Los gobiernos de Jatami (1997 – 2005)

Proseguimos con el especial sobre Irán tras una larga interrupción de 17 días.  Como ya comenté, mi nueva situación laboral me hace difícil publicar con regularidad. Esta será la penúltima o antepenúltima entrega. Después de ella quedarían los gobiernos de Ahmadineyad, y el actual gobierno de Jatami, acompañado sobre una reflexión sobre la situación actual y las perspectivas diplomáticas.

Especial «Acuerdo nuclear»
I – Relaciones Irán-Occidente, 1800-1953
II – Relaciones Irán-Occidente, 1953-1979
III – La Revolución Islámica, 1979-1989
IV – Irán después de Jomeini, 1989-1997
V – Los gobiernos de Jatami, 1997-2005
Bonus: Las relaciones no tan secretas entre EEUU y Jomeini

Los gobiernos de Jatami

La campaña presidencial de 1997

Como decíamos en la entrega anterior, las elecciones de 1997 se prevían interesantes. Por supuesto, la mayoría de las candidaturas a la presidencia fueron anuladas por el Consejo Guardián. De los 200 candidatos que se inscribieron, 9 de ellos mujeres, solo 4 pudieron presentarse finalmente.

De entre ellos sobresalían Ali-Akbar Nateq Nuri, el candidato oficial, apoyado por Jamenei, los Pasdarán y la “vieja guardia” revolucionaria, un veterano clérigo, colaborador de los jomeinistas desde 1963, y miembro de varios parlamentos de la República Islámica; y Mohammad Jatami, un intelectual religioso que había sido director del Centro Islámico de Hamburgo, Ministro de Cultura entre 1983 y 1992, editor del periódico Kayhan, director de la Biblioteca Nacional, y tenía muy buenas relaciones con la industria cinematográfica iraní.

Durante su campaña, Jatami prometió que defendería los derechos de las mujeres y las minorías religiosas y que Irán avanzaría bajo su mandato hacia una verdadera “democracia islámica”. También prometió relajar la censura sobre la prensa, y ampliar la “sociedad civil” apoyando organizaciones no gubernamentales y movimientos populares.

Igualmente, proponía mejorar las relaciones internacionales de Irán para eliminar la imagen exterior de la República Islámica como un régimen caótico, agresivo e imprevisible. Dado que su dimisión en 1992 se produjo a consecuencia de su defensa de un periodista acusado por el Tribunal Especial del Clero, parecía que Jatami estaba comprometido realmente con su discurso. Por el lado contrario, Nuri defendía la ley, el orden, el status quo, y el legado de la Revolución.

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Mohammed Jatami. Fuente, AFP.

 Jatami contaba con el apoyo de la izquierda islámica que operaba dentro del sistema, así como de grupos opositores reprimidos y censurados por el Consejo Guardián, y de gran parte del mundo de la cultura. Las clases sociales que apoyaban a Jatami eran fundamentalmente clases medias y medias-bajas urbanas, sobre todo estudiantes y activistas.

Nuri, por el contrario, estaba respaldado por parte de las instituciones del régimen y los veteranos de la revolución, así como la parte del clero afín a Jamenei y los sectores rurales e industriales. Los “pragmáticos”, nombre con el que se denominaba a los seguidores de Rafsanyani, decidieron finalmente brindar su apoyo a Jatami, dado que temían que una victoria conservadora acabase con el legado reformista y liberalizador del gobierno anterior. Es decir, que se forjó una inusual alianza de liberales, socialdemócratas, izquierdistas y opositores a la República Islámica para evitar la victoria del candidato oficial, al que todas las encuestas daban como seguro ganador.

Los resultados de las elecciones fueron apabullantes. La participación fue muy elevada, un 88% del electorado acudió a las urnas. 30 millones de iraníes (69% de los votantes) dieron su apoyo a Jatami. Solo 7 millones optaron por Nuri, y su derrota fue, para muchos, un puñetazo en la cara de Jamenei y los suyos.

