre que fallece un líder poderoso y carismático, se respira cierta incertidumbre en el ambiente. No obstante, Jomeini y los velayatis (partidarios del velayat-e faqih, ver sección «El Gobierno del Jurista» en parte 3) han dejado todo atado y bien atado.

En su lecho de muerte, Jomeini nombró una comisión de juristas y clérigos expertos para que designasen a su sucesor, modificando ciertos aspectos del código legal y la Constitución para adaptarlos a la nueva situación. Como dice el refrán, “allá van leyes do quieren reyes”, y la República Islámica no es una excepción.

Aunque en principio el líder supremo, el faqih, debía ser un erudito del Islam de probado prestigio, un sabio emérito que no solo dominase la doctrina islámica sino también la gramática, la filosofía y las artes gubernamentales, un marya e-taqlid en definitiva (véase ¿Qué es un ayatollah?), al final los requisitos se relajaron bastante. Ali Jamenei, un clérigo de rango modesto (hoyatoleslam, menos importante que ayatollah), fue designado Líder Supremo de Irán.

 Jamenei quizá no tenía las publicaciones ni el prestigio necesario para ser considerado una eminencia religiosa, pero era una figura política muy importante. Era muy leal a Jomeini y había participado en la revolución y la República Islámica desde sus inicios. Fue el líder del Partido de la República Islámica (PRI, hablamos de ellos en la anterior entrega) hasta su disolución en 1987, y además presidente electo de Irán durante 8 años, el tecero después del depuesto Bani-Sadr y el asesinado Raja’i.

Es decir, que el criterio para designarlo no fue su trayectoria religiosa, sino la política. Un asunto que podría haber sido problemático dada la autoproclamada confesionalidad del régimen, pero que fue asumido sin mayor dificultad por las instituciones de la República Islámica. Al fin y al cabo, cuando la religión y la política se mezclan, el poder y la lealtad suelen ser más importantes que la piedad y las credenciales religiosas.

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Jamenei en 1979. Fuente: Wikimedia

 Jamenei fue designado Líder Supremo fundamentalmente porque no había ningún otro clérigo de alto rango que reuniese las características necesarias, es decir, lealtad y compromiso con el proyecto político de Jomeini y sus seguidores. El que era considerado como principal candidato al puesto, el ayatollah Montazeri, cometió el error de criticar públicamente ciertas medidas de la República Islámica (persecución de minorías, lapidaciones, ejecución de opositores, la fatua de Jomeini contra Salman Rushdie…) que, en su opinión, no eran propias de un Estado Islámico legítimo. Esto le costó un arresto domiciliario y el apartamiento de la vida pública y política, y por supuesto, que no fuera elegido sucesor de Jomeini. Montazeri era un marya, y por tanto un caso notable, pero son numerosos los clérigos que han perdido sus privilegios y empleos por criticar el régimen.

 En todo caso, la llegada de Jamenei no alteró en exceso las relaciones entre Irán y EEUU. Justo once meses antes de la muerte de Jomeini, cuando la guerra entre Irán e Irak no había terminado aún, un avión de pasajeros iraní fue destruido por misiles americanos, el famoso vuelo 655 de Iran Air. Irán, por su parte, seguía con la retórica anti-imperialista y revolucionaria de la época de Jomeini. La fatua sobre Rushdie no estaba vigente (pues en el chiísmo las fatuas se extinguen al morir su emisor), pero Irán siguió intentando exportar la revolución apoyando a Hezbollah, que organizó ataques terroristas como el coche bomba en un centro judío en Buenos Aires o el ataque a la embajada israelí en la misma ciudad.

Atentado 17 marzo 1992 argentina
Atentado en la embajada israelí en Argentina, 17 de marzo de 1992. Fuente: Vos Iz Neias.

La República Islámica, que había excluido toda oposición, se empezó a dividir internamente en facciones y partidos, no solamente a nivel parlamentario. La República Islámica contaba con numerosas instituciones: La judicatura, el ejército, los Guardas Revolucionarios, el estamento religioso, las fundaciones benéficas, la administración estatal… todas ellas con sus propios intereses, cooperando y compitiendo a la vez.

Como árbitro y guardián, el Líder Supremo. El complejo sistema constitucional parecía garantizar el equilibrio entre todos los que estaban dentro del sistema. Rafsanyani, un comerciante de pistachos con una larga trayectoria en el Partido de la República Islámica, fue elegido Presidente en 1989. El parlamento estaba dominado por lo que Nikki Keddie denomina la “Izquierda islámica”, que por lo general se oponía a Rafsanyani, un hombre de negocios liberal. Por suerte, el presidente contaba con el apoyo de su predecesor, Jamenei, ahora convertido en líder supremo. El problema era reconstruir el país y mantener contentos a los ciudadanos, muy cansados después de 8 años de guerra y escasez.

Las presidencias de Rafsanyani

El programa de Rafsanyani y Jamenei consistía en liberalizar la economía iraní y abrirla al exterior, moderando el tono agresivo de la diplomacia oficial (por ejemplo, manteniéndose neutrales en la Guerra del Golfo). Entre 1989 y 1995 se intentó privatizar un millar de empresas públicas, pero los intereses de las instituciones que las gestionaban y los casos de corrupción en la adjudicación de los contratos hicieron que el ambicioso plan inicial se paralizase.

La orientación de la producción hacia el mercado exterior tecnificó la agricultura y permitió cierto desarrollo industrial, aunque los beneficios se invirtieron en una burbuja del sector inmobiliario. Además, Irán tuvo que hacer frente en enero de 1995 a una crisis de deuda externa a corto plazo, agravada por las sanciones que Clinton aplicó en mayo de ese mismo año. Las privaciones y el descontento causaron disturbios que fueron brutal y eficientemente reprimidos en 1992, 1994 y 1995.

Las elecciones parlamentarias que se llevaron a cabo en 1992 contaron con 1.000 candidaturas anuladas por el Consejo Guardián, de un total de 3.000. Muchos de los descalificados eran parte de la “izquierda islámica” y de la Asamblea de Clérigos Combatientes, veteranos de la revolución, algunos incluso presentes en el asalto a la embajada estadounidense. Es decir, que los que controlaban los hilos del régimen (Consejo Guardián, Jamenei) decidieron limitar la participación política ante el riesgo de desorden.

Aun así, no podían encarcelar o exiliar a todos los descontentos, algunos con un impecable credencial revolucionario, y a pesar de la censura cada vez empezó a hablarse más de temas como derechos humanos, libertades democráticas, justicia económica y social, relaciones amistosas con el exterior, etc. Muchos de los rechazados en la política se reconvirtieron en periodistas, cineastas, escritores, académicos y artistas. A menudo el rechazo al régimen se manifestó en una elevada abstención. En 1993 Rafsanyani volvió a ganar las elecciones a la presidencia, con una participación del 63%.

