Colonialismo y genocidio en Israel y Palestina (I)

Colonialismo y genocidio en Israel y Palestina (I)

Introducción

Este texto está dirigido a todas aquellas personas que no tengan una visión clara sobre el conflicto palestino-israelí. No es estrictamente un artículo de historia ni un análisis de la situación actual, sino más bien una reflexión sobre lo que ha pasado en los últimos meses y sobre la necesidad (o no) de tomar partido. La idea viene motivada por un breve post en redes sociales de mi amigo Anónimo García en el que reflexionaba, entre otras cosas, sobre el escepticismo que le provocaban las informaciones periodísticas y las consignas ideológicas al respecto del conflicto palestino-israelí, la confusión que experimenta cualquier persona que no pueda estar informada sobre el tema, y la necesidad contemporánea de expresar nuestras opiniones o posicionamientos sobre casi cualquier cosa. Anónimo planteaba una serie de preguntas retóricas sobre la cuestión de publicar (o no) un posicionamiento al respecto:

¿A quién voy a acercar o alejar con esta posición? ¿Para qué hablar de lo que solo sé por terceros? ¿Por qué opinar sobre temas de actualidad, que son los árboles que impiden ver el bosque? ¿Qué importa mi posición en un conflicto tan lejano, sobre el que no tengo ningún tipo de influencia, si no es para mostrar admisibilidad moral ante mis contactos?

Queramos o no, la actualidad nos rodea y nos afecta. Uno de los privilegios de vivir en la comodidad clasemediana occidental es poder creer la ficción de que las cosas que suceden a kilómetros de distancia no nos afectan, de que esto no va con nosotros, y de que de todos modos no tenemos nada que hacer al respecto. Esta sensación de impotencia y la apatía que a menudo la acompañan son una de las herramientas más eficaces de los poderosos para poder seguir haciendo lo que quieran sin rendir cuentas a nadie. Sentirse abrumado por la actualidad internacional es totalmente comprensible, que bastante tentemos con el día a día cotidiano. No obstante, posicionarse en un tema aparentemente lejano y complejo como el conflicto palestino-israelí no es un mero ejercicio de postureo moral. Es un acto de responsabilidad civil, aunque “no sirva para nada.” Esta es una de tantas formas de reivindicar nuestro papel en la sociedad como ciudadanos políticos y no como meros consumidores pasivos. Parte del dinero de nuestros impuestos acaba siendo parte del conflicto de forma indirecta, así que no está de más interesarnos sobre lo qué está pasando y nuestro papel en todo esto. Por otro lado, nunca viene de más hacer un ejercicio de análisis crítico, especialmente ante un conflicto que pone en tela de juicio todo el orden internacional surgido de la Segunda Guerra Mundial y los valores liberales teóricamente abanderados por el bloque occidental.

Además, posicionarse no es malo, especialmente si estamos convencidos de ello. Sin ir más lejos, al citar a Anónimo y llamarle amigo mío en este artículo ya me estoy significando y posicionando activamente respecto a su conocido caso, que le ha complicado muchísimo la vida. No gano nada con ello, y de hecho incluso puede que me gane detractores, pero es lo que considero justo. Pues, con Palestina e Israel es lo mismo, pero a una escala muchísimo mayor.

Estas reflexiones me ha llevado a escribir este artículo, dividido en varias partes para que su lectura sea más cómoda. Aunque en los últimos cuatro años años he ido dejando la divulgación en un segundo plano para centrarme en la investigación (que es lo que me da de comer al fin y al cabo), llevo un tiempo queriendo expresarme públicamente sobre la guerra abierta entre Hamás e Israel iniciada el 7 de octubre de 2023. Si bien yo no soy nadie ni una especial autoridad para hablar de este tema, soy consciente de que tengo cierto público (por pequeño que sea) y tal vez una responsabilidad de resumir e interpretar los eventos para quienes puedan tener interés en ello pero no tengan tiempo o capacidad para informarse y analizar la abrumadora cantidad de informaciones que nos llegan sobre el tema. Este texto es pues el resultado de meses de presenciar horrores indescriptibles en tiempo real, y de la necesidad imperiosa de tomar partido en un momento histórico que creo que será crucial para los años venideros. Espero que esto pueda servir de ayuda a alguien.

Para ir con las cartas descubiertas y que no se me acuse de nada, voy a dejar mi posición clara desde el principio: en este texto quiero explicar por qué creo que Israel es un Estado colonial que aplica un régimen del apartheid en los territorios que ocupa de 1967, y por qué todas las evidencias apuntan cada vez más claramente al hecho de que Israel está cometiendo un genocidio en Gaza. Estas son palabras graves; quienes me seguís desde hace tiempo sabéis que suelo ser bastante parco en adjetivos calificativos, y que trato de evitar interpretaciones tremendistas o maniqueas. En este caso, no obstante, creo que es necesario decirlo con claridad: Israel es un Estado colonial que está cometiendo (por acción y por omisión) un Genocidio en Gaza. Las pruebas son, a día de hoy, incontestables. Este texto es una pues un intento personal de explicar cómo he llegado a esta conclusión, y un intento de convencer a quienes no lo tienen tan claro (o quienes no saben nada) de que este es el caso (y que es necesario expresarnos abiertamente al respecto).

En este primer artículo voy a dar argumentos a favor de aplicar el adjetivo «colonial» para referirnos tanto al proyecto sionista como a Israel. Esta no es, ni mucho menos, una tesis valiente o novedosa. Muchos antes que yo lo han usado y razonado de una forma mucho más elocuente y elegante. Antes de eso, no obstante, voy a ofrecer un breve resumen de lo sucedido desde octubre hasta ahora, aunque omitiendo muchísimos detalles.