Una nueva era, parecía, empezaba para Irán. La victoria del amable, conciliador y sonriente Jatami era vista por muchos como una prueba del descontento de la población con el Líder Supremo, el Consejo Guardián, los Guardias Revolucionarios y la judicatura.

Primer gobierno de Jatami

Como ya explicamos en la tercera entrega, el sistema constitucional de la República Islámica consiste en un complejo entramado de instituciones que compiten entre sí y limitan la capacidad de acción de las demás. El Presidente nombra gobierno, pero este debe ser autorizado por el Parlamento; y todas las leyes y medidas que se aprueben deben ser sancionadas por el Consejo Guardián, una especie de Tribunal Constitucional integrado por juristas religiosos (ayatollahs) elegido a partes iguales por el Líder Supremo y el Parlamento. El CG también dictamina quién puede presentarse a las elecciones, y a su vez el CJ es elegido por el Parlamento.

Aunque Jatami tenía el apoyo del electorado, su poder real era bastante reducido. La coalición que le había llevado al poder no tenía aún presencia en el Parlamento, puesto que no habría elecciones hasta el 2000, y en el 96 la Asociación de Clérigos Combatientes, ACC (el partido de Jamenei y Nuri) había obtenido mayoría.

El nuevo gobierno contaba con muchas caras nuevas, como Masoumeh Ebtekar, la que fuera portavoz de los estudiantes que tomaron la embajada de EEUU, y que se convirtió en la primera mujer vice-presidente de Irán, cargo que hoy día sigue ejerciendo en el gobierno de Rohaní. Sin embargo, la ACC se aseguró el control de los ministerios importantes (Inteligencia, Defensa) de forma que las fuerzas de seguridad continuasen siendo afines a Jamenei.

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Masoumeh Ebtekar en 1979, cuando tenía 19 años y, en perfecto inglés, actuaba como portavoz de los estudiantes iraníes que secuestraron la embajada americana. Captura de pantalla de un vídeo de Thames Tv. Fuente, Shelf3d

En todo caso, los “Jatamistas” estaban al frente del ministerio de Cultura, y relajaron ampliamente la censura. La prensa tuvo un auge inédito desde los días de la Revolución, y se multiplicaron los debates sobre la tolerancia religiosa, sociedad civil, el papel de la mujer, las relaciones con Occidente e incluso la idoneidad del velayat e-faqih (el Gobierno del Jurista, la ideología en la que se inspira la República Islámica).

La reacción desde la judicatura y los grupos armados revolucionarios no se hizo esperar, y los políticos, periodistas y clérigos que cruzaron la línea roja y criticaron abiertamente a Jamenei y el velayat-e faqih sufrieron arrestos domiciliarios, detenciones y juicios. El gran ayatollah Montazeri fue condenado por criticar al régimen, y el alcalde “reformista” de Tehrán, Gholam Karbaschi, fue inhabilitado por corrupción, lo que ocasionó una oleada de protestas estudiantiles duramente reprimidas.

En el verano de 1998 la judicatura comenzó a cerrar periódicos pro-Jatami y arrestar a periodistas, a la vez que los grupos paramilitares revolucionarios (Pasdarán, Basij), hostigaban y acosaban a activistas estudiantiles, periodistas y escritores y personalidades del mundo de la cultura. Durante los primeros 18 meses de Jatami en el poder, al menos nueve activistas fueron asesinados o desaparecieron en extrañas circunstancias.

En materia económica, Jatami tuvo que hacer frente a una dependencia del petróleo arrastrada desde los años del shah (en 1997 el petróleo representaba un 50% de los ingresos del Estado), un creciente desempleo (entre el 15% y el 30%) y la resistencia de los “bazaaris” (comerciantes minoristas) a la apertura a la inversión extranjera. Dado que el 60% de la economía de Irán está planificada por el Estado (y otro 20% depende de las “fundaciones religiosas” ligadas a Jamenei y sus afines), parecía necesario continuar el programa de privatizaciones de Rafsanyani, lo que suscitó tensiones internas en la alianza que sostenía a Jatami.