16 aniversario revolución
Sello commemorativo del 16 aniversario de la Revolución, 1995. Fuente: IranStamp

En cuanto a las relaciones con EEUU, Rafsanyani no fue capaz de mejorarlas. El apoyo a Hezbollah, la oposición a Israel en la ONU y el programa nuclear iraní fueron los pretextos de los embargos de Clinton, que dañaron bastante la ya de por sí maltrecha economía iraní. Desde antes de la revolución la administración iraní había intentado llevar a cabo un programa nuclear, no para desarrollar armas atómicas sino para construir centrales eléctricas que permitieran al país producir energía de forma alternativa al petróleo, para poder exportar lo que no se gastase.

En los años 90 se reactivó el programa, de nuevo con el pretexto de estar destinado al uso civil. ¿Buscaba Irán la Bomba? Los lobbies pro-israelíes y los analistas americanos más belicistas aseguran que sí, aunque el gobierno iraní siempre haya defendido lo contrario. Dado que 3 de sus vecinos cercanos poseen armas nucleares (India, Pakistán, Israel), no parece descabellado pensar que la República Islámica intentara hacerse con un par de misiles atómicos, por eso de ver quien la tiene más grande, pero en mi opinión eso son tan solo especulaciones.

El gobierno de Irán tenía (y aún tiene) que gastar su dinero en programas de ayuda social para mantener contenta a la población y evitar que se repitiese lo de 1979, de modo que centrar la inversión en adquirir armas nucleares sería cometer el mismo error que el shah cometió. Los dirigentes de la República Islámica conocen la historia de su país.

 Los programas de ayuda social eran necesarios, y para mérito de la República Islámica, se llevaron a cabo. Entre 1985 y 1997 la mortalidad materna se redujo de 140 a 37 por 100,000 nacimientos. Se construyeron hospitales en áreas rurales y barrios deprimidos. Los estudiantes de medicina reciben formación gratuita a cambio de cinco años de servicio como médicos de pueblo. El programa de planificación familiar de Irán, que provee de anticonceptivos a las familias, fue incluso alabado por la ONU. La tasa de fertilidad de Irán bajó hasta niveles europeos. Se multiplicó la inversión en educación, y la escolarización segregada hizo que muchas familias rurales llevasen a sus hijas a la escuela, algo que no sucedía antes de 1979. Las mujeres no perdieron el derecho a ejercer un empleo, y la modernización (urbanización y terciarización) continuaron a pesar del tinte islámico del régimen.

Todos estos cambios hicieron que las elecciones presidenciales de 1997 se presumieran interesantes. El descontento creciente con la gestión económica del régimen y el auge de una clase media muy debilitada por los años de la guerra, sumado al hambre de y libertades civiles y democráticas, hicieron que la actividad política se multiplicase en la víspera de las elecciones. Dado que los presidentes en Irán solo pueden gobernar durante 8 años, Rafsanyani no podía presentarse de nuevo, lo que hacía que las elecciones se convirtiesen en un evento muy excitante y estimulante para unos votantes que anhelaban cambio. Pero de eso hablaremos el próximo día.


Bibliografía general:

Nikki Keddie, Modern Iran: Roots and Results of the Revolution, Yale University Press, 2006.

Ervand Abrahamian, A History of Modern Iran, Cambridge University Press, 2008.

¿Qué es un ayatolá?

Aunque ya estaréis al tanto, debo mencionar que este es un blog divulgativo, cuyo objetivo es ser ameno y fácil de leer. Es decir, que lo que váis a leer es un resumen simplificado de un tema bastante complejo, y por tanto puede haber omisiones e incorrecciones. Ni se os ocurra copiarlo y pegarlo para un trabajo de instituto/universidad o un artículo de prensa, porque haríais un sonoro ridículo. En este artículo hay muchas palabras raras, así que tal vez sea conveniente tener a mano el Glosario de términos islámicos.


Introducción

En las anteriores entregas hemos estado hablando de Irán y sus ayatolás. Irán es uno de los principales países de mayoría chií, pero no el único. Es muy importante tener en cuenta que, aunque la mayoría de los iraníes sean chiíes (un 95% de la población total del país, unos 70 millones), la mayoría de los chiíes no son iraníes. Repito, hablar de chiísmo no es hablar de Irán, y viceversa. Alrededor de un 10% de los musulmanes son chiíes. De todos ellos, solo un tercio son iraníes.

Además de una diáspora extensa, existen importantes comunidades de chiíes en Líbano, Yemen, Arabia Saudí, Bahrain, el sur de Iraq (en torno a los santuarios de Nayaf y Kerbala), Azerbaiyán, Pakistán y la India. La India es el segundo país del mundo tras Irán en número de chiíes. Allí hay unos 45 millones de chiíes, el 30% de la población musulmana total de la India. El principal núcleo chií de la India es la ciudad de Lucknow, donde hubo un sultanato chií independiente hasta el célebre motín de 1857.

Fundamentos del chiísmo

El chiísmo duodecimano, la rama más extendida, cree que Alí, primo y yerno de Mahoma, y sus descendientes, son los sucesores legítimos del profeta al mando de la comunidad islámica. Aparte de Alí, hay 11 herederos de Mahoma reconocidos, siendo los más famosos Hussein (hijo de Alí que fue martirizado en la ciudad iraquí de Kerbala cuando luchaba contra Muawiya, el primer Omeya) y Yafar.

A estos descendientes de Mahoma se les denomina Imanes o Imames, y se les atribuyen virtudes casi divinas, fundamentalmente la infalibilidad. Además, de casi todos ellos se recopilaron una serie de dichos y opiniones (ahadith) que forman la Sunna chií, es decir, el segundo cuerpo doctrinal tras el Corán. Los sunníes, por el contrario, solo consideran los dichos del profeta Mahoma en su Sunna. Según la creencia chií, todos los imames fueron asesinados salvo el número 12, Muhammad ibn Hasán, el Mahdi, que entró en «Ocultación» alrededor del año 874.

Que entrase en ocultación no significa que el Imam muriese, sino que se retiró del mundo terrenal. Un día, cuando las condiciones sean propicias, volverá, acompañado por Jesucristo (uno de los profetas del Islam, como Moisés o Salomón), a instaurar la justicia, la paz y el Islam universales. Es decir, que la creencia en el Imamato tiene repercusiones escatológicas similares a la creencia cristiana en el Juicio Final, la resurrección de las almas, etc.

Desde un punto de vista político y religioso, dado que la línea de sucesión de Mahoma termina en el duodécimo Imam y este no está muerto sino oculto, no hay un líder establecido de la comunidad de creyentes. Sin embargo, durante la ausencia del Imam los seres humanos siguen precisando de guía temporal y espiritual. De esta forma, los estudiosos de la doctrina islámica se convierten en los representantes del Imam en la Tierra.