Checkpoint de Qalandiyah (entre Jerusalén y Ramala), junio de 2016. Foto de Ahmad Al-Bazz/GroundTruth

La Guerra en Gaza y el debate público

Los detalles de la última escalada de violencia en Gaza son de sobra conocidos, pero he aquí una breve recapitulación de los hechos de la forma más aséptica e imparcial posible.  El 7 de octubre de 2023, Hamás una organización armada no-estatal (una forma más precisa de definirlos que el término “terroristas”, aunque sin duda Hamás emplea tácticas terroristas) que controla el enclave de Gaza, realizó una incursión sin precedentes en territorio israelí acompañada del lanzamiento de miles de cohetes. Además de atacar objetivos militares, los de Hamás asaltaron un festival de música y varios kibbutz, asesinando a numerosos civiles y capturando cientos de rehenes en una acción terrorista sin precedentes en la historia de Israel. El ataque, parece ser, pilló totalmente por sorpresa al ejército israelí. El total de bajas israelíes superó el millar. En las horas que siguieron, el ejército israelí recuperó el control de las zonas residenciales; algunos civiles murieron en el fuego cruzado. Como represalia, Israel lanzó una operación a gran escala contra la franja de Gaza con el objetivo declarado de liberar a los rehenes y acabar con Hamás. Los intensos bombardeos fueron acompañados de intervenciones terrestres y de un bloqueo de suministros por parte de Israel.

Siete meses después, la operación israelí en Gaza continúa. Decenas de miles de palestinos, una tercera parte de ellos niños, han muerto como resultado. Muchos más han quedado mutilados y traumatizados de por vida. Cientos de miles de personas se han visto forzadas a desplazarse. La infraestructura civil de Gaza (instituciones educativas y sanitarias, administración pública, saneamiento y electricidad) ha quedado reducida a escombro y cenizas, al igual que buena parte de los edificios residenciales y comerciales. La hambruna y las enfermedades merman a la población, que subsiste en muchos casos hacinada en condiciones dificilísimas. La escala de la destrucción es tal que Sudáfrica ha acusado a Israel de genocidio ante la Corte Internacional de Justicia. El mismo tribunal ha dictaminado que Israel debe detener su ofensiva en Rafah por el gran peligro en el que pone a la población civil. El Tribunal Penal Internacional, por su parte, ha comenzado los procedimientos para arrestar a los líderes de Hamás y del gobierno israelí. Fuera de las fronteras de Palestina e Israel, Yemen lleva meses atacando buques mercantes que cruzan el mar Rojo con destino a Israel, lo que ha llevado a una respuesta occidental. Mientras tanto,  Israel está interviniendo en el norte del Líbano, intercambiando fuego con Hezbolá (un partido político y organización paramilitar libanesa, un verdadero Estado dentro del Estado). También se ha producido una escalada entre Israel e Irán después de que Israel atacase con misiles de precisión el consulado iraní en Damasco, a lo que Irán respondió con un ataque aéreo con drones y proyectiles varios.

Las ruinas de Gaza. Fotógrado: Eyad Baba (trabaja para AFP, esta foto está extraída de su Facebook)

En Occidente, el asunto se vive desde la comodidad que da la distancia. Los Estados e instituciones parecen haberse situado del lado israelí, especialmente Alemania (alegando su responsabilidad Histórica por el Holocausto) y EEUU. Entre la opinión pública, hay quienes eligen posicionarse a favor o en contra de la operación israelí y quienes optan por no tomar partido, ya sea por desinterés o por abrumadora variedad de informaciones contradictorias que podemos leer y oír. A la ingente cantidad de imágenes y vídeos que han aparecido se suman no pocas fotos y vídeos errónea y malintencionadamente atribuidos (por ejemplo, escenas de la guerra civil Siria), además de numerosas imágenes generadas por IA. En los medios de comunicación y en las redes sociales el debate se plantea sin claroscuros, reducido a menudo a una caricatura, aunque también hay discusiones con más matices que quedan sepultadas bajo el ruido.  

Los partidarios de Israel más moderados justifican la operación aludiendo al derecho de autodefensa y a la necesidad imperiosa de acabar con Hamás para salvaguardar la seguridad del Estado israelí. Hamás, al fin y al cabo, busca la destrucción de Israel y la eliminación de los judíos tal y como hicieron los nazis. Sobre las bajas civiles (eufemísticamente denominadas “daños colaterales”) aseguran que son el resultado inevitable de la estrategia de Hamás de mimetizarse entre la población civil a quienes usan como escudos humanos. Además, dicen, el ejército israelí es extremadamente cuidadoso en sus procedimientos y trata de evitar víctimas civiles, a pesar de que muchos gazatíes simpaticen con Hamás. La extrema violencia de los ataques de Hamás, y su retórica abiertamente antisemita y genocida (ya que aspiran a la aniquilación del Estado de Israel y varias veces han manifestado su deseo de acabar con los judíos), es una causa más que justificada, dicen, para una intervención militar en la Franja. La densidad de población de la Franja hace que sea imposible evitar “daños colaterales”.

Por otro lado, quienes critican la operación israelí y piden un alto el fuego, sin que ello quiera decir necesariamente que apoyen a Hamás o siquiera a Palestina, señalan la desmesurada cantidad de víctimas civiles, el elevado grado de destrucción, y la situación de emergencia humanitaria que afronta la población gazatí. Las cada día más numerosas voces que sostienen que Israel está cometiendo un genocidio señalan el discurso deshumanizador del gobierno y los medios israelíes, los numerosos crímenes de guerra cometidos por miembros del ejército israelí, una política supuestamente deliberada de privación y debilitamiento de la población civil mediante la inanición, la destrucción sistemática de infraestructura civil, y los constantes desplazamientos forzosos de la población. La situación amenaza con socavar los principios del “orden liberal internacional basado en reglas” que surgió tras la segunda Guerra Mundial. El propio Josep Borrell, alto representante de la UE para exteriores, ha admitido que habrá que acabar eligiendo entre la legalidad internacional y el apoyo a Israel.

Intercambio de proyectiles en Gaza, abril de 2024. Foto: Eyad Baba

Israel, ¿un Estado colonial?

Demos un salto atrás en el tiempo. Como historiador implicado en la divulgación e inicialmente especializado en historia contemporánea de Oriente Medio —luego la vida me ha llevado por otros derroteros—, he leído bastante y he escrito varios artículos al respecto del conflicto palestino israelí. En general, me baso en la obra de autores israelíes como Benny Morris (sionista moderado), Ilian Pappe (antisionista) y de palestinos como Rashed Khalidi (sí, admito que faltan voces femeninas entre mis referencias). En este artículo, La Nakba, el éxodo árabe para crear el Estado de Israel doy un breve repaso a los antecedentes del conflicto y argumento que en 1948 Israel realiza un intento de limpieza étnica en la Palestina histórica. Esta limpieza étnica no fue una consecuencia desafortunada de la guerra, sino un plan premeditado e ideado por las altas esferas del nuevo Estado israelí. La Nakba creó numerosos refugiados palestinos y propició la creación de organizaciones como la UNRWA. En El incierto futuro de los refugiados palestinos en la diáspora hablo de la situación especial de los refugiados palestinos y sus descendientes en varios países árabes.