La necesidad de apoyos sociales, hizo que el presidente reculara y optara por el contrario por detener el plan de privatizaciones y, en su lugar, subir los sueldos públicos, medida muy apreciada ya que el sueldo de los maestros, por ejemplo, estaba por debajo de la línea de la pobreza. En todo caso, las resistencias internas y la divergencia de opiniones entre los aliados de Jatami hicieron que éste no ahondara en las reformas económicas, poniendo sus esperanzas en mejorar las relaciones internacionales con el objetivo de mejorar la inversión extranjera. A pesar de sus divergencias en política interna, tanto Jamenei como Jatami coincidían en que este punto era vital para los intereses de la República Islámica.

Diálogo de civilizaciones, choque de civilizaciones

En 1998, Jatami acuñó la expresión “Diálogo de Civilizaciones” o “Alianza de Civilizaciones”, como contrapeso al Choque de Civilizaciones propuesto por el académico de Harvard Samuel Huntington (¡el mismo que le propuso al último shah crear un partido único!).

Choque de Civilizaciones, para los que no estén familiarizados con la obra, puede resumirse en que las relaciones internacionales se mueven según la afinidad cultural entre los distintos actores, que las diferencias son irreconciliables y que en el futuro no habrá conflictos geopolíticos sino grandes luchas entre civilizaciones, siendo China y el Islam las más problemáticas para Occidente.

El libro es interesante pero sus posiciones no se sostienen, y ha sido ampliamente criticado y defenestrado por parte de la comunidad académica. No es mi objetivo analizar en este artículo la obra de Huntington, pero en mi opinión la teoría hace aguas por todas partes y abusa de las generalizaciones simplistas, aunque para mérito del autor, supo prever el actual conflicto en Ucrania.

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Jatami, Erdogán y ZP posando para las cámaras. Fuente, Getty Images.

Volviendo al tema, la Alianza de Civilizaciones, que luego retomaría o plagiaría el ex-presidente Zapatero, surgía como una llamada al diálogo amistoso entre los distintos países del mundo. Proponía abandonar la necesidad de establecer una ideología mundial (“democracia occidental, capitalismo, derechos humanos”, sin mencionarlos explícitamente) y ahondar en los puntos en común en lugar de las diferencias.

A la vez que proclamaba su admiración por las tradiciones políticas estadounidenses, Jatami daba por concluido el caso Rushdie (recordemos que Jomeini había emitido una fatua pidiendo su ejecución por su obra Los Versos Satánicos) y trataba de liderar a los países musulmanes organizando la asamblea Conferencia Islámica Internacional. Al igual que Rohaní las últimas semanas, Jatami dio una gira triunfal por Europa, siendo el primer presidente iraní en visitar Roma, París y otras capitales.

Aunque no consiguió mejorar las relaciones entre Irán y EUU (a pesar de que se levantó el embargo sobre los pistachos y las alfombras persas), el primer mandato de Jatami sirvió para relajar la tensión entre su país y Arabia Saudí, y sobre todo para mejorar la relación de Irán con uno de sus principales vecinos y enemigos históricos, Rusia y las exrepúblicas soviéticas de Asia Central.

El 11S y la intervención estadounidense en Afganistán no alteraron significativamente, al menos en principio, la posición de Irán respecto al régimen Talibán. Desde el acceso de los Talibán al poder en 1996 la República Islámica había estado apoyando a la coalición rival en la guerra civil que asola Afganistán desde hace más de 20 años, la Liga Norte. La ayuda de EEUU a esta alianza de señores de la guerra parecía asegurar una mejora en el entendimiento entre Irán y EEUU, dado que compartían aliados y enemigos en el país afgano. Nada más lejos de la realidad.