Sistani.jpgEl Gran Ayatolá Sistani, uno de los principales marya en la actualidad. Fuente: Wikimedia

Dado que los chiíes han sido por lo general perseguidos, condenados y asesinados a lo largo de la historia y pocas veces han ostentado poder político (salvo en los califatos fatimíes de Egipto y Túnez y en Irán tras 1501), no hay una institución religiosa única que los integre y organice a todos. Por el contrario, el chiísmo duodecimano funciona de forma un tanto informal, al menos si lo comparamos con la Iglesia Católica.

Jerarquía religiosa chií

Según la doctrina Usuli, que fue la que se consolidó en Irán alrededor del siglo XIX, la comunidad religiosa se divide en dos: los clérigos (ulema o muytahid), que pueden interpretar la ley islámica; y los emuladores, que deben seguir los consejos de un sabio islámico de su elección. Solo se pueden seguir las opiniones de un erudito vivo, en cuanto muere sus fatuas (opiniones legales) dejan de tener vigencia. Aún así, este erudito puede tener seguidores que transmiten y adopten su legado doctrinal a los nuevos tiempos. Además, no todos los clérigos son iguales, hay rangos.

  Los principales rangos (aunque hay una infinidad) son hoyatoleslam, ayatolá y marya. Dos elementos determinan el rango de un estudioso del Islam: por un lado, la formación académica y la cantidad y variedad de obras que haya publicado. Por otro, el número de seguidores que tenga, es decir, de fieles que acudan a él para recibir consejo.

Grosso modo, y para que lo entendáis de forma simple, un hoyatoleslam sería el equivalente a un estudiante que ha completado una Licenciatura o un Grado universitario; en este caso alguien que haya estudiado unos cuantos años en un seminario con un maestro destacado y haya dominado la gramática del árabe, la exégesis del Corán y la Sunna, la lógica, la filosofía, la jurisprudencia, y demás disciplinas relevantes.

El siguiente rango en importancia seria ayatolá. Un ayatolá es algo así como un Doctor universitario, es decir, un hoyatoleslam que ha publicado una extensa y voluminosa tesis en un tema de su elección, demostrando su dominio de las ciencias islámicas, y que por tanto se ha ganado el privilegio de interpretar la ley, emitir juicios religiosos de forma legítima y dar clase en seminarios islámicos.

El último y más elevado grado es el de marya-e taqlid, fuente de emulación. Los marayi (pl. de marya) son los clérigos más influyentes y poderosos. Para ser un marya uno ha de ser un ayatolá de prestigio y debe haber publicado al menos una obra sobre cada una de las grandes materias islámicas, desde mística hasta reparto de herencias y divorcios. Aunque el número de marayi se haya disparado en las últimas décadas (hoy día hay más de 40), tradicionalmente había nada más que uno, como mucho dos o tres. En la época de la Revolución Islámica había unos cuatro marya en Irán.

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El Gran Ayatolá Montazeri, uno de los marayi más importantes de los años 80, y primo perdido de Fernando Arrabal. Fuente, The Guardian.

El marya más famoso y poderoso hoy día es Ali Al-Sistani, originario de Irán residente en Irak. Sistani no es partidario de la doctrina del velayat e-faqih (que ya expliqué aquí, ver sección «El gobierno del jurista»), y sus relaciones con la República Islámica no son precisamente buenas. Tiene una página web muy interesante donde podéis consultar en qué consiste su trabajo, principalmente responder dudas de confusos creyentes que se plantean si comprar un coche a plazos está permitido por la ley islámica, o si comer helado con una pequeña cantidad de etanol es pecaminoso. La web está disponible en árabe, persa, urdu, azerí, turco, francés e inglés, toda una muestra de la popularidad de Sistani.

Es necesario puntualizar, como bien nos ha señalado Manuel Llinás en Facebook, que estas categorías son un fenómeno reciente, desarrollado sobre todo a partir de la Revolución. Hace 50 años, el término ayatolá solía emplearse para referirse a un marya o aspirante a marya; hoy día se utiliza para calificar a un muytahid (clérigo capaz de interpretar la ley) establecido, mientras que hoyatoleslam ha pasado a designar a los estudiantes aspirantes a muytahid.

  Mucho se habla en la poco informada prensa española (e internacional) de un supuesto conflicto entre suníes y chiíes. En otro momento he dedicado un artículo a desmontar tal teoría (en mi opinión no es un «conflicto» doctrinal, confesional o sectario, sino estrictamente geopolítico).

Ahora me limitaré a señalar que en los últimos quinientos años de historia islámica no ha habido grandes guerras interconfesionales al estilo de las que sacudieron Europa en tiempos de Lutero. Aunque tengan creencias distintas, los chiíes no tienen la tradición de matar sunníes, y viceversa.

Sí es cierto que en época medieval los chiíes desarrollaron una doctrina muy interesante denominada disimulación, consistente en hacerse pasar por sunníes allá donde gobernasen líderes intolerantes con los chiíes. Por encima del martirio, los chiíes perseguidos buscaban la supervivencia. No obstante, ese tema lo dejamos para otro día. No dudéis en comentar si tenéis dudas u objecciones.


Para saber más. Bibliografía de interés general:

  • Varios autores, Encyclopaedia Iranica (en inglés, libre acceso): http://www.iranicaonline.org/
  • Moojan Momen, An Introduction to Shi’i Islam, Yale University Press, 1985. (Dispongo de versión en pdf si estáis interesados)

La revolución islámica (1977-1989)

                En este texto me voy a centrar en la revolución y la organización del nuevo régimen en el periodo 1979-1989. El artículo me ha quedado un poco largo, pero espero aún así que sea ameno y fácil de entender.

Aunque la prensa lo haya podido pintar como un régimen monolítico e inflexible, lo cierto es que dentro de la República hay numerosas facciones e instituciones enfrentadas que rivalizan por el poder político. Desde los primeros meses tras la revolución, la política exterior ha sido un elemento fundamental de la política interna iraní y la lucha entre facciones. No es posible comprender las turbulentas relaciones entre el país persa y Estados Unidos sin tener en cuenta las particularidades del sistema iraní.

Especial «Acuerdo nuclear»
I – Relaciones Irán-Occidente, 1800-1953
II – Relaciones Irán-Occidente, 1953-1979
III – La Revolución Islámica, 1979-1989
IV – Irán después de Jomeini, 1989-1997
V – Los gobiernos de Jatami, 1997-2005
Bonus: Las relaciones no tan secretas entre EEUU y Jomeini


La revolución islámica (1977-1979)

                Las revoluciones, ya sean liberales, comunistas o islámicas, suelen funcionar de forma parecida. Se desarrollan en dos grandes fases, una primera en la que diversos grupos opositores se coordinan y movilizan a las distintas clases sociales para derribar el régimen existente; y una fase final en la que esos grupos se disputan el poder. El resultado, si la revolución es exitosa, no es otra cosa que un Estado mucho más fuerte, aunque su control haya cambiado de manos. Los ganadores de la revolución no son necesariamente los que la iniciaron, ni los que ocupan el gobierno provisional, sino los que han sabido inmovilizar los antiguos instrumentos del poder y monopolizar las nuevas instituciones revolucionarias. Así sucedió en Francia, en Rusia y también en Irán.