Por supuesto, la historia es siempre compleja. No quiero decir que Israel sean “los malos” y Palestina “los buenos”; del mismo modo, no quisiera equiparar los Estados o proyectos de Estado con los pueblos que dicen representar. Los judíos no llegan a Palestina en 1948: algunas familias habían residido en la región durante siglos, mientras que muchos otros llegaron principalmente desde Europa en diversas oleadas migratorias, muchas de ellas militantes (es decir, organizadas por grupos y asociaciones políticas) e irregulares (o lo que es lo mismo, contra la legislación vigente en la época y los designios de los británicos, que desde 1920 hasta 1948 controlaron formalmente Palestina). Las relaciones entre los inmigrantes judíos y los habitantes nativos de la región tuvieron distintas fases, y no siempre se caracterizaron por la violencia. No obstante, durante la década de 1940 la tensión era altísima, y había habido varios ataques y masacres de árabes a judíos, y viceversa.

Puedo argumentar sin problemas que el proyecto sionista es un proyecto colonial. Eso no quiere decir que todas las personas que emigraron a Palestina fueran colonos o tuvieran intenciones hostiles, pero sin duda, muchos grupos de la época tenían una perspectiva colonial en mente. ¿Por qué es colonial el sionismo? Muy sencillo. La idea de que los judíos merecen vivir y construir un Estado en los territorios que ocupaba el reino de Israel en el primer milenio antes de Cristo (o de la Era Común, como decimos los historiadores últimamente) se basa en una pretendida legitimidad histórica que ignora a las personas que vivían en esa tierra, y las vicisitudes ocurridas en los dos milenios y medio pasados entre la destrucción del Templo y la llegada de los primeros inmigrantes sionistas. Es un proyecto colonial porque no busca integrarse en una comunidad existente o mezclarse con la población, sino que plantea la fundación de un nuevo Estado en el que un grupo dominante (los judíos) se impondría sobre los nativos o directamente los expulsaría. Esto no me lo estoy inventando. Basta con leerse textos del Beitar (una organización sionista de los años 20-30 que aspiraba a la creación de un Gran Israel) para ver que la retórica de la limpieza étnica no es nueva. Uno de los lemas fundacionales de Israel, “una tierra sin pueblo para un pueblo sin tierra”, también refleja la ideología colonial, mostrando Palestina como una tierra prometida, deshabitada y lista para ser colonizada.

Poster del Beitar mostrando a Jabotinsky. Fuente: Beitar Australia

Los proyectos coloniales cuentan siempre con actores en el terreno que lo hacen avanzar, aunque ellos individualmente no tengan intenciones de colonizar la tierra o someter a la población nativa. Es un caso que estudio en mi tesis doctoral, en la que me centro en los españoles que habían emigrado a la Argelia colonial francesa a finales del XIX, algunos de los cuales serían llamados “Pied Noirs” décadas después. Estos inmigrantes eran personas humildes que buscaban mejorar su situación personal, y que no tenían nada que ver con los designios imperiales de las autoridades francesas. No obstante, fueron instrumentales en la frontera colonial, y sin su sudor y su sangre, la Argelia francesa no hubiera sido productiva. De algún modo, muchos de los inmigrantes judíos llegados a Palestina/Israel en los años 20, 30 y 40 me recuerdan a ellos. Pero estoy saliéndome un poco del tema. Lo que quiero decir es que, si bien creo que se puede hablar claramente del proyecto sionista como un proyecto colonial que busca crear un nuevo Estado a expensas del grupo que ocupaba esas tierras precedentemente, no sería acertado decir que los inmigrantes que hicieron posible tal proyecto sean todos colonialistas. La crítica es a la ideología y a las instituciones surgidas para defenderla, no a las distintas comunidades judías que participaron y participan en ello.

El colonialismo es compatible con la retórica democrática. Tanto en la Argelia francesa como en la India británica se celebraban elecciones.  El Estado de Israel es sin duda democrático, con una sociedad civil activa. Los árabes tienen representación democrática y en teoría los mismos derechos que los ciudadanos israelíes, aunque también sufren discriminación. Entre la propia población judía de Israel existe discriminación y racismo. Quizá el caso más paradigmático sea el de los Beta Israel, una ancestral comunidad de judíos negros de origen etíope. El Estado de Israel encierra muchas contradicciones; la más importante es la tensión entre los valores democráticos y liberales en los que supuestamente se fundó, la situación con la población palestina tanto en Israel como en los territorios ocupados, y el ascenso de un ideario que pasa por transformar Israel en un etnoestado teocrático, algo que queda reflejado en la Ley del Estado-nación Judío de 2018. En los últimos años, los gobiernos de Netanyahu han puesta también en tela de juicio la estabilidad institucional de Israel. La polémica reforma judicial de 2023 provocó una oleada de protestas que casi hace caer el gobierno, aunque el inicio de la guerra pospuso la resolución de la crisis.

Israel es también un Estado que ocupa unos territorios que no son propios, tanto Gaza como Cisjordania. Es cierto que estas ocupaciones se produjeron en contextos de guerras defensivas, aunque también podría decirse que, desde la perspectiva árabe, esas guerras también eran defensivas y buscaban recuperar los territorios perdidos en 1948). La historia de Palestina desde 1948, por otro lado, es la de un proyecto de Estado que no logró consolidarse, en parte por la presión Israelí, en parte por el expansionismo de los Estados árabes de Egipto y Jordania, y en parte por una serie de malas decisiones de sus distintos líderes. En general, las organizaciones palestinas, desde las comunistas hasta las islamistas pasando por los distintos grupos laicos y liberales, optaron por no reconocer las fronteras israelíes y no renunciar ni al derecho al retorno de los refugiados (no olvidemos que la guerra del 1948 se saldó con una enorme crisis de refugiados) ni a la lucha armada para recuperar unos territorios que ellos consideraban ilegítimamente ocupados. No entraré en detalles para no hacer el texto eterno. Aún a riesgo de minimizar la agencia de los palestinos, se puede decir sin temor a dudas que desde la derrota árabe en la guerra de los Seis Días (1967), Israel mantiene una ocupación efectiva y casi permanente de Cisjordania, acompañada por un movimiento de colonos sionistas que han construido una serie de asentamientos ilegales bajo el derecho internacional.