Segundo gobierno de Jatami

En 2001, Jatami fue reelegido presidente. La victoria de sus partidarios y aliados en las elecciones parlamentarias de 2000 (71% de los escaños) garantizaban que el presidente pudiera continuar con su programa, ahora sin la oposición parlamentaria de los conservadores. Las elecciones locales de 1999, las primeras de la historia de la república Islámica, habían sido anunciadas como un gran éxito de Jatami y sus reformistas. Dado que el Consejo Guardián no tenía poder de veto sobre las candidaturas locales, la campaña fue festiva e intensa. Numerosas mujeres fueron elegidas para posiciones de poder, y los partidarios de Jatami se apuntaron importantísimas victorias en grandes y pequeñas ciudades.

“Reforma”, “reformismo” y “reformista” son palabras ambiguas y amables, cuyo significado no queda muy claro. Los académicos y periodistas anglosajones las emplean con muchísima frecuencia, al igual que están comenzando a hacer los medios en habla hispana. El término “reforma” no es más que un sinónimo de “cambio”. Es decir, un reformista no sería sino alguien que quiere hacer cambios (cualquier tipo de cambios) en el orden político, económico y social. Estos cambios no se plantean de forma brusca, sino gradual y progresiva, de modo que a los reformistas también se les denomina “moderados”.

Si decimos de alguien que es un “reformista moderado”, sentiremos por él una oleada de simpatía, aunque realmente no conozcamos su ideología y sus intenciones. El efecto contrario es producido por las palabras “fundamentalista” y “ultraconservador” y que evocan imágenes violentas, lapidaciones y juicios sumarios. Es decir, que cuando no conocemos nada de un país, los “reformistas” generan confianza mientras que los “fundamentalistas” inspiran miedo.

 Estoy intentando no utilizar la palabra “reformista” para referirme a Jatami, a pesar de que es la más empleada en los medios de comunicación anglosajones y la literatura académica. Esta omisión deliberada se debe a la confusión semántica que el término puede generar, como he explicado en el párrafo anterior. Creo que, por lo general, los expertos occidentales en Irán experimentaban una gran simpatía por Jatami, y de ahí el empleo continuado de la palabra “reformista”, que también se aplicó a Rafsanyani (aunque ideológicamente estuviera lejos de Jatami) o al hoy presidente Rohaní.

En el sentido estricto del término, un reformista moderado sería todo aquel que propone cambios graduales al sistema en el que vive, definición que haría que la mayoría de personas entráramos en esta ideología difusa. En el caso español, tanto Rajoy como Pablo Iglesias, por citar dos ejemplos opuestos, podrían ser considerados reformistas, ya que ambos plantean “reformar” el sistema y las instituciones. En Irán, ya hemos visto que una amalgama de grupos e individuos con ideologías no necesariamente compatibles daba su apoyo a Jatami. Esa heterogénea alianza de liberales, socialdemócratas, izquierdistas, centristas, laicos y religiosos, dentro y fuera del sistema político, es a lo que se denomina “reformistas”.

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Manifestación conmemorando el aniversario de la Revolución Islámica (Tehrán, 11 de febrero de 2002) y recordando quién es el «Gran Satán». Fuente: Global Post

 Lo que Jatami planteaba, según sus defensores, era democratizar las instituciones de la República Islámica desde dentro, reduciendo el poder de los órganos no-electos y ampliando las competencias del presidente y su gobierno. Los representantes de dichos órganos no-electos, por el contrario, percibían en Jatami una persona con ansias de poder y determinado a alterar el delicado equilibrio institucional que mantenía el correcto funcionamiento la República Islámica. Por tanto, y a pesar del batacazo electoral, tanto el poder judicial como el Consejo Guardián, el Líder Supremo, y las fuerzas de seguridad se dedicaron a boicotear en la medida de los posible el gobierno de Jatami, que no solo amenazaba sus intereses políticos y económicos sino también, se decían, el espíritu anti-imperialista e islámico de la Revolución.