                Pocos se imaginaban en 1977 que dos años más tarde Irán experimentaría una revolución (recordemos que Carter se refería a Irán como una “isla de estabilidad en una región turbulenta”), y mucho menos que se habría convertido en una teocracia. La mayoría de los observadores y académicos occidentales consideraban que los clérigos chiíes eran cada vez menos importantes, y pensaban que en dos o tres generaciones su influencia en la sociedad sería nimia. El futuro era de los jóvenes de clase media. Y esos jóvenes, se suponía, pasaban de los ayatollahs y querían pizza, salir de fiesta y, algunos de ellos, los más activos, la revolución. Un exultante Peter Avery (historiador británico) escribía en 1965:

 Los nuevos embalses [parte de la Revolución Blanca] se han convertido en resorts para jóvenes hombres y mujeres que se entretienen hacienda ski acuático y muestran en cada uno de sus gestos una libertad absoluta respecto a los dictados y restricciones de los viejos códigos. La Victoria del modernismo está más asegurada que nunca.
Avery, Modern Iran, Londres, 1965, p. 506. La traducción es mía

                El bueno de Avery no podía haber estado más equivocado. Estos jóvenes que disfrutaban sin las restricciones del pasado fueron uno de los principales actores de la revolución que encumbraría a Jomeini. Quizá el ski acuático no estuviera al alcance de toda la juventud, o tal vez no fuera suficiente para convencerles de que el gobierno del shah era lo mejor para su país. Recordemos, además, que durante los años 60 y 70 había surgido un fuente sentimiento antiamericano entre los intelectuales iraníes, muy inspirados por los éxitos de la revolución cubana y Vietnam del norte.

IMG_0086.JPGMezquita chií de Hamburgo, lugar habitual de reunión de opositores al shah en los años 70. La foto es mía.

                El único espacio en el que los iraníes podían hablar libremente de política e ideologías eran las universidades extranjeras. Dado que la infraestructura educativa de Irán era bastante deficiente, el número de plazas universitarias era muy reducido y no satisfacía la creciente demanda laboral, por lo que muchos jóvenes, financiados por el gobierno o por sus padres, finalizaron su educación formal en universidades europeas (sobre todo francesas y alemanas) y estadounidenses. Gran parte de ellos militaba en alguna de las numerosas asociaciones de estudiantes, a menudo ligadas a partidos y grupos iraníes, ya fueran islamistas, marxista-leninistas, maoístas, etcétera. Durante los años 70 fueron famosas las movilizaciones de estudiantes iraníes en el exterior. Tanto Al-e Ahmad como Shariati, del que os hablé en la anterior entrega, así como muchísimos otros personajes de relieve de la época, habían estudiado fuera.

                Teniendo todo esto en cuenta, se entiende el carácter anti-americano de la revolución, incluso se puede comprender que se reivindicase el islam como seña de identidad frente a un régimen laico y pro-occidental. En todo caso, es difícil de entender de primeras que una revolución iniciada por la juventud y la clase media, por muy anti-imperialista que fuera, se convirtiese en un régimen teocrático con el clero chií ocupando los principales puestos de poder. Para poder comprender el desarrollo de la revolución, hay que tener en cuenta la estructura social de Irán en los años 70.

                Lo cierto es que la clase media “moderna” (es decir, profesionales liberales, maestros, ingenieros, funcionarios del Estado) apenas representaba un 15% de la población total, mientras que la clase media “tradicional” (comerciantes, clérigos, pequeños propietarios) suponía poco más de un 10%. Esta reducida clase media, la que tenía el tiempo y los medios para involucrarse en política, estaba además tremendamente fragmentada ideológicamente. La mayoría de partidos políticos clandestinos, desde el comunista Tudeh hasta el liberal y laico Frente Nacional, pasando por el islamista y anti-clerical Movimiento de Liberación, reclutaba a sus miembros de entre este reducido y acomodado 25% de la población.

                Irán era un país con una crisis social latente. En las ciudades grandes se apiñaban millares de inmigrantes rurales y desempleados que no recibían asistencia alguna por parte del Estado, y que acudían a las mezquitas de barrio en busca de consuelo material y espiritual. El clero chií, recordemos, era económicamente independiente, y pudo dar alimento y techo a centenares de personas sin rendir cuentas al Estado. El régimen, centrado en reprimir a los partidos y organizaciones de clase media, apenas prestó atención a los barrios pobres del sur de Tehrán, de donde surgiría la masa de manifestantes que acabó derribando el régimen.

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Dos ancianas en el patio de su casa en el sur de Teherán, donde se concentraba la masa d inmigrantes rurales que buscaban una vida mejor en las ciudades.  Tehran. (Fotografía de Kaveh Kazemi/Getty Images, 1980)

                La mayoría de los historiadores piensa que el detonante de la revolución fue el relajamiento de la represión política que el shah inició en 1977. Algunos dicen que se lo pidió el presidente Carter, preocupado por las flagrantes violaciones de los Derechos Humanos del régimen de los Pahlavi. Otros minimizan la importancia de Carter y aseguran que el shah preparaba una sucesión pacífica para su hijo, dado que estaba enfermo de cáncer. Esta segunda explicación parece más plausible. Recordemos que, durante las mismas fechas y unos 5.000 km al oeste, la España franquista se reconvertía más o menos pacíficamente en una monarquía parlamentaria. No obstante, el shah había desatendido los programas de ayuda social, y los iraníes estaban muchísimo más cabreados y hambrientos que los españoles.

                Los primeros en manifestarse pacíficamente contra el régimen fueron los profesionales de clase media (abogados, médicos, ingenieros), a los que pronto se unieron los estudiantes y los precarios partidos políticos, y poco después los estudiantes religiosos. Dado que el shah había invertido en armamento pesado en lugar de material antidisturbios, se vio obligado a dispersar las manifestaciones a balazos. Esto no hizo sino complicar las cosas. Los clérigos salieron a las calles liderando a las masas de pobres descontentos, la pequeña burguesía comercial (el bazar) cerró sus tiendas durante semanas como muestra de solidaridad, y los funcionarios del Estado abandonaron su trabajo. Finalmente, se unió a la revolución el escaso proletariado (en el sentido “puro” de la palabra), que trabajaba sobre todo en la industria petrolera, de enorme importancia estratégica. El ejército, desmoralizado, se declaró neutral, y los grupos armados que se habían formado a principios de los 70, los Fedaian (marxistas-leninistas) y los Moyahedin (socialistas islámicos) tuvieron su momento de gloria derrotando a la guardia monárquica y asaltando las armerías el 11 de febrero del 79. En apenas un año y medio un implacable régimen se derrumbó como un castillo de arena.