Poco después de acabar la guerra del 67, el Consejo de Seguridad de la ONU aprobó por unanimidad la famosa resolución 242. En plena Guerra Fría, EEUU y la Unión Soviética (y otros miembros permanentes y no permanentes del Consejo, como Francia, Japón, Etiopía, la India o Bulgaria), se pusieron de acuerdo para trazar un plan de paz que partía de la retirada de las tropas israelíes de los territorios que habían ocupado en la última guerra (que incluían, aparte de Cisjordania y Gaza, la península de Sinaí en Egipto y los Altos del Golán en Siria) a cambio del reconocimiento por parte de los estados árabes de la legitimidad del Estado de Israel y de sus fronteras. El acuerdo fue cumplido solo parcialmente: ni Israel se retiró completamente de sus zonas conquistadas (aunque sí de algunas), ni las organizaciones palestinas (que operaban desde países vecinos, como Líbano o Jordanía) o los países árabes circundantes reconocieron inequívocamente a Israel. La “solución de los dos Estados” no fue aceptada por los países árabes y por la organización palestina dominante, la OLP, hasta finales de los 80. Israel tampoco la adoptó de forma decidida pues a la vez que cumplían algunos de los acuerdos, ignoraba sistemáticamente otros.

Los asentamientos israelíes en Cisjordania (los de Gaza fueron desmantelados en los 90) no han dejado de crecer. En la actualidad, la población de colonos israelíes en Cisjordania supera el medio millón de personas. Y no viven en poblados informales; en muchos casos son auténticas urbanizaciones y comunidades valladas, protegidas por el ejército israelí y con acceso privilegiado a los recursos y accesos. En este mapa y en este otro se puede apreciar cómo Cisjordania es en la actualidad un queso gruyere en el que las comunidades palestinas están aisladas entre sí, con movilidad restringida y con una buena parte del territorio inaccesible para ellos, aunque sí para los israelíes y turistas extranjeros. El ejemplo más evidente para los occidentales sería el Mar Muerto: todos hemos visto fotos de turistas en el Mar Muerto, que mucha gente cree que está en Israel. Sin embargo, se encuentra en los territorios considerados palestinos en la actualidad, aunque la realidad práctica es que los palestinos tienen prohibido el acceso por la ocupación israelí. Desde los años 90, y especialmente tras la instalación de checkpoints permanentes, la instalación de un muro de separación física, la situación ha llegado a un punto en el que organizaciones como Amnistía Internacional o Human Rights Watch utilizan el término apartheid para referirse al sistema discriminatorio establecido por la ocupación israelí y a las constantes violaciones de derechos fundamentales que experimentan los árabes en Israel y los Territorios Ocupados. El mismo término es empleado por organizaciones de la sociedad civil israelí como B’Tselem, que en 2022 publicaba un informe demoledor sobre el estado de la democracia en Israel y los Territorios Ocupados. En este enlace se puede acceder a un informe de 11 páginas publicado en castellano por la misma organización en el que desarrollan sus argumentos.

Asentamiento israelí en Cisjordania. Fuente: Palestine Portal

En resumen, creo que es lícito usar el término «colonial» para definir tanto al proyecto sionista como al Estado de Israel. Al fin y al cabo, el sionismo plantea crear un Estado propio para los judíos ex-novo, en unos territorios que contaban ya con una población previa. El plan sionista pasaba por fomentar la inmigración voluntaria de judíos a la Palestina histórica. Durante el Mandato Británico, las organizaciones militantes (y terroristas) sionistas, como el Irgún, atentaron tanto contra objetivos británicos como contra la población árabe. Tras la independencia, Israel llevó a cabo una limpieza étnica que no llegó a término gracias a que algunos miembros del ejército israelí se opusieron a llevar a término las órdenes de «evacuación» (es decir, expulsión) de la población civil palestina. El ejemplo más conocido es Ben Dunkelman, que se negó a echar a la población árabe de Nazaret de sus casas, dado que la ciudad se había rendido pacíficamente. Una buena parte de las organizaciones sionistas, como el Beitar, aspiraban a crear un Gran Israel que abarcase ambas orillas del Jordán y llegase hasta el Mediterráneo. El Estado judío que aspiraban a crear contaría con una mayoría de población hebrea. Los árabes y habitantes nativos que no pudieran ser «reubicados» tendrían un estatus subalterno.

En la actualidad, encontramos un Estado que se autodefine como «el hogar nacional del pueblo judío» donde se niega el derecho de autodeterminación de cualquier otro pueblo. La Tierra de Israel, dice la ley básica de 2018 y una buena parte del establishment intelectual israelí, pertenece al pueblo judío por derecho histórico y bíblico, ya que era donde se ubicaba el reino de Israel (independientemente de que eso fuera hace más de dos milenios y de que incontables pueblos y estructuras políticas hayan pasado por dichas tierras). Las leyes israelíes otorgan un estatus privilegiado a la lengua hebrea y priorizan la inmigración de judíos de todas partes del mundo, a la vez que niegan el derecho de retorno de los expulsados en 1948 y sus descendientes. Una quinta parte de la población de pleno derecho del Estado de Israel es árabe, si bien en la práctica hay una segregación. Las ciudades son por lo general hebreas o árabes, con pocas localidades mixtas. Los árabes tienen prohibido viajar a muchas zonas y a la Palestina ocupada, y están concentrados en apenas un 3% del territorio. Los ciudadanos árabes están exentos de servicio militar y pueden votar en las elecciones, pero hasta la fecha ningún partido árabe ha sido parte de ningún gobierno nacional.