  Desde la primavera de 2000 se produjo un incremento en las detenciones de activistas, estudiantes, intelectuales y demás voces críticas con el régimen. Veteranos políticos de la revolución como Ezzatollah Sahabi y Ebhrahim Yazdi (del Movimiento de Liberación, prohibido pero tolerado) fueron condenados y encarcelados, periodistas de investigación como Akbar Ganji fueron silenciados y metidos entre rejas, y Hasem Aghajari, un profesor universitario de Historia, fue condenado a muerte por criticar la doctrina de la emulación (véase ¿Qué es un ayatollah?). Afortunadamente para él, su caso fue revisado dada la oleada de indignación popular que suscitó.

Otros menos conocidos, sobre todo líderes estudiantiles, desaparecieron sin dejar rastro. También se produjeron asaltos y ataques no ordenados directamente por la judicatura. Periódicos críticos con el Consejo Guardián fueron asaltados, y manifestaciones estudiantiles fueron dispersadas por bandas paramilitares sin identificar. Incluso altos cargos del partido de Jatami sufrieron acoso y asaltos, como Said Hajjarian, atacado con arma de fuego.

Aunque Jatami no era responsable directo de las detenciones y las violaciones de los Derechos Humanos que cometían las fuerzas de seguridad, muchos iraníes empezaron a dudar de la capacidad del líder reformista para crear un cambio significativo. Su tibieza a la hora de criticar estos abusos, a la vez que su actitud conciliadora, hicieron que algunos planteasen que el cambio desde las instituciones del régimen era imposible. A pesar de los éxitos del gobierno de Jatami (políticas sociales, incremento del PIB, mejora de las relaciones internacionales, incremento de las libertades políticas hasta cierto punto y un poco menos de censura en la prensa), la desilusión y el descontento cundió entre sus partidarios, que empezaban a fragmentarse entre diversas corrientes políticas.

 George Bush se encargó de dar la puntilla a Jatami. Para perplejidad del gobierno iraní, que llevaba desde 2001 suministrando a los EEUU informes de inteligencia sobre las actividades de los Talibán, Bush declaró en 2002 que Irán integraba, junto con Iraq y Corea del Norte, el celebérrimo “Eje del Mal”. Esto hizo saltar las alarmas en Irán, que se preparaba para una invasión inminente como la que experimentaría Iraq en 2003.

No sé si era el objetivo de Bush, pero la inclusión de Irán en el Eje del Mal terminó de dinamitar el proyecto reformista y facilitó el retorno de los velayatis al poder. La estrategia conciliadora de Jatami, la prometedora Alianza de Civilizaciones, había resultado ser un verdadero fracaso. Las palabras amables del presidente, sus llamadas al diálogo y el entendimiento, habían caído en saco roto, y eran percibidas por los conservadores como una humillación y una perversión del mensaje anti-imperialista de la Revolución.

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Quién mató al ayatolá Kanuni, editado en castellano por Alianza.

El ambiente enrarecido de los últimos años del mandato de Jatami está genialmente plasmado en la novela Quién mató al ayatollá Kanuni, de Naïri Nahapétian. La obra, disponible en español (yo la tomé prestada de la Biblioteca de Castilla La Mancha), trata un caso ficticio con nombres inventados, aunque la protagonista parece estar en A’zam Taleqani, hija del ayatollah Taleqani, una de las grandes figuras del Movimiento de Liberación y de la Revolución, muerto en 1979. La novela refleja de forma muy amena y sin tantas complicaciones como mis textos las intrigas y luchas internas entre los altos cargos de la República Islámica, a la vez que la ficción permite a la autora ciertas licencias artísticas.

Jatami, en fin, parecía haber fracasado. Ninguno de los tres grandes puntos de su programa (aumento de las libertades civiles, mejora de la economía y cambio en las relaciones internacionales) había cumplido las expectativas levantadas. El descontento y el desánimo cundieron entre los iraníes.