                Si bien la revolución no la iniciaron los clérigos, ellos eran los que aglutinaban tras de sí a mayor parte de la sociedad. Jomeini, que llevaba en el exilio desde el 63, era un ídolo de masas. Sus discursos en Nayaf (santuario chií en Irak) eran distribuidos clandestinamente en citas de casette a una velocidad asombrosa. Su retórica cautivaba a todos, desde conservadoras amas de casa hasta jóvenes estudiantes revolucionarios e izquierdistas. Si bien es cierto que el ayatollah llevaba años denunciando la monarquía, su creciente popularidad al inicio de las manifestaciones hizo que el Shah pidiese a Sadam Hussein que expulsase al ayatollah de su país. Craso error, pues Jomeini se refugió en París asistido por una veintena de jóvenes activistas que preparaban y traducían sus discursos, convirtiéndose así en el líder simbólico de la revolución. Si habéis visto o leído la saga Los Juegos del Hambre, Jomeini era algo así como la protagonista de la trilogía, Katniss, el símbolo de la revolución, una eficaz arma propagandística al servicio de los opositores. La diferencia era que Jomeini no era una ingenua adolescente, sino un veterano ayatollah más listo que el hambre. Los jóvenes agitadores (muchos de ellos parte del Movimiento de Liberación) pensaron que podrían utilizar a Jomeini para dar impulso a su revolución, pero al final fueron ellos los que acabaron siendo usados por el septuagenario clérigo.

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Jomeini encabezando la oración durante su estancia en París. El segundo por la izquierda es el actual presidente de Irán, Hasan Rohaní. Fuente, Reddit

                El 1 de febrero de 1979 Jomeini aterrizó en Tehran, siendo recibido por millones de personas. Poco después nombró un gobierno provisional encabezado por Mehdi Bazargán, un respetado ingeniero, líder del Movimiento de Liberación. Un par de semanas después el Shah abandonaba el país. Bazargán y su partido, al que también perteneció Shariatí, fueron el objeto de mi tesina de fin de máster, así que podría contar millones de cosas sobre ellos. Servirá decir que Bazargán era un buen tipo aunque no tenía mucho carisma, que pecó de ingenuo al confiar en las buenas intenciones de Jomeini y los demás partidos y que su partido era pequeño y estaba internamente dividido. Como afirmé en el párrafo inicial, las revoluciones suelen reforzar el poder del Estado. Los que proponen reducir el poder y el tamaño de ese estado, ya sean anarquistas o liberales como Bazargán, no suelen salir bien parados.

                Mientras Bazargán y compañía intentaban hacerse con el control de las desmoralizadas instituciones del Estado (administración, judicatura, policía), Jomeini se iba distanciando de ellos y estrechaba lazos con un grupo afín de clérigos y seguidores, que formarían a los pocos meses de su llegada el Partido de la República Islámica. El PRI (ojo, no confundir con el grupo mexicano) avocaba, entre otras cosas, por instaurar en el nuevo régimen una doctrina llamada velayat-e faqih. Hagamos una breve pausa para explicar qué es eso.

El Gobierno del Jurista

               Velayat-e faqih podría traducirse más o menos como Tutela o Gobierno del Jurista. El concepto no lo inventó Jomeini, aunque él es sin duda su máximo exponente. Jomeini escribió “Gobierno Islámico” en 1971. El modelo que propone está parcialmente inspirado en la “República” de Platón. Jomeini, como Platón, concibe una sociedad donde los filósofos, austeros, eruditos, y desprovistos de ambiciones materiales, son los gobernantes. En su versión, los filósofos son los intérpretes de la ley islámica. Esta ley, otorgada por Dios, deberá aplicarse hasta el final de los tiempos. Aunque a lo largo de la historia los clérigos chiíes jamás detentaron ningún poder, esta idea basa su legitimidad en el legado del califa Alí y sus sucesores. Tras la «ocultación» del duodécimo Imán (ya hablaremos de ello), los clérigos y jueces chiíes se convirtieron en sus teóricos representantes en la tierra.

                Si queréis saber más, os recomiendo mirar su Gobierno Islámico,  en especial la tercera sección del libro, “la forma de gobierno islámico”. El texto completo en español puede encontrarse en este enlace. La palabra clave del texto es “ley”. Sustituid faqih (interpreté de la ley islámica, juez) y fuqaha (jueces) por sus equivalentes en español, y todo tendrá muchísimo más sentido. La ley y el orden están de moda en todas partes y en todas épocas. La cuestión siempre es qué ley, y quién puede interpretar esa ley.

                En 1978 y 79, la mayoría de la oposición organizada, incluidos los comunistas, apoyaron el liderazgo simbólico de Jomeini. No se dieron cuenta que estaban apoyando a un tipo que había anunciado 8 años antes su intención de convertirse en el “Líder Supremo” de Irán. Al igual que los académicos occidentales, los opositores al shah pensaron que la religión era cosa del pasado y que tarde o temprano ellos se harían con el poder. El Movimiento de Liberación, único partido que estaba en posición de influir en las nuevas instituciones, subestimó al hombre que tenía enfrente. La facción de Jomeini consiguió liderar la asamblea constituyente y diseñar una constitución muy influida por el Gobierno Islámico.

                Es necesario mencionar que los velayatis o jomeinistas no representaban a todos los clérigos, y de hecho la suya era una posición minoritaria. Por un lado, había una sección conservadora y quietista que consideraba que la religión no debía mezclarse con la política, encabezada por el marya (escalafón superior del chiísmo) Shariatmadari. De igual modo, existían ayatollahs progresistas como Taleqani o en menor medida Mutahhari que defendían un orden democrático y parlamentario sin la tutela de un grupo de juristas islámicos.

La caída del gobierno provisional

                Al gobierno provisional de Bazargán, únicamente legitimado por la designación de Jomeini, se le asignó la tarea de organizar un referéndum sobre la forma de gobierno. La pregunta era “República Islámica sí o no”. Bazargán intentó cambiar la denominación a República Democrática Islámica, pero Jomeini se negó. Mientras tanto, Irán se sumía en el caos. El gobierno de Bazargán fue incapaz de controlar efectivamente a la policía o el ejército, a la vez que se sucedían en Irán las detenciones espontáneas y las ejecuciones sumarias, ordenadas por juntas revolucionarias que no obedecían al gobierno. Milicias improvisadas se dedicaron a imponer la moralidad que a ellos les parecía conveniente, a la vez que luchaban contra los que no compartían sus ideales. Merece la pena leer la entrevista de Oriana Fallaci a Bazargán en el New York Times, que podéis encontrar aquí, solo para entender el caos al que hizo frente el gobierno provisional.