En Cisjordania, la potencia ocupante (Israel) actúa como un auténtico poder colonial. No solo está incentivando y apoyando el asentamiento de cientos de miles de colonos israelíes en tierras pertenecientes a los palestinos, sino que además está haciendo lo posible por separar y segregara la población local. Los múltiples checkpoints ralentizan los desplazamientos durante horas. Los palestinos no pueden acceder libremente a una buena parte del territorio. Los colonos israelíes pueden utilizar carreteras y accesos completamente vedados para los palestinos. El ejército israelí realiza de forma rutinaria registros aleatorios en residencias civiles a altas horas de la madrugada. Cada familia palestina ha sufrido al menos una de estas humillantes experiencias. Muchos ex-soldados israelíes, traumatizados por sus acciones, han dejado sus testimonios en la web de la organización Breaking the Silence (en inglés). Otra organización israelí, B’tselem, lleva años documentando los abusos del Estado israelí y de los colonos y su campaña sistemática de acoso y expropiación de tierras e inmuebles palestinos. En la práctica, la población de Cisjordania no puede moverse libremente por su país, y no puede gozar de una estabilidad y una seguridad básicas. Los colonos israelíes, con el beneplácito del Estado, acosan a los palestinos y les roban sus propiedades en todo el territorio. El objetivo último de esta política es forzar la emigración de los palestinos y allanar el terreno para conseguir una anexión efectiva de un territorio que, en la práctica, está controlado por Israel.

El sionismo es por tanto un proyecto colonial, dado que desde su origen plantea la creación de un Estado exclusivo para judíos (aunque no hubieran nacido originalmente en dichas tierras), un Israel «desde el río hasta el mar». El Estado de Israel ha llevado a cabo unas políticas segregadoras y discriminatorias hacia su población árabe. En Cisjordania, Israel ha actuado como un auténtico ocupante colonial, limitando severamente la movilidad y el acceso a los recursos de la población local, a la vez que favorecía el asentamiento de colonos israelíes.

Un soldado israelí fotografiado mientras durante la quema de la biblioteca de Al Aqsa, en Gaza, primavera de 2024.

Añadido: reforzando el colonialismo de Estado

Estamos a 25 de julio de 2024. Estoy preparando la siguiente parte del artículo, pero desde que publiqué este texto hace dos meses (el 27 de mayo) hasta ahora han pasado tres cosas que refuerzan mi argumento aún más.

En primer lugar, Israel ha decidido anexionarse por decreto la mayor cantidad de tierras de Cisjordania en tres décadas. En 2024 se ha anexionado tanto territorio palestino como en los últimos treinta años. Tela. La anexión de las tierras palestinas en Cisjordania busca aumentar el área de los asentimientos, e impedir la continuidad territorial palestina. El ministro Smotrich ha admitido que su plan es impedir la creación de un Estado palestino. Esta política oficial va acompañada por las acciones de los colonos israelíes, que llevan años amedrentando a la población palestina en Cisjordania, ocupando sus casas y arrasando sus campos de cultivo, y que han redoblado sus esfuerzos desde el 7 de octubre. La “legalización” o “anexión oficial” no es sino un reconocimiento a algo que llevaba un tiempo sucediendo de facto.

Paralelamente, el Parlamento Israelí aprobó esta semana una resolución en contra de la creación del Estado Palestino, una admisión explícita de que rechazan la solución de los dos Estados defendida por la comunidad internacional. No deja de ser curioso el hecho de que, por mucho que se empeñen los EEUU, España, y los países del bloque occidental, la solución de los dos estados está cada vez más lejos que nunca. El reconocimiento del Estado palestino no es sino una medida cosmética, especialmente si no va acompañada de sanciones a Israel, algo que (desgraciadamente) sabemos que no sucederá.

En tercer lugar, la Corte Internacional de Justicia, principal órgano jurídico de la ONU, ha emitido un dictamen consultivo sobre las acciones y políticas de Israel en los territorios palestinos ocupados, incluyendo Jerusalén. El dictamen es la respuesta a una petición de la asamblea general de la ONU muy anterior al inicio de la guerra entre Hamás e Israel. El documento, al que no se ha dado mucha importancia en los medios de comunicación españoles, tiene 83 páginas y expone de forma contundente las continuas violaciones del Derecho Internacional por parte de Israel como potencia ocupante en Cisjordania, Jerusalén y Gaza. La Corte Internacional es clara: la política israelí de asentamientos es contraria al derecho internacional; no hay diferencia entre los asentamientos de iure y de facto [esto es importante, véase el punto 112 del dictamen, en la página 35]; las anexiones de tierra son ilegales; los israelíes se enriquecen de forma ilícita de los recursos naturales palestinos y priorizan a los colonos en el acceso a recursos esenciales como el agua; e Israel discrimina sistemáticamente a la población palestina en los territorios ocupados.

Un ejemplo de esto último especificado en el dictamen es la cuestión de la discriminación jurídica: los colonos israelíes en territorio palestino ocupado están sujetos a la ley israelí y son juzgados en tribunales civiles, mientras que los palestinos son juzgados por tribunales militares. El dictamen también señala que Israel ha utilizado una violencia desproporcionada contra los palestinos, y confirma que ha llevado a cabo acciones y políticas que han causado el desplazamiento forzoso de cientos de familias. Aunque no tienen la capacidad para imponer sus decisiones a Israel, la CIJ señala que la ocupación debe terminar, que los asentamientos deben ser desmantelados, que los palestinos desplazados deberían poder volver a sus casas, y que Israel debería compensar a las víctimas de sus políticas.

En otras palabras: Si no es colonialismo, ¿cómo llamamos a un proyecto que niega el derecho de los palestinos de vivir en sus tierras, de construir un Estado propio, y que aspira a expulsarlos? ¿Cómo podemos denominar a una idea de Estado que no respeta la legalidad internacional, que incita a sus ciudadanos a establecerse en unas tierras ocupadas y que segrega a la población local, sometida a un régimen de ocupación permanente? ¿Cómo llamamos a la política de hacer la vista gorda a la violencia de los colonos y a legalizar las tierras y viviendas que han tomado a la fuerza? ¿Cómo podemos referirnos a los colonos si no es con el término “colonos”? ¿Cómo denominar a Israel salvo como Estado colonial, si no acepta la existencia de Palestina?

Los argumentos contra calificar a Israel como un Estado colonial suelen aducir el hecho de que el Reino de Israel se encontraba en ese territorio dos mil años atrás, y que el pueblo judío siempre ha tenido una conexión especial con “Tierra Santa.”  Más allá del hecho de que este argumento convierte al Estado de Israel en el único representante legítimo de los judíos (algo que ya es problemático de por sí), parece ser que solo la historia bíblica es importante, que los dos milenios de diáspora son una anécdota, y que las poblaciones semíticas que han vivido ahí estos últimos dos milenios (a los filisteos, samaritanos y judíos originales habría que  sumar los grecorromanos, arameos, árabes y demás que se asentaron en la zona y mezclaron con ellos) no tienen nada que decir con respecto a la tierra en la que ellos y sus ancestros nacieron.