La participación en las elecciones presidenciales de 2003 sería baja, dado que muchos de los antiguos partidarios de Jatami decidieron abstenerse como forma de restarle legitimidad al régimen. De entre los que decidieron participar en el sistema, no surgió ningún candidato capaz de aglutinar los intereses e ideologías contrapuestos y de despertar el entusiasmo de los votantes. Terminaba el momento político de las clases medias urbanas. Los sectores más desfavorecidos de la sociedad, aquellos que no estaban interesados en las libertades civiles sino en salir de la pobreza, serían los grandes protagonistas de las elecciones de 2005. De ellos hablaremos el próximo día.

Irán después de Jomeini (1989-1997)

Tras una pausa de una semana, continuamos con el especial “Acuerdo nuclear”. En esta cuarta entrega, hablaremos del periodo que va desde la muerte de Jomeini hasta 1997, incluyendo referencias a las relaciones entre Irán y EEUU. Como he encontrado trabajo hace poco, no tengo tiempo para escribir y editar artículos extensos, de modo que las actualizaciones serán más intermitentes en lo sucesivo. Disculpad las molestias.

Especial «Acuerdo nuclear»
I – Relaciones Irán-Occidente, 1800-1953
II – Relaciones Irán-Occidente, 1953-1979
III – La Revolución Islámica, 1979-1989
IV – Irán después de Jomeini, 1989-1997
V – Los gobiernos de Jatami, 1997-2005
Bonus: Las relaciones no tan secretas entre EEUU y Jomeini

Irán tras la muerte de Jomeini

 Un nuevo líder supremo

13 de Jordad de 1368 (3 de Junio de 1989). El Líder Supremo de la República Islámica, el Imam de la revolución y marya-e taqlid, Ruhollah Jomeini, ha muerto. La guerra con Irak terminó el año anterior. Empieza una nueva etapa en la vida política de Irán. Como siempre que fallece un líder poderoso y carismático, se respira cierta incertidumbre en el ambiente. No obstante, Jomeini y los velayatis (partidarios del velayat-e faqih, ver sección «El Gobierno del Jurista» en parte 3) han dejado todo atado y bien atado.

En su lecho de muerte, Jomeini nombró una comisión de juristas y clérigos expertos para que designasen a su sucesor, modificando ciertos aspectos del código legal y la Constitución para adaptarlos a la nueva situación. Como dice el refrán, “allá van leyes do quieren reyes”, y la República Islámica no es una excepción.

Aunque en principio el líder supremo, el faqih, debía ser un erudito del Islam de probado prestigio, un sabio emérito que no solo dominase la doctrina islámica sino también la gramática, la filosofía y las artes gubernamentales, un marya e-taqlid en definitiva (véase ¿Qué es un ayatollah?), al final los requisitos se relajaron bastante. Ali Jamenei, un clérigo de rango modesto (hoyatoleslam, menos importante que ayatollah), fue designado Líder Supremo de Irán.

 Jamenei quizá no tenía las publicaciones ni el prestigio necesario para ser considerado una eminencia religiosa, pero era una figura política muy importante. Era muy leal a Jomeini y había participado en la revolución y la República Islámica desde sus inicios. Fue el líder del Partido de la República Islámica (PRI, hablamos de ellos en la anterior entrega) hasta su disolución en 1987, y además presidente electo de Irán durante 8 años, el tecero después del depuesto Bani-Sadr y el asesinado Raja’i.

Es decir, que el criterio para designarlo no fue su trayectoria religiosa, sino la política. Un asunto que podría haber sido problemático dada la autoproclamada confesionalidad del régimen, pero que fue asumido sin mayor dificultad por las instituciones de la República Islámica. Al fin y al cabo, cuando la religión y la política se mezclan, el poder y la lealtad suelen ser más importantes que la piedad y las credenciales religiosas.