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Bani-Sadr (izquierda), Bazargán (centro) y Jomeini. La cara de Bazargán lo dice todo. Fuente, Fouman.com

                Poco a poco, el PRI fue haciéndose con el control de las nuevas instituciones revolucionarias, tanto del grupo paramilitar conocido como los Guardias Revolucionarios (Pasdarán) o los tribunales que condenaban a muerte a “colaboradores” con el Shah y elementos sospechosos en general. Al mismo tiempo, consiguieron mayoría en la Asamblea de Expertos que iba a preparar la nueva Constitución. El Movimiento de Liberación y las fuerzas de izquierdas solo eran populares en las ciudades, y el sistema diseñado por Bazargán daba ventaja a los distritos rurales (cabe señalar que el 40% de la población de Irán seguía ocupada en el sector agrícola). Y es que Bazargán se empeñaba en jugar limpio cuando todos los demás jugaban sucio. Por ejemplo, el Tudeh, partido comunista iraní, estableció una alianza táctica con el PRI con el objetivo de desgastar a Bazargán. Parece estúpido en retrospectiva, pero es que los comunistas pensaban que un gobierno clerical no duraría y que finalmente las masas entenderían que eran ellos los destinados a liderar el país. El tiempo se encargó de mostrarles lo equivocados que estaban (en 1982 su partido fue ilegalizado y su cúpula arrestada).

                La constitución, aprobada por referéndum, establecía un sistema de contrapesos bastante extraños a ojos de un europeo. El parlamento unicameral estaría encargado de aprobar leyes. El presidente de la república sería elegido en elecciones libres, y formaría un gobierno (con Primer Ministro) con el beneplácito de parlamento. Al mismo tiempo, una institución jurídico-eclesiástica denominada Consejo Guardián se encargaría de asegurarse de que la legislación estaba de acuerdo con su interpretación de la ley islámica, y de comprobar que los candidatos a la presidencia y el congreso cumpliesen con unos requisitos determinados. El Consejo Guardián estaría elegido por la Asamblea de Expertos que se encargó de redactar la constitución. Sobre todo ello, un Líder Supremo, que sería el jurista más versado, respetado y sabio (es decir, Jomeini) se aseguraría de que las distintas partes integrasen un todo armonioso y funcional, así como de designar a ciertos miembros del Consejo Guardián. Es decir, una democracia muy restringida y tutelada por Jomeini y otros clérigos afines.

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Esquema del funcionamiento interno de la república. Fuente: Ervand Abrahamian, A History of Modern Iran, Cambridge, 2008, p. 165.

                El golpe final al gobierno de Bazargán fue la toma de la embajada americana por un grupo de estudiantes afines al PRI. Recordemos una vez más que la opinión pública iraní era bastante anti-americana. Por el contrario, el gobierno provisional había decidido ser pragmático y buscar el entendimiento con los yanquis. Su falta de compromiso con la causa anti-imperialista fue determinante en su caída. Jomeini se negó a condenar el secuestro, comunistas y velayatis acusaron a Bazargán de ser una marioneta de los americanos, el Movimiento de Liberación se dividió aún más, y ante la incapacidad de arreglar la situación el veterano ingeniero decidió dimitir del gobierno. El secuestro duraría más de un año.

                Tras la dimisión de Bazargán se prepararon las primeras elecciones democráticas para presidente y congreso. El primer presidente electo fue Abolhasán Bani-Sadr, un economista educado en la Sorbona, amigo de Shariatí e hijo de un ayatollah compañero de Jomeini. En el parlamento tuvo mayoría el PRI, que dificultó bastante la labor ejecutiva de Bani-Sadr. Mientras tanto, centenares de iraníes abandonaban el país asustados por la intensificación de la violencia, las instituciones revolucionarias seguían haciendo de las suyas (es decir, ejecutando y acosando a los no-afines) y continuaba el secuestro de la embajada americana. Se avecinaban elecciones en EEUU y Carter llevaba las de perder frente a Ronald Reagan, que abogaba por la mano dura frente a los revolucionarios.

Invasión iraquí y consolidación de la República Islámica (1980-1988)

                En septiembre de 1980, Sadam Hussein decidió invadir Irán. Contaba con el apoyo de EEUU y la Unión Soviética, algo que parecería excepcional si no fuera porque Jomeini había jurado destruir ambos, y los locos barbudos islámicos eran percibidos como una seria amenaza para la estabilidad de Oriente Medio. El shah, como ya conté, había invertido ingentes sumas de dinero en armamento pesado de última generación, sin embargo faltaban piezas de recambio y municiones, y las potencias se negaron a suministrarlas. La guerra, uno de los conflictos bélicos más largos del siglo XX, no solo devastó Irán sino que además permitió a los jomeinistas asegurarse el control sobre su país.

                La primera víctima política fue Bani-Sadr, destituido por Jomeini con la excusa de no ser competente para dirigir el país durante la guerra. Meses antes, un grupo armado islamista-marxista denominado Moyahedin-e Jalq (Luchadores del pueblo) había iniciado una campaña de ataques terroristas contra el PRI y las instituciones del nuevo régimen, matando a varios miembros del parlamento y al Primer Ministro Rajai. Los Moyahedin, que durante la guerra decidieron apoyar a Sadam Hussein, fueron también el pretexto perfecto para intensificar la represión. La lucha contra el enemigo, tanto interno como externo, hacía precisos ciertos sacrificios, de forma que se restringió la libertad de asociación y la de prensa.

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Mujer colaborando en la defensa de Jorramchar, ciudad iraní del Golfo Pérsico. Fuente, Fouman.com

                Si no entendéis cómo un pueblo que había colapsado las calles pudo permitir que sus libertades volviesen a ser recortadas, recordad que estábamos en pleno conflicto bélico, algo que no sucedía en Irán desde la segunda guerra mundial. Cuando las bombas caen en la calle de al lado y matan a tus vecinos, el orden de prioridades se altera. La guerra sirvió para consolidar enormemente el nuevo régimen. A los mártires de la revolución se les sumaron los mártires de la guerra contra el invasor. Y en 1982, cuando contra todo pronóstico los iraníes habían conseguido hacer retroceder a las tropas iraquíes, Jomeini decidió continuar la guerra. “Hasta Jerusalén pasando por Bagdad”, proclamó, e inició la conquista de Irak. La operación fue un fracaso, la táctica de “marea humana” fue bastante ineficaz, el conflicto se alargó durante seis años más y murieron millares de personas. El esperado apoyo de los chiíes iraquíes no se produjo. Y es que las divisiones sectarias no son tan importantes como la identidad nacional o el lenguaje, por mucho que la prensa se empeñe en mostrar lo contario. A pesar de que los chiíes iraquíes eran oprimidos y discriminados por el régimen de Hussein, la mayoría de ellos apoyó a sus compatriotas árabes frente a los invasores persas.