En el próximo artículo desarrollaré el argumento sobre el genocidio.

Los 6 errores de Turquía en Siria

Adaptación y traducción libre, sintetizada y resumida de un artículo de Sibel Oktay para The Conversation. (Artículo original). 

A raíz del atentado del aeropuerto de Estambul, la académica y analista Sibel Oktay reflexiona sobre la política exterior turca. En su opinión, Erdogan ha cometido 6 graves errores o pecados. La mayoría de ellos tienen que ver con la guerra civil siria. Para cotextualizar, en este otro artículo ofrezco un resumen detallado de la dimensión internacional del conflicto sirio.

En un principio, Turquía adoptó la que oficialmente fue conocida como la «política de 0 problemas con los vecinos». (Explicación del Ministerio de exteriores turco). La idea inicial era aumentar la influencia turca en los Balcanes, el Cáucaso y el Oriente Medio árabe mediante una estrategia de disensión y relaciones amistosas. Esta estrategia tuvo cierto éxito, Siria y Turquía reabrieron sus fronteras y las familias de al-Assad y Erdogan pasaron juntos unas vacaciones.

assadLos Erdogan y los Assad, en feliz armonía. Fuente.

No hablaremos aquí de asuntos internos turcos, pero para el lector no familiarizado con Turquía que quiera saber más recomiendo buscar información sobre las protestas del parque Gezi, el ascenso y caída del movimiento Gülen y la aparición del HDP. Estos tres fenómenos son contemporáneos a lo que hoy veremos.

Entre 2009 y 2012, laestrategia «0 problemas» se vino abajo. Primero, Erdogan y el entonces presidente israelí Shimon Peres tuvieron una pequeña bronca en el Foro Internacional de Davos, tensiones que se agravaron cuando el ejército israelí interceptó la famosa Flotilla de la Libertad. Surgieron problemas poco después con Armenia y Azerbaiyán. La primavera árabe y el fin de Mubarak enfrío las relaciones entre Turquía y Egipto. Y finalmente, el inicio de la guerra civil siria en 2012 hizo saltar por los aires la retórica de los «0 problemas». Erdogan vio en la represión violenta de al-Assad una línea roja, y comenzó a plantearse la posibilidad de apoyar un cambio de régimen. Aquí empezó la cadena de errores:

  1. Entrar en el conflicto. Turquía empezó a apoyar a las «facciones moderadas» (como el Ejército Sirio Libre) de la oposición a al-Assad. Al poco tiempo comenzó a suministrar armas también a grupos salafistas violentos cercanos a al-Qaeda, incluyendo el frente al-Nusra. El problema de dar armas y apoyo logístico a grupos sobre los que no ejerces un control sólido es que estos pueden perseguir agendas y estrategias opuestas a las tuyas y molestar a tus aliados.
  2. Subestimar al Daesh. Cuando Daesh se escindió de al-Qaeda en Irak el asunto pasó relativamente desapercibido, a pesar de los intereses económicos turcos en el norte de Irak. Cuando entraron en Siria no fueron percibidos como una amenaza para las fronteras turcas, sino un contendiente más en la guerra contra al-Assad. Daesh capturó Mosul (Irak) en 2014, tomando como rehenes a medio centenar de trabajadores del consulado turco en la ciudad. Supuestamente, para garantizar su liberación, Turquía transfirió material de guerra al grupo terrorista, sin considerar que más tarde este material podría ser utilizado en su contra.
  3. No controlar la frontera con Siria. El país vecino estaba en caos. Era de esperar que, arovechando el vacío de poder, los distintos actores de la guerra siria, especialmente los islamistas, buscaran penetrar por la frontera norte y asentarse en suelo turco. Daesh en concreto se estableció en ciudades como Adiyaman, reclutando soldados para su guerra en Siria y organizando brutales atentados contra objetivos civiles. Sin embargo, Otkay olvida mencionar aquí que millones de personas huían del conflicto. 3 millones buscaron refugio en Turquía, que vio su población aumentada en un 2,5%. Ante la dramática situación humanitaria, abrir las fronteras parecía una de las soluciones menos malas.
  4. Atacar a los kurdos. Ante la desestabilización de Siria y el fracaso del Ejército Siria Libre, los EEUU, uno de los principales aliados de Turquía, decidieron apoyar al YPG, la sección militante siria del PKK (principal partido kurdo y organización terrorista). Y es que su éxito frenando el asedio de Kobane les hacía aparecer como uno de los pocos grupos que podían oponerse efectivamente a al-Assad y el Daesh, sin el peligro de tomar una deriva salafista violenta. El problema aquí es que para el gobierno turco, las organizaciones armadas kurdas son una amenaza de primer nivel, dada la complicada y violenta historia de los últimos 30 años. De modo que Turquía, ignorando los designios de su aliado en la OTAN, centró sus esfuerzos militares en debilitar a los kurdos mediante ataques aéreos en lugar de luchar contra Daesh.
  5. Perder credibilidad ante EEUU. La lucha unilateral de Turquía contra los kurdos del norte de Siria, apoyados por EEUU, hizo dudar a los norteamericanos de la fiabilidad de su aliado. Empezaron a surgir voces criticando la política de Erdogan y acusándole de tibieza frente al Daesh. Las acusaciones (no demostradas) de connivencia y compra-venta de petróleo entre el gobierno de Erdogan y el grupo terrorista empezaron a parecer verosímiles en Occidente. Ankara comenzó a estar aislada internacionalmente.
  6. Enfadar a Rusia. Las relaciones entre Putin y Erdogan tocaron fondo cuando los turcos derribaron un avión ruso que, supuestamente, había penetrado en el espacio aéreo turco. Esto sucedió poco después de que Rusia decidiera intervenir activamente en el conflicto para apoyar a al-Assad y mantener su base en el Mediterráneo, lo que permitió al gobierno sirio ganar mucho terreno perdido. Las consecuencias del derribo del avión fueron un embargo ruso a las exportaciones turcas, sanciones económicas y dificultades en la concesión de visados y limitaciones en el turismo. Es decir, graves problemas para la economía turca.