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Jamenei en 1979. Fuente: Wikimedia

 Jamenei fue designado Líder Supremo fundamentalmente porque no había ningún otro clérigo de alto rango que reuniese las características necesarias, es decir, lealtad y compromiso con el proyecto político de Jomeini y sus seguidores. El que era considerado como principal candidato al puesto, el ayatollah Montazeri, cometió el error de criticar públicamente ciertas medidas de la República Islámica (persecución de minorías, lapidaciones, ejecución de opositores, la fatua de Jomeini contra Salman Rushdie…) que, en su opinión, no eran propias de un Estado Islámico legítimo. Esto le costó un arresto domiciliario y el apartamiento de la vida pública y política, y por supuesto, que no fuera elegido sucesor de Jomeini. Montazeri era un marya, y por tanto un caso notable, pero son numerosos los clérigos que han perdido sus privilegios y empleos por criticar el régimen.

 En todo caso, la llegada de Jamenei no alteró en exceso las relaciones entre Irán y EEUU. Justo once meses antes de la muerte de Jomeini, cuando la guerra entre Irán e Irak no había terminado aún, un avión de pasajeros iraní fue destruido por misiles americanos, el famoso vuelo 655 de Iran Air. Irán, por su parte, seguía con la retórica anti-imperialista y revolucionaria de la época de Jomeini. La fatua sobre Rushdie no estaba vigente (pues en el chiísmo las fatuas se extinguen al morir su emisor), pero Irán siguió intentando exportar la revolución apoyando a Hezbollah, que organizó ataques terroristas como el coche bomba en un centro judío en Buenos Aires o el ataque a la embajada israelí en la misma ciudad.

Atentado 17 marzo 1992 argentina
Atentado en la embajada israelí en Argentina, 17 de marzo de 1992. Fuente: Vos Iz Neias.

La República Islámica, que había excluido toda oposición, se empezó a dividir internamente en facciones y partidos, no solamente a nivel parlamentario. La República Islámica contaba con numerosas instituciones: La judicatura, el ejército, los Guardas Revolucionarios, el estamento religioso, las fundaciones benéficas, la administración estatal… todas ellas con sus propios intereses, cooperando y compitiendo a la vez.

Como árbitro y guardián, el Líder Supremo. El complejo sistema constitucional parecía garantizar el equilibrio entre todos los que estaban dentro del sistema. Rafsanyani, un comerciante de pistachos con una larga trayectoria en el Partido de la República Islámica, fue elegido Presidente en 1989. El parlamento estaba dominado por lo que Nikki Keddie denomina la “Izquierda islámica”, que por lo general se oponía a Rafsanyani, un hombre de negocios liberal. Por suerte, el presidente contaba con el apoyo de su predecesor, Jamenei, ahora convertido en líder supremo. El problema era reconstruir el país y mantener contentos a los ciudadanos, muy cansados después de 8 años de guerra y escasez.

Las presidencias de Rafsanyani

El programa de Rafsanyani y Jamenei consistía en liberalizar la economía iraní y abrirla al exterior, moderando el tono agresivo de la diplomacia oficial (por ejemplo, manteniéndose neutrales en la Guerra del Golfo). Entre 1989 y 1995 se intentó privatizar un millar de empresas públicas, pero los intereses de las instituciones que las gestionaban y los casos de corrupción en la adjudicación de los contratos hicieron que el ambicioso plan inicial se paralizase.

La orientación de la producción hacia el mercado exterior tecnificó la agricultura y permitió cierto desarrollo industrial, aunque los beneficios se invirtieron en una burbuja del sector inmobiliario. Además, Irán tuvo que hacer frente en enero de 1995 a una crisis de deuda externa a corto plazo, agravada por las sanciones que Clinton aplicó en mayo de ese mismo año. Las privaciones y el descontento causaron disturbios que fueron brutal y eficientemente reprimidos en 1992, 1994 y 1995.

Las elecciones parlamentarias que se llevaron a cabo en 1992 contaron con 1.000 candidaturas anuladas por el Consejo Guardián, de un total de 3.000. Muchos de los descalificados eran parte de la “izquierda islámica” y de la Asamblea de Clérigos Combatientes, veteranos de la revolución, algunos incluso presentes en el asalto a la embajada estadounidense. Es decir, que los que controlaban los hilos del régimen (Consejo Guardián, Jamenei) decidieron limitar la participación política ante el riesgo de desorden.