                En 1988, ante la incapacidad de resolver el conflicto por la vía armada, Irán e Iraq firmaron un acuerdo de paz. Quizá desde el punto de vista geopolítico la estrategia de Jomeini parece absurda (perder cientos de miles de vidas para arrancar un acuerdo al que se podía haber llegado en 1982, cuando las tropas iraquíes se retiraron de Irán), pero sin duda desde una perspectiva interna fue todo un éxito. Toda la energía y el entusiasmo heredados de la revolución se canalizaron en una guerra en las fronteras, alejada de los centros de poder. La población en edad de protestar se consumió en las trincheras y no se opuso a los progresivos recortes de libertades. Las restricciones se justificaron mediante la lógica de guerra (debemos permanecer unidos, ganar la guerra es más importante que las libertades democráticas, etc), y la República Islámica pudo consolidar sus mecanismos e instituciones. Una vez eliminada o marginalizada la oposición al PRI, este se dividió en varias facciones y partidos. Sin embargo, no hablaremos en detalle de ellos hasta la próxima entrega.

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El elevado numero de bajas causado por las tácticas de «marea humana» hizo que la edad de reclutamiento fuera cada vez más temprana. Una generación entera creció bajo el trauma de la guerra.  Fuente, Fouman.com

                Jomeini murió en 1989. Tras su muerte, la República Islámica se adaptaría a los nuevos tiempos. La sucesión como «Líder Supremo» fue controvertida, pero no quiero adelantar acontecimientos. El próximo artículo cubrirá el periodo entre 1989 y la actualidad. Hasta entonces.

Relaciones Irán-Occidente (1953-1979)

Continuamos con el especial sobre Irán. En esta entrega podrás leer un resumen del gobierno del último Shah, con especial énfasis en el surgimiento de un fuerte sentimiento anti-occidental entre los estudiantes, intelectuales y opositores al régimen.

Especial «Acuerdo nuclear»
I – Relaciones Irán-Occidente, 1800-1953
II – Relaciones Irán-Occidente, 1953-1979
III – La Revolución Islámica, 1979-1989
IV – Irán después de Jomeini, 1989-1997
V – Los gobiernos de Jatami, 1997-2005
Bonus: Las relaciones no tan secretas entre EEUU y Jomeini


Relaciones Irán-Occidente, 1953-1979

El shah consolida su poder

En la última entrega nos quedamos en el golpe de Estado de 1953. Este golpe no sólo ligó la monarquía de los Pahlaví al apoyo Occidental, sino que además sirvió para que EEUU sustituyese en el imaginario colectivo persa a Gran Bretaña como la gran potencia malvada que amenazaba la independencia de Irán.

En efecto, la disgregación progresiva del imperio británico (que, entre otras cosas, abandonó la India en 1947, tema del que ya hablaremos otro día) y los problemas económicos del gobierno de Londres hicieron que la diplomacia americana tomase el relevo de la británica. El shah Muhammad Reza Pahlavi se convirtió así en el principal socio americano en Oriente Medio, una pieza fundamental en el tablero de la Guerra Fría.

Si en política exterior el Shah se consideraba parte del “mundo libre y democrático”, dentro de sus fronteras reprimió y encarceló todo atisbo de oposición. Los dos partidos títere que se alternaban en el parlamento (llamados por los iraníes el “Partido del Sí” y “Partido sí señor”) fueron complementados con uno de los servicios secretos más implacables y poderosos del tercer cuarto del siglo XX, el célebre SAVAK, hoy rebautizado como SAVAMA.

Anulada la oposición, el shah se centró en continuar el legado de su padre y fortalecer el poder del Estado. Así, se persiguió a las tribus, se impuso el uso del persa como lengua oficial (gran parte de la sociedad iraní, especialmente en las zonas montañosas y rurales, todavía hablaba dialectos túrquicos), se impulsaron las importaciones de bienes occidentales y se intentó crear una clase media “moderna” (asalariada y dependiente del Estado) que sirviese de base social al régimen. Más o menos lo que se cuenta en la segunda de la Breve Historia de Oriente Medio 3.

En 1963, diez años después del golpe, el shah anunció a bombo y platillo un programa de reformas denominado grandilocuentemente “Revolución Blanca”. El nombre se debe a que el shah pensaba que era la forma más eficiente de prevenir una revolución roja, aunque en opinión de bastantes historiadores no sirvió sino para sembrar las semillas de la revolución islámica.

Las medidas modernizadoras consistían, entre otras cosas, en una reforma agraria y un control más estricto de las instituciones religiosas por parte del Estado. La reforma agraria no fue muy exitosa, acabó con uno de los principales apoyos del régimen, la aristocracia terrateniente, y además favoreció un flujo progresivo de emigrantes rurales que se apiñaron en barrios de chabolas en las principales ciudades.

Las medidas contra el clero provocaron una oleada de protestas que tuvo como epicentro Qom, la principal ciudad religiosa de Irán. En ellas destacó un sexagenario ayatollah (¿Qué es eso?) llamado Ruhollah Jomeini. Si bien Jomeini no era por aquel entonces una de las principales figuras religiosas del país, su actitud combativa y rebelde, en contraste con el quietismo conformista de los líderes chiíes, le hizo ganar numerosos adeptos. Por supuesto, las manifestaciones fueron reprimidas a sangre y fuego, y Jomeini tuvo que exiliarse en Irak, donde permanecería hasta 1978.

Anti-occidentalismo y oposición intelectual

Al mismo tiempo, surgía entre los intelectuales y la clase media un fuerte sentimiento de rechazo hacia todo lo occidental. Su primer exponente fue Yalal Al-e Ahmad, un profesor, periodista y escritor de Teherán. He leído un buen número traducciones de sus obras, y puedo deciros es un escritor fascinante, al igual que sobre su esposa, Simin Daneshvar, que ya mencioné ayer.

En todo caso, en 1962 Al-e Ahmad publicó de forma clandestina un ensayo titulado Gharbzadegi, que puede traducirse como Occidentalitis o Intoxicación Occidental. En esta obra, deliberadamente polémica y emotiva, Al-e Ahmad afirmaba que los intelectuales iraníes se habían alejado de su pueblo y sus raíces, adquiriendo además un sentimiento de inferioridad respecto a Occidente, a la vez que la economía se resentía e Irán se convertía en un mero exportador de materia prima a cambio de productos manufacturados innecesarios (una tesis muy parecida a la Teoría de la Dependencia de Cardoso y Faletto para America Latina, aunque expresada de una forma muchísimo más visceral y literaria).

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Yalal Al-e Ahmad junto a su esposa, la también escritora Simin Daneshvar. Fuente, Not Even Past.

La respuesta, indicaba Al-e Ahmad, debía consistir en recuperar la confianza perdida, volver a las raíces (el islam) y rechazar la dependencia de la tecnología occidental alienante e innecesaria. El panfleto fue todo un éxito, y pese a la censura se convirtió en una de las obras más influyentes entre los intelectuales y estudiantes de aquellos años. Su popularidad hizo que incluso Jomeini alabara la obra y adoptara su retórica anti-occidental.

Al-e Ahmad murió en el 69 en extrañas circunstancias. Muchos iraníes pensaron que se trataba de un asesinato político, aunque su mujer desmintió las acusaciones y afirmó que había sido un ataque al corazón. No obstante, otros recogieron su testigo. Occidentalitis presentaba un diagnóstico, pero no ofrecía soluciones. Éstas fueron brindadas por otros autores y movimientos.

Más allá de la miríada de organizaciones marxistas (estalinistas, maoístas, partidarios de la no-violencia, grupos armados…), que tan solo tenían éxito entre los universitarios y ciertos elementos de la clase media “moderna” (que nunca fue muy numerosa), el teórico político más célebre del momento fue un joven sociólogo llamado Alí Shariatí.

Shariatí es una figura fascinante y muy controvertida, y es injusto despacharle en un par de líneas (ya escribiré algo más adelante). No obstante, para la fluidez del texto me limitaré a indicar que Shariatí hizo del anti-imperialismo una de los principales temas de la juventud. En su visión, oponerse a Occidente era igual que oponerse a la dictadura, y reivindicar el Islam y sus símbolos era una forma de reafirmar la identidad nacional iraní, desprenderse de la alienación provocada por el capitalismo y caminar hacia una sociedad sin clases, verdaderamente democrática y por tanto, islámica.

Por supuesto esta lectura pseudo-marxista de los textos islámicos enfureció al clero, más aún teniendo en cuenta que Shariatí los acusaba abiertamente de embaucar y adormecer a las masas con rituales y regulaciones absurdas, de desviarse del sentido revolucionario original del Islam, y de monopolizar la religión. También enfadó a los comunistas, a los que Shariati calificaba de materialistas y ajenos a la voluntad del pueblo.

Por fortuna para todos ellos, Shariati murió en Inglaterra en 1977, después de haber sido sometido a torturas por el SAVAK y escapar por los pelos del país. Es decir, que el movimiento islámico anti-clerical (sobre el que escribí mi tesina) perdió a su voz más popular un par de años antes de la revolución. “Bad timing”, como dicen los ingleses. El principal defensor de la acción revolucionaria no llego a verla materializada.

shariati-jomeiniPancartas con los rostros de Jomeini y Shariatí durante la Revolución. Fuente, The Iranian.

El shah prepara el camino para la revolución

Mientras tanto, Muhammad Reza Pahlaví seguía confiado en su trono, sintiéndose más fuerte que nunca aunque en realidad se estaba quedando más solo que ningún otro gobernante iraní en la historia. En 1975, siguiendo las recomendaciones de un académico de Harvard llamado Samuel Huntington (el del «Choque de Civilizaciones), el shah decidió liquidar el ficticio sistema parlamentario e instaurar un partido único llamado Rastajiz (Resurgimiento).

Al mismo tiempo, inició una campaña contra la especulación, instaurando precios fijos y poniendo en su contra a los propietarios y tenderos del bazar. Las rentas del petróleo, bastante lucrativas tras 1971 (Irán fue de los pocos países que no firmó el embargo contra los países occidentales), fueron invertidas casi exclusivamente en tanques, aviones y armamento pesado. En palabras de un observador estadounidense, “el shah devoraba los catálogos armamentísticos como si fueran revistas porno”.

 Quizá hubiera sido mejor para la estabilidad de su régimen invertir en programas sociales para aliviar la pobreza y el descontento en los barrios chabolistas del sur de Tehrán, o al menos en material antidisturbios de última generación (es mejor dispersar manifestaciones a porrazos y a manguerazos que a tiros). Pero por el contrario se dedicó a llevar a cabo una ambiciosa política exterior.

Entre otras cosas, el shah armó a los kurdos con la colaboración de Israel para que desgastasen a Sadam Hussein, hasta que le arrancó un pacto favorable a los intereses iraníes (los pobres kurdos suelen ser un mero peón en batallas geopolíticas de mayor calibre). El shah quería dejar de ser visto como una marioneta americana, y de hecho se volvió arrogante e insolente.

Si entendéis inglés, por favor disfrutad del siguiente video, donde Muhammad Reza Pahlaví recomienda a los británicos “trabajar más duro para salir de la crisis”, explica que debe invertir el dinero del petróleo en armas en lugar de educación y sanidad “para no crear inflación”, y afirma que “el rey y su pueblo están tan unidos como un padre y su hijo”.

En retrospectiva es fácil reírse, pero me parece que el shah se creía sus propias palabras. Tal vez sus asesores no le informasen con fidelidad, tal vez hiciese oídos sordos a las señales de alarma. En todo caso, la diplomacia americana también se tragó el cuento, y en 1978 el presidente Carter afirmó con toda solemnidad que Irán era un paraíso de estabilidad en el turbulento Oriente Medio.

Según un profesor mío que andaba por Irán en los años 70, los americanos fueron incapaces de prever la que se avecinaba porque, entre otras cosas, apenas tenían personal que hablase persa en la embajada, y se limitaban a aceptar los análisis que les ofrecían sus informantes sin contrastarla sobre el terreno. Durante la revolución la cosa no fue muy diferente, y ninguno de los medios estadounidenses se molestó en mandar a ningún especialista de habla persa.

Entre 1977 y 1979, millones de personas colapsaron las calles de las principales ciudades de Irán, en lo que se ha denominado “revolución iraní” o “revolución islámica”. Si bien el carácter islámico del movimiento es discutible (aunque a mí me convence la posición de autores como Mohsen Milani que mantienen que fue, en efecto, islámica), lo que es innegable es su aspecto anti-occidental.

Los principales grupos implicados, tanto los islamistas clericales, como los “modernistas islámicos”, al igual que los diversos comunistas, marxistas y demás, hicieron de la oposición al imperialismo americano su bandera. La dictadura del Shah y Estados Unidos, se creía, era la misma cosa. En el nuevo país que se iba a construir no quedaba lugar, pensaban, para los que durante más de veinticinco años habían sostenido un régimen represor de las libertades que les había malvendido los recursos nacionales. Una vez Irán recuperara su independencia, se decían, se redistribuiría la riqueza y todos podrían disfrutar de los beneficios del petróleo.

 La revolución de 1979 es uno de mis temas predilectos, al que he dedicado meses de lectura e investigación, y sobre el que escribí una tesina de más de 70 páginas. Al igual que con Shariatí, me parece injusto despacharla en pocas líneas, así que le he dedicado todo un artículo. En todo caso, es preciso tener en mente este carácter anti-americano de la revolución, pues el régimen que se construiría sobre ella lo convertiría en una señal de identidad.

El secuestro de la embajada estadounidense a finales de 1979 por parte de un grupo de estudiantes jomeinistas (la famosa crisis de los rehenes) debe ser entendido en esa línea, pero también en clave de política interna. Y es que esta crisis diplomática sirvió para que Mehdi Bazargan, modernista islámico, liberal, pro-occidental y presidente del gobierno provisional, presentase su dimisión al frente del gobierno, facilitando el ascenso del clerical «Partido de la República Islámica». Se iniciaba así un nuevo capítulo en las relaciones Irán-EEUU, un capítulo que tal vez termine con el acuerdo nuclear y el levantamiento de las sanciones.

En la próxima entrega veremos en detalle la revolución del 79. Hasta la próxima.