Es fácil relacionar estos errores con la serie de atentados que se ha producido en Turquía en el último año y medio. En mi opinión personal, estos ataques también habrían podido producirse si Turquía se hubiera mantenido al margen de la guerra, no hubiera intercambiado armas por rehenes o hubiera controlado de forma más firme la frontera con Siria.

En todo caso, el atentado del aeropuerto de Estambul pone en serias dificultades al gobierno turco, que ve peligrar el sector turístico. Aislada internacionalmente y sin los ingresos y el empleo del turismo, los problemas internos de Turquía podrían amenazar la hegemonía de Erdogan y el AKP. En ese sentido, Turquía ha dado un par de pasos destinados a mejorar su situación diplomática.

  1. Erdogán ha pedido disculpas públicamente por derribar el caza ruso. El gobierno turco espera así normalizar las relaciones con su vecino, recuperar los lazos económicos y relanzar el sector turístico.
  2. Israel y Turquía han reabierto relaciones diplomáticas con un acuerdo firmado recientemente. Ambos gobiernos intercambiarán embajadores, Israel compensará económicamente a los familiares de los turcos fallecidos en el ataque a la flotilla, y las ONGs turcas serán autorizadas a llevar ayuda humanitaria a Gaza.

Todo parece que Turquía intenta abandonar su agresiva política exterior de los últimos años y volver a la dinámica de «0 problemas». Sus relaciones con Rusia dependerán en última instancia de su rol en Siria, aunque los últimos acontecimientos parecen indicar que las tensiones se relajan. El tiempo dirá si esto es un verdadero cambio de rumbo en la diplomacia turca, o si Erdogán proseguirá con su programa otomanista e intransigente.

Independencia y Guerra Fría

Continuamos con la síntesis histórica de la evolución de Oriente Medio en los últimos 75 años. Ya hemos visto el colonialismo y sus efectos. Veamos ahora qué pasó cuando los distintos países alcanzaron su independencia. En esta Breve Historia de Oriente Medio nos vamos a centrar de ahora en adelante en  el establecimiento de los Estados postcoloniales.

Las simplificaciones y omisiones son inevitables para que fluya la narrativa, por lo que esto ha de considerarse una contextualización introductoria. Hoy hablaremos de la independencia y la influencia occidental durante la Guerra Fría. En los siguientes artículos hablaremos de las revoluciones y golpes de Estado militares, el proceso de construcción del Estado, el auge de la política y la militarización y el giro autoritario de los nuevos regímenes.

Los procesos de independencia

La descolonización se produjo en tres grandes olas o periodos: En primer lugar, se independizaron los países del Oriente árabe, el Mashreq, la mayoría de los cuales habían sido incluidos en los mandatos de la Sociedad de Naciones que repartían las antiguas posesiones otomanas entre Francia y Gran Bretaña. Así, a partir de 1932 los británicos fueron disminuyendo su presencia en Irak, a la vez que intentaban asegurar la estabilidad del gobierno “títere” que dejaron, para marcharse definitivamente en 1948. En Egipto la retirada británica fue lenta, comenzando en el 36 y no consumándose hasta el 54. En 1943 Líbano, controlada por la Francia de Vichy, proclamó su independencia. 3 años después, forzada por la recién formada ONU, y no sin antes bombardear las ciudades más importantes, Francia abandonó Siria. Ese mismo año, 1946, el mandato de Transjordania se transformó en el reino de Jordania bajo la monarquía Hachemí, la familia de Hussein, el jerife de la Meca, al que los británicos convencieron para sublevarse contra los otomanos en la Primera Guerra Mundial. Abdallah, hijo de Hussein, fue designado rey de Jordania por los británicos; y su hermano Faisal de Irak. Jordania sigue hoy día bajo la misma casa real. Por último, Israel fue creado en 1948 de forma algo improvisada, y en Libia, antigua colonia italiana, se instauró una monarquía descaradamente pro-británica.

descolonizacion

La segunda oleada tuvo lugar en el Magreb. Marruecos y Túnez obtuvieron la independencia de los franceses en 1956, y en 1962, tras una intensa y violenta lucha genialmente plasmada en el film La Batalla de Argel, los argelinos consiguieron expulsar a los colonizadores franceses. La tercera y última racha de independencias se extendió durante los años 60 y afectó a las antiguas posesiones y protectorados británicos en la península Arábiga y el golfo Pérsico: Adén (hoy día Yemen), Omán y los distintos Emiratos que salpican la costa noreste de Arabia (Los Emiratos Árabes Unidos, Qatar, Kuwait, etc).

De todos modos, las independencias no implicaban necesariamente el fin de la influencia occidental en la región. Los más hábiles en mantener el “poder suave” (soft power) o el dominio indirecto sobre sus excolonias fueron los británicos, que aún hoy día mantienen fuertes vínculos con los emiratos del Golfo. La Liga Árabe fue inicialmente una idea inglesa, una forma de agrupar a los territorios árabes amistosos y animarles a batallar contra el Eje durante la Segunda Guerra Mundial. Fue formada en 1945 por Egipto, Líbano, Arabia Saudí, Jordania y Yemen del Norte, a los que progresivamente se fueron uniendo más estados. Desafortunadamente para los británicos, no pudieron influir en la Liga todo lo que desearían y no pudieron impedir en 1948 la ofensiva contra el recién creado Israel. De igual modo, los británicos no pudieron evitar la revolución de Nasser en Egipto, y fracasaron estrepitosamente en su campaña conjunta con los franceses para mantener el control del canal de Suez, que había sido nacionalizado. El éxito egipcio no fue militar, sino diplomático. Francia y Gran Bretaña ya no eran las grandes potencias de antaño, y las presiones de EEUU y la URSS permitieron que los egipcios se saliesen con la suya y nacionalizasen el canal, una enorme victoria política para Nasser. Una nueva lógica geopolítica se imponía: en la época de la Guerra Fría, los recién independizados estados podían apoyarse en uno de los bandos o intentar arrancar concesiones y pactos favorables jugando a dos bandas.


La Batalla de Argel, film completo en Youtube.

La influencia occidental durante la Guerra Fría

Aunque EEUU fuera la nueva potencia emergente, carecía de algo muy importante: contactos, inteligencia y conocimiento del terreno. La colaboración con los británicos era esencial en estos primeros momentos (aunque posteriormente, como veremos, EEUU tratase de desplazar al Reino Unido en la región y “copiar” su imperio). En 1955 se establece el Pacto de Bagdad o Tratado Central (CENTO en inglés), una alianza militar al estilo de la OTAN entre el Reino Unido, Irán, Irak, Pakistán y Turquía, a los que se uniría 3 años después EEUU. El objetivo de la alianza era contener la influencia soviética, para lo que EEUU y GB proveerían con armas, financiación y equipamiento a sus aliados. Francia, por su parte, consiguió mantener buenas relaciones con Marruecos y Túnez (no así con Argelia), y los líderes de ambos países árabes obtuvieron apoyo francés para consolidar sus regímenes.

Tras la Segunda Guerra Mundial, EEUU, como decimos, abandonaba su tradicional aislamiento internacional y asumía su papel de superpotencia paranoica, tratando de limitar en todo momento la influencia de su gran competidor militar e ideológico, la Unión Soviética. Oriente Medio es una región estratégica (situada entre Europa, Asia y África y plagada de recursos naturales), de modo que gradualmente los americanos empezaron a planificar una estrategia para la región. Dado que hacia 1945, EEUU carecía de “expertos” en Oriente Medio, programas universitarios destinados al estudio de la región, o empleados capaces de desenvolverse en árabe, persa, turco o urdu, decidieron sustituir poco a poco al decadente imperio británico a la vez que intentaban importar académicos y eruditos para sus recién creados centros de estudios orientales.

CENTO
Los miembros originales del Tratado Central (CENTO). Fuente: Wikimedia

En 1945, el presidente Roosevelt se reunía con el rey Abdalazid Al-Saud, comenzando así la “relación especial” que EEUU y Arabia Saudí mantienen hasta hoy día. Esta relación se basa en la no-interferencia de Estados Unidos en los asuntos internos del reino saudí a cambio de petróleo a buen precio y apoyo diplomático y militar a los intereses geoestratégicos americanos. Resulta un tanto extraño que un país que iba a enarbolar la bandera de los recién proclamados Derechos Humanos, el libre comercio y la democracia liberal como justificación de su intervención en diversas partes del globo se aliase con una monarquía despótica y rígida, pero el anticomunismo crea extraños compañeros de cama. Y los saudíes eran (y son) fervientemente anticomunistas.

El segundo paso en su estrategia fue la “Doctrina Eisenhower”. En 1957 el presidente americano anunció que EEUU asistiría militar o económicamente a cualquier país de la región que fuera amenazado por el comunismo internacional. Dicho y hecho, en 1958 los EEUU intervinieron en Líbano para ayudar al presidente Chamoun, asustado por las presiones de los nacionalistas árabes, que en el vecino Irak acababan de derrocar al rey Faisal. Y es que el panarabismo socialista, del que tendremos tiempo para hablar en detalle, era una importante amenaza para el orden internacional surgido de las dos guerras mundiales. Y por si fuera poco, se inclinaba ligeramente hacia el bando soviético.

El tercer pilar de la presencia norteamericana en Oriente Medio sería el recién creado estado de Israel. El acercamiento a este nuevo estado era fácil, pues al fin y al cabo un sector importante de la importante minoría judía estadounidense simpatizaba y apoyaba la ideología sionista. Tras el fracaso franco-británico en Suez y la amenaza que supuso la guerra de 1967, Israel se convirtió en el principal aliado americano en el Mediterráneo. Hasta hoy, es el estado que más ayuda militar y diplomática recibe de los Estados Unidos, y ha sido capaz de crear un influyente lobby en Washington (aunque con la administración Obama su importancia ha disminuido).

Sin embargo, el que fue en mi opinión el mayor éxito de la diplomacia americana fue la incorporación de Egipto a la esfera de influencia norteamericana. Tras el fracaso de la Guerra de los Seis Días y la muerte de Nasser, el nuevo presidente de Egipto, el general Sadat, trató de acercarse a EEUU expulsando a los más de 10.000 asesores soviéticos que había en su país, con la esperanza de que EEUU presionase a Israel para abandonar la península del Sinaí. No satisfechos con las tímidas promesas americanas, los egipcios decidieron pasar a la acción y se aliaron de nuevo con Siria para atacar Israel por sorpresa durante la festividad del Yom Kippur de 1973. El nuevo fracaso militar, sin embargo, tuvo una consecuencia inédita: el acuerdo de Camp David entre Israel y Egipto en 1975, con la mediación de los EEUU. Esto fue visto como una traición por parte de la mayoría de los países árabes y el bloque soviético, aunque por otra parte el presidente egipcio y el israelí fueron galardonados con el Nobel de la paz en 1978. Sadat no solo alienó a los demás líderes árabes y sus antiguos amigos de la URSS, sino que además se ganó el odio eterno de los islamistas. A cambio, Egipto se convirtió en el segundo país que más ayuda militar y económica percibía de EEUU, permitiendo así al ejército continuar con su monopolio de la gestión del país hasta la actualidad.

Israel, Egipto, Líbano, los países del CENTO salvo Irak (Irán, Pakistán y Turquía) y Arabia Saudí se convirtieron en los ejes de la política estadounidense en Oriente Medio en los años 70. La revolución de 1979 contra el Shah acabaría con uno de los principales aliados estadounidenses. La invasión soviética de Afganistán, de igual modo, daría paso a una nueva estrategia, apoyar o permitir la acción de grupos armados no-estatales para desetabilizar al contrario, tal y como ocurre hoy en Siria. Finalmente, la disolución de la Unión Soviética y el fin de la Guerra Fría alterarían la importancia estratégica de la región, aunque en lo fundamental los americanos mantienen sus aliados, con la excepción de Irán. El problema hoy día para la estrategia americana es que sus aliados persiguen agendas no necesariamente coincidentes y rivalizan en cierto modo por la hegemonía regional. Y, por supuesto, que las invasiones de Irak y Afganistán han dado como fruto dos estados muy precarios incapaces de contrarrestar y combatir eficazmente a los grupos armados que se les oponen.


Hemos visto en este artículo cómo la influencia occidental se ha mantenido hasta cierto punto en Oriente Medio. En el próximo artículo veremos los desafíos a esta influencia: las revoluciones lideradas por las fuerzas armadas, la sustitución de monarquías por repúblicas y los intentos de disminuir la dependencia económica con respecto a Occidente.