Aun así, no podían encarcelar o exiliar a todos los descontentos, algunos con un impecable credencial revolucionario, y a pesar de la censura cada vez empezó a hablarse más de temas como derechos humanos, libertades democráticas, justicia económica y social, relaciones amistosas con el exterior, etc. Muchos de los rechazados en la política se reconvirtieron en periodistas, cineastas, escritores, académicos y artistas. A menudo el rechazo al régimen se manifestó en una elevada abstención. En 1993 Rafsanyani volvió a ganar las elecciones a la presidencia, con una participación del 63%.

16 aniversario revolución
Sello commemorativo del 16 aniversario de la Revolución, 1995. Fuente: IranStamp

En cuanto a las relaciones con EEUU, Rafsanyani no fue capaz de mejorarlas. El apoyo a Hezbollah, la oposición a Israel en la ONU y el programa nuclear iraní fueron los pretextos de los embargos de Clinton, que dañaron bastante la ya de por sí maltrecha economía iraní. Desde antes de la revolución la administración iraní había intentado llevar a cabo un programa nuclear, no para desarrollar armas atómicas sino para construir centrales eléctricas que permitieran al país producir energía de forma alternativa al petróleo, para poder exportar lo que no se gastase.

En los años 90 se reactivó el programa, de nuevo con el pretexto de estar destinado al uso civil. ¿Buscaba Irán la Bomba? Los lobbies pro-israelíes y los analistas americanos más belicistas aseguran que sí, aunque el gobierno iraní siempre haya defendido lo contrario. Dado que 3 de sus vecinos cercanos poseen armas nucleares (India, Pakistán, Israel), no parece descabellado pensar que la República Islámica intentara hacerse con un par de misiles atómicos, por eso de ver quien la tiene más grande, pero en mi opinión eso son tan solo especulaciones.

El gobierno de Irán tenía (y aún tiene) que gastar su dinero en programas de ayuda social para mantener contenta a la población y evitar que se repitiese lo de 1979, de modo que centrar la inversión en adquirir armas nucleares sería cometer el mismo error que el shah cometió. Los dirigentes de la República Islámica conocen la historia de su país.

 Los programas de ayuda social eran necesarios, y para mérito de la República Islámica, se llevaron a cabo. Entre 1985 y 1997 la mortalidad materna se redujo de 140 a 37 por 100,000 nacimientos. Se construyeron hospitales en áreas rurales y barrios deprimidos. Los estudiantes de medicina reciben formación gratuita a cambio de cinco años de servicio como médicos de pueblo. El programa de planificación familiar de Irán, que provee de anticonceptivos a las familias, fue incluso alabado por la ONU. La tasa de fertilidad de Irán bajó hasta niveles europeos. Se multiplicó la inversión en educación, y la escolarización segregada hizo que muchas familias rurales llevasen a sus hijas a la escuela, algo que no sucedía antes de 1979. Las mujeres no perdieron el derecho a ejercer un empleo, y la modernización (urbanización y terciarización) continuaron a pesar del tinte islámico del régimen.

Todos estos cambios hicieron que las elecciones presidenciales de 1997 se presumieran interesantes. El descontento creciente con la gestión económica del régimen y el auge de una clase media muy debilitada por los años de la guerra, sumado al hambre de y libertades civiles y democráticas, hicieron que la actividad política se multiplicase en la víspera de las elecciones. Dado que los presidentes en Irán solo pueden gobernar durante 8 años, Rafsanyani no podía presentarse de nuevo, lo que hacía que las elecciones se convirtiesen en un evento muy excitante y estimulante para unos votantes que anhelaban cambio. Pero de eso hablaremos el próximo día.


Bibliografía general:

Nikki Keddie, Modern Iran: Roots and Results of the Revolution, Yale University Press, 2006.

Ervand Abrahamian, A History of Modern Iran, Cambridge University Press, 2